sábado, febrero 11, 2012

CELEBRACIÓN DE LA CRÍTICA





El reciente premio otorgado por la Casa de las Américas a Raúl Bueno ofrece una excelente oportunidad para comentar Promesa y descontento de la modernidad (Lima, 2010), conjunto de ensayos en los que el crítico y escritor arequipeño reflexiona acerca de la teoría, crítica, cultura y literatura latinoamericanas.

El libro inicia con una revisión de la «ciudad letrada» de Ángel Rama. A decir de Raúl Bueno, la «ciudad» de Rama conjuga la ciudad letrada ideal y la real, entendidas tradicionalmente como opuestos irreconciliables y más bien antagónicos. El aporte de Rama habría consistido en advertir lo contrario, es decir, la interdependencia entre la ciudad letrada y sus extramuros, pues esta ciudad se construyó sobre la base de todo aquello que confinaba hacia sus márgenes. De este modo, la ciudad letrada apunta hacia un ideal (utopía) contrario a la ciudad real que se resiste al influjo de aquella que la excluye: «detrás de la ciudad real existe otra ciudad significada, cuya polaridad es justamente la del signo opuesto al de la ciudad letrada. Es otra más bien oral, hecha de pactos, de implícitos acuerdos, de normas ahora llamadas “de la informalidad”, de tradiciones a veces milenarias, de signos que rehúyen la escritura y que afloran el sentido de una utopía distinta, a menudo cooperativa y comunal» (pp.18-19). Se trata de una ciudad cuyos actores quedaron desde el principio en la periferia, «fuera de las grandes agencias previstas por la ciudad ideal: todos aquellos naturales que ayudaron a fundar y sostener la ciudades hispanoamericanas (albañiles, carpinteros, alarifes, obreros, domésticas, etcétera), sus descendientes y aquellos que a lo largo de la historia se les han sumado: los hijos de los variados cruces de razas y culturas, destinados a cumplir roles modestos en la sociedad prefigurada por el ideal y las letras» (p. 19). Una ciudad que posee una existencia de hecho pero marginal al reconocimiento y el prestigio; y que, sin embargo, suele ser evocada por las élites como depositaria de la identidad esencial de las metrópolis latinoamericanas.

Bueno señala que la categoría de «ciudad letrada» de Rama complementa la «heterogeneidad» de Antonio Cornejo Polar, pues aquella socava la idea de una ciudad culturalmente homogénea «[...] de tal modo que el poder central homogenizador ha sido dinamitado en su propio lugar, desde el inicio, hasta el momento actual en que las periferias estrangulan el centro, con su presencia masiva, y lo redefinen con los signos evidentes de la alteridad y la pluralidad». De esta manera, se reconfigura una nueva ciudad más incluyente como modelo para el futuro de América Latina, ya que los extramuros de la ciudad letrada ya no se perciben como una amenaza, sino como la expresión innegable de la diversidad cultural latinoamericana.

Luego, aborda un tema largamente discutido: la posibilidad, alcances y límites de una teoría literaria latinoamericana. Al respecto, Raúl Bueno sostiene, no obstante el pesimismo de un sector de la crítica regional, que sí existe una teoría literaria latinoamericana. Una buena razón para ello es que el objeto de estudio precede a la teoría. Esta no surge en el vacío. Prueba de ello es que en Latinoamérica poseemos un vasto corpus de investigaciones sobre nuestros propios objetos de estudio. En suma, los teóricos de la literatura diseñan abstracciones sobre la base del discurso que estudian; en consecuencia, hay una teoría literaria regional sencillamente porque existen discursos sobre los que se ha teorizado con amplitud.

Asimismo, si partimos de la premisa anterior —que en Latinoamérica existe una teoría sobre sus literaturas toda vez que existe reflexión sobre sus objetos de estudio— lo que se necesita es inducirla (abstraerla) y luego evidenciarla (hacerla explícita) mediante categorías que no aspiren a instalarse sino a renovarse continuamente. «Nuestra tarea de estudiosos de la literatura consiste en hacer visibles los sistemas teóricos del conjunto llamado literatura latinoamericana. Consiste en extraer de los fenómenos y sistemas literarios latinoamericanos los dispositivos conceptuales y modelos que mejor los representan, describen y explican. [...] Y caben no sólo los modelos de vocación netamente teórica, a los que designaríamos de teoría “pura”, sino aquellos que se orientan al servicio de la crítica o la historia literarias» (p. 25).

En tal sentido, quienes consideran que en Latinoamérica no existe una teoría literaria de raigambre regional porque no hallan corrientes, escuelas o ismos teóricos como en Europa olvidan que las teorías literarias no son cuerpos terminados ni indiscutibles: «[...] más que un sistema conceptual uniforme, totalizador y coherente es un campo de reflexiones relativamente definido, sostenido por una base epistemológica más o menos cambiante» (p. 26). Nuevamente, Raúl Bueno establece una distinción fundamental entre el deseo de conformar un cuerpo sólido de categorías fundacionales con ideólogos y seguidores que las perpetúen, y la fugacidad de los planteamientos teóricos, contraria a la solidificación de saberes.

Otra evidencia a favor de su postura es que las teorías literarias están determinadas por la extensión de su corpus y por los objetivos que las articulan. La producción teórico-crítica latinoamericana da cuenta de una apreciable variedad de intelectuales y categorías que surgieron como resultado de reflexiones acerca de nuestra cultura: ciudad letrada (Ángel Rama), hibridismo (Néstor García Canclini), heterogeneidad (Antonio Cornejo Polar), entre-lugar (Silviano Santiago), transculturación (Fernando Ortiz), colonialidad del poder (Aníbal Quijano), etc. Todos estos intelectuales latinoamericanos no solo aportaron conceptos fundamentales para la comprensión de la cultura latinoamericana sino que mantuvieron, algunos más que otros, un diálogo fluido, pues de las teorías y de los críticos hay que esperar diversidad, diálogo y cambio constante, lo cual existe en América Latina, no en el grado deseado, pero ahí está: «El carácter fragmentario o no, tentativo o no, superado o no de sus distintos dispositivos no niega la presencia de una polifonía conceptual que, por acuerdo o simple coincidencia, de pronto produce sus acordes. No se necesita, a estas alturas, documentar con nombres y proyectos que todos conocemos esa variedad presente de nuestro campo». (p. 27)

Uno de los ensayos más importantes del libro es el dedicado a los estudios literarios y culturales latinoamericanos. Raúl Bueno propone entenderlos como un cuerpo heterogéneo que demuestra las tensiones entre sus objetos de estudio, para lo cual se apoya en la noción de «colisión cultural», un encuentro violento entre culturas con cosmovisiones diferentes que aún continúa «con el mismo grado de violencia. Unos tratando de destruir, en beneficio propio, laboriosos ordenamientos ancestrales y otros intentando tenazmente defenderlos». Racismo, ecologismo, movimientos indígenas, etc. «La colisión [...] es un proceso inacabado, actuante todavía y, para mal de muchos, todavía robusto». (p. 31)

Las culturas en colisión nunca fueron homogéneas, sino previamente totalidades heterogéneas y conflictivas. Pensemos en la variedad lingüística peninsular y europea y en la amerindia, y en la estratificación sociocultural de los conquistadores y de los pueblos americanos. El resultado de la colisión cultural es la hegemonía de una de la partes, pero, al mismo tiempo, se reconfiguran materiales culturales y se potencia la diversidad precedente. Guamán Poma y José María Arguedas son símbolo «ya no sólo de resistencia y afirmación de identidades, sino de una fuerza interior que eruptivamente busca salir a la superficie, permeando los estratos culturales de la dominación y marcándolos sustancial y perdurablemente [...]» (p. 41).

Aceptar la heterogeneidad de los estudios literarios latinoamericanos en virtud de las cualidades de su objeto de estudio implica aceptar la posibilidad de su enriquecimiento con teorías foráneas. La colisión cultural también se observa notoriamente en los conflictos entre modelos locales e importados. Sobre esto, Bueno señala que no hay inconsistencia en incorporar esas reflexiones a nuestro corpus siempre que se haga de manera crítica como es de suponerse en cualquier actividad de reflexión científica. Que exista diversidad de enfoques en la teoría literaria latinoamericana y no una teoría unificada y sólida no es un defecto, es evidencia de heterogeneidad.

«Propongo entonces entender el estado actual (y los estados anteriores) de los estudios literarios latinoamericanos, como el resultado de una colisión permanente y necesaria de paradigmas científicos y culturales de distinto tipo, consecuencia del llamado encuentro de dos mundos. Y propongo asumir homológicamente esa colisión, y la diversidad conflictiva que genera, como la base epistemológica necesaria para producir [...] los discursos críticos más ajustados a la índole complejísima del proceso de nuestras literaturas y, mejor aún, para producir un cuerpo teórico que argumente y revele, como uno de los rasgos distintivos de nuestra cultura, la colisión continua de sistemas y paradigmas a todo nivel» (p. 42).

Otro ensayo fundamental es «En defensa de una tradición intelectual: los estudios culturales de América Latina». Bueno considera que los estudios culturales no deberían ser tomados como una moda (una onda pasajera) o una novedad (una súbita aparición sin tradición ni precedentes), pues en América Latina aquellas reflexiones precedieron a las que tuvieron lugar en la escuela de Birmingham, Inglaterra, donde canónicamente se considera el lugar de nacimiento de los Cultural Studies. Además, destaca su intención inter y transdisciplinar y una agenda particular de investigación: «Los estudios culturales [...] constituyen un campo no sólo de encuentro de distintas disciplinas establecidas, sino de origen de diversas aproximaciones y teorías, para las que reclamo la retroactividad del nombre; los estudios culturales latinoamericanos [...] tienen antigua data, necesidades y programas propios y un futuro que trasciende los vencimientos cortos a que nos ha acostumbrado el mercado intelectual [...]».El ensayo brindó a los pensadores latinoamericanos la libertad de desarrollar una postura propia sin el corsé de procedimientos metodológicos rígidos. Que este haya sido el género privilegiado por la reflexión sobre la cultura en América Latina —especialmente durante los siglos XIX y XX correspondientes a la constitución de los Estados nacionales y a su modernización— es un hecho que no debe perderse de vista, pues evidencia que nuestros estudios culturales ya discutían una noción positivista de ciencia a inicios del siglo XX y que conformaban un campo de estudio compartido por distintas formaciones que admiten diversos modos de interpretación. Dicho de otra manera, se trata de una heterogeneidad epistémica distante de toda pretensión homogenizadora que integra y sirve de puente entre las ciencias sociales y las humanidades.

Para buena parte de los críticos culturales latinoamericanos los estudios culturales latinoamericanos son relativamente recientes, surgieron a partir de los planteamientos de la academia anglosajona (Cultural Studies), se ejercen mayormente fuera de América Latina combinados con los estudios de área (Hispanoamérica, Brasil, Caribe, Cono Sur, área Andina, componente latino en EEUU, etc.) e introducen una agenda de investigación de otras comunidades académicas: clase, género, raza, poscolonialidad, subalternidad. Bueno crítica esta caracterización porque no «se ve un esfuerzo por desatar realmente el campo de sus agendas hegemónicas, ni por retomar una tradición de estudios culturales que ya tiene antigüedad [...]» (p. 111). Añade que los estudios culturales latinoamericanos asumen críticamente los aportes de los Cultural Studies, por lo cual reclama un reconocimiento de esta trayectoria propiamente latinoamericana. Y si bien nuestros estudios culturales preceden a los anglosajones —en América las reflexiones sobre otredad existen desde el descubrimiento en las crónicas de la conquista a través de un filtro transdisciplinario (historia, literatura, teología, etc.)— ello no niega que la escuela de Birmingham haya revitalizado los estudios culturales latinoamericanos. De igual modo, no sería posible sostener que la interdisciplinariedad nació con los estudios culturales euronorteamericanos. Freud, Lévi-Strauss y Barthes, por mencionar algunos ejemplos, demuestran que no fue así.

El antropólogo Carlos Reynoso puntualizó los mayores reparos de los científicos sociales frente a los estudios culturales de la siguiente manera: 1) falta de un objeto de estudio definido, 2) de un método científico sistemático; y 3) de un corpus teórico estable, debido a su desmesurado eclecticismo teórico-metodológico. Sobre lo anterior, habría que mencionar que los estudios culturales latinoamericanos no podrían circunscribirse a un exclusivo objeto de estudio si es que asumen como premisa una noción amplia de cultura; y mucho menos en América Latina donde la diversidad cultural obliga a replantear los modelos teóricos concebidos en Europa. Ante un objeto de estudio tan complejo y diverso, no queda más que «ensayar» múltiples aproximaciones y métodos, constantes asedios desde todas las perspectivas posibles para intentar desentrañar su naturaleza. De allí que la transdisciplinariedad de los estudios culturales no representa para Bueno una ruptura epistemológica sino una modificación del campo de estudio, un desplazamiento hacia lo cultural: «Pero sirva la metáfora de las barreras rotas para poner un énfasis en la ensayística cultura, que libera al estudioso de los cepos de la argumentación —los rigores del método y la prueba— y le permite libertades intra-trans y aun a-disciplinarias, para tender hipótesis e interpretantes de variado alcance sobre lo cultural». ¿Y es que acaso el rigor de una reflexión teórica descansa solo en la metodología y no en la consistencia de las ideas expuestas?

Para comprender el afán inter y transdisciplinario de los estudios culturales latinoamericanos, es necesario precisar que la noción de cultura en la cual se enmarcan comprende los conceptos más elementales y pragmáticos (cotidianos), así como los más intelectuales. Los Cultural Studies se concentran en lo popular; los estudios subalternos, en las jerarquías socioétnicas en relación con lo hegemónico; los estudios poscoloniales, en analizar el proceso de descolonización y el influjo colonial en las sociedades poscoloniales. Todas estas orientaciones teórico-críticas comparten una noción general de la cultura: «[...] cultura es la información necesaria para que una sociedad o asociación [...] exista como tal; es decir, como conjunto, con una identidad determinada [...] la información necesaria para que una sociedad se reproduzca a sí misma, con vistas a su permanencia en el tiempo» (p. 117). La cultura es también la información que una sociedad desarrolla para adaptarse a las circunstancias, interactuar con otras, dominarlas y resistir. Los estudios culturales latinoamericanos exploran estos cuatro puntos, lo que les da un mayor panorama que a los estudios subalternos y poscoloniales.

Los estudios culturales latinoamericanos contienen «toda nuestra producción discursiva sobre el Otro y la necesidad de colonizarlo o descolonizarlo» (p.118). Esto se rastrea en las cartas de Colón, las crónicas del Inca Garcilaso, en el testimonio de Guamán Poma de Ayala, en el llamado descolonizador de Viscardo y Guzmán, en Sarmiento, Palma, etc. Son aproximaciones a la cultura latinoamericana que encajan en lo que hoy se llama estudios culturales que han indagado en el encuentro, choque, dominación, resistencia y subversión culturales. Bueno agrega a Martí, Mariátegui, Cesaire, Fanon y Arguedas, entre otros, a la tradición de nuestros estudios culturales.

El problema es que esta tradición en conjunto no es lo suficientemente visible para todos los que de alguna manera u otra se dedican a los estudios literarios en Latinoamérica; sí lo son en tanto pequeños cuerpos de investigación pertinentes a áreas específicas de estudios: historia, literatura, sociología, etc., pero no como un cuerpo heterogéneo de pensadores abordables desde perspectivas que superen las barreras disciplinarias antes mencionadas. Bueno precisa que urge una historiografía de los estudios culturales latinoamericanos que dé cuenta de los aciertos y desaciertos de su desarrollo, y que diseñe su agenda futura, e invoca asumir la tradición de los estudios culturales latinoamericanos con «autonomía y originalidad, enfocando siempre desde acá [...] la peculiarísimas y complejas circunstancias de lo cultural en América Latina». (122)

El último ensayo lo dedica a la vigencia de Fernando Ortiz, Ángel Rama y Antonio Cornejo Polar mediante el contraste de las categorías de transculturación y heterogeneidad. La heterogeneidad de Cornejo Polar comprende la diversidad cultural y social de regiones sometidas a conflictos históricos, y los discursos surgidos allí sobre esa conflictividad. De otro lado, la transculturación de Ortiz y Rama se refieren a la plasticidad del cambio cultural en zonas de contacto, en que ciertas renuncias del paquete cultural propio (parcial desculturación) dan lugar a adopciones de elementos del paquete ajeno con vistas a una «neoculturación» mitigadora de la brecha cultural. Es una transferencia cultural en doble sentido.

La heterogeneidad pone énfasis en las diferencias; la transculturación trata de diluirlas. Aquella es resultado, esta es proceso. Sin embargo, Bueno recalca que ambas categorías son complementarias: la heterogeneidad de hecho es condición previa a la transculturación, pues de existir homogeneidad no habría necesidad de transculturar: «La transculturación [...] busca reducir los conflictos en las zonas de choque cultural, pero en el proceso termina originando complejos culturales alternativos que añaden diversidad a la heterogeneidad inicial». Ello da lugar a una heterogeneidad jerarquizante de la cual Cornejo Polar estuvo consciente y buscó desmantelar.

Rama y Cornejo Polar construyeron un sistema conceptual coherente cuyas categorías se complementan. La ciudad letrada y Escribir en el aire representan esfuerzos de mutua comprensión entre ambos críticos. La «ciudad letrada» hace referencia a un sistema jerarquizado donde la letra somete a otros sectores (ciudades). Siguiendo a Rama, Bueno apunta que la ciudad real está constituida por la ciudad letrada y la ciudad oral: «La ciudad letrada es la punta del iceberg que Rama destaca porque es la sede del poder que controla o busca controlar el resto del sistema» (p.216). La ciudad oral es el resto del sistema. De esta manera, tenemos que en la ciudad letrada de Rama confluyen transculturación y heterogeneidad porque aquella ciudad es heterogénea (de hecho, no discursiva) migrante y transcultural.

El conjunto de los ensayos posee una doble intención, divulgadora por un lado y reflexiva por otro. Bueno no se limita a sumillas, panoramas o balances, sino que valora, discute y propone ideas con claridad. Muestra una particular preocupación por reevaluar la producción teórico-crítica latinoamericana y por superar las barreras disciplinarias que encorsetan la investigación en temas de literatura y cultura latinoamericana. Promesa y descontento de la modernidad nos invita a repensar la manera cómo América Latina construyó su propia modernidad a través de una indagación en nuestra conflictiva historia de rupturas y continuidades teóricas, sociales y culturales, cuyo balance confirma que la heterogeneidad es la marca distintiva de nuestra latinoamericanidad.