viernes, mayo 04, 2012

EL DISCURSO DEL SUJETO SUBVERSIVO




En la lección inaugural del College de France en 1970, Michel Foucault presentó El orden del discurso, donde expuso su particular metodología para el análisis del discurso. Antes de anunciar su hipótesis, abrió una interrogante: ¿cuál es el peligro con la proliferación de los discursos? Foucault sostuvo en su intervención que en toda sociedad existen procedimientos para el control de los discursos. Prueba de ello es que no todos estamos autorizados a hablar de cualquier tema, es decir, no me refiero al simple hecho de manifestarse, sino a la autoridad que acredita que lo dicho es relevante o banal.

A Foucault le interesa desentrañar los mecanismo de producción y control de los discursos en la sociedad y para ello propone un enfoque crítico de los discursos en cuestión, que analice sus condiciones de producción y las coaccciones que ejerce, y una genealogía que rastree su evolución y transformación. Si como afirma, el discurso está vinculado con el deseo y el poder, entonces quien controle el discurso dominará a los sujetos que enuncian tal o cual discurso. En esa tarea, las instituciones cumplen un rol fundamental, pues producen, reproducen y amplifican los alcances del discurso que conviene a sus intereses.

Pero también los sujetos cumplen su parte. El discurso, dice Foucault, obtiene poder de los sujetos, quienes son constantemente interpelados por diversos discursos muchos de ellos contradictorios. Por esta razón, entiende que el discurso es un campo de batalla por el poder, el poder de controlar la subjetividad y las identidades.


Los procedimientos de control del discurso expuestos por Foucault se caracterizan por la exclusión. Lo prohibido es uno de ellos. Este procedimiento actúa impidiendo que el discurso de ciertos individuos circule libremente. Su palabra es despojada de valor, pues la exclusión los priva de autoridad para enunciar su discurso, le quita legitimidad. En consecuencia, son sujetos a los que no se les concede un lugar en la polémica y mucho menos son dignos de audiencia.

Otro principio de exclusión señalado por el autor es la separación o el rechazo. De manera inversa al anterior mecanismo por cual no se permite el ingreso, aquí se expulsa a la voz disidente. Aquí el discurso perdió la legitimidad que poseyó alguna vez, motivo por el que es separado.

La voluntad de verdad también es un sistema de exclusión de discursos, ya que un grupo se arroga la posesión de la verdad, la legítima interpretación de un acontecimiento, por ejemplo, el análisis del conflicto armado interno. Este procedimiento coloca a los discursos adversos en el terreno de la falsedad. Pero, ¿acaso no hay otras posibilidades de interpretación del conflicto armado interno que deban ser discutidas públicamente? Digo discutidas, no aceptadas por el simple hecho de haber sido manifestadas.

¿Qué subjetividad dentro del discurso de la violencia política posee un discurso despojado de valor? Ese es el sujeto subversivo: su palabra ya está de mano invalidada, está condenado al espacio del mal puro, no es un sujeto digno para el debate, su palabra tiene el efecto de una infección que se expandirá si no se le acalla. Y por ello se le tiene (y se le teme) que cerrar toda posibilidad de expresión. Es el cuco que tiene que volver a la oscuridad. Su discurso es atendible como tema de investigación para las ciencias sociales o la crítica literaria, pero no para el debate político en la esfera pública porque allí estarán vencidos de antemano. De acuerdo, a los procedimientos mencionados por Foucault, el sujeto subversivo es confinado a la no-verdad y a lo irracional.

El discurso hegemónico sobre la violencia política, sostenido por los medios de comunicación, el Estado y la opinión pública en su mayoría, niegan que el discurso del sujeto subversivo posea una dosis mínima de verdad, porque presuponen que la verdad no está con aquel, sino con ellos. Me pregunto cómo se podría construir un gran relato (Hatun Willakuy) sobre la violencia política de los 80 y 90 si es que se persiste en demonizar el discurso del sujeto subversivo, al que se considera un engendro surgido de la nada y no como el producto de una violencia estructural que naturalizó la desigualdad y la distancia cultural,si es que persiste la voluntad por sentenciar antes que por comprender, esa arrogancia de la certeza como diría Roland Barthes.