jueves, febrero 28, 2008

Arequipa y la independencia del Perú: 1821-1824

Por Víctor Condori
Universidad Nacional de San Agustín


Introducción

La Independencia del Perú, pertenece a aquellos hechos singulares de nuestra historia, en que a pesar del tiempo transcurrido siguen generando décadas de polémicas, diatribas, revisiones y frecuentes replanteamientos; y quizá ello se deba, a que durante muchos años fue observada tan solo a través del empañado lente geocentrista limeño y con una miopía histórica que no fue capaz de identificar las diversidades, intereses y necesidades regionales muy diferentes a las suyas; trayendo como lógica consecuencia, juicios y conclusiones de poco alcance y claridad.

La independencia en nuestro país fue jurada en julio de 1821, y consolidada en diciembre de 1824; tres años después que México y casi a una década de distancia respecto al Río de la Plata. Curiosamente, el comportamiento de las diversas ciudades y pueblos del Perú, frente a este trascendental acontecimiento resultó tan disímil como nuestra propia geografía. Así, mientras algunas regiones como el norte se alinearon con la independencia a la llegada de San Martín; los vecinos de Lima, invitaron al generalísimo argentino a ocupar la capital y proclamarla luego del retiro de las fuerzas realistas en julio de 1821; en tanto la región sur, asumió la independencia como un hecho consumado después de las capitulaciones de Ayacucho, en diciembre de 1824.

A primera vista parecería una historia un tanto singular, poco menos que excepcional, sino reparásemos en la cuestión que, en el Perú la independencia no fue precisamente un movimiento integrador, cohesionador de intereses y necesidades, sino todo lo contrario. Separó regiones, pueblos y hasta familias; de tal forma que para poderla entender tenemos que estudiarla al interior de sus complejas dinámicas regionales y coyunturales.

No obstante la importancia que Arequipa tuvo en la historia política del Perú decimonónico, la historiografía nacional y local le ha asignado al tema de su independencia escasa atención. Los estudios regionales sobre el período de 1820-1824, en los que prácticamente se definió nuestro futuro político, son casi inexistentes. Como es el caso de la voluminosa “Historia General de Arequipa”, para quien este tema solo le ha merecido seis reglones, y en los escasísimos artículos escritos sobre la materia, no se tiene una idea muy clara de lo que implicó la independencia ni de cuales fueron sus reales alcances. Incluyéndose dentro del mencionado movimiento emancipador, la rebelión de los Pasquines, el Seminario de San Jerónimo y al poeta Mariano Melgar.

Por medio de este breve ensayo, buscamos en primer lugar, revisar algunos conceptos que tradicionalmente se han hecho sobre la actitud política de la Ciudad Blanca durante los años de la independencia; en segundo lugar, a través de documentos de archivo, memorias y cartas de la época, acercarnos con una mayor certeza al singular comportamiento de Arequipa y sus habitantes en relación a las dos fuerzas que en aquellos momentos decidían el futuro del Perú.

Arequipa: ¿Realista o Patriota?

El ser realista o patriota pudo haber sido la cuestión para los diferentes pueblos del Perú, que después del 9 de diciembre de 1824, vieron el surgimiento de un nuevo estado, de una nueva realidad que reemplazaba al entonces “injusto y opresivo” régimen español. Ahora, la novedad consistía en haber sido patriotas y revolucionarios, desde la llegada de San Martín e incluso desde antes; los títulos y reconocimientos ya nada valían, salvo para remarcar el estigma de haber sido tan realistas como la propia dinastía Borbónica.

La Independencia en Arequipa fue jurada de la forma más entusiasta[1], el 6 de Febrero de 1825, tres años y medio después del ingreso de San Martín a Lima y a más de un mes de su reconocimiento en la imperial ciudad del Cuzco. Una realidad tan incuestionable como esta ha servido de argumento a ciertos historiadores y durante muchos años, para producir ligeras reflexiones relacionadas con el carácter político de la ciudad y su actitud frente al proceso emancipador; reflexiones que han concluido en una implacable sentencia al calificarla de ciudad “goda”, “realista”, “fidelista” y defensora de la “sagrada” institución colonial.

Quizá ello se deba a la obsesión que aún existe entre algunos investigadores, siempre atentos a membretar con cierta ligereza las actitudes y comportamientos de los pueblos a través del maniqueísmo político en “realistas” o “patriotas”. Sin tomar en cuenta los diferentes matices o posturas intermedias existentes entre tales posiciones extremas. Tal obsesión maniquea, como puede esperarse lleva a considerar a aquellos que no lucharon por la patria como realistas; y a decir de Charles F. Walker, este es uno de los mayores problemas que tiene la interpretación nacionalista de la independencia.[2] En la misma línea de análisis, Brian R. Hamnett señala que el historiador nacionalista busca los orígenes de la independencia y describe su desenvolvimiento como si fuera un problema ineludible:

En realidad, este proceso no era de ninguna manera claro y la gente que vivía en esta época estaba llena de dudas y temores, tenía perspectivas e intereses particulares y cambiaba de mente y de bando.[3]

Vale la pena recordar que, la independencia no fue un movimiento cohesionador o integrador, todo lo contrario, dividió las regiones, las clases sociales y grupos étnicos dentro de un mismo territorio.[4] Por esta razón creemos que, sin un estudio minucioso de las condiciones sociales, políticas y económicas imperantes en ese corto pero decisivo periodo (1820-1824), es muy arriesgado imprimir algún juicio o conclusión definitiva. Sin embargo y muy a pesar nuestro, la etiqueta de “realista” para la ciudad de Arequipa fue reiteradamente rotulada y no solo por historiadores foráneos, sino también locales. A continuación presentamos algunos ilustrativos ejemplos.

Alejandro Málaga Medina, en la Historia General de Arequipa afirmó que el fidelismo de la ciudad “goda” de Arequipa se debió a la fuerte influencia del intendente Juan Bautista de Lavalle y del obispo José Sebastián de Goyeneche, a los que denominó las “dos fuertes columnas del realismo español”.[5]

Para Heraclio Bonilla y Karen Spalding, en su ya famoso artículo sobre la independencia, Arequipa sólo participó en el movimiento emancipador en el último momento, cuando un grupo de poderosos de la ciudad, sin ninguna participación popular “juró la independencia, pasando así la región a la etapa republicana sin mucha pena”.[6]

Eusebio Quiroz Paz-Soldán, en su tesis sobre la economía de Arequipa durante la Independencia, considera que este fidelismo se manifestó a través de “donativos patrióticos y empréstitos para apoyar la causa realista”.[7]

Sarah Chambers, en un reciente trabajo sobre el honor, el género y la política arequipeña, clasifica el comportamiento político de la ciudad frente a la independencia según las clases sociales existentes. Así descubre un “fuerte realismo” en la élite, un “espíritu revolucionario” en el sector medio y una “cuidadosa neutralidad” en el resto de la población.[8]

Carlos Malamud, autor de una tesis y algunos artículos sobre una prominente familia arequipeña, señala que la defensa de los intereses de la corona durante las guerras de independencia, solo estuvo en manos de miembros de “la oligarquía arequipeña, como los Tristán y los Goyeneche”.[9]
John F. Wibel, en un notable pero hasta ahora, inexplicablemente inédito trabajo de investigación sobre la evolución de la comunidad arequipeña, sostiene que las contribuciones de la oligarquía local al gobierno colonial “no necesariamente deben ser consideradas como un respaldo a la causa realista”.[10] Aunque afirmaba que ésta ciudad se hizo conocida como un “centro de sentimientos realistas”; llamaba su atención que tal fidelidad contrastase con la oposición a las tempranas reformas fiscales.[11]

En resumen, mientras Málaga, Bonilla y Quiroz señalan tácitamente la existencia de un fidelismo arequipeño; Chambers y Malamud consideran que tal actitud solo estuvo presente en los miembros de las clases altas; sin embargo, únicamente Wibel pudo percatarse que el comportamiento político arequipeño no podía deberse a un simple fidelismo, sino más bien, este encubría cierta ambigüedad que no llegó a comprender claramente, afirmando que se trataba de “sentimientos realistas contrastantes”.

Un pragmatismo muy oportunista

Este es precisamente el punto de vista que nosotros tenemos, al considerar el comportamiento de la ciudad de Arequipa durante las guerras de independencia como pragmático y oportunista (ni realista ni patriota). Tal actitud llevó a sus habitantes a reconocer claramente cuáles eran sus intereses y necesidades y la manera de preservarlos por encima de cualquier ideología política en pugna. De este modo, la aceptación del régimen español no tiene que ser vista como una identificación plena con el sistema colonial, sino más bien, como una necesidad para la conservación de dichos intereses. Si este interés los impelía a defender el sistema español, lo hacían, pero dentro de las limitaciones que establecía su propia capacidad de sobrevivencia; y cuando las autoridades intenten sobrepasarla, sus habitantes responderán con dilaciones o negativas. Por todo ello, fue bastante frecuente encontrar en los documentos de la época, de un lado elogios excesivos de las autoridades al espíritu cívico de la población mistiana y por el otro, reproches y hasta condenas a la exigua colaboración o “egoísmo criminal” de esta misma población. Si para Wibel fueron sentimientos contrastantes, para las autoridades de la época (no solo realistas sino también patriotas) fueron experiencias amargamente desconcertantes y así lo podemos comprobar en los siguientes testimonios.
En abril de 1823, el general Jerónimo Valdez dirigió una carta de agradecimiento y despedida al cabildo de la ciudad de Arequipa, luego de haber permanecido cerca de dos años (1821-1823), en el cargo de comandante de los ejércitos reales de esta provincia. En dicha carta, Valdez se esforzaba por elogiar a la Ciudad Blanca, manifestándole:

“Su eterno respeto y gratitud por haberlo auxiliado eficazmente, desde que tomó el mando militar de las tropas de esta provincia... proporcionándole cuanto necesito en todos los ramos...”[12]

Sin embargo, cuatro años después (1827), en su conocida Exposición al rey Fernando VII “Sobre las causas que motivaron la pérdida del Perú”, el general Valdez se refería a esta ciudad como “voluptuosa y corrompida” en la que no se podía tener “moral” y “disciplina”, para justificar las razones por las que su colega el brigadier Mariano Ricafort, perdió toda una división de soldados cuando los conducía en julio de 1821 desde Arequipa a Lima. En dicha exposición señalaba:

La división de Ricafort no se quedó en esqueleto en aquella marcha por su incomodidad, privaciones y trabajos, puesto que casi su total pérdida la sufrió los cinco o seis primeros días, después de la salida de Arequipa en que de nada carecía; así que no fue esta la causa, sino la falta de previsión en haberla formado en una ciudad voluptuosa y corrompida, en que era imposible tener moral y disciplina, ni apenas salud ni robustez...[13].

Los elogios y denuestos del general Valdez contra esta ciudad, podrían ser dos caras de la misma moneda, ambiguas y contrastantes, determinadas por un comportamiento pragmático y oportunista de sus pobladores, que trató de ser entendida por Wibel y que estaría definiendo a una ciudad con un extendido sentimiento regionalista. Cuyos efectos, también lo sufriría el brigadier José Carratalá, quien en mayo de 1823 reemplazó al general Valdez en la comandancia general de los ejércitos de esta provincia. Dicha autoridad a los dos meses de asumir el mando, ya se encontraba amenazando al cabildo arequipeño por su indolencia y nula cooperación:

Que de no hacerlos efectivos los pedidos de caudal y carnes necesarios a la subsistencia de las tropas de su mando, se verá precisado a abandonar esta capital, contra todos los sentimientos de su interés a defenderla...[14].

Mucho más desconcertante y conmovedora fue la experiencia vivida por el general patriota Antonio José de Sucre. Quien ocupó la ciudad del Misti el 31 de agosto de 1823 por espacio de 39 días. En este breve tiempo, el joven militar venezolano “disfrutó” de todas las bondades que el oportunismo arequipeño pudo ofrecer; determinando que su apacible ánimo fuera progresivamente desplazándose desde la algarabía de los primeros días hasta la turbación más absoluta, un mes después. Como lo podemos reconstruir a través de sus cartas al cabildo arequipeño y al propio libertador Simón Bolívar.

El día de su ingreso a la ciudad, Sucre agradecía complacido a la población por el “entusiasmo que ha manifestado este benemérito vecindario, a la llegada del ejército libertador”.[15] Una semana después, ese tono jubiloso se fue progresivamente convirtiendo en reclamo:

Después de agotados los medios de suavidad para excitar el patriotismo de este vecindario, a socorrer las tropas libertadoras, apenas se ha producido un miserable donativo que a nada alcanza, me veo colocado en el terrible conflicto de ocurrir a otras medidas.[16]

¿Qué había sucedido? Erróneamente, Sucre había considerado que su recibimiento casi apoteósico se traduciría en generosos donativos, y al no llegar estos con la prontitud y cantidad esperada, la frustración y la rabia pronto hicieron su aparición; por ello se entiende sus reclamos al ayuntamiento arequipeño. Estos primeros sinsabores fueron inmediatamente comunicados al Libertador, en carta del 7 de setiembre de 1823:
Aquí he podido conseguir muy pocos reemplazos, apenas tengo 100 hombres de alta, en los siete días que estamos en Arequipa, apenas he conseguido 12,000 pesos de donativo y he tenido por tanto que exigir un empréstito de 100,000 pesos a la provincia…[17]

Quince días después la situación del jefe patriota en la ciudad, no había progresado sustantivamente, por ello sus reclamos empezaron a sonar amenazantes:

Han pasado tres días de los señalados, para que exhibiese en la comandancia del ejército 25,000 pesos a cuenta de los 100,000 pesos de empréstito que se ha pedido. En este concepto diré por última vez que a las nueve del día de mañana iré yo mismo al cabildo a presenciar la entrega al comisario del ejército de los 25,000 pesos que han de reunirse por el pronto.[18]

Al cumplirse un mes del ingreso de las fuerzas patriotas en Arequipa, la turbación de Sucre fue agravándose por las prolongadas esperas de contribuciones que no llegaban, empujándolo a radicalizar sus amenazas:

La contribución impuesta sobre el vecindario y particularmente sobre los españoles y desafectos, deben entregarse hoy y mañana. Si a las doce del día primero (octubre) no hubiesen exhibido…se le hará arrestar en la prevención de los dragones de Chile y darme parte de ello para tomar las últimas providencias.[19]

El 7 de octubre, las fuerzas patriotas tuvieron que abandonar la ciudad seguido muy de cerca por el fortalecido ejército virreinal. Como coronando sus frustraciones, ahora Sucre tuvo que contemplar perplejo el cambio de los sentimientos de la población en su contra, en comparación a su ingreso un mes antes. Esta metamorfosis política, la evidenció un testigo de excepción, que participó en estos acontecimientos, el coronel inglés Guillermo Miller. El inglés había acompañado a Sucre en Arequipa y en sus memorias relata un tanto sorprendido estos últimos instantes:

Antes de que Sucre saliese de la Plaza algunos individuos del clero y otros de la Municipalidad que habían hecho grandes protestas de patriotismo, hicieron replicar las campanas en celebridad por la entrada de los realistas y al mismo momento sacaron desde un balcón el retrato del rey Fernando. [20]

Las mismas personas que habían dado muestras de un “espontáneo” patriotismo al ingreso de las fuerzas colombianas de Sucre, un mes después exhibían sus mejores sentimientos monárquicos en frente de los ejércitos del rey que recuperaban la ciudad. Todo un ejemplo de oportunismo político mostrado por la población arequipeña durante este episodio de la independencia; que sin embargo, no pasó inadvertido para la célebre pluma del mayor de todos nuestros tradicionalistas, don Ricardo Palma. Siendo registradas en su monumental obra con los títulos “Un general de antaño” y “La maldición de Miller”.[21]
Equivocadamente podría pensarse, que un espíritu de colaboración tan exiguo, como el mostrado por los arequipeños durante la ocupación colombiana, estuvo reservado solo para las fuerzas patriotas, que al fin y al cabo se presentaban como intrusas al mundo local. Pero no fue así, el propio virrey La Serna, en comunicaciones enérgicas dirigidas al intendente de Arequipa, coronel Juan Bautista de Lavalle (1816-1824), le expresaba su profundo malestar para con los habitantes de la ciudad:

Quienes miran con indiferencia las disposiciones de este gobierno para reunir fondos ... quienes con llorar pobrezas, falta de numerario, obstrucción del comercio ... unos a otros se han retraído de dar los auxilios que se les ha exigido[22].

Sin embargo, al no presentarse variación alguna en aquellas poco colaboradoras actitudes, un año después (1824), las reiteradas protestas del virrey se hicieron cada vez mas graves:
Cuando considero que este miserable comercio (Cuzco) ha contribuido en tres ocasiones con más de 50,000 pesos, me asombra y admira que ése de Arequipa, que por título alguno puede compararse con el de Cuzco tenga tantas dificultades para dar 30,000 pesos y esto a la verdad no puede proceder de otra causa que de un egoísmo criminal.[23]

Y siguiendo la misma línea del general Sucre, el virrey pasó de las protestas más encendidas a las amenazas intimidatorias:

Todos los que al recibo de esta, no hubiesen entregado a esta cajas reales la cantidad que se les designó, se les notifique que si en el término de 24 horas, de hecha la notificación se les embarguen los efectos a cubrir la cantidad, mas un tercio; y el que ocultase los efectos y se resistiese al pago dispondrá VS que en calidad de preso pase a la isla de Chuchito.[24]

Cristina Mazzeo (comunicación personal) llamó nuestra atención al respecto, afirmando que la gente siempre fue reticente a la entrega de contribuciones forzadas, por ello se hizo necesaria la presión de las autoridades para conseguirlas en medio de la guerra. Además, el aporte económico de Arequipa durante la independencia al parecer fue significativo, aunque a decir de las autoridades virreinales insuficiente. Mazzeo señala que la insuficiencia arequipeña se debió a que se les pedía:

un patriotismo prácticamente impensable ya que de ellos dependía la financiación de la guerra como así también la manutención del ejército de reserva. [25]

Estamos parcialmente de acuerdo con estas afirmaciones. Debido a que en una guerra, las contribuciones son exigidas a la población de una manera más frecuente. Así sucedió durante este periodo en Lima y Cuzco, Arequipa no fue la excepción. De la misma forma se comprende que existiesen algunas personas resistentes a la entrega de las contribuciones señaladas y, como sucedió en 1824, luego de las amenazas del virrey La Serna, los comerciantes que no pudieron cubrir el monto exigido, sufrieron el embargo de sus bienes.[26]
Quisiéramos, no obstante, considerar algunas situaciones específicas en el caso de Arequipa. En primer lugar, mientras las economías de Lima y el Cuzco agonizaban con la guerra, Arequipa se convirtió en el centro económico y comercial más importante del virreinato y en el único nexo entre la metrópoli española y el último bastión realista de América del Sur. Por ello, esta ciudad entre 1821-1824 recibió las más importantes migraciones de comerciantes limeños, peninsulares y extranjeros. Además del arribo de numerosísimos barcos ingleses, franceses y norteamericanos, cargados de los llamados “efectos de Europa”. Todo ello contribuyó al crecimiento notable de la actividad comercial, la misma que se convirtió, al menos por estos años, en el eje de la creciente economía local.[27] En segundo lugar, los empréstitos forzados establecidos por las autoridades a los miembros del comercio local y regional, no fueron señalados de forma arbitraria, sino en función a la capacidad económica de cada uno de ellos. Así por ejemplo de los 28.269 pesos exigidos a la Intendencia en 1824, 5.500 pesos le correspondieron al rico comerciante español Lucas de la Cotera; 3.000, a todo el comercio de Arica; 2.000, al comercio de Moquegua; 1.600, al segundo comerciante más poderoso de la ciudad Ambrosio Ibáñez y compañía; 700, a Mariano Miguel Ugarte; 500, a Juan Bautista Arróspide; 300, a la compañía de Ramón Font; 200 al hacendado y minero Mariano Basilio de la Fuente, entre otros.[28] Finalmente, señalaremos que antes del inicio de las guerras de independencia y del gobierno de La Serna, el virrey Joaquín de la Pezuela (1816-1821) arribó a la misma conclusión sobre el compromiso de la población arequipeña. En una carta remitida en 1817 al recién nombrado Intendente Lavalle, le prevenía sobre los hombres de la ciudad:

Siempre repugnaron a los hombres el servicio al Rey y no usan salir de sus hogares por lo que... habrá alguna dificultad en el envío de los 100 hombres a Tacna[29].

Cinco meses después, volvía a prevenir al Intendente sobre este mismo asunto:

Pero debe tenerse presente que esa provincia hasta ponerse VS a la cabeza no ha dado gente para el servicio de las armas, o en un número tan corto que no merece la memoria...[30].

En junio de 1820 el virrey Pezuela ordenó que el Batallón Victoria, compuesto de 700 plazas acantonado en la ciudad de Arequipa, se dirigiese al puerto de Quilca con el objetivo de embarcarse rumbo al Callao. Las razones que tuvo el virrey para este traslado, las explica en su memoria de gobierno:

Por la dificultad de reunir los batallones de Arequipa y Número, que ambos se componen de menestrales de todas las castas de esta ciudad, casados, cargados de hijos, de vicios y de oposición a tomar las armas, siendo así todos los sastres, zapateros y demás oficios, absolutamente necesarios y por último una gente sin vergüenza, estímulo y honor, a quien a pesar de esto es preciso tener contenta en las presentes circunstancias de ser más temible esta chusma que los hombres buenos[31].

Como gente “sinvergüenza, estímulo y honor” calificó Pezuela a los soldados arequipeños que se negaban tomar las armas en los ejércitos reales. Pero, aunque suene paradójico, reconocía que dichos soldados “eran los mejores para la guerra”; y así se lo hizo saber al intendente de la ciudad, en otra carta que le envió en octubre de 1817:

En las otras provincias no son sus naturales tan a propósito como los de esta provincia para servir en dicha arma; por lo tanto sería conveniente y aún necesario el que proporcione los que sea posible.[32]

En la misma carta, el virrey continúa destacando las cualidades militares de los soldados arequipeños:

Rodil tiene en el día 660 arequipeños que han agradado aquí extraordinariamente, y me prometo mucho de ellos. Dicho su comandante me ha manifestado muchas veces que ni los cambiaría por las mejores tropas de las que van a la expedición.[33]

Como en situaciones anteriores los elogios y denuestos vuelven a estar presentes, en relación esta vez, a los soldados arequipeños. Lo que pone de manifiesto que la actitud pragmática y oportunista no fue un patrimonio de las clases altas de la ciudad (hacendados y comerciantes), como podría pensarse, sino también de “sastres, zapateros y demás oficios” que constituían los sectores populares arequipeños.

Un sentimiento regionalista

Podemos a estas alturas del trabajo confirmar que tan peculiar comportamiento en los arequipeños, estuvo extendido en todas las clases que comprendía la sociedad local. Porque, a fin de cuentas, todo ello no fue más que el efecto de un ferviente sentimiento regionalista o como lo llamaría el doctor Carlos Garaycochea un “localismo acendrado”; que diferenció a los arequipeños de otros pueblos y le dio a la ciudad y sus habitantes una condición “especial”, que lentamente se fue consolidando hasta alcanzar durante las guerras de independencia su forma más definida. Y cuando tuvieron que elegir entre la corona, la patria y su propia seguridad, inteligentemente (o interesadamente) se decidieron por esta última.
Dicho sentimiento regionalista, preocupado más del resguardo de la ciudad y la defensa de sus propios intereses indujo a aquel pragmatismo tan oportunista de sus habitantes durante esta época; sin embargo, ya se venía manifestando desde las campañas realistas contra los patriotas argentinos en el Alto Perú hacia 1809 (sino desde antes). En dichas campañas participaron importantes fuerzas militares arequipeñas, al mando de oficiales también arequipeños como el general José Manuel de Goyeneche o los coroneles Domingo y Pío Tristán.[34]

De este modo, en noviembre de 1810, el Cabildo de Arequipa rechazó un pedido de armas para auxiliar a la Intendencia de La Paz, que se encontraba convulsionada por una revolución popular. La razón, dichas armas eran necesarias para la defensa de la ciudad;[35] y a pesar del peligro que pudo significar el levantamiento de la Paz para la región, las autoridades locales consideraron que “de los 200 fusiles que quedan no son suficientes a mantener el buen orden, atentas a las actuales circunstancias.”[36]
En medio de esta guerra, fueron bien conocidas las diferencias políticas existentes entre el virrey Abascal y el general arequipeño Goyeneche; no obstante, a este último se le mantuvo en el puesto de comandante del ejército realista en el alto Perú, debido a sus talentos y sobre todo al ascendiente que mantenía entre sus tropas, integradas en gran número por soldados arequipeños. Abascal no se equivocó. Después del relevo de Goyeneche por el brigadier Joaquín de la Pezuela en 1813, se produjeron numerosas deserciones de estos soldados en el ejército del Desaguadero.[37]
Soldados reclutados posiblemente a la fuerza, se mantuvieron en servicio mientras el mando estuvo en manos de un jefe arequipeño de tanto prestigio como Goyeneche. Todo un orgullo de la Ciudad Blanca y vencedor de los patriotas argentinos en Guaqui (1811). Pero, al ser reemplazado por otro oficial no arequipeño, el vínculo que los mantenía en el ejército se rompió y decidieron regresar a sus entrañables hogares. Posteriormente, en 1815, otro militar mistiano aunque de un menor talento que Goyeneche, Juan Pío Tristán y Moscoso, con el fin de levantar la moral de los soldados arequipeños estacionados en Puno y deseosos de ser enviados de vuelta a casa, les tuvo que asegurar “estar cuidando de sus familias.”[38]
Confirmando este regionalismo tan evidente, Sarah Chambers señala que los arequipeños mostraron en esta época mayor disposición a “derramar su última gota de sangre” cuando les parecía que su propia ciudad estaba directamente amenazada.[39] Efectivamente la Ciudad Blanca representaba para muchos arequipeños el centro en torno al cual giraba toda su vida económica y social; y ello se puso en evidencia no solo en la actitud de las tropas locales enviadas al Alto Perú, sino también en las mismas donaciones pecuniarias que realizaron, por que según Wibel:

muchas donaciones para la Corona, fueron pensadas para la defensa de Arequipa, antes que del gobierno español en general. [40]

Finalmente, si los supuestos sentimientos “realistas” de los arequipeños tuvieron más de interés y defensa propia que una convicción fuerte, como concluye Chambers, entonces ese mismo interés pudo haber estado presente en el comportamiento de muchos connotados personajes arequipeños, tildados injustamente como “defensores del poder real”. Como fue el caso de José Sebastián de Goyeneche y Barreda, excelentísimo Obispo de Arequipa entre 1817-1859. A quien Alejandro Málaga Medina señaló como una de las “columnas” del realismo español en la ciudad. Sin embargo, creemos que su comportamiento en líneas generales, sin llegar a ser la de un ferviente patriota, distaba mucho de aquella apreciación. En principio, su actitud no fue distinta a la mantenida por la mayor parte de los obispos americanos.[41] Como máxima autoridad religiosa de la ciudad, apenas iniciado su ejercicio episcopal señaló la prohibición de denunciar a los insurgentes hasta no tener “la suficiente claridad para ello”[42]. Además, la opinión que tenía de las autoridades virreinales, tampoco sonaba demasiado fidelista. Así, frente a las continuas exacciones monetarias exigidas por el virrey La Serna a su institución y patrimonio familiar, escribía a su hermano el conde de Guaqui (José Manuel) en 1822:

La Serna y sus adláteres pierden el Perú, son unos ladrones, todos ladrones ...[43]

Luego de la derrota definitiva del ejército realista en los campos de Ayacucho, el 7 de febrero de 1825, hizo sin ninguna resistencia jurar la independencia a los curas y eclesiásticos de las provincias de su jurisdicción.[44] Y algo que merece destacarse, a diferencia de otros prelados, se quedó en el Perú y en Arequipa a fin de no desamparar a su rebaño ni a sus enormes propiedades.

Reflexiones finales

Durante mucho tiempo algunos historiadores se refirieron a la Ciudad Blanca en relación a sus títulos coloniales de “muy noble y muy leal” y “fidelísima”, sin tratar de excavar qué había debajo de esos reconocimientos. Más aún, como durante el proceso de independencia no se produjo ninguna manifestación patriótica a favor de la emancipación, entonces concluyeron que se trataba de una ciudad “realista”. Que solo participó en dicho proceso en el último momento (1825) cuando ya el régimen colonial había fenecido. ¿Qué hizo entonces durante los años de guerra? Había sostenido mediante donativos, empréstitos y soldados la “sagrada” causa realista, respondieron.
Como lo hemos señalado a lo largo de estas breves pero significativas páginas, todas ellas no fueron más que conclusiones ligeras, sin demasiada relación con una realidad local mucho más compleja y singular. Si existió alguna forma de fidelismo entre los arequipeños, fue con sus propios intereses y necesidades, los mismos que buscaron resguardar por encima de las efímeras fuerzas en pugna (realistas o patriotas). Si apoyaron al bando real, no fue por convicción sino por que aquel garantizaba la conservación y reproducción de los mismos. Pero cuando el sistema exigió más allá de sus límites poniendo en riesgo la existencia de tales intereses, la población se replegaba, dilatando o abiertamente rechazando aquellas exigencias. Como ya había anteriormente sucedido en plena “Era Borbónica”, cuando toda la población local rechazó violentamente la aplicación de los nuevos impuestos reales y el establecimiento de una aduana, en la ya mítica “Rebelión de los Pasquines” (1780).
Entonces, fue un emergente sentimiento de identidad regional lo que llevó a la mayor parte de arequipeños (de diferente condición social) a identificarse con estos intereses, en cuyo centro se encontraba la propia Ciudad Blanca. Ciudad que se había desarrollado durante muchos siglos distante de la capital del virreinato, engendrando como consecuencia una gran autonomía económica y cultural; sus principales mercados estuvieron en el Alto Perú y su aristocracia dependía mucho menos de los favores reales y más de los esfuerzos personales y relaciones sociales. Por todo ello, la proclamación de la independencia y el establecimiento de un nuevo régimen, después de 1824, no representó el trauma de otras regiones. Su élite había consolidado durante la guerra una importante base económica que le permitió fácilmente adaptarse al nuevo orden, al menos políticamente, y a través de sus fuertes lazos familiares y sociales, seguir monopolizando el gobierno de la ciudad.

Este trabajo fue posible gracias al valioso apoyo de la historiadora Cristina Mazzeo y del Dr. Eusebio Quiroz, para ellos mi enorme agradecimiento.

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ZEGARRA MENESES, Guillermo
1971 Arequipa en el paso de la colonia a la república. Visita de Bolívar. Arequipa.

Notas

[1] Chambers, Sarah. De súbditos a ciudadanos... p. 46.
[2] Walker, Charles. De Túpac Amaru a Agustín Gamarra.... p. 114.
[3] Hamnett, Brian R. La política contrarrevolucionaria del virrey Abascal, 1806-1816. p 14.
[4] Walker, Charles. De Túpac Amaru a Agustín Gamarra..., p. 114.
[5] Varios autores. Historia General de Arequipa. p 414.
[6] Bonilla, Heraclio y Spalding Karen. La Independencia en el Perú, p. 105.
[7] Quiroz Paz-Soldán, Eusebio. Aspectos económicos de la Independencia en Arequipa, p. 38.
[8] Chambers, Sarah. Op. Cit., p. 46.
[9] Malamut, Carlos. Consolidación de una familia de la oligarquía arequipeña, p.86.
[10] Wibel, John. The Evolution of a local Community within Spanish Empire and Peruvian Nation. Arequipa 1780-1845, pp. 282 – 284.
[11] Wibel, John. Op. cit. , p. 9.


[12] AMA. Libro de Actas de Cabildo (en adelante LAC) Nº 29: 25 de abril de 1823
[13] Valdez, Jerónimo. “Exposición del General Valdez...” En: CDIP. XXII, pp. 315 – 384.
[14] AMA. LAC. Nº 29. 18 de julio de 1823.
[15] Carta de Sucre al Excelentísimo Ayuntamiento de Arequipa. 31 de agosto de 1823. En Vargas Ugarte, Rubén. Documentos inéditos sobre la campaña de la Independencia del Perú (1810-1824) . p. 80.
[16] Ibidem. 5 de setiembre de 1823, p. 85.
[17] Carta de Sucre al Libertador Simón Bolívar. 7 de setiembre de 1823. En Zegarra Meneses, Guillermo. “Arequipa en el paso de la colonia a la República”...
[18] Carta de Sucre al Excelentísimo Ayuntamiento de Arequipa. 12 de setiembre de 1823. En: Vargas Ugarte…p 87.
[19] Ibidem. 30 de setiembre de 1823, p. 90.
[20] Miller, Guillermo. Memorias T. II, p. 62.
[21] Palma, Ricardo. Tradiciones Peruanas. T IV: “Un general de antaño” y “La maldición de Miller”. Espasa-Calpe Madrid 1945., pp. 334-400.
[22] Mazzeo, Cristina. Vicisitudes de la Independencia del Perú... pp. 65 – 66.
[23] ARAR. Intendencia Administrativos 108: 8 junio 1824.
[24] Ibídem.
[25] Mazzeo, Cristina. Op. cit., p .45
[26] ARAR. Intendencia Administrativos. 108. 31 de julio de 1824. Ejecución y embargo por no cumplir con las asignaciones ...
[27] En un trabajo anteriormente realizado, sobre la economía de Arequipa durante la Guerra de la independencia señalamos el impacto positivo y negativo que dicha guerra tuvo en las actividades económicas más importantes de la región. Condori, Víctor. “La Independencia y la Economía Arequipeña 1820-1825” (inéd.). Arequipa, 2005.
[28] ARAR. Caja Nacional de Hacienda. Libro Mayor 1824: Préstamo Patriótico Voluntario
[29] Mazzeo, Cristina. Las Vicisitudes de la Independencia del Perú... p. 14.
[30] Ibídem. p.16.
[31] Pezuela, Joaquín. Memorias de Gobierno, p. 735.
[32] Mazzeo, Cristina. Op. cit. , p. 16.
[33] Ibídem.
[34] Fisher, John. Relación del gobierno del Intendente Salamanca. 1796 – 1811 pp. 102 – 103.
[35] Chambers, Sarah. Op. cit. p. 44
[36] AMA. LAC. Nº 26. 29 de setiembre de 1810.
[37] Malamud, Carlos. Op. cit. pp. 92 – 93.
[38] Chambers, Sarah. Op. cit. pp. 44 – 45.
[39] Chambers, Sarah. Op. cit., p.44.
[40] Wibel, John. Op. cit. ,p. 283.
[41] Malamud, Carlos. “Consolidación de una familia…” p 112.
[42] Ibídem , p. 110.
[43] Ibídem , p . 104.
[44] Ibídem , p. 114.

viernes, febrero 22, 2008

¿Es beneficiosa la globalización para “nosotros”?

César Velazco Bonzano

Estudiante de la Pontificia Universidad Católica del Perú


El término “globalización” ha inundado las ciudades del mundo en los últimos 20 años, hoy casi no hay político e intelectual que no se refiera a ella en algún momento; sin embargo, ha sido pobremente conceptualizado (Giddens 2000 y Sifuentes 2002: 92). Esto en parte por sus varias dimensiones de fenómeno complejo, además según el lente profesional con el que se le mire; empero, hay otras razones por las que este término aparece como inespecífico y hasta abstracto.

La globalización es estrategia y discurso legitimador. Utilizada para acompañar y justificar una serie de concepciones o medidas políticas muy concretas y reales, la globalización, al recuperar su historia, ser analizada en sus actores y presupuestos teóricos, como al verse sus desiguales consecuencias en forma total (global) deja de ser marco irremediable de todo suceso y pasa a ser una realidad elegida e impuesta por personas y grupos y como tales pasibles de ser cambiadas y modificadas si se cree necesario. Esto es vital porque el término suele usarse mucho en nuestros países, entre medios y élites del sur, como condición a la que simplemente hay que adaptarse, de la mejor manera posible, sin mediar ante ella crítica o alternativa. A la vez, porque prestigiosos académicos caso Anthony Giddens —quien a pesar de estar muy acertado al dar cuenta de los efectos desiguales entre los países, culturas y clases, de aceptar la impronta norteamericana del fenómeno, y dividir las posturas en escépticas y radicales (los primeros la toman como pura palabrería, los segundos como algo muy real y negativo) —termina participando del entusiasmo globalizador; creemos que la globalización es a la vez real y ficticia y no compartimos su optimismo final, y contradictorio, de creer que esta no está (o estará) en control de nadie y que se puede hablar incluso de una “colonización inversa” al dar cuenta por ejemplo de la presencia latina en EEUU (Giddens 2000: 28-29).

Pretendemos analizar algunos aspectos de la globalización, más como fenómeno económico pues lo consideramos aspecto esencial aunque no único. Veremos la paradoja del orden internacional actual con un FMI(Fondo Monetario Internacional) que a pesar de sentenciar menos intervención en los mercados desde fines de los 80 desde entonces ha intervenido más que antes para tratar de salvar a las economías de las crisis creadas por seguir sus recetas. Medidas para gran parte del tercer mundo, medidas que los países del primer mundo no suelen ni siquiera plantearse para ellos. Veremos también que existe un gran y profundo malestar contra ella, muchas veces ocultado por la prensa.
Veremos, también, cómo el mercado global hoy se ha convertido en el nuevo paradigma, paradójico cuando se ha sentenciado la crisis de los paradigmas. Creemos que al desmitificar la globalización y ver sus consecuencias (globales) ante todo en los países del 3er mundo nos daremos cuenta de su sentido esencialmente desigual y poco humano; veremos finalmente que se hace necesario pensar una globalización alternativa, con otros presupuestos y prácticas.

Por último, es justo decir aquí que la crítica que plantearemos a la globalización no anula que sea esta un fenómeno contradictorio (Gandarilla 2002: 2). Es decir que no sólo se mundializa el capital sino también la solidaridad, que surgen nuevas formas de fragmentación así como de integración. Que las nuevas formas de comunicación, con el gran desarrollo tecnológico, atraviesan la misma contrariedad, pudiendo ser bien utilizadas y reapropiadas por las mayorías.

Pensamos que la globalización es estrategia política de un nuevo momento de la mundialización del sistema capitalista. Primero, porque aquella no ocurre en abstracto sino por acciones y restricciones determinadas (Ugarteche; 1999; pg. 23). Desarrollaremos esto. El término aparece por primera vez entre los medios empresariales y escuelas de negocio en los Estados Unidos. Desde 1983, Theodore Levitte propone el término para designar “la convergencia de los mercados del mundo entero”, en “Globalization of Markets” (Boyer 1997: 21). De allí la expansión y adopción finalmente casi religiosa del término. El momento es crucial, pues coincide con gobiernos en las principales potencias que buscaron volver a un liberalismo económico muy ortodoxo, Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EEUU quiénes además impusieron, con otros, un sentido común neoliberal y fatalista de la historia; coincide con el proceso de inminente caída del bloque socialista y de crisis de los proyectos desarrollistas en las periferias. Esta expansión ha tenido sus promotores, ante todo hombres de negocios, funcionarios de gobierno y medios de comunicación masiva. Atilio Borón nos recuerda que John Gallbraith, uno de los más importantes economistas de este siglo en una entrevista…reproducida en la ”Folha de Sao Paulo”, sostuvo que la globalización no es un concepto serio. Nosotros los americanos la inventamos para disimular nuestra política de penetración económica en otros países (Boron 1999: 224.) Y, agreguemos que, este término nace con la emergencia o aparición de otros, como un paquete discursivo, en el escenario mundial, así como gobernabilidad, democratización (que adquiere sentido nuevo), y otros.

El fatalismo que acompaña estas ideas ha sido expresado en América Latina por Fernando H. Cardoso, reconocido intelectual y ex presidente del Brasil, justamente impulsor del modelo, quien ha dicho…”fuera de la globalización no hay salvación; dentro de la globalización no hay alternativas” (Boron 1999: 207); a su vez, Menem, ex presidente Argentino, dijo…O nos adecuamos a sus mandatos y entramos al primer mundo o nos autocondenamos a la exclusión y decadencia (ibid)…ambos muy en concordancia con el slogan publicitario de M.Thatcher : “There is no alternative.”
Segundo, veamos la ficción que se ha creado alrededor del término, mistificación que favorece y es funcional finalmente a algo. Antes diremos que esa construcción discursiva de la globalización como universal abstracto implica que cada una de las partes (sociedad, grupo) está en necesaria conexión subordinada con el todo; y que, entenderla como fuerza inviolable lleva a naturalizar la economía, y como esta es capitalista, lleva a aceptarla sumisamente (José Gandarella, 2002, pg.4). El totalitarismo del automatismo de mercado de Hinkelammert. (1996).

Bien, desarrollemos la ficción –o engaño- sobre algunos aspectos del discurso de la globalización neoliberal. Dicen que se trata de un fenómeno esencialmente nuevo. Es obvio que tiene cosas nuevas pero sus tendencias en general son las mismas que tuvo el capitalismo desde sus inicios. Diversos autores han manifestado el carácter secular del capitalismo de ampliarse hacia todo el mundo. Aldo Ferrer (2000) dice que estamos en la 3era Ola globalizadora, siendo la primera aquella que descubrió y colonizó América. Paul Hirst (1998; pg. 104), un importante estudioso del tema, dice que estamos en una etapa de aceleración de las tendencias globalizantes y que…”los Estados Unidos, Australia, Argentina y África del Sur eran los “tigres económicos” de la Era Victoriana”, representando a Shangai, Tokio, Taipei de nuestros días (Hirst 1998: 14) y que se parece mucho al período del Auge Británico, de la belle epoque, de fines del siglo XIX. Atilio Boron dice con un poco de realista sarcasmo que si aquella primera globalización empezada en 1492 se destruyó ciudades y culturas, se diezmó y explotó poblaciones no hay razones para suponer que la ola actual va ser más benigna (Boron; pg. 208). Lo nuevo vendría a ser el dominio del sector financiero en la economía; este sector es el que mejor se ha beneficiado con las políticas neoliberales de ajuste, estabilidad monetaria y equilibrio fiscal, muy importantes para sus ganancias. La cantidad de plata que se maneja allí es asombrosa, tal que en poco más de una semana se iguala al PBI de los EEUU (ibid, pg. 209); esta plata está en una muy baja conexión con la economía real, casi no necesita de ella aunque su caída arrastra siempre a todos.

Con los desarrollos en la comunicación hay la idea que todos podemos estar en todas partes, que no hay fronteras, hasta que se intenta viajar del Sur al Norte: Las Visas se han convertido en las duras fronteras donde quedan excluidos los que no poseen el título de propiedad, la tarjeta de crédito Internacional, el empleo estable. No estamos en un mundo sin fronteras, no estamos siquiera en el mismo mundo (Ugarteche 1999:20). Atilio Borón suelta un dato, que sólo el 17% de la población en India vive fuera de sus Aldeas de origen y el porcentaje es menor en China, juntos los 2 tienen casi casi la mitad de la población mundial. ¿Un mundo globalizado?, se pregunta.

Veamos más, muchos gobiernos promueven hoy el crecimiento por exportaciones, el desarrollo por comercio exterior (caso del Perú, sólo los Tratados de Libre Comercio nos salvarán dicen casi todos los funcionarios y medios), olvidando (muchas veces intencionadamente) que el motor principal del las economías desarrolladas es el mercado interno y que aún 9 de cada 10 personas en el mundo trabajan para los mercados de sus respectivos países (Boron 215). La distancia entre lo que se dice y la realidad es muy grande. Japón, el éxito económico más significativo del siglo XX en vez de abrir su economía hizo exactamente lo contrario (la proporción del Comercio Exterior pasó entre 1913 y 1993 de 31,4 a 14,4), es más sólo los EEUU y Alemania han abierto muy cautelosamente sus economías (en EEUU el comercio exterior ha subido del bajísimo 11,2 al 16,8 % de 1913 al 1993) (Boron 215-219). En realidad la apertura económica se promueve sólo para el Tercer Mundo.

Otro de los grandes mitos es la necesaria reducción del Estado y del gasto Público. Los datos muestran que el gasto Público no ha cesado de crecer en los países desarrollados (Ver anexo 1) y que supera en muchos el 50% del PBI, también ha crecido el empleo en el gobierno; en contraposición la Reforma del Estado en América Latina ha implicado ir en contra de todo esto, con muchos despidos y un presupuesto raquítico atado a la deuda externa y al equilibrio fiscal. En realidad la reducción del Estado como actor es producto de ser una traba a la liberalización financiera y a sus ganancias.

Más allá de apariencias también es un mito decir que la actual globalización ha eliminado a los Estados-Nación o que los ha disminuido en su poder. Primero porque sin ellos no se hubiera podido llevar a cabo todos los cambios normativos (incluso constitucionales) para quitar derechos a la Nación sobre sus territorios, a los trabajadores en nombre de la flexibilización, etc. Segundo porque los EEUU, la gran potencia mundial que concentra en sus manos los factores mayores de dominio, ayudan a sus transnacionales.

La globalización incluye, consta de, un programa de políticas que han sido implementadas en buena parte del mundo. Promovidas por el FMI y el BM (Banco Mundial), políticas llamadas de ajuste o de reconversión, implementadas en el tercer mundo y en los países del ex-bloque socialista respectivamente; en el primer caso, donde se encuentran los países de sud América, tras la crisis de la deuda, inflación y recesión que asoló a la región en los 80; en el otro caso, para llevarlos a una transición económica y política de su economía planificada-socialista, en ambos casos para llevarlos a una economía de mercado (Stiglitz: 2002).

Más de 10 años de implementadas estas políticas sus consecuencias económicas negativas son evidentes. El fracaso de esas políticas, “que no eran negociadas con los supuestos beneficiarios sino aceptadas todo o rechazadas (Stiglitz 2002)”, ha sido ampliamente denunciado, no sólo por intelectuales sino por prominentes ex –funcionarios, caso Stiglitz, u hombres de negocios como George Soros. Este último en su libro La globalización (2002) denuncia a quienes creen que los mercados pueden corregir sus propias imperfecciones, reclama intervención política estatal para salvar el sistema y para la justicia social; agrega que los mercados son eficientes para generar riqueza pero no para redistribuirla…Stiglitz por su parte, premio Nóbel de economía (2002), ex asesor de la Casa Blanca con Bill Clinton y funcionario del FMI, en su libro “El malestar en la Globalización” ha definido a las políticas del FMI de la primera década como…”una mezcla de ideología y mala economía” (Stiglitz; 2002).

Pero, sobre las críticas, o bajo ellas si se quiere, están las realidades. A fines de la década pasada e inicios de la actual se sucedieron varias crisis financieras que hicieron tambalear el sistema mundial, la crisis Argentina que estalló el 2001, la crisis Mexicana y el llamado efecto tequila, y las crisis en varios puntos del sudeste Asiático. El daño económico, más aun el social, fueron enormes. Ellos habían seguido las recetas del FMI, liberalizaron su economía completamente. Es revelador ver hoy a una Argentina crecer a un 11%, la tasa mayor de todo América Latina y el Caribe, siguiendo pautas en buena medida distintas de aquellas recomendadas por el FMI, como la suspensión del pago de la deuda y desconocimiento de parte de ella por ilegítima, intervención en el tipo de cambio y gran inversión estatal. Hay ejemplos paradigmáticos en otras regiones, así Rusia que en su transición ha economía de mercado fue tutelada por el FMI hoy no sale de periódicas crisis y malestar social y, mas bien China que hizo su propia transición tiene unos indicadores económicos asombrosos.

La globalización ha traído consigo gran malestar social y crecientes y activas resistencias. El ajuste estructural incluía privatizaciones, recorte de gasto social por obligaciones de deuda y reducción del estado. Las protestas sociales contra las privatizaciones primero y por las nacionalizaciones luego se extendieron por América Latina, en Bolivia, Argentina, Venezuela, Ecuador y Perú, como sucedió en 2001 cuando el pueblo arequipeño se levantó masivamente ante el intento del gobierno peruano de privatizar el servicio de Luz, o en Cochabamba, Bolivia, donde se llegó a expulsar a una transnacional procesadora de aguan mineral, en 1994, así hay varios ejemplos.

Podemos incluir también como prueba las grandes protestas que buscaron y lograron la caída de presidentes en la región. Estas se dieron sobre aquellos que, justamente, habían introducido y aplicado políticas de ajuste y apertura. En Argentina (2), Bolivia (2, contra Sánchez de Lozada), Ecuador (2), Venezuela (1) y Perú (contra Fujimori). Junto a lo mencionado, la aparición de gobiernos o fuerzas políticas que tuvieron necesariamente una prédica de crítica a las políticas anteriores, llamadas también neoliberales, que proponían nacionalizaciones y apoyo a los grupos menos favorecidos con la globalización; sin importar lo que hicieron al llegar al gobierno esas fuerzas, prácticamente en todos los países en que lograron llegar, lo hicieron con esas propuestas; incluso, en aquellos países donde los gobiernos no salieron por revuelta popular las fuerzas nuevas eran más o menos críticas a lo hecho anteriormente, así en Chile llegó el Partido Socialista en coalición con otras fuerzas, en Brasil triunfó el Partido de los Trabajadores, luego en Uruguay el Frente Amplio (de izquierda), y más.

Por otra parte, aparecería a fines de los 90 un movimiento que se ha venido en llamar de anti o alter globalización, mundial pero con eje en el centro desarrollado. Desde la protesta en Seatle (EEUU), en 1999, ese movimiento se articuló y creció al tono de grandes manifestaciones acompañando a cada reunión de los organismos globalizadores y a los foros de las élites económicas y políticas del mundo (OMC, FMI, G8 -que es el grupo de las 8 potencias del mundo-, Foros Económicos, etc.) Protestas en Italia (Génova), Alemania, EEUU, Canadá, y otros se han hecho frecuentes bajo lemas como Otro Mundo es Posible, Comercio con Justicia, Por una globalización Alternativa, etc. Los Foros Sociales Mundiales nacieron de su seno y ya han congregado en cuatro encuentros en distintos lugares del mundo a decenas de miles de personas, movimientos, colectivos e intelectuales opuestos a la globalización neoliberal (Wallerstain 2002).

Todo este malestar y resistencia ha motivado cambios en los mismos organismos globalizadores, así se habla de políticas del FMI de segunda generación desde los primeros años de esta década tras sus pésimos resultados; tenemos las discusiones para reformular y rediseñar los organismos multilaterales, hacerlos más democráticos y flexibles; o la reciente condonación de la deuda externa de los 30 países más pobres del mundo; aunque a todo esto el gobierno norteamericano toma gran desinterés.
La globalización es un fenómeno esencialmente desigual y profundamente deshumano. Desigual para el tercer Mundo y especialmente para los pobres de estos países.

En primer lugar, no sólo no ha conseguido reducir la pobreza, esta ha aumentado en el mundo entre 1980 a 1998 en casi 100 millones de personas, esto mientras la renta anual aumentaba en este mismo periodo en un 2,5 %, promedio anual (Stiglitz, 2002). Aquellas crisis financieras, y las sociales, desde entonces se han dado prácticamente sólo en las economías periféricas (Sudeste Asiático, México, Argentina). La desigualdad creció, pues la porción de la renta global de la quinta parte más pobre de la población se ha reducido del 2,3 % al 1,4% entre 1989 y 1998 (Giddens 28). Modernización y desigualdad viene juntas, sobretodo en América Latina, la región con las mayores desigualdades del mundo. El crecimiento actual de la región tiene su lado oscuro, datos puestos al fondo del sótano de la memoria. El ejemplar Chile es el país con las mayores desigualdades y el gigante Brasil combina modernísimas metrópolis con zonas de pobres muy cerradas (Fabelas). En el Perú, el optimismo de la marcha económica y las jugosas rentabilidades obtenidas por las empresas oculta que el salario real ha disminuido en un 10% desde 1990. La participación porcentual de los trabajadores en el PBI, para el mismo periodo, en el Perú, ha disminuido de 30,1 a 22,9 de 1992 a 2004, en esa misma época las ganancias de empresas suben del 52,7 al 60, 6 % (Campodónico 2006).

Estas desiguales consecuencias no se deben a factores naturales, ni siquiera principalmente a diferencias de competitividad o tecnología. Como hemos visto, las economías desarrolladas hacen cosas distintas de las que promueven para el 3er mundo, así subsidian, protegen y promueven a sus productos y productores; ese cinismo acompaña la política de los Organismos Multilaterales en sus políticas de apertura, organismos controlados por un grupo pequeño de países. Además, los trabajadores de los países del Tercer Mundo al no contar con el colchón del “Estado de Bienestar” Europeo han sufrido mucho más las consecuencias de la precarización del trabajo. Hay quienes dicen que la desigualdad esta en la lógica misma del sistema…en el 1er mundo el aumento de productividad está asociado a mejora en el empleo pleno, pero en el 3er mundo esa asociación está rota (Amin 1997), quizá por eso aquí en pleno crecimiento de la riqueza y aumento de la productividad los neoliberales se propongan flexibilizar más el mercado del trabajo.

Finalmente, su sentido deshumanizado lo ejemplificamos en la propia concepción que de la globalización tiene el FMI…”fenómeno de creciente intercambio de bienes, servicios y capitales”…, un discurso y una realidad donde los hombres importan poco.
En síntesis, la globalización constituye un proyecto y una etapa del capitalismo mundial; se le puede apreciar como tal en el paquete de recetas comunes aplicadas al tercer mundo aplicados por el FMI, BM y discutida en las reuniones Intergubernamentales como los Foros Económicos; también en le develamiento de su origen, y ubicación de sus impulsores, globalizadores, entre las élites empresariales y políticas.

Proyecto que ha traído crisis financiera, pobreza y desigualdad creciente; malestar social base para las protestas que han caracterizado a la región en los últimos lustros, que ha derrumbado presidentes, sacado transnacionales y llevado a la aparición importante de gobiernos y movimientos populistas. Tampoco los países centrales se han escapado del nacimiento de un movimiento antiglobalización.
Planteamos que hay que ver lo que han hecho los países desarrollados más que lo que dicen que se haga, pues como ha dicho “Hobsbawn” (quizá el principal historiador vivo) el desarrollo en realidad no se ha dado con la liberalización sino contra ella. Lamentamos que en el país predominen los usos más simplistas y maniqueos del término, para legitimar de todo a favor de la ortodoxia de mercado.
Remarcamos uno de los ejes del ensayo que es el de intentar quitar todo la ficción construida a su alrededor que pretende ocultar algo, nada inocente, pues como Noam Chomsky ha sugerido, esta mistificación contribuye a desresponsabilizar a los gobiernos neoliberales y a las megacorporaciones transnacionales de las nefastas consecuencias de sus políticas.

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miércoles, febrero 20, 2008

Los maestros del tercio excluido

Por Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

Desde que José Antonio Chang asumiera las riendas del Ministerio de Educación, las relaciones entre el Ejecutivo y los maestros se han vuelto tensas y carentes de todo intento de diálogo abierto que conduzca al objetivo mayor: mejorar la calidad de nuestra educación. Más bien, hemos sido testigos de ataques frontales desde el Ejecutivo, sobre todo desde el presidente García y del primer ministro Jorge Del Castillo. Un ejemplo de esto ocurrió cuando en una localidad del interior del país, el presidente aprovechó la oportunidad para calificar de “comechados y sinvergüenzas” a los profesores que rechazaban someterse a evaluaciones. Si en décadas pasadas, la opinión pública apoyaba a los maestros en sus luchas sindicales hoy ya no es igual. Y es que parece que la estrategia del actual gobierno es enfrentar a la ciudadanía contra los maestros endigándoles la total responsabilidad por la crisis de nuestra educación. El mensaje que llega a la gente es que todos los maestros que trabajan en la educación pública son incapaces y que se oponen a capacitarse, lo cual no corresponde exactamente a la verdad. Si el plan era desarticular al nefasto SUTEP lo que han logrado es fortalecerlo puesto que con las declaraciones del presidente y del ministro de educación todos los maestros, incluso aquellos que cuestionan a la dirigencia del gremio, lo avalen obedeciendo a un justificable espíritu de cuerpo. Tales adjetivos no diferencian entre radicales y progresistas sino que meten en un mismo saco al maestro que, efectivamente, no tiene el mínimo interés por capacitarse, como al que cada año debe agenciárselas para renovar un contrato que lo mantenga en actividad, recurriendo a veces a la coima para no perder su puesto de trabajo.

No son los maestros los únicos responsables de la crisis de nuestra educación. El Estado que permitió la proliferación de institutos, pedagógicos y universidades con enormes deficiencias en infraestructura y plana docente; que les otorgó el título profesional e incorporó al magisterio solo por pertenecer al partido de gobierno (lo que sucedió en el primer gobierno aprista); que no remueve de sus cargos a los funcionarios que lucran con los contratos y nombramientos cada vez que hay concursos, es el mismo Estado que hoy levanta el dedo acusador y denigra al maestro que es producto de una histórica desatención por el tema educacional. En ninguna de las intervenciones de los mencionados representantes del Ejecutivo ha existido un “mea culpa” por la responsabilidad del Estado en la crisis de la educación.

En las últimas semanas, se viene discutiendo la norma que regula los nombramientos para los profesores del Estado, la cual estipula como requisito que solo podrán postular aquellos que hayan ocupado el tercio superior durante el pregrado. Bajo el argumento de la calidad, la eficiencia y la meritocracia, se afirma que los más capacitados son los que deben enseñar (frente a lo cual, obviamente todos estamos de acuerdo) y los que se oponen son lo que tienen miedo de aceptar su incapacidad. Esta afirmación analizada fuera del contexto de nuestra educación carece de validez porque no considera la variable que mencioné líneas arriba: ¿quién instruyó, tituló y contrató a estos maestros? Hay enunciados que pueden ser verdaderos en lo que afirman pero falsos en lo que niegan. Cierto e irrefutable es que los más capacitados deben enseñar, pero también es cierto que discriminar en función a un solo criterio como es el del tercio superior no nos garantiza la excelencia educativa porque hay tercios y tercios.


¿Vale igual un tercio superior obtenido a lo largo de cinco años de estudios en una universidad como San Marcos frente a tres años de un instituto seguidos de dos años de complementación a distancia? Por supuesto que no. En el primer caso, aquel egresado de educación habrá ocupado un tercio dentro de una promoción de aproximadamente no menos de 100 estudiantes. En el caso de un instituto o pedagógico, ese tercio superior ocupa un puesto, en proporción con el anterior, mucho más ventajoso debido a que competía contra menos estudiantes. Por otro lado, ser tercio superior en la universidad, si bien es un indicador que ayuda a calificar al profesional de su materia, no debe ser el único filtro para excluirlo. ¿Se imaginan que para obtener un trabajo se pusiera como requisito haber obtenido los primeros puestos en el examen de admisión a la universidad? ¿Cuántos casos existen de primeros puestos que abandonaron o cambiaron de carrera? Seguramente quien lea este artículo recordará al compañero (cuando no tal vez a sí mismo) que no fue un brillante alumno en la secundaria pero que en la universidad logró ocupar los primeros puestos. Sucede algo similar respecto al tercio superior ¿Cuántos ejemplos tenemos de profesionales que en el pregrado no alcanzaron notas sobresalientes pero luego destacaron notablemente cuando ejercieron la profesión? Y es que existen otros aspectos que deberían ser evaluados como los años de experiencia, capacitación permanente (cursos, diplomados, maestrías, etc.), publicaciones, innovación pedagógica, participación en seminarios y desempeño laboral por mencionar algunos.

A partir de mi propia experiencia he comprobado que las notas son referenciales y que su importancia debe ser refrendada por otros criterios que permitan obtener una evaluación integral de las capacidades del maestro. Cuando ingresé a la universidad el primer año éramos 110 alumnos en un aula. Cinco años después, en el último ciclo oficialmente éramos 8 alumnos. Recuerdo que dos compañeras que ocuparon los primeros puestos durante los cinco años se graduaron tres años después de egresadas mientras que los nunca fuimos del tercio, lo hicimos en año y medio. El criterio que considero fundamental para evaluar a un profesor es su desempeño en el aula, es decir, en la puesta en escena de sus estrategias y habilidades para transmitir conocimientos a sus alumnos. Ocupar un primer puesto en la universidad es un indicador válido para comprobar el dominio de conocimiento pero no necesariamente demuestra si se sabe transmitirlos.

Agrego a este punto el problema de la corrupción imperante. ¿Basta con acreditar el documento que pruebe el tercio superior? De hecho, muchos institutos y pedagógicos que otorgaron esos documentos ya desaparecieron ¿cómo verificar la calidad de ese docente? ¿solo en función de sus notas? También no faltaran aquellos que recurran a la falsificación de las mismas. En el jirón Azángaro deben estar frotándose las manos.

El maestro que a pesar de sus escasos recursos ha invertido en su capacitación pero que no es tercio superior por diversas circunstancias, rechaza comprensiblemente esta norma. Distinto sería si, como lo ha precisado Yehude Simón, presidente de la Región Lambayeque, a los postulantes que obtuvieron el tercio superior se les bonificara con un puntaje, medida razonable que estoy seguro gran parte del magisterio estaría dispuesta a aceptar. Por otro lado, la propuesta de la Región Moquegua que otorga a los profesores una bonificación en el puntaje solo por haber nacido en la región es censurable desde todo punto de vista porque no considera en absoluto las capacidades del postulante sino tan solo un hecho contingente como el lugar de nacimiento.
El desenlace de esta historia se veía venir. El gobierno cedió ante la presión de los gobiernos regionales le dio trámite ligero a este asunto, según mi análisis, ante la violencia del paro agrario y por el inicio de las primeras rondas ejecutivas de APEC. Ambos temas exigían una solución inmediata al problema del tercio superior, por ello, me da la impresión de que, finalmente, más que ser convencidos por los argumentos en contra, el Ejecutivo retrocedió en la aplicación de la referida norma para no complicar más el panorama futuro.

Nuevamente, el gobierno hace un papelón por no discutir la norma con las regiones, a las cuales se les ha delegado ciertas funciones para la organización del concurso para el nombramiento, y terminó enmendando la plana al ministro Chang, quien en un mismo día aseguró que la norma no cambiaría en nada y luego firmó el acta en la que acuerda la modificación del decreto 004 sobre el tercio superior. Conclusión: postularán el 9 de marzo todos los profesores que cumplan con los requisitos de la normativa tengan o no el tercio superior y accederán a un puesto aquellos que obtengan una nota no menor a catorce.

Y por último, lo expuesto por Rosa María Palacios acerca del rendimiento académico del actual ministro de educación nos sorprende a todos. ¡Nuestro ministro se hizo el tercio! ¿Seguirá Chang en carrera? Tal parece, su intransigencia le pasará factura.

lunes, febrero 18, 2008

LA MUERTE DE ALFONSO UGARTE

“...Yo, el abajo suscrito Alfonso Ugarte, hago mi primero y quizás último testamento, con motivo de encontrarme de Coronel del Batallón Iquique de la Guardia Nacional y tener que afrontar el peligro contra los ejércitos chilenos, que hoy invaden el santo suelo de mi Patria, y a cuya defensa voy dispuesto a perder la vida con la fuerza de mi mando...”


(Extracto del testamento del Crl. Alfonso Ugarte).

Por Álvaro Sarco
(Publicado en el diario Noticias de Arequipa el 5 de diciembre de 2005)

Escribe el diplomático peruano Juan del Campo Rodríguez en su Batallas legendarias del Perú y del mundo: “La leyenda romántica y patriotera presenta falsamente al coronel Alfonso Ugarte Vernal arrojándose bandera en mano, sobre un blanco caballo, desde la cima del morro hacia el mar. Todo indica sin embargo, que el coronel Ugarte murió cerca a Bolognesi, casi al final de la batalla, en la cima del morro, cuando las fuerzas peruanas sobrevivientes fueron superadas tras una violenta lucha sin cuartel que fue testigo de la valentía y la determinación de éste extraordinario hombre...” En efecto, a la luz de algunas fuentes poco difundidas sobre la muerte del coronel Ugarte no podemos sino estar de acuerdo con lo dicho por el aludido diplomático. En el presente artículo, sin embargo, -en un esfuerzo por reconstruir las circunstancias de la muerte del coronel Ugarte- entregaremos mayores pormenores sobre tan dramático episodio de nuestra historia.

Esa “leyenda romántica y patriotera” que fuera y es repetida en casi todos los libros de historia peruanos de consulta masiva empezó tempranamente. Al respecto, el ariqueño Gerardo Vargas Hurtado nos informa en su conocida obra La Batalla de Arica (1921): “No habían transcurrido quince días de la ocupación de Arica por las armas de Chile, y ya el autor de estas líneas, acompañado de sus padres, regresaba a este puerto, procedente de Tacna, a donde nos habíamos dirigido huyendo de los diarios bombardeos de la escuadra chilena. Desde el primer instante de nuestra llegada oímos narrar la muerte del valeroso tarapaqueño en la misma forma en que lo han hecho los historiadores imparciales. Recordamos con este motivo -como deben recordarlo, también, los ariqueños que sobreviven de esa época- haber visto la osamenta de un caballo desbarrancado, durante muchos días, detenido en los peñascos fronterizos al actual parque, sobre el camino conocido con el nombre de La Cinta. Se decía, también, que ese caballo era en el que el coronel Ugarte se había precipitado desde la cumbre del Morro y que los restos de este Jefe habían sido incinerados al pié de dicha montaña, por el coronel chileno Valdivieso, jefe de la Plaza, junto con numerosos cadáveres de combatientes caídos en la feral batalla”.

La misma versión se lee en la Historia del Perú de Markham: “Ugarte murió precipitándose desde el Morro; y aunque su desconsolada madre ofreció una fuerte suma porque le trajeran, aunque fuesen sus arreos militares, nada pudo encontrar”.

Por su parte, Jorge Basadre recogió las siguientes informaciones de la época. En principio, un telegrama oficial fechado en Quilca el 15de junio de 1880 que enlazaba los datos suministrados por el vapor inglés Columbia, que acababa de llegar del Sur: “El coronel Alfonso Ugarte, como los demás, no quiso rendirse y, habiéndosele acabado la munición, echó mano de su revólver, empleando bien sus tiros; pero como fue acosado por gran número de chilenos, pereció al fin en un caballo blanco”. Otra información que resalta el historiador tacneño es un artículo de La Patria de Lima, del 21 de junio de 1880: “El último acto de la corta pero interesante carrera de Alfonso Ugarte revela cuanto era capaz esa alma verdaderamente grande. Acosado por innumerables enemigos, vencido ya en la cumbre del Morro histórico, presenciando la mutilación de los caídos, la profanación de esas reliquias sagradas del heroísmo, quiso sustraerse a las manos enemigas y clavando las espuelas en los ijares de su caballo, se lanzó al espacio desde aquella inmensa altura para caer despedazado sobre las rocas de la orilla del mar”.

Es sencillo reparar en lo que adolecen las versiones citadas: no se apoyan en fuentes oficiales (partes de guerra) o al menos en alguna “no oficial” identificada con claridad. Todas provienen en mayor o menor medida de rumores, trascendidos, o de una especie de “tradición popular”. Vargas Hurtado, por ejemplo, apuntala su relato con los precarios; “oímos narrar” o “se decía”. Con todo, la imagen del coronel Alfonso Ugarte lanzándose al vacío envuelto en la bandera nacional se impuso y conspicuos historiadores -como Rubén Vargas Ugarte o E. H. Ortega- simplemente la repitieron sin verificar o indagar por documentos o testimonios que pudieran respaldarla, para enmendar así la incuria de anteriores colegas. En el curso de esta mera reiteración de dicha versión, Eduardo Congrains Martín fue mucho más allá en la segunda parte de su Batalla de Arica, y cayendo en la tentación heurística de la historia novelada refirió: “...la soldadesca que remataba a los heridos no pudo detener a Alfonso Ugarte quien arrolla cuanto obstáculo se le presenta y llega hasta la bandera, que había quedado sin defensores, y, como para demostrar que no por haber matado a éstos se les había vencido, la arrebata y emprende una huida que no es la del cobarde, hacia la salvación, sino la del héroe, hacia la gloria. Sin dudas ni titubeos, y prácticamente envuelto en la enseña nacional obliga a su fiel caballo a dar el último salto de su vida y desde lo alto del farallón rocoso se precipita al rugiente mar. ¡Antes muerto que ver mancillada la bandera peruana!”.

Para los historiadores y escritores chilenos la popular versión peruana sobre el final de Ugarte es pura invención. Por ejemplo, el clásico sureño y notorio antiperuano, Benjamín Vicuña Mackenna -quien recibía informes de primera mano de los jefes y oficiales chilenos-, escribió: “...el infeliz cuanto noble y esclarecido Alfonso Ugarte, era arrojado por manos chilenas, después de muerto, a las cavernas del mar en que las olas penetran con lúgubre gemido por entre calizas grietas...” Defendiendo la misma hipótesis, el destemplado escritor chileno Nicanor Molinare, en su Asalto y toma de Arica, se apoya en la declaración de un veterano invasor chileno y en el parte de guerra del capitán de corbeta peruano, M. I. Espinosa. El testimonio chileno invocado por Molinare es el del oficial Ricardo Silva Arraigada: “Más tarde pude ver los cadáveres de Bolognesi, Moore y Ugarte. Todos decían que después de haberse rendido vulgarmente, la tropa los había ultimado a culatazos, porque, con felonía, estando rendida la plaza, le dieron fuego a los cañones, reventándolos. El cadáver de Alfonso Ugarte se encontraba en una casucha ubicada cerca del mástil, al lado del mar, mirando hacia el pueblo; en ese lugar, las rabonas del Morro cocinaban el rancho; y ahí, esas pobres mujeres, tenían oculto el cadáver de Alfonso Ugarte; era un hombre chico, moreno, el rostro picado de viruelas, los dientes muy orificados, de bigote negro. Aquellas mujeres tenían profundo cariño por Ugarte, y para guardar su cadáver, lo habían vestido con un uniforme quitado a un muerto chileno. Pude saber que era el coronel Ugarte, porque el doctor boliviano Quint cuando lo vio, exclamó: ¡Pobre coronel Ugarte; no hace mucho lo he visto vivo! Más tarde se dio la orden de arrojar al mar todos los cadáveres; sin duda que botaron también el de Alfonso Ugarte, porque no se pudo encontrar. En ese mismo día, ofreció su familia 5.000 soles plata por los restos del coronel; se buscaron mucho; di noticias, detallé lo ocurrido, pero nada se descubrió.”

En su famoso libro, Gerardo Vargas Hurtado le salió al frente a esta narración con el siguiente argumento: “¡Mentira! Decimos nosotros. Porque no es posible concebir que esas mujeres tuvieran la serenidad bastante, en momentos tan críticos, para desvestir a un muerto chileno, en pleno campo de batalla, en circunstancias que la meseta y fortificaciones del Morro se hallaban totalmente invadidas por los soldados victoriosos, que jamás habrían permitido se consumara esa profanación en un muerto suyo. ¿Puede ser creíble, entonces, la aseveración del capitán Silva Arraigada?”. Si bien la objeción de Vargas Hurtado es atendible, no está demás agregar lo que informara el teniente inglés Carey Brenton, observador agregado en el cuartel general del ejército peruano en la defensa de Lima: “Todos los implementos culinarios eran llevados por las esposas de los soldados, quienes también se ocupaban de ese tipo de tareas. Estas pobres mujeres o ‘rabonas’, como se les llamaba, merecen gran admiración por la manera infatigable como seguían a sus maridos, incluso en medio de las batallas, dedicándose sin acobardarse al cuidado de los heridos, sordas e indiferentes a las balas que volaban a su alrededor”.

La otra fuente que invoca Molinare -el parte peruano del capitán de corbeta Espinosa-es la que reviste mayor interés, toda vez que es un documento oficial redactado el mismo día de acaecidos los hechos por un importante actor (el 2do. jefe de las baterías del Morro), y que fuera y es sistemáticamente soslayado por no pocos historiadores peruanos. Basadre, para empezar, no lo cita al ocuparse de Alfonso Ugarte, pese a que no pocas veces se refiere a él al tratar sobre la muerte del coronel Bolognesi. Grave omisión, creemos, toda vez que dicho parte ofrece importantísimos datos sobre los últimos momentos de Ugarte. Leamos: “Mientras tanto, la tropa que tenía su rifle en estado de servicio, seguía haciendo fuego, hasta que los enemigos invadieron el recinto haciendo descargas sobre los pocos que quedábamos allí; en esta situación llegaron a la batería, el señor Coronel D. Francisco Bolognesi, Jefe de la Plaza, Coronel D. Alfonso Ugarte, Ud. [se refiere a Manuel C. de la Torre, a quien está elevado el parte], el teniente Coronel D. Roque Sáenz Peña, que venía herido, el Sargento Mayor D. Armando Blondel y otros que no recuerdo; y como era inútil toda resistencia, ordenó el señor Comandante General [Bolognesi] que se suspendieran los fuegos, lo que no pudiendo conseguirse a viva voz, el señor Coronel Ugarte fue personalmente a ordenarlo a los que disparaban situados al otro lado del cuartel, en donde dicho jefe fue muerto...”

Otro caso de, por decir lo menos, “desatención” hacia el parte de Espinosa, lo constituye el folleto Alfonso Ugarte Vernal, el hombre y el héroe, de Alejandro Tudela Ch. El autor escribe: “...en ninguno de los partes de batalla se expresa cómo murió [Ugarte]. Es decir, los partes ni afirman ni niegan [¿?]”. Alejandro Tudela hace referencia sólo a los partes de Manuel C. de la Torre y Roque Sáenz Peña en los cuales, efectivamente, no se dan noticias sobre la muerte de Ugarte, mas no menciona el parte de Espinosa. ¿No lo conocía? Difícil de creer. ¿Le pareció irrelevante? Quizá, y si así fue, era de esperarse que expusiera los motivos por los cuales tal documento no merecía ser tomado en cuenta.

Volviendo a Basadre, no obstante que injustificadamente prescinde del esclarecedor parte de Espinosa, hace un sugestivo balance con respecto al tema que nos convoca. Para el notorio historiador la versión de que Alfonso Ugarte se habría inmolado voluntariamente, “... podría tomarse como una alegoría de la voluntad de sacrificio que es visible en toda la actuación de Alfonso Ugarte en la defensa de Arica. La leyenda en la búsqueda de algo así como un consuelo frente al infortunio, habría puesto, pues, un ropaje de poesía épica a una realidad esencial. Alfonso Ugarte, el millonario de Tarapacá, el joven apacible, se lanzó simbólicamente con su caballo a la inmensidad antes del 7 de junio. En todo caso, su cadáver no fue nunca encontrado a pesar de los premios cuantiosos que la familia ofreció a quien lo presentara”.

Sobre este último punto, acerca del paradero del cadáver del coronel Alfonso Ugarte, sirve recapitular que si el valiente patriota peruano habría, como dice Espinosa, muerto sobre el Morro, puede proponerse -asumiendo que sus restos no fueron ubicados en dicha explanada- que su cuerpo corrió la misma desgraciada suerte de los cadáveres de otros peruanos que fueron precipitados al mar desde la cima del Morro.

Al respecto, afirma el ya citado Nicanor Molinare: “Al pie del Morro se encontraron 367 cadáveres, que fueron quemados por el coronel don Samuel Valdivieso, el día 9 de junio; y durante mucho tiempo, el mar estuvo arrojando restos humanos a la playa...” Algo similar refiere el también escritor chileno Hernán Alfredo Lagos Zúñiga: “Como en el recuento no se pudo encontrar el cadáver del malogrado coronel, su familia ofreció mil pesos de recompensa al que encontrase el cadáver, se presentaron 12 cuerpos que tenían alguna semejanza con el coronel, hasta que el día 14 de junio se encuentra en los roqueríos de los pies del Morro los restos del malogrado coronel...”

Más allá de esta última versión, fuentes peruanas indican, también, que el cadáver del coronel Alfonso Ugarte sí se habría ubicado -y no incinerado o dado por desaparecido. Una de esas fuentes es la valiosa información que consigna el libro que la Comisión Permanente de la Historia del Ejército del Perú publicara con motivo del centenario de la batalla de Arica. En ese volumen, Manuel Zanutelli R. noticia: “Por decreto del 3 de junio de 1890, el gobierno del general Andrés A. Cáceres, dispuso que fuesen conducidos a Lima los restos de quienes habían sucumbido en Angamos, San Francisco, Tarapacá, Alto de la Alianza, Arica y Huamachuco. Con ese fin viajó al sur el crucero Lima (...). El Lima levó anclas de nuestro primer puerto el 15 de junio de 1890, con dirección a Chile, comandado por el capitán de navío Ruperto Alzadora. El 27 le entregaron en Valparaíso los restos de Grau y al otro día emprendió el regreso; con él viajaba el crucero chileno Esmeralda (...). Vinieron caleteando: Antofagasta, Mejillones, Iquique, Arica. Arribaron al Callao el día 11(...). El cadáver de Ugarte fue reconocido por don Carlos Ostolaza, quien había sido enviado especialmente para esa tarea (...). En el diario El Callao del 07.07.1890 y en La Opinión Nacional del 11.07.1890 se expresaba que en el cementerio de Arica el comisionado señor Ostolaza, indicó el nicho donde existen depositados los restos de Alfonso Ugarte. Descubierto el ataúd, se encontró grabada en la tapa la siguiente inscripción: Alfonso Ugarte. Dentro del cajón sólo existe un costado del cuerpo, única parte de él que se encontró al pie del Morro y que fue reconocido por un calcetín que llevaba puesto con sus iniciales. Al encontrarlo, el señor Ostolaza lo envolvió en una sábana depositándolo en tal estado en el ataúd en que hoy se encuentra”.

No satisfecho con lo relatado en favor de la autenticidad de los restos de Ugarte, Manuel Zanutelli R. transcribe la partida de defunción: Año del Señor de mil ochocientos ochenta. En quince de junio: Yo el Cura propio y Vicario de esta ciudad de S. Marcos de Arica, sepulté de Cruz Alta en el panteón de esta el cuerpo Mayor del Coronel Alfonso Ugarte, que fue encontrado al pie del Morro, y de allí se depositó en su respectivo nicho, hijo legítimo de Narciso Ugarte y de doña Rosa Vernal; y para que conste lo firmo.- José Diego Chávez. “Podríamos pensar –dice Manuel Zanutelli R.- que la partida de defunción de Alfonso Ugarte es apócrifa, pero no fue así pues la firmó el Padre José Diego Chávez, peruano, quien estuvo a cargo de la parroquia de San Marcos de Arica desde 1871, como es fácil de comprobar mediante las Guías y Calendarios de Forasteros. Los restos que se trajeron a Lima en 1890 son pues auténticos, los enterraron primero en el mausoleo del mariscal Castilla y tiempo después en el que la madre del héroe ordenó construir”. En efecto, en el testamento de la madre de Ugarte, quien muriera en Francia el 30 de agosto de 1903, se lee: “...ordeno que cuando sea oportuno, mi esposo o mis herederos hagan conducir con todo decoro y respeto mis restos mortales a Lima para que sean depositados y descansen siempre en mi suelo patrio y al lado de mi hijo Alfonso en su mausoleo”.

¿Por qué entonces Basadre, entre otros, afirmaban que el cadáver de Ugarte: “no fue nunca encontrado”? Al parecer -según refiere Geraldo Arosamena Garland en su El coronel Alfonso Ugarte-, muchos historiadores rechazaban que verdaderamente se hubieran hallado los restos de Ugarte, pues consideraban que el anunciado traslado de su cuerpo en 1890 de Arica a Lima había sido un mero “acto simbólico y que el Mausoleo erigido en su nombre por su señora madre era un cenotafio”.

Intentando dilucidar este último asunto, Geraldo Arosamena Garland logró en 1979 -en su calidad de Presidente del Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú- la autorización de abrir la supuesta tumba de Ugarte encontrando, efectivamente, algunos restos envueltos en una descolorida bandera peruana.

A manera de colofón, basta con afirmar que el cuerpo identificado hacia 1890 como el de Alfonso Ugarte, y que fuera traído a Lima y depositado años más tarde en el mausoleo familiar que levantó su madre, se trasladó no hace mucho a la Cripta de los Héroes de la Guerra del Pacífico, y allí reposa, en el tercer nivel dentro de un sarcófago.

Lima, noviembre de 2005


Bibliografía general:

• Ahumada Moreno, Pascual. Guerra del Pacífico. Tomo III. Valparaíso, 1884.
• Arosemena Garland, Geraldo. El Coronel Alfonso Ugarte. Lima, 1980.
• Basadre, Jorge. Editor: Jorge Hugo Girón Flores. Una antología sobre la Guerra del Pacífico (1879-1883). Arequipa, 1976.
• Centro de estudios histórico-militares del Perú. Cripta de los héroes de la guerra de 1879: guía histórica y biográfica. 4ta. Edición. Lima, 1999.
• Comisión permanente de la historia del Ejército del Perú. La epopeya del morro de Arica. 7 de junio de 1880. Lima, 1980.
• Congrains Martín, Eduardo. Batalla de Arica. Tomos IV y V. Serie “Reivindicación”. 3era. Edición. Lima, 1975.
• Del Campo Rodríguez, Juan. Batallas legendarias del Perú y del mundo. Lima, 2002.
• Lagos Zúñiga, Hernán. Bajo el brillo del corvo y el sonar del clarín. La batalla de Arica. Chile, 2002.
• Molinare, Nicanor. Asalto y toma de Arica. Santiago de Chile, 1911.
• Nieto Vélez, Armando. Vicisitudes del gobierno provisional de Arequipa. Revista Histórica, órgano de la Academia Nacional de la Historia. Tomo XXXII. 1979-1980. Lima, 1980.
• Ortega, Eudoxio H. Francisco Bolognesi, el titán del Morro. 2da. Edición. Lima, 1972.
• Vargas Hurtado, Gerardo. La batalla de Arica. Obra de 1921 reproducida en la colección documental de la historia del Perú (1879-1884). Lima, 1980.
• Vargas Ugarte, Rubén. Editor: Carlos Milla Batres. Guerra con Chile. La campaña de Tacna y Arica (documentos inéditos). Biblioteca histórica peruana, tomo IX. Lima, 1970.
• Wu Brading, Celia. Testimonios británicos de la ocupación chilena de Lima. Lima, 1986.