viernes, julio 28, 2006

Revista Náufrago

Sobre Los ríos profundos y el neoindigenismo

Carlos Arturo Caballero (*)
Pontificia Universidad Católica del Perú.

Establecer los límites precisos entre corrientes y generaciones literarias es una tarea que a veces pretende clasificar lo inclasificable o, en el mejor de los casos, brindar una información de manera didáctica y organizada a la comunidad literaria (profesores, investigadores, estudiantes).

En el caso del neoindigenismo, investigadores como Tomás G. Escajadillo y Ricardo González Vigil, han establecido las características del neoindigenismo en el marco del proceso del indigenismo peruano y del “boom” latinoamericano, con la finalidad de explicar la inclusión de José María Arguedas dentro de la nueva narrativa latinoamericana. Esta pretensión resulta acertada en tanto las características del neoindigenismo atribuidas a Los ríos profundos (1958), aproximan a esta novela a la nueva narrativa latinoamericana, opinión que puede encontrar múltiples resistencias de parte de los defensores de la tradición, que consideran que la obra de Arguedas y Ciro Alegría pertenecen a la fase final de la narrativa regionalista latinoamericana conformada en su primera fase por Rómulo Gallegos, José Eustasio Rivera, Ricardo Güiraldes y Jorge Icaza entre otros.

Para definir adecuadamente el neoindigenismo es preciso, primeramente, situarlo dentro del proceso del indigenismo peruano. Tomás G. Escajadillo distingue diversas etapas del indigenismo: a) Indianismo, dentro del cual se encuentran Clorinda Matto de Turner con Aves sin nido (1889) y Narciso Aréstegui autor de El padre Horán, tipificados como indianismo romántico-idealista; a su vez, Abraham Valdelomar y Ventura García Calderón se ubican dentro de la vertiente del indianismo modernista. En ambos casos, el indianismo consiste en una visión pintoresca, folklórica, idealizada del indio, quien se convierte en una figura decorativa del paisaje, en un elemento exótico. Si bien la visión romántico-idealista de Clorinda Matto da cuenta de los abusos y de la postración del indio, asume que el problema indígena se resolverá con la llegada de la modernidad, del progreso y la educación a la sierra. El blanco occidental es presentado como el encargado de llevar la civilización al mundo barbárico de Killac. Resulta para ello indispensable que el indio abandone su cultura primitiva (mitos, leyendas, pensamiento mágico-religioso) para que se integre a la civilización; esto porque para el positivismo (sistema filosófico predominante en Europa a fines del siglo XIX, del cual Clorinda Matto se nutre), la ciencia, el progreso y la modernidad son incompatibles con el pensamiento mítico-mágico-religioso. La visión modernista percibió al indio como un símbolo del pasado glorioso de una nación que en la actualidad no es conciente de su realidad y que se ha degradado[1].

En segundo lugar tenemos, b) Indigenismo puro, que consiste en la crítica y denuncia social de los problemas que aquejan al indio. Dichos cuestionamientos aspiran a la objetividad y al retrato fidedigno de esa realidad nefasta al indio. Para Mariátegui el problema del indio es netamente de carácter económico (el problema de la propiedad de la tierra), no sólo la educación o la religión. Según Tomás G. Escajadillo, los Cuentos andinos (1920) de Enrique López Albújar iniciaron esta tendencia.

En la fase terminal de este proceso está, c) Neoindigenismo, con Arguedas y Los ríos profundos y algunos narradores de la generación del 50 como Carlos Eduardo Zavaleta (Los Ingar), Eleodoro Vargas Vicuña (Nahuin), y Ciro Alegría (El mundo es ancho y ajeno).

Sintetizando las características esenciales del neoindigenismo tenemos: a) vinculación con una nueva narrativa, sobre todo la que se asocia al realismo maravilloso. Este concepto, cuya definición puede resultar problemática, es preciso delimitarlo, en el sentido que debe ser asociado a Los ríos profundos. El realismo maravilloso viene a ser la exageración de la realidad, la exposición de hechos paradójicos, sobrenaturales, que para los personajes de la ficción son total y absolutamente cotidianos; no así para el lector que es ajeno a esa experiencia “maravillosa”. La contemplación del zumbayllu —trompo, que para un niño occidental le es tan familiar como cualquier juego de su edad— provoca en los niños del colegio internado de Abancay, gran curiosidad y admiración, congregándolos a todos incluso a Ernesto. El zumbayllu es humanizado y mitificado por Ernesto:

“Una sombra gris aureolaba su cabeza giradora . . . Y su agudo canto brotaba de esa faja oscura. Eran los ojos del trompo, los cuatro ojos grandes que se hundían . . .” (Arguedas 1995, 241-242). “El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos . . .” (1995, 243).

El zumbayllu tiene ojos, cabeza y además canta y baila. De todos los pasajes de Los ríos profundos donde se hace mención a piedras, árboles y ríos que hablan (Apurímac significa “dios hablador”), la escena de la llegada del zumbayllu al colegio me parece la más cautivadora para ejemplificar la presencia del realismo maravilloso en esta novela.

Cabe resaltar que esta variante del realismo maravilloso de Arguedas se distingue de la mostrada por algunos escritores del “boom” (tales como Rulfo, García Márquez, Carpentier, Cortázar entre otros) en que estos últimos la realidad objetiva se distancia de la realidad narrada por la exposición de un hecho inverosímil, inaudito, que el lector reconoce como tal, pero que acepta en aras de la efectivida del relato, es decir, para que la historia haga efecto en el lector. En cambio, en Arguedas lo objetivo y lo subjetivo forman una continuidad; la realidad objetiva no se distancia de lo narrado. El animismo andino es mágico, mítico y religioso precisamente porque en un mismo nivel se integran el lenguaje y la realidad: armonía con la naturaleza, espíritu solidario con el prójimo, amor a los animales. Los objetos no son inertes, tienen vida, y es que para el occidental que “cosifica” al indio condenándolo al silencio y al abandono de su comunidad con la naturaleza, no tiene sentido que “los ríos o las piedras hablen”.

Por otro lado el neoindigenismo se orienta hacia b) el lirismo, lo cual aproxima a Los ríos profundos hacia la novela poemática, siguiendo la línea de La casa de cartón (1928) de Martín Adán, salvando las distancias específicas entre ambos textos. En la novela de Arguedas se insertan cantos quechuas, estribillos y poemas que rompen el molde clásico de la narración en prosa. Recurso a un evidente intertexto a la manera de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, pero con características particulares. El lugar común entre Los ríos profundos y las novelas del “boom” latinoamericano es la lectura fragmentada de estos textos insertados (experimentación mucho más notable en El zorro de arriba y el zorro de abajo, cuya lectura fragmentada es parte de toda la estructura de la novela).

El neoindigenismo debe entenderse como una superación del indigenismo ortodoxo en cuanto a la técnica narrativa, el acercamiento a la prosa poética, la inserción de lo real maravilloso, (características desarrolladas por Tomás G. Escajadillo y ampliadas por Ricardo González Vigil) y, a mi modo de ver del cambio de escenario en el cual se situaba tradicionalmente al indio, campo-gamonal-indio, por la ciudad industrial, capitalista, que atrapa al indígena dentro del consumo (uno de los temas tratados en la novela póstuma de Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo [1971]). Dentro de esta perspectiva, es acertado incluir a Los ríos profundos como novela neoindigenista, con la implicancia de considerar a su autor de manera justificada, como integrante de la nueva narrativa latinoamericana, inclusión que tardíamente muchos críticos han terminado por aceptar. Finalmente, una consecuencia que me parece importante tener en cuenta es que la inserción de Los ríos profundos como novela neoindigenista y la comprensión de las características del neoindigenismo, abren la posibilidad de considerar a novelas más recientes como Lituma en los Andes (1993), Historia de Mayta (1984) de Mario Vargas Llosa o País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez, dentro del neoindigenismo.

Bibliografía

Arguedas, José María. Los ríos profundos. Ed. de Ricardo González Vigil. Madrid: Cátedra, 1995.
CORNEJO POLAR, Antonio. Literatura y sociedad en el Perú: La novela indigenista. Lima: Lasontay, 1980.
Matto de Turner, Clorinda. Aves sin nido. 1889. Lima: Peisa, 1990.
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. 1928. Lima: Orbis Ventures, 2005.
* Licenciado en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín. Actualmente cursa la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica del Perú donde también ejerce la docencia en Estudios Generales Letras.
[1] Léanse los poemas de José Santos Chocano, “Las punas”, “Otra vez será”, “Quién sabe” e incluso en parte, “Blasón”. La constante es la imagen derrotada, resignada, melancólica y conformista del indio; y un paisaje desolado de los andes que pareciera ha influido en el temperamento apocado del indio. Determinismo científico muy común a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, momento en el que las ciencias formales y exactas buscaban una interpretación “real” y “positiva” del mundo, influyendo en las ciencias humanas que pretendían explicar sus particulares objetos de estudio a la manera de la Química, Física, Biología y Matemática. La psicología del indio, según esta concepción, estaría determinada por la geografía de la sierra.

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