lunes, octubre 27, 2008

Una izquierda democrática y renovada



¿Qué es ser de izquierda?
Nicolás Lynch Gamero
Sonimágenes, 2005

Arturo Caballero Medina

A menudo, recibo encendidos comentarios luego de escribir sobre derechos humanos, la Comisión de la Verdad, Fujimori, la PUCP y Cipriani, y temas afines. En dichos comentarios, esta tribuna ha sido calificada por algún lector como “una más de las que se presta al juego de la izquierda podrida”. En diversas oportunidades, respondí a todas aquellas críticas injustas y desinformadas, no porque solamente quisiera deslindar cualquier apoyo a cierto sector de la izquierda, sino porque esta no existe como un bloque homogéneo, lo cual es un problema histórico que enfrenta desde el instante en que se constituyó como alternativa política, y porque, en consecuencia, existe, efectivamente, un sector progresista y otro retrógrado.



El libro de Nicolás Lynch brinda, en este sentido, una clara comprensión de lo que significa la propuesta de la nueva izquierda en el Perú y el mundo después de la caída del Muro de Berlín, de la debacle del bloque socialista y la Unión Soviética, de la transición de China hacia la economía de libre mercado dirigida por el Partido Comunista y de las dos décadas de violencia terrorista en el Perú. Nicolás Lynch escribe con conocimiento de causa: fue militante socialista durante los años universitarios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, allá por los setentas. Tuvo una destacada participación en la Izquierda Unida y en los movimientos que se opusieron al fujimorato. Su última participación en la gestión pública fue como Ministro de Educación durante el gobierno de Alejandro Toledo. Actualmente, impulsa la conjunción de los grupos de izquierda a través del Partido Democrático Descentralista con el objetivo de fundar una opción socialista renovada en nuestro país.

El libro reúne una serie de ensayos publicados en diferentes revistas pero que confluyen en el mismo tema: la renovación democrática del pensamiento de izquierda, lo cual implica hacer una clara distinción entre la izquierda democrática y la autoritaria (o reaccionaria) y la discusión de nuevas alternativas a la hegemonía neoliberal. Como indica el autor en el prólogo, este proyecto de renovación de la izquierda enfrenta, por un lado, la resistencia de la derecha neoliberal, liberal en lo económico mas no en lo político y defensora de una democracia precaria toda vez que, cuando exige orden, suele estar tentada de tocar la puerta de los cuarteles; y por el otro, a la izquierda autoritaria que persiste en defender algunos postulados que la realidad histórica ha pulverizado como la lucha de clases o la revolución armada.

En un panorama en el que el neoliberalismo aparece como solitario vencedor, aparentemente la izquierda carecería de toda razón de ser. Así lo confirmarían la expansión de la globalización en clave neoliberal, el crecimiento macroeconómico y la confianza de la opinión pública en la democracia liberal representativa. Sin embargo, estos resultados alentadores en el Primer Mundo, poseen un correlato adverso en los países subdesarrollados: crecimiento económico focalizado en las urbes y en sectores sociales privilegiados, concentración de la riqueza en enclaves económicos en perjuicio de las comunidades aledañas, la tentación militarista y populista —creencia de que la “mano dura” sigue siendo la solución a los problemas nacionales y que el ascenso al poder consiste solo en empeñar la palabra para desentenderse luego—. Todo esto indica que la democracia del siglo veintiuno será diferente a la de los ochenta y noventa. Sin ir muy lejos la conciencia planetaria producto del cambio climático nos conduce a replantear la relación entre los modos de producción y el medio ambiente. La ciudadanía mundial es cada vez más sensible a lo que sucede en otras partes del mundo, lo cual evidencia que la participación ciudadana es un elemento importante en la constitución de una plena democracia que trascienda lo meramente formal de la elección periódica de un representante.

Por todo esto, el neoliberalismo no puede formar parte de la solución porque es el agente que provoca el problema: desigualdad y concentración de la riqueza. Una alternativa renovada desde la izquierda democrática que recoja lo mejor del liberalismo político y económico sin claudicar a la igualdad, la justicia social, la libertad y la solidaridad no significa, en modo alguno, traicionar a aquellos ideales con los que nació el pensamiento de izquierda de la mano de la modernidad. La desigualdad social, la precariedad de la democracia y el resurgimiento de movimientos radicales justifican hacer un deslinde de lo que significa ser de izquierda hoy en día en el Perú y el mundo.

El primer ensayo “¿Qué es ser de izquierda?” inicia un recorrido histórico con la finalidad de delimitar el justo sentido de lo que significa ser de izquierda. Mucho antes de la formación de los partidos socialistas, comunistas, socialdemócratas y anarquistas, el pensamiento de izquierda propuso la consecución de la justicia social y la democracia, es decir, un cambio social frente al orden absolutista establecido. En primer momento, este cambio estuvo dirigido por las revoluciones burguesas que lucharon contra el absolutismo para establecer una nueva forma de gobierno basada en la democracia representativa. En un segundo momento, a inicios del siglo XX, el pensamiento de izquierda fue asumido por la clase obrera y por los sectores sociales sumidos en la explotación capitalista, posición desde la cual definieron la lucha de la izquierda mediante la lucha de clases, la dictadura del proletariado y la revolución armada. Luego de la caída del muro de Berlín, la izquierda experimentó un drástico reacomodo producto de cual retomó aquellos principios que fueron relegados, paradójicamente, en su etapa de mayor expansión: la libertad y la democracia. Derechos humanos y el respeto a la diferencia de las identidades culturales entran a formar parte de la agenda de la nueva izquierda que, en alguna medida, estuvieron presentes en las formulaciones de los teóricos de la crítica cultural de los sesenta y setenta como Michel Foucault, Julia Kristeva y Jacques Derrida entre otros y que continua en Slavoj Zizek, Ernesto Laclau y Judith Butler por citar algunos ejemplos.

El sentido de la libertad que acentúa la nueva izquierda no es solo el de la libertad negativa —como la definió Isaiah Berlin— entendida como la no interferencia del Estado en los asuntos de interés individual, sino también la positiva, es decir “el esfuerzo porque la colectividad garantice el bienestar de los individuos por su sola condición de seres humanos” (15). Las desavenencias surgieron al momento que los partidos de izquierda decidían como debía desarrollarse el cambio social: mediante reformas progresivas (socialdemocracia), o a través de la revolución y la lucha de clases (comunismo). Esta última tendencia obtuvo mayor resonancia histórica y fue la responsable de las tropelías cometidas contra los que pensaban distinto: sus variantes estalinista, maoísta, polpotiana, castrista y senderista así lo constatan. El resultado des esta división fueron los graves distanciamientos y derrotas de los movimientos progresistas y de trabajadores en general.

La caída de muro de Berlín, apunta Lynch, debe servir para que la izquierda supere el ese fraccionamiento histórico que derivó en pugnas internas por el poder y sobre todo para ofrecer una imagen real acerca de lo que significa ser de izquierda basado en la recuperación de los ideales originales, algunos de ellos, olvidados y tergiversados durante el gran parte del siglo XX. “Fracasada la vía revolucionaria y sus métodos violentos para alcanzar y mantenerse en el poder, queda el camino reformista y pacífico que se ha demostrado en el siglo XX como el más eficaz para el logro y la permanencia de las conquistas sociales y democráticas” (18).

De otro lado, la nueva izquierda no encuentra contradicción entre la economía de libre mercado, la cual reconoce como un agente importante en el desarrollo de una nación, y la justa redistribución de la riqueza. También, al igual que los liberales clásicos, busca un equilibrio entre libertades políticas y libertades económicas. Asimismo, entiende que la desigualdad no es solo económica, sino que posee otras dimensiones de carácter cultural como la discriminación racial, de género, religiosa, etc. Estas identidades ya estaban presentes en la teoría crítica, en los estudios culturales y dentro de las teorías posmodernas durante los sesenta y setenta. Al parecer, la teoría cultural avizoró anticipadamente aquello que la teoría política recién experimentaría a inicios de los noventa.

Lynch destaca que el nuevo pensamiento de la izquierda se opone a modelo capitalista neoliberal (algo que Chomsky explica muy bien en El gobierno en el futuro) “pero no al capitalismo como tal, con la adecuada regulación y planificación indicativa de la autoridad pública correspondiente” (24). Pero si el desarrollo capitalista no se desprende de su carácter feudal y oligárquico, no cumplirá ese papel progresista que vincula a los menos favorecidos con las fuerzas productivas, sino que consolidará las desigualdades y la exclusión social. El poder económico de las corporaciones capitalistas no debe establecer el derrotero de las políticas de Estado.

El ensayo finaliza con un balance de la actuación de los principales movimientos políticos de izquierda en el Perú, tanto los democráticos como los que iniciaron la lucha armada contra el Estado democrático. La conclusión de Lynch es que el APRA y la izquierda marxista se enfrascaron en una lucha fratricida que fortaleció a las dictaduras militares apoyadas por la burguesía conservadora. Por su parte, Sendero Luminoso y el MRTA contribuyeron a desprestigiar aún más a los partidos de izquierda que sumidos en el fraccionamiento y las luchas intestinas no representaron para la ciudadanía una alternativa de solución. Esto conllevó a que todo proyecto revolucionario fuera identificado como proveniente de la izquierda, cuando, en realidad, como sostiene Slavoj Zizek en ¿Quién dijo totalitarismo? los proyectos de izquierda no siempre están vinculados a planteamientos radicales y viceversa, sino veamos la España de Felipe González, las socialdemocracias de los países nórdicos o la concertación de centro e izquierda en Chile.

Respecto a las estrategias revolucionarias de la izquierda, esta no estuvo exenta de la tentación caudillista como método para posicionarse dentro de las masas. La recurrencia a líderes carismáticos unas veces y románticos en otras favoreció el culto al líder más que la discusión de las ideas y generó una corriente de devotos más que de seguidores deliberantes. Los movimientos populares organizados fueron una respuesta a la ineficacia de la izquierda y de los partidos políticos, en general, para traducir sus demandas. El resultado fue la aparición de frentes cívicos regionales y organizaciones sociales que en apariencia recogían las inquietudes de sus localidades pero que, en muchas ocasiones, se adherían al partido político predominante o procuraban constituirse en uno. El ascenso del populismo a la escena política motiva una reflexión necesaria. El populismo no es consustancial a la izquierda, prueba de ello es que el fujimorato basó su permanencia en el poder apelando al populismo y ejerciendo el autoritarismo simultáneamente, a la vez que recibía el apoyo de una derecha expectante por recuperar los espacios de poder perdidos en 1990.

Lynch destaca la importancia de la refundación democrática del Perú, la cual contempla la participación activa de la sociedad civil y de los poderes locales y regionales. Dicha refundación no será posible mientras el libre mercado continúe siendo un generador de desigualdades y que el empresariado capitalista se preocupe solo por el Estado de Derecho cuando este garantiza sus inversiones pero no cuando se vulneran los derechos de los trabajadores. Culmina invocando a todos los sectores de izquierda (marxista, cristiano, socialista, humanista o populista) a unir esfuerzos por conformar un bloque que retome los postulados primigenios de la izquierda: igualdad, justicia social, libertad y solidaridad.

El resto de ensayos desarrollan las principales líneas trazadas en el prólogo: “Izquierda autoritaria e izquierda democrática” esclarece las diferencias entre la opción revolucionaria y la reformista dentro de la izquierda; “La refundación republicana del Perú”, ensayo plantea la necesidad de transformar las estructuras del Estado para que este sea verdaderamente democrático, pluralista y multicultural; “Por un Partido Socialista para cambiar democráticamente al Perú” constituye una importante reflexión autocrítica acerca de los errores históricos de la izquierda en el Perú así como un balance de sus aportes a la democratización de la sociedad peruana. La relación de la nueva izquierda con su tradición ideológica es de ruptura y continuidad: se abandonan las reivindicaciones violentistas y antidemocráticas, pero se mantienen los ideales originarios antes mencionados; y el último “Resignificar el socialismo en el Perú” propone cambiar el significado de lo que tradicionalmente se ha entendido como socialismo en el Perú —lucha armada, totalitarismo, revolución— con el propósito de dialogar con la sociedad civil que, en su mayoría, aún identifica al socialismo y a la izquierda con opciones violentistas. Este ensayo culmina con un listado de los principales lineamientos del socialismo democrático: democratización social, Estado social y democrático de derecho, economía social de mercado, pacificación nacional y globalización de la democracia entre otros puntos.

La difusión de esta colección de ensayos, en la actualidad, es muy importante porque trata temas sobre los cuales existe una gran desinformación como la posibilidad de un proyecto de izquierda en el Perú como alternativa para superar la desigualdad y la exclusión, y la necesaria distinción de este proyecto frente a las posturas extremistas de izquierda. Lynch expone con claridad sus argumentos y, como debe ser, de manera didáctica desarrolla sus ideas para que todo aquel interesado en el tema pueda comprenderlo. Y es que algunos intelectuales de izquierda parece que solo escriben para su comunidad académica y no deliberan con las masas. Sus estudios no trascienden las cuatro paredes de su aula o del congreso donde dialogan con sus alumnos y colegas, pero no con el ciudadano de a pie. Por ello, es destacable que el autor no se haya detenido mucho en cuestiones relativas a especialistas que podrían desalentar al lector no versado en teoría política, sociología, historia o filosofía.
Además, aunque no lo expresa directamente, en algunos pasajes de los ensayos, se infiere que el socialismo contemporáneo y el liberalismo clásico poseen más puntos de encuentro que de divergencia: respeto a las libertades individuales, reconocimiento de la importancia del libre mercado, equilibrio entre libertades políticas y libertades económicas, pluralismo cultural, tolerancia y valoración de la diversidad

Sin embargo, la razón más importante por la cual recomiendo la lectura de este libro es que sirve para demostrar que “no toda la izquierda está podrida” y que existen algunos socialistas modernos y moralmente íntegros que aceptan los errores históricos de una izquierda que ya no cree que “el poder nace del fusil” ni que tampoco la democracia depende exclusivamente del crecimiento económico o de periódicas consultas electorales, sino, además, de la inclusión social y de una redistribución justa de la riqueza. Al respecto Lynch no tiene reparos en exigir un mea culpa a todos aquellos que, en alguna circunstancia, avalaron los excesos del totalitarismo marxista-leninista.

En las actuales circunstancias en que la crisis económica adquiere dimensiones planetarias y cuando se oyen algunas voces que decretan la muerte del capitalismo neoliberal y del libre mercado, el libro de Lynch representa una lectura obligatoria para comprender como es que la socialdemocracia puede ayudar a replantear los modelos que la realidad histórica demuestra que se están agotando. ¿Reflexionarán los neoliberales dogmáticos antes que sea demasiado tarde o esperarán asistir a su propia debacle como los comunistas de Europa Oriental en los 90? Me parece que la revancha de los socialistas está en ciernes. Solo espero que esta vez no desaprovechen la oportunidad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

ola ex profe..bueno si esto llega a los ojos de carlos arturo caballero medina.. logre mi objetivo..soy shirley estudie en el saco olvideros el año pasado en cuarto.. noc si me recuerde en realidad... pero yo a usted.. si...no piense que estoy loca... solo que gracias a usteded encontre algo muy especial.. q es este amor que siento hacia la lectura y a las palabras...y ahora estoy pasando por algo.. q noc como decirlo asi que me gustaria hablar con ustedes porque siento que me puede ayudar.. si puede y claro quiere mi correro es lizzi_mcualler@hotmail.com seria muyyy bueno hablar con usteded y decirle q pasa y que usted me de su punto de vista.. bueno me pondria a hablar aca sola .. pero como noc si esto lo va a leer.. y seria un milagro en verdad! lo esperare :) cuidese
Pd: no piense mal....http://www.youtube.com/watch?v=EJwNS-FPXOI

Anónimo dijo...

NO existe izquierda democràtica en sudamèrica, hay que ser bien cojudo para creerse esa babosada

sino miren lo que pasa en el sur
El ganado sureño del Cusco en Ayaviri ha sido arreado una vez más por la excreta comunista, por la pelagra progre, por los caviares y hueveras, causantes del actual SIDA de las naciones. ¡Cuándo no el bendito sur, donde se crían los mejores cornúpetas para estampidas (protestas que les dicen). Se incluyen a los subhumanos de Moquegua y Tacna. ¿Cuándo aprenderán estos últimos que las minas son de todos los peruanos y no sólo de ellos?

¿Y qué pide esta vez la cabronería patriarrojera? No interesa. Es irrelevante. Se trata de la protesta por la protesta, el caos por el caos, la destrucción por la destrucción. Eliminar al país como tal, para llegar al poder y hacer lo que el comunista hace tan bien: depredar y esclavizar.

En todo caso, y sólo como ilustración, lo que pide la turba ayavireja, la canalla cusqueña, la chusma andina, instruida por los ya conocidos hijos de puta (*) marxistas, es: 1) Renuncia de Alan García a la Presidencia de la República, 2) el cierre del Congreso, 3) convocatoria a una Asamblea Constituyente para proclamar una nueva Constitución de corte marxista-leninista-trotskista-albanés-idea suche-pensamiento Gonzalo, 4) anexión del territorio peruano a la isla de Cuba (vía Venezuela), 5) linchamiento del presidente de la región Cusco, del alcalde de Canchis y del portero del museo de sitio de Quispicanchis que es un antipático, 6) apresamiento del Rey de España, causante de todos nuestros males, 4) disolución del Imperio Yanqui, 7) entrega de Brad Pitt y Angelina Jolie a nuestro hermano Evo Morales para que les juzgue (y luego se les linche) por blanquiñosos (¿Por qué no extendemos esta medida a todos los congresistas?), 8) bombardeo y destrucción de todos los centros mineros (sólo los legales, los informales quedan), oleoductos, acueductos, gasoductos, y hasta meatos y uretras, porque contaminan.

¿Para qué coño tienen que ir las autoridades capitalinas al sur? ¿Para conversar? ¿Acerca de qué? ¿Dialogar con pandillas de lemmings que no saben que se están suicidando? ¡Vamos, vamos! Allí sólo hay que ir premunidos de raticidas, y matarifes.

El robo argentino:- Otra vez, en la Argentina, una idiotez más para corregir otra idiotez. Imbecilidad tras imbecilidad. Ahora la enfermita de la Casa Rosada, la jerma del virolo, ha asaltado a las AFP robándose el dinero de todos los trabajadores para obtener un poco de sencillo que nada resolverá. Yo me pregunto, ¿qué diferencia hay entre argentinos y, digamos, australianos? Ambos arrancaron a la vez, ambos tienen territorios muy ricos, ¿por qué Australia es una potencia económica y Argentina una buena mierda? Fácil: porque a Australia llegaron ingleses y a la Argentina italianos y gallegos (y ya sabemos cómo hemos resultado sus descendientes). Los australianos son chamberos casi patológicos, en tanto que los argentinos sólo se preocupan por la pilcha y por componer y llorar con tangos cojudos. Esa es la diferencia. ¿Pueden concebir un país en el que todavía sobreviva ese esperpento llamado peronismo?

Hasta más vernos.

(*) Los marxistas son partenogenéticos, por lo que no pueden concebir el concepto madre. Así, para ellos, la interjección hijo de puta no les llega.

Hasta más vernos.

Andrés Bedoya Ugarteche

Charlie Caballero dijo...

A ese abuelo hay que meterle un quiño asi como se lo metio Lucho Caceres Velasquez en el "Manolo" de Arequipa, tendrian que verlo como se escondia y arrastrado en cuatro patas misma tìa que corre de su marido, pedia clemencia para que le quiten de encima al Lucho Caceres desde ahi comenzó su odio a los puneños.
Solidaridad con el valiente pueblo revolucionario del sur!!

El nictalope