sábado, septiembre 22, 2007

Sobre literatura y política



Mis libros están prohibidos en Cuba. Ni siquiera se pueden tener en la casa.



Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929 – Londres, 2005)

Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

La relación entre literatura y política fue una preocupación central para los escritores latinoamericanos durante los años 60 y 70. Para la generación del “boom” no había dudas sobre la función social del escritor, considerado como un intelectual con una responsabilidad social que le exigía tener siempre una posición política frente a la realidad latinoamericana. Por ello, el escritor latinoamericano se convirtió en una figura pública que tenía siempre “algo que decir”, y el lector en una audiencia cautiva, pendiente de lo que dirían los intelectuales, ya sea a nivel mediático o a través de sus obras. Hechos como la Revolución Cubana, la propagación del socialismo, las guerrillas y las dictaduras militares de derecha, pusieron en vitrina a América Latina ante los ojos de Europa con lo cual el escenario cultural quedó listo para que la literatura y la política, el arte y la revolución marcharan juntos.

Sartre definió el tipo de intelectual contemporáneo que dominaría la escena literaria al menos durante tres décadas: el escritor comprometido. Los escritores latinoamericanos de la época hicieron suya esta propuesta de distintas maneras. Algunos dejaron sucumbir su arte ante la presión ideológica de los regímenes a los cuales servían como defensores; otros mantuvieron la distancia necesaria para no utilizar la literatura como un panfleto. Conocido es ya el caso de Vargas Llosa que rompió con la revolución cubana, en un primer momento, mas no con las ideas socialistas, —lo cual fue una lenta evolución hacia el liberalismo que duró cerca de diez años—; Julio Cortázar, apolítico en un principio, defendió la causa de la revolución hasta sus últimos días, pero no convirtió sus relatos en ecos amplificadores del socialismo; Guillermo Cabrera Infante fue un disidente total, enérgico y contundente: cuando en 1961 el gobierno de Castro prohibió la emisión de un cortometraje sobre la vida nocturna de La Habana dirigido por su hermano, comenzaron las desavenencias con el régimen y Cabrera Infante luego de marcharse de Cuba no volvió más.

Hoy, la discusión sobre el compromiso social del escritor parece un anacronismo, algo así como discutir sobre el control de precios o los subsidios en la economía. En diversas oportunidades, escuché a Oswaldo Reynoso mencionar este tema con acalorado apasionamiento ante un auditorio que lo aclamaba efusivamente. Esto ocurrió en Puno el 2003 y en Chimbote el año pasado en el marco del encuentro nacional de escritores. No hace falta un estudio exhaustivo para darnos cuenta de que el compromiso del escritor a la manera de los años 60 no está en la agenda de los noveles escritores contemporáneos, al menos no entre el circuito comercial. Y es que la exigencia del lector de hoy ha cambiado, así como el escenario cultural y político. País de Jauja (1993), de Edgardo Rivera Martínez, fue elegida por la crítica nacional como la mejor novela peruana publicada en los noventa; pero No se lo digas a nadie, Fue ayer y no me acuerdo y La noche es virgen están en el imaginario colectivo de gran parte del lector nacional (más allá de una buena o mala recepción de la obra, la han leído). La exigencia de un lector actual ya no pasa por escuchar una opinión del autor sobre la coyuntura política sino por obtener información que le permita sobrevivir en una sociedad que avanza a una velocidad cada vez mayor y donde la obsolescencia y la caducidad de los modelos culturales es dramática. Todo es fugaz y ello obliga a actualizar nuestra información constantemente. La novela del “boom” le era útil a un lector también comprometido con causas políticas, en contraste con un lector que hoy en día es más escéptico en estas cuestiones.

Considero que el primer compromiso del autor es con su arte y después con el resto; pero no debemos olvidar que ni el arte ni la crítica están exentas del poder y que muchas veces actúan como su soporte. Y la única forma de subvertir el poder es participando de él. Las ideologías son como el diablo: tienen más poder mientras creamos que no existen. Para Sartre un intelectual era aquel sujeto que se entrometía en asunto donde nadie lo llamaba. Un fisico nuclear no sería un intelectual si es que no tenía algo relevante que decir sobre la guerra en Irak o sobre el genocidio en Ruanda. ¿Y a dónde se fueron nuestros intelectuales? Esa pregunta, amigo lector, sigue pendiente en nuestra agenda hace muchos años, desde que nuestros intelectuales dejaron de entrometerse donde nadie los llamaba.

Reseñas

Participación ciudadana y democracia.
Perspectivas críticas y análisis de experiencias locales
Patricia Zárate Ardela (ed.)
Instituto de Estudios Peruanos

Este libro reúne un conjunto de artículos que son resultado de un constante intercambio entre investigadores del IEP, representantes de diversas ONG y dos oficinas defensoriales. En cuatro artículos se ofrece, por un lado, un acercamiento teórico al tema de la participación y sus relaciones con la política representativa y, por otro, una mirada sistemática de diferentes experiencias participativas donde se evalúan las razones de sus errores o de sus conquistas.

sábado, septiembre 08, 2007

Poesía arequipeña escrita por mujeres



Virginidad es una palabra que durante mucho tiempo ha servido para la explotación de la mujer. Por ello pienso que es importante descubrirle o redescubrirle un sentido positivo. Esto es posible a partir de una cultura del aliento: la virginidad corresponde entonces a una dimensión espiritual en la cual las mujeres pueden asegurar ellas mismas la práctica (de la virginidad), sin una sumisión a las enseñanzas masculinas poco prevenidas sobre la subjetividad femenina



Luce Irigaray (Bélgica, 1932)



Henry César Rivas Sucari
henryrivas2001@yahoo.es


El libro Tierna Guerra es una antología de poesía arequipeña escrita por mujeres editado por Grita Ediciones. La antología agrupa a poetisas como: Gloria Mendoza Borda, Elizabeth Obando Ortiz de Victoria, Patricia Roberts, Gaby Arce Muñoz, Andreína Rivera Dávila, Soledad Maldonado Zedano, Carmen Cáceres Pacheco, María del Rosario Torres Pérez, Shelma Guevara, Virginia Medina Rivera, Carmela Núñez Ureta y Carmela Núñez.


Náufrago se suma a este homenaje y compartimos con ustedes unos versos de Gloria Mendoza Borda, poetisa nacida en Puno en 1948. Autora de La danza de las balsas (Lima 1998) y Dulce naranja dulce luna (Lima, 2001). Ha sido además incluida en numerosas antologías.




Incendio A Cuestas (8)

La leña arde
aguardo
bostezos de ceniza
sobre espejos de agua

en la orilla
de la vida
hago hoguera
con la palabra

el viento
trae el presagio
de los dioses

me pinto
y despinto

me acerco
y alejo

brinco
como una perdiz
soy una gaviota
empujada
por el tiempo

soy una pajcha
con el aroma
a malva

sólo fue
una alusión
un lienzo jamás pintado.

Incendio (9)

En la orilla
de la mañana
hago hoguera
con el sol
enloquecido
de Pizarnik
el viento
trae presagio
de los dioses
me pongo
los ojos de Frida
en la frente
me pinto
y despinto
sobre la brizna

me aguarda
una embarcación
encallada
en el musgo
campesinos

se confunden
con las estrellas
y los sueños
de los cántaros

mi tata
traduce el color
de la orquídea
mi tata
suele hablar
de Oquendo.








lunes, septiembre 03, 2007

Sobre la ingenuidad de la crítica intuitiva y el otro Williams



La administración Bush es ahora objeto del repudio de la opinión pública de Estados Unidos, y el desastre de Iraq hará que los futuros gobiernos europeos duden en seguir el liderazgo estadounidense. Pero sigo pensando que el fin de la democracia probablemente sería consecuencia de un terrorismo nuclear, y simplemente no sé cómo guardarnos de este peligro. Tarde o temprano, algunos grupos terroristas repetirán el once de septiembre y en mayor escala. Dudo que las instituciones democráticas tengan suficiente capacidad de recuperarse como para soportar tal tensión.

Richard Rorty (Nueva York,1931- Palo Alto, 2007)


Filósofo de orientación pragmatista, en reciente entrevista concedida poco antes de su muerte.


Por Arturo Caballero Medina


Revisando el Dossier Vargas Llosa (2007) de José Miguel Oviedo y Otra historia de un deicidio (2000) de Raymond L. Williams, (no confundirlo con el teórico cultural inglés Raymond Williams) debo decir que mis expectativas fueron demasiado altas para lo que realmente ofrecen estos dos textos a aquellos que estamos interesados en profundizar nuestro conocimiento sobre la obra de Mario Vargas Llosa. José Miguel Oviedo es el tipo de crítico que, prescindiendo de todo marco teórico, aborda la obra de Vargas Llosa desde una perspectiva intuitiva, por no decir basado en sus “corazonadas”. A excepción de Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad (1970), gran parte de lo que ha producido Oviedo sobre Vargas Llosa gira en torno a lugares comunes y a tópicos discutidos hasta la saciedad y su Dossier no escapa a esto. Solo puedo entender la publicación de este texto como una estrategia para mantener su vigencia en la comunidad académica y para asegurarse el espaldarazo de rigor de su gran amigo de los años escolares (el propio Vargas Llosa sorpresivamente asistió a la presentación del libro). Y no es que recién con esta lectura me haya dado cuenta de que Oviedo sea un crítico intuitivo, ateórico y muy subjetivo, sino que esperaba encontrar lo que los medios anunciaban sobre este libro: un recuento actualizado de lo que Oviedo había escrito sobre Vargas Llosa desde su Invención de una realidad, trabajo en el cual se nota que las intuiciones de Oviedo son más ilustrativas y no tan trasnochadas o vacías como en el Dossier.

De Raymond L. Williams había leído antes un texto publicado por el Instituto Tecnológico de Monterrey y el Fondo de Cultura Económica donde el crítico norteamericano iniciaba con una revisión histórico-biográfica sobre Vargas Llosa y luego continuaba con una entrevista al novelista peruano. Otra historia de un deicidio de Williams es un fallido intento, a mi modo de ver, de emular lo que Vargas Llosa hizo con García Márquez en Historia de un deicidio (1971). Apela al mismo esquema, parafrasea los títulos y las categorías que Vargas Llosa aplicó a García Márquez e insiste en lo que cualquier lector de El pez en el agua ya conoce de sobra. Lo único que me pareció rescatable son sus reflexiones en torno a la idea de los “demonios” (pero hay momentos en que demoniza todo y obtiene interpretaciones forzadas). Tuve que leer toda la parte previa para convencerme de que realmente no había nada innovador en esta publicación y sí mucho de repetición. Por ello no me sorprendió que Williams siguiera con tanto ahínco las interpretaciones de Oviedo con quien no discrepa en absoluto.

En el congreso sobre literatura peruana realizado en la Universidad de Laval en Québec, Canadá, me pasó algo similar pero no a nivel de textos, sino con los críticos. Supuse que en la comunidad académica norteamericana los investigadores producían trabajos sesudos y originales sobre sus materias de interés. Y fue cuando comprobé lo que Eduardo Hopkins nos hubo comentado en una charla: que desde Latinoamérica idealizamos demasiado a los críticos norteamericanos. Buena parte de los investigadores que desde México, Perú, Chile, Argentina, Brasil, etc., van a Estados Unidos y destacan porque en sus lugares de origen no cuentan con la infraestructura indispensable para investigar: falta de bibliografía actualizada, acceso restringido a bibliotecas y profesores de pregrado y postgrado que no han renovado su discurso desde que comenzaron a dictar clases. En Estados Unidos cuentan con la infraestructura y los medios, por ello no es casual que los investigadores “latinos” destaquen cuando encontraron lo que buscaban. En Laval me hallé entre críticos que al estilo de Williams y Oviedo repetían o adulaban a Vargas Llosa pero no brindaban nuevas luces acerca de sus textos. Y de esto Roland Forgues se percató de inmediato; en un intermedio me comentó que “estos hablan como hinchas y no como críticos”.

Lo mismo podría decirse de Oviedo y Williams. Lo que Miguel Ángel Huamán comentó en la Escuela de Literatura hace casi un mes es cierto. Los estudios literarios se han vuelto acríticos en su mayoría simplemente porque los críticos se han preocupado más en asegurar sus espacios mediáticos y corporativos. Si Oviedo consideró que su Dossier actualizaría los estudios sobre Vargas Llosa se equivocó rotundamente. Si fuera así entonces Javier Ágreda (La República) y Víctor Coral (Somos), ya deberían estar preparando la publicación de sus reseñas periodísticas.

Deseo que se entienda que la crítica no será buena o mala según el crítico se alinea con tal o cual corriente teórica. Igualmente deleznable me parece la actitud de varios críticos que en vez de dedicarse a explicar el texto, presumen de la teoría; es decir, produzco un ensayo psicoanalítico sobre El último cartucho en Chorrillos de César Augusto Álvarez Téllez, más para demostrar mi conocimiento del psicoanálisis que para brindar una interpretación sobre el texto. Así, la teoría deja de ser un medio y se convierte en un fin, tanto que algunos críticos llegan a imponer lecturas y no a desprenderlas del texto. Mi postura es que no debemos perder la vista de que la crítica reproduce un discurso sustentado en el poder de ejercer influencia sobre una determinada comunidad. Pensar que se puede exponer una perspectiva desideologizada, imparcial o ateórica es ilusorio y este el error en que cae Oviedo, un crítico según él mismo, “que prefiere proponer una perspectiva, no dictámenes basados en una doctrina preestablecida, para compartirla con el lector si es que mis argumentos lo convencen”. Sostener la posibilidad de un discurso desideologizado entraña el peligro de considerar que exista un sujeto que podría enunciar su discurso desde un lugar superior ya que se encontraría por encima o lejos de toda contaminación ideológica, lo cual es falso porque el poder, la ideología y el lenguaje preexisten al sujeto.

Para que ud., amigo lector, pueda ampliar más estas nociones sobre la ideología y el poder, le recomiendo el libro de Terry Eagleton, Después de la teoría (2005), brillante ensayo sobre la actualidad de los estudios literarios contemporáneos; y para que contraste lo vertido por Oviedo y Williams sobre Vargas Llosa, le sugiero La narración como exorcismo (2004) de Birger Angvik. Hasta pronto.