jueves, marzo 26, 2009

La izquierda (no) tuvo (toda) la culpa

A propósito de un artículo de Carlos Meléndez

Hace unos días, Carlos Meléndez publicó en Correo un artículo titulado "Crecimiento sin izquierda". Allí sostiene la hipótesis de que existe una correlación entre el actual crecimiento económico y la crisis de la izquierda peruana. Si bien una hipótesis no es de carácter concluyente, es una muestra de lo que el autor sostiene, frente a lo cual considero que la impresión de Meléndez es demasiado simplificadora y aventurada por las siguientes razones.

El primer punto que encuentro criticable en el mencionado artículo es que el autor transita entre la certeza y la vacilación. Al inicio consigna datos que son acertados (inflación galopante, terrorismo e inestabilidad social), es decir, hechos cuya veracidad es irrefutable. La presentación de estos datos apocalípticos (en verdad así fue aquella época) en contraste con la actual situación del país, da la impresión, por un momento, que Meléndez posee la convicción de que, efectivamente, la crisis de la izquierda peruana, o sea, su incapacidad para elaborar una propuesta concreta y la pérdida de arraigo popular permitió que en nuestro país pudieran implementarse reformas económicas que, finalmente, están dando frutos. Sin embargo, hacia el final, vemos que tal convicción adopta un tono relativo al señalar una serie de interrogantes cuya respuesta queda suspendida. Al parecer, la contundencia de las evidencias anteriormente presentadas deberían darle el respaldo suficiente a su postura, pero el columnista prefiere, estratégicamente, exponer su postura como una mera hipótesis. Personalmente, hubiera preferido que continuara en la línea inicial porque es muy sencillo lanzar una idea con apariencia de seguridad y luego matizarla: lo más probable es que sus lectores tengan la idea que la izquierda fue la única responsable de la debacle política, social y económica de los 80´s y a pesar de que se trata "solo de una hipótesis" esta última mención se queda en el olvido.

En relación con esto, y en contraposición a lo manifestado por Carlos Meléndez, considero que la izquierda no tuvo toda la culpa. Es cierto que muchos no deslindaron filiaciones de manera tajante con Sendero Luminoso (al respecto, sí me gustaría oír un mea culpa mucho más explícito de aquellos políticos que consideraron a Sendero como una fuerza política deliberante) pero también lo es que muchos líderes de izquierda estuvieron en la mira de Abimael Guzmán y sus huestes. A propósito, el pedagogo Juan Borea nos comentó a un grupo de amigos en una reunión que hubo oportunidades en que miembros de Izquierda Unida eran sindicados como parte del aparato estatal burgués y que cuando visitaba el interior del país iban premunidos de un arma. Es más, las amenazas eran constantes y muy difícilmente se podía realizar alguna concentración en poblados de la selva no solo por el narcotráfico sino porque Sendero debía autorizarlo. Y ser integrante de Izquierda Unida no significaba ninguna garantía de supervivencia. Asimismo, en Puno, existen registros acerca de la participación de Izquierda Unida contra Sendero Luminoso. Entonces, es mejor enfocar el tema con luces más claras y mucho más amplias.

Otra razón por la cual considero que la izquierda no tuvo toda la culpa es porque tanto AP como el PPC, el APRA y el fujimorismo agudizaron la crisis. El gobierno de Belaúnde fue incapaz de combatir el terrorismo (claudicó el poder civil ante el militar en las zonas de emergencia) y la crisis económica al igual que el primer gobierno de García. Fujimori lo hizo a su manera (Cantuta, Barrios Altos, Putis, Los Cabitos, etc.) y hoy asistimos al descubrimiento de más fosas comunes.

Por otro lado, el crecimiento al que Meléndez hace referencia hay que analizarlo con mucho cuidado. Cuando se dice que el Perú ha crecido en los últimos años, ¿significa todo el Perú por igual? ¿Creció Trujillo lo mismo que Arequipa? ¿Lima lo mismo que Huancavelica? De ninguna manera. Así como sucedió en el sudeste asiático entre los 70 - 90´s, y como sucede en China, el crecimiento económico, en estos últimos años, se ha sectorizado geográfica y socialmente. Por ello, los "logros" a los que Meléndez atribuye como resultado de las políticas económicas de mercado hay que medirlos en el sentido de ¿a quién y en dónde? ¿por qué si todo está también yo estoy tan mal? ¿Estamos mejor que antes, pero en qué sentido?

Cabe resaltar que crecimos a costa de un plan de recuperación económica neoliberal que no tuvo parangón alguno en Latinoamérica: nos allanamos en todo y no pusimos resistencia alguna porque, simplemente, no la había. Hacia 1900, todos los partidos políticos, y no solo la izquierda, estaban desacreditados; los sindicatos y los movimientos estudiantiles ya no tenían eco en la opinión pública que los consideraba como posibles extensiones de la subversión. La inflación desbordante y la violencia terrorista debían convencer a la población de la necesidad de medidas radicales, pero no votamos por Vargas Llosa ni su plan liberal, sino por Fujimori quien ofreció un plan progresivo y menos doloroso: ya conocemos la historia. En fin, votamos por la opción moderada y nos retribuyeron la receta neoliberal más extrema.

En suma, la izquierda no fue la única responsable de la crisis aunque tuvo una participación gravitante. Me inclino a afirmar que también hay que analizar el papel de aquella derecha complaciente y hipócritamente liberal que se rindió ante Fujimori, que consintió el autogolpe del 5 de abril, que calló en todos los idiomas cuando se supo de las masacres de La Cantuta y Barrios Altos, que oficia de traductora de los exabruptos de Alan García y que, de vez en cuando, siente la tentación de tocar las puertas de los cuarteles para poner orden cuando las masas se les van de las manos. En lo personal, confío en que el centro, hasta ahora vacío, pueda aglutinar a aquellas fuerzas políticas que contengan una propuesta alternativa y viable a la actual, lo cual no significa un viraje drástico, sino un esfuerzo por no dejar la economía en piloto automático.
P.D.
A PESAR DE QUE EN SU BLOG ACTUALIZÓ Y PRECISÓ LOS ALCANCES DE SU HIPÓTESIS QUE ME PARECEN ATENDIBLES, SIGUE EXISTIENDO EN CARLOS MELÉNDEZ UN CONFLICTO DE PROPÓSITOS: NO SE PUEDE HACER ANÁLISIS SERIO Y A LA VEZ "CHACOTA" PORQUE EL PERSONAJE GRACIOSO OPACA AL POLITÓLOGO QUE CREO ASPIRA A SER. LO OTRO ES QUE, QUERIÉNDOLO O NO, SE CONVIERTE EN UN RETRANSMISOR E INDIRECTAMENTE, AVAL DEL DIARIO DE ALDO MARIÁTEGUI.

miércoles, marzo 18, 2009

Alan García y La teta asustada



Arturo Caballero Medina

"Cuando yo, o las mujeres lo escuchan hablar les hierve la sangre, es como que piensan 'si te viera, te mato, por tu culpa he perdido a mi hijo, por tu culpa pasó esto. Yo lo veo como el presidente del Perú, no le tomo importancia a lo que dice o habla. Hay gente que se muere por conocer al presidente, tocarlo. Yo no siento eso”



“No se puede pasar la página sobre las víctimas del terror, los muertos no pueden esconderse bajo una sábana blanca”.

Arturo Caballero Medina

El estreno de La teta asustada pone sobre el tapete el tema del conflicto armado interno en un momento no muy oportuno para el actual gobierno, es decir justo cuando este rechaza una donación del gobierno alemán que tenía por finalidad implementar el Museo de la Memoria. Tal decisión ha sido, a todas luces, desacertada y, al igual que la estratégica abstención de nuestro presidente por manifestar un abierto reconocimiento a esta cinta, evidencia los temores del actual gobierno por divulgar lo ocurrido durante las dos décadas de violencia terrorista.

Por otro lado, la cinta de Claudia Llosa recibió una andanada de críticas basadas en prejuicios de quienes emitieron opinión, sobre todo de corte ideológico-político, antes de ver la película o que rebotaron impresiones similares sin formarse una propia de primera mano, a diferencia de los críticos y actores nacionales quienes, en su mayoría, reconocieron el trabajo de la producción, la dirección de Claudia Llosa y la interpretación de Magaly Solier. Asimismo, en una semana en la que el Congreso por intermedio de la congresista Beteta condecoró a Magaly Medina y en Palacio de Gobierno se homenajeó a la boxeadora Kina Malpartida, sorprende (¿debería?) que nuestro presidente no haya tenido la misma deferencia en reconocer el premio que la academia berlinesa otorgó a La teta asustada.

¿Curioso, verdad? Fue el gobierno alemán el que ofreció una donación para implementar el Museo de la Memoria, la cual fue luego rechazada por el gobierno peruano, y fue también en Alemania donde se premió a una cinta dirigida por una peruana ante lo cual el Ejecutivo prefirió aplaudir con una sola mano.



Es comprensible el porqué Alan García se abstuvo estratégicamente de aparecer con Claudia Llosa y Magaly Solier de la misma manera que con Kina Malpartida, Sofía Mulanovich, Juan Diego Flórez, los Jotitas o con los artistas que apoyaron la última Teletón. Y no creo que fuera porque a nuestro presidente le desagrade el protagonismo mediático (recordemos el baile del teteo, la patadita al orate que se interpuso en su camino o el baile con Gisela). Brindar un abierto espaldarazo a La teta asustada hubiera significado una flagrante incoherencia, ya que se expondría aún más a los cuestionamientos sobre la responsabilidad política de su primer gobierno respecto a la violación de derechos humanos en las zonas de emergencia.

El rechazo a la donación alemana, el tibio reconocimiento a La teta asustada y las prejuiciosas críticas a esta película son síntomas de una sociedad cuya clase política, líderes de opinión y parte de la opinión pública en general se muestran reticentes, en el mejor de los casos, si es que no deliberadamente indiferentes frente a todo aquello que esté relacionado con revelar la verdad de lo sucedido durante los años del conflicto armado interno. Sin embargo, el efecto más importante que puede generar esta película en los meses que vienen es precisamente despertar nuestro interés por conocer la verdad. En este sentido, La teta asustada es un excelente motivo para volver a reflexionar acerca de lo que como sociedad podemos hacer no solo con los responsables (Fuerzas Armadas, Sendero o MRTA), sino, particularmente, con las víctimas.

El segundo gobierno de Alan García pasará a la historia, entre otras cosas, porque en esta gestión se detuvieron o dilataron todos los procesos de reparaciones a las víctimas de la violencia armada —militar o terrorista—; y por la escasa o casi nula voluntad del Ejecutivo por esclarecer la identidad de los mandos militares sindicados como presuntos violadores de derechos humanos, esto con el objetivo de judicializar tales casos para hacer justicia. El énfasis que la película coloca en la tragedia de aquellos que, a pesar de que no experimentaron directamente la violencia la heredaron del vientre materno, provoca, inevitablemente, una aguda reflexión sobre el papel que le corresponde al Estado y a la sociedad en la recuperación de su estatura moral, muy venida a menos por acción u omisión frente al drama de las víctimas.

No faltaran quienes califiquen a Claudia Llosa como parte de la maquinaria caviar que aprovecha la premiación en Berlín para defender el Informe Final de la CVR, las reparaciones a los terroristas, el Museo de la Memoria y el juicio contra los militares que combatieron contra el terrorismo o que utiliza a Magaly Solier de una manera pintoresca y oportunista. Lo cierto es que quienes sostienen todo eso suelen ser los mismos que defienden la impunidad de los crímenes de lesa humanidad calificándolos de costos de guerra, que distorsionan intencionalmente los contenidos del Informe, que alegremente afirman que “tu memoria no es la mía”, que celebran la recuperación económica del Fujimorato, pero que nada tienen que decir frente al autogolpe, La Cantuta y Barrios Altos, o que consideran, como Ántero Flórez-Araóz, que el Perú no necesita museos.

Al parecer, a Alan García lo asusta recordar y enfrentar la verdad. En cambio, las víctimas la conocen, pero como a Fausta, les asusta no poder olvidarla.

lunes, marzo 16, 2009

EN DEFENSA DE WILLIAMSON



Gabriel Icochea Rodríguez

El caso ya es conocido por todos, el Monseñor Richard Williamson fue entrevistado en un programa de la televisión sueca y desconoció el genocidio nazi contra los judíos. Enunció cifras lejanas a las que nos tienen acostumbrados los historiadores, 300 000 o 400 000 víctimas, y no los seis millones que difunde incluso la cultura mediática.

La reacción del Vaticano fue inmediata: lo destituyeron del puesto que ejercía como director de un seminario a las afueras de Buenos Aires y días después, argumentando un problema burocrático fue conminado a salir de Argentina por iniciativa del ministerio del interior. El argumento de la burocracia es casi una nimiedad: Williamson declaraba trabajar para una ONG y no como sacerdote.

El personaje tiene una historia controversial, había sido excomulgado años atrás por sus posiciones ultra conservadoras al interior de la iglesia (más específicamente lefebrevistas) y hacía poco tiempo fue rehabilitado por el mismo Benedicto XVI.

Difícil coincidir con Williamson. Su postura arriesga una hipótesis casi improbable: nadie habría muerto en cámaras de gas durante la segunda guerra mundial. Claro, apela a historiadores revisionistas y a una investigación prolija que él mismo, supuestamente, habría realizado durante mucho tiempo. Pero la demostración de tales hipótesis es más difícil de probar que su contraria. Es decir, aún existen sobrevivientes de dichos campos y todos ellos han brindado testimonios aterradores de estos.

Sin embargo, se viola su derecho a opinar libremente. Más aún, se le desconoce dicho derecho en una democracia, lo cual ya es un atentado serio contra un derecho fundamental y antiguo. La tolerancia en su versión prístina es la aceptación de la diferencia, de lo distinto. Una herencia lejana de las guerras de religión que hicieron posible la paz en Europa: Más aún, la tolerancia reflejaba la separación de Iglesia y Estado: una cosa eran las cuestiones de fe y otra eran las cuestiones civiles.

En su condición de clérigo su opinión tiene autoridad cuando abarca tanto asuntos de moral como de teología. Todo lo demás es opinable. Williamson emitía un juicio sobre un asunto histórico en lo cual podía ser totalmente falible, su estatuto era el de un ciudadano más. Sin duda, está recibiendo un castigo inmerecido.

Su caso es un proceso que ha funcionado así: primero el Vaticano da un paso al costado y acepta la destitución de su cargo como jefe del seminario y luego el gobierno argentino lo expulsa arguyendo una irregularidad burocrática.

¿Dónde están los defensores de las libertades y de los derechos? ¿Dónde están los intelectuales que defienden el pensamiento débil o la verdad dialógica? ¿Dónde están los defensores de la idea de una verdad construida a través del diálogo que daría por superada la verdad positivista que cree ser única? ¿Dónde están quiénes se oponen al peligro de dicha verdad por considerarla potencialmente autoritaria?

A nadie gusta demasiado el personaje: un ultraconservador enemigo de las libertades y amante de la tradición, pero del mismo modo se comete una injusticia contra él. El clérigo en una de sus opiniones cree que debe librarse una lucha contra la izquierda en el mundo presumiendo que existe sólo una derecha en el mundo. Hay una derecha que cree en el holocausto y es firme aliada de los Estados Unidos. Y hay varias izquierdas también.

Me imagino que los acontecimientos fortalecen a la derecha que Williamson suscribe. Su principal argumento será que no existe una verdadera democracia, ya que no se respeta el derecho a opinar libremente. Que la democracia es una farsa manejada por un celoso poder de un grupo. Estas posturas son muy semejantes a las que levanta la ultraizquierda contra el mismo sistema político.

Los derechos son universales incluso para aquellos cuyas opiniones pueden herir nuestra sensibilidad. Pero el caso es más grave cuando comprobamos que Williamson no opina al interior del Estado de Israel sino de un país lejano, Argentina.

Aquí en el Perú una corriente fuerte de los historiadores de la Universidad Católica ha insistido que en el siglo XVI, el período de la conquista, el monstruoso descenso demográfico de 11 millones a menos de un millón luego de 30 años fue producto de epidemias y no de los maltratos que trajo la encomienda y la mita. En un país en el que la mayoría son indígenas o mestizos descendientes de tales. Un Estado que dice representar a todos no los castiga ni a nadie se le ocurriría razonable. Es paradójico y contradictorio. Porque una lectura que sí cabe en ese caso es que la diferencia que hay entre los judíos victimados en cámaras de gas y los indios o los descendientes de ellos que habitan el Perú, es que los primeros tienen el poder financiero y son una raza vencedora y los segundos siguen siendo mayoritariamente pobres e históricamente vencidos.

Nadie debe ser castigado por sus ideas a menos que defienda la destrucción de la propia democracia. Ni Williamson ni los indigenistas ultrarradicales, todos pueden opinar y tener un lugar y un estado que garantice por igual sus derechos inalienables.