miércoles, abril 11, 2012

FEMINISMOS LITERARIOS



Entre todas las teorías de la literatura y la cultura que pude revisar con cierto detenimiento, el feminismo no ocupó un lugar importante en mi formación. Siempre mantuve una actitud distante cuando no de subestimación hacia sus propuestas y más aún sobre sus seguidoras. Como movimiento de lucha para la liberación de la mujer, el feminismo me parecía más fructífero en lo político que en lo académico o artístico. Mi admiración por Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Clarice Lispector, Flora Tristán, Anne Sexton, entre otras, nada tenía que ver con el hecho que hayan sido «escritoras», sino por lo gratificante que significó para mí leerlas y experimentar el mismo placer que por mis «escritores» más apreciados. Ello me condujo a la convicción de que atribuir un género al lenguaje literario era un despropósito; que el talento del escritor merecía una apreciación muy por encima del sexo del autor, por lo cual crear un espacio dedicado a la crítica exclusiva de la literatura escrita por mujeres resultaba absurdo, pues daría lugar a una crítica sexista, precisamente en la orientación opuesta a la que se posicionaba el feminismo. Por ello observaba con mucho recelo al Círculo de Escritoras de Arequipa, cuyos recitales y encuentros —en complicidad con algunos profesores y compañeros— risueñamente los calificábamos como «Té de tías».

Recuerdo que en un encuentro de escritores realizado en Puno el 2003, durante la presentación de una antología de escritores arequipeños, el autor, un connotado profesor de la Escuela de Literatura de la Universidad de San Agustín, fue severamente interpelado por la presidenta del Círculo de Escritoras de Arequipa por no haber consignado en su libro la obra de varias escritoras de la agrupación que representaba quienes hacía mucho tiempo publicaban y organizaban encuentros de alcance internacional. En su opinión, la antología en cuestión ninguneaba el trabajo de las escritoras arequipeñas.

En otra ocasión, mi novia, que a la sazón estudiaba Literatura en San Agustín, a medida que iba adquiriendo notoriedad por sus escritos, recibió una invitación de la propia presidenta para formar parte del círculo de escritoras. No le tomó mucho tiempo rechazar la invitación. Estaba convencida de que integrarse a un grupo de escritores implicaba una autoexclusión que le hacía un flaco favor al reconocimiento literario de las mujeres escritoras, ya que aumentaría la distancia entre las escritoras y los lectores, confinándolas a espacios reducidos para mujeres mayores, lo que casi equivalía al anonimato. Por el contrario, afirmaba enérgicamente que era mejor crearse espacios autónomos y jugar con las mismas reglas que los demás escritores. Su última diatriba contra el feminismo fue a través de las redes sociales justo en el Día Internacional de la Mujer, por motivos similares, lo que le acarreó varios comentarios adversos, la mayoría, de mujeres.

Así como ella, mi mayor reparo ante el feminismo radical era la reproducción de las mismas estructuras de poder del machismo y el sexismo pero en otro sentido. Sin embargo, mi actitud frente al feminismo cambió al leer El género en disputa y Cuerpos que importan de Judith Butler. Me interesó la lectura subversiva que la teórica y crítica estadounidense aplicó al discurso machista sobre todo en el campo de la cultura y la política; y la maquinaria conceptual que ponía en funcionamiento para demoler los supuestos teóricos del pensamiento occidental acerca de la mujer, el cuerpo, el género y el sexo. Con un pie en el activismo y otro en la academia, Butler discute la presunción de que la oposición entre «género» (cultura) y «sexo» (naturaleza) sea estable; más bien sostiene que la categoría «sexo» está determinada culturalmente. Su militancia feminista no le impide reconocer los aportes de Lacan, Foucault, Freud o Lévi-Strauss, a diferencia de un sector de la crítica feminista que se resiste a incorporarlos en sus análisis por considerar que han hegemonizado una teoría machista del saber, pero también se permite problematizar sus ideas.

Pese a la gran influencia que ejerció en el seno de los llamados estudios de género, Butler no goza necesariamente del reconocimiento unánime de la comunidad feminista, posiblemente por su provocadora intervención en torno a la teoría queer que descentró mucho más la noción de género. Lo trans y lo queer no siempre fueron recibidos de buen grado dentro del feminismo, pues había autoras que los descalificaban por relativizar excesivamente la categoría de género. Efectivamente, la propuesta de Butler deconstruyó el binarismo esencialista masculino/femenino y sexo/género en los cuales se enfrascó buena parte de la teoría feminista angloamericana. La lógica aplicada por Butler es que el cuerpo es un texto, los cuerpos narran o dicho de otra manera, que es posible leer los cuerpos porque estos son una escritura. La determinación de la diferencia sexual exclusivamente en masculino/femenino se fundamentó en una rígida correspondencia entre lo biológico y lo cultural, dicho de otra manera, se leyó el cuerpo femenino de una manera distinta a como se leyó el cuerpo masculino y se buscaron justificaciones socioculturales acordes a la interpretación que se hizo de los cuerpos. En apariencia la determinación no obedecía a convenciones culturales sino a la estricta comprobación empírica de la naturaleza de los sexos. Aquí donde entra a tallar Butler, ya que a contracorriente del consenso, afirma que si partimos de que importa mucho como se leen los cuerpos, el sexo —lo supuestamente natural, biológico, empírico, corporal— deja de ser evidente por sí mismo porque se advierte que es una categoría cultural que sobredetermina una forma peculiar, jerarquizante y hegemónica de leer el cuerpo masculino o femenino.

Y aunque estas divergencias confirmen que el feminismo distaba mucho de ser un cuerpo unificado de pensamiento, también corrobora sus paradojas teóricas: el reemplazo de un esencialismo masculinista por otro feminista y la consecuente persistencia en una definición excluyente y reductiva de los géneros que los ubica en una estructura dual que identifica un cuerpo con un género y un sexo normativos. Por esta razón, es que a algunas feministas les cuesta aceptar lo trans y lo queer, ya que estas categorías son a su vez el «otro» del sujeto femenino, lo que las obliga a replantear su propia postura como otredad de un centro machista y reconocer que eventualmente podrían constituirse como un nuevo centro de poder. La crítica lesbiana, negra y poscolonial añadieron nuevas variantes a los estudios de género como la etnia y la clase social, estas últimas algo descuidadas al menos por la teoría feminista angloamericana.

La creencia de que el feminismo formaba un corpus teórico sin fisuras estaba muy lejos de la verdad. En Teoría literaria feminista (1995), Toril Moi presenta dos de las principales escuelas teóricas del feminismo contemporáneo: la angloamericana y la francesa. Aclara, además, que existen por lo menos tres feminismos: a) el igualitario-liberal, que aspira a la igualdad de derechos entre ambos sexos; b) el radical, que resalta la diferencia sexual a favor de la femineidad y abiertamente confrontacional frente al orden masculino; y c) el «deconstructivo», que niega la dicotomía esencialista masculino/femenino y propone una descentración de la noción de género y sexo.



Moi explica, comenta y discute los trabajos de las principales teóricas de ambas escuelas con suma agudeza. No oculta su mayor filiación a la escuela francesa y sus profundas discrepancias con la angloamericana a la cual reconoce logros políticos pero muy escaso aporte a la teoría literaria, ya que, a su modo de ver, terminó insertándose dentro del humanismo machista que se empeñaba combatir y por las reductivas interpretaciones de la literatura inglesa escrita por mujeres. Por ejemplo, detalla cómo la obra de Virginia Woolf fue erróneamente desestimada porque consideraban que la experimentación del lenguaje y la técnica narrativa impedían identificar una voz femenina que corresponda con la experiencia vital de la autora. Si bien esta aproximación al texto literario no fue extensiva a todas las críticas feministas angloamericanas, el biografismo era recurrente en los trabajos de las primeras teóricas del feminismo en los Estados Unidos, orientación contraria a «la muerte del autor» desarrollada Roland Barthes en Europa, quien reclamaba un retorno al análisis textual. De otra parte, la autora rescata de un sector del feminismo angloamericano la necesidad de estudiar por separado la literatura escrita por mujeres, debido a que existen innegables condicionamientos sociales, políticos, económicos, estéticos y sexuales sobre las escritoras, su obra y la recepción de las mismas, pero no porque en esencia sus textos sean distintos a los escritos por hombres.

En contraste a la resistencia de las feministas angloamericanas frente a la teoría y la crítica, las feministas francesas capitalizaron a su favor a Lacan, Derrida, Foucault, Barthes, Althusser, Freud, Marx y, por supuesto, Simone de Beauvoir. Los trabajos de Hélène Cixous, Luce Irigaray y Julia Kristeva realizan una travesía intelectual por la lingüística, el psicoanálisis, la antropología, la literatura, la filosofía y la historia. La excentricidad poética de los trabajos de Cixous, el emplazamiento de la lectura freudiana de la mujer (que le costó a Irigaray la expulsión de la Escuela Freudiana) y la desbordante erudición teórica de Kristeva, que combina lingüística, literatura, semiótica y psicoanálisis, le imprimen una gran dosis de glamour intelectual a la escuela francesa muy proclive a la recurrencia de su propia tradición filosófica. En comparación con la escuela angloamericana, acercarse a la obra de estas tres teóricas requiere de un examen previo de las principales cuestiones de la deconstrucción, psicoanálisis y el marxismo sin lo cual se dificulta la comprensión de sus propuestas.

A estas alturas sería necio desconocer que la teoría feminista ha sido una de las corrientes de pensamiento más transgresoras de la última mitad del siglo XX y que ha aportado nuevas categorías a la teoría crítica contemporánea. Es uno de los grandes discursos sobre la subjetividad que problematiza las definiciones esencialistas y normativas acerca del sujeto, la naturaleza, el cuerpo y la cultura. El mayor desafío que le aguarda al feminismo es consolidarse como una cosmovisión que trascienda el género para convertirse en una propuesta integral y permeable a la incorporación de conceptos y categorías sin detenerse en el sexo de quien los desarrolla. En tal sentido, Butler y Moi me parece que ofrecen una lección de coherencia y alerta intelectual ante la amenaza de reemplazar un poder por otro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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