Arturo Caballero Medina
"Cuando yo, o las mujeres lo escuchan hablar les hierve la sangre, es como que piensan 'si te viera, te mato, por tu culpa he perdido a mi hijo, por tu culpa pasó esto. Yo lo veo como el presidente del Perú, no le tomo importancia a lo que dice o habla. Hay gente que se muere por conocer al presidente, tocarlo. Yo no siento eso”
“No se puede pasar la página sobre las víctimas del terror, los muertos no pueden esconderse bajo una sábana blanca”.
Arturo Caballero Medina
El estreno de La teta asustada pone sobre el tapete el tema del conflicto armado interno en un momento no muy oportuno para el actual gobierno, es decir justo cuando este rechaza una donación del gobierno alemán que tenía por finalidad implementar el Museo de la Memoria. Tal decisión ha sido, a todas luces, desacertada y, al igual que la estratégica abstención de nuestro presidente por manifestar un abierto reconocimiento a esta cinta, evidencia los temores del actual gobierno por divulgar lo ocurrido durante las dos décadas de violencia terrorista.
Por otro lado, la cinta de Claudia Llosa recibió una andanada de críticas basadas en prejuicios de quienes emitieron opinión, sobre todo de corte ideológico-político, antes de ver la película o que rebotaron impresiones similares sin formarse una propia de primera mano, a diferencia de los críticos y actores nacionales quienes, en su mayoría, reconocieron el trabajo de la producción, la dirección de Claudia Llosa y la interpretación de Magaly Solier. Asimismo, en una semana en la que el Congreso por intermedio de la congresista Beteta condecoró a Magaly Medina y en Palacio de Gobierno se homenajeó a la boxeadora Kina Malpartida, sorprende (¿debería?) que nuestro presidente no haya tenido la misma deferencia en reconocer el premio que la academia berlinesa otorgó a La teta asustada.
¿Curioso, verdad? Fue el gobierno alemán el que ofreció una donación para implementar el Museo de la Memoria, la cual fue luego rechazada por el gobierno peruano, y fue también en Alemania donde se premió a una cinta dirigida por una peruana ante lo cual el Ejecutivo prefirió aplaudir con una sola mano.
Es comprensible el porqué Alan García se abstuvo estratégicamente de aparecer con Claudia Llosa y Magaly Solier de la misma manera que con Kina Malpartida, Sofía Mulanovich, Juan Diego Flórez, los Jotitas o con los artistas que apoyaron la última Teletón. Y no creo que fuera porque a nuestro presidente le desagrade el protagonismo mediático (recordemos el baile del teteo, la patadita al orate que se interpuso en su camino o el baile con Gisela). Brindar un abierto espaldarazo a La teta asustada hubiera significado una flagrante incoherencia, ya que se expondría aún más a los cuestionamientos sobre la responsabilidad política de su primer gobierno respecto a la violación de derechos humanos en las zonas de emergencia.
El rechazo a la donación alemana, el tibio reconocimiento a La teta asustada y las prejuiciosas críticas a esta película son síntomas de una sociedad cuya clase política, líderes de opinión y parte de la opinión pública en general se muestran reticentes, en el mejor de los casos, si es que no deliberadamente indiferentes frente a todo aquello que esté relacionado con revelar la verdad de lo sucedido durante los años del conflicto armado interno. Sin embargo, el efecto más importante que puede generar esta película en los meses que vienen es precisamente despertar nuestro interés por conocer la verdad. En este sentido, La teta asustada es un excelente motivo para volver a reflexionar acerca de lo que como sociedad podemos hacer no solo con los responsables (Fuerzas Armadas, Sendero o MRTA), sino, particularmente, con las víctimas.
El segundo gobierno de Alan García pasará a la historia, entre otras cosas, porque en esta gestión se detuvieron o dilataron todos los procesos de reparaciones a las víctimas de la violencia armada —militar o terrorista—; y por la escasa o casi nula voluntad del Ejecutivo por esclarecer la identidad de los mandos militares sindicados como presuntos violadores de derechos humanos, esto con el objetivo de judicializar tales casos para hacer justicia. El énfasis que la película coloca en la tragedia de aquellos que, a pesar de que no experimentaron directamente la violencia la heredaron del vientre materno, provoca, inevitablemente, una aguda reflexión sobre el papel que le corresponde al Estado y a la sociedad en la recuperación de su estatura moral, muy venida a menos por acción u omisión frente al drama de las víctimas.
No faltaran quienes califiquen a Claudia Llosa como parte de la maquinaria caviar que aprovecha la premiación en Berlín para defender el Informe Final de la CVR, las reparaciones a los terroristas, el Museo de la Memoria y el juicio contra los militares que combatieron contra el terrorismo o que utiliza a Magaly Solier de una manera pintoresca y oportunista. Lo cierto es que quienes sostienen todo eso suelen ser los mismos que defienden la impunidad de los crímenes de lesa humanidad calificándolos de costos de guerra, que distorsionan intencionalmente los contenidos del Informe, que alegremente afirman que “tu memoria no es la mía”, que celebran la recuperación económica del Fujimorato, pero que nada tienen que decir frente al autogolpe, La Cantuta y Barrios Altos, o que consideran, como Ántero Flórez-Araóz, que el Perú no necesita museos.
Al parecer, a Alan García lo asusta recordar y enfrentar la verdad. En cambio, las víctimas la conocen, pero como a Fausta, les asusta no poder olvidarla.
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