Arturo Caballero
Con mucha satisfacción y manifiesto orgullo, observo que en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba algunas colegas han leído con detenimiento los textos de Antonio Cornejo Polar, transmitido sus inquietudes sobre lo que significa el ejercicio de la crítica en América Latina, y, aparte de ello, mantienen un diálogo fluido con uno de sus estudiosos, alumno y amigo entrañable, Raúl Bueno Chávez, cuyos textos también circulan entre los estudiantes de la facultad. Este aprecio por la figura y la producción de dos notables críticos literarios arequipeños también lo comprobé en el Brasil durante las últimas Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana celebradas en Niterói en 2010. Casi la totalidad de ponencias que abordaban la crítica latinoamericana, estudios culturales latinoamericanos y temas afines mencionaban a Antonio Cornejo Polar. Asimismo, en las actas de congresos, seminarios, coloquios, conversatorios y demás eventos académicos anteriores, vi que en la bibliografía estaban presentes sus artículos y libros más conocidos como Los universos narrativos de José María Arguedas (1974), Sobre literatura y crítica latinoamericanas (1982), La formación de la tradición literaria en el Perú (1989), Escribir en el aire (1994), así como diversos ensayos en los que el crítico arequipeño reflexionaba sobre literatura y cultura, a la vez que desarrollaba su categoría de heterogeneidad.
Conversando con mis colegas, les confesaba que para mí era una muy grato enterarme que se leían y discutían las propuestas de Cornejo Polar, no porque no lo mereciera, sino porque en la Universidad de San Agustín de Arequipa, nuestra alma máter, simplemente no se leen sus textos. No lo podían creer. No concebían la posibilidad de que en la Escuela de Literatura y Lingüística de la universidad donde se formara el autor de la heterogeneidad -concepto fundamental para comprender las articulaciones entre cultura, historia y sociedad en Latinoamérica- y a cuyas clases asistía Raúl Bueno, no se los leyera. "Ni hablar", sentenció Mirian Pino: "Aquí sí los leemos. Que se lo pierdan los peruanos".
En este caso, se cumple lo que Miguel Ángel Huamán expresó con acierto en "Contra la crítica del susto y la tradición del ninguneo": que aquello que se desconoce no existe. Miguel Ángel advirtió la actitud de algunos peruanistas europeos o norteamericanos que, cuando inician sus investigaciones en nuestro país, ignoran groseramente los estudios locales y hacen tabula rasa de los antecedentes, excepto los textos canónicos de sus allegados con quienes mantienen regular contacto académico. Sin embargo, hay de eso y de algo peor, a mi parecer, detrás del vergonzoso ninguneo a Cornejo Polar y Raúl Bueno. A ambos se les conoce y se les ignora. Debo aclarar que doy testimonio de lo que recuerdo ocurría a fines de los 90 e inicios del 2000 cuando era estudiante, pero, de acuerdo a lo que converso regularmente con actuales estudiantes de la Escuela de Literatura, la situación no ha cambiado sustantivamente.
La formación literaria de nuestra escuela a partir de mediados de los 90 ha intentado emular el programa de la Escuela de Literatura de San Marcos que pone mucho énfasis en los cursos de teoría literaria contemporánea. Progresivamente, superamos la valla del estructuralismo y la semiótica para aventurarnos en la psicocrítica, la deconstrucción, los estudios culturales y el análisis del discurso con mucha audacia y ganas, pero con escasa sistematicidad. Los profesores más interesados en renovar el plan de estudios para adecuarlo al modelo sanmarquino sostenían periódicas disputas con los más antiguos docentes, muy reticentes ellos a cambiar drásticamente la currícula. Que nuestro aprendizaje inicial del postestructuralismo y la posmodernidad haya sido bastante errático no es total responsabilidad de los profesores que tuvieron a su cargo las materias de teoría literaria -es más de no haber sido por su iniciativa aún Literatura de San Agustín estaría anclada en la historiografía, el formalismo ruso, la crítica marxista de viejo cuño o la semiótica estructuralista-; sino de la falta de audacia y compromiso académico de quienes en su momento dirigieron la Facultad de Filosofía y Humanidades y la Escuela de Literatura.
No obstante, al introducirnos en la teoría literaria contemporánea, ni por asomo revisamos un solo artículo de Antonio Cornejo Polar o Raúl Bueno. Del primero teníamos noticias de oídas sobre su trayectoria y por sus eventuales visitas a Arequipa y a la universidad. Supimos sobre su delicado estado de salud y posterior fallecimiento; y luego de Raúl Bueno quien regularmente era invitado con motivo de algún evento académico. Cuando se presentaba en el Paraninfo del Centro Cultural Chávez de la Rosa o en el Salón de Actos de la Escuela, los estudiantes nos pasábamos la voz y escuchábamos muy atentos su disertación, pero, solo allí porque en las aulas no. Ni siquiera en la bibliografía de los cursos que obligatoriamente al menos debieron mencionarlo, como la cátedra de Literatura Latinoamericana o Peruana o en alguna de las de teoría literaria vinculadas a los estudios culturales o poscoloniales.
El ninguneo a Cornejo Polar y Bueno se extendía a otros críticos latinoamericanos de su generación como Ángel Rama, Alejandro Losada, Nelson Osorio, Emir Rodríguez Monegal, Roberto Fernández Retamar y Antonio Cándido, por mencionar a algunos. No se trataba de un ninguneo activo o proselitista sino silencioso, soterrado. No puedo afirmar que se les denostara o descalificara como desfasados (aunque me comentan que cierto joven profesor que ahora tiene a su cargo cursos de teoría considera "desfasadas" las ideas de Cornejo Polar). Ello no sucedió así. Lo que ocurría era, simple y llanamente, que sus ideas no eran discutidas en clases ni sus textos incluidos en la bibliografía, contrariamente a lo que sucedía en Literatura de San Marcos, cuyo modelo, paradójicamente, los profesores de avanzada de mi escuela deseaban implementar o adaptar. Es preciso aclarar que no todos se allanaban a la currícula sanmarquina de Literatura, había voces disidentes que planteaban un equilibrio entre cursos de teoría, análisis e interpretación e historiografía, lo que me pareció y sigue pareciendo lo más sensato, pero el hecho es que aún con ese matiz, los textos de los autores mencionados no se consideraban dentro de los sílabos.
¡Qué cosas tiene la vida! Eso de que nadie es profeta en su tierra cobra exagerada actualidad en el caso de Antonio y Raúl. No se entienda por ello falta de estima, gratuita aversión o algún tipo de velada censura sobre ellos. Me consta que a las conferencias de Raúl asisten muchos profesores de la Escuela con algunos de los cuales mantiene regular comunicación y alta estima personal. Mi comentario va a que dicho aprecio por la persona no se traduce en aprecio por su producción intelectual poniendo en circulación sus textos y sometiéndolos a crítica como corresponde entre los estudiantes de la especialidad.
Recientemente, completé mi lectura del libro que Raúl Bueno dedicara como homenaje personal a Antonio Cornejo Polar, su maestro y amigo personal. Antonio Cornejo Polar y los avatares de la cultura latinoamericana (Lima, 2004). Fue una enorme satisfacción, evocar, a través de la semblanza de Raúl, a Antonio, a Arequipa, a San Agustín y a San Marcos, tan grato como comentarlo desde la Ciudad Universitaria de Córdoba, Argentina.
Con mucha satisfacción y manifiesto orgullo, observo que en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba algunas colegas han leído con detenimiento los textos de Antonio Cornejo Polar, transmitido sus inquietudes sobre lo que significa el ejercicio de la crítica en América Latina, y, aparte de ello, mantienen un diálogo fluido con uno de sus estudiosos, alumno y amigo entrañable, Raúl Bueno Chávez, cuyos textos también circulan entre los estudiantes de la facultad. Este aprecio por la figura y la producción de dos notables críticos literarios arequipeños también lo comprobé en el Brasil durante las últimas Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana celebradas en Niterói en 2010. Casi la totalidad de ponencias que abordaban la crítica latinoamericana, estudios culturales latinoamericanos y temas afines mencionaban a Antonio Cornejo Polar. Asimismo, en las actas de congresos, seminarios, coloquios, conversatorios y demás eventos académicos anteriores, vi que en la bibliografía estaban presentes sus artículos y libros más conocidos como Los universos narrativos de José María Arguedas (1974), Sobre literatura y crítica latinoamericanas (1982), La formación de la tradición literaria en el Perú (1989), Escribir en el aire (1994), así como diversos ensayos en los que el crítico arequipeño reflexionaba sobre literatura y cultura, a la vez que desarrollaba su categoría de heterogeneidad.
Conversando con mis colegas, les confesaba que para mí era una muy grato enterarme que se leían y discutían las propuestas de Cornejo Polar, no porque no lo mereciera, sino porque en la Universidad de San Agustín de Arequipa, nuestra alma máter, simplemente no se leen sus textos. No lo podían creer. No concebían la posibilidad de que en la Escuela de Literatura y Lingüística de la universidad donde se formara el autor de la heterogeneidad -concepto fundamental para comprender las articulaciones entre cultura, historia y sociedad en Latinoamérica- y a cuyas clases asistía Raúl Bueno, no se los leyera. "Ni hablar", sentenció Mirian Pino: "Aquí sí los leemos. Que se lo pierdan los peruanos".
En este caso, se cumple lo que Miguel Ángel Huamán expresó con acierto en "Contra la crítica del susto y la tradición del ninguneo": que aquello que se desconoce no existe. Miguel Ángel advirtió la actitud de algunos peruanistas europeos o norteamericanos que, cuando inician sus investigaciones en nuestro país, ignoran groseramente los estudios locales y hacen tabula rasa de los antecedentes, excepto los textos canónicos de sus allegados con quienes mantienen regular contacto académico. Sin embargo, hay de eso y de algo peor, a mi parecer, detrás del vergonzoso ninguneo a Cornejo Polar y Raúl Bueno. A ambos se les conoce y se les ignora. Debo aclarar que doy testimonio de lo que recuerdo ocurría a fines de los 90 e inicios del 2000 cuando era estudiante, pero, de acuerdo a lo que converso regularmente con actuales estudiantes de la Escuela de Literatura, la situación no ha cambiado sustantivamente.
La formación literaria de nuestra escuela a partir de mediados de los 90 ha intentado emular el programa de la Escuela de Literatura de San Marcos que pone mucho énfasis en los cursos de teoría literaria contemporánea. Progresivamente, superamos la valla del estructuralismo y la semiótica para aventurarnos en la psicocrítica, la deconstrucción, los estudios culturales y el análisis del discurso con mucha audacia y ganas, pero con escasa sistematicidad. Los profesores más interesados en renovar el plan de estudios para adecuarlo al modelo sanmarquino sostenían periódicas disputas con los más antiguos docentes, muy reticentes ellos a cambiar drásticamente la currícula. Que nuestro aprendizaje inicial del postestructuralismo y la posmodernidad haya sido bastante errático no es total responsabilidad de los profesores que tuvieron a su cargo las materias de teoría literaria -es más de no haber sido por su iniciativa aún Literatura de San Agustín estaría anclada en la historiografía, el formalismo ruso, la crítica marxista de viejo cuño o la semiótica estructuralista-; sino de la falta de audacia y compromiso académico de quienes en su momento dirigieron la Facultad de Filosofía y Humanidades y la Escuela de Literatura.
No obstante, al introducirnos en la teoría literaria contemporánea, ni por asomo revisamos un solo artículo de Antonio Cornejo Polar o Raúl Bueno. Del primero teníamos noticias de oídas sobre su trayectoria y por sus eventuales visitas a Arequipa y a la universidad. Supimos sobre su delicado estado de salud y posterior fallecimiento; y luego de Raúl Bueno quien regularmente era invitado con motivo de algún evento académico. Cuando se presentaba en el Paraninfo del Centro Cultural Chávez de la Rosa o en el Salón de Actos de la Escuela, los estudiantes nos pasábamos la voz y escuchábamos muy atentos su disertación, pero, solo allí porque en las aulas no. Ni siquiera en la bibliografía de los cursos que obligatoriamente al menos debieron mencionarlo, como la cátedra de Literatura Latinoamericana o Peruana o en alguna de las de teoría literaria vinculadas a los estudios culturales o poscoloniales.
El ninguneo a Cornejo Polar y Bueno se extendía a otros críticos latinoamericanos de su generación como Ángel Rama, Alejandro Losada, Nelson Osorio, Emir Rodríguez Monegal, Roberto Fernández Retamar y Antonio Cándido, por mencionar a algunos. No se trataba de un ninguneo activo o proselitista sino silencioso, soterrado. No puedo afirmar que se les denostara o descalificara como desfasados (aunque me comentan que cierto joven profesor que ahora tiene a su cargo cursos de teoría considera "desfasadas" las ideas de Cornejo Polar). Ello no sucedió así. Lo que ocurría era, simple y llanamente, que sus ideas no eran discutidas en clases ni sus textos incluidos en la bibliografía, contrariamente a lo que sucedía en Literatura de San Marcos, cuyo modelo, paradójicamente, los profesores de avanzada de mi escuela deseaban implementar o adaptar. Es preciso aclarar que no todos se allanaban a la currícula sanmarquina de Literatura, había voces disidentes que planteaban un equilibrio entre cursos de teoría, análisis e interpretación e historiografía, lo que me pareció y sigue pareciendo lo más sensato, pero el hecho es que aún con ese matiz, los textos de los autores mencionados no se consideraban dentro de los sílabos.
¡Qué cosas tiene la vida! Eso de que nadie es profeta en su tierra cobra exagerada actualidad en el caso de Antonio y Raúl. No se entienda por ello falta de estima, gratuita aversión o algún tipo de velada censura sobre ellos. Me consta que a las conferencias de Raúl asisten muchos profesores de la Escuela con algunos de los cuales mantiene regular comunicación y alta estima personal. Mi comentario va a que dicho aprecio por la persona no se traduce en aprecio por su producción intelectual poniendo en circulación sus textos y sometiéndolos a crítica como corresponde entre los estudiantes de la especialidad.
Recientemente, completé mi lectura del libro que Raúl Bueno dedicara como homenaje personal a Antonio Cornejo Polar, su maestro y amigo personal. Antonio Cornejo Polar y los avatares de la cultura latinoamericana (Lima, 2004). Fue una enorme satisfacción, evocar, a través de la semblanza de Raúl, a Antonio, a Arequipa, a San Agustín y a San Marcos, tan grato como comentarlo desde la Ciudad Universitaria de Córdoba, Argentina.
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