jueves, junio 14, 2012

«AMÉRICA LATINA ES LA CRÍTICA COMO SABOTAJE»




Entrevista a Manuel Asensi

Por Arturo Caballero
Especial para Noticias desde Córdoba, Argentina

AC: En un contexto en que las humanidades se repliegan a favor de la ciencia y tecnología, y de un extendido escepticismo posmoderno que evade la adopción de posturas, los métodos y la elaboración de «grandes relatos», ¿es la crítica como sabotaje un emplazamiento político a un amplio sector de la crítica literaria que se ha vuelto acrítica, despolitizada y exclusivamente academicista, y por ende, cómplice del poder?

MA: La crítica literaria, tal y como se ha desarrollado a lo largo del siglo XX, esconde un arma política feroz, debido a su capacidad de analizar el modo en que están construidos los discursos. El problema es que la crítica literaria ha cometido dos “errores”. El primero, concebir, en general, la “literatura” como un discurso inocuo, más allá del bien y del mal, más allá de lo verdadero y lo falso, cuyo único fin es producir efectos de placer (un pseudo-placer, podríamos decir). El segundo: ocuparse únicamente de los llamados textos “literarios”. Ni el marxismo ni el psicoanálisis incurrieron en estos errores (cometieron otros), pero ya sabe usted que ni uno ni otro son propiamente “críticas literarias”. La crítica como sabotaje comienza a partir de la premisa según la que la “literatura” posee, como el resto de los discursos, un poder performativo real que consiste en ser capaz de modificar la subjetividad de sus lectores y lectoras. Esta consideración nos lleva a sostener la tesis de que el repliegue de las humanidades al que usted se refiere surge del miedo de la ciencia y de la técnica a su poder subversivo y saboteador. La crítica como sabotaje trata de que las humanidades tomen conciencia de ese poder y se lancen al espacio social del que nunca tendrían que haber salido.

AC: ¿No teme que el énfasis en lo metodológico termine instrumentalizando la crítica como sabotaje y, en consecuencia, diluyendo su potencial subversivo?

MA: No es cierto que la crítica como sabotaje haga un énfasis especial en la cuestión de la metodología. De hecho, trata de superar el callejón sin salida entre una deconstrución que no se quiere método y toda la tradición de la ciencia moderna, incluidas disciplinas como la lingüística, que hacen recaer toda su condición de posibilidad en el método. Más allá de la crítica gadameriana del método, la crítica como sabotaje trata de mantenerse equidistante en relación a esos dos extremos. Se plantea como un método medio que produce hipótesis y leyes intermedias, por decirlo en términos científicos. Ahora bien, dado su carácter auto-reflexivo no puede limitarse a ser un método, las técnicas del sabotaje hay que inventarlas a cada paso y hay que innovarlas. Piense, además, que dado su valor crítico de desobediencia, su papel es siempre el de seguir en el camino de la negatividad, y por ello cualquier instrumentalización de esta modalidad debería quedar inmediatamente puesto en entredicho. De todos modos, el peligro de que un sabotaje vaya en dirección contraria es manifiesto, del mismo modo que ocurría con la deconstrucción. Piense que utilizar un teléfono móvil para hacer explotar unas bombas en un acto terrorista es una práctica deconstructiva basada en la descontextualización, pero se trata de una deconstrucción dañina para la libertad de la gente y sus vidas. Es esa la razón de la exigencia tanto de una auto-reflexividad constante como de un trabajo colectivo.

AC: ¿Le interesa sobremanera que quienes se aproximen a su propuesta tengan bien clara la diferencia entre deconstrucción y sabotaje?

MA: En el libro se analizan claramente las diferencias entre la deconstrucción y el sabotaje, al tiempo que se reconoce las deudas con los pensamientos derridianos y demanianos. No obstante, no es algo que me interese en primer lugar, les toca a los otros pensadores y pensadoras darse cuenta de las diferencias. Lo que le preocupa a la crítica como sabotaje es su función emancipadora en relación a las subalternas y subalternos, sean estos gente que pase hambre, o sufran violencia por causa de su raza, de su género o por su posición geopolítica. Claro que ese objetivo hace que esté convencida de que hay algo equivocado en la deconstrucción, especialmente cuando se aplica en dichos contextos, por ejemplo América Latina.

AC: En la superación de la indecibilidad del discurso, en el arrogarse el crítico la autonomía para decidir o en el contemplar sin ambages el hallazgo de una verdad, si bien en la voz subalterna, ¿no hay acaso un retorno semejante al sujeto unitario de la modernidad?

MA: En relación a la dimensión de la indecidibilidad, concepto complejo donde los haya, la crítica como sabotaje adopta una posición hegeliana, la supera y, a la vez, la conserva. No prescinde de ella, sino que la reubica en el lugar donde alcanza una mayor efectividad. Es decir, la sitúa del lado de aquellos textos que, como diría Paul de Man, denuncian la confusión entre la realidad semiótica y la realidad fenoménica. Este es un hecho clave dado que la crítica como sabotaje plantea que toda acción saboteadora comienza por subrayar el carácter entimemático de los discursos hegemónicos. Ello no supone volver al sujeto unitario de la modernidad, ya que todo sujeto sutura una posición en relación a los actos que lleva a cabo, y ello no depende de ninguna clase de conciencia de sí o de alguna intencionalidad pena. Al argumentar que esta modalidad crítica que defiendo quiere decir la verdad trato de provocar un debate en el seno de las disciplinas en relación a ese problema tan complejo. La posición relativista en torno a la verdad, tan vieja como el pensamiento, y por ello perteceniente a la tradición metafísica, puede llegar a inhabilitar las acciones de desobediencia, y ello me parece peligroso. Por otra parte, piense que la crítica como sabotaje entiende la verdad del lado del efecto performativo, y como algo relacional que surge en el contraste entre diferentes discursos. Sin querer descartarla completamente, diría que no se trata de la verdad en tanto adecuación de la proposición a la cosa.

AC: Si contemplamos la posibilidad de que hay subalternidades más postergadas que otras y que cada una posee legítimas aspiraciones reivindicativas, ¿tomar partido por alguna no implicaría el riesgo de empoderar un discurso opresor en cierto sentido respecto a otras subalternidades?

MA: Lo contrario también es cierto: ¿no empoderar un discurso no supone dejar en el ostracismo a aquellos subalternos y subalternas que apenas pueden vivir? Es necesario tomar partido, aun cuando el riesgo de reconstruir un discurso opresor sea una realidad. Sin embargo, lo que me parece importante es que la crítica como sabotaje nunca podrá estar del lado de los discursos opresores, salvo que resulte pervertida en alguno de sus puntos. Me parece lamentable la simple negativa a la representación del subalterno o subalterna, por lo que ello tiene de destinar un grupo humano a una falta de visibilidad y legitimidad.

AC: ¿Cómo tomar distancia, desde la adopción de punto de vista subalterno, frente al paternalismo o el asistencialismo que suele restarle capacidad de agencia?

MA: Adoptar el punto de vista del subalterno no quiere decir ser paternalista o asistencialista en primer lugar, sino provocar efectos performativos en la dirección contraria a los poderes, adopten la forma que adopten o vengan de donde vengan. Si ello se logra, no importa ser paternalista o maternalista en determinados contextos, siempre y cuando ello no suponga permanecer en una posición con el fin de tomar algunas ventajas. Siempre me he preguntado cómo es posible que ciertos políticos institucionales no sean capaces de entender que invertir en la ayuda a los demás repercute en beneficio propio y los demás. La actuación de esos tiburones especuladores que se enriquecen en las crisis me recuerda esas películas en las que los malos dejan que el mundo de pudra y ellos viven en alguna clase de fortaleza. La crítica como sabotaje trata de localizar las posibles fuentes de ese “esto no anda bien” que todo ciudadano o ciudadana tiene en su mente.

AC: En la línea de los subalterno. ¿Los discursos subalternos no son susceptibles de contener silogismos entimemáticos? Los candidatos políticos denominados outsiders son subalternos, por ejemplo, frente a los partidos tradicionales, pero vemos que una vez instalados en el poder trastocan las expectativas depositadas en ellos¿Cómo proceder frente a esa subalternidad (u otras semejantes) para, nuevamente, no facilitar el empoderamiento de un posible discurso opresor, toda vez que el sabotaje toma partido por el sujeto subalterno?

MA: Ya he dicho anteriormente que resulta ética y responsable correr el riesgo de ese empoderamiento de los outsiders con efectos hegemónicos. Lo contrario es una actitud parecida a quien no quiere tener relaciones amorosas por miedo a fracasar. Hay que lanzarse a la oscuridad del porvenir imprevisible, no del futuro previsible (por decirlo en términos derridianos). Si llegado el momento, como tantas veces se ha repetido a lo largo de la historia, la posición subalterna se molariza en el discurso hegemónico, entonces la labor de la crítica como sabotaje será la de estar con los ánimos calientes en su contra. La crítica como sabotaje dice ¡tengamos energía!

AC: Durante el desarrollo de los fundamentos de la crítica como sabotaje, el diálogo con Derrida, Foucault, Althusser, Spivak, Van Dijk, entre otros, es explícito, así como también los reparos que Ud. mantiene con ellos. Sin embargo, no se observa lo mismo frente a la teoría crítica latinoamericana ciudad letrada (Ángel Rama), transculturación (Fernando Ortiz y Ángel Rama), hibridismo (Néstor García Canclini), heterogeneidad (Antonio Cornejo Polar), entre-lugar (Silviano Santiago), colonialidad del poder (Aníbal Quijano), por mencionar algunos. En tanto la comunidad académica latinoamericana viene siendo receptora de su propuesta ¿lo anterior le suscita algún comentario?

MA: Mi dialogo con Derrida, Foucault y los nombres que usted menciona en el primer lugar se explica en parte por mi propia formación y en parte porque veo en ellos armas indispensables para la lucha ideológica. Sin embargo, le diré que en un texto que escribí al calor del sabotaje sobre José María Arguedas, el diálogo con la teoría crítica latinoamericana, especialmente con Ángel Rama, Fernando Ortiz y Cornejo Polar, quedó iniciada. A ello se suma el hecho de que cuando hice la traducción y edición crítica del texto de Spivak, “Can the Subalern speak?”, la discusión con el grupo de estudios subalternos latinoamericamo quedó plasmada en el prólogo que antecedía a ese texto de Spivak. Piense, por otra parte, en la discusión con Walter Mignolo que hay al final del capítulo sobre los fundamentos de una crítica como sabotaje. Precisamente esa discusión subrayaba que la diferencia entre crítica poscolonial y descolonial me parece poco clara y problemática, hay demasiados puntos de contacto entre esos dos supuestos grupos.

AC: Roberto Fernández Retamar advirtió el peligro de la utilización de categorías provenientes de otros ámbitos al campo de los estudios culturales y literarios. Antonio Cornejo Polar hizo lo propio respecto «al mareante embrujo de las metáforas que, a modo de categorías descriptivas, intentan dar cuenta de nuestra cultura y literatura». Si estamos de acuerdo en que los discursos surgen en contextos o condiciones particulares de enunciación, por qué para la crítica como sabotaje resulta «falaz establecer un determinismo en la relación entre lugar de enunciación y enunciación misma»? ¿en qué sentido «el análisis del lugar del lugar de enunciación resulta también fundamental» para la crítica como sabotaje?

MA: Comparto totalmente la advertencia de Fernández Retamar, y si usted lee mi sabotaje de Jacques Rancière entenderá la razón de nuestra coincidencia. Ahora bien, una actitud crítica de desobediencia necesita poner en claro que una valoración del lugar de enunciación a expensas de quienes lo producen desde las geografías hegemónicas, se transforma fácilmente en un esencialismo muy problemático. Lo importante de un discurso no es donde ha sido producido o enunciado, sino los efectos performativos que provoca en los contextos en donde opera. Por otra parte, se olvida que muchos de esos discusos fuertes (el adjetivo es de Mignolo) circulan a través de editoriales hegemónicas norteamericanas. También se olvida, que la diferencia entre un pensamiento débil antihegemónico y uno fuerte reproduce esquemas falocéntricos (débil/fuerte) e ignora que en los contextos europeos o norteamericanos no hay tampoco un sujeto unitario responsable de sus discursos. El análisis del lugar de enunciación es fundamental para una crítica como sabotaje por cuanto se pregunta siempre por la responsabilidad. A fin de cuentas, eliminar el sujeto supone quedarse sin el destinatario a quien pedir explicaciones ideológicas.

AC: ¿Cuál es su balance de la recepción de la crítica como sabotaje en América Latina? ¿Tiene planeado nuevos desarrollos?

MA: No resulta nada exagerado decir que por el momento América Latina es la crítica como sabotaje. Tras su presentación en México, Perú y Argentina, la recepción ha sido extraordinaria y en todos estos países donde hemos estado mi equipo (Beatriz Ferrús y Mauricio Zabalgoitia) y yo, la acogida ha sido excelente y las discusiones muy encendidas. Ya he dicho en varios lugares que la crítica como sabotaje adquiere su pleno poder cuando se ejerce de forma colectiva, no tanto en un nivel individual, y por eso estamos intentando crear una red de trabajo en estos países y en otros que próximamente visitaremos. A finales de año sale un número monográfico de la revista Anthropos. Huellas del Conocimiento (segunda etapa) sobre la crítica como sabotaje, y es remarcable el hecho de que en él participan conjuntamente personas de todos esos países. A la vez hemos pedido un proyecto de investigación al Ministerio de política científica de España para tomar como objeto de estudio la cuestión de la representación del subalterno en América Latina. Lo concedan o no (siempre puede haber enemigos en las comisiones), será el objeto de nuestro análisis desde la crítica como sabotaje. Tenemos planeado, además, visitar otros países latinoamericanos como Chile, Ecuador y Brasil.

miércoles, junio 13, 2012

EL PERÚ NO NECESITA DE FÚTBOL



Recuerdo que en la secundaria, el hermano Gabriel se encargaba de reclutar a los alumnos que integrarían la banda de música. Durante las primeras semanas, visitaba las aulas del primer y segundo grado de secundaria y luego de preguntarnos quienes queríamos entrar a la banda, de inmediato nos evaluaba en el solfeo. Las ganas eran grandes, pero no siempre acompañaba el talento, por lo cual algunos no muy afinados se quedaban al margen o se consolaban con la banda de guerra (tambores, tarolas) o la escolta. Y aunque tuve la suerte de integrar la banda de música del Colegio La Salle, me quedé con la desazón de no haber podido dominar el saxo barítono. Veinticinco años después, el colegio ya no cuenta con banda de música, pues hace algunos años atrás se deshizo de ella. La razón de fuerza, me dijeron, fue lo costoso de la renovación de los instrumentos, muchos de los cuales habían pasado por varias generaciones de estudiantes, y otra que cada vez había menos interés en los alumnos.

En cierta ocasión, en una breve charla con Daniel Salas, discutíamos acerca de la importancia de las tesis de licenciatura. Para Daniel, esa tesis no tenía razón de ser porque se convertía más en una traba para ejercer la profesión que en una acreditación real de conocimiento, ya que no se le puede exigir a un egresado del pregrado un trabajo de investigación sólido habida cuenta de lo precaria que es la formación de investigadores en las universidades públicas. En su opinión, era preferible eliminar la tesis de licenciatura, como se hizo con el bachillerato, y convertirla en un trámite administrativo como lo es aquel. De este modo, si el egresado se sintiera atraído por la investigación, aguardaría un trabajo más sólido para la maestría o el doctorado, espacios según Daniel, más idóneos para elaborar una buena tesis.

De otro lado, recuerdo un programa de Andrés Oppenheimer al cual convocó a humanistas y técnicos para debatir sobre el retraso tecnológico en América Latina. En todo momento, situó el debate en una falsa contradicción: que la sobreabundancia de letrados y humanistas en nuestro continental es la razón por la que la ciencia y la tecnología están atrasadas, por lo cual habría que revertir esa polaridad.

Contrariamente a lo que se piensa, no todos los argentinos viven por y para el fútbol (conozco a muchos que detestan a Maradona y que no siguen a su selección sino recién en las instancias finales y a otros tantos que sienten vergüenza ajena por la celebridad en que se ha convertido el Tano Pasman, el enfebrecido hincha de River Plate que sufrió el descenso de su equipo a la B de una manera insólita). En cuanto a deportes, Argentina no ha obtenido exclusivamente logros futbolísticos. La selección de básquet fue campeona olímpica en Atenas 2004 venciendo nada menos que a EEUU en semifinales y a Italia en la final. Los Pumas, el equipo argentino de rugby, no ha campeonado en certámenes de gran envergadura (lo mejor ha sido el 3° en el mundial de 2007). El rugby en Argentina es amateur, no profesional como en Inglaterra, Sudáfrica, Francia o Nueva Zelanda, lo que significa que muchos de los jugadores que no tienen la suerte de alternar en un equipo profesional de Europa u Oceanía, deban dedicarse a otras actividades para suplir la falta de presupuesto, situación que ha cambiado desde que la empresa privada junto con el Estado los apoyan, pese a que no tienen grandes lauros que exhibir como sus pares anglosajones. La Leonas, nombre con el que se conoce al equipo argentino de hockey sobre césped, tienen un palmarés más notable: siete medallas en la Copa Mundial de Hockey sobre Césped (dos de oro), tres medallas olímpicas, nueve medallas del Trofeo de Campeones (cinco de oro), y siete medallas en los Juegos Panamericanos (seis de oro y una de plata). Ambos deportes no son de lejos nada comparables en audiencia con el fútbol en Argentina, pero ni los modestos resultados ni la escasa acogida de estos deportes (hoy en franco crecimiento) podría esgrimirse como razón para decidir quitarles presupuesto para favorecer, por ejemplo, el teatro o el cine.

En Argentina, la pasión por el fútbol transita en paralelo con el cultivo de las artes y las letras. El cine argentino tiene una reputación merecidamente ganada a nivel mundial. Recuerdo la gran expectativa que levantó la nominación de La teta asustada a la mejor película extranjera, galardón otorgado a El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. El bien ganado prestigio del cine argentino en América Latina y Europa a merced de producciones como Kamchatka, Iluminados por el fuego, Carancho, Nueve reinas, Viudas, El hombre de al lado, entre tantas otras, no se explica por la reducción de presupuesto a deportes que no brindan satisfacciones o lo que es lo mismo, que no cosechan triunfos. Lo mismo es extensivo a las letras. La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires figura entre las más importantes del mundo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría disminuir el presupuesto del hockey o el rugby para endosarlo a la feria del libro o para refaccionar el Gran Rex.

Nelson Mandela recibió enormes presiones para desmantelar a los Springboks, el equipo sudafricano de rubgy, cuyos colores representaban la oficialización del racismo en el deporte. Ni los deficientes resultados en campeonatos internacionales apenas asumida la presidencia ni las enardecidas pero muy comprensibles demandas de la comunidad negra y de su entorno de asesores determinaron la desaparición de los Springboks. En un país donde la población negra prefería el fútbol, vitoreaba al rival y esperaba con ansias la aplicación del «ojo por ojo», Mandela no solo no cedió sino que personalmente pidió al capitán del equipo de rugby François Piernaar ganar el campeonato mundial que tendría como sede a Sudáfrica, lo cual lograron en el último minuto frente a los favoritos All Blacks de Nueva Zelanda, victoria que a la postre alivió las tensiones evitando una inminente guerra civil. ¿Qué hubiera sucedido si el mandatario sudafricano actuaba de acuerdo a la lógica del resultado? Definitivamente, nada de lo que John Carlin testimonia en El factor humano: sellar la paz y cambiar el curso de la Historia.

Y es que la razón por la que la cultura en el Perú no está en la agenda de la mayoría de los ciudadanos no debemos buscarla en la desproporción existente entre el financiamiento que recibe el fútbol y otros deportes o entre aquel y el teatro, el cine, la ópera, etc., sino en los protagonistas del problema que se intenta resolver, los cuales no se hallan precisamente en el Estadio Nacional ni en la Videna.

Las implicancias de lo dicho por Marco Zunino son muy graves por lo pragmatista y simplificadora de su propuesta (tan persuasiva y efectista en momentos de desencanto por la selección) y porque, aunque no lo sostuvo, muchos de quienes apoyan su declaración plantean la discusión del apoyo a un deporte (y por qué no extrapolarlo a la cultura, digo) en términos de mayoría/minoría: o sea condicionamos el financiamiento económico a un deporte en función de los triunfos que este deporte obtiene y de la aceptación o rechazo público. Interesante. Entonces de lo que dice Zunino y quienes lo apoyan se sigue que si la selección nos diera triunfos y alegrías estaría justificado el enorme presupuesto que actualmente recibe, que se corresponde con el desnivel de financiamiento a otros deportes (?), así, el asunto de fondo permanece igual: que otros deportes sigan postergados porque no dan triunfos, ni alegrías, ni placer, ni satisfacción. Esta lógica resultadista nos diría también que si la gente no fuera al teatro (en provincias por ejemplo no es como Lima), que si las facultades de humanidades disminuyen su población o que como en muchas ciudades de interior no hay demanda por el cine, entonces que Abancay, Cuzco, Moquegua y Puno por poner algunos ejemplos permanezcan sin cine y teatro, o que se cierren las carreras de humanidades porque no son útiles. El trasfondo de ese razonamiento (no hay buenos resultados, no dan satisfacciones sino desencanto, ergo, adiós financiamiento) es del más rabioso pragmatismo oferta-demanda, cuya gravedad la apreciamos mejor cuando la trasladamos a las actividades de nuestro interés, las que nos dan placer. Pero ¡no, esas son intocables, pues! Ya que es más sencillo aprobar el desfinanciamiento de una actividad (o su eventual reducción cuando no desaparición) que nos desinteresa y decepciona, y promover otras más gratificantes. Quienes de entrada secundan la lógica pragmática de Zunino están muy cerca del ex ministro de Defensa, Ántero Flórez-Araoz cuando declaró que el Perú no necesita museos, pues urgen más clínicas y escuelas.

Lo otro es que detrás de la opinión de Zunino se desliza la seductora idea de que la cultura en nuestro país carece de apoyo porque el fútbol recibe mayor financiamiento (o peor que castigando al fútbol por los malos resultados llegó el momento para incrementar el presupuesto en cultura). Flaco favor el que le hace Zunino a las expectativas de quienes mucho antes de que la selección acumulara fracasos exigen que el Estado les preste mayor atención. Entonces, esperemos a ver qué otra actividad no es tan útil para pensar a cual revitalizamos, o sea, Zunino propone actuar reactivamente, por condicionamiento a las deficiencias de una actividad para potenciar otra, y no a partir de un análisis de las políticas culturales en el Perú. De acuerdo a lo declarado por Zunino “ya basta de fútbol, no vamos a campeonar”, la viabilidad de un deporte está supeditada al triunfo. Bien espartana su declaración. Vencer o ¿desaparecer? Entre esto y la competitividad empresarial que percibe toda confrontación como una lucha de supervivencia entre fuertes y débiles no hay mucha diferencia solo que Zunino, y quienes eventualmente lo apoyan, invierten el razonamiento, pero no así la gravedad de sus alcances: debilitemos al más «fuerte», fortalezcamos al más «débil», pues el origen de nuestras carencias están en los privilegios de aquellos. Visto así los «débiles» no son absoluto para nada responsables de su situación, pues esos están en otro lugar (en el desmedido financiamento al fútbol en el cual “no vamos a campeonar”) los culpables de que, por ejemplo, los teatros no cuenten con infraestructura adecuada. En suma, Zunino no ve en los propios actores de la cultura siquiera una cuota de responsabilidad en lo que a muchos nos incomoda: la desatención a espectáculos culturales.

En vez de disolver la banda de música, los hermanos del colegio La Salle habrían hecho mejor en reacondicionarla o crear nuevos canales de expresión artística acordes a los intereses de los alumnos, cuyos cambios son producto de la sensibilidad de una época. Pero de ninguna forma deshacerse de la banda. En cuanto a la postura de Daniel Salas, considero que la solución no está en eliminar la tesis de licenciatura, sino en elevar la exigencia durante el pregrado. Muchas tesis de licenciatura, al menos de las que conozco en el área de letras y humanidades, son superiores y más ambiciosas que otras de posgrado. La solución tampoco está en reducir la cantidad de páginas para que todos puedan saltar la valla como sucede con las tesis de grado en Humanidades de la PUCP en un afán por reducir la cantidad de egresados que no se gradúan. No es que el atraso técnico-científico se explique por la abundancia de abogados, sociólogos, antropólogos o humanistas. Aquí la clave tampoco es cerrar las facultades de ciencias sociales o humanidades y en su lugar abrir más de ingenierías. Ni aun en el fútbol por alinear a tres delanteros se es más ofensivo. Del mismo modo, los padecimientos de quienes promueven la cultura en el Perú no se solucionarán extirpando los recursos del fútbol. Si queremos que la selección nos depare triunfos y alegrías, la respuesta no está en desintegrarla, sino preguntémonos por qué Paolo Guerrero no da una jugada por perdida y por qué uno solo hace la diferencia. No solo nos molesta perder sino la manera como perdemos.

viernes, junio 01, 2012

SABOTAJE. UN ARMA POLÍTICA




Manuel Asensi está en la Argentina invitado por la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de Córdoba a presentar su noción de crítica como sabotaje. En la semana que termina, un nutrido grupo de estudiantes de diversos posgrados en letras, ciencias humanas y ciencias políticas participamos del curso dictado por Asensi en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Luego de la última sesión, tuvo lugar la presentación de su libro Crítica y sabotaje (2011), en el que desarrolla ampliamente sus planteamientos acerca de la crítica literaria, la lectura, la ideología, lo subalterno y principalmente la categoría de sabotaje.

Asensi (Valencia, 1960) es catedrático de Teoría de la literatura y de Literatura Comparada en la Universidad de Valencia y profesor visitantes en diferentes universidades europeas y americanas. Ha publicado Literatura y filosofía (1996), Historia de la teoría de la literatura (2003), Los años salvajes de la teoría: Ph. Sollers, Tel Quel y el surgimiento del postestructuralismo francés (2007). También elaboró la traducción y la edición crítica del ensayo de Gayatri Spivak, ¿Pueden hablar los subalternos? (2009).

Un primer contacto con la idea de sabotaje nos remite de inmediato a la deconstrucción de Jacques Derrida, lo cual no es gratuito, pues Asensi fue su alumno y además se ha dedicado en profundidad al estudio del pensamiento derrideano como a la aplicación de la deconstrucción para el análisis de diversos discursos. Esta filiación es manifiesta al momento en que el sabotaje se propone como un acercamiento que desmonta una estructura discursiva y luego la vuelve a reestructurar. El potencial subversivo que posee el sabotaje le viene precisamente de la deconstrucción. Pero, contrariamente a lo que manifestaba Derrida, Asensi enfatiza que el sabotaje sí es una teoría y un método. Otra diferencia es la reconstrucción del contexto en que circula el discurso dado. Derrida consideraba que un contexto nunca se puede recuperar y que por ello había que practicar la descontextualización. Pero Asensi propone un enfoque historicista para reconstruir un polisistema determinado (una matriz compleja de discursos cruzados), es decir, el contexto en el cual se producía y circulaba tal o cual discurso hegemónico. Definitivamente, la reproducción fiel no es posible, pero lo que sí es viable es la recomposición de un aspecto de ese polisistema que sea de interés analizar. De otro lado, la confianza en decir la "verdad" sobre el discurso es otra diferencia con la deconstrucción. La crítica como sabotaje quiere decir la verdad, entendida no como la correspondencia entre proposición y realidad, sino como indicio fiable de una situación producto de una mirada sufriente, subalterna. En otras palabras, la verdad se debe indagar en los silencios y omisiones confinadas al olvido por lo hegemónico; para ello es indispensable adoptar el punto de vista del sujeto subalterno, su mirada sufriente.

Por este motivo, el sabotaje exige al crítico una fuerte cuota de intervención política, demanda que se halla en la metáfora que encierra la palabra «sabotaje». Dentro de la teoría ha sido muy frecuente el uso de metáforas para representar categorías analíticas (rizoma, entre-lugar, mirada oblicua, ecualización, hibridismo, etc.). Asensi declara que el sabotaje es una metáfora y no lo es. Lo es en el sentido de que establece una analogía entre el texto o el discurso como una máquina a la cual el crítico debe sabotear (inhabilitar, desmontar, dañar) luego de tener bien en claro el contexto en el que opera dicha maquinaria discursiva y si se trata de un discurso hegemónico o no, pues, de lo contrario, habría que tomar partido por la subalternidad, no sabotearla sino potenciar el sabotaje que promueve lo subalterno. Y no lo es en el sentido de que el sabotaje se concibe no solo como una categoría analítica de discursos cuyo destino sea un trabajo académico, sino que demanda una acción política por parte del crítico que trascienda lo académico y se instale en lo público.

Lo anterior nos conduce a los diálogos que el sabotaje mantiene con otras teorías. Al análisis crítico del discurso (ACD), en la orientación de Teun Van Dijk, lo une precisamente el gesto político del crítico a favor de lo subalterno —y no solo la contemplación o descripción de las jerarquías o de las estructuras discursivas— la visibilización de los discursos hegemónicos, el análisis ideológico del discurso y la relevancia del contexto en la significación de los discursos. Asensi le concede una gran atención a la ideología entendida como un sistema de creencias que ofrece una visión coherente del mundo y que representativa de un grupo social, y también a poder performativo de la ideología y de todo discurso en general. De Foucault le viene al sabotaje el interés por el orden del discurso, pues en aquella conferencia inaugural, el autor de Las palabras y las cosas expuso una metodología de análisis que consistía en no perder de vista la posición que ocupa un discurso en un determinado contexto; también la genealogía del discurso en cuestión, que implica una abundante documentación en especial del material invisible, silenciado o no oficial; y por supuesto, la idea de poder. Lo mismo que Terry Eagleton en The Subject of Literature, Asensi considera que la literatura es una de las tecnologías morales más influyente en la modelización de subjetividades. La hegemonía de los discursos ideológicos, la maquinaria que los produce y las subjetividades modelizadas tienen una gran deuda con la teoría posmarxista de Louis Althusser y sus Aparatos ideológicos de Estado. De otro sector de la crítica marxista y los Cultural Studies, las referencias Raymond Williams y Stuart Hall orientan al sabotaje a indagar en los mecanismos que relegan lo contrahegemónico y la cultura popular.

No obstante, si hay una noción muy presente, esa es la subalternidad. Asensi realizó seguimiento de este concepto en los trabajos de Gayatri Spivak, desde la publicación de Can the Subaltern Speak? y las sucesivas versiones de este ensayo, así como de los debates suscitados por la idea del sujeto subalterno sostenida por Spivak. No acogió la propuesta de Spivak en su totalidad, sino que la saboteó, como también lo hizo con las posteriores interpelaciones a la subalternidad. Para Asensi la condición subalterna no es una esencia ni una función, sino una relación que deviene esencia, lo que significa que el subalterno se define como la posibilidad de una movilidad permanente entre lo hegemónico y lo marginal que se construye a partir de la relación entre los dos extremos y no unilateralmente por el propio sujeto subalterno. En este punto, la teoría poscolonial ocupa un lugar importante en la crítica como sabotaje.

La metodología propuesta por el sabotaje consiste en reconstruir el contexto del discurso, preguntarnos por la posición del discurso dentro de un polisistema, dilucidar si se trata de un discurso hegemónico o si de lo contrario es reactivo contra él. Si fuera el primer caso, es una responsabilidad del crítico inhabilitar la maquinaria discursiva; en el segundo, el crítico debe proseguir el sabotaje del discurso subalterno. En este instante es primordial el análisis del silogismo implicado en el discurso, o sea, la razón del discurso.

Ese silogismo sostiene un razonamiento que favorece una oposición engañosa, pero que luce muy estructurado y más aun, natural, de sentido común: técnicos/políticos; criollos/andinos; civilización/barbarie; alta cultura/cultura popular, cosmopolita/provinciano, etc. El discurso sostenido por el silogismo así no solo comunica o informa, sino que performa, invita a la acción. Allí, el crítico debe desmontar el silogismo entimemático, agredirlo, o no hacerlo si es que ya es saboteador. De este modo, la lectura es un acto de guerra, no solo una actividad placentera, porque es mucho lo que el lector se juega en la lectura. Ante un discurso hegemónico, el crítico saboteador debe impedir que aquel funcione. Visto de ese modo, el sabotaje es una crítica política, porque inhabilita sistemas represivos mediante el boicot de los silogismos que lo apuntalan.

El sabotaje supone una poética relacional, una superación del inmanentismo, de los análisis estructurales, formales, textuales, por ejemplo, desde una perspectiva retórica, estilística o lingüística, porque ello no nos revela cuál es la ubicación del discurso dentro del polisistema. Para este fin, es necesario reconstruir el contexto del discurso o analizarlo en el nuevo polisistema en el que está funcionando, ya que la transversalidad histórica explica como un texto funciona en distintos contextos. Esta labor se obtiene a través de un minucioso y paciente trabajo de archivo, una genealogía.

Sin embargo, ¿el sujeto subalterno no es susceptible de sostener silogismos entimemáticos, engañosos? ¿Qué hacer allí? ¿El énfasis en lo metodológico no lo conducirá a una instrumentalización que banalice su potencial subversivo? ¿En la confianza de que el crítico pueda decir la verdad de un discurso hegemónico y en su capacidad para modificar las jerarquías no hay acaso un retorno a la autonomía del sujeto moderno? Asensi responde que en un contexto de repliegue de las humanidades y de avanzada técnico-científica promovida por el neoliberalismo, aquellos son riesgos que se deben asumir. La inmovilidad ya no puede ser un lugar seguro para la crítica.

En suma, la crítica como sabotaje es un emplazamiento político a la crítica literaria como institución, que exige del crítico la asunción de una postura frente a los discursos hegemónicos, o sea, demanda de él una intervención a favor de los que su voz ha sido silenciada.