lunes, agosto 22, 2011

Los radicales libres de la PUCP

Raúl Porras Barnechea alguna vez señaló que San Marcos y la Católica eran los pulmones intelectuales del Perú. Razones no le faltaban: ambas universidades han aportado gran parte del capital intelectual de nuestra nación. San Marcos, la Decana de América, ha sido durante nuestra vida republicana escenario de la discusión política nacional; la Católica, más bien de perfil elitista, nació a finales de la segunda década del siglo XX indiferente a la coyuntura política que la rodeaba. Y lo hizo asumiendo por completo el pensamiento conservador de su prinicipal benefactor, José de la Riva Agüero, quien en primera instancia había pensado dejar en herencia todos sus bienes a su alma máter, San Marcos. Sin embargo, ante la arremetida cada vez más sostenida y creciente del socialismo en sus aulas, decidió suceder sus bienes a la Católica.

Los problemas que San Marcos enfrenta son de conocimiento público y ahondar en ellos es llover sobre mojado. No sucede así con la amenaza que se cierne sobre la universidad privada más antigua del Perú, pues estoy convencido que de concretarse, se sentaría un precedente nefasto que comprometería la independencia intelectual y el espíritu crítico que nunca deben desaparecer de una universidad, sea cual fuera su naturaleza: laica, empresarial o confesional.

De todos los artículos acerca del litigio entre el arzobispado de Lima y la PUCP, el más frontal y sólido que he leído es el de Juan Carlos Ubilluz, conocido en nuestro medio por sus trabajos de investigación psicoanalítica lacaniana. Considera que la capacidad de respuesta de la PUCP en estos momentos cruciales debería fundamentarse no en el prestigio académico -el cual merecidamente poseen muchos de sus más notables profesores y egresados- sino en su capacidad de acción. De lo contrario, seguirán dando motivos para que los llamen "tragalibros" o "caviares" (el énfasis es mío). A lo vertido por Ubilluz le agregaría que la Católica estará en condiciones de enfrentar la amenaza del cardenal Cipriani siempre y cuando esté dispuesta a renunciar a la seguridad que le representa sentirse moral, política o académicamente superior al entorno que la rodea y, en consecuencia, persuadir a la opinión pública de que no se trata solo de una amenaza contra la autonomía, el patrimonio, la libertad o la pluralidad de esta universidad, sino contra la autonomía intelectual de cualquier institución que sostenga una postura progresista y secular.

La PUCP tiene todos los recursos para resistir y confrontar a los poderes fácticos que quieren doblegar a un sector de la comunidad universitaria que decidió imprimirle a fines de los 90 un giro radical a su tradicional indiferencia política en circunstancias que serlo era imperdonable. Y con esta afirmación no deseo comprometer a la universidad por completo sino solo a los sectores más progresistas. Durante mi breve estadía como estudiante de posgrado logré formarme varias impresiones, pero tengo la certeza que las escuelas más conservadoras son Historia y Literatura, tanto en lo político como académico. Son reductos en donde aún se respira el pensamiento de Riva Agüero, salvo excepciones muy visibles en ciertas cátedras. Por el contrario, Ciencias Sociales es el espacio donde el conservadurismo no cala. En el resto de la universidad el panorama es mucho más diverso. En consecuencia, es muy cuestionable la idea de que la Católica -no en abstracto y no tan solo las autoridades actuales, sino toda la comunidad universitaria- conforma un puño cerrado y sólido dispuesto a ofrecer una dura resistencia contra el conservadurismo confesional del Cardenal Cipriani, pues hay sectores indiferentes compuestos por tecnócratas eficientes que solo desean mantener sus cuota de poder sin perjuicio de la orientación política o académica que adopte el gobierno universitario. A ellos se agrega la resistencia progresista y liberal, que curiosamente podrían compartir la misma trinchera, y por último, están quienes ven la intervención del arzobispado con mucho gozo.

Para dar la lucha no basta con buenas ideas ni argumentos sesudamente diseñados como tampoco es suficiente publicar comunicados para contrarrestar las jugadas del Gran Canciller Cipriani cada vez que este los intimide, ni la recopilación de distinciones de sus más notables docentes ni la ardilla o el venadito o todas las maravillas PUCP juntas ni la discreta indignación de café o la aún más recóndita discrepancia virtual en las redes sociales. Hace falta bajar al llano y hacer sentir su voz con fuerza y determinación más allá de las cuatro paredes de un aula. Esto no es una invocación a que los docentes marchen por las calles (muy pocos lo harían en verdad); es más bien un llamado a los "radicales libres", a aquellos que están dispuestos a exponerse, a comprarse el pleito, a desprestigiarse, a manifestarse sin pensar en cuánto verán afectada su carga horaria para el siguiente ciclo.

También es necesario que paralelamente la PUCP se autoexamine y vaya depurando el amiguismo académico, la lealtad perruna, el doctoreo hipócrita, la herencia de cátedra y, el peor de todos, la necedad de mirarse el ombligo; y que algunas de sus autoridades medianas se convenzan de una vez por todas que están en la obligación de sumar, no de restar aliento, de ganar adhesiones, de integrar, no de construir capillas ni sectas y mucho menos cultos a la personalidad que para ello bastaría y sobraría con el Gran Canciller.

Si San Marcos enfrentara una situación similar, no tengo duda que habría grandes movilizaciones no solo en Lima sino en todo el país y que tanto autoridades, docentes, alumnos y egresados de todos los tiempos, grandes y pequeños, célebres y anónimos, amigos y rivales harían retroceder cualquier intervencionismo confesional en la Decana de América. Si la PUCP lograra que la opinión pública observe con indignación la posibilidad de que la libertad de pensamiento sea censurada en una universidad cualquiera fuese su orientación ideológica, habrá ganado un aliado moral mucho más contundente que todos los grados, títulos o diplomas obtenidos por su plana docente. Esa es la tarea de los radicales libres.