viernes, febrero 22, 2008

¿Es beneficiosa la globalización para “nosotros”?

César Velazco Bonzano

Estudiante de la Pontificia Universidad Católica del Perú


El término “globalización” ha inundado las ciudades del mundo en los últimos 20 años, hoy casi no hay político e intelectual que no se refiera a ella en algún momento; sin embargo, ha sido pobremente conceptualizado (Giddens 2000 y Sifuentes 2002: 92). Esto en parte por sus varias dimensiones de fenómeno complejo, además según el lente profesional con el que se le mire; empero, hay otras razones por las que este término aparece como inespecífico y hasta abstracto.

La globalización es estrategia y discurso legitimador. Utilizada para acompañar y justificar una serie de concepciones o medidas políticas muy concretas y reales, la globalización, al recuperar su historia, ser analizada en sus actores y presupuestos teóricos, como al verse sus desiguales consecuencias en forma total (global) deja de ser marco irremediable de todo suceso y pasa a ser una realidad elegida e impuesta por personas y grupos y como tales pasibles de ser cambiadas y modificadas si se cree necesario. Esto es vital porque el término suele usarse mucho en nuestros países, entre medios y élites del sur, como condición a la que simplemente hay que adaptarse, de la mejor manera posible, sin mediar ante ella crítica o alternativa. A la vez, porque prestigiosos académicos caso Anthony Giddens —quien a pesar de estar muy acertado al dar cuenta de los efectos desiguales entre los países, culturas y clases, de aceptar la impronta norteamericana del fenómeno, y dividir las posturas en escépticas y radicales (los primeros la toman como pura palabrería, los segundos como algo muy real y negativo) —termina participando del entusiasmo globalizador; creemos que la globalización es a la vez real y ficticia y no compartimos su optimismo final, y contradictorio, de creer que esta no está (o estará) en control de nadie y que se puede hablar incluso de una “colonización inversa” al dar cuenta por ejemplo de la presencia latina en EEUU (Giddens 2000: 28-29).

Pretendemos analizar algunos aspectos de la globalización, más como fenómeno económico pues lo consideramos aspecto esencial aunque no único. Veremos la paradoja del orden internacional actual con un FMI(Fondo Monetario Internacional) que a pesar de sentenciar menos intervención en los mercados desde fines de los 80 desde entonces ha intervenido más que antes para tratar de salvar a las economías de las crisis creadas por seguir sus recetas. Medidas para gran parte del tercer mundo, medidas que los países del primer mundo no suelen ni siquiera plantearse para ellos. Veremos también que existe un gran y profundo malestar contra ella, muchas veces ocultado por la prensa.
Veremos, también, cómo el mercado global hoy se ha convertido en el nuevo paradigma, paradójico cuando se ha sentenciado la crisis de los paradigmas. Creemos que al desmitificar la globalización y ver sus consecuencias (globales) ante todo en los países del 3er mundo nos daremos cuenta de su sentido esencialmente desigual y poco humano; veremos finalmente que se hace necesario pensar una globalización alternativa, con otros presupuestos y prácticas.

Por último, es justo decir aquí que la crítica que plantearemos a la globalización no anula que sea esta un fenómeno contradictorio (Gandarilla 2002: 2). Es decir que no sólo se mundializa el capital sino también la solidaridad, que surgen nuevas formas de fragmentación así como de integración. Que las nuevas formas de comunicación, con el gran desarrollo tecnológico, atraviesan la misma contrariedad, pudiendo ser bien utilizadas y reapropiadas por las mayorías.

Pensamos que la globalización es estrategia política de un nuevo momento de la mundialización del sistema capitalista. Primero, porque aquella no ocurre en abstracto sino por acciones y restricciones determinadas (Ugarteche; 1999; pg. 23). Desarrollaremos esto. El término aparece por primera vez entre los medios empresariales y escuelas de negocio en los Estados Unidos. Desde 1983, Theodore Levitte propone el término para designar “la convergencia de los mercados del mundo entero”, en “Globalization of Markets” (Boyer 1997: 21). De allí la expansión y adopción finalmente casi religiosa del término. El momento es crucial, pues coincide con gobiernos en las principales potencias que buscaron volver a un liberalismo económico muy ortodoxo, Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EEUU quiénes además impusieron, con otros, un sentido común neoliberal y fatalista de la historia; coincide con el proceso de inminente caída del bloque socialista y de crisis de los proyectos desarrollistas en las periferias. Esta expansión ha tenido sus promotores, ante todo hombres de negocios, funcionarios de gobierno y medios de comunicación masiva. Atilio Borón nos recuerda que John Gallbraith, uno de los más importantes economistas de este siglo en una entrevista…reproducida en la ”Folha de Sao Paulo”, sostuvo que la globalización no es un concepto serio. Nosotros los americanos la inventamos para disimular nuestra política de penetración económica en otros países (Boron 1999: 224.) Y, agreguemos que, este término nace con la emergencia o aparición de otros, como un paquete discursivo, en el escenario mundial, así como gobernabilidad, democratización (que adquiere sentido nuevo), y otros.

El fatalismo que acompaña estas ideas ha sido expresado en América Latina por Fernando H. Cardoso, reconocido intelectual y ex presidente del Brasil, justamente impulsor del modelo, quien ha dicho…”fuera de la globalización no hay salvación; dentro de la globalización no hay alternativas” (Boron 1999: 207); a su vez, Menem, ex presidente Argentino, dijo…O nos adecuamos a sus mandatos y entramos al primer mundo o nos autocondenamos a la exclusión y decadencia (ibid)…ambos muy en concordancia con el slogan publicitario de M.Thatcher : “There is no alternative.”
Segundo, veamos la ficción que se ha creado alrededor del término, mistificación que favorece y es funcional finalmente a algo. Antes diremos que esa construcción discursiva de la globalización como universal abstracto implica que cada una de las partes (sociedad, grupo) está en necesaria conexión subordinada con el todo; y que, entenderla como fuerza inviolable lleva a naturalizar la economía, y como esta es capitalista, lleva a aceptarla sumisamente (José Gandarella, 2002, pg.4). El totalitarismo del automatismo de mercado de Hinkelammert. (1996).

Bien, desarrollemos la ficción –o engaño- sobre algunos aspectos del discurso de la globalización neoliberal. Dicen que se trata de un fenómeno esencialmente nuevo. Es obvio que tiene cosas nuevas pero sus tendencias en general son las mismas que tuvo el capitalismo desde sus inicios. Diversos autores han manifestado el carácter secular del capitalismo de ampliarse hacia todo el mundo. Aldo Ferrer (2000) dice que estamos en la 3era Ola globalizadora, siendo la primera aquella que descubrió y colonizó América. Paul Hirst (1998; pg. 104), un importante estudioso del tema, dice que estamos en una etapa de aceleración de las tendencias globalizantes y que…”los Estados Unidos, Australia, Argentina y África del Sur eran los “tigres económicos” de la Era Victoriana”, representando a Shangai, Tokio, Taipei de nuestros días (Hirst 1998: 14) y que se parece mucho al período del Auge Británico, de la belle epoque, de fines del siglo XIX. Atilio Boron dice con un poco de realista sarcasmo que si aquella primera globalización empezada en 1492 se destruyó ciudades y culturas, se diezmó y explotó poblaciones no hay razones para suponer que la ola actual va ser más benigna (Boron; pg. 208). Lo nuevo vendría a ser el dominio del sector financiero en la economía; este sector es el que mejor se ha beneficiado con las políticas neoliberales de ajuste, estabilidad monetaria y equilibrio fiscal, muy importantes para sus ganancias. La cantidad de plata que se maneja allí es asombrosa, tal que en poco más de una semana se iguala al PBI de los EEUU (ibid, pg. 209); esta plata está en una muy baja conexión con la economía real, casi no necesita de ella aunque su caída arrastra siempre a todos.

Con los desarrollos en la comunicación hay la idea que todos podemos estar en todas partes, que no hay fronteras, hasta que se intenta viajar del Sur al Norte: Las Visas se han convertido en las duras fronteras donde quedan excluidos los que no poseen el título de propiedad, la tarjeta de crédito Internacional, el empleo estable. No estamos en un mundo sin fronteras, no estamos siquiera en el mismo mundo (Ugarteche 1999:20). Atilio Borón suelta un dato, que sólo el 17% de la población en India vive fuera de sus Aldeas de origen y el porcentaje es menor en China, juntos los 2 tienen casi casi la mitad de la población mundial. ¿Un mundo globalizado?, se pregunta.

Veamos más, muchos gobiernos promueven hoy el crecimiento por exportaciones, el desarrollo por comercio exterior (caso del Perú, sólo los Tratados de Libre Comercio nos salvarán dicen casi todos los funcionarios y medios), olvidando (muchas veces intencionadamente) que el motor principal del las economías desarrolladas es el mercado interno y que aún 9 de cada 10 personas en el mundo trabajan para los mercados de sus respectivos países (Boron 215). La distancia entre lo que se dice y la realidad es muy grande. Japón, el éxito económico más significativo del siglo XX en vez de abrir su economía hizo exactamente lo contrario (la proporción del Comercio Exterior pasó entre 1913 y 1993 de 31,4 a 14,4), es más sólo los EEUU y Alemania han abierto muy cautelosamente sus economías (en EEUU el comercio exterior ha subido del bajísimo 11,2 al 16,8 % de 1913 al 1993) (Boron 215-219). En realidad la apertura económica se promueve sólo para el Tercer Mundo.

Otro de los grandes mitos es la necesaria reducción del Estado y del gasto Público. Los datos muestran que el gasto Público no ha cesado de crecer en los países desarrollados (Ver anexo 1) y que supera en muchos el 50% del PBI, también ha crecido el empleo en el gobierno; en contraposición la Reforma del Estado en América Latina ha implicado ir en contra de todo esto, con muchos despidos y un presupuesto raquítico atado a la deuda externa y al equilibrio fiscal. En realidad la reducción del Estado como actor es producto de ser una traba a la liberalización financiera y a sus ganancias.

Más allá de apariencias también es un mito decir que la actual globalización ha eliminado a los Estados-Nación o que los ha disminuido en su poder. Primero porque sin ellos no se hubiera podido llevar a cabo todos los cambios normativos (incluso constitucionales) para quitar derechos a la Nación sobre sus territorios, a los trabajadores en nombre de la flexibilización, etc. Segundo porque los EEUU, la gran potencia mundial que concentra en sus manos los factores mayores de dominio, ayudan a sus transnacionales.

La globalización incluye, consta de, un programa de políticas que han sido implementadas en buena parte del mundo. Promovidas por el FMI y el BM (Banco Mundial), políticas llamadas de ajuste o de reconversión, implementadas en el tercer mundo y en los países del ex-bloque socialista respectivamente; en el primer caso, donde se encuentran los países de sud América, tras la crisis de la deuda, inflación y recesión que asoló a la región en los 80; en el otro caso, para llevarlos a una transición económica y política de su economía planificada-socialista, en ambos casos para llevarlos a una economía de mercado (Stiglitz: 2002).

Más de 10 años de implementadas estas políticas sus consecuencias económicas negativas son evidentes. El fracaso de esas políticas, “que no eran negociadas con los supuestos beneficiarios sino aceptadas todo o rechazadas (Stiglitz 2002)”, ha sido ampliamente denunciado, no sólo por intelectuales sino por prominentes ex –funcionarios, caso Stiglitz, u hombres de negocios como George Soros. Este último en su libro La globalización (2002) denuncia a quienes creen que los mercados pueden corregir sus propias imperfecciones, reclama intervención política estatal para salvar el sistema y para la justicia social; agrega que los mercados son eficientes para generar riqueza pero no para redistribuirla…Stiglitz por su parte, premio Nóbel de economía (2002), ex asesor de la Casa Blanca con Bill Clinton y funcionario del FMI, en su libro “El malestar en la Globalización” ha definido a las políticas del FMI de la primera década como…”una mezcla de ideología y mala economía” (Stiglitz; 2002).

Pero, sobre las críticas, o bajo ellas si se quiere, están las realidades. A fines de la década pasada e inicios de la actual se sucedieron varias crisis financieras que hicieron tambalear el sistema mundial, la crisis Argentina que estalló el 2001, la crisis Mexicana y el llamado efecto tequila, y las crisis en varios puntos del sudeste Asiático. El daño económico, más aun el social, fueron enormes. Ellos habían seguido las recetas del FMI, liberalizaron su economía completamente. Es revelador ver hoy a una Argentina crecer a un 11%, la tasa mayor de todo América Latina y el Caribe, siguiendo pautas en buena medida distintas de aquellas recomendadas por el FMI, como la suspensión del pago de la deuda y desconocimiento de parte de ella por ilegítima, intervención en el tipo de cambio y gran inversión estatal. Hay ejemplos paradigmáticos en otras regiones, así Rusia que en su transición ha economía de mercado fue tutelada por el FMI hoy no sale de periódicas crisis y malestar social y, mas bien China que hizo su propia transición tiene unos indicadores económicos asombrosos.

La globalización ha traído consigo gran malestar social y crecientes y activas resistencias. El ajuste estructural incluía privatizaciones, recorte de gasto social por obligaciones de deuda y reducción del estado. Las protestas sociales contra las privatizaciones primero y por las nacionalizaciones luego se extendieron por América Latina, en Bolivia, Argentina, Venezuela, Ecuador y Perú, como sucedió en 2001 cuando el pueblo arequipeño se levantó masivamente ante el intento del gobierno peruano de privatizar el servicio de Luz, o en Cochabamba, Bolivia, donde se llegó a expulsar a una transnacional procesadora de aguan mineral, en 1994, así hay varios ejemplos.

Podemos incluir también como prueba las grandes protestas que buscaron y lograron la caída de presidentes en la región. Estas se dieron sobre aquellos que, justamente, habían introducido y aplicado políticas de ajuste y apertura. En Argentina (2), Bolivia (2, contra Sánchez de Lozada), Ecuador (2), Venezuela (1) y Perú (contra Fujimori). Junto a lo mencionado, la aparición de gobiernos o fuerzas políticas que tuvieron necesariamente una prédica de crítica a las políticas anteriores, llamadas también neoliberales, que proponían nacionalizaciones y apoyo a los grupos menos favorecidos con la globalización; sin importar lo que hicieron al llegar al gobierno esas fuerzas, prácticamente en todos los países en que lograron llegar, lo hicieron con esas propuestas; incluso, en aquellos países donde los gobiernos no salieron por revuelta popular las fuerzas nuevas eran más o menos críticas a lo hecho anteriormente, así en Chile llegó el Partido Socialista en coalición con otras fuerzas, en Brasil triunfó el Partido de los Trabajadores, luego en Uruguay el Frente Amplio (de izquierda), y más.

Por otra parte, aparecería a fines de los 90 un movimiento que se ha venido en llamar de anti o alter globalización, mundial pero con eje en el centro desarrollado. Desde la protesta en Seatle (EEUU), en 1999, ese movimiento se articuló y creció al tono de grandes manifestaciones acompañando a cada reunión de los organismos globalizadores y a los foros de las élites económicas y políticas del mundo (OMC, FMI, G8 -que es el grupo de las 8 potencias del mundo-, Foros Económicos, etc.) Protestas en Italia (Génova), Alemania, EEUU, Canadá, y otros se han hecho frecuentes bajo lemas como Otro Mundo es Posible, Comercio con Justicia, Por una globalización Alternativa, etc. Los Foros Sociales Mundiales nacieron de su seno y ya han congregado en cuatro encuentros en distintos lugares del mundo a decenas de miles de personas, movimientos, colectivos e intelectuales opuestos a la globalización neoliberal (Wallerstain 2002).

Todo este malestar y resistencia ha motivado cambios en los mismos organismos globalizadores, así se habla de políticas del FMI de segunda generación desde los primeros años de esta década tras sus pésimos resultados; tenemos las discusiones para reformular y rediseñar los organismos multilaterales, hacerlos más democráticos y flexibles; o la reciente condonación de la deuda externa de los 30 países más pobres del mundo; aunque a todo esto el gobierno norteamericano toma gran desinterés.
La globalización es un fenómeno esencialmente desigual y profundamente deshumano. Desigual para el tercer Mundo y especialmente para los pobres de estos países.

En primer lugar, no sólo no ha conseguido reducir la pobreza, esta ha aumentado en el mundo entre 1980 a 1998 en casi 100 millones de personas, esto mientras la renta anual aumentaba en este mismo periodo en un 2,5 %, promedio anual (Stiglitz, 2002). Aquellas crisis financieras, y las sociales, desde entonces se han dado prácticamente sólo en las economías periféricas (Sudeste Asiático, México, Argentina). La desigualdad creció, pues la porción de la renta global de la quinta parte más pobre de la población se ha reducido del 2,3 % al 1,4% entre 1989 y 1998 (Giddens 28). Modernización y desigualdad viene juntas, sobretodo en América Latina, la región con las mayores desigualdades del mundo. El crecimiento actual de la región tiene su lado oscuro, datos puestos al fondo del sótano de la memoria. El ejemplar Chile es el país con las mayores desigualdades y el gigante Brasil combina modernísimas metrópolis con zonas de pobres muy cerradas (Fabelas). En el Perú, el optimismo de la marcha económica y las jugosas rentabilidades obtenidas por las empresas oculta que el salario real ha disminuido en un 10% desde 1990. La participación porcentual de los trabajadores en el PBI, para el mismo periodo, en el Perú, ha disminuido de 30,1 a 22,9 de 1992 a 2004, en esa misma época las ganancias de empresas suben del 52,7 al 60, 6 % (Campodónico 2006).

Estas desiguales consecuencias no se deben a factores naturales, ni siquiera principalmente a diferencias de competitividad o tecnología. Como hemos visto, las economías desarrolladas hacen cosas distintas de las que promueven para el 3er mundo, así subsidian, protegen y promueven a sus productos y productores; ese cinismo acompaña la política de los Organismos Multilaterales en sus políticas de apertura, organismos controlados por un grupo pequeño de países. Además, los trabajadores de los países del Tercer Mundo al no contar con el colchón del “Estado de Bienestar” Europeo han sufrido mucho más las consecuencias de la precarización del trabajo. Hay quienes dicen que la desigualdad esta en la lógica misma del sistema…en el 1er mundo el aumento de productividad está asociado a mejora en el empleo pleno, pero en el 3er mundo esa asociación está rota (Amin 1997), quizá por eso aquí en pleno crecimiento de la riqueza y aumento de la productividad los neoliberales se propongan flexibilizar más el mercado del trabajo.

Finalmente, su sentido deshumanizado lo ejemplificamos en la propia concepción que de la globalización tiene el FMI…”fenómeno de creciente intercambio de bienes, servicios y capitales”…, un discurso y una realidad donde los hombres importan poco.
En síntesis, la globalización constituye un proyecto y una etapa del capitalismo mundial; se le puede apreciar como tal en el paquete de recetas comunes aplicadas al tercer mundo aplicados por el FMI, BM y discutida en las reuniones Intergubernamentales como los Foros Económicos; también en le develamiento de su origen, y ubicación de sus impulsores, globalizadores, entre las élites empresariales y políticas.

Proyecto que ha traído crisis financiera, pobreza y desigualdad creciente; malestar social base para las protestas que han caracterizado a la región en los últimos lustros, que ha derrumbado presidentes, sacado transnacionales y llevado a la aparición importante de gobiernos y movimientos populistas. Tampoco los países centrales se han escapado del nacimiento de un movimiento antiglobalización.
Planteamos que hay que ver lo que han hecho los países desarrollados más que lo que dicen que se haga, pues como ha dicho “Hobsbawn” (quizá el principal historiador vivo) el desarrollo en realidad no se ha dado con la liberalización sino contra ella. Lamentamos que en el país predominen los usos más simplistas y maniqueos del término, para legitimar de todo a favor de la ortodoxia de mercado.
Remarcamos uno de los ejes del ensayo que es el de intentar quitar todo la ficción construida a su alrededor que pretende ocultar algo, nada inocente, pues como Noam Chomsky ha sugerido, esta mistificación contribuye a desresponsabilizar a los gobiernos neoliberales y a las megacorporaciones transnacionales de las nefastas consecuencias de sus políticas.

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