viernes, marzo 30, 2012

LOS ASESINOS DE LA MEMORIA

Museo de Sitio y Archivo Provincial de la Memoria – Córdoba, Argentina




Arturo Caballero

Este artículo inicia un proyecto que pretende dar a conocer los lugares de la memoria del Cono Sur de América Latina -Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Perú-, desde una perspectiva vivencial a partir del contacto con las ciudades, sus habitantes y las narrativas que sobre la memoria prevalecen en el imaginario colectivo, o las que luchan contra las narrativas del olvido que defienden los «asesinos de la memoria». El trabajo académico no estará de todo ausente; sin embargo, pues uno de los objetivos finales del proyecto es que cualquier persona interesada en el tema lo explore sin dificultades. Por ello el registro de los artículos estará a medio camino entre la crónica de viajes, el artículo de opinión y el ensayo académico.


En diciembre del año pasado, poco antes de regresar al Perú, visité el «D2», un centro clandestino de detención donde se torturaba y encerraba a sospechosos de terrorismo; en realidad, a cualquier ciudadano que tuviera la desdicha de ser secuestrado por agentes militares y policiales sin mediar explicación o derecho a ejercer la legítima defensa. Durante la década del 70 funcionó como Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTE). Lo sorprendente es que este centro de detención haya operado sin mayores dificultades en el pasaje Santa Catalina, entre la Catedral y el Cabildo, y a 50 metros de la Plaza San Martín, es decir, en pleno corazón de la ciudad. Hoy es un Museo de Sitio y Archivo Provincial de la Memoria, uno de los lugares de la memoria más emblemáticos de Córdoba, cuyo gobierno provincial se encarga desde 2006 del mantenimiento de las instalaciones que albergan una muestra permanente de documentos, imágenes y ambientes que evocan el horror infligido a las víctimas sobre todo en la etapa más oscura de esta dependencia durante el gobierno de la Junta Militar en la Argentina (1976-1983). El análisis de los documentos de las fuerzas de seguridad indica que por aquí pasaron aproximadamente 20.000 personas entre 1971 y 1982.

El D2 ocupó un lugar especial dentro de la estructura de la Policía Provincial. Fue creado para combatir un tipo de delito difusamente tipificado como «subversión», ya que toda manifestación social, política o cultural interpretada como peligrosa por los agentes de seguridad del Estado podía ser calificada como subversiva a tal punto que varios libros de literatura infantil, entre ellos algunos de la escritora María Elena Walsh fueron censurados y sacados de circulación por considerar que inculcaban ideas radicales a los niños. Los militares se sentían en la obligación moral de preservar a la niñez de aquellos libros que —a su entender— ponían en cuestión valores sagrados como la familia, la religión o la patria. La Torre de Cubos, de la escritora cordobesa Laura Devetach, y un Elefante ocupa demasiado espacio, de Elsa Bornemann integran la extensa lista de libros infantiles censurados por la dictadura. Ni siquiera los adolescentes estuvieron libres del acoso de los agentes de seguridad destacados en el D2. En una de las salas del museo hay una muestra permanente con fotografías de los estudiantes desaparecidos de la Escuela Alejandro Carbó. Un episodio similar ocurrió en la ciudad de La Plata cuando un grupo de estudiantes secundarios que luchaban por la reincorporación del boleto escolar gratuito fueron brutalmente secuestrados y torturados durante meses en un centro clandestino de detención. La edad de estos jóvenes oscilaba entre los 14 y 18 años.

La persecución ideológica organizada desde el Estado tiene una larga tradición en la Argentina. A principios del siglo XX, la «Ley de residencia» fue aplicada contra inmigrantes anarquistas, socialistas y cualquier grupo político considerado peligroso. La policía fue la cara visible de la represión a huelgas dirigidas por movimientos obreros y estudiantiles; sin embargo, también existieron divisiones parapoliciales que actuaban en la clandestinidad y gozaban de impunidad y de la complacencia del poder político que eventualmente recurría a ellos para combatir la subversión de manera «más efectiva y silenciosa».

La Junta Militar utilizó los recursos del Estado para sostener su persecución ideológico-política a estudiantes, activistas sociales, sindicalistas, militantes de partidos de izquierda, miembros de grupos armados y a todo aquel sospechoso de participar en actividades subversivas. El secuestro, la tortura, el encierro, la desaparición y el asesinato fueron los principales métodos utilizados por los agentes asignados al D2, quienes en diferentes ocasiones actuaron conjuntamente con las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares como el Comando Libertadores de América (CLA) y la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A).

En 1972 el Departamento de Informaciones de Córdoba recibió mayor presupuesto y personal con la finalidad de incrementar las tareas espionaje, organización de la información obtenida, detenciones, secuestros, interrogatorios y torturas de personas consideradas como una amenaza para el orden social. Los periodos de mayor represión y crímenes ocurrieron entre 1974 y 1979 cuando el D2 estuvo a cargo de ese departamento policial. Durante esos años, estuvieron al mando el Insp. Mayor Ernesto Julio Ledesma (1974-1975), el Crio. Insp. Pedro Raúl Telleldín (1975-1977) y el Crio. Juan Fernando Esteban (1977-1979). Los vínculos de la Policía Provincial con la política eran de tal dimensión que en febrero del 74 el Tte. Cnel. Domingo Navarro, jefe de la Policía de Córdoba, lideró un alzamiento conocido como el «Navarrazo» cuyo desenlace fue la destitución del gobernador electo y la intervención federal en el gobierno provincial.

En marzo de 2006, en el contexto de los 30 años del golpe de Estado que llevó a los militares al poder, los legisladores provinciales de Córdoba aprobaron unánimemente la ley 9286, conocida como «Ley de la Memoria», la cual dispone la implementación de la Comisión Provincial de la Memoria, la creación del Archivo Provincial de la Memoria y la ubicación de ambas instituciones en las antiguas instalaciones del Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba, más conocido como «D2». La cesión de este lugar a la Comisión Provincial de la Memoria fue un hecho histórico dentro del proceso de lucha de los organismos de Derechos Humanos por la construcción de Memoria, Verdad Histórica, Justicia y Reparación Social frente a las graves violaciones a los Derechos Humanos.

Un elemento que le brinda representatividad a la Comisión son las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones estatales que la conforman como la filial de Abuelas de Plaza de Mayo, la Universidad Nacional de Córdoba, la Asociación de Ex Presos Políticos, H.I.J.O.S. y Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, además de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la provincia. De este modo, el Museo de Sitio, ex D2, se integra más eficientemente a la vida de la comunidad que lo rodea superando la idea tradicional que se tiene acerca de los lugares de la memoria como simples espacios monumentales, exhibición descarnada del horror o recuerdo sin reflexión.

Al respecto, la gestión Kirchner asumió una postura totalmente opuesta a la política del olvido de sus predecesores, derogando la ley de punto final promulgada durante el gobierno de Carlos Menem, a través de la cual se amnistió a los militares que unos años antes fueron sentenciados culpables por los crímenes cometidos durante la dictadura lo que permitió que se les juzgue en la Argentina y no en España como lo había solicitado el juez Baltazar Garzón por los delitos cometidos contra ciudadanos españoles. El gobierno de Néstor Kirchner derogó la amnistía, rechazó la extradición, pero reabrió los juicios que culminaron en la encarcelación de los artífices de la violencia de Estado. Asimismo, cada 24 de marzo desde 2006 se celebra en toda la nación el Día de la Memoria, como recuerdo de la fecha en que se produjo el golpe de Estado que inició la dictadura militar más sangrienta de la historia argentina. En Córdoba, todos los jueves, a lo largo del pasaje de Santa Catalina, se muestran las fotografías de los desaparecidos en el D2. Las imágenes van acompañadas de sus datos personales, la fecha de su desaparición y su profesión u oficio.

Un lugar de la memoria no se reduce a una edificación o monumento que periódicamente se convierta en un espacio de conmemoración o una mera exposición de testimonios e imágenes. La exhibición del horror en sí mismo no es suficiente para reflexionar acerca de lo que allí vivieron las víctimas. Los lugares de la memoria tienen una labor más activa: la capacidad de integrar las memorias personales dentro de un gran relato que trascienda la suma de las partes mediante el contraste de versiones particulares, de lo público y lo privado. Por ello la construcción de un gran relato sobre la memoria basado en la pluralidad es el mejor antídoto contra el olvido y el mejor recurso para mantener a raya a los asesinos de la memoria.

jueves, marzo 29, 2012

CRIOLLOS ILUSTRADOS O LA RACIALIZACIÓN DEL SABER




Uno de los ensayos que más me cautivó el año pasado por su profundidad analítica y claridad metodológica es La hybris del punto de cero (2005) en el cual Santiago Castro-Gómez sostiene que la ciencia ilustrada del siglo XVIII fue un instrumento para el control político de las poblaciones subalternas en la América colonial —concretamente en el virreinato de la Nueva Granada donde sitúa su análisis— es decir, que constituyó un elemento fundamental para la colonialidad del poder, lo que implica que la modernidad no fue una superación del colonialismo, ni su antítesis, sino su otra cara. Ello se explica por la convicción ampliamente generalizada entre los pensadores ilustrados europeos y americanos de que la ciencia podía explicar objetivamente los fenómenos de la realidad, entre ellos a las culturas periféricas. Este modo de observar la realidad es lo que el autor denomina punto cero, «una plataforma neutra de observación que, a su vez, no puede ser observada desde ningún punto». Situado en este lugar privilegiado, el observador tampoco puede ser cuestionado.

En consecuencia, el científico o filósofo ilustrado criollo forjó una superioridad avalada por un saber que se define como superior y objetivo, y por su articulación con un proyecto imperial de dominación política y cultural basado en una aparente superioridad étnica. La limpieza de sangre, fervientemente defendida por las élites criollas latinoamericanas, funcionó como un filtro sociocultural que impidió, no sin algunos tropiezos, la movilidad social en una sociedad de castas como fue la América española colonial. Así fue como el poder imperial, apuntalado por el discurso científico ilustrado, ejerció un control biopolítico sobre la vida social durante la Colonia.

Las implicancias políticas, culturales y sociales de esta postura científica son analizadas utilizando como marco teórico los estudios culturales, la teoría poscolonial y el análisis del discurso, además de algunas categorías de pensadores latinoamericanos como la colonialidad del poder, desarrollada por Aníbal Quijano, Walter Mignolo y Enrique Dussel; y europeos como la biopolítica de Michel Foucault, habitus y capital cultural de Pierre Bourdieu, y las reflexiones de Edward Said sobre Oriente y Occidente.

El primer capítulo desarrolla conceptos que posteriormente serán aplicados al estudio de casos en la sociedad de la Nueva Granada. Aquí se establecen las relaciones entre el proyecto colonial y el proyecto de la Ilustración con el fin de desarrollar la idea de que la Ilustración fue un proceso resultado de una doble construcción desde el centro europeo y de la periferia americana. Siguiendo esta hipótesis, la Ilustración no posee solo uno sino diversos lugares de enunciación. Sin embargo, se interesa más en la dinámica de la Ilustración en la Colombia virreinal, en analizar cómo se leyó e interpretó la Ilustración en este lugar, más que si fue bien o mal entendida por la intelectualidad local. Por ello concentra su análisis en la manera cómo la intelectualidad criolla tradujo el ideal de la ilustración y lo reacomodó para la consecución de sus propios fines: mantener un status quo de dominación legitimado científicamente.

El giro epistemológico que operó en Europa a partir del siglo XVII sustituyó el estudio de la experiencia vital y la observación de la realidad —una concepción práctica del conocimiento— por otra más racionalista y escolástica que apuntaba a la formalización del lenguaje científico tomando como modelo a la lógica y la matemática para universalizar una gramática científica susceptible de ser comprendida en cualquier circunstancia y por consiguiente descontextualizando su objeto de estudio. Las ciencias exactas y las formales emergieron con mayor protagonismo que las antiguas disciplinas organizadas sobre la base del lenguaje oral.

La Ilustración, anota el autor, consideraba que una gramática universal de las lenguas se sustentaba en una racionalidad también universal accesible a todo el género humano más allá de sus particularidades culturales. Para ello era necesario desarrollar un lenguaje científico que uniformizara criterios y sirviera para analizar e interpretar el lenguaje cotidiano. De este modo, el discurso científico se erigió como un lenguaje superior a otras formas de conocer el mundo, pues se autoubicaba en una perspectiva aparentemente neutral y objetiva, (punto cero de observación). Aquel lenguaje científico se preciaba de reflejar «de forma más pura la estructura universal de la razón».

De otro lado, los imperios coloniales impusieron una política colonial del lenguaje a través de la cual el saber se registraba y reproducía a través de la escritura y en la lengua dominante. Sostener actualmente que la lengua castellana fue un instrumento de dominación colonial no es ninguna revelación, pero sí lo es afirmar que Europa recién ingresó a la modernidad con el descubrimiento de América y no antes, y que para efectos de expansión y dominio coloniales esta política imperial del lenguaje fue apoyada por una política imperial de la ciencia, es decir, que el discurso científico de la Ilustración fue también un discurso colonialista, pues sirvió para controlar territorios y las poblaciones sobre las cuales se extendió bajo la dirección de las mentalidades locales influidas por una Ilustración ya consolidada en la Europa del siglo XVIII.



La inquietud por la organización de la vida social y por el dominio de un conocimiento que garantice el control de la realidad se origina en el proyecto de Cosmópolis el cual articula la ciencia con la política para controlar la producción y expansión de conocimientos convenientes a los Estados que asumen la Ilustración como modelo de progreso. A partir del siglo XVIII, los estados imperiales buscaron situarse en un punto cero para asegurar que la sociedad sea «observada desde un lugar neutro de observación, no contaminado por las contingencias relativas al espacio y el tiempo». Entonces, se esperaba que las estructuras sociales funcionaran de acuerdo a las leyes que regían el cosmos, para lo cual hubo que echar mano de un conocimiento ya no empírico y diverso sino racional, universal y escolástico. El Estado se encargaría de organizar racionalmente la vida social de manera análoga al orden natural del cosmos.

Asimismo, la Ilustración alentó la negación de simultaneidad, o sea, considerar que solo algunas sociedades avanzan mientras que otras se estancan rechazando la posibilidad de que cada cultura se desarrolla paralelamente a otras pero de acuerdo a sus propios condicionamientos espacio-temporales. Ciencia, técnica y economía fueron los criterios mediante los cuales se evaluó el grado de progreso/atraso de las sociedades periféricas a Europa en el siglo XVIII y que justificaron científicamente el confinarlas en la escala más baja de desarrollo.

Otra de las afirmaciones más reveladoras en esta sección es la que parte de las observaciones formuladas por Enrique Dussel a Inmanuel Wallerstein acerca de la estructuración del sistema-mundo que dio lugar a la expansión de la modernidad y de su otra cara, el colonialismo. De acuerdo a Dussel, el primer discurso universalista no fue el liberalismo sino el discurso de la limpieza de sangre. Por consiguiente, la modernidad no se gestó en el siglo XVIII (segunda modernidad) sino en el XVI (primera modernidad) sobre la base de distinciones geográficas y geoculturales establecidas por el cristianismo, el que a su vez, echó mano de las concepciones de los filósofos de la antigüedad. Lo central aquí es que la diferenciación étnica fue el criterio por el cual se determinó la jerarquía cultural entre las poblaciones que conformaban el orbis terrarum de los filósofos medievales cristianos: «los asiáticos y los africanos, descendientes de aquellos hijos que según el relato bíblico cayeron en desgracia frente a su padre, eran tenidos como racial y culturalmente inferiores a los europeos, descendientes directos de Jafet, el hijo amado de Noé»; por este motivo, «Europa ocupaba el lugar más eminente, ya que sus habitantes eran considerados más civilizados y cultos que los de Asia y África, tenidos por griegos y romanos como “bárbaros”».

Siglos después, la Ilustración no modificó estas jerarquías sino que, como resultado del descubrimiento de América, amplió el mapeo del sistema-mundo para ubicar a las poblaciones descubiertas en un orden conveniente al imperante. Tampoco significó una real confrontación con el oscurantismo religioso de la Edad Media sino que en lo concerniente a la supremacía cultural de Europa contribuyó a configurar un sistema-mundo en el que la limpieza de sangre fue su fundamento, y para fortalecerlo se hallaron explicaciones en un discurso científico aparentemente neutral y universal. «Es la identidad fundada en la distinción étnica frente al otro, aquello que caracteriza la primera geocultura del sistema-mundo moderno/colonial. Una distinción que no sólo planteaba la superioridad de unos hombres sobre otros, sino también la superioridad de unas formas de conocimiento sobre otras». El resultado es que Europa se posicionó como un centro productor de conocimiento y América, Asia y África como sus receptores.

Lo particular del proceso de ilustración en la América hispánica fue que la subjetividad criolla basada en la limpieza de sangre fue simultánea a la subjetividad burguesa de la modernidad europea solo que enunciada desde otro lugar y heredera de muchos aspectos de aquella, lo cual complementó la modernidad dentro de un sistema-mundo diseñado desde la localidad europea.

La colonialidad del poder de Aníbal Quijano le permite a Castro-Gómez advertir que detrás de los proyectos de dominación colonial existe un conjunto de presupuestos epistemológicos y culturales que lo solventan y que es preciso evidenciarlos para comprender integralmente lo que es la colonialidad, la cual actúa no siempre coercitivamente sino de manera más sutil, por ejemplo, bajo la forma de un discurso científico, moderno y racional que, como ya se indicó, se ubica en un punto cero de observación y cuya aceptación se expone como inminente y natural por el prestigio del enunciador del discurso y de su lugar de enunciación.

Una vez esclarecida la relación entre modernidad y colonialidad del poder, el siguiente capítulo analiza la importancia de la limpieza de sangre en la configuración de las relaciones entre las castas de la sociedad colonial neogranadina. Las dificultades para el ascenso social de los sujetos étnicamente más alejados del ideal de blancura defendido por las élites criollas ilustradas fueron eventualmente vulneradas por los sujetos de las castas inferiores a través de su capital intelectual o económico. La universidad y el matrimonio fueron los escenarios donde se libraron los conflictos por la superación de las vallas impuestas por la jerarquización social de la limpieza de sangre. Sin embargo, las restricciones académicas fueron endureciéndose progresivamente con el fin de mantener un saber étnicamente inmaculado y a una elite criolla hegemónicamente blanca, ya que la ciencia por parte de la intelectualidad criolla en la Nueva Granada y por extensión en la América española fue utilizada como un mecanismo de control social sobre la población más desposeída. Aquella acentuó la distancia social entre las clases sociales: las que administraban el saber ilustrado y las que eran objeto de su estudio y por tanto incapaces de enunciarlo.

Las reformas borbónicas inspiradas en la Ilustración fueron percibidas por un sector de la elite criolla como una amenaza contra su hegemonía basada en la blancura, pese a que la intención de la Corona nunca fue deshacer las jerarquías sociales. Los conflictos entre las castas se acentuaron como resultado de dichas reformas en particular por la resistencia de la élite criolla y eclesiástica a perder sus privilegios basados en la limpieza de sangre.

Pero la consecuencia más importante y posiblemente no prevista fue la flexibilización de la movilidad social. El homo academicus colonial se vio amenazado por la emergencia de estudiantes notables provenientes de castas inferiores beneficiados por las reformas borbónicas que les permitieron acceder a la educación universitaria. Uno de los propósitos era potenciar las capacidades de la mayor cantidad de población posible mediante la educación a través de conocimientos útiles, prácticos e indispensables para las circunstancias del momento. En este sentido, las especulaciones metafísicas de los eruditos coloniales, ortodoxos y tradicionalistas, resultaban irrelevantes para el proyecto ilustrado de los borbones. Y donde primero se manifestó esta necesidad de procurar saberes prácticos fue en la medicina.

En «Biopolíticas imperiales», Castro-Gómez profundiza en los efectos de las reformas borbónicas en el habitus neogranadino. Contrarios a la reacción de los eruditos ortodoxos, los criollos ilustrados recibieron con beneplácito las reformas, a las que consideraron como un complemento del discurso colonial de la limpieza de sangre. En el fondo, la disputa entre ortodoxos e ilustrados fue una contienda por la dominación del saber resuelta más como complemento y continuidad que como total ruptura. En suma, el discurso colonial de los antiguos criollos se recicló a través del discurso científico de los criollos ilustrados; ello los situó como observadores imparciales de la realidad (en un punto o grado cero de observación) con lo cual igualarían el status del homo academicus europeo.

La nueva política hospitalaria determinó que los profesionales médicos reemplacen a las órdenes religiosas en la administración de los hospitales y en el consecuente cuidado y tratamiento de los enfermos. La ciencia médica proporcionaría los saberes necesarios para curar las enfermedades, reducir la tasa de mortalidad, mejorar la salud de la población y mantenerla en óptimas condiciones para el trabajo y así incrementar la riqueza del imperio.

Por otro lado, la pobreza pasó a ser una prioridad de urgente solución para el Estado borbón. Los hospitales y los hospicios comenzaron a separar a los menesterosos y enfermos de quienes vivían a expensas de la caridad pública. En consecuencia, si la salud no se los impedía, todos debían trabajar para su propio sostenimiento: siendo el propósito de las reformas borbónicas insertar a España dentro de la modernidad segunda que recorría toda Europa, no extraña la lucha contra la ociosidad, catalogada de antinatural. Para el pensamiento ilustrado lo natural era abundancia, salud y riquezas; lo antinatural era la escasez.

La matemática también fue una disciplina que apoyó el proyecto ilustrado en la América hispánica: censos poblacionales, inventarios de bienes y recursos, registro de incidencias, etc., todo ello con el objetivo de domesticar el azar obteniendo certezas a partir de la información y los cálculos matemáticos. Así, se establecieron proyecciones y variables de control sobre la pobreza y la enfermedad para encauzarlas e integrarlas dentro de un proyecto de gobernabilidad diseñado por el Estado y sus tecnócratas ilustrados.

A pesar de lo progresistas que lucen estas reformas, Castro-Gómez enfatiza que el discurso de la limpieza de sangre, en aparente contradicción con el espíritu de la modernidad, logró conciliarse con la Ilustración en una dinámica de concesiones y continuidades. Los médicos que obtenían un grado académico debían, además, estar acreditados étnicamente para ejercer la profesión, en otras palabras, demostrar su pureza de sangre. Esta situación impedía que estudiantes muy capaces lograran graduarse. A esto se agrega que para los criollos ilustrados era más significativo el conocimiento práctico que la obtención de títulos o el conocimiento de la obra de sus pares europeos. Por razones prácticas, fue necesario flexibilizar las leyes que separaba a los blancos de las castas, debido a que la población mestiza, hacia finales del siglo XVIII, era ya la principal fuerza de trabajo en la Nueva Granada, pues lo que importaba al Estado tecnocrático no era quien trabajaba sino con cuanta eficacia lo hacía para cumplir las metas diseñadas por el gobierno central.

En «Conocimientos ilegítimos», vincula las conclusiones de los dos capítulos precedentes para explicar que el discurso de la hybris del punto cero y el discurso de la limpieza de sangre no fueron antagónicos, sino complementarios, pues el discurso ilustrado criollo que asumió ese punto cero se observación articuló la limpieza de sangre y el control biopolítico de la vida social implementado por las reformas borbónicas. Castro-Gómez afirma que la barrera que separaba la ciencia ilustrada del saber popular equivalía, en realidad, a la frontera étnica que dividía a los criollos de las castas, lo que podríamos denominar racialización del conocimiento. Esta frontera fue resultado de una expropiación epistémica, por la cual todo saber autóctono, periférico, tradicional o indígena fue reemplazado, aprovechado o combatido por la ciencia ilustrada, de modo que si antes de las reformas borbónicas las superioridad de los criollos y europeos sobre los indígenas, negros y mestizos se justificó por la limpieza de sangre, luego se añadió la posesión de una forma superior de conocimiento, la ciencia moderna. Esto último demuestra que el discurso científico ilustrado fue un instrumento de dominación colonial. En resumidas cuentas, la superioridad del discurso científico se fundamentó en el discurso de la limpieza de sangre.

El último capítulo explora desde otro punto la coincidencia en el discurso criollo entre la hybris del punto cero y la limpieza de sangre: la geografía como una ciencia que proporcionó un saber que permitió controlar el territorio, sus recursos y el nomadismo de las castas para someterlas a la superioridad étnica de la élite criolla. La corona española tenía la necesidad de delimitar exactamente sus territorios y obtener información sobre recursos naturales y humanos para una administración más eficiente del imperio. Se abandonan las representaciones artísticas para dar lugar a representaciones racionales y cuantitativas del espacio.

En la geografía también se buscaron explicaciones para conducta humana. Luego de mapear el territorio e identificar la ubicación de las poblaciones, la geografía indagó en sus modos de vida a los que hizo corresponder con determinados espacios físicos. De este manera, apareció una geografía de las razas basada en un determinismo de la naturaleza sobre la población que la ciencia geográfica se encargó de justificar. Concebida así, la geografía apoyó el discurso de la limpieza de sangre y fue un instrumento de la colonialidad del poder, porque justificó la incapacidad física y moral de los indios y negros en función del clima del cual provenían, la necesidad de explotar territorios ricos en recursos debido a que sus naturales pobladores no estaban en condición de hacerlo y disponer de un inventario de recursos naturales y humanos ubicados con exactitud. «De modo que lo que explica la falta de civilización en América no es tanto la inferioridad técnica de los indios frente a los europeos, ni tampoco el atraso económico del Imperio español frente a otras potencias europeas, sino la degeneración natural que produce el clima de América».

Esta conclusión ampliamente extendida entre los académicos europeos dejaba muy mal parados a los criollos americanos quienes se esforzaban por distinguirse de las castas y exhibir su pureza de sangre. El efecto fue que los criollos ilustrados pusieron en entredicho a las autoridades académicas europeas y defendieron su derecho a pensar desde su lugar de enunciación. La réplica criolla argumentó que América era un continente joven y que los criollos también eran una raza joven ocupada en someter el lugar. A largo plazo, desarrollarían su genio y podrían gobernar autónomamente estos territorios. Esta réplica contiene el germen de la independencia de la América hispánica y confirma que dicha gesta fue una iniciativa de las élites criollas influidas por la Ilustración pero aún dominadas por el discurso de la limpieza de sangre que subsistió en las nacientes repúblicas y hasta la actualidad.

La hybris del punto cero es un muy buen referente para la estructuración de una investigación académica por la claridad procedimental y la profundidad analítica que posee. El autor no se detiene en malabarismos teóricos ni abruma al lector con digresiones innecesarias. Las categorías utilizadas son funcionales a los propósitos de su investigación. Por ello guarda armonía entre la rigurosidad y la precisión. El objeto de estudio, el marco teórico y el desarrollo de los contenidos están nítidamente evidenciados a lo largo de toda la investigación. Al final y al inicio de cada capítulo, el autor va evocando las hipótesis de cada sección, relacionándolas con el propósito del capítulo en curso. Esta circularidad ayuda a mantener la perspectiva general de la investigación y vincular las categorías con los aspectos particulares de cada apartado.

Aparte de ello, pone de relieve una cuestión de actualidad en el debate sobre la colonialidad del saber en las sociedades poscoloniales: la inserción de las agendas académicas periféricas a las exigencias de una comunidad académica local con alcance global. ¿El prestigio de la academia norteamericana o europea descansa exclusivamente en lo académico o acaso variables de corte étnico determinan una relación de subordinación del «lado de aquí» hacia el «lado de allá»? La presencia de un gran contingente de investigadores latinoamericanos que integran los departamentos de literatura en los Estados Unidos no ha generado un debate fluido entre lo que se hace en Lima con lo que se discute en Boston, New York, Princeton o Yale, por citar solo algunos ejemplos; por el contrario, la comunidad académica nacional no se ha beneficiado en la misma proporción que la norteamericana o europea, simplemente porque los posgraduados la mayoría de las veces, tienden a reproducir los esquemas de subordinación cuando desarrollan sus investigaciones. Rara vez subvierten tales esquemas.


En el Perú urge una investigación semejante orientada a desentrañar el racismo supérstite en relación a la violencia política de finales del siglo XX. Posiblemente, un trabajo así confirmaría que en el Perú contemporáneo subsiste una estructura jerárquica de castas socioculturales cuyos límites están definidos por la limpieza de sangre y el acceso a conocimientos y espacios de poder.