viernes, agosto 08, 2014

EL FANTASMA DE LA CIUDAD MESTIZA

Eusebio Quiroz Paz Soldán. Entre Arequipa y la historia
Carlos Rivera (comp.)
Cascahuesos
Arequipa, 2014



Gracias a la inagotable labor de Carlos Rivera y al auspicio de la Asociación de Municipalidades Distritales de Arequipa, nuevamente la editorial Cascahuesos publica otro libro homenaje, en esta ocasión, dedicado a Eusebio Quiroz Paz Soldán. 

El libro contiene cinco secciones —entrevistas, apuntes críticos, semblanzas, trazos y obra— y congrega a periodistas, historiadores, caricaturistas, científicos sociales, abogados, críticos literarios conocedores de la trayectoria personal y académica del historiador arequipeño.

Una primera apreciación es la desigual distribución y profundidad de los contenidos. La entrevista realizada por Paola Donaire es excesivamente liviana, pues incide en preguntas insustanciales que obtienen en su mayoría el mismo registro de respuestas, breves y anodinas, excepto en las que el mismo entrevistado lleva adelante el diálogo al profundizar en detalles autobiográficos que enriquecen una entrevista que se perfilaba como el abordaje de una faceta más íntima del historiador arequipeño. En contraste, Fernando Valle Rondón dialoga con el homenajeado de modo más solvente y distendido. 

Los apuntes críticos merecían convocar mayor cantidad de artículos, ya que es muy poco lo que ofrecen como reflexión acerca del pensamiento de Quiroz Paz Soldán. A excepción de algunos pasajes del artículo de Álvaro Espinoza de la Borda, los textos de José Tamayo Herrera y Percy Eguiluz Menéndez son propiamente apuntes biográficos, es decir, se enfocan mucho más en la persona que en la discusión o explicación de ideas. Y debido a que hay más semblanzas que reflexiones críticas, la mayoría de aquellas reiteran constantemente datos y anécdotas, salvo José Carlos Vargas, Chalo Guillén y Carlos Rivera, quienes evitan esos lugares comunes. Inclusive algunos perfiles pudieron omitirse por lo escuetos y reiterativos. Por el contrario, resalta el artículo de Tito Cáceres, el cual presenta algunas notas biográficas como preámbulo de su análisis; sin embargo brinda variados alcances críticos sobre la poesía de Quiroz Paz Soldán, por lo cual estaría mejor ubicado en la parte crítica. 

Este desbalance entre la parte crítica y las semblanzas posterga la oportunidad de iniciar una discusión de su pensamiento y de ciertas ideas que siguen latentes, cual fantasmas, en el imaginario político, social y cultural de la población arequipeña, entre ellos, el fantasma de la ciudad mestiza.

Importado de las ciencias biológicas, el concepto de mestizaje fue incorporado por las ciencias sociales entre mediados del siglo XIX hasta adquirir vitalidad ya bien entrado el siglo XX. La influencia del positivismo en las ciencias humanas y sociales determinó que estas últimas adhirieran cada vez más los presupuestos epistemológicos de las ciencias naturales. De allí que en su afán de lucir como científicas, las humanidades y ciencias sociales, especialmente, ciertas áreas de la crítica literaria, buena parte de la antropología, sociología e historia acogieron con entusiasmo metodologías y categorías provenientes de las ciencias naturales. Es en este contexto que la noción de mestizaje se propuso como un recurso conciliador que destacaba lo mejor de las culturas involucradas en un encuentro cultural. No en vano el mestizaje como construcción ideológica del discurso científico colonial-imperial sirvió en un horizonte postcolonial para apaciguar la ruptura política y seguir prolongando la dominación cultural sobre la base de una continuidad sin conflictos, resuelta a partir del mestizaje, es decir, de un encuentro entre semejantes que aportaron lo mejor de cada uno a favor de una síntesis que sería más que la suma de las partes. De este modo, aunque las repúblicas latinoamericanas proclamaban jubilosas su emancipación política, la clase política dominante de orientación conservadora y sus más preclaros intelectuales acudieron al mestizaje para insistir en la innegable ligazón histórico-cultural que unía a la nación mestiza con nación imperial. 

No obstante, el mestizaje oculta la condición subalterna de las culturas que entraron en contacto con otras hegemónicas. El fantasma de la ciudad mestiza —en el caso de Eusebio Quiroz Paz Soldán— sostiene que el mestizaje cultural acontecido en Arequipa serviría como fundamento para un mestizaje nacional. Por el contrario, considero que esta peligrosa homologación sigue inscrita en una matriz colonial pero de segundo orden, una especie de colonialidad hacia adentro.

Durante la colonia, el discurso de la pureza de sangre fue un dispositivo de dominación empleado por europeos, criollos y mestizos en distinto grado. Los españoles apelaron a la limpieza de sangre para refrendar su superioridad sobre los hijos de europeos nacidos en América; los criollos la usaron para situarse en un mejor lugar frente a los mestizos, negros, indios y demás castas; y los mestizos la utilizaron para asegurar un mínimo de movilidad social especialmente durante el periodo de las reformas borbónicas. 

Aparentemente, la noción de mestizaje supera el discurso colonial de la pureza de sangre; no obstante, no lo abandona del todo sino que lo maquilla. Pues el mestizo en tanto resultado superlativo de la mezcla cultural, reúne esa cualidad en la medida que solo ha recibido el aporte de los segmentos más empoderados de una y otra cultura, y no de las diversidades en conflicto relegadas dentro de sus propios contextos culturales. El «blanco aventurero» y el «indio emperador» son los sujetos predilectos de la idea de mestizaje postcolonial. Por ello no resulta sorprendente que en la poesía de Chocano, la pureza de sangre sea el blasón de los sujetos pre mestizos: véase que no es cualquier blanco ni cualquier indio el que aporta al mestizaje, sino un blanco y un indio en particular. De otro lado, una revisión del sistema de castas colonial muestra que el mestizo ocupa el primer lugar en la jerarquía. Este es el resultado de la mezcla entre europeo e india (con la presunción agregada de que el sujeto dominante es el varón), luego le suceden el cholo, el mulato, el morisco, el zambo, etc., es decir, a medida que se desciende en la clasificación, hay menos presencia de «sangre pura». Por esta razón, no es antojadiza la posición del mestizo en esa jerarquía; esta se explica por la presunción que en comparación con el resto de castas el mestizo es el menos indio o negro.

El mestizaje implica un proceso unidireccional de aculturación, ya que el mestizo, aunque «síntesis viviente» de dos culturas, es menos aindiado y más blanqueado. A quien se invocaba desde la intelligentsia emancipadora era al criollo y al mestizo, porque se suponía que en ellos habitaba una mayor conciencia de libertad que en el resto de castas tenidas por irremediablemente sumisas. Parte de un supuesto encuentro de iguales, la evocación modernista- hispanista los ubicó como sujetos semejantes, pero el orden colonial los concibió como necesariamente desiguales. De este modo, el mestizaje avala un orden basado en la desigualdad étnica. 

Otra razón para desestimar el mestizaje, y relacionada con el discurso de la pureza de sangre, es que aquel se ampara en la categoría de «raza», ampliamente discutida en las ciencias sociales. Parte del aggiornamento operado en el mestizaje es que oculta sus filiaciones racistas. Desde mediados del siglo XX se fue abandonando progresivamente, aunque no del todo, la noción de raza como elemento constitutivo del mestizaje para dar lugar a otra más universal como la cultura. O sea, se hablaba cada vez menos de razas mestizas pero más de culturas mestizas. Se trata de una estrategia discursiva que invisibiliza el conflicto cultural, por supuesto, solo de modo aparente. Por ello, afirmar como Quiroz Paz Soldán que el Perú todo es mestizo como se simboliza en la imagen del Inca Garcilaso de la Vega arrastra consigo el enorme lastre del discurso de la pureza de sangre, la raza y la desigualdad étnica. Me parece que con tal solo examinar la condición mestiza del Inca Garcilaso, fundamento del mestizaje primigenio, podemos advertir la posición desde donde se enuncia este concepto, además de las superposiciones, desplazamientos, tensiones y diversidades que la idea de mestizaje no logra explicar. En otras palabras, no todos los sujetos mestizos lo fueron al modo del Inca Garcilaso. Este es uno de los fantasmas más recurrentes en los historiadores peruanos de talante conservador.

Por todo lo anterior, dificulto que exportar desde Arequipa una identidad cultural mestiza hacia el resto del Perú, con las connotaciones excluyentes, racistas y jerárquicas que la acompañan, nos brinde un mejor panorama intercultural que el actual. Una identidad cultural mestiza descansa sobre la desigualdad, lleva consigo soterrada la racialización de las relaciones sociales y una dualidad español/indígena que reduce el mapa de la heterogeneidad cultural.