domingo, diciembre 11, 2011

LA GRAN TRANSFORMACIÓN: UNA VICTORIA PÍRRICA






Carlos Arturo Caballero

A la distancia, percibo un desánimo cada vez más difícil de disimular en quienes apoyamos la elección de Ollanta Humala. Es una desazón que lucha contra una esperanza que se niega, por momentos, a aceptar las señales de la política real y práctica. La advierto en las redes sociales, en los políticos, intelectuales, periodistas y en los pocos medios que confiaron en que el Partido Nacionalista ejecutaría las reformas prometidas durante la campaña electoral. Paralelamente, en los sectores antes hostiles a Ollanta Humala, observo que sus adustos y rabiosos rostros postflash de la segunda vuelta se van transformando en semblantes de aprobación y elogio refrendados por prepotentes exigencias para restablecer el orden y el principio de autoridad muy al estilo de esa derecha que acudía a tocar la puerta de los cuarteles cuando sobrevenía el desborde popular. A estas alturas, resulta vano analizar por qué Humala ganó la elección, pues, si bien los favoritos de la derecha empresarial, conservadora y confesional —PPK, Keiko o Castañeda— perdieron, las señales que va emitiendo el actual gobierno sugieren un mayor aggiornamento, un veloz y oportunista cambio de hábito acorde a los intereses de los perdedores. Todo indica que estos ya no tendrán que rumiar más su derrota.

El mayor obstáculo para la ejecución de las reformas prometidas por el nacionalismo no fueron, finalmente, los empresarios de la CONFIEP o el SNI ni los medios de comunicación y periodistas que se sumaron a la vergonzosa campaña de demolición contra Humala, sino ese 48.5% del electorado que no desea una gran transformación, es decir, que grosso modo considera que la situación debe mantenerse igual, salvo las demandas generales por mayor trabajo, incremento de salarios y reducción de la pobreza. Ollanta Humala ganó las elecciones por un margen muy ajustado, gracias a una amplia base de electores que pesó en las urnas, pero cuya lealtad política depende de la pronta satisfacción de sus demandas algunas viables, otras, descabelladas, lo cual nos coloca ante un panorama social muy agitado. Aquella mayoría en las urnas no se está traduciendo en una mayoría políticamente leal y por ello determinante para que el gobierno ejecute el mínimo de reformas a las que se comprometió durante la campaña electoral con la seguridad que le brindaría un incondicional apoyo popular. A esto agréguese la precaria representatividad política de un amplio sector de la población, excluido, utilizado e ignorado, y que posee suficientes razones y evidencias para desconfiar del Estado y más aún cuando observa que su voto ha sido defraudado. En suma, ninguna gran transformación es viable sin el apoyo de la población, lo digo con triste realismo.

Los movimientos políticos que carecen de organización partidaria son proclives a adoptar programas previos que hayan dado resultado y hacerles muy leves enmiendas. Es como ir a comprar a lo seguro una marca conocida. Terminan cediendo el poder a los tecnócratas que ofrecen sus buenos oficios al gobierno de turno para garantizarle un tránsito indoloro. Se trata de una burocracia estatal eficiente y bien entrenada que no es nueva en estas tareas sino que viene operando desde 1990 cuando Fujimori los convocó para ejecutar lo que Efraín González de Olarte llamó «neoliberalismo a la peruana». Por ello todo intento de reformar el Estado y el modelo económico fracasará si es que la agrupación política que gobierna no está organizada como un partido, lo que implica 1) una línea de pensamiento definida, 2) un equipo técnico de alto nivel comprometido con dicha línea de pensamiento, 3) «cuadros» y operadores políticos visibles y mediáticos, 4) activa militancia partidaria a nivel de bases y con buenas relaciones con los movimientos regionales. Sin estas condiciones, no existe capacidad de disuasión frente a los poderes fácticos, y si esto no es posible no queda más que negociar en desventaja, ya que quienes gobiernen no tendrán otra opción que reconvocar a los que ya conocen la maquinaria, la mayoría de veces, funcionarios de perfil muy bajo, nada mediáticos, pero que finalmente son «la mano que mece la cuna», los que «inspiran confianza a los mercados».

¡Qué equivocados estábamos los que vimos en su triunfo la recomposición de la izquierda democrática!, que honestamente alentaron Nicolás Lynch, Sinesio López, Alberto Adrianzén, Félix Jiménez y Carlos Tapia a través de «Ciudadanos por el Cambio». De haberse mantenido su participación, se hubiera compensado la carencia de organización partidaria y cohesión ideológica de Gana Perú, facilitado que los intelectuales deliberen con la ciudadanía para aportar tanto reflexiones como soluciones programáticas, y sobre todo, brindado recursos para confrontar y disuadir a los poderes fácticos adversos a las reformas. No obstante, la izquierda intelectual próxima a Humala no contó con que las circunstancias cambiarían drásticamente entre la primera y segunda vuelta, esta y la toma de mando, y entre el 28 de julio y la declaratoria de Estado de Emergencia en Cajamarca.

El aggiornamento del discurso nacionalista se puede rastrear a través de los siguientes instantes. Nótese que este proceso se intensificó conforme se acercaban la elección decisiva, la toma de mando y las primeras crisis de gobierno. 1) La andanada de críticas contra el plan de gobierno nacionalista, diseñado por un equipo técnico en su mayoría propuesto por el colectivo «Ciudadanos por el Cambio», provocó su inmediata reestructuración. Esta fue la primera gran concesión práctica a sus adversarios. 2) La inserción de un equipo técnico para la segunda vuelta (Kurt Burneo, Óscar Dancourt, Alfonso Velásquez, Daniel Schydlowski) con miras a reestructurar el plan y levantar la imagen de Humala relegó a los intelectuales de «Ciudadanos por el Cambio», lo cual se agravó con la creciente influencia del asesor Luis Favre. 3) La exigencia de los partidos perdedores, medios adversos, CONFIEP y SNI para designar al ministro de Economía y ratificar a Julio Velarde como presidente del BCR. 4) El pánico financiero producido por la caída de bolsa y la amenaza del retiro masivo de inversiones fueron una advertencia a Humala del poder de los mercados. El continuo acoso a los funcionarios del gobierno, como Omar Chehade, Aída García Naranjo y Ricardo Soberón con la finalidad de remover a los personajes más írritos para la derecha liberal-conservadora-autoritaria-resentida por la pérdida de las elecciones. 5) La renuncia de Carlos Tapia como asesor de la Presidencia del Consejo de Ministros y del primer ministro Salomón Lerner Ghitis, ambos muy cercanos colaboradores de Humala hacía años atrás.

Algún día los científicos sociales explicarán por qué en el Perú, a diferencia de Ecuador, Bolivia, Uruguay y Argentina, el neoliberalismo no nos vacunó contra la indiferencia y el egoísmo, cómo y en qué momento diluyó la solidaridad y nos volvió indolentes. Será porque hechas las sumas y restas este perverso modelo generó la emergencia de una nueva clase media desinteresada por el bienestar del otro y totalmente desideologizada y apolítica, y que sobre la base de su bienestar generaliza que no hay motivo para cambiar la fórmula que les ha permitido mejorar su situación durante la última década. Será porque la riqueza se ha concentrado en las principales ciudades del país atrayendo millonarias inversiones que generan trabajo, no hay duda, pero qué calidad de trabajo. Sin embargo, a una parte de la población este detalle no le interesa, y se puede entender de cierta manera: algo es siempre mejor que nada.

Si la calidad de nuestras demandas continúa guiándose por esta lógica pragmática, ninguna gran transformación será posible.


ENLACES DE INTERÉS

La derrota de la inteligencia - César Hildebrandt
Cambio en el gabinete - José A. Godoy
Los cuadros del presidente - La República

jueves, diciembre 01, 2011

EL PRESENTE DE LAS HUMANIDADES




Charlie Caballero

El lugar que ocupan las humanidades hoy dista mucho de lo que fue hace medio siglo. Muy pocos padres de familia animarían decididamente a sus hijos a estudiar Literatura, Filosofía, Arte o Música. El argumento sería que las humanidades ofrecen reducidas expectativas de realización profesional, en otras palabras, que no son rentables, por lo cual, en el mejor de los casos, si es que no logran que sus hijos renuncien a su vocación, la aceptan luego de haber culminado una carrera «lucrativa». Esta forma de ver las humanidades no parece tan descabellada, sino más bien muy realista. ¿Tienen algo importante qué decir la Filosofía, la Literatura y las bellas artes frente a la crisis económica mundial, el cambio climático, el terrorismo internacional, el narcotráfico, la amenaza de una guerra nuclear o la Primavera árabe? ¿Acaso la elección e implementación de una carrera profesional no debería evaluarse de acuerdo a oportunidades laborales, rentabilidad económica y la utilidad para la solución de problemas?

Al respecto, Martha Nussbaum (Nueva York, 1947) opina que la democracia y la libertad se encuentran en peligro si aceptamos que las humanidades nada tienen que decir en el mundo de hoy. Su destacada trayectoria comprende la docencia universitaria, la investigación y la representación de cargos en prestigiosas instituciones académicas como el Consejo de la Academia de Artes y Ciencias Americanas y la Junta Directiva del Consejo Americano de Sociedades Científicas. Asimismo, es profesora de derecho y ética en la Universidad de Chicago. Justicia poética (1997), Las mujeres y el desarrollo humano: el enfoque de las capacidades (2002), El ocultamiento de lo humano (2006), El cultivo de la humanidad (2005), Las fronteras de la justicia (2007) y recientemente Sin fines de lucro (2010) son algunos de sus trabajos más importantes.

Junto al Premio Nobel de Economía Amartya Sen, promovió una noción de desarrollo basada en el «enfoque de las capacidades» (capability approach), entendidas como un conjunto de libertades políticas, económicas y sociales que asumidas plenamente como derechos permiten a los individuos potenciar sus habilidades. Ello explicaría por qué en ausencia de tales libertades sobreviene la pobreza, se agudiza la desigualdad y se dificulta el desarrollo integral de la nación. En contraste con otras teorías sobre el desarrollo, Sen y Nussbaum consideran que los indicadores económicos son insuficientes porque no muestran un análisis integral de todas las variables que intervienen para calificar el grado de desarrollo en una sociedad. Desde esta perspectiva, es posible cuestionar la gestión de un gobierno que basa su éxito exclusivamente en el crecimiento económico (PBI), si paralelamente una gran porción de la población permanece muy por debajo del umbral de pobreza, no accede a niveles óptimos de educación y salud, o carece de oportunidades de participación política. Esos mismos gobiernos, paradójicamente, podrían estar enfrentado periódicas crisis que desestabilizarían su legitimidad por la constante emergencia de conflictos sociales, censura a medios de comunicación o pérdida de autonomía de los poderes del Estado. En este sentido, un país con alto PBI per cápita puede ser menos desarrollado que una nación más pobre pero con mejor distribución de oportunidades.



El enfoque de las capacidades pone en tela de juicio la idea de que las libertades económicas acarreen de por sí libertades políticas; por el contrario, lo que podría suceder con un libre mercado omnipotente es que toda iniciativa individual o social sea evaluada en términos de costo-beneficio o ganancia-pérdida, lo cual simplifica en extremo la variedad de facultades de la población. Así, los objetivos para alcanzar el bienestar de la nación se instrumentalizan bajo la lógica del mercado. En la educación, particularmente, vienen ocurriendo cambios en los planes de estudio escolares y universitarios orientados a superar la crisis económica enfatizando la formación de saberes prácticos, mensurables por su impacto y rentabilidad, en detrimento de las humanidades. Aquí radica la preocupación de Martha Nussbaum: que las nuevas políticas educativas se sostengan en la idea de educar para generar dinero y no para formar ciudadanos, ya que este es el criterio que guía a los padres de hoy al momento de elegir una escuela o universidad para educar a sus hijos. Desean una escuela que asegure su ingreso a una carrera profesional rentable. Los Estados que quieren superar el subdesarrollo y las transnacionales que buscan expandir sus mercados completan esta compleja bisagra que deja muy poco espacio de acción a las humanidades.

En Sin fines de lucro, Nussbaum sostiene que el repliegue de las humanidades —debido a las reestructuraciones curriculares implementadas por una educación para el crecimiento económico— pone en peligro la democracia. A contraluz de ese modelo, plantea una educación para el desarrollo humano, indispensable para la democracia y la ciudadanía, fundamentado en las ideas de Tagore, Dewey, Rousseau, Winnicott y Ralph Ellison, cuyos aportes utiliza también para refutar una creencia muy extendida: que la educación sea sobre todo un medio para crecer económicamente y que de ello sobrevenga una mejor calidad de vida.

La «crisis silenciosa» de la que nos habla Nussbaum consiste en que las políticas educativas de varios Estados a nivel mundial están desapareciendo las humanidades de sus planes de estudio porque las consideran inútiles para afrontar los desafíos del nuevo siglo. Universidades, institutos y escuelas preparan a los estudiantes para estudiar una carrera rentable, pues tanto los padres, los directivos de los centros de estudio y las instancias que diseñan las políticas educativas coinciden en que la educación para el crecimiento económico conduce al desarrollo de la nación. ¿Y por qué deberíamos preocuparnos? En primer lugar, porque las artes y las humanidades desarrollan el pensamiento crítico y la creatividad, facultades importantes como las que promueven la ciencia y tecnología para el desarrollo económico. La autora no apuesta por una superposición de saberes, sino por su necesaria complementariedad. Las ciencias y las humanidades no se excluyen; conjuntamente permitirían «afrontar los problemas internacionales como “ciudadanos del mundo”». (26) Si desaparecen las humanidades de los planes de estudio o se orientan sus contenidos a lo estrictamente práctico, se perjudica el pensamiento crítico y la creatividad a favor del utilitarismo y la rentabilidad, lo cual implica que la ciudadanía posea cada vez menos disposición para juzgar las ideas de su época y para proponer alternativas a pensamientos hegemónicos. Por consiguiente, el pensamiento crítico es fundamental para mantener una democracia alerta: «[…] los jóvenes de todo el mundo, de cualquier país que tenga la suerte de vivir en democracia, deben educarse para ser participantes en una forma de gobierno que requiere que las personas se informen sobre las cuestiones esenciales que deberán tratar, ya sea como votantes o como funcionarios electos o designados». (29)

En segundo lugar, siguiendo el enfoque de las capacidades de Sen y Nussbaum, el espíritu de las humanidades, que viene siendo distorsionado por le educación para la rentabilidad, es el desarrollo de facultades como la empatía y el reconocimiento de la diversidad, aparte del pensamiento crítico y la creatividad. Sin estas facultades, la comprensión del otro próximo o distante de nosotros será cada vez más difícil. Ello nos lleva a preguntarnos cuál es el tipo de educación que realmente deseamos: cuando se evalúa la educación en un país, afirma Nussbaum, hay que preguntarse cómo forma a los jóvenes para una participación sociopolítica, es decir, cuán comprometidos están con su ciudadanía.

Posteriormente, la autora contrasta la «educación para la renta» y la «educación para la democracia». Aquella se fundamenta en una idea dominante en estos tiempos: que el crecimiento económico genera progreso para una nación. El problema con esta visión es que prescinde de otros indicadores que en conjunto expresan mejor los niveles de calidad de vida, como la distribución de la riqueza, la igualdad social, o la calidad de las relaciones étnicas y de género. Esta teoría del desarrollo, de profunda raigambre neoliberal, fue planteada por los economistas de la Escuela de Chicago y sugerida por el FMI y el Banco Mundial como política económica normativa para países emergentes. Su traducción al ámbito de la educación fue el Nuevo Vocacionalismo: educar con fines utilitarios, sencillamente, neoliberalismo educativo. Esa es la educación para la renta.

Las evidencias demuestran que el crecimiento económico no arrastra necesariamente mejoras en la salud, educación, reducción de la desigualdad y la pobreza ni mayor respeto de las libertades civiles y políticas, sino que alienta la concentración de la riqueza en territorios y sectores poblacionales específicos. Para revertir esta situación habría que examinar si se está formando a los jóvenes en la escuela y la universidad para plantear alternativas a un modelo que ampara la desigualdad, el beneficio de unos pocos y la indiferencia frente a los otros; y si no se está lesionando deliberadamente su autonomía para pensar por ellos mismos debido a la preeminencia de un modelo que promueve una educación rentable y rentista para quien la ofrece como para quien se forma en ella. «La libertad de pensamiento en el estudiante resulta peligrosa si lo que se pretende es obtener es un grupo de trabajadores obedientes con capacitación técnica que lleven a la práctica los planes de las élites orientadas a las inversiones extranjeras y el desarrollo tecnológico». (43)

Nada más irritante para los rentistas de la educación que el debate ideológico, el pensamiento crítico, la abierta discrepancia y la organización política de los estudiantes. No solo ignoran o subestiman las artes y humanidades, les tienen miedo, pues el cultivo el cultivo del pensamiento crítico es un poderoso antídoto contra la resignación, la complacencia y el adiestramiento, y por el contrario, incentiva la inconformidad con los medios y los fines. Por eso quienes solventan la educación para el crecimiento económico se oponen a que las artes y las humanidades integren los planes de estudio de escuelas y universidades.

Frente a ese modelo, Nussbaum contrapone la educación para el desarrollo humano, la cual implica «un compromiso con la democracia, pues un ingrediente esencial de toda vida dotada de dignidad humana es tener voz y voto en la elección de las políticas que gobernarán la vida propia» (47). Es un tipo de formación que apoya las libertades políticas, religiosas, de expresión, derechos en salud y educación, etc. Gozar de estos derechos es signo inequívoco de prosperidad, de calidad de vida, sobre todo si cualquier ciudadano puede ejercerlos sin restricciones de corte económico. El dinero no debería ser la medida para acceder a una educación de calidad.

En «Educar ciudadanos: los sentimientos morales», profundiza sus reflexiones sobre la educación para la democracia enfatizando la empatía, o sea, imaginar o suponer cómo se sentiría el otro. Ello fortalece la solidaridad y ayuda vencer la indiferencia. La educación para la democracia necesita además que la escuela desarrolle el interés por los demás mediante la interacción con las minorías (étnicas, lingüísticas, de género, etc.), combata estereotipos y prejuicios mostrando contenidos reales y diversos sobre el otro, enseñe la importancia de la responsabilidad individual y aliente el pensamiento crítico.

«La pedagogía socrática: la importancia de la argumentación» debería ser lectura obligatoria para todo maestro que aprecie despertar de inquietudes, más que fijar saberes en sus estudiantes. Nussbaum explica la importancia de la mayéutica socrática para la educación humanística por el protagonismo que le otorga a la argumentación y a la iniciativa personal durante el aprendizaje. Las humanidades podrían ayudar a que los alumnos reflexionen y argumenten por sí mismos antes que someterse a un saber. Sin embargo, la educación para el crecimiento económico pone en riesgo el ideal socrático, ya que el debate pierde interés, los exámenes se estandarizan, los contenidos de las disciplinas se tornan rudimentarios rebajándose cada vez que se necesite obtener un mayor índice de aprobados para evitar la deserción, pero en el fondo, para no comprometer la rentabilidad. En suma, que el conocimiento no obstaculice la aprobación de un examen diseñado sobre la base de contenidos superficiales. Visto así, obviamente la reflexión, la discusión y la argumentación quedan al margen.

Argumentar es una capacidad fundamental en la vida práctica. No es una exquisitez intelectual, sino una responsabilidad, un compromiso con nuestra autonomía. A diario observamos lo inestable que es la opinión pública cuando evalúa algún hecho. La imagen que el individuo le imprime a su discurso se toma como argumento para aceptar sus planteamientos sin mediar análisis. Y tan pronto como se adhiere a una opinión, la rechazan a favor de otra simplemente por el prestigio que reviste el que lo dice. Si asumimos una postura personal, somos capaces de sostenerla mediante argumentos y contrastarla con otras distintas, eventualmente, pondremos en tela de juicios nuestras propias creencias. Por ende, el cultivo de la argumentación es fundamental para la democracia, porque nos predispone a entablar diálogo con quien piensa diferente y a estar alertas ante la emergencia de discursos totalitarios que diluyen la controversia bajo una aparente armonía.

La idea más atractiva y que pone de manifiesto la integridad de la defensa que Nussbaum hace de las humanidades está en el capítulo dedicado al tema de la educación para la ciudadanía mundial. Si examinamos detenidamente nuestro sistema educativo comprobaremos que allí se gestan las grandes transformaciones así como las grandes tragedias de la nación. El racismo, el nacionalismo xenofóbico, el etnocentrismo hostil, la discriminación lingüística, entre otras formas de exclusión, se aprenden en la escuela y se refuerzan en la familia y la sociedad, y viceversa. Cuán indispensable es que un estudiante sepa la importancia de reconocer la diversidad cultural de su nación y del mundo. Que no hay por qué jerarquizar la diferencia ni tampoco sobrealimentarla sino aceptarla. Que la diversidad no es una barrera infranqueable para dialogar con el otro sino un desafío ineludible. «Es imposible que las instituciones terciarias y universitarias transmitan el tipo de enseñanza que hace a un ciudadano del mundo si no cuentan con estructuras dedicadas a la educación humanística, es decir, con al menos un conjunto de cursos de formación general para todos los alumnos aparte de las materias obligatorias para cada carrera principal».

Sin fines de lucro me llevó a reconsiderar mi opinión sobre la educación estadounidense y la europea. Anteriormente, creía que en el Viejo Continente aún sobrevivía un sólido bastión humanista y que, en cambio, los EEUU solo se alimentaban de las modas intelectuales europeas. Nussbaum demuestra con claridad que si bien en su país la amenaza contra las humanidades es un hecho (los profesores de humanidades en los EEUU vienen observando una reducción de presupuestos asignados a sus departamentos. Las que no pueden justificar su sostenibilidad se cierran, su plana de tiempo completo se integra a otro departamento y se sujetan a las directivas de la misma; en suma, pierden autonomía) todavía subsiste una amplia base humanística y que no todas las autoridades ni docentes ni estudiantes en la unión americana estarían dispuestos a claudicar ante el neoliberalismo educativo.

Para la autora, la literatura y las artes desarrollan la imaginación y logran vencer la vergüenza y la repugnancia frente al otro. A ello agregaría que la enseñanza crítica de la literatura en la escuela forma ciudadanos democráticos a través de la tolerancia frente a la libre interpretación. Acostumbrarse a admitir de buen grado que el otro tiene derecho a decir su verdad sin reparos ni censuras ni condicionamientos predispone a un individuo al diálogo, a la apertura frente a la diferencia. Lo contrario sucede si el esfuerzo se concentra en fijar interpretaciones a toda costa.

Y aunque amenazado por la educación para la renta, me reconforta formar parte de un saber donde todavía sobrevive una voluntad de cambio.