Por Francisco Delich
Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
(Publico este texto del Dr. Delich compartido por el autor y publicado en La Voz del Interior de Córdoba. En este artículo, Delich brinda alcances sobre los cambios político-sociales ocurridos recientemente en el mundo árabe. Fue publicado meses atrás mucho antes de que se conociera la muerte de Gadafi.)
Las revoluciones sociales del siglo XX fueron la consecuencia de la injusta distribución de la tierra a sus actores —el sujeto histórico— que las llevaría a cabo: los campesinos con y sin tierras explotados desde el fondo de la historia.
Cada una de estas revoluciones creó las condiciones para la emergencia de regímenes políticos o los condicionó severamente. El magistral estudio de Barrington Moore (jr.) Las condiciones sociales de la democracia y la dictadura ha cumplido cinco décadas y es por el momento un clásico insuperado para comprender la relación entre espacio territorial y política en sentido genérico y tenencia de la tierra y democracia en particular.
Las grandes revoluciones en Rusia (1917) y China (1945-48) fueron revoluciones campesinas, asumidas de este modo en China por Mao, y subordinada al proletariado por Lenin.
Las revoluciones sociales perdurables en América Latina tuvieron también como razón de ser las condiciones sociales agrarias desde México en 1910 hasta Cuba en 1959 pasando por Guatemala (1944) y Bolivia (1952), y otras revoluciones menos perdurables en prolongaciones políticas, como la revolución peruana (1968).
Las primeras grandes revoluciones sociales del siglo XXI se están produciendo en el norte de África; no reclaman por tierra, no son campesinos sus actores. Reclaman por derechos y sus protagonistas son urbanos. No forman parte de la civilización occidental, aunque viven en sus bordes europeos. No son cristianos. Son herederos de culturas ancestrales atravesadas por dominaciones tan antagónicas como instrumentales.
Los derechos no se reclaman en nombre de Dios sino del pueblo, de la sociedad civil, de la gente: derechos humanos, libertades civiles y participación política. Se equivocó Huntington sugiriendo el inevitable enfrentamiento entre el Occidente cristiano y el Oriente musulmán. Se termina de equivocar Marx: el fantasma que recorre Oriente no es el comunismo sino la democracia.
Los países árabes no son asimilables históricamente —aunque compartan territorios, lenguas y religiones más o menos comunes— porque este último medio siglo experimentaron procesos distintos de independencia política después de la Segunda Guerra Mundial. Compartieron regímenes autoritarios o autocráticos, democracias limitadas y eventualmente corruptas, alineamientos tercermundistas o soviéticos o estadounidenses durante la guerra fría. Y, sin embargo, una ola democratizadora lo recorre.
Las autocracias no se sostienen en el vacío social. Ningún régimen político perdura a través de generaciones sin un orden social que se reproduce, que tiene legitimidad y consolida algún tipo de establishment apropiado, es decir una conducción y garantía del orden social compatible con el régimen autoritario. Creo haberlo demostrado analizando la relación entre el régimen político que Stroessner instauró en Paraguay durante medio siglo (cf. Sociedades Invisibles, Gedisa, Barcelona) entre la apropiación y distribución de la tierra y el orden conservador funcional. La conducción propiamente social de las sociedades, el conjunto de normas, las escalas de prestigio, el poder moral coercitivo laico o religioso, que las cohesiona y subordina el poder político al militar funda siempre un orden que se autoprotege y reproduce como enseña la sociología desde hace un siglo medio.
Entre la sociedad militar que fundó y consolidó Gamal Abdel Nasser desde 1954 y la alianza tribal que Gadafi mantuvo durante cuatro décadas existe una distancia significativa. Alianza de jefes tribales en Libia, surgimiento de una nación pan árabe en Egipto; orden patriarcal en Libia, surgimiento de una burguesía local en Egipto. Comparten, sin embargo, desigualdades sociales y autoritarismo, conservación de costumbres acompañadas de exacciones inauditas. Modernizaciones tardías alejadas de la modernidad occidental. No es el antiguo monólogo de la razón que persigue progresos de consecuencias no queridas. Es una razón que contiene más a Kant que a Hegel.
Es una urbanización sin ruptura agraria, congestión de marginalidad sin Estado benefactor, aparición de clases medias sin soporte normativo, difusión escolar insuficiente. Pero probablemente la hipótesis más consistente la formuló el sociólogo francés E .Todd señalando dos revoluciones silenciosas: demográfica una y educativa la otra. Las mujeres árabes como en Occidente tienen cada vez menos hijos y más tiempo para ellas. La alfabetización —lo señalé— convierte habitantes en ciudadanos. No se fundan Estados. Sólo gobiernos.
En ese contexto, la rebelión social es pura reacción más que proyecto político o social. La demanda democrática es una precondición de la transformación política y ésta del reconocimiento de un orden social distinto que reconozca los nuevos actores sociales, mas allá del mercado financiero global que muchos llaman globalización. Pero una precondición que solo se agota cuando se convierte en orden posible.
Se convierte en fenómeno planetario cuando los medios de comunicación individuales atraviesan la sociedad y anticipan a los medios de comunicación masivos, cuando el reclamo no proviene de una situación económica ni se traduce en intereses, sino es profundamente simbólica.
Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
(Publico este texto del Dr. Delich compartido por el autor y publicado en La Voz del Interior de Córdoba. En este artículo, Delich brinda alcances sobre los cambios político-sociales ocurridos recientemente en el mundo árabe. Fue publicado meses atrás mucho antes de que se conociera la muerte de Gadafi.)
Las revoluciones sociales del siglo XX fueron la consecuencia de la injusta distribución de la tierra a sus actores —el sujeto histórico— que las llevaría a cabo: los campesinos con y sin tierras explotados desde el fondo de la historia.
Cada una de estas revoluciones creó las condiciones para la emergencia de regímenes políticos o los condicionó severamente. El magistral estudio de Barrington Moore (jr.) Las condiciones sociales de la democracia y la dictadura ha cumplido cinco décadas y es por el momento un clásico insuperado para comprender la relación entre espacio territorial y política en sentido genérico y tenencia de la tierra y democracia en particular.
Las grandes revoluciones en Rusia (1917) y China (1945-48) fueron revoluciones campesinas, asumidas de este modo en China por Mao, y subordinada al proletariado por Lenin.
Las revoluciones sociales perdurables en América Latina tuvieron también como razón de ser las condiciones sociales agrarias desde México en 1910 hasta Cuba en 1959 pasando por Guatemala (1944) y Bolivia (1952), y otras revoluciones menos perdurables en prolongaciones políticas, como la revolución peruana (1968).
Las primeras grandes revoluciones sociales del siglo XXI se están produciendo en el norte de África; no reclaman por tierra, no son campesinos sus actores. Reclaman por derechos y sus protagonistas son urbanos. No forman parte de la civilización occidental, aunque viven en sus bordes europeos. No son cristianos. Son herederos de culturas ancestrales atravesadas por dominaciones tan antagónicas como instrumentales.
Los derechos no se reclaman en nombre de Dios sino del pueblo, de la sociedad civil, de la gente: derechos humanos, libertades civiles y participación política. Se equivocó Huntington sugiriendo el inevitable enfrentamiento entre el Occidente cristiano y el Oriente musulmán. Se termina de equivocar Marx: el fantasma que recorre Oriente no es el comunismo sino la democracia.
Los países árabes no son asimilables históricamente —aunque compartan territorios, lenguas y religiones más o menos comunes— porque este último medio siglo experimentaron procesos distintos de independencia política después de la Segunda Guerra Mundial. Compartieron regímenes autoritarios o autocráticos, democracias limitadas y eventualmente corruptas, alineamientos tercermundistas o soviéticos o estadounidenses durante la guerra fría. Y, sin embargo, una ola democratizadora lo recorre.
Las autocracias no se sostienen en el vacío social. Ningún régimen político perdura a través de generaciones sin un orden social que se reproduce, que tiene legitimidad y consolida algún tipo de establishment apropiado, es decir una conducción y garantía del orden social compatible con el régimen autoritario. Creo haberlo demostrado analizando la relación entre el régimen político que Stroessner instauró en Paraguay durante medio siglo (cf. Sociedades Invisibles, Gedisa, Barcelona) entre la apropiación y distribución de la tierra y el orden conservador funcional. La conducción propiamente social de las sociedades, el conjunto de normas, las escalas de prestigio, el poder moral coercitivo laico o religioso, que las cohesiona y subordina el poder político al militar funda siempre un orden que se autoprotege y reproduce como enseña la sociología desde hace un siglo medio.
Entre la sociedad militar que fundó y consolidó Gamal Abdel Nasser desde 1954 y la alianza tribal que Gadafi mantuvo durante cuatro décadas existe una distancia significativa. Alianza de jefes tribales en Libia, surgimiento de una nación pan árabe en Egipto; orden patriarcal en Libia, surgimiento de una burguesía local en Egipto. Comparten, sin embargo, desigualdades sociales y autoritarismo, conservación de costumbres acompañadas de exacciones inauditas. Modernizaciones tardías alejadas de la modernidad occidental. No es el antiguo monólogo de la razón que persigue progresos de consecuencias no queridas. Es una razón que contiene más a Kant que a Hegel.
Es una urbanización sin ruptura agraria, congestión de marginalidad sin Estado benefactor, aparición de clases medias sin soporte normativo, difusión escolar insuficiente. Pero probablemente la hipótesis más consistente la formuló el sociólogo francés E .Todd señalando dos revoluciones silenciosas: demográfica una y educativa la otra. Las mujeres árabes como en Occidente tienen cada vez menos hijos y más tiempo para ellas. La alfabetización —lo señalé— convierte habitantes en ciudadanos. No se fundan Estados. Sólo gobiernos.
En ese contexto, la rebelión social es pura reacción más que proyecto político o social. La demanda democrática es una precondición de la transformación política y ésta del reconocimiento de un orden social distinto que reconozca los nuevos actores sociales, mas allá del mercado financiero global que muchos llaman globalización. Pero una precondición que solo se agota cuando se convierte en orden posible.
Se convierte en fenómeno planetario cuando los medios de comunicación individuales atraviesan la sociedad y anticipan a los medios de comunicación masivos, cuando el reclamo no proviene de una situación económica ni se traduce en intereses, sino es profundamente simbólica.
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