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La lectura de la Historia personal del boom (1971) suscitó en mí una profunda reflexión acerca de la tarea del escritor en los años en que me formulaba la pregunta que acecha a un joven que termina la secundaria: ¿qué voy a estudiar? Muchos, sino casi todos los que hemos seguido la carrera de literatura —no me refiero a la especialidad de lengua y literatura en educación— ingresamos porque sentíamos fascinación por la lectura y porque queríamos convertirnos en escritores. Dentro nos dimos cuenta —algunos rápido, otros más bien lentamente— que si deseábamos con toda el alma convertirnos en escritores no era requisito indispensable estudiar la carrera de Literatura durante cinco años. Es más, una vez adentro nos preguntábamos ¿en verdad esto significa estudiar Literatura? Personalmente, aprendí que la mejor técnica consiste en leer a los grandes de la historia de la literatura y que, definitivamente, la actividad mediante la cual me ganaría unos centavos en esta vida no sería la creación literaria sino la docencia universitaria; que la densidad de la teoría recién adquiere sentido cuando se tiene un corpus de lecturas literarias encima que hacen más fácil comprender algunas categorías. De haber leído Rayuela antes de leer a Derrida habría comprendido instantáneamente lo que era la deconstrucción.
Los diarios, autobiografías, memorias y las crónicas suelen tomar su mejor forma cuando el escritor se halla en la madurez de su vida, pleno de experiencias y con un par de buenas obras que lo respalden. Es el caso del libro de José Donoso que desde una perspectiva intimista pretende abordar lo que significó la narrativa del “boom” para los escritores latinoamericanos de los años sesenta. A medio camino entre el ensayo y la autobiografía, Donoso explica los factores que incidieron en la formación de la nueva novela latinoamericana como, por ejemplo, que las grandes editoriales de esta parte del mundo no apostaran durante muchas décadas por publicar a jóvenes novelistas cuya narrativa hiciera derroche de técnica y cosmopolitismo. Eran los años en que publicar a los clásicos de la novela regionalista como Rómulo Gallegos, José Eustasio Rivera, Jorge Icaza o Alcides Arguedas, aseguraba los costos de edición y mantenía vigente el canon literario. La imagen que Donoso nos brinda del escritor latinoamericano es la de un artista insatisfecho con la tradición que hereda debido a que las fuentes de su inspiración se encontraban al otro lado del Atlántico, o bien, en Norteamérica: Kafka, Joyce, Proust, Wolf, Faulkner y Hemingway entre otros. Además de esto, la narrativa latinoamericana parecía agotada y sin recursos: si no se escribía en lenguaje llano, con localismos, con el paisaje americano como referente y utilizando la literatura como un instrumento para difundir las verdades que otros discursos ocultan, un novelista corría el riesgo de convertirse en un paria. El mismo destino les esperaba a aquellos que pretendían emular la técnica narrativa y el lenguaje experimental de los maestros europeos o norteamericanos del periodo de entreguerras. Estos intentos fueron percibidos, como bien apunta Donoso, como excentricidades, pose y, cuando no, como síntomas de una falta de originalidad y de compromiso con la realidad.
A esto le agregamos el hecho de que entre los nuevos escritores latinoamericanos de los años sesenta no existía una comunicación muy fluida sino, eventualmente, cuando coincidían en algún encuentro literario que los congregara. Según Donoso, Santiago de Chile era poco más que una aldea en lo que a circulación de novedades literarias se refiere, ya que recién pudo obtener un ejemplar de La ciudad y los perros luego de dos años de su publicación, y conseguir Rayuela era poco más que una hazaña.
Por otro lado, Donoso es transparente al declarar que no tiene aspiraciones de crítico literario ni de historiador de la literatura y que lo único que lo motiva a escribir este libro es una sincera confesión de parte de lo que sucedió al interior de este grupo de célebres escritores que, a decir de Vargas Llosa, nadie sabe a ciencia cierta quiénes lo conforman. El texto está atravesado también por una breve trama acerca de las vicisitudes que Donoso tuvo que afrontar para convertirse en escritor: la ausencia de editoriales que arriesgaran por nuevos escritores, la falta de comunicación estrecha entre los escritores latinoamericanos, y tal vez lo más importante, el estar lejos de Europa. El novelista chileno muestra por momentos, la impotencia de un artista que no encuentra el espacio adecuado para ver desarrollarse su talento mientras otros más jóvenes como Carlos Fuentes, Jorge Edwards o Mario Vargas Llosa, obtienen un reconocimiento que apabulla.
Confesión de parte, testimonio transparente acerca de una etapa que sigue generando discusiones en la actualidad (hace poco leí una entrevista a Santiago Roncagliolo titulada “Los nietos del boom”). Cortázar mencionaba que era irónico que para destacar un fenómeno típicamente latinoamericano se tuviera que recurrir a una palabra inglesa. Miguel Ángel Asturias tuvo palabras muy duros para los escritores del supuesto “boom” calificándolos de mafia. La historiografía literaria no se pone de acuerdo en quiénes forman o no parte de la élite del “boom”, aunque existe cierto consenso, no podemos soslayar la trascendencia de Cortázar, Vargas Llosa, Donoso, Fuentes, García Márquez y Cabrera Infante. Los comentarios menos favorables al libro de Donoso lo sindican como un intento del autor por autoincluirse en el “boom”. Nada más lejos de la verdad, pero para que ud. amigo lector, se forme una opinión a conciencia, le sugiero la lectura de este libro que, recientemente, ha sido reeditado por editorial Alfaguara.
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