martes, octubre 28, 2008

Del liberalismo clásico a la socialdemocracia



El gobierno en el futuro
Noam Chomsky
Anagrama, 2005

Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

Hace algunos meses, rondaba en mi mente la idea de escribir un artículo sobre los puntos de encuentro entre el liberalismo clásico y el socialismo —puntualmente, la socialdemocracia— a partir de algunas intuiciones personales en aquel momento, debo confesarlo, muy etéreas. Luego de leer los artículos de Martín Tanaka, José A. Godoy y Gonzalo Gamio sobre el particular, estas intuiciones fueron tomando cuerpo; sin embargo, la lectura que vino a confirmar esas impresiones iniciales fue El gobierno en el futuro de Noam Chomsky. La producción intelectual este connotado lingüista norteamericano cuyo estilo frontal, polémico y abiertamente crítico de la política internacional de los Estados Unidos le ha valido, estoy seguro, innumerables invectivas, trasciende en los últimos años mucho más por sus textos políticos que por sus aportes a la Lingüística moderna por los cuales obtuvo reconocimiento en el mundo académico durante los años 60 y que, en la actualidad, han terminado relegados en sus prioridades y en las de sus primeros seguidores.

Aunque no es novedad que Chomsky haya alternado siempre la investigación lingüística con el activismo político, es notorio que, pasada la euforia por la hipótesis innatista y la gramática generativa que revolucionaron los estudios sobre el lenguaje en su momento, la actualidad de su pensamiento se cimenta en sus constantes intervenciones acerca de la política mundial. No obstante, más allá de la polémica y de agudeza con la que aborda temas como el terrorismo internacional, la hegemonía de los EEUU en los países subdesarrollados o las críticas contra la administración de George W. Bush, Chomsky no es un politólogo que escriba para especialistas; es, más bien, un humanista bien documentado sobre temas políticos que le interesan y que dirige sus publicaciones a lectores que no necesariamente tengan pretensiones académicas, sino meramente informativas en un estilo ágil semejante al ensayo periodístico. Esto que para algunos intelectuales partidarios del oscurantismo en sus explicaciones podría sonar a banalización del conocimiento es, en Chomsky, una de sus grandes virtudes como analista político. Personalmente, no comparto la postura de algunos intelectuales que consideran al oscurantismo en el lenguaje como una cualidad necesaria y suficiente para entrar a formar parte de un selecto corpus de pensadores. Entre la oscuridad de los filósofos alemanes, la racionalidad francesa y la claridad de los anglosajones, prefiero los tonos grises y luminosos de los últimos.

Ejemplo de su didactismo en la explicación de las ideas constituye esta conferencia dictada en el Perry Center de Nueva York en 1970 publicada bajo el título de El gobierno en el futuro, en la cual ofrece de manera clara y directa sus reflexiones acerca de las posibilidades de transformar los modos de producción de la sociedad actual. Chomsky analiza cuatro posiciones ideológicas sobre el particular que desde el siglo XVIII hasta hoy se han ido sucediendo y que, con el devenir de los tiempos, lucen agotadas en la medida que las circunstancias históricas les plantearon nuevos desafíos que sus paradigmas originales no contemplaron. Liberalismo clásico, socialismo y capitalismo de Estado, y socialismo libertario son contrastados entre sí con la finalidad de esclarecer cuál sería el modelo político-económico más adecuado a seguir en las siguientes décadas.

De haberse realizado en la actual coyuntura, esta conferencia habría generado una corriente en la opinión pública norteamericana y mundial muy favorable a Chomsky quien vería incrementada su popularidad notablemente en vista que algunas voces autorizadas como el economista brasileño Teotonio dos Santos manifiestan que “el neoliberalismo está herido, pero no muerto” y otros más moderados consideran que solo se trata de un replanteamiento del modelo y que el capitalismo tiene para largo. Precisamente, el balance de Chomsky discute la continuidad del neoliberalismo, entendido como la preeminencia de las libertades económicas sobre las políticas y la absoluta autonomía del libre mercado y del capitalismo salvaje desligados de todo compromiso ético con el ser humano.

La conferencia inicia con la revisión del liberalismo clásico a través de las ideas de Wilhelm Von Humboldt y de los nexos que vinculan su propuesta con el socialismo libertario de Bakunin y con el marxismo en lo referente a la emancipación del ser humano del modo de producción capitalista. Si bien el liberalismo clásico planteaba la reducción del Estado, su no intervención en los asuntos del individuo, y la desaparición de cualquier otro entre autoritario, de ninguna manera, destaca Chomsky, ello implicaba el aislamiento del individuo o el abandono de la solidaridad. Lo que sucedió con el correr de los años es que el capitalismo industrial, amparado tendenciosamente en el liberalismo económico, solo puso énfasis en la reducción del Estado, en la exacerbación de la mentalidad consumista de los individuos y en la irrestricta autonomía del libre mercado, con el consiguiente abandono de las consideraciones éticas sobre el ser humano. Como conclusión de esta primera parte, Chomsky apunta que la ideología del capitalismo moderno manipuló las tesis del liberalismo clásico al privilegiar lo económico sobre lo político.

En la segunda parte, analiza el socialismo libertario, más conocido como anarquismo. De las diferentes vertientes anarquistas, Chomsky se concentra en los planteamientos de Bakunin quien sostenía que “para ser anarquista, hay que ser primero socialista”. Los anarquistas como es sabido, tuvieron una breve luna de miel con el socialismo hasta que fueron expulsados luego de la I Internacional Socialista de 1864 por discrepancias en torno a la postura que asumida frente al Estado: a diferencia de los socialistas que planteaban el fortalecimiento del Estado (socialismo de Estado) y la expropiación de los bienes privados y de los medios de producción para que sean controlados también por el Estado, los anarquistas consideraban que ello significaba otra forma de sometimiento tan grave como el de la burguesía capitalista; en consecuencia, para los anarquistas, el Estado era una institución opresora por naturaleza que debía desaparecer y después ser reemplazada por organizaciones autónomas de trabajadores industriales quienes asumirían el control directo de los medios de producción antes en poder de la burguesía industrial o de la burocracia estatal.

Chomsky anota que el punto débil del socialismo de Estado fue, precisamente, reemplazar a un propietario por otro tal vez igual o más autoritario que el anterior. De esta manera, los ideales liberales clásicos, anarquistas y socialistas difícilmente podrían concretarse, ya que la democracia se convierte en un fraude cuando el sistema industrial se encuentra en manos de una élite burocrática y no en los trabajadores. De otro lado, Chomsky halla concordancias entre las propuestas del liberalismo clásico y del socialismo libertario en que ambas exigen poner límites a las funciones represivas del Estado. Sin embargo, el socialismo libertario va más allá porque desea abolir el poder del Estado y extender el control de sus instituciones sociales a organizaciones sociales e industriales de ciudadanos y trabajadores para que se ejerzan un control directo sobre el poder y sin intermediarios.

Posteriormente, refuta dos objeciones al socialismo de Estado: el control directo de los medios de producción sin la mediación de una clase dirigente es incompatible con la naturaleza, lo cual equivale a decir que siempre necesitamos de alguien que emita órdenes; y que la eficacia de la producción se vería perjudicada. Chomsky rebate la primera objeción mediante las ideas de Kant, Humboldt, Rosa Luxemburgo y Rousseau quienes coincidían en afirmar que el hombre ha nacido para ser libre y que poseen el legítimo derecho a autogobernarse. La segunda crítica es refutada a través de argumentos éticos: en una sociedad industrial capitalista en la que se alienta el consumo el despilfarro y la destrucción del medio ambiente resulta contradictorio apelar a la eficacia en la producción, sobre todo si esta se entiende como maximización de las ganancias y beneficio de las corporaciones transnacionales y no de la satisfacción de las necesidades humanas.

La última sección la dedica al comentario del socialismo y del capitalismo de Estado. Distingue dos ámbitos de poder entre los que se desenvuelve la sociedad actual: el poder político, constituido por instituciones estatales y funcionarios elegidos a través del voto popular para que decidan acerca de las políticas públicas; y el poder económico, conformado por inversiones privadas exentas del control popular. Esta forma de organización social tienes tres consecuencias inmediatas. Primero, induce a la mayoría de la población, sometida a decisiones arbitrarias tomadas desde arriba, a aceptar políticas por las que no eligió a su representante. Segundo, que las decisiones sujetas al control popular son muy reducidas —por ejemplo, en lo referente al medio ambiente—; y finalmente, que a pesar de que algunas organizaciones sociales ejercen cierta presión sobre el poder político y económico, como es el caso de las ONG’s, los consorcios privados influyen de manera determinante en la política y en la vida social a través de grandes inversiones y de un sutil control de los medios de comunicación.

De todo esto se desprenden algunas conclusiones: la sociedad no está gobernada por los representantes que eligió, sino por los intereses de corporaciones privadas transnacionales que imponen su agenda a los Estados; la sociedad civil, mientras siga organizada de esta manera, muy poco o nada puede hacer para revertir esta situación; y, la más importante, que la democracia es incompatible con el sistema capitalista porque este reduce la iniciativa colectiva y la participación ciudadana en asuntos de interés público. Y tiene mucha razón: el libre mercado hoy es un mito que los neoliberales han defendido al extremo de convertirlo, y por ello tergiversarlo, en dogma económico, cuya bomba de tiempo les ha estallado en la cara y ante lo cual no hallaron mejor solución que socializar la deuda de las financieras quebradas en los Estados Unidos. Es inconcebible la existencia de un libre mercado habida cuenta que la mayor parte del comercio entre privados ocurre entre empresas que integran el mismo consorcio transnacional, es decir, distintas filiales de la misma organización empresarial se venden a sí mismas. Ello venía ocurriendo en aquel momento que Chomsky dictaba su conferencia: “una pequeña élite industrial de grandes conglomerados corporativos se está haciendo con el control del mercado estadounidense y está acabando con la libre competencia”. Y agrega que las corporaciones “están parcialmente unidas entre síy con otras corporaciones de tal manera que pueden obstaculizar o impedir la toma de decisiones independientes que puedan repercutir en el mercado”. Como lo dijo alguna vez Frederic Jameson, tienen “la sartén por el mango” toda vez que si perciben la mínima afectación en sus negocios, pueden provocar la bancarrota de un Estado en minutos mediante el retiro de sus inversiones y condenar a una nación al ostracismo económico.

Entonces, ¿es posible el cambio? Chomsky concluye que, en un contexto en el que los recursos no renovables de están agotando, la crisis energética en el futuro nos obligará, por las buenas o por las malas, a cambiar nuestros hábitos de consumo y, en consecuencia, nuestros medios y modos de producción industrial. En esta situación, el capitalismo salvaje es insostenible y ha distorsionado los ideales del liberalismo clásico; el socialismo libertario demasiado utópico, pero rescatable en cuanto a la organización autónoma de la sociedad industrial para extender la democracia; el socialismo de Estado no cambia sustancialmente la dependencia de la clase trabajadora quien pasa a ser sometida por una burocracia estatal; y el capitalismo de Estado un camino peligroso que aumenta el control de los estados sobre los individuos. Chomsky apuesta por la síntesis entre liberalismo clásico y socialismo libertario como una alternativa a tomar en cuenta por los gobiernos en el futuro.

En lo personal, encuentro atractiva la síntesis del autor, sin embargo, tengo algunos reparos acerca del anarquismo cuya presencia en la opinión pública pasa desapercibida, excepto en el arte contracultural donde mejor ha sobrevivido —los críticos del copyright tienen en Proudon y Bakunin un gran soporte ideológico que avala su postura—. En algún momento esperaba que Chomsky aludiera a la socialdemocracia como una vía para salir del laberinto neoliberal. Los socialdemócratas eran partidarios de reformas progresivas y también tuvieron desavenencias con los socialistas ortodoxos seguidores de Marx y Lenin. A mi modo de ver, la socialdemocracia ofreció las respuestas a estos dilemas político-económicos décadas antes de la conferencia de Chomsky y de la actual debacle financiera que se extiende globalmente. Socialdemócratas y liberales clásicos coinciden mucho en materia de libertades políticas, pero discrepan en lo relativo a las libertades económicas: mientras los primeros consideran importante que el Estado de Bienestar (Welfare State) garantice la salud pública, educación, vivienda y otras necesidades sociales mediante el asistencialismo, los liberales económicos de oponen a al Estado empresarial. No obstante, actualmente los socialdemócratas han hecho más concesiones económicas al liberalismo sin claudicar de todos los ideales que motivaron el surgimiento del socialismo: igualdad, solidaridad, justicia y libertad. Dado que la socialdemocracia tuvo un papel gravitante en la reconstrucción europea luego de la Segunda Guerra Mundial en Alemania, Francia, Inglaterra y particularmente en los países nórdicos, y más recientemente en la transición española a la democracia, me parece que su omisión le quita algo de solidez a la argumentación chomskyana. Sin embargo, es un texto útil para comprender dos ideas central que me parecen las más relevantes de su discurso: que la democracia es incompatible con el capitalismo salvaje y que el poder económico de las transnacionales es quien realmente decide las políticas de Estado. Esto que hasta hace unos meses era visto por los neoliberales a ultranza como una alucinada hipótesis de la teoría de la conspiración, deja de serlo cuando nos enteramos que el Ejecutivo en los Estados Unidos exige la aprobación de una partida de 700 mil millones de dólares para salvar a las financieras quebradas. En este sentido, quienes sostienen que detrás de esa exigencia no existe una presión del poder económico son, globalmente hablando, muy ingenuos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Arturo, crees que se pueda formar un partido de izquierda liberal en el Perú? y que encima tenga éxito?
o te parece mejor la propuesta de una socialdemocracia al estilo de las propuestas de Alfredo Barnechea en us libro Como salir del Neoliberalismo ...
Saludos
HEnry Rivas

Charlie Caballero dijo...

Hola Henry. Lo veo complicado el panorama para una izquierda liberal en el Peru porque a)nuestros liberales mas conocidos los son en los economico pero no en lo politico (PPC, Fujimoristas, Correo, La razon, Expreso.etc) b) las reformas liberales en nuestro país las implementaron los conservadores y no los liberales(Prado apoyado por Beltran y Fuji por Boloña) pero insisto, mas bien neoliberales. y c) los llamados a ser la izquierda liberal no tienen pegada con la gente. Los dos anteriores se podrian corregir pero el ultimo lo veo tranca
Por ello la idea de Barrenechea me atrae más y me parece mas viable al menos en el corto plazo. la socialdemocracia en europa esta mas familiarizada con los aportes del liberalismo.en America del sur Chile y la concertacion que lleva 2 o 3 gobiernos seguidos es un ejemplo de ello.

un abrazo
Arturo