Cuatro razones por las cuales Aldo Mariátegui no es un liberal
Frecuentemente, Aldo Mariátegui, desde su columna diaria en Correo, sostiene fervientemente que es un liberal y que el término neoliberal carece de sustento, además de llamar ignorantes a quienes lo utilizan. En esta oportunidad, intentaré demostrar por qué el director de Correo no es, de ninguna manera, un liberal y cómo, más bien, sus posturas son próximas al neoliberalismo, del cual niega su existencia, y a las doctrinas del pensamiento único. El título de este artículo es una paráfrasis del libro del filósofo esloveno Slavoj Zizek: ¿Quién dijo totalitarismo?. Cinco tesis equivocadas sobre el mal uso de una noción que se acomoda muy bien a los propósitos que articulan este post.
La integridad del liberalismo: equilibrio político-económico
Un liberal íntegro y consecuente defiende la igualdad de derechos para todos los ciudadanos, no la perpetuación de privilegios. La diferencia entre el Antiguo régimen y la democracia liberal es que el primero concibe a un grupo social de manera estamental (clases sociales fijas y nítidamente diferenciadas) en el que la movilidad social es difícil, sino imposible, salvo por la aparición de súbitas fortunas o el ascenso social a través del matrimonio con un miembro de la clase más alta. Asimismo, el individuo que compone el estrato más bajo, como sucedía dentro del feudalismo, se encontraba en desigualdad de oportunidades frente a la nobleza feudal o al clero, puesto que dicha sociedad estamental organizó las relaciones entre clases sociales en base a privilegios y no en derechos. Es decir, en base a ventajas que se entendían como naturales o de facto, mediante las cuales se legitimaba, por ejemplo, que el señor feudal tuviera la preferencia de la primera noche con una sierva recién casada de su feudo (ius primae nocte). De esta y otras maneras, se legitimaba la desigualdad al grado de naturalizarla y darle un sentido de inevitabilidad. Es más, las clases dominantes consideraban una potencial amenaza cualquier intento de cambiar las reglas sociales de juego, porque, desde la actitud paternal de la nobleza feudal y de la jerarquía eclesiástica, el súbdito o siervo no necesitaba más que protección a cambio de la sumisión total de su voluntad individual, vale decir, de la anulación total de su libertad individual.

La caída del Antiguo régimen y el ascenso de la democracia liberal cambiaron el panorama. Los privilegios cedieron lugar a los derechos y, en consecuencia, los siervos se convirtieron, progresivamente, en ciudadanos. Resalto lo de progresivamente porque los primeros liberales eran muy reticentes a extender la plena ciudadanía a todos los individuos en lo que respecta a la participación democrática para elegir a sus representantes. Sin embargo, ello fue cambiando a través de la historia y, actualmente, cualquiera que se precie de ser liberal no podría afirmar alegremente que la ciudadanía está restringida a un sector social en virtud de su ideología política, credo, raza, sexo, edad o grado de instrucción. Y es que el ser ciudadano, dentro de la democracia liberal, significa estar en la capacidad de ejercer todos los derechos y cumplir las obligaciones sin ningún tipo de restricción no contemplada por la ley vigente. De allí que la igualdad de derechos ante la ley -en buena cuenta el liberalismo es el imperio de la ley- sea la marca distintiva de la democracia liberal.
Esta breve digresión histórica ha sido necesaria para explicar por qué Aldo Mariátegui no es un liberal, puesto que el contenido de sus declaraciones sobre Hilaria Supa y el acontecer político, social y económico nacional y mundial están en la otra orilla de lo que defendería un liberal íntegro: equilibrio entre libertades políticas y libertades económicas. Esto nos conduce a desarrollar otra idea que sustenta la dificultad de calificar al director de Correo como un liberal en el sentido más amplio de término (porque, de cierta forma, lo es, pero en el sentido más reducido, distorsionado e incompleto).
Supremacía moral de la democracia sobre dictaduras y autocracias
Frecuentemente, Aldo Mariátegui, desde su columna diaria en Correo, sostiene fervientemente que es un liberal y que el término neoliberal carece de sustento, además de llamar ignorantes a quienes lo utilizan. En esta oportunidad, intentaré demostrar por qué el director de Correo no es, de ninguna manera, un liberal y cómo, más bien, sus posturas son próximas al neoliberalismo, del cual niega su existencia, y a las doctrinas del pensamiento único. El título de este artículo es una paráfrasis del libro del filósofo esloveno Slavoj Zizek: ¿Quién dijo totalitarismo?. Cinco tesis equivocadas sobre el mal uso de una noción que se acomoda muy bien a los propósitos que articulan este post.
La integridad del liberalismo: equilibrio político-económico
Un liberal íntegro y consecuente defiende la igualdad de derechos para todos los ciudadanos, no la perpetuación de privilegios. La diferencia entre el Antiguo régimen y la democracia liberal es que el primero concibe a un grupo social de manera estamental (clases sociales fijas y nítidamente diferenciadas) en el que la movilidad social es difícil, sino imposible, salvo por la aparición de súbitas fortunas o el ascenso social a través del matrimonio con un miembro de la clase más alta. Asimismo, el individuo que compone el estrato más bajo, como sucedía dentro del feudalismo, se encontraba en desigualdad de oportunidades frente a la nobleza feudal o al clero, puesto que dicha sociedad estamental organizó las relaciones entre clases sociales en base a privilegios y no en derechos. Es decir, en base a ventajas que se entendían como naturales o de facto, mediante las cuales se legitimaba, por ejemplo, que el señor feudal tuviera la preferencia de la primera noche con una sierva recién casada de su feudo (ius primae nocte). De esta y otras maneras, se legitimaba la desigualdad al grado de naturalizarla y darle un sentido de inevitabilidad. Es más, las clases dominantes consideraban una potencial amenaza cualquier intento de cambiar las reglas sociales de juego, porque, desde la actitud paternal de la nobleza feudal y de la jerarquía eclesiástica, el súbdito o siervo no necesitaba más que protección a cambio de la sumisión total de su voluntad individual, vale decir, de la anulación total de su libertad individual.

La caída del Antiguo régimen y el ascenso de la democracia liberal cambiaron el panorama. Los privilegios cedieron lugar a los derechos y, en consecuencia, los siervos se convirtieron, progresivamente, en ciudadanos. Resalto lo de progresivamente porque los primeros liberales eran muy reticentes a extender la plena ciudadanía a todos los individuos en lo que respecta a la participación democrática para elegir a sus representantes. Sin embargo, ello fue cambiando a través de la historia y, actualmente, cualquiera que se precie de ser liberal no podría afirmar alegremente que la ciudadanía está restringida a un sector social en virtud de su ideología política, credo, raza, sexo, edad o grado de instrucción. Y es que el ser ciudadano, dentro de la democracia liberal, significa estar en la capacidad de ejercer todos los derechos y cumplir las obligaciones sin ningún tipo de restricción no contemplada por la ley vigente. De allí que la igualdad de derechos ante la ley -en buena cuenta el liberalismo es el imperio de la ley- sea la marca distintiva de la democracia liberal.
Esta breve digresión histórica ha sido necesaria para explicar por qué Aldo Mariátegui no es un liberal, puesto que el contenido de sus declaraciones sobre Hilaria Supa y el acontecer político, social y económico nacional y mundial están en la otra orilla de lo que defendería un liberal íntegro: equilibrio entre libertades políticas y libertades económicas. Esto nos conduce a desarrollar otra idea que sustenta la dificultad de calificar al director de Correo como un liberal en el sentido más amplio de término (porque, de cierta forma, lo es, pero en el sentido más reducido, distorsionado e incompleto).
Supremacía moral de la democracia sobre dictaduras y autocracias
Un liberal consecuente defiende el Estado de Derecho y la democracia, por imperfecta que esta sea, y no claudica en esta defensa ante ningún asomo de autoritarismo por más bienintencionado que este se presente ni bajo el pretexto del desarrollo económico. Esto quiere decir, como mencioné líneas arriba, que un liberal íntegro asume que la libertad es una sola y que no es coherente establecer jerarquías entre libertades políticas (democracia, elecciones, libertad de expresión, igualdad de derechos de las minorías ante la ley, etc.) y libertades económicas (libre mercado, libre competencia, propiedad privada, etc.). Tal integridad se fundamenta, precisamente, en cubrir ambos aspectos de la libertad como un todo con el fin de evitar el condicionamiento del desarrollo de una en perjuicio de la otra.
Al respecto, Aldo Mariátegui ha mostrado en sus editoriales un tratamiento diferenciado a las libertades políticas y a las libertades económicas. Al referirse al gobierno de Alberto Fujimori, tiene la convicción de que la lucha antisubversiva estuvo bien dirigida y que los mayores aciertos de esa gestión fueron la recuperacíón económica y la derrota del terrorismo. Desde su óptica, son méritos suficientes para proponer un balance positivo sobre el fujimorato, a pesar de la corrupción liderada por el ex asesor presidencial Vladimiro Montesinos, el tráfico de armas con las FARC, la colaboración y extorsión a los capos del narcotráfico en el Alto Huallaga (como el caso "Vaticano"), los asesinatos selectivos del grupo Colina en Barrios Altos y La Cantuta, la ejecución extrajudicial de presos rendidos en el penal de Castro Castro, la tortura y desaparición de agentes del SIE (caso Leonor La Rosa y Mariela Barreto), el autogolpe del 5 de abril, la millonaria indemnización por tiempo de servicio a Vladimiro Montesinos, la compra de congresistas tránsfugas y de las líneas periodísticas de la mayoría de canales de televisión, y la vergonzosa renuncia de Fujimori a la presidencia de la República vía fax desde el Japón. Para Aldo Mariátegui, la reinserción del Perú en el sistema financiero internacional y la reducción de la inflación no deberían ser opacados por los casos, antes mencionados, de corrupción y atropello contra los derechos humanos. Es así como se comprueba que el desequilibrio entre las libertades políticas y las libertades económicas forma parte de la propuesta "liberal" de Aldo Mariátegui.
Sostener conscientemente tal desequilibrio entre lo político y lo económico es una actitud moralmente censurable, un desliz que un liberal consecuente con los principios del liberalismo clásico no podría permitirse sin rectificarse en el acto. Colocar los resultados, las cifras, los índices, las estadísticas, en suma, los números (lo económico) como valores por encima del respeto al Estado de Derecho y la vida (valores jurídicos y éticos) demuestra que quien asume tal postura posee un concepto muy pobre del ser humano, pues valora el progreso de una sociedad exclusivamente por la cantidad de bienes materiales disponibles, explotables y comercializables, y no por el grado de bienestar social reflejado en situaciones tan cotidianas como obtener justicia, sobre todo durante el gobierno de Alberto Fujimori cuando los poderes del Estado se utilizaron para entorpecer investigaciones como la amnistía concedida a los integrantes del destacamento "Colina", el caso del narcoavión, la sospechosa retractación del narcotraficante "Vaticano", entre otros.
Respeto irrestricto a los derechos humanos
Para el tipo de liberalismo asumido por Aldo Mariátegui, propiamente, neoliberalismo, los valores éticos, humanistas y las libertades políticas representan un estorbo y son prescindibles si es que en una coyuntura se opusieran a la lógica del mercado: costo-beneficio, utilidad-pérdida, oferta-demanda. De esto se sigue que el neoliberalismo promueve una empobrecida definición del ser humano, al cual no toma como finalidad, sino como medio para lograr el desarrollo, es decir, en lugar que el fin supremo de la sociedad sea su realización sin perjuicio de la manera en que aquel elija para cumplirla (aquí radica el pleno ejercicio de su libertad individual, inclusive para elegir mal)para el neoliberalismo el motor del desarrollo social y económico es el mercado, por ende, si se asegura el libre mercado y la inversión privada, las demás libertades, están convencidos, caerán de maduras, sobrevendrán como lógica consecuencia. Por ello defienden primero la libertad económica, pues es el resto son efectos secundarios de aquella.
Los derechos humanos, componente fundamental de las libertades políticas asumidas por el liberalismo, no forman parte de la agenda neoliberal. Una de las más graves implicancias del neoliberalismo, de acuerdo al desequilibrio entre lo económico y lo político, es la eventual intrascendencia de los derechos humanos si es que devienen obstáculo para el mercado. En tal sentido, neoliberales como Aldo Mariátegui no se sobresaltan porque existan Estados que exhiban altos índices de crecimiento económico, celebren tratados de libre comercio, bajísimos niveles de inflación, mercados abiertos a la inversión privada, pero, simultáneamente, graves denuncias por violación de derechos humanos y censura contra medios de comunicación (Chile, Taiwán, China, Corea del Sur, Singapur, etc.) El llamado a la aplicación de la pena de muerte y al retiro del Pacto de San José, así como la periódica descalificación del Informe Final de la CVR y de sus comisionados proviene de la derecha liberal que, como señalé anteriormente, es liberal en lo económico, pero conservadora y confesional en lo político. Las editoriales de Aldo Mariátegui sobre los sucesos de Bagua ilustran completamente lo prescindibles que son los derechos humanos para alguien que en la Amazonía solo observa recursos naturales para explotar y no riqueza y diversidad cultural que legítimamente tiene el derecho a defender su modo de vida. Reconocer esto no implica dispensar a quienes cometieron la masacre contra policías desarmados. La trampa en la que quieren envolver a la opinión pública periodistas como Andrés Bedoya Ugarteche y Aldo Mariátegui es que el reconocimiento de los derechos humanos vulnera el principio de autoridad y que otorga una extraterritorialidad jurídica a quienes los ampara. Ello guarda relación con el siguiente punto a tratar.
Pluralismo y tolerancia. Valores constitutivos del liberalismo clásico
El pluralismo se ubica en la antítesis del pensamiento único. Ser plural significa reconocer que existe diversas formas de "ser" y "hacer". Es admitir la alteridad (otherness) no como una amenaza, sino como una realidad y que para ello es indispensable cultivar la tolerancia. Este valor fue pensado por John Locke, el gran ideólogo e inspirador de la revolución liberal inglesa, en su Carta sobre la tolerancia (1692), notable alegato en favor de la tolerancia religiosa y de la libertad de conciencia, donde, además, rescata la defensa de las libertades individuales y crítica las grandes concentraciones de poder.
El concepto de identidad cultural ayuda a comprender el pluralismo y la tolerancia liberales. Contrariamente al consenso existente durante el Antiguo régimen, el ser humano no está determinado inexorablemente por su lengua, credo, raza, nacionalidad, género u otra variable identitaria, pues la identidad es una categoría que insertada dentro del pluralismo admite flexibilidad ante la voluntad individual. Esta incorporación del pluralismo cultural es regularmente reciente en la historia del liberalismo político y de hecho no estaba totalmente cuajada dentro de las reflexiones de los ideólogos del liberalismo clásico; sin embargo, John Locke y John Stuart Mill (Sobre la libertad, 1859) sentaron las bases de un reconocimiento a la diversidad cultural al defender la diversidad religiosa y el derecho que le asistía a cualquier ciudadano de escoger aquella que lo satisfaga. De igual modo, trasladando este principio al resto de variables de la identidad, tenemos que no existe razón para sostener que un individuo o colectivo sea excluido de la ciudadanía en función de su identidad cultural. Es más, el pluralismo cultural aportó al liberalismo la idea de una identidad multicultural que socava el etnocentrismo y la fanática lealtad a una identidad lingüística, nacional, religiosa, sexual, etc., donde cada una busca dominar un espacio exclusivo en perjuicio del resto de manifestaciones de la identidad. En suma, se plantea que cualquier ciudadano, por ejemplo en nuestro país, puede reclamarse como hombre,peruano,castellanohablante,católico,homosexual,socialista, etc. y eventualmente si fuese su voluntad, cambiar o agregar más variables a su identidad multicultural. El reconocimiento de identidades múltiples y la crítica a la definición única de identidad es desarrollada por Amartya Sen, un liberal muy singular, en Identidad y violencia (2007). Cabe resaltar que estos principios promovidos por el liberalismo cobran gran importancia y actualidad en la realidad latinoamericana, cuya heterogeneidad cultural no necesita mayor demostración.
No obstante, Aldo Mariátegui ha dejado constancia de su intolerancia frente a la diversidad cultural y su pertinaz ignorancia sobre cuestiones que atañen a la realidad cultural de nuestra nación en su tristemente celebre artículo "Supa no supo" en el que sostiene que el dominio de la variedad académica escrita del castellano es signo indubitable del desarrollo intelectual que serviría para discriminar la idoneidad de un congresista de la República. Las réplicas a esta postura han sido ampliamente desarrolladas por especialistas (al respecto, sugiero leer el acertado post de la lingüista Nila Vigil). De mi parte, debo añadir que para el director de Correo su observación fue netamente funcional y práctica, pero no reparó en una de las más graves implicancias de su editorial: que la representación política solo es extensible a los ciudadanos competentes en la variedad académica del castellano. Nada más lejos del pluralismo y la tolerancia liberal.
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