A Giuliano Terrones, por la charla y las ideas
Hace un año, la preocupación económica mundial giraba en torno al incremento del precio del petróleo, los alimentos y a la caída progresiva del dólar y del precio de los metales en el mercado internacional. A nivel nacional, a principios de este año recién se sintieron los efectos de estas alzas y bajas. En consecuencia, los estimados mensuales y anuales para la inflación y el crecimiento económico tuvieron que ser reajustados.
A unas cuantas semanas de terminar el 2008, el panorama mundial ha cambiado notablemente: George W. Bush no será más presidente de los EEUU y Barack Obama intentará lavarle el rostro a su país para devolverle no solo la estabilidad económica, sino también, la estatura moral tan venida a menos a nivel internacional durante la última gestión republicana; el barril de petróleo está a casi la mitad de su precio hace un año; el dólar se ha fortalecido en nuestro país; y algunos alimentos, como el trigo y el maíz, ya comenzaron la tendencia a la baja.
Desde que estalló la crisis financiera en los EEUU, diversos analistas han explicado este problema sobre todo, como era de esperarse, desde la economía. En este sentido, los enfoques políticos y sociales han complementando, en un grado menor, estas afirmaciones. Sin embargo, las interpretaciones culturales —me refiero a aquellas que tienen que ver con las ciencias humanas— han preferido, al parecer, observar de soslayo la crisis económica que, definitivamente, dejó de ser estadounidense en la medida que ya alcanzó dimensiones planetarias. Estos apuntes que ofrezco a continuación, tienen por objetivo proponer una interpretación psicoanalítica de la actual crisis económica en los Estados Unidos y, en consecuencia, del capitalismo tardío. Sin mayor pretensión de totalidad, estos apuntes aspiran a iniciar un diálogo con y desde aquella comunidad académica humanística que hasta ahora, a mi parecer al menos en nuestro país, se ha mantenido en un lugar expectante, mas no deliberante, en lo que respecta a la interpretación de la actual crisis económica mundial.
Una primera explicación, desde la perspectiva psicoanalítica, la encuentro en la utopía capitalista del american way of life. Dicha utopía sostiene la fantasía de que el éxito es posible de alcanzar por cualquier individuo. Es decir que, sin importar la posición social u otro tipo de determinismo, todos podemos aspirar dentro del capitalismo a realizar nuestros deseos. Esto, cierto en apariencia, entraña algunas dificultades para su verdadera realización porque el capitalismo no está diseñado para que todos los individuos alcancen el éxito, dicho de otra manera, para que materialicen sus deseos. La desigualdad y la diferencia son connaturales al capitalismo y, de por sí, no son necesariamente negativas o indeseables, sino que constituyen hechos innegables que, en determinadas circunstancias, podrían adquirir un matiz perjudicial. No obstante, si bien las diferencias son cuestiones de hecho, las desigualdades son producto del otorgamiento o la negación de derechos a ciertos individuos, o sea que se trata de una situación que no depende de un determinismo natural, sino de una acción deliberada por parte de quienes ejercen el poder. Entonces, ¿por qué no todos podemos ser Jefferson Farfán, Dina Páucar o Juan Diego Flórez? No porque se trate de una empresa imposible, sino porque el capitalismo permite que las diferencias —que son naturales y de hecho— se conviertan en desigualdades, es decir situaciones intencionalmente provocadas (sugiero leer El discurso de la igualdad de Ángel Puyol para ampliar este punto). Si el capitalismo contemplara la posibilidad de que todos los individuos pudieran realizar sus deseos, ello implicaría desaparecer todas las desigualdades de carácter artificial para que cada uno tome el control y ejercite directamente su voluntad. Sucedería algo similar a la escena de la cinta Todopoderoso, en la cual Jim Carrey interpreta a un relator de noticias a quien Dios en persona le concede todo su poder durante unos días. Este personaje atiende las súplicas y peticiones de todos los seres humanos quienes claman por su realización. En un momento de desesperación y para deshacerse de la molestia de oír a todo el mundo, decide complacer los deseos en su totalidad: el resultado fue el contrario al esperado, ya que todos los ciudadanos que compraron un boleto de lotería ganaron por igual, lo cual generó violencia, vandalismo y reclamos airados de todos los ganadores; en conclusión, el sistema colapsó porque todas las demandas fueron satisfechas por igual. Situación análoga ocurrió con los créditos inmobiliarios ofrecidos por los bancos y financieras en los Estados Unidos: tal como lo dijo un funcionario ante una comisión del Senado estadounidense, la intención que los guio fue cumplir el sueño americano de la casa propia a la mayor parte de ciudadanos. El resultado lo estamos apreciando: no es posible satisfacer a todos por igual, pero cuando se trata de compensar las pérdidas, nada más “democrático” que el capitalismo que nos demuestra que la satisfacción es elitista, mientras que la insatisfacción es generalizada.
Una segunda explicación, como consecuencia de la anterior, tiene que ver con el consumismo. La fase superior del capitalismo, avanzado o tardío como lo llaman Fredric Jameson y Slavoj Zizek, se caracteriza, entre otros aspectos, por lo efímero de los productos de consumo que forman parte de la cultura de masas. La característica más apreciable de un producto ya no es su durabilidad, sino la posibilidad de un constante reemplazo. Zygmunt Bauman, en Vida de consumo, afirma algo semejante: “el consumo es una condición permanente e inamovible de la vida y un aspecto inalienable de ésta, y no está atado ni a la época ni a la historia” (2007: 43). Agrega que “el consumismo es un atributo de la sociedad. Para que una sociedad sea merecedora de ese tributo, la capacidad esencialmente individual de querer, desear y anhelar debe ser separada (“alienada”) de los individuos (…) y debe ser reciclada/deificada como fuerza externa capaz de poner en movimiento a la ‘sociedad de consumidores’ y mantener su rumbo en tanto forma específica de la comunidad humana” (47). De lo expuesto hasta aquí, concluimos que el consumismo es lo efímero. El goce del consumo es una de las demandas, sino la más importante, que el capitalismo exige del individuo. A diferencia de la ética moderna de la cultura de masas de fines del XIX hasta mediados del siglo XX que alentaba el ahorro (“ahorro es progreso”) y valoraba los productos según su durabilidad, la ética posmoderna capitalista “libera” el deseo del sujeto (que paradójica esta palabra: es un término que señala la idea de sujeción) mediante el imperativo del goce, como diría Slavoj Zizek, “goza tu síntoma”; consume y paga después, este mes no pagues, atrévete a cambiar, lo quiero todo, tres por el precio de dos, no te conformes… Todas estas sentencias tienen en común que demandan al individuo a consumir y si no puede, el sistema le otorga una tarjetita de plástico que le asegura el ingreso al paraíso del consumo.
Hace un año, la preocupación económica mundial giraba en torno al incremento del precio del petróleo, los alimentos y a la caída progresiva del dólar y del precio de los metales en el mercado internacional. A nivel nacional, a principios de este año recién se sintieron los efectos de estas alzas y bajas. En consecuencia, los estimados mensuales y anuales para la inflación y el crecimiento económico tuvieron que ser reajustados.
A unas cuantas semanas de terminar el 2008, el panorama mundial ha cambiado notablemente: George W. Bush no será más presidente de los EEUU y Barack Obama intentará lavarle el rostro a su país para devolverle no solo la estabilidad económica, sino también, la estatura moral tan venida a menos a nivel internacional durante la última gestión republicana; el barril de petróleo está a casi la mitad de su precio hace un año; el dólar se ha fortalecido en nuestro país; y algunos alimentos, como el trigo y el maíz, ya comenzaron la tendencia a la baja.
Desde que estalló la crisis financiera en los EEUU, diversos analistas han explicado este problema sobre todo, como era de esperarse, desde la economía. En este sentido, los enfoques políticos y sociales han complementando, en un grado menor, estas afirmaciones. Sin embargo, las interpretaciones culturales —me refiero a aquellas que tienen que ver con las ciencias humanas— han preferido, al parecer, observar de soslayo la crisis económica que, definitivamente, dejó de ser estadounidense en la medida que ya alcanzó dimensiones planetarias. Estos apuntes que ofrezco a continuación, tienen por objetivo proponer una interpretación psicoanalítica de la actual crisis económica en los Estados Unidos y, en consecuencia, del capitalismo tardío. Sin mayor pretensión de totalidad, estos apuntes aspiran a iniciar un diálogo con y desde aquella comunidad académica humanística que hasta ahora, a mi parecer al menos en nuestro país, se ha mantenido en un lugar expectante, mas no deliberante, en lo que respecta a la interpretación de la actual crisis económica mundial.
Una primera explicación, desde la perspectiva psicoanalítica, la encuentro en la utopía capitalista del american way of life. Dicha utopía sostiene la fantasía de que el éxito es posible de alcanzar por cualquier individuo. Es decir que, sin importar la posición social u otro tipo de determinismo, todos podemos aspirar dentro del capitalismo a realizar nuestros deseos. Esto, cierto en apariencia, entraña algunas dificultades para su verdadera realización porque el capitalismo no está diseñado para que todos los individuos alcancen el éxito, dicho de otra manera, para que materialicen sus deseos. La desigualdad y la diferencia son connaturales al capitalismo y, de por sí, no son necesariamente negativas o indeseables, sino que constituyen hechos innegables que, en determinadas circunstancias, podrían adquirir un matiz perjudicial. No obstante, si bien las diferencias son cuestiones de hecho, las desigualdades son producto del otorgamiento o la negación de derechos a ciertos individuos, o sea que se trata de una situación que no depende de un determinismo natural, sino de una acción deliberada por parte de quienes ejercen el poder. Entonces, ¿por qué no todos podemos ser Jefferson Farfán, Dina Páucar o Juan Diego Flórez? No porque se trate de una empresa imposible, sino porque el capitalismo permite que las diferencias —que son naturales y de hecho— se conviertan en desigualdades, es decir situaciones intencionalmente provocadas (sugiero leer El discurso de la igualdad de Ángel Puyol para ampliar este punto). Si el capitalismo contemplara la posibilidad de que todos los individuos pudieran realizar sus deseos, ello implicaría desaparecer todas las desigualdades de carácter artificial para que cada uno tome el control y ejercite directamente su voluntad. Sucedería algo similar a la escena de la cinta Todopoderoso, en la cual Jim Carrey interpreta a un relator de noticias a quien Dios en persona le concede todo su poder durante unos días. Este personaje atiende las súplicas y peticiones de todos los seres humanos quienes claman por su realización. En un momento de desesperación y para deshacerse de la molestia de oír a todo el mundo, decide complacer los deseos en su totalidad: el resultado fue el contrario al esperado, ya que todos los ciudadanos que compraron un boleto de lotería ganaron por igual, lo cual generó violencia, vandalismo y reclamos airados de todos los ganadores; en conclusión, el sistema colapsó porque todas las demandas fueron satisfechas por igual. Situación análoga ocurrió con los créditos inmobiliarios ofrecidos por los bancos y financieras en los Estados Unidos: tal como lo dijo un funcionario ante una comisión del Senado estadounidense, la intención que los guio fue cumplir el sueño americano de la casa propia a la mayor parte de ciudadanos. El resultado lo estamos apreciando: no es posible satisfacer a todos por igual, pero cuando se trata de compensar las pérdidas, nada más “democrático” que el capitalismo que nos demuestra que la satisfacción es elitista, mientras que la insatisfacción es generalizada.
Una segunda explicación, como consecuencia de la anterior, tiene que ver con el consumismo. La fase superior del capitalismo, avanzado o tardío como lo llaman Fredric Jameson y Slavoj Zizek, se caracteriza, entre otros aspectos, por lo efímero de los productos de consumo que forman parte de la cultura de masas. La característica más apreciable de un producto ya no es su durabilidad, sino la posibilidad de un constante reemplazo. Zygmunt Bauman, en Vida de consumo, afirma algo semejante: “el consumo es una condición permanente e inamovible de la vida y un aspecto inalienable de ésta, y no está atado ni a la época ni a la historia” (2007: 43). Agrega que “el consumismo es un atributo de la sociedad. Para que una sociedad sea merecedora de ese tributo, la capacidad esencialmente individual de querer, desear y anhelar debe ser separada (“alienada”) de los individuos (…) y debe ser reciclada/deificada como fuerza externa capaz de poner en movimiento a la ‘sociedad de consumidores’ y mantener su rumbo en tanto forma específica de la comunidad humana” (47). De lo expuesto hasta aquí, concluimos que el consumismo es lo efímero. El goce del consumo es una de las demandas, sino la más importante, que el capitalismo exige del individuo. A diferencia de la ética moderna de la cultura de masas de fines del XIX hasta mediados del siglo XX que alentaba el ahorro (“ahorro es progreso”) y valoraba los productos según su durabilidad, la ética posmoderna capitalista “libera” el deseo del sujeto (que paradójica esta palabra: es un término que señala la idea de sujeción) mediante el imperativo del goce, como diría Slavoj Zizek, “goza tu síntoma”; consume y paga después, este mes no pagues, atrévete a cambiar, lo quiero todo, tres por el precio de dos, no te conformes… Todas estas sentencias tienen en común que demandan al individuo a consumir y si no puede, el sistema le otorga una tarjetita de plástico que le asegura el ingreso al paraíso del consumo.
Aquí resultan también útiles las apreciaciones de Gilles Lipovestky. En La era del vacío, menciona que uno de los resortes que activa el consumismo en la posmodernidad es el hedonismo, ya que una de las demandas más extendidas en la cultura de masas actual es el culto al cuerpo, a la belleza física. La cultura spa, el marketing testimonial y en vivo tipo “llame ahora y obtenga un descuento”, son subproductos de cierta cultura de masas que apuntalan a la industria de la belleza corporal.
En consecuencia, lo que viene sucediendo en los EEUU y en todo mundo es que el capitalismo tardío, es decir, la fase superior del capitalismo globalizado y neoliberal, se está consumiendo a sí mismo como un agujero negro en expansión. La metáfora de un agujero negro es muy ilustrativa para este caso, ya que estos cuerpos estelares no son visibles directamente, sino a través de lo que sucede a alrededor, es decir, se le conoce por sus resultados, pero no sabemos desde dónde actúa. El actual capitalismo transnacional no es ubicuo, sino omnipresente: está en todos lados y en ninguno a la vez. Es como un agujero negro que consume todo cuanto está a su alrededor y, cuando ya se agotaron todas las fuentes, no le queda más que autofagocitarse, mecanismo similar al de los organismos vivientes que entran en una fase de descompensación: obtienen recursos de su propio cuerpo.
La crisis económica mundial nos está demostrando que “los ricos también lloran” y que ellos son tanto o más vulnerables que aquellos que no tienen nada que perder porque ya lo perdieron todo, debido a lo cual estos tienen más posibilidades de acomodarse a las restricciones, puesto que les son más familiares. ¿Es este el inicio del fin del capitalismo? ¿Se trata de una situación parecida a la caída del Muro de Berlín y al derrumbe del socialismo? De ninguna manera. Los paradigmas políticos, sociales, económicos y culturales no desaparecen, sino que se reciclan, se amoldan, se transforman o se acoplan a otros, pero, en todo caso, subsisten de manera distinta. El capitalismo, así como el socialismo, no han muerto; se trata de un punto de inflexión previo a un ajuste que no sabemos si terminó o si durará más tiempo. Tal vez, se avecina el momento en que estos dos grandes paradigmas tengan que llegar a una síntesis armónica. De lo contrario, ¿qué haremos cuando no haya más que consumir? porque el deseo, como lo explicó Lacan, es un imperativo inaplazable que nunca encuentra satisfacción.
El paso del goce del consumo hacia el consumo del goce acaba de comenzar.
En consecuencia, lo que viene sucediendo en los EEUU y en todo mundo es que el capitalismo tardío, es decir, la fase superior del capitalismo globalizado y neoliberal, se está consumiendo a sí mismo como un agujero negro en expansión. La metáfora de un agujero negro es muy ilustrativa para este caso, ya que estos cuerpos estelares no son visibles directamente, sino a través de lo que sucede a alrededor, es decir, se le conoce por sus resultados, pero no sabemos desde dónde actúa. El actual capitalismo transnacional no es ubicuo, sino omnipresente: está en todos lados y en ninguno a la vez. Es como un agujero negro que consume todo cuanto está a su alrededor y, cuando ya se agotaron todas las fuentes, no le queda más que autofagocitarse, mecanismo similar al de los organismos vivientes que entran en una fase de descompensación: obtienen recursos de su propio cuerpo.
La crisis económica mundial nos está demostrando que “los ricos también lloran” y que ellos son tanto o más vulnerables que aquellos que no tienen nada que perder porque ya lo perdieron todo, debido a lo cual estos tienen más posibilidades de acomodarse a las restricciones, puesto que les son más familiares. ¿Es este el inicio del fin del capitalismo? ¿Se trata de una situación parecida a la caída del Muro de Berlín y al derrumbe del socialismo? De ninguna manera. Los paradigmas políticos, sociales, económicos y culturales no desaparecen, sino que se reciclan, se amoldan, se transforman o se acoplan a otros, pero, en todo caso, subsisten de manera distinta. El capitalismo, así como el socialismo, no han muerto; se trata de un punto de inflexión previo a un ajuste que no sabemos si terminó o si durará más tiempo. Tal vez, se avecina el momento en que estos dos grandes paradigmas tengan que llegar a una síntesis armónica. De lo contrario, ¿qué haremos cuando no haya más que consumir? porque el deseo, como lo explicó Lacan, es un imperativo inaplazable que nunca encuentra satisfacción.
El paso del goce del consumo hacia el consumo del goce acaba de comenzar.
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