Gabriel Icochea Rodríguez
El caso ya es conocido por todos, el Monseñor Richard Williamson fue entrevistado en un programa de la televisión sueca y desconoció el genocidio nazi contra los judíos. Enunció cifras lejanas a las que nos tienen acostumbrados los historiadores, 300 000 o 400 000 víctimas, y no los seis millones que difunde incluso la cultura mediática.
La reacción del Vaticano fue inmediata: lo destituyeron del puesto que ejercía como director de un seminario a las afueras de Buenos Aires y días después, argumentando un problema burocrático fue conminado a salir de Argentina por iniciativa del ministerio del interior. El argumento de la burocracia es casi una nimiedad: Williamson declaraba trabajar para una ONG y no como sacerdote.
El personaje tiene una historia controversial, había sido excomulgado años atrás por sus posiciones ultra conservadoras al interior de la iglesia (más específicamente lefebrevistas) y hacía poco tiempo fue rehabilitado por el mismo Benedicto XVI.
Difícil coincidir con Williamson. Su postura arriesga una hipótesis casi improbable: nadie habría muerto en cámaras de gas durante la segunda guerra mundial. Claro, apela a historiadores revisionistas y a una investigación prolija que él mismo, supuestamente, habría realizado durante mucho tiempo. Pero la demostración de tales hipótesis es más difícil de probar que su contraria. Es decir, aún existen sobrevivientes de dichos campos y todos ellos han brindado testimonios aterradores de estos.
Sin embargo, se viola su derecho a opinar libremente. Más aún, se le desconoce dicho derecho en una democracia, lo cual ya es un atentado serio contra un derecho fundamental y antiguo. La tolerancia en su versión prístina es la aceptación de la diferencia, de lo distinto. Una herencia lejana de las guerras de religión que hicieron posible la paz en Europa: Más aún, la tolerancia reflejaba la separación de Iglesia y Estado: una cosa eran las cuestiones de fe y otra eran las cuestiones civiles.
En su condición de clérigo su opinión tiene autoridad cuando abarca tanto asuntos de moral como de teología. Todo lo demás es opinable. Williamson emitía un juicio sobre un asunto histórico en lo cual podía ser totalmente falible, su estatuto era el de un ciudadano más. Sin duda, está recibiendo un castigo inmerecido.
Su caso es un proceso que ha funcionado así: primero el Vaticano da un paso al costado y acepta la destitución de su cargo como jefe del seminario y luego el gobierno argentino lo expulsa arguyendo una irregularidad burocrática.
¿Dónde están los defensores de las libertades y de los derechos? ¿Dónde están los intelectuales que defienden el pensamiento débil o la verdad dialógica? ¿Dónde están los defensores de la idea de una verdad construida a través del diálogo que daría por superada la verdad positivista que cree ser única? ¿Dónde están quiénes se oponen al peligro de dicha verdad por considerarla potencialmente autoritaria?
A nadie gusta demasiado el personaje: un ultraconservador enemigo de las libertades y amante de la tradición, pero del mismo modo se comete una injusticia contra él. El clérigo en una de sus opiniones cree que debe librarse una lucha contra la izquierda en el mundo presumiendo que existe sólo una derecha en el mundo. Hay una derecha que cree en el holocausto y es firme aliada de los Estados Unidos. Y hay varias izquierdas también.
Me imagino que los acontecimientos fortalecen a la derecha que Williamson suscribe. Su principal argumento será que no existe una verdadera democracia, ya que no se respeta el derecho a opinar libremente. Que la democracia es una farsa manejada por un celoso poder de un grupo. Estas posturas son muy semejantes a las que levanta la ultraizquierda contra el mismo sistema político.
Los derechos son universales incluso para aquellos cuyas opiniones pueden herir nuestra sensibilidad. Pero el caso es más grave cuando comprobamos que Williamson no opina al interior del Estado de Israel sino de un país lejano, Argentina.
Aquí en el Perú una corriente fuerte de los historiadores de la Universidad Católica ha insistido que en el siglo XVI, el período de la conquista, el monstruoso descenso demográfico de 11 millones a menos de un millón luego de 30 años fue producto de epidemias y no de los maltratos que trajo la encomienda y la mita. En un país en el que la mayoría son indígenas o mestizos descendientes de tales. Un Estado que dice representar a todos no los castiga ni a nadie se le ocurriría razonable. Es paradójico y contradictorio. Porque una lectura que sí cabe en ese caso es que la diferencia que hay entre los judíos victimados en cámaras de gas y los indios o los descendientes de ellos que habitan el Perú, es que los primeros tienen el poder financiero y son una raza vencedora y los segundos siguen siendo mayoritariamente pobres e históricamente vencidos.
Nadie debe ser castigado por sus ideas a menos que defienda la destrucción de la propia democracia. Ni Williamson ni los indigenistas ultrarradicales, todos pueden opinar y tener un lugar y un estado que garantice por igual sus derechos inalienables.
2 comentarios:
Hola Gabriel,bienvenido a Letras del Sur. Tengo algunas observaciones a tu artículo
1. Considero que no todas las opiniones son respetables por igual porque algunas son realmente indefendibles como lo que afirma Williamson. Las fuentes que lo rebaten no solo tienen la contundencia de la cantidad sino del respaldo testimonial de quienes experimentaron el holocausto nazi.
2. Si bien la tolerancia es un distintivo de la democracia, no se puede ser igualmente tolerante con los intolerantes y mucho menos con aquellos que pretenden distorsionar la difusión de verdades que en el futuro no deben olvidarse. Un medio es combatirlos con buenas ideas, pero al igual que cerraríamos una panadería que vende panes con bromato o cancelaríamos la licencia a un restaurante que cocina sin higiene, también se necesita medidas correctivas contra aquellos que deliberadamente y amparados en su condición (políticos, clérigos, periodistas,etc.) esperan impunidad aprovechándose de las concesiones que les brinda la democracia. Esto se agrava cuando se trata de las ideas y aun más cuando estas logran asentarse en la opinión pública (p.ej. que Fujimori es el artífice de la derrota del terrorismo y de la pacificación)
Ideas como la de Williamson sí atentan contra la democracia precisamente porque (lo hemos visto) cuando arraigan en la opinión pública y aparece un líder que manipula esos impulsos son las víctimas quienes nada podrían hacer frente a la amenaza que se cierne sobre ellos. Usualmente los dictadores apelan a estos resortes para instalarse en el poder.
3. La comparación entre los historiadores PUCP y Williamson no me parece acertada. La visión de aquellos puede ser cierta o no pero se basa en un trabajo documental más riguroso que el expuesto por Williamson. Además, la verdad sobre el holocausto no se sostiene (no debería) en el protagonismo mundial de Israel ni en su "raza". De ser así, sería una causa mal defendida y efectivamente sucede que causas legítimas se desvirtúan en las manos equivocadas. Sin embargo, la verdad del holocausto nos horroriza y avergüenza porque somos seres humanos, ello por encima de nuestro credo, raza, religión, sexo, etc. Se desprende de tu afirmación que la fuerza del argumento histórico acerca del exterminio de los indios tiene matices socioculturales?
Bueno amigo mío felicitaciones una vez más y bienvenido cuando quieras.
saludos
Arturo
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