viernes, julio 10, 2009

Cuando la muerte y el poder conspiran contra la verdad

Carlos Arturo Caballero

En "Los dados eternos", Vallejo escribió que la Tierra es un dado roído cuyo destino es un hueco de inmensa sepultura. En ese poema, sugiere que la muerte iguala a todos los seres humanos, puesto que es nuestro destino común. Y es cierto porque la acción democratizadora de la muerte no se detiene y en las últimas semanas hemos comprobado cómo la muerte del rey del pop, de la princesa del folklore, de la otrora rubia de cabellera aleonada y ex angel de Charly, y del estilista de moda en Lima conmueven a la opinión pública al punto de inmovilizar la crítica y el análisis de la coyuntura política cotidiana.

En mi análisis, me llama profundamente la atención las siguientes cosas. La sociedad en su conjunto es cada vez más dependiente de la agenda que establecen los medios de comunicación. Es decir, la discusión de las cuestiones de fondo tales como los sucesos de Bagua, el escándalo de corrupción de los petroaudios y la excarcelación de Rómulo León, la falta de propuestas claras de parte de la oposición y la desarticulación de los movimientos regionales han pasado a un segundo plano. Ciertamente, la muerte de Michael Jackson y Alicia Delgado el mismo día cayó como anillo al dedo al actual gobierno y le dio el respiro suficiente para que los medios de comunicación, en su gran mayoría, dediquen sendos reportajes y exploren la truculenta vida de estos personajes famosos. De esta manera, Bagua, el paro nacional, los conflictos sociales y los escándalos de corrupción dejaron de formar parte de la agenda mediática diaria para dar paso al espectáculo, al show de la información. Los medios banalizan la discusión política al convertirla en un producto de consumo para el entretenimiento. Por ello, no debe sorprendernos la elevada sintonía que obtiene El especial del humor cuando Álvarez y Benavides interpretan los faenones de Rómulo Léon y Alberto Químper: para gran parte de la opinión pública resulta más gratificante hacer escarnio del corrupto, reírse de él o con él, o, eventualmente, admirarlo de alguna manera ("qué buena que la hizo").

Sin embargo, no solo se trivializan los problemas de fondo que merecen un análisis más reflexivo: también se infunde pánico en la opinión pública, o sea, se diseña una estrategia para atemorizar, intimidar y recordar que nadie está libre de morir repentinamente. Esto se comprende mejor en la medida que los protagonistas de las muertes recientes son celebridades públicas a quienes sus seguidores rodearon de un aura que los colocaba por encima de cualquier desgracia y que los inmunizaba, aparentemente, contra todos los males a los que era vulnerable el resto de mortales. Parte de la sociedad se siente muy impactada por la pérdida de sus iconos culturales que fueron símbolo de una época y cuya trayectoria profesional impregnó con éxito todo aquello que llegaba a sus manos. Me refiero a que se convirtieron en paradigmas vivientes, en referentes para validar ciertas formas de vida que la sociedad de consumo -que los vio crecer y que los alimentó (y que también los ignoró en sus inicios)- considera ejemplares para el resto de individuos.

Entender el shock que produjeron en la opinión pública mundial la muerte de Michael Jackson, del Papa Juan Pablo II o de la princesa Diana es indesligable de la angustia que experimenta el ser humano frente a la difícil idea de aceptar la inevitabilidad de lo efímero dentro de la sociedad de consumo. (Paradójicamente, si bien la muerte de una celebridad provoca una gran consternación, también hay regocijo en el escarnio por la exposición cruda de sus imperfecciones. De otra manera, no podríamos entender el éxito de un programa como Magaly TV quien colocó a las estrellas de la farándula local al nivel de cualquier ciudadano de a pie: los famosos lloran y sufren como nosotros los desconocidos de siempre). Los fans desean perpetuar la imagen de su personaje favorito a quien le niegan la posibilidad de experimentar las vicisitudes propias de sus admiradores: ellos son perfectos, bellos, exitosos, buenos, sobrehumanos. Los extrañamos porque en parte son nuestra creación y sin nuestra veneración colectiva ellos simplemente no existirían. Se trata de un nuevo tipo de culto consumista posmoderno: el caudillo político y el intelectual del ayer han sido reemplazados por los iconos pop del momento. Las adopciones de Madonna, los viajes de la pareja Pitt-Jolie al África o los conciertos organizados por Bono de U2 a favor de las víctimas de Sarajevo demuestran que hace mucho tiempo la acción político-social se delibera y trasciende más desde los escenarios y menos desde los escritorios de un burócrata.

Al momento que escribo estas líneas, el estilista Marco Antonio ha sido hallado muerto en su departamento en circunstancias muy similares a las que rodearon la muerte de Alicia Delgado hace unas semanas. Esta noche la parrilla televisivaa de hecho que brindará una cobertura ad hoc a este terrible suceso y continuará postergada la verdad acerca de los sucesos de Bagua y de las oscuras conexiones del tráfico de influencias de Rómulo León. La muerte y el poder conspiran contra la verdad y a la vez se construye una verdad acorde a las circunstancias. ¿Es acaso sintomático que las víctimas de estos crímenes hayan mantenido relaciones de pareja homosexuales? ¿Por qué se clasifica un crimen contra un homosexual como necesariamente pasional? Una vez puesta en circulación, la ideología genera creencias y actitudes en los individuos. Se nos expone que los homosexuales son más propensos a los crímenes pasionales, que los famosos no tienen la vida comprada (sufren, enferman, se mueren) y que su muerte puede convertirse en un espectáculo rentable.

En este marco, la gripe porcina pone su cuota de apoyo, ya que, sumada a lo anterior, mantiene a raya a la población para que se ocupe más en su salud y en lamentar la desaparición de sus ídolos que en indagar acerca de lo que se está jugando detrás de las esferas del poder. Me pregunto que hará el gobierno cuando las muertes de los famosos no le sean tan propicias. ¿Se animará a crear el escenario oportuno?