jueves, mayo 28, 2009

¿Quién dijo liberalismo?

Cuatro razones por las cuales Aldo Mariátegui no es un liberal

Frecuentemente, Aldo Mariátegui, desde su columna diaria en Correo, sostiene fervientemente que es un liberal y que el término neoliberal carece de sustento, además de llamar ignorantes a quienes lo utilizan. En esta oportunidad, intentaré demostrar por qué el director de Correo no es, de ninguna manera, un liberal y cómo, más bien, sus posturas son próximas al neoliberalismo, del cual niega su existencia, y a las doctrinas del pensamiento único. El título de este artículo es una paráfrasis del libro del filósofo esloveno Slavoj Zizek: ¿Quién dijo totalitarismo?. Cinco tesis equivocadas sobre el mal uso de una noción que se acomoda muy bien a los propósitos que articulan este post.

La integridad del liberalismo: equilibrio político-económico

Un liberal íntegro y consecuente defiende la igualdad de derechos para todos los ciudadanos, no la perpetuación de privilegios. La diferencia entre el Antiguo régimen y la democracia liberal es que el primero concibe a un grupo social de manera estamental (clases sociales fijas y nítidamente diferenciadas) en el que la movilidad social es difícil, sino imposible, salvo por la aparición de súbitas fortunas o el ascenso social a través del matrimonio con un miembro de la clase más alta. Asimismo, el individuo que compone el estrato más bajo, como sucedía dentro del feudalismo, se encontraba en desigualdad de oportunidades frente a la nobleza feudal o al clero, puesto que dicha sociedad estamental organizó las relaciones entre clases sociales en base a privilegios y no en derechos. Es decir, en base a ventajas que se entendían como naturales o de facto, mediante las cuales se legitimaba, por ejemplo, que el señor feudal tuviera la preferencia de la primera noche con una sierva recién casada de su feudo (ius primae nocte). De esta y otras maneras, se legitimaba la desigualdad al grado de naturalizarla y darle un sentido de inevitabilidad. Es más, las clases dominantes consideraban una potencial amenaza cualquier intento de cambiar las reglas sociales de juego, porque, desde la actitud paternal de la nobleza feudal y de la jerarquía eclesiástica, el súbdito o siervo no necesitaba más que protección a cambio de la sumisión total de su voluntad individual, vale decir, de la anulación total de su libertad individual.



La caída del Antiguo régimen y el ascenso de la democracia liberal cambiaron el panorama. Los privilegios cedieron lugar a los derechos y, en consecuencia, los siervos se convirtieron, progresivamente, en ciudadanos. Resalto lo de progresivamente porque los primeros liberales eran muy reticentes a extender la plena ciudadanía a todos los individuos en lo que respecta a la participación democrática para elegir a sus representantes. Sin embargo, ello fue cambiando a través de la historia y, actualmente, cualquiera que se precie de ser liberal no podría afirmar alegremente que la ciudadanía está restringida a un sector social en virtud de su ideología política, credo, raza, sexo, edad o grado de instrucción. Y es que el ser ciudadano, dentro de la democracia liberal, significa estar en la capacidad de ejercer todos los derechos y cumplir las obligaciones sin ningún tipo de restricción no contemplada por la ley vigente. De allí que la igualdad de derechos ante la ley -en buena cuenta el liberalismo es el imperio de la ley- sea la marca distintiva de la democracia liberal.

Esta breve digresión histórica ha sido necesaria para explicar por qué Aldo Mariátegui no es un liberal, puesto que el contenido de sus declaraciones sobre Hilaria Supa y el acontecer político, social y económico nacional y mundial están en la otra orilla de lo que defendería un liberal íntegro: equilibrio entre libertades políticas y libertades económicas. Esto nos conduce a desarrollar otra idea que sustenta la dificultad de calificar al director de Correo como un liberal en el sentido más amplio de término (porque, de cierta forma, lo es, pero en el sentido más reducido, distorsionado e incompleto).

Supremacía moral de la democracia sobre dictaduras y autocracias




Un liberal consecuente defiende el Estado de Derecho y la democracia, por imperfecta que esta sea, y no claudica en esta defensa ante ningún asomo de autoritarismo por más bienintencionado que este se presente ni bajo el pretexto del desarrollo económico. Esto quiere decir, como mencioné líneas arriba, que un liberal íntegro asume que la libertad es una sola y que no es coherente establecer jerarquías entre libertades políticas (democracia, elecciones, libertad de expresión, igualdad de derechos de las minorías ante la ley, etc.) y libertades económicas (libre mercado, libre competencia, propiedad privada, etc.). Tal integridad se fundamenta, precisamente, en cubrir ambos aspectos de la libertad como un todo con el fin de evitar el condicionamiento del desarrollo de una en perjuicio de la otra.

Al respecto, Aldo Mariátegui ha mostrado en sus editoriales un tratamiento diferenciado a las libertades políticas y a las libertades económicas. Al referirse al gobierno de Alberto Fujimori, tiene la convicción de que la lucha antisubversiva estuvo bien dirigida y que los mayores aciertos de esa gestión fueron la recuperacíón económica y la derrota del terrorismo. Desde su óptica, son méritos suficientes para proponer un balance positivo sobre el fujimorato, a pesar de la corrupción liderada por el ex asesor presidencial Vladimiro Montesinos, el tráfico de armas con las FARC, la colaboración y extorsión a los capos del narcotráfico en el Alto Huallaga (como el caso "Vaticano"), los asesinatos selectivos del grupo Colina en Barrios Altos y La Cantuta, la ejecución extrajudicial de presos rendidos en el penal de Castro Castro, la tortura y desaparición de agentes del SIE (caso Leonor La Rosa y Mariela Barreto), el autogolpe del 5 de abril, la millonaria indemnización por tiempo de servicio a Vladimiro Montesinos, la compra de congresistas tránsfugas y de las líneas periodísticas de la mayoría de canales de televisión, y la vergonzosa renuncia de Fujimori a la presidencia de la República vía fax desde el Japón. Para Aldo Mariátegui, la reinserción del Perú en el sistema financiero internacional y la reducción de la inflación no deberían ser opacados por los casos, antes mencionados, de corrupción y atropello contra los derechos humanos. Es así como se comprueba que el desequilibrio entre las libertades políticas y las libertades económicas forma parte de la propuesta "liberal" de Aldo Mariátegui.

Sostener conscientemente tal desequilibrio entre lo político y lo económico es una actitud moralmente censurable, un desliz que un liberal consecuente con los principios del liberalismo clásico no podría permitirse sin rectificarse en el acto. Colocar los resultados, las cifras, los índices, las estadísticas, en suma, los números (lo económico) como valores por encima del respeto al Estado de Derecho y la vida (valores jurídicos y éticos) demuestra que quien asume tal postura posee un concepto muy pobre del ser humano, pues valora el progreso de una sociedad exclusivamente por la cantidad de bienes materiales disponibles, explotables y comercializables, y no por el grado de bienestar social reflejado en situaciones tan cotidianas como obtener justicia, sobre todo durante el gobierno de Alberto Fujimori cuando los poderes del Estado se utilizaron para entorpecer investigaciones como la amnistía concedida a los integrantes del destacamento "Colina", el caso del narcoavión, la sospechosa retractación del narcotraficante "Vaticano", entre otros.

Respeto irrestricto a los derechos humanos

Para el tipo de liberalismo asumido por Aldo Mariátegui, propiamente, neoliberalismo, los valores éticos, humanistas y las libertades políticas representan un estorbo y son prescindibles si es que en una coyuntura se opusieran a la lógica del mercado: costo-beneficio, utilidad-pérdida, oferta-demanda. De esto se sigue que el neoliberalismo promueve una empobrecida definición del ser humano, al cual no toma como finalidad, sino como medio para lograr el desarrollo, es decir, en lugar que el fin supremo de la sociedad sea su realización sin perjuicio de la manera en que aquel elija para cumplirla (aquí radica el pleno ejercicio de su libertad individual, inclusive para elegir mal)para el neoliberalismo el motor del desarrollo social y económico es el mercado, por ende, si se asegura el libre mercado y la inversión privada, las demás libertades, están convencidos, caerán de maduras, sobrevendrán como lógica consecuencia. Por ello defienden primero la libertad económica, pues es el resto son efectos secundarios de aquella.

Los derechos humanos, componente fundamental de las libertades políticas asumidas por el liberalismo, no forman parte de la agenda neoliberal. Una de las más graves implicancias del neoliberalismo, de acuerdo al desequilibrio entre lo económico y lo político, es la eventual intrascendencia de los derechos humanos si es que devienen obstáculo para el mercado. En tal sentido, neoliberales como Aldo Mariátegui no se sobresaltan porque existan Estados que exhiban altos índices de crecimiento económico, celebren tratados de libre comercio, bajísimos niveles de inflación, mercados abiertos a la inversión privada, pero, simultáneamente, graves denuncias por violación de derechos humanos y censura contra medios de comunicación (Chile, Taiwán, China, Corea del Sur, Singapur, etc.) El llamado a la aplicación de la pena de muerte y al retiro del Pacto de San José, así como la periódica descalificación del Informe Final de la CVR y de sus comisionados proviene de la derecha liberal que, como señalé anteriormente, es liberal en lo económico, pero conservadora y confesional en lo político. Las editoriales de Aldo Mariátegui sobre los sucesos de Bagua ilustran completamente lo prescindibles que son los derechos humanos para alguien que en la Amazonía solo observa recursos naturales para explotar y no riqueza y diversidad cultural que legítimamente tiene el derecho a defender su modo de vida. Reconocer esto no implica dispensar a quienes cometieron la masacre contra policías desarmados. La trampa en la que quieren envolver a la opinión pública periodistas como Andrés Bedoya Ugarteche y Aldo Mariátegui es que el reconocimiento de los derechos humanos vulnera el principio de autoridad y que otorga una extraterritorialidad jurídica a quienes los ampara. Ello guarda relación con el siguiente punto a tratar.

Pluralismo y tolerancia. Valores constitutivos del liberalismo clásico

El pluralismo se ubica en la antítesis del pensamiento único. Ser plural significa reconocer que existe diversas formas de "ser" y "hacer". Es admitir la alteridad (otherness) no como una amenaza, sino como una realidad y que para ello es indispensable cultivar la tolerancia. Este valor fue pensado por John Locke, el gran ideólogo e inspirador de la revolución liberal inglesa, en su Carta sobre la tolerancia (1692), notable alegato en favor de la tolerancia religiosa y de la libertad de conciencia, donde, además, rescata la defensa de las libertades individuales y crítica las grandes concentraciones de poder.

El concepto de identidad cultural ayuda a comprender el pluralismo y la tolerancia liberales. Contrariamente al consenso existente durante el Antiguo régimen, el ser humano no está determinado inexorablemente por su lengua, credo, raza, nacionalidad, género u otra variable identitaria, pues la identidad es una categoría que insertada dentro del pluralismo admite flexibilidad ante la voluntad individual. Esta incorporación del pluralismo cultural es regularmente reciente en la historia del liberalismo político y de hecho no estaba totalmente cuajada dentro de las reflexiones de los ideólogos del liberalismo clásico; sin embargo, John Locke y John Stuart Mill (Sobre la libertad, 1859) sentaron las bases de un reconocimiento a la diversidad cultural al defender la diversidad religiosa y el derecho que le asistía a cualquier ciudadano de escoger aquella que lo satisfaga. De igual modo, trasladando este principio al resto de variables de la identidad, tenemos que no existe razón para sostener que un individuo o colectivo sea excluido de la ciudadanía en función de su identidad cultural. Es más, el pluralismo cultural aportó al liberalismo la idea de una identidad multicultural que socava el etnocentrismo y la fanática lealtad a una identidad lingüística, nacional, religiosa, sexual, etc., donde cada una busca dominar un espacio exclusivo en perjuicio del resto de manifestaciones de la identidad. En suma, se plantea que cualquier ciudadano, por ejemplo en nuestro país, puede reclamarse como hombre,peruano,castellanohablante,católico,homosexual,socialista, etc. y eventualmente si fuese su voluntad, cambiar o agregar más variables a su identidad multicultural. El reconocimiento de identidades múltiples y la crítica a la definición única de identidad es desarrollada por Amartya Sen, un liberal muy singular, en Identidad y violencia (2007). Cabe resaltar que estos principios promovidos por el liberalismo cobran gran importancia y actualidad en la realidad latinoamericana, cuya heterogeneidad cultural no necesita mayor demostración.

No obstante, Aldo Mariátegui ha dejado constancia de su intolerancia frente a la diversidad cultural y su pertinaz ignorancia sobre cuestiones que atañen a la realidad cultural de nuestra nación en su tristemente celebre artículo "Supa no supo" en el que sostiene que el dominio de la variedad académica escrita del castellano es signo indubitable del desarrollo intelectual que serviría para discriminar la idoneidad de un congresista de la República. Las réplicas a esta postura han sido ampliamente desarrolladas por especialistas (al respecto, sugiero leer el acertado post de la lingüista Nila Vigil). De mi parte, debo añadir que para el director de Correo su observación fue netamente funcional y práctica, pero no reparó en una de las más graves implicancias de su editorial: que la representación política solo es extensible a los ciudadanos competentes en la variedad académica del castellano. Nada más lejos del pluralismo y la tolerancia liberal.



PARA SABER MÁS












domingo, mayo 03, 2009

Los comunistas liberales según Slavoj Zizek (y según este blogger)


Desde esta tribuna digital, hemos sustentado la posibilidad de un liberalismo de izquierda como alternativa a la vieja izquierda radical y extremista, y a la derecha ultraconservadora, promercado y antiderechos humanos. Personalmente, considero que ninguna doctrina, ideología o teoría agota por sí sola una explicación de los fenómenos que intenta abordar; por ello, me inclino por una solución integral y más ecléctica que contemple lo mejor de cada una de las doctrinas en cuestión (o de todas aquellas que puedan aportar algo), ya que, en lo que respecta al socialismo y al liberalismo, estos tienen, en sus fundamentos iniciales, varios puntos de encuentro que podrían dar lugar a una síntesis en tiempos en los que, por un lado, luego de la caída del Muro de Berlín, del derrumbre de la Unión Soviética y del giro hacia el capitalismo salvaje dirigido por el Partido Comunista chino, y, por el otro, del actual colapso financiero mundial producto del laissez faire ultraliberal en el cual el Estado, hasta hace unos meses, no debía intervenir, tanto el socialismo como el liberalismo contemporáneo (lo llamaré en adelante neoliberalismo) deben repensar su lugar en el nuevo orden mundial.

Del socialismo se ha dicho mucho desde 1989: que ya no tiene nada más qué decir porque la Historia ha demostrado que sus postulados son inviables o que, entusiastas como Francis Fukuyama, la historia ha terminado y ha comenzado el imperio de la globalización en clave neoliberal caracterizado por un mundo unipolar en el que, en cuestión de tiempo, todos los Estados mundiales acabarán por asumir, tarde o temprano, el nuevo paradigma político, social y económico imperante, la democracia liberal, en detrimento de las utopías socialistas de principios y mediados del siglo XX.

Aquellos que desde 1989 hacia adelante saltaron sobre la tumba del socialismo posiblemente hoy están experimentando el mismo drama de aquellos izquierdistas de viejo cuño que ante la evidencia de la realidad no les queda otra opción que reacomodarse en el nuevo orden de manera que el choque no sea tan traumático. La diferencia radica en que el cargamontón que recibieron aquellos que se autodenominaban socialistas (luego de la caída del Muro de Berlín y del derrumbe del socialismo en Europa occidental muy pocos tuvieron las agallas de aceptar abiertamente que lo eran, so pena de lucir como piezas de arqueología política) no se compara al que hoy en día recae sobre los defensores del liberalismo económico global (neoliberalismo). Estos últimos tienen a su favor, aún, que el sistema financiero mundial ha resistido, aunque endeblemente, este primer embate de la crisis. Y digo primero porque, según los especialistas, todavía no es posible avizorar si ya tocamos fondo o si algo peor está por venir. También los favorece que los Estados del primer mundo agrupados en estas asociaciones numéricas tipo G8, G10, G20, APEC, ALC-UE y demás no contemplan otra salida que perpetuar el modelo económico cuyo aplicación ortodoxa y convenida en algunos países, ha ocasionado la actual crisis económica mundial. ¿Acaso alguna de estas sociedades interestatales inició una cruzada para salvar al bloque socialista de la debacle que la amenazaba? Por supuesto que no, ya que la caída del socialismo a nivel mundial allanaba el camino para la expansión global del neoliberalismo.



Sin embargo, a pesar que la tercera vía del liberalismo de izquierda se perfila como una alternativa al fracaso del socialismo y del liberalismo absolutos, un intelectual de izquierda como Slavoj Zizek es muy escéptico frente a esta extraña síntesis postmoderna y postideológica a la cual califica de tibia y cómplice de la derecha. Zizek es un radical en el mejor sentido de la palabra: no va con medias tintas y desconfía abiertamente de opciones como la tercera vía o el socioliberalismo (liberalismo de izquierda o izquierda liberal). En ¿Quién dijo totalitarismo? fustiga a la socialdemocracia europea que luego del derrumbe del socialismo se allanó completamente a la agenda de la derecha liberal al punto de ser cómplice de sus tropelías y traicionar los principios que distinguían a la izquierda de la derecha. Zizek entiende el radicalismo de una manera diferente como tradicionalmente podríamos asumirla. El radical, para Zizek, es aquel que no negocia sus convicciones según las circunstancias y que muere en su ley, pese a que el contexto no le es favorable. Zizek los llama en su libro "radicales libres". Critica a la nueva izquierda que se avergüenza de su pasado y que en aras de no lucir totalitaria, acata todos los preceptos que el imperio neoliberal impone como políticamente correctos, so pena de parecer totalitario si es que la contradice.

De otra parte, en "Los comunistas liberales de Porto Davos", Zizek enfila sus baterías contra los comunistas que asumen el liberalismo como signo de actualidad y progreso a la vez que los sindica como oportunistas que quieren ganar un poco de espacio en el mundo político. Prueba de ello sería que no tienen reparos en participar de las cumbres antiglobalización como en las cumbres del G8, G20 o similares. Estar en Porto Alegre y lanzar vivas contra la globalización no se contradice, para estos comunistas liberales, con asistir a una cumbre en la que se discute sin éxito, el presupuesto mundial para reducir las emisiones de CO2, el desarme nuclear, la transición urgente de la industria a energías renovables o la despenalización de la migración ilegal. Es decir, estar en Lima durante la ALC UE y afirmar que más importante que declarar el libre tránsito de productos sería declarar el libre tránsito de seres humanos, en virtud de una ciudadanía mundial y globalizada, no sería incompatible, para estos comunistas liberales, con participar de la directiva de retorno que dos semanas después aprobó el parlamento europeo, en la cual los países de la Unión Europea penalizaban la migración ilegal con cárcel.

Aunque Zizek lo desconozca, estos comunistas liberales a los que alude bien pueden encajar para algunos en la denominación local de "caviares" con la que algunos medios, políticos, bloggers y comentaristas de blogs han denominado al sector político-académico que representa en nuestro país "lo políticamente correcto", es decir, la defensa de los Derechos Humanos, la importancia del Informe Final de la Comisión de la Verdad, la judicialización de casos contra militares implicados en crímenes de lesa humanidad y el reconocimiento a la sentencia condenatoria a Fujimori, entre otros aspectos. Zizek, en pocas palabras, critica el oportunismo y la frivolidad con que se abordan los asuntos político de partes de estos comunistas liberales a la europea.

Considero aceptable la crítica de Zizek en la medida que la socialdemocracia europea se ha replegado tanto que en su ánimo de lucir moderna, no radical, es decir, de desprenderse de todas las etiquetas que heredó del viejo socialismo, ha claudicado ciertos principios en aras de no perder vigencia y conservar espacios de protagonismo: la reducción progresiva del Estado de Bienestar y apoyo a las leyes antimigratorias o endurecimiento del régimen migratorio son algunos ejemplos de cómo la socialdemocracia europea, en sintonía con los sectores más conservadores y con el clamor de la opinión pública, está ignorando aquellos principios que sentaron las bases de su origen. Sin embargo, es también muy peligrosa la demanda del intelectual esloveno: invocar el radicalismo conlleva el riesgo de despertar aquellas bajas pasiones que soliviantaron el holocausto estalinista, maoísta, polpotiano y gonzalista. Por supuesta que hacer una invocación como esta en Europa no es lo mismo que hacerla en Latinoamérica o África: allá a los manifestantes que protestan contra los despidos o a los sindicatos que paran los ferrocarriles un par de días en Inglaterra o Francia no los llaman "salvajes" ni "bárbaros"; contrariamente, el gobierno y las empresas negocian y procuran llegar a un acuerdo; en cambio, por estos lares, se les acusa de ser obstáculo para el progreso y de no ser interlocutores válidos para el debate, puesto que no son "ciudadanos de primera clase".

Los comunistas liberales de Zizek no equivalen a los tan denostados "caviares" locales. De que hay frivolidad en algún sector de la intelectualidad y de la política peruana de centroizquierda, sí la hay, pero no es exclusividad de ellos, sino propio de cualquier individuo dedicado a este quehacer. Por ello, es injusta esta denominación en muchos casos porque se viene utilizando para descalificar la actuación de aquellos intelectuales y políticos que han tenido una participación decisiva en el cambio de percepción acerca de los derechos humanos (no son solo de los terroristas, sino de todos los ciudadanos), recuperación de la memoria (buscar la verdad, no ocultarla ni olvidar, para hacer verdadera justicia), señalamiento de responsabilidades (todos fuimos víctimas y no hay victimario bueno o justificado: FFAA y terroristas), reparación a las víctimas sin mezquindades por mencionar algunos temas.

El político o intelectual de coctel que asiste a los Foros Mundiales sobre la pobreza y que apoya a la vez el endurecimiento de las leyes migratorias es el verdadero caviar. De hecho, este apelativo surge en los años 60 cuando en las reuniones más distinguidas de las altas esferas de la burocracia socialista de Europa Oriental, el aperitivo más frecuente eran los huevos de esturión. De allí el término de gauche caviar para referirse a esta izquierda de refinado paladar. Tales comunistas no tienen lugar en nuestro país, primeramente porque no tenemos comunistas. (No escucho a ningún político ni siquiera a los más extremistas vociferar a los cuatro vientos que es comunista; tal vez, y eso se lo dejo a los politólogos y científicos sociales, el "comunista" ha sido reemplazado por el "nacionalista" término que recoge del primero el ímpetu radical y confrontacional y que, a la vez, atenúa todos las significaciones monstruosas que contiene el primero: la valoración de la identidad nacional puede unificar a tirios y troyanos contra un enemigo común, de ahí que el nacionalismo sea tan transversal a las ideologías políticas).

Si bien es cierto que la centroizquierda peruana hizo posible la discusión pública de ciertos temas a partir del Informe Final de la CVR y del accionar de algunas ONG's y centros de investigación, se necesita que todo ello se traduzca en acción política organizada que convoque la participación ciudadana. De lo contrario, todas aquellas buenas intenciones se quedarán en eso: intenciones. La dificultad que percibo es que el amplio espectro de la izquierda peruana es tan disperso que dudo puedan elaborar un proyecto común (Ollanta, el padre Arana, Susana Villarán y Javier Diez Canseco no caminan necesariamente por la misma vereda política); y lo otro es que percibo muy poca disposición de los nuevos cuadros políticos de la centroizquierda para involucrarse en un proyecto político; más bien los veo interesados en adherirse a plataformas más amplias o establecer alianzas estratégicas. ¿Acaso hay temor por ensuciarse un poco las manos? lo digo en el sentido de exponerse a la crítica y de "bajar al llano", no de apoyar causas nefastas.

Esperemos que la izquierda peruana, al menos aquella que ha sido autocrítica, tome conciencia de la responsabilidad que tiene frente a la sociedad y se decida de una vez por todas a deliberar con el ciudadano común y corriente. Un primer paso ha sido el IF CVR; ahora toca tomar decisiones políticas desde el Estado y limpiarse la cara un poco. Están en deuda con todos.

Próximamente: ¿Cuál es la deuda de la izquierda peruana con la sociedad?

"A mí Humala no me parece de izquierda"



Hace dos semanas, Hildebrandt entrevistó a Manuel Benza Pflucker quien fuera diputado por IU entre 1985-1990 y ahora secretario de la democracia cristiana del Perú que forma parte del FREPUP (Frente de Fuerzas Populares del Perú) partido por el cual es ahora precandidato a la presidencia de la Región Lima. Este frente se encuentra integrado por "ciudadanos progresistas y demócraticos de ideas cristianas, descentralistas, socialistas antineoliberales,nacionalistas y patrioticas". Según lo que consignan en su blog buscan "la organización política frentista y unitaria de los demócratas, patriotas, nacionalistas, socialistas, cristianos, izquierdistas y progresistas en la Región Lima.


A pesar de la brevedad de la entrevista, Benza Pflucker tuvo algunos comentarios que merecen destacarse. El primero tiene que ver con la importancia de las elecciones primarias dentro de un partido político que aspira a participar de alguna elección. Para que la democracia trascienda la formalidad de asistir periódicamente a una urna y se convierta en una práctica de convicciones, el ciudadano debe atestiguar que el partido al cual pertenece el candidato de su preferencia es democrático en sus procedimientos para elegir a sus representantes. Tal cual viene sucediendo en Chile con los partidos de izquierda cuyos precandidatos participarán de elecciones primarias con miras a las presidenciales, algo similar debería suceder aquí en el Perú. Me agradó la afirmación de que no creía en las candidaturas naturales. El mesianismo político sirve de base para sostener a los caudillos, vengan de izquierda o de derecha; por ello, nada más perjudicial que considerar a un candidato como el líder natural del partido sin que su representación haya sido producto de una elección democrática. Al respecto, en una eventual plataforma de izquierda (muy hipotética por cierto) tendrían que debatir Susana Villarán, Javier Diez Canseco y Ollanta Humala como precandidatos y no, como ha venido siendo, que a su alrededor se diseñe la plancha presidencial. ¿Es que acaso Ollanta Humala fue elegido como representante del Partido Nacionalista mediante voto? ¿No debería someterse a elecciones su representación para las presidenciales del 2011?

Benza Pflucker hizo un llamado a que los demás partidos de democraticen interiormente y a que convoquen a elecciones sino primarias, al menos internas para que se deliberen propuestas y haya debate: "En el Perú, nada se debate", dijo. "Por ejemplo, no se ha debatido qué es el neoliberalismo". Esto último es muy importante porque la formación política del ciudadano hace mucho que no depende de los partidos políticos y mucho menos de los intelectuales, sino de los medios de comunicación que tienden a banalizar la discusión política convirtiéndola en un producto de entretenimiento. Resulta más atractiva para la gran mayoría de la teleaudiencia la imitación y el escarnio de Jorge Benavides y Carlos Álvarez sobre Rómulo y Luciana León que la necesidad de informarse medianamente sobre el particular. Pero volviendo a lo expresado por Benza Pflucker, la discusión sobre lo que se entiende por neoliberalismo es de actualidad porque subsiste una gran confusión en torno a sus diferencias frente al liberalismo clásico, su hegemonía actual en el mundo, sus limitaciones éticas, el posible inicio de su debacle y el análisis e interpretación de su desarrollo como paradigma económico durante las últimas décadas. (Desde esta tribuna hemos contribuido en el esclarecimiento de algunos aspectos). Tales precisiones son necesarias para comprender que la concepción original del liberalismo ha sido pervertida hacia su vertiente pragmatista, utilitarista y económica, la cual define el accionar humano en términos de costo/beneficio u oferta/demanda. (Pronto, publicaremos un artículo sobre el particular).


Finalmente, otra de las afirmaciones de Benza Pflucker que merece destarcarse es que a él Humala no le parece de izquierda con la cual concuerdo plenamente. De manera contraria a lo que generalmente se dice en los medios o es aceptado por la gran mayoría de la opinión pública, la propuesta del Partido Nacionalista dista mucho de ser representativa de una izquierda moderna y democrática (aunque resulta evidente que Humala ha moderado enormemente su discurso etnocacerista-nacionalista distanciándose del radicalismo de su hermano Antauro hasta aproximarse cada vez más al centro) porque el internacionalismo, la conformación de una ciudadanía planetaria, el ecologismo y la pluralidad (cultural, étnica, religiosa, de género, etc.) son algunos temas presentes en la agenda de esa izquierda con la cual el nacionalismo humalista no dialoga o esquiva. El nacionalismo, luego de la caída del Muro de Berlín, resucitó con fuerza en los países de Europa Oriental y sirvió para que los comunistas de ayer remozaran sus discursos totalitarios amparándose en la identidad cultural como punta de lanza de sus propuestas políticas. La izquierda democrática no puede ser (no debería serlo) nacionalista porque aquella reconoce la importancia de la diversidad en todos los ámbitos del acontecer humano y el nacionalismo, enfocado desde una óptica reduccionista, aislacionista, de identidades en conflicto con otras o de culturas enfrentadas, niega el valor de la diversidad.

Democratización de los partidos políticos, debate de propuestas y esclarecimiento de lo que significa ser de izquierda hoy son algunas demandas que, a mi modo de ver, resultan inaplazables, sobre todo cuando las elecciones generales están tan cercanas.

La Real Cárcel de Arequipa a fines de la Colonia: 1780-1824


Por Víctor Condori

Historiador

Universidad Nacional de San Agustín

Cuando se fundaba una ciudad española, como tantas que se fundaron al momento de la conquista, el lugar elegido siempre fue la plaza principal, porque, precisamente allí se encontrarían los principales edificios de la nueva urbe como son: la Catedral, el Cabildo (hoy Municipalidad) y la Cárcel.

Arequipa, no fue una excepción. Su fundación se realizó en el mismo lugar donde hoy se halla la plaza principal, llamada de “Armas” y no, donde algunos poco documentados la imaginaron, es decir, en el antiguo pueblo de indios de San Lázaro.

Así, después de su fundación, se construyeron en la plaza principal los edificios más importantes de la ciudad: La Catedral, sede del poder eclesiástico; el Cabildo, centro del poder civil y la Real Cárcel, símbolo de la justicia del hombre.

Ubicación y descripción

La Real Cárcel de Arequipa se hallaba ubicada en la plaza de armas de la ciudad, a un costado del Cabildo (hoy portal de la Municipalidad), y servía para la reclusión solo temporal de los reos, quienes luego de recibida la sentencia condenatoria, normalmente eran enviados a cárceles de la capital del virreinato.

Hacia fines del siglo XVIII, luego de muchas reconstrucciones realizadas, como consecuencia de los numerosos terremotos que asolaron la región, la Real Cárcel se hallaba constituida por seis calabozos, dos patios interiores, un cuarto para el carcelero, una celda subterránea destinada a los presos de alta peligrosidad y una capilla, para la administración de la liturgia.

A principios del siglo XIX, la cárcel de Arequipa llegó a alcanzar su mayor aforo, albergando cerca de 70 presos, entre algunos locales y muchos “de aquellos que venían de La Paz y Cochabamba”. Siendo los encargados de su administración, el Diputado de Cárcel, el Alcaide y un Carcelero, quien dormía dentro del presidio sin ningún tipo de resguardo policial; y solo a fines del periodo colonial recibieron el “alivio de una guardia de soldados”, manifestaba un funcionario.

Condiciones de seguridad

La Real Cárcel de la ciudad fue saqueada el 15 de enero de 1780, durante la mítica “Rebelión de los Pasquines”; luego, destruida por el terremoto de 1784 y reconstruida durante el gobierno del intendente Antonio Álvarez y Jiménez (1785-1796).

No obstante el empeño puesto en esta última reconstrucción, las condiciones de seguridad fueron siempre deplorables, dando la impresión que en ella “era tan fácil entrar como salir”. No sorprende entonces, las frecuentes fugas de los reclusos. Como aquella ocurrida la noche del 16 de enero de 1821, cuando el reo Romualdo Quispe, condenado a muerte por asesinato, en compañía de otros presos, fugó de la cárcel “escalando y rompiendo una de las puertas”.

Luego de realizarse un reconocimiento de los hechos y circunstancia de la fuga, se llegó a establecer que los reos, pese a su alta peligrosidad se hallaban demasiado libres, ni siquiera estuvieron engrillados, y además:

“Las dos puertas de reja que se desquiciaron para la fuga, estaban flojas, descompuestas y solo como de apariencias, de tal modo que encerrar a los presos con aquellas puertas defectuosas era lo mismo que dejarlos en el patio”.

Actitudes y comportamientos

En general, a fines del periodo colonial, la precariedad de las cárceles fue una normalidad antes que la excepción a la regla, en algunas ciudades del virreinato. Sin embargo, en el caso de Arequipa fue más que una normalidad, debido a que este problema venía desde hacía muchos años atrás. Ya en 1810, el Cabildo de la ciudad discutía “la necesidad urgente de repararla con puertas, llaves y cepo”. No obstante, una década después el carcelero Manuel Barrantes continuaba “haciendo presente muchas veces esta falta” al diputado de la cárcel de entonces, regidor Bruno Llosa. Curiosamente, tal regidor se negaba mandar componer tamañas averías afirmando que los presos “no eran pajaritos para volar por unas paredes tan altas como las tiene la cárcel”.

Dicha actitud bastante despreocupada y hasta negligente del diputado de la cárcel para la seguridad de los presos, no debe ser considerada un hecho excepcional, sino, un comportamiento bastante habitual entre las autoridades carcelarias de la época, llámese alcaide o carceleros. Así, por ejemplo, en julio de 1789 fugó de la cárcel el reo Ignacio Zegarra, en medio de una situación tan absurda que parecía sacada de alguna de las mejores películas del genial Chaplin. La narración de lo sucedido la hizo el propio alcaide, Buenaventura Velásquez:

“Con motivo de haber cumplido años el día de ayer, se le ofreció (el reo) Ignacio Zegarra para festejarlo, trayéndole música. Que el declarante admitió tal ofrecimiento con la mayor sinceridad y en su virtud hizo traer por la noche arpa y guitarra, sacándolo para el efecto de bailar y divertirse del calabozo donde se hallaba a mi sala; que cantando, tocando y bailando hasta muy tarde en la noche, lo echó de menos a cosa de las dos de la mañana, y saliendo en su solicitud no lo encontró”.

Dentro de la misma línea de insensatez, en mayo de 1810 se extendió la orden de prisión contra Nicolás López, quien fuera nada menos que el carcelero de la Real Cárcel de Arequipa, por haber sido descubierto liberando peligrosamente a algunos presos bajo la ingenua condición de que regresen voluntariamente en las noches. Al ser cuestionada su actitud, el carcelero declaró en su defensa que:

“Saca al alto a aquellos presos que no provienen del delito para la seguridad de su persona y la cárcel...y que en algunas ocasiones que se ve ahogado por alguna diligencia se ha acompañado de alguno de estos presos, creyendo que en ninguna manera contravenía a su responsabilidad y mandatos.”

Condiciones de salubridad

Siendo la higiene una cualidad muy poco extendida entre las sociedades Pre-capitalistas, se entiende entonces por qué, las condiciones de salubridad e higiene de la cárcel arequipeña marchaban a la par con las de seguridad. En este sentido, tampoco fue de extrañar que muchos reos viviendo en tales estados de reclusión, enfermasen permanentemente o lo que es peor, murieran. Así les sucedió a Gregorio Mosqueira y Bartolomé Flores, acusados del brutal asesinato de un comerciante, quienes en 1802 murieron del “mal de angina” y “evacuaciones de sangre” respectivamente, luego de dos años de reclusión esperando la sentencia. También, y del mismo modo, ocurrió en diciembre de 1800, cuando la india Ventura Guaita, cómplice de un asesinato, falleció en el hospital de San Juan de Dios “a donde fue llevada enferma desde la cárcel”.

Un medio para la fuga

Paradójicamente, una situación tan lamentable como la experimentada en el único penal arequipeño, favorecía indirectamente la fuga de los reos. En vista de que al ser trasladados por enfermedad al principal hospital de la ciudad, los susodichos aprovechaban la falta de vigilancia del nosocomio para evadirse. Así sucedió con los reos Matías Alpaca e Hilario Quispe, cómplices de un robo a la caja de comunidad del pueblo de Paucarpata, quienes en abril de 1804, fugaron mientras eran conducidos al hospital. De igual manera, tenemos el caso de José Carpio, condenado a un año de destierro al presidio del Callao, quien en febrero de 1802 “profugó del hospital San Juan de Dios en donde se le había puesto a curar”

Con el paso de los años y de las décadas, tales condiciones carcelarias no han variado sustancialmente en el Perú, todo lo contrario diríamos; y hoy pese a contar con sistemas de vigilancia muy avanzados y el rótulo de “Cárceles de Máxima Seguridad”, a dichas instalaciones ingresan y en ella circulan las más diversas e inimaginables mercancías y objetos. Increíblemente, ya no es necesario salir de ellas para realizar algún acto criminal, pues estos se pueden fácilmente organizar desde dentro, con la activa o pasiva complicidad de algunas autoridades penitenciarias.