martes, octubre 28, 2008

Del liberalismo clásico a la socialdemocracia



El gobierno en el futuro
Noam Chomsky
Anagrama, 2005

Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

Hace algunos meses, rondaba en mi mente la idea de escribir un artículo sobre los puntos de encuentro entre el liberalismo clásico y el socialismo —puntualmente, la socialdemocracia— a partir de algunas intuiciones personales en aquel momento, debo confesarlo, muy etéreas. Luego de leer los artículos de Martín Tanaka, José A. Godoy y Gonzalo Gamio sobre el particular, estas intuiciones fueron tomando cuerpo; sin embargo, la lectura que vino a confirmar esas impresiones iniciales fue El gobierno en el futuro de Noam Chomsky. La producción intelectual este connotado lingüista norteamericano cuyo estilo frontal, polémico y abiertamente crítico de la política internacional de los Estados Unidos le ha valido, estoy seguro, innumerables invectivas, trasciende en los últimos años mucho más por sus textos políticos que por sus aportes a la Lingüística moderna por los cuales obtuvo reconocimiento en el mundo académico durante los años 60 y que, en la actualidad, han terminado relegados en sus prioridades y en las de sus primeros seguidores.

Aunque no es novedad que Chomsky haya alternado siempre la investigación lingüística con el activismo político, es notorio que, pasada la euforia por la hipótesis innatista y la gramática generativa que revolucionaron los estudios sobre el lenguaje en su momento, la actualidad de su pensamiento se cimenta en sus constantes intervenciones acerca de la política mundial. No obstante, más allá de la polémica y de agudeza con la que aborda temas como el terrorismo internacional, la hegemonía de los EEUU en los países subdesarrollados o las críticas contra la administración de George W. Bush, Chomsky no es un politólogo que escriba para especialistas; es, más bien, un humanista bien documentado sobre temas políticos que le interesan y que dirige sus publicaciones a lectores que no necesariamente tengan pretensiones académicas, sino meramente informativas en un estilo ágil semejante al ensayo periodístico. Esto que para algunos intelectuales partidarios del oscurantismo en sus explicaciones podría sonar a banalización del conocimiento es, en Chomsky, una de sus grandes virtudes como analista político. Personalmente, no comparto la postura de algunos intelectuales que consideran al oscurantismo en el lenguaje como una cualidad necesaria y suficiente para entrar a formar parte de un selecto corpus de pensadores. Entre la oscuridad de los filósofos alemanes, la racionalidad francesa y la claridad de los anglosajones, prefiero los tonos grises y luminosos de los últimos.

Ejemplo de su didactismo en la explicación de las ideas constituye esta conferencia dictada en el Perry Center de Nueva York en 1970 publicada bajo el título de El gobierno en el futuro, en la cual ofrece de manera clara y directa sus reflexiones acerca de las posibilidades de transformar los modos de producción de la sociedad actual. Chomsky analiza cuatro posiciones ideológicas sobre el particular que desde el siglo XVIII hasta hoy se han ido sucediendo y que, con el devenir de los tiempos, lucen agotadas en la medida que las circunstancias históricas les plantearon nuevos desafíos que sus paradigmas originales no contemplaron. Liberalismo clásico, socialismo y capitalismo de Estado, y socialismo libertario son contrastados entre sí con la finalidad de esclarecer cuál sería el modelo político-económico más adecuado a seguir en las siguientes décadas.

De haberse realizado en la actual coyuntura, esta conferencia habría generado una corriente en la opinión pública norteamericana y mundial muy favorable a Chomsky quien vería incrementada su popularidad notablemente en vista que algunas voces autorizadas como el economista brasileño Teotonio dos Santos manifiestan que “el neoliberalismo está herido, pero no muerto” y otros más moderados consideran que solo se trata de un replanteamiento del modelo y que el capitalismo tiene para largo. Precisamente, el balance de Chomsky discute la continuidad del neoliberalismo, entendido como la preeminencia de las libertades económicas sobre las políticas y la absoluta autonomía del libre mercado y del capitalismo salvaje desligados de todo compromiso ético con el ser humano.

La conferencia inicia con la revisión del liberalismo clásico a través de las ideas de Wilhelm Von Humboldt y de los nexos que vinculan su propuesta con el socialismo libertario de Bakunin y con el marxismo en lo referente a la emancipación del ser humano del modo de producción capitalista. Si bien el liberalismo clásico planteaba la reducción del Estado, su no intervención en los asuntos del individuo, y la desaparición de cualquier otro entre autoritario, de ninguna manera, destaca Chomsky, ello implicaba el aislamiento del individuo o el abandono de la solidaridad. Lo que sucedió con el correr de los años es que el capitalismo industrial, amparado tendenciosamente en el liberalismo económico, solo puso énfasis en la reducción del Estado, en la exacerbación de la mentalidad consumista de los individuos y en la irrestricta autonomía del libre mercado, con el consiguiente abandono de las consideraciones éticas sobre el ser humano. Como conclusión de esta primera parte, Chomsky apunta que la ideología del capitalismo moderno manipuló las tesis del liberalismo clásico al privilegiar lo económico sobre lo político.

En la segunda parte, analiza el socialismo libertario, más conocido como anarquismo. De las diferentes vertientes anarquistas, Chomsky se concentra en los planteamientos de Bakunin quien sostenía que “para ser anarquista, hay que ser primero socialista”. Los anarquistas como es sabido, tuvieron una breve luna de miel con el socialismo hasta que fueron expulsados luego de la I Internacional Socialista de 1864 por discrepancias en torno a la postura que asumida frente al Estado: a diferencia de los socialistas que planteaban el fortalecimiento del Estado (socialismo de Estado) y la expropiación de los bienes privados y de los medios de producción para que sean controlados también por el Estado, los anarquistas consideraban que ello significaba otra forma de sometimiento tan grave como el de la burguesía capitalista; en consecuencia, para los anarquistas, el Estado era una institución opresora por naturaleza que debía desaparecer y después ser reemplazada por organizaciones autónomas de trabajadores industriales quienes asumirían el control directo de los medios de producción antes en poder de la burguesía industrial o de la burocracia estatal.

Chomsky anota que el punto débil del socialismo de Estado fue, precisamente, reemplazar a un propietario por otro tal vez igual o más autoritario que el anterior. De esta manera, los ideales liberales clásicos, anarquistas y socialistas difícilmente podrían concretarse, ya que la democracia se convierte en un fraude cuando el sistema industrial se encuentra en manos de una élite burocrática y no en los trabajadores. De otro lado, Chomsky halla concordancias entre las propuestas del liberalismo clásico y del socialismo libertario en que ambas exigen poner límites a las funciones represivas del Estado. Sin embargo, el socialismo libertario va más allá porque desea abolir el poder del Estado y extender el control de sus instituciones sociales a organizaciones sociales e industriales de ciudadanos y trabajadores para que se ejerzan un control directo sobre el poder y sin intermediarios.

Posteriormente, refuta dos objeciones al socialismo de Estado: el control directo de los medios de producción sin la mediación de una clase dirigente es incompatible con la naturaleza, lo cual equivale a decir que siempre necesitamos de alguien que emita órdenes; y que la eficacia de la producción se vería perjudicada. Chomsky rebate la primera objeción mediante las ideas de Kant, Humboldt, Rosa Luxemburgo y Rousseau quienes coincidían en afirmar que el hombre ha nacido para ser libre y que poseen el legítimo derecho a autogobernarse. La segunda crítica es refutada a través de argumentos éticos: en una sociedad industrial capitalista en la que se alienta el consumo el despilfarro y la destrucción del medio ambiente resulta contradictorio apelar a la eficacia en la producción, sobre todo si esta se entiende como maximización de las ganancias y beneficio de las corporaciones transnacionales y no de la satisfacción de las necesidades humanas.

La última sección la dedica al comentario del socialismo y del capitalismo de Estado. Distingue dos ámbitos de poder entre los que se desenvuelve la sociedad actual: el poder político, constituido por instituciones estatales y funcionarios elegidos a través del voto popular para que decidan acerca de las políticas públicas; y el poder económico, conformado por inversiones privadas exentas del control popular. Esta forma de organización social tienes tres consecuencias inmediatas. Primero, induce a la mayoría de la población, sometida a decisiones arbitrarias tomadas desde arriba, a aceptar políticas por las que no eligió a su representante. Segundo, que las decisiones sujetas al control popular son muy reducidas —por ejemplo, en lo referente al medio ambiente—; y finalmente, que a pesar de que algunas organizaciones sociales ejercen cierta presión sobre el poder político y económico, como es el caso de las ONG’s, los consorcios privados influyen de manera determinante en la política y en la vida social a través de grandes inversiones y de un sutil control de los medios de comunicación.

De todo esto se desprenden algunas conclusiones: la sociedad no está gobernada por los representantes que eligió, sino por los intereses de corporaciones privadas transnacionales que imponen su agenda a los Estados; la sociedad civil, mientras siga organizada de esta manera, muy poco o nada puede hacer para revertir esta situación; y, la más importante, que la democracia es incompatible con el sistema capitalista porque este reduce la iniciativa colectiva y la participación ciudadana en asuntos de interés público. Y tiene mucha razón: el libre mercado hoy es un mito que los neoliberales han defendido al extremo de convertirlo, y por ello tergiversarlo, en dogma económico, cuya bomba de tiempo les ha estallado en la cara y ante lo cual no hallaron mejor solución que socializar la deuda de las financieras quebradas en los Estados Unidos. Es inconcebible la existencia de un libre mercado habida cuenta que la mayor parte del comercio entre privados ocurre entre empresas que integran el mismo consorcio transnacional, es decir, distintas filiales de la misma organización empresarial se venden a sí mismas. Ello venía ocurriendo en aquel momento que Chomsky dictaba su conferencia: “una pequeña élite industrial de grandes conglomerados corporativos se está haciendo con el control del mercado estadounidense y está acabando con la libre competencia”. Y agrega que las corporaciones “están parcialmente unidas entre síy con otras corporaciones de tal manera que pueden obstaculizar o impedir la toma de decisiones independientes que puedan repercutir en el mercado”. Como lo dijo alguna vez Frederic Jameson, tienen “la sartén por el mango” toda vez que si perciben la mínima afectación en sus negocios, pueden provocar la bancarrota de un Estado en minutos mediante el retiro de sus inversiones y condenar a una nación al ostracismo económico.

Entonces, ¿es posible el cambio? Chomsky concluye que, en un contexto en el que los recursos no renovables de están agotando, la crisis energética en el futuro nos obligará, por las buenas o por las malas, a cambiar nuestros hábitos de consumo y, en consecuencia, nuestros medios y modos de producción industrial. En esta situación, el capitalismo salvaje es insostenible y ha distorsionado los ideales del liberalismo clásico; el socialismo libertario demasiado utópico, pero rescatable en cuanto a la organización autónoma de la sociedad industrial para extender la democracia; el socialismo de Estado no cambia sustancialmente la dependencia de la clase trabajadora quien pasa a ser sometida por una burocracia estatal; y el capitalismo de Estado un camino peligroso que aumenta el control de los estados sobre los individuos. Chomsky apuesta por la síntesis entre liberalismo clásico y socialismo libertario como una alternativa a tomar en cuenta por los gobiernos en el futuro.

En lo personal, encuentro atractiva la síntesis del autor, sin embargo, tengo algunos reparos acerca del anarquismo cuya presencia en la opinión pública pasa desapercibida, excepto en el arte contracultural donde mejor ha sobrevivido —los críticos del copyright tienen en Proudon y Bakunin un gran soporte ideológico que avala su postura—. En algún momento esperaba que Chomsky aludiera a la socialdemocracia como una vía para salir del laberinto neoliberal. Los socialdemócratas eran partidarios de reformas progresivas y también tuvieron desavenencias con los socialistas ortodoxos seguidores de Marx y Lenin. A mi modo de ver, la socialdemocracia ofreció las respuestas a estos dilemas político-económicos décadas antes de la conferencia de Chomsky y de la actual debacle financiera que se extiende globalmente. Socialdemócratas y liberales clásicos coinciden mucho en materia de libertades políticas, pero discrepan en lo relativo a las libertades económicas: mientras los primeros consideran importante que el Estado de Bienestar (Welfare State) garantice la salud pública, educación, vivienda y otras necesidades sociales mediante el asistencialismo, los liberales económicos de oponen a al Estado empresarial. No obstante, actualmente los socialdemócratas han hecho más concesiones económicas al liberalismo sin claudicar de todos los ideales que motivaron el surgimiento del socialismo: igualdad, solidaridad, justicia y libertad. Dado que la socialdemocracia tuvo un papel gravitante en la reconstrucción europea luego de la Segunda Guerra Mundial en Alemania, Francia, Inglaterra y particularmente en los países nórdicos, y más recientemente en la transición española a la democracia, me parece que su omisión le quita algo de solidez a la argumentación chomskyana. Sin embargo, es un texto útil para comprender dos ideas central que me parecen las más relevantes de su discurso: que la democracia es incompatible con el capitalismo salvaje y que el poder económico de las transnacionales es quien realmente decide las políticas de Estado. Esto que hasta hace unos meses era visto por los neoliberales a ultranza como una alucinada hipótesis de la teoría de la conspiración, deja de serlo cuando nos enteramos que el Ejecutivo en los Estados Unidos exige la aprobación de una partida de 700 mil millones de dólares para salvar a las financieras quebradas. En este sentido, quienes sostienen que detrás de esa exigencia no existe una presión del poder económico son, globalmente hablando, muy ingenuos.

lunes, octubre 27, 2008

Una izquierda democrática y renovada



¿Qué es ser de izquierda?
Nicolás Lynch Gamero
Sonimágenes, 2005

Arturo Caballero Medina

A menudo, recibo encendidos comentarios luego de escribir sobre derechos humanos, la Comisión de la Verdad, Fujimori, la PUCP y Cipriani, y temas afines. En dichos comentarios, esta tribuna ha sido calificada por algún lector como “una más de las que se presta al juego de la izquierda podrida”. En diversas oportunidades, respondí a todas aquellas críticas injustas y desinformadas, no porque solamente quisiera deslindar cualquier apoyo a cierto sector de la izquierda, sino porque esta no existe como un bloque homogéneo, lo cual es un problema histórico que enfrenta desde el instante en que se constituyó como alternativa política, y porque, en consecuencia, existe, efectivamente, un sector progresista y otro retrógrado.



El libro de Nicolás Lynch brinda, en este sentido, una clara comprensión de lo que significa la propuesta de la nueva izquierda en el Perú y el mundo después de la caída del Muro de Berlín, de la debacle del bloque socialista y la Unión Soviética, de la transición de China hacia la economía de libre mercado dirigida por el Partido Comunista y de las dos décadas de violencia terrorista en el Perú. Nicolás Lynch escribe con conocimiento de causa: fue militante socialista durante los años universitarios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, allá por los setentas. Tuvo una destacada participación en la Izquierda Unida y en los movimientos que se opusieron al fujimorato. Su última participación en la gestión pública fue como Ministro de Educación durante el gobierno de Alejandro Toledo. Actualmente, impulsa la conjunción de los grupos de izquierda a través del Partido Democrático Descentralista con el objetivo de fundar una opción socialista renovada en nuestro país.

El libro reúne una serie de ensayos publicados en diferentes revistas pero que confluyen en el mismo tema: la renovación democrática del pensamiento de izquierda, lo cual implica hacer una clara distinción entre la izquierda democrática y la autoritaria (o reaccionaria) y la discusión de nuevas alternativas a la hegemonía neoliberal. Como indica el autor en el prólogo, este proyecto de renovación de la izquierda enfrenta, por un lado, la resistencia de la derecha neoliberal, liberal en lo económico mas no en lo político y defensora de una democracia precaria toda vez que, cuando exige orden, suele estar tentada de tocar la puerta de los cuarteles; y por el otro, a la izquierda autoritaria que persiste en defender algunos postulados que la realidad histórica ha pulverizado como la lucha de clases o la revolución armada.

En un panorama en el que el neoliberalismo aparece como solitario vencedor, aparentemente la izquierda carecería de toda razón de ser. Así lo confirmarían la expansión de la globalización en clave neoliberal, el crecimiento macroeconómico y la confianza de la opinión pública en la democracia liberal representativa. Sin embargo, estos resultados alentadores en el Primer Mundo, poseen un correlato adverso en los países subdesarrollados: crecimiento económico focalizado en las urbes y en sectores sociales privilegiados, concentración de la riqueza en enclaves económicos en perjuicio de las comunidades aledañas, la tentación militarista y populista —creencia de que la “mano dura” sigue siendo la solución a los problemas nacionales y que el ascenso al poder consiste solo en empeñar la palabra para desentenderse luego—. Todo esto indica que la democracia del siglo veintiuno será diferente a la de los ochenta y noventa. Sin ir muy lejos la conciencia planetaria producto del cambio climático nos conduce a replantear la relación entre los modos de producción y el medio ambiente. La ciudadanía mundial es cada vez más sensible a lo que sucede en otras partes del mundo, lo cual evidencia que la participación ciudadana es un elemento importante en la constitución de una plena democracia que trascienda lo meramente formal de la elección periódica de un representante.

Por todo esto, el neoliberalismo no puede formar parte de la solución porque es el agente que provoca el problema: desigualdad y concentración de la riqueza. Una alternativa renovada desde la izquierda democrática que recoja lo mejor del liberalismo político y económico sin claudicar a la igualdad, la justicia social, la libertad y la solidaridad no significa, en modo alguno, traicionar a aquellos ideales con los que nació el pensamiento de izquierda de la mano de la modernidad. La desigualdad social, la precariedad de la democracia y el resurgimiento de movimientos radicales justifican hacer un deslinde de lo que significa ser de izquierda hoy en día en el Perú y el mundo.

El primer ensayo “¿Qué es ser de izquierda?” inicia un recorrido histórico con la finalidad de delimitar el justo sentido de lo que significa ser de izquierda. Mucho antes de la formación de los partidos socialistas, comunistas, socialdemócratas y anarquistas, el pensamiento de izquierda propuso la consecución de la justicia social y la democracia, es decir, un cambio social frente al orden absolutista establecido. En primer momento, este cambio estuvo dirigido por las revoluciones burguesas que lucharon contra el absolutismo para establecer una nueva forma de gobierno basada en la democracia representativa. En un segundo momento, a inicios del siglo XX, el pensamiento de izquierda fue asumido por la clase obrera y por los sectores sociales sumidos en la explotación capitalista, posición desde la cual definieron la lucha de la izquierda mediante la lucha de clases, la dictadura del proletariado y la revolución armada. Luego de la caída del muro de Berlín, la izquierda experimentó un drástico reacomodo producto de cual retomó aquellos principios que fueron relegados, paradójicamente, en su etapa de mayor expansión: la libertad y la democracia. Derechos humanos y el respeto a la diferencia de las identidades culturales entran a formar parte de la agenda de la nueva izquierda que, en alguna medida, estuvieron presentes en las formulaciones de los teóricos de la crítica cultural de los sesenta y setenta como Michel Foucault, Julia Kristeva y Jacques Derrida entre otros y que continua en Slavoj Zizek, Ernesto Laclau y Judith Butler por citar algunos ejemplos.

El sentido de la libertad que acentúa la nueva izquierda no es solo el de la libertad negativa —como la definió Isaiah Berlin— entendida como la no interferencia del Estado en los asuntos de interés individual, sino también la positiva, es decir “el esfuerzo porque la colectividad garantice el bienestar de los individuos por su sola condición de seres humanos” (15). Las desavenencias surgieron al momento que los partidos de izquierda decidían como debía desarrollarse el cambio social: mediante reformas progresivas (socialdemocracia), o a través de la revolución y la lucha de clases (comunismo). Esta última tendencia obtuvo mayor resonancia histórica y fue la responsable de las tropelías cometidas contra los que pensaban distinto: sus variantes estalinista, maoísta, polpotiana, castrista y senderista así lo constatan. El resultado des esta división fueron los graves distanciamientos y derrotas de los movimientos progresistas y de trabajadores en general.

La caída de muro de Berlín, apunta Lynch, debe servir para que la izquierda supere el ese fraccionamiento histórico que derivó en pugnas internas por el poder y sobre todo para ofrecer una imagen real acerca de lo que significa ser de izquierda basado en la recuperación de los ideales originales, algunos de ellos, olvidados y tergiversados durante el gran parte del siglo XX. “Fracasada la vía revolucionaria y sus métodos violentos para alcanzar y mantenerse en el poder, queda el camino reformista y pacífico que se ha demostrado en el siglo XX como el más eficaz para el logro y la permanencia de las conquistas sociales y democráticas” (18).

De otro lado, la nueva izquierda no encuentra contradicción entre la economía de libre mercado, la cual reconoce como un agente importante en el desarrollo de una nación, y la justa redistribución de la riqueza. También, al igual que los liberales clásicos, busca un equilibrio entre libertades políticas y libertades económicas. Asimismo, entiende que la desigualdad no es solo económica, sino que posee otras dimensiones de carácter cultural como la discriminación racial, de género, religiosa, etc. Estas identidades ya estaban presentes en la teoría crítica, en los estudios culturales y dentro de las teorías posmodernas durante los sesenta y setenta. Al parecer, la teoría cultural avizoró anticipadamente aquello que la teoría política recién experimentaría a inicios de los noventa.

Lynch destaca que el nuevo pensamiento de la izquierda se opone a modelo capitalista neoliberal (algo que Chomsky explica muy bien en El gobierno en el futuro) “pero no al capitalismo como tal, con la adecuada regulación y planificación indicativa de la autoridad pública correspondiente” (24). Pero si el desarrollo capitalista no se desprende de su carácter feudal y oligárquico, no cumplirá ese papel progresista que vincula a los menos favorecidos con las fuerzas productivas, sino que consolidará las desigualdades y la exclusión social. El poder económico de las corporaciones capitalistas no debe establecer el derrotero de las políticas de Estado.

El ensayo finaliza con un balance de la actuación de los principales movimientos políticos de izquierda en el Perú, tanto los democráticos como los que iniciaron la lucha armada contra el Estado democrático. La conclusión de Lynch es que el APRA y la izquierda marxista se enfrascaron en una lucha fratricida que fortaleció a las dictaduras militares apoyadas por la burguesía conservadora. Por su parte, Sendero Luminoso y el MRTA contribuyeron a desprestigiar aún más a los partidos de izquierda que sumidos en el fraccionamiento y las luchas intestinas no representaron para la ciudadanía una alternativa de solución. Esto conllevó a que todo proyecto revolucionario fuera identificado como proveniente de la izquierda, cuando, en realidad, como sostiene Slavoj Zizek en ¿Quién dijo totalitarismo? los proyectos de izquierda no siempre están vinculados a planteamientos radicales y viceversa, sino veamos la España de Felipe González, las socialdemocracias de los países nórdicos o la concertación de centro e izquierda en Chile.

Respecto a las estrategias revolucionarias de la izquierda, esta no estuvo exenta de la tentación caudillista como método para posicionarse dentro de las masas. La recurrencia a líderes carismáticos unas veces y románticos en otras favoreció el culto al líder más que la discusión de las ideas y generó una corriente de devotos más que de seguidores deliberantes. Los movimientos populares organizados fueron una respuesta a la ineficacia de la izquierda y de los partidos políticos, en general, para traducir sus demandas. El resultado fue la aparición de frentes cívicos regionales y organizaciones sociales que en apariencia recogían las inquietudes de sus localidades pero que, en muchas ocasiones, se adherían al partido político predominante o procuraban constituirse en uno. El ascenso del populismo a la escena política motiva una reflexión necesaria. El populismo no es consustancial a la izquierda, prueba de ello es que el fujimorato basó su permanencia en el poder apelando al populismo y ejerciendo el autoritarismo simultáneamente, a la vez que recibía el apoyo de una derecha expectante por recuperar los espacios de poder perdidos en 1990.

Lynch destaca la importancia de la refundación democrática del Perú, la cual contempla la participación activa de la sociedad civil y de los poderes locales y regionales. Dicha refundación no será posible mientras el libre mercado continúe siendo un generador de desigualdades y que el empresariado capitalista se preocupe solo por el Estado de Derecho cuando este garantiza sus inversiones pero no cuando se vulneran los derechos de los trabajadores. Culmina invocando a todos los sectores de izquierda (marxista, cristiano, socialista, humanista o populista) a unir esfuerzos por conformar un bloque que retome los postulados primigenios de la izquierda: igualdad, justicia social, libertad y solidaridad.

El resto de ensayos desarrollan las principales líneas trazadas en el prólogo: “Izquierda autoritaria e izquierda democrática” esclarece las diferencias entre la opción revolucionaria y la reformista dentro de la izquierda; “La refundación republicana del Perú”, ensayo plantea la necesidad de transformar las estructuras del Estado para que este sea verdaderamente democrático, pluralista y multicultural; “Por un Partido Socialista para cambiar democráticamente al Perú” constituye una importante reflexión autocrítica acerca de los errores históricos de la izquierda en el Perú así como un balance de sus aportes a la democratización de la sociedad peruana. La relación de la nueva izquierda con su tradición ideológica es de ruptura y continuidad: se abandonan las reivindicaciones violentistas y antidemocráticas, pero se mantienen los ideales originarios antes mencionados; y el último “Resignificar el socialismo en el Perú” propone cambiar el significado de lo que tradicionalmente se ha entendido como socialismo en el Perú —lucha armada, totalitarismo, revolución— con el propósito de dialogar con la sociedad civil que, en su mayoría, aún identifica al socialismo y a la izquierda con opciones violentistas. Este ensayo culmina con un listado de los principales lineamientos del socialismo democrático: democratización social, Estado social y democrático de derecho, economía social de mercado, pacificación nacional y globalización de la democracia entre otros puntos.

La difusión de esta colección de ensayos, en la actualidad, es muy importante porque trata temas sobre los cuales existe una gran desinformación como la posibilidad de un proyecto de izquierda en el Perú como alternativa para superar la desigualdad y la exclusión, y la necesaria distinción de este proyecto frente a las posturas extremistas de izquierda. Lynch expone con claridad sus argumentos y, como debe ser, de manera didáctica desarrolla sus ideas para que todo aquel interesado en el tema pueda comprenderlo. Y es que algunos intelectuales de izquierda parece que solo escriben para su comunidad académica y no deliberan con las masas. Sus estudios no trascienden las cuatro paredes de su aula o del congreso donde dialogan con sus alumnos y colegas, pero no con el ciudadano de a pie. Por ello, es destacable que el autor no se haya detenido mucho en cuestiones relativas a especialistas que podrían desalentar al lector no versado en teoría política, sociología, historia o filosofía.
Además, aunque no lo expresa directamente, en algunos pasajes de los ensayos, se infiere que el socialismo contemporáneo y el liberalismo clásico poseen más puntos de encuentro que de divergencia: respeto a las libertades individuales, reconocimiento de la importancia del libre mercado, equilibrio entre libertades políticas y libertades económicas, pluralismo cultural, tolerancia y valoración de la diversidad

Sin embargo, la razón más importante por la cual recomiendo la lectura de este libro es que sirve para demostrar que “no toda la izquierda está podrida” y que existen algunos socialistas modernos y moralmente íntegros que aceptan los errores históricos de una izquierda que ya no cree que “el poder nace del fusil” ni que tampoco la democracia depende exclusivamente del crecimiento económico o de periódicas consultas electorales, sino, además, de la inclusión social y de una redistribución justa de la riqueza. Al respecto Lynch no tiene reparos en exigir un mea culpa a todos aquellos que, en alguna circunstancia, avalaron los excesos del totalitarismo marxista-leninista.

En las actuales circunstancias en que la crisis económica adquiere dimensiones planetarias y cuando se oyen algunas voces que decretan la muerte del capitalismo neoliberal y del libre mercado, el libro de Lynch representa una lectura obligatoria para comprender como es que la socialdemocracia puede ayudar a replantear los modelos que la realidad histórica demuestra que se están agotando. ¿Reflexionarán los neoliberales dogmáticos antes que sea demasiado tarde o esperarán asistir a su propia debacle como los comunistas de Europa Oriental en los 90? Me parece que la revancha de los socialistas está en ciernes. Solo espero que esta vez no desaprovechen la oportunidad.

miércoles, octubre 15, 2008

¿Qué le espera a Yehude Simon?


Los avatares políticos del nuevo Primer Ministro

Arturo Caballero
acaballerom@pucp.edu.pe

El escándalo de los petroaudios tuvo como epílogo la renuncia del gabinete Del Castillo y el nombramiento de Yehude Simon como primer ministro de un nuevo gabinete parcialmente integrado por algunos ministros de la anterior gestión. La figura de Yehude Simon ha generado inmediatas reacciones algo más favorables que adversas, lo cual muestra que, en apariencia, existe cierto consenso en torno a su nombramiento. Sin embargo, vale la pena analizar las dificultades que enfrentará tanto al interior como fuera del oficialismo y la proyección que este nuevo cargo le permite alcanzar, al que fuera hasta hace unos días presidente regional de Lambayeque, de cara a las elecciones generales del 2011.

En primer lugar, la designación de Simon parece obedecer a la necesidad de brindar una nueva imagen del gobierno ante las regiones —cuya convulsión social venía acrecentándose y que menguó un poco debido a la atención que concentró el escándalo de los petroaudios— y ante los movimientos gremiales mediante una señal de apertura, es decir, colocando en un lugar expectante a un personaje político de izquierda con una gestión destacada en la presidencia regional y de perfil conciliador. Si algo caracteriza a Simon es precisamente su actual talante moderado. En reiteradas oportunidades, deslindó posturas frente a las alucinadas propuestas separatistas de Hernán Fuentes, presidente regional de Puno, y siempre fue partícipe de un entendimiento alturado entre el Ejecutivo y los presidentes regionales. Recordemos que intervino activamente en las reuniones para distender las relaciones entre estos últimos.

Un primer resultado favorable es que los médicos han manifestado que flexibilizarán su pliego de reclamos salariales. A diferencia de Hernán Garrido Lecca quien absurdamente mantuvo una actitud provocadora y confrontacional contra los médicos, Simon proyecta la imagen de un político más dispuesto al diálogo. Al respecto, Del Castillo se fue agotando a medida que iba resolviendo los entuertos de sus ministros, en una labor que excedía sus funciones: recuerden el acta firmada por el ex ministro de agricultura con los cocaleros de la Selva Central; el Moqueguazo; la protesta de las comunidades indígenas y las huelgas y protestas en la sierra sur por mencionar algunos sucesos. Esperemos que Simon haya aprendido del desgaste de su antecesor; al menos no tendrá más a Alva Castro por quien deba dar justificaciones.

Asimismo, su designación podría ser una estrategia para obtener mayor ascendencia sobre los movimientos radicales de izquierda a los que se atribuye la agitación social en provincias. No obstante, considero complicado que pueda persuadir por igual a todas aquellas facciones de la izquierda que sobreviven atomizadas en tantos grupúsculos que solo son visibles cuando se acerca una cumbre internacional. Pero creo que sí puede ser el enganche necesario para tender puentes entre el gobierno —prescindiendo de ese sector conservador compuesto por el fujimorismo y la derecha— y las asociaciones pro derechos humanos, ONGs, CVR y demás organizaciones de la sociedad civil que esperan un rol más comprometido del actual gobierno respecto a las reparaciones a las víctimas del terrorismo.



Simón tiene mucho pan por rebanar en este tema si se trata de lidiar contra Giampietri, Cipriani (quien no es funcionario público pero que en sus sermones se las arregla para lanzar reprimendas a las ONG y a la CVR), Rafael Rey, Carlos Raffo, Lourdes Alcorta y la trilogía fujiderechista conservadora y pseudoliberal de La Razón, Correo y Expreso quienes desde ya enfilarán sus baterías contra un político de izquierda como él y del cual no se cansarán de enrostrarle su pasado radical.

Temo que Simon confíe demasiado en las buenas intenciones de sus contendores políticos y que, en aras del entendimiento, ofrezca muchas concesiones. Es sabido que quien asume un poder con el cual discrepaba, aunque sea en parte, pierde independencia. Me resulta atractiva la idea de que el APRA comparta la escena con un hombre de izquierda que no representa para nada hoy en día una opción anacrónica, sino, más bien, una renovada alternativa de izquierda, mucho más propositiva de la que encontramos en el nacionalismo de Humala o en las cada vez más disueltas facciones que suelen juntarse de vez en cuando. Puede ser el equilibrio que el APRA necesita para repensar su posición en la esfera política nacional y para que recupere ese espíritu social que ha perdido al cobijar al fujimorismo y a la derecha. Es decir, para que se den cuenta de que la socialdemocracia en el Perú debería estar representada por ellos. Ya lo mencionó una vez el propio Jorge Del Castillo: “la izquierda democrática en el Perú es el APRA”. Es hora entonces de demostrarlo con gestos.

No sabemos que hará Yehude Simon una vez terminada su gestión: si integrará una plancha presidencial aprista o si será candidato de su propio partido. Lo cierto es que marchará decidido a la postulación presidencial. De suceder lo primero no le auguro un resultado muy favorable, puesto que la estrategia de García será usar de salvavidas a Simón para darse un respiro: si esta renovación le funciona, la utilizará hasta que reacomode sus piezas, pero de ninguna manera sacrificará a sus cuadros partidarios para cederle paso un hombre de izquierda. De suceder lo segundo, lo mejor que podría pasar es que Simon aglutine a las fuerzas de centro para formar un bloque sólido el 2011 que pueda contrarrestrar la tentación fujimoristas y autoritarias de recuperar el poder y los saltos al vacío que representan los radicalismos populistas.

En fin, si de verdad Yehude Simon desea aprovechar esta oportunidad debe pensar más allá de la vitrina electoral que el cargo le ofrece y distanciarse prudentemente del oficialismo cuando llegue el momento. Simon tiene la oportunidad de recomponer a la izquierda democrática en un partido de centro que comience a participar activamente en la política nacional deliberando con el ciudadano de a pie, haciendo pedagogía política y asumiendo —si es el caso, de manera individual— el costo de un pasado izquierdista radical, pero con miras a un futuro en el que la justicia social y el progreso económico no estén reñidos.

lunes, octubre 13, 2008

Indefiniciones políticas. Sobre el artículo de Luis Carlos Malca




Arturo Caballero
(Recomiendo leer antes el post de Gonzalo Gamio sobre el particular y el artículo de Malca)

Desde hace algunos meses tenía previsto escribir un ensayo sobre cuyo título precisamente era La izquierda reaccionaria. Lo hacía con una intención distinta a la de Luis Carlos Malca, es decir, no para proponer un cambio de términos, sino para distinguir el trigo de la paja. Es que uno de los retos que enfrenta la nueva izquierda, así como la vieja guardia, es la fragmentación interna; en contraste con el espíritu de cuerpo que mayormente caracteriza a los bloques conservadores, reaccionarios y de derecha, la izquierda ha tenido que lidiar sobre todo contra las facciones que amenazaban diluirla en un sinfin de partículas en torno a un líder.

En el artículo "Izquierda reaccionaria", Malca sostiene que el término izquierda caviar debe cambiarse por el de izquierda reaccionaria. Supuestamente esta es la postura que pretende demostrar. Sin embargo, no logra este cometido ni expone los argumentos que persuadan de la validez de su postura. Veámoslo a continuación

Primero, describe a los integrantes de la izquierda caviar como un grupo elitista identificado claramente con una clase social económicamente privilegiada y de piel blanca. De esto último se deduce que los caviares poseen cierto poder que utilizan para refrendar la validez de sus propuestas, lo cual entra en contradicción con lo mencionado por Malca en el mismo texto, o sea, que la izquierda caviar es un grupo indeterminado. ¿Los caviares son un grupo selecto, exclusivo, identificable y diferenciable o son una masa informe e indeterminada? Asimismo, apelar al calificativo de "gente bien" para validar su crítica a los caviares no es un recurso que logre convencer porque en nada esclarece el debate en torno al rol de los cuestionados caviares: lo que hace es retransmitir un prejuicio que, como todo enunciado de ese tipo posee la eficacia de la pincelada efectista y sonora, pero carece de la necesaria profundidad para explicar las debilidades de la propuesta contraria. Si Malca, con mayor tranquilidad hubiera diseñado un análisis suscinto de ideas, habría evitado recurrir a la personalización de adjetivos como suele hacerlo Andrés Bedoya Ugarteche, Aldo Mariátegui, Rafael Romero o Uri Ben Schmuel. Estoy seguro que ni siquiera Eduardo Hernando Nieto ni cualquier otro representante de la derecha pensante podría ampararse en las opiniones de los periodistas antes mencionados; así como, difícilmente, aquellos que nos definimos de izquierda podríamos suscribir los exabruptos de Hugo Chávez o las transnochadas opiniones de Roberto Ledesma.

Otro error de Malca es grupalizar a los sujetos que critica bajo una misma etiqueta (al igual que aquellos que piensan que Humala o Chávez son de izquierda o que representan a la izquierda. Error muy frecuente cuando se abarca un cuerpo muy amplio y por encima de cualquier posibilidad de definición. ¿Quiénes son los destinatarios de la crítica de Malca? Solo leemos adjetivos ya consignados en la trilogía ultraconservadora del periodismo que le hace un flaco favor a los intelectuales de derecha. Caracterizar conductas grupales sin identificar a los sujetos es como pensar que en la noche todos los gatos son pardos. Con esa misma lógica, Eduardo Hernando Nieto y Andrés Bedoya Ugarteche (o Aldo Mariátegui) serían interlocutores igualmente válidos en un debate sobre Derechos Humanos: personalmente preferiría debatir con el primero por la calidad de sus argumentos.



En segundo lugar, indica que detrás de las propuestas de los caviares se esconde un fundamentalismo camuflado mediante ideas como justicia social, derechos humanos y medio ambiente. Tal fundamentalismo consistiría en la defensa de una verdad divina, es decir, que detrás de la defensa de los derechos humanos, por ejemplo, subyace la idea del culto a una verdad como quien rinde culto a Dios. Malca confunde la defensa de una convicción con dogmatismo e intransigencia. Bajo esta lógica, cualquiera que sostenga una creencia por el solo hecho de creer firmemente en ella o por manifestar abierta y recurrentemente su desacuerdo con ciertos temas sería un reaccionario. Una mente dogmática, fundamentalista o fanática no solo cree tener la verdad sino que se empeña en que el Otro crea y sienta esa verdad con la misma intensidad; es más, está muy preocupado en que el Otro se corrija puesto que el fundamentalista asume apriori que el Otro está equivocado. Es así que la línea entre fanatismo y librepensamiento es muy frágil: resulta muy fácil convertirse en fanático del antifanatismo. En tanto, Malca no distingue los matices será difícil saber quiénes son los fanáticos intransigentes que pretenden imponer por la fuerza el credo de los DDHH.

Respecto a las conquistas caducas no me queda claro a qué se refiere exactamente. ¿Le parece que los derechos humanos o la justicia social son reclamos caducos?

Otro aspecto que merece ser comentado es lo referente a la tolerancia con los intolerantes a propósito de algunos comentarios sobre la participación de Malca en la semana de los DDHH en la PUCP. Al menos yo lo tengo muy claro. La pluralidad no implica dar tribuna abierta a los incendiarios para quemar la pradera. Eso es imprudencia y falta de sensatez. No debe confundirse objetividad con dogmatismo o la diversidad con relativismo. En tiempos donde muy pocos se atreven a llamar las cosas por su nombre suele suceder que opiniones polémicas pasan por innovadoras; el insulto procaz con la crítica frontal (sino lean los artículos de Andrés Bedoya Ugarteche). Bajo el argumento de una malentendida apertura entonces justificaríamos a los que irrumpieron en la ceremonia de la CVR+5 en el Ojo que llora, puesto que ejercían su libertad de expresión. Peor todavía si es que se formaliza la participación extemporánea de un expositor que se dedicó a ironizar sobre los asistentes al evento. Si para Punto Edu ello no constituye una ofensa -como aclaran en una respuesta a un lector- no sé qué puede llegar a serlo.

Finalmente, el título del artículo se presenta interesante pero no logra cuajar completamente. Malca debió incidir en definir lo que entendía por izquierda reaccionaria, o sea, en aquellos rasgos que distinguen a esta izquierda de las demás. Malca propone un reemplazo de términos, mas no realiza un análisis serio del término propuesto: lanzar diatribas o calificativos a diestra y siniestra no es el medio para analizar el tema que plantea. Sin embargo, sí estoy de acuerdo en que existe una izquierda reaccionaria, aquella que no deslindó ni deslinda posturas con el terrorismo, aquella que hasta ahora no realiza un mea culpa y que se empeña en sostener posturas anacrónicas como la revolución armada o reducir la injusticia social a la lucha de clases. Esta izquierda es la que merece ser cuestionada y definida como un lastre para la nueva izquierda. De otro lado, también creo que existe una izquierda caviar, frívola, superficial y de cóctel, pero de ninguna manera gravitante a nivel de la ciudadanía y mucho menos intelectualmente. La izquierda a la que se le llama caviar está en otro lado y no en la CVR ni en las ONG pro derechos humanos. Es aquella que teme asumir un rol protagónico en la política nacional y que se niega a comprarse el pleito con sus detractores. Esa izquierda y no otra, merece todo mi rechazo.

jueves, octubre 02, 2008

Para Andrés Bedoya Ugarteche

Estimado Andrés Bedoya Ugartetxe

este es un presente de los integrantes del colectivo Izquierda Libre que aun creemos en los ideales progresistas. Leimos en un foro que ud. es un denodado admirador del comandante. Por ello, nos aunamos a su esfuerzo por difundir estos principios.

Nos complace de sobremanera que un notable periodista de su trayectoria mantenga una imparcialidad tal -como nos manifiestan nuestros compañeros de diversos gremios del sur del Perú- con la cual ud. evalúa la realidad nacional del Perú; agudeza que, vale recalcar, solo un hombre moralmente íntegro y más que medianamente informado sobre cuestiones sociales, puede escribir. En estos tiempos en los que abunda la improvisación, la estulticia, la bazofia, el insulto, sus disertaciones constituyen un espacio de diálogo abierto y tolerante digno de imitar.
Lo cierto es que el aparato de conocimientos políticos que ud. pone en juego nos sobregoce hasta el paroxismo.

Deploramos todas aquellas críticas que lo sindican como un chien de garde de la reacción. Ud., permítanos decirle, es un visionario. Su apertura al diálogo y su pluralidad hacen cada día más falta en los medios regionales donde abunda la pincelada facilista, superficial, atrabiliaria que en nada enriquece el debate.

Nuestros amigos de Arequipa nos enviaran pronto un compendio de sus artículos, los cuales esperamos leer con fruición.(No hemos tenido oportunidad de leerlos directamente pero desde ya, reiteramos nuestro agradecimiento defender las causas de los más desposeídos.

finalmente, haga ud. caso omiso a las críticas mezquinas. Un hombre se defiende con sus acciones y ud, dejeme decirle compañero, ud. nunca renuncie a la verdad. Siga fiel a su estilo frontal, fraterno y, sobretodo, tan bien fundamentado.

Un fraternal y cordial abrazo,

Hasta siempre

Atte,

Colectivo Izquierda Libre

http://www.youtube.com/watch?v=a_V5mUj5kdg&feature=related

Severiano López Manrique CBBA, Bolivia.

Carlos Puebla

Aprendimos a quererte
desde la histórica altura
donde el sol de tu bravura
le puso un cerco a la muerte.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

Tu mano gloriosa y fuerte
sobre la historia dispara
cuando todo Santa Clara
se despierta para verte.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

Vienes quemando la brisa
con soles de primavera
para plantar la bandera
con la luz de tu sonrisa.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

Tu amor revolucionario
te conduce a nueva empresa
donde esperan la firmeza
de tu brazo libertario.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

Seguiremos adelante
como junto a ti seguimos
y con Fidel te decimos:
hasta siempre Comandante.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.



(agradecemos al administrador de este blog por la publicación)