viernes, febrero 26, 2010

Objetividad, ideología y discurso



Notas sobre el debate acerca de la objetividad en las ciencias sociales




Si bien llego tarde al debate, lo hago con distancia del apasionamiento propio de quien está involucrado en él y con la ventaja de revisar las intervenciones vertidas hasta el momento. Nelson Manrique, Martín Tanaka, Gonzalo Gamio, Carlos Meléndez, entre otros, han intercambiado entradas sobre el tema de la objetividad en las ciencias sociales. De mi parte, solo me queda aportar algunas ideas, aunque tardíamente, a este interesante debate que, más allá de las posiciones sobre el tema, revela los presupuestos teóricos desde los cuales cada interlocutor enuncia su postura. El análisis crítico del discurso (ACD) es una propuesta de investigación muy útil para desentrañar los esquemas ideológicos que subyacen al discurso del sujeto que lo enuncia. Particularmente, considero que la confrontación entre hermenéutica y positivismo es la polémica que subyace a este debate y, a mi modo ver, es el trasfondo ideológico detrás de todas las posturas expuestas.



¿Cuáles son las limitaciones y posibilidades de la objetividad dentro de la investigación en el área de las ciencias sociales? ¿Es la objetividad una pretensión inalcanzable o su búsqueda un indicio que demuestra la rigurosidad de un investigador? Estas son las dos principales interrogantes que,me parece, atraviesan la polémica, a la cual agrego una más ¿Qué ideología está detrás de los discursos a favor de la objetividad y la subjetividad? ¿Qué acciones concretas demandan de los individuos que los asumen?




Nelson Manrique y los grados de objetividad


Nelson Manrique señaló que prefiere hablar "de grados de objetividad que pueden ser mayores en la medida en que seamos capaces de poner bajo control nuestros sesgos conscientes e inconscientes". Desde su punto de vista, es paradójico que la objetividad esté más presente cuando el sujeto es conciente de sus sesgos y no los niega. De esta manera, aquella objetividad que parta del supuesto que no existe nada entre el sujeto y el objeto comete el desliz de ser muy ingenua. No es que Manrique cierre filas contra la objetividad y sostenga que esta no es importante en la investigación: lo que indica es que debemos reconocer que se trata de una pretensión que no podemos satisfacer de manera absoluta, sino tan solo aproximarnos. Entonces, en el grado de aproximación al objeto es que se construye la objetividad.


Entender la objetividad como grado de aproximación equivale a decir que se trata de un proceso, de una construcción, es decir, la objetividad sería un "ir siendo", un estado de cosas que es susceptible de enriquecerse de las diversas perspectivas existentes sobre el objeto. Esto se explica porque un "grado de aproximación" es, en buena cuenta, una escala compuesta por múltiples intentos (individuales o grupales), algunos más logrados que otros. Si aceptamos la premisa de que la objetividad no se agota en una sola exclusiva mirada, contacto o interpretación de la realidad, en consecuencia, aceptaremos también que el resto de interpretaciones pueden complementarse entre sí, sin necesariamente excluirse. Prueba de ello es que, cuando se investiga, luego de plantear la interrogante que conducirá la investigación, no podemos ignorar las investigaciones precedentes a la nuestra. Ellas complementan nuestra hipótesis, ya reforzándola o bien exigiendo su reformulación. En ambos casos, los diversos grados de aproximación al tema en cuestión adquieren una gran importancia para el investigador.



Al incorporar puntos de vista distintos al propio en nuestra investigación y al verificar que nos colocan en un grado más cercano de validez que el ocupado al inicio del trabajo, se prueba que, primero, la objetividad es una (re)construcción, mas no una reproducción (si fuera así no habría posibilidad de aporte ni de avance, sino solo de coincidencia o diferencia de perspectivas), y, segundo, que no se debe ignorar la dimensión intersubjetiva de la investigación científica, porque la ciencia como tal es un discurso sostenido por una comunidad de individuos que contrastan entre sí sus conclusiones rechazando, aceptando y proyectando nuevas y constantes interrogantes y resultados. Lo intersubjetivo se evidencia en la posibilidad de poder "apropiarnos" del punto de vista del otro, es decir, de su subjetividad que, en parte, encierra su grado de objetividad aproximada al problema en cuestión.


¿Existe algún discurso desideologizado?


El otro aspecto de la postura de Manrique que destaco es su abierta crítica al cientificismo positivista, al cual no menciona, pero alude: El pensamiento más crudamente ideológico cree que la ideología distorsiona la percepción de los demás pero no la de uno mismo, porque uno piensa, limpiamente, “en científico”. La impronta del positivismo en las ciencias naturales durante el siglo XIX y parte del XX también se impregnó en las humanidades y en las ciencias sociales. Bajo el imperativo de que toda disciplina que se preciara de ser científica debería poseer un objeto de estudio sensible a la experiencia y que priorizara el método científico de las ciencias naturales como el más idóneo y extensible al resto de ciencias, la comunidad científica de la época entró en una especie de virulencia positivista, la cual se podría resumir en "el que no salta es un hermeneuta". La Literatura del siglo XIX está repleta de una carga utilitaria enorme, sobre todo en la educación: el autor y el lector, por algún tiempo, asumieron que la literatura tenía la función de educar a la población y unificarla mediante la construcción de un imaginario nacional. La función de construir el Estado-nación estuvo, durante mucho tiempo, asignada a la literatura en la escuela. La Historia adquirió la convicción de que era capaz de estudiar, objetivamente, los acontecimientos más relevantes del pasado de una nación sin ningún tipo de distorsión.


Para el positivismo no le es muy grato recurrir a la interpretación, puesto que desconfía de las valoraciones que no tienen como fuente un dato empírico y, debido a que se asume como un discurso que desentraña las causas de los fenómenos que estudia mediante el análisis de datos concretos , se considera libre de todo sesgo que distorsione sus impresión de la realidad. Ese "pensar en científico" supone, ingenuamente, la posibilidad de que el sujeto pueda sustraer su discurso de toda referencia espacio-temporal (valores, creencias, costumbres, identidad, etc.) y producir un enunciado limpio de toda impureza ideológica. De esta forma, la cientificidad radicó exclusivamente en la rigurosa aplicación de una metodología y en el acopio de datos y documentación en perjuicio de la interpretación de los resultados, pues más importante resultaba indagar por las causas de los fenómenos que valorarlos o reflexionar sobre ellos; tomar distancia de los hechos y no adherirse a una causa, bajo el riesgo de distorsionar los resultados.



Concuerdo con la postura de Manrique porque sostener que el discurso científico pueda estar desprovisto de alguna carga ideológica implicaría aceptar que el sujeto que enuncia dicho discurso se encuentra en un lugar privilegiado de observación (un lugar que situaría al sujeto fuera de "la cárcel del lenguaje") o que tiene acceso a una super-visión de la realidad negada para el resto de sujetos poco o nada capacitados en la práctica científica.


Hasta aquí deseo destacar dos conclusiones particulares: a) la objetividad es resultado del consenso subjetivo (en realidad, intersubjetivo), es decir, una construcción progresiva resultante de la integración de diversas perspectivas que, poco a poco, nos aproximan a la comprensión del fenómeno en cuestión, mas no agotan su problematización; y b) es imposible la existencia de un discurso desideologizado.


En la siguiente entrada, volveré sobre la polémica entre positivismo y hermenéutica a propósito de la postura de Martín Tanaka y Gonzalo Gamio.

viernes, febrero 05, 2010

El señor presidente 2010 II: el caso Bayly

Jaime Bayly ¿presidente?

Carlos Meléndez elaboró un análisis muy sucinto y claro acerca de los factores que explican el porqué de la simpatía electoral hacia el aún virtual candidato a la presidencia Jaime Bayly. Hasta ahora es el análisis más concreto que he leído al respecto y que va al fondo del asunto : ¿por qué alguien como Bayly tiene tanta aceptación en nuestro país cuando no se sabe si postulará o no a la presidencia? ¿Su participación banaliza las elecciones? ¿qué partidos se ven afectados con su ingreso a la arena política?

Luego de que Bayly anunciara que le gustaría ser presidente entre broma y broma, diversos periodistas y analistas políticos desestimaron tal proyecto. Interpretaron que se trataba de otra maniobra mediática para llamar la atención como era su costumbre, es decir, no lo tomaron en serio. Pero cuando las encuestas comenzaron a ubicarlo en lugares expectantes por encima de PPK, Marco Arana, Yehude Simon y todos los demás, y tan solo a un punto de Ollanta Humala, ya no es posible seguir tomando a la ligera la posible postulación del otrora "Niño terrible" de los 90.

Explicar las causas de un fenómeno no implica justificar el resultado de las mismas, sino que se trata de un esfuerzo por brindar una explicación. Siguiendo lo mencionado por Meléndez, tenemos que en el Perú la crisis de los partidos políticos se evidencia en la personalización del proyecto político partidario en la imagen del líder, que, en la mayoría de casos, es considerado el candidato natural de la agrupación, puesto que no se realizan elecciones internas que motiven un debate de propuestas. El carisma, la simpatía, el protagonismo mediático o los asuntos de índole privada toman mayor importancia que la difusión del plan de gobierno. El líder de un partido, alianza o movimiento emergente que saque partido de estas características sentirá la suficiente seguridad como para afirmar todo aquello que le plazca y que sepa que tendrá un eco inmediato en la opinión pública. Frente a ello, las ideas inteligentes, el debate alturado o los análisis acuciosos quedan al margen, lamentablemente, para el gran público.

El personalismo de un proyecto político es muy perjudicial para la democracia de partidos porque no solo todo el poder de decisión se concentra en un individuo y sus allegados, sino que el culto a la personalidad aflora de manera inevitable, toda vez que los seguidores no ven otra alternativa dentro de su agrupación. De esta manera, el espíritu crítico se nubla y da paso a la condescendencia cómplice, lo cual insufla de seguridad, y a veces de soberbia, al líder. Muestra de este personalismo es que, en muchas oportunidades, el nombre del partido o la ideología que lo sustenta termina siendo un "ismo" derivado del nombre del líder fundador: marxismo, maoísmo, leninismo, fujimorismo, toledismo, odriísmo, peronismo, etc. (actualmente, algunos analistas consideran vigente la dicotomía hayismo vs. alanismo).

No quiere decir esto que el baylysmo vaya a ser en la nueva ideología de moda ni que pueda convertirse en un pensamiento guía a futuro. Se trata de que el autor de No se lo digas a nadie, conciente o inconcientemente, está girando la tuerca hacia lo que en un futuro mediato podría ser el escenario político nacional: trivialización del debate político, deliberación mediática de la política y personalización del liderazgo político en sujetos mediáticos. Todo ello encaja en lo que Giovanni Sartori denominó videopolítica, es decir, la incidencia de la televisión en los procesos políticos mediante una transformación radical del "ser político" y de la "administración de la política". Este fenómeno tiene larga data en todo el mundo, tanto en dictaduras como en democracias. Nuestra realidad no escapa a esta influencia. Tampoco podríamos afirmar que está empezando con Jaime Bayly. Lo que pienso es que este momento representa un punto de quiebre en la manera cómo se desarrollarán las elecciones futuras en un escenario donde los partidos políticos buscan establecer alianzas o intercambian o adquieren candidatos con popularidad emergente porque en sus canteras simplemente no los tienen.

Lo paradójico es que, a pesar de que todos tenemos claro que los medios hace tiempo establecen la agenda política, los partidos aún no caen en la cuenta de los recursos que deberían explotar para difundir sus proyectos (si los tienen) a sus potenciales electores. Si desde hace dos décadas tenemos la certeza del poder influyente de los medios en la formación e información de la opinión pública, ¿nos debe sorprender de que sea un famoso conductor de TV quien semana a semana vaya incrementando su aceptación en las encuestas aunque no haya oficializado su candidatura?

Si esta tendencia se consolida, tendremos que en las siguientes elecciones los partidos procederán de manera inversa a la tradicional, es decir, desde afuera hacia adentro y ya no de adentro hacia afuera. O sea, dejarán la pesada tarea de instruir políticamente a sus electores y acortarán camino mediante la selección oportunista de algún personaje que les ahorre la captación de votos. Y en eso, José Barba Caballero parece ser un visionario.

Dudo que Bayly llegue a ser presidente. No ha demostrado que pueda sobrevivir mucho a presiones intensas, sino más bien que sabe sopesar las circunstancias para decidir sus acciones. Critica el populismo chavista, pero recurre irresponsablemente al populismo cuando se trata de decidir la suerte del sentenciado Fujimori al punto que propone un referéndum para que la población decida su liberación. Se conduele del sufrimiento de los desposeídos y exige que se invierta más en educación y menos en armas, pero no se disculpa por las expresiones discriminatorias que pronunció cuando comentaba las deficiencias intelectuales de los seguidores de Humala "allá por encima de los 4.000 metros de altura". Se presenta como un demócrata, un defensor de la democracia liberal, pero es capaz de colocarse la camiseta naranja del Fujimorismo sin ningún reparo.

La candidatura de Jaime Bayly debe ser combatida con buenas ideas y lo más pronto posible. Ningunearlo o atacarlo solo incrementará su protagonismo. Lamentablemente, no hay alguien lo suficientemente audaz para desnudar las deficiencias de su posible candidatura. Le temen y cualquier candidato que desee inclinar la balanza a su favor debe tener las agallas suficientes de sentarse con él en su programa y confrontarlo. De lo contrario, no se sorprendan si en la siguiente encuesta lo miran hacia arriba.