viernes, noviembre 18, 2011

El NUEVO VOCACIONALISMO

Arturo Caballero

En su libro Homo academicus (1989), Pierre Bourdieu detalla cómo la distribución del conocimiento en facultades, escuelas y departamentos universitarios reproduce la estructura social dominante. Por un lado, se encuentran disciplinas como la medicina, el derecho y las escuelas de negocios, que basan su poder en el capital económico-académico y consecuentemente en el prestigio social. Esto significa que ser formado en alguna de ellas revestirá al sujeto de una autoridad académica (grados, títulos, cargos, becas, etc.) refrendada por la ubicación socioeconómica que tales recursos le permitan. Por otro lado, están las ciencias naturales, cuyo poder radica sobre todo en el capital intelectual otorgado por el prestigio de la comunidad científica. Para Bourdieu esta confrontación es análoga a la que existe entre la clase dominante (hombres de negocios, ejecutivos y funcionarios estatales detentadores del poder político y económico) y los científicos (artistas e intelectuales) representantes del poder simbólico y cultural. Las humanidades y las ciencias sociales son susceptibles de ubicarse entre ambos.

Al respecto, Wlad Godzich comenta el lugar en que las humanidades y las ciencias sociales vienen perdiendo terreno frente a la arremetida del «Nuevo Vocacionalismo», que motiva la sustitución y progresivo abandono de los valores humanísticos que sostienen la episteme de aquellas áreas del conocimiento. Contrastando lo señalado por Bourdieu, la tendencia es que las humanidades y las ciencias sociales se instrumentalicen, lo cual las convierte, dicho al mejor estilo de Louis Althusser, en aparatos ideológicos del poder económico-político. La cultura escrita es el lugar donde se libra la batalla entre las humanidades y el Nuevo Vocacionalismo.

Ante la crisis económica de los 60 y 70 en los EEUU, y como parte de una serie de medidas conducentes a superar la crisis, las unidades encargadas de evaluar el nivel educativo de los estudiantes estadounidenses aplicaron pruebas a lo largo y ancho de la Unión Americana. Las pruebas nacionales de competencia lingüística concluyeron que sus estudiantes no estaban en condiciones de desarrollar bien sus estudios por lo que requerían «recibir formación adicional en las universidades para poder trabajar satisfactoriamente en su campo» cualquiera fuera su especialidad. En seguida, se dispuso la reestructuración de las currículas de educación básica, secundaria y superior poniendo énfasis en las ciencias exactas y tecnología en perjuicio de las ars liberalis y las ciencias sociales. El consenso era superar la crisis mediante la formación especializada de individuos en conocimientos aplicados a la solución de problemas.

La tarea de nivelación se asignó a los departamentos universitarios de inglés, cuyos profesores adujeron que no correspondía a la universidad resolver los problemas generados por una desacertada política educativa excluyente y discriminadora que sin tomar en cuenta la gravedad de la situación extendió «la educación superior a las minorías raciales y étnicas», cuyo nivel era deficiente debido al abandono de la educación pública en comparación con la privada.

Pese a la reticencia de los humanistas, la reestructuración se ejecutó de igual modo. A partir de ese instante, ya no era tan importante la literatura inglesa o la historia del pensamiento político europeo, como la redacción de textos sobre la base de información relacionada con la profesión del estudiante. De este modo, se generó una abierta confrontación entre los profesores de literatura y los enseñantes de redacción, al punto que fue necesario «conceder autonomía presupuestaria y organizativa a la nuevas unidades académicas dedicadas a la enseñanza de la escritura». Observemos que la escritura, concebida tradicionalmente como un recurso fundamental de las artes libres (aquellas que tenían como propósito ofrecer conocimientos generales y destrezas intelectuales, antes que destrezas profesionales u ocupacionales especializadas llamadas artes manuales. Nuestras actuales humanidades) como la gramática, la dialéctica y la retórica se transformó en un recurso que por sus nuevos objetivos simplificaba todo lo que se podía y debía desarrollar en las currículas escolares y universitarias.

El significado de ars liberalis no es contingente. «La palabra ars tal como se utiliza en ars liberalis significa precisamente lo que techné significa; las artes liberales son las artes o las destrezas de las personas libres» (McIntyre 1992:92). La techné griega designaba lo mismo que la ars latina, su traducción. En algún momento de la historia ars se convirtió en el opuesto a techné. No me extenderé en ello aquí, pero es evidente que en la actualidad las secretarías, comisiones, consejos y demás similares de ciencia y tecnología no contemplan dentro de sus planes, o si lo hacen es en grado mínimo, a las artes, pues es muy extendida la idea que tecnología y artes son actividades si no diferentes, antagónicas.

Según Godzich, el verdadero trasfondo del conflicto entre humanistas y practitioners del lenguaje es la noción de cultura escrita que está en juego. Para aquellos es de suma importancia la defensa de los valores humanísticos, el pensamiento crítico y la formación general de saberes. En cambio, para los encargados de los nuevos programas de escritura lo primordial es la necesidad práctica, la utilidad del conocimiento, aprender algo que se va a utilizar, lo exigido por la realidad y las necesidades de los estudiantes.

Las facultades que formaban especialistas en profesiones vinculadas a actividades económicas recibieron más fondos y con ello adquirieron mayor autonomía para decidir el rediseño de las currículas y los procedimientos para las contrataciones de un cuerpo docente acorde a los nuevos tiempos. Las currículas de formación general incluyeron más cursos de redacción con mayor cantidad de horas, inclusive se diseñaron nuevos cursos para nivelar a los ingresantes siguiendo la recomendación de los evaluadores de competencias lingüísticas. Este giro en la política educativa se conoce como Nuevo Vocacionalismo, es decir, el redireccionamiento de los contenidos de los cursos de una carrera profesional, sean de formación básica o de especialidad, de acuerdo a necesidades específicas y orientadas a la consecución de un logro observable.

«Lo que quieren estos centros son estudiantes que sepan escribir en sus campos, y por tanto no puede sorprender que los programas de escritura hayan establecido diferentes líneas para los estudiantes sobre la base de su futura orientación vocacional: escritura para la actividad empresarial, para el derecho, para la ciencia, para la medicina, para la tecnología [...]». Esta es la noción de cultura escrita adoptaba en muchas universidades estadounidenses entre los 70s y los 80s, la cual se ha proyectado a nivela mundial y con especial énfasis en América Latina, donde viene adquiriendo, en algunos países más que en otros, una gran aceptación.

El Nuevo Vocacionalismo es resultado de un análisis interesado y oportunista que atribuye ineficiencia y extravagancia a las humanidades considerándolas saberes inútiles en la era de la información. Obedece también a los intereses empresariales de un sector ávido por superar la crisis mediante capital académico eficientemente formado en la solución de problemas más que en la especulación; en la toma de decisiones más que en la investigación (cuyos resultados se observan, en este campo, a veces a largo plazo). Cuando no pueden doblegar la resistencia del cuerpo intelectual, invierten cuantiosas sumas en centro de estudios privados si no es que ellos mismos los crean. Viéndolo en perspectiva, es un asunto que debería preocuparnos por las serias implicancias políticas que acarrea.

Es justamente lo que animó a Martha Nussbaum para indagar en el repliegue de las humanidades en los planes de estudios de las universidades del primer mundo y su impacto en la vida política. En su magnífico ensayo Sin fines de lucro (2010), Nussbaum advierte que el futuro será peligrosamente individualista si las políticas públicas en educación siguen la tendencia que llevan. Añade que hoy prima la idea de una educación rentable, capaz de dotar al estudiante de habilidades técnicas. Su postura es que sin el estudio de las humanidades, las sociedades perderán su pensamiento crítico y la capacidad para comprender la injusticia.



«En casi todas las naciones del mundo se están erradicando las materias y las carreras relacionadas con las artes y las humanidades, tanto a nivel primario y secundario como a nivel terciario y universitario. Concebidas como ornamentos inútiles por quienes definen las políticas estatales en un momento en que las naciones deben eliminar todo lo que no tenga ninguna utilidad para ser competitivas en el mercado global, estas carreras y materias pierden terreno a gran velocidad, tanto en los programas curriculares como en la mente y el corazón de padres e hijos. Es más, aquello que podríamos describir como el aspecto humanístico de las ciencias, es decir, el aspecto relacionado con la imaginación, la creatividad y la rigurosidad en el pensamiento crítico, también está perdiendo terreno en la medida en que los países optan por fomentar la rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para generar renta».

En lo concerniente a la crisis de la cultura escrita, Godzich agrega que el impacto del Nuevo Vocacionalismo en la escritura ha sido la adquisición de una variedad específica de la lengua «con escaso conocimiento, lo más rudimentario en todo caso» de los contenidos de la Lingüística, en favor de la instrumentalización del lenguaje, el progresivo abandono de los vínculos entre lengua, cultura y sociedad, y la fragmentación en lenguajes autónomos aislados donde «la competencia para adquirirlos se restringe a uno solo de ellos»(13). El objetivo de estos programas no fue solucionar la crisis de la cultura escrita que agravó la brecha cognoscitiva entre quienes podían solventar una educación de calidad y los que no, sino que mediocrizó el potencial del conocimiento impartido enseñando al estudiante «a usar el lenguaje para la recepción y transmisión de información en una sola esfera de la actividad humana: la de su futuro campo de trabajo»(14).

Las Facultades de Lenguas poco pueden hacer contra la articulación de intereses comunes entre inversionistas privados (creadores de centros de estudio ad hoc a sus necesidades), las escuelas de capacitación profesional y los partidarios del Nuevo Vocacionalismo, que viene ganando adeptos en progresión geométrica al interior de los departamentos de Letras si basan su resistencia exclusivamente en una respuesta académica, pues se trata de una lucha que se librará en la esfera de lo político. Los «indignados» de Wall Street (Occupy Wall Street), los estudiantes chilenos que exigen una educación pública gratuita y los universitarios colombianos que la defienden, y los alumnos que se retiraron voluntariamente del curso de Introducción a la Economía en Harvard vienen mostrando el camino. Así como ellos, los humanistas deben evaluar cuánto pueden influir en la opinión pública más allá de las aulas.

miércoles, noviembre 16, 2011

AVATARES DE LA CRÍTICA

Arturo Caballero

Con mucha satisfacción y manifiesto orgullo, observo que en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba algunas colegas han leído con detenimiento los textos de Antonio Cornejo Polar, transmitido sus inquietudes sobre lo que significa el ejercicio de la crítica en América Latina, y, aparte de ello, mantienen un diálogo fluido con uno de sus estudiosos, alumno y amigo entrañable, Raúl Bueno Chávez, cuyos textos también circulan entre los estudiantes de la facultad. Este aprecio por la figura y la producción de dos notables críticos literarios arequipeños también lo comprobé en el Brasil durante las últimas Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana celebradas en Niterói en 2010. Casi la totalidad de ponencias que abordaban la crítica latinoamericana, estudios culturales latinoamericanos y temas afines mencionaban a Antonio Cornejo Polar. Asimismo, en las actas de congresos, seminarios, coloquios, conversatorios y demás eventos académicos anteriores, vi que en la bibliografía estaban presentes sus artículos y libros más conocidos como Los universos narrativos de José María Arguedas (1974), Sobre literatura y crítica latinoamericanas (1982), La formación de la tradición literaria en el Perú (1989), Escribir en el aire (1994), así como diversos ensayos en los que el crítico arequipeño reflexionaba sobre literatura y cultura, a la vez que desarrollaba su categoría de heterogeneidad.

Conversando con mis colegas, les confesaba que para mí era una muy grato enterarme que se leían y discutían las propuestas de Cornejo Polar, no porque no lo mereciera, sino porque en la Universidad de San Agustín de Arequipa, nuestra alma máter, simplemente no se leen sus textos. No lo podían creer. No concebían la posibilidad de que en la Escuela de Literatura y Lingüística de la universidad donde se formara el autor de la heterogeneidad -concepto fundamental para comprender las articulaciones entre cultura, historia y sociedad en Latinoamérica- y a cuyas clases asistía Raúl Bueno, no se los leyera. "Ni hablar", sentenció Mirian Pino: "Aquí sí los leemos. Que se lo pierdan los peruanos".



En este caso, se cumple lo que Miguel Ángel Huamán expresó con acierto en "Contra la crítica del susto y la tradición del ninguneo": que aquello que se desconoce no existe. Miguel Ángel advirtió la actitud de algunos peruanistas europeos o norteamericanos que, cuando inician sus investigaciones en nuestro país, ignoran groseramente los estudios locales y hacen tabula rasa de los antecedentes, excepto los textos canónicos de sus allegados con quienes mantienen regular contacto académico. Sin embargo, hay de eso y de algo peor, a mi parecer, detrás del vergonzoso ninguneo a Cornejo Polar y Raúl Bueno. A ambos se les conoce y se les ignora. Debo aclarar que doy testimonio de lo que recuerdo ocurría a fines de los 90 e inicios del 2000 cuando era estudiante, pero, de acuerdo a lo que converso regularmente con actuales estudiantes de la Escuela de Literatura, la situación no ha cambiado sustantivamente.

La formación literaria de nuestra escuela a partir de mediados de los 90 ha intentado emular el programa de la Escuela de Literatura de San Marcos que pone mucho énfasis en los cursos de teoría literaria contemporánea. Progresivamente, superamos la valla del estructuralismo y la semiótica para aventurarnos en la psicocrítica, la deconstrucción, los estudios culturales y el análisis del discurso con mucha audacia y ganas, pero con escasa sistematicidad. Los profesores más interesados en renovar el plan de estudios para adecuarlo al modelo sanmarquino sostenían periódicas disputas con los más antiguos docentes, muy reticentes ellos a cambiar drásticamente la currícula. Que nuestro aprendizaje inicial del postestructuralismo y la posmodernidad haya sido bastante errático no es total responsabilidad de los profesores que tuvieron a su cargo las materias de teoría literaria -es más de no haber sido por su iniciativa aún Literatura de San Agustín estaría anclada en la historiografía, el formalismo ruso, la crítica marxista de viejo cuño o la semiótica estructuralista-; sino de la falta de audacia y compromiso académico de quienes en su momento dirigieron la Facultad de Filosofía y Humanidades y la Escuela de Literatura.

No obstante, al introducirnos en la teoría literaria contemporánea, ni por asomo revisamos un solo artículo de Antonio Cornejo Polar o Raúl Bueno. Del primero teníamos noticias de oídas sobre su trayectoria y por sus eventuales visitas a Arequipa y a la universidad. Supimos sobre su delicado estado de salud y posterior fallecimiento; y luego de Raúl Bueno quien regularmente era invitado con motivo de algún evento académico. Cuando se presentaba en el Paraninfo del Centro Cultural Chávez de la Rosa o en el Salón de Actos de la Escuela, los estudiantes nos pasábamos la voz y escuchábamos muy atentos su disertación, pero, solo allí porque en las aulas no. Ni siquiera en la bibliografía de los cursos que obligatoriamente al menos debieron mencionarlo, como la cátedra de Literatura Latinoamericana o Peruana o en alguna de las de teoría literaria vinculadas a los estudios culturales o poscoloniales.

El ninguneo a Cornejo Polar y Bueno se extendía a otros críticos latinoamericanos de su generación como Ángel Rama, Alejandro Losada, Nelson Osorio, Emir Rodríguez Monegal, Roberto Fernández Retamar y Antonio Cándido, por mencionar a algunos. No se trataba de un ninguneo activo o proselitista sino silencioso, soterrado. No puedo afirmar que se les denostara o descalificara como desfasados (aunque me comentan que cierto joven profesor que ahora tiene a su cargo cursos de teoría considera "desfasadas" las ideas de Cornejo Polar). Ello no sucedió así. Lo que ocurría era, simple y llanamente, que sus ideas no eran discutidas en clases ni sus textos incluidos en la bibliografía, contrariamente a lo que sucedía en Literatura de San Marcos, cuyo modelo, paradójicamente, los profesores de avanzada de mi escuela deseaban implementar o adaptar. Es preciso aclarar que no todos se allanaban a la currícula sanmarquina de Literatura, había voces disidentes que planteaban un equilibrio entre cursos de teoría, análisis e interpretación e historiografía, lo que me pareció y sigue pareciendo lo más sensato, pero el hecho es que aún con ese matiz, los textos de los autores mencionados no se consideraban dentro de los sílabos.

¡Qué cosas tiene la vida! Eso de que nadie es profeta en su tierra cobra exagerada actualidad en el caso de Antonio y Raúl. No se entienda por ello falta de estima, gratuita aversión o algún tipo de velada censura sobre ellos. Me consta que a las conferencias de Raúl asisten muchos profesores de la Escuela con algunos de los cuales mantiene regular comunicación y alta estima personal. Mi comentario va a que dicho aprecio por la persona no se traduce en aprecio por su producción intelectual poniendo en circulación sus textos y sometiéndolos a crítica como corresponde entre los estudiantes de la especialidad.

Recientemente, completé mi lectura del libro que Raúl Bueno dedicara como homenaje personal a Antonio Cornejo Polar, su maestro y amigo personal. Antonio Cornejo Polar y los avatares de la cultura latinoamericana (Lima, 2004). Fue una enorme satisfacción, evocar, a través de la semblanza de Raúl, a Antonio, a Arequipa, a San Agustín y a San Marcos, tan grato como comentarlo desde la Ciudad Universitaria de Córdoba, Argentina.