miércoles, noviembre 27, 2013

LA SEDUCCIÓN DE LA TEORÍA



A diferencia de la crítica, se suele afirmar que la teoría literaria reflexiona sobre los fundamentos de la interpretación literaria, es decir, se asocia la sistematización de conceptos, categorías y métodos a la teoría, y la aplicación de estos a la crítica. Pero las fronteras entre ambas actividades no siempre son tan claras: la teoría es una actividad, es una práctica, un saber-hacer; aparte, la crítica deviene teoría cuando emerge un principio organizador que provee un marco de inteligibilidad para analizar, comprender, explicar e interpretar el hecho literario, o también imágenes, sonidos, conductas, o cualquier tipo de discurso, en general, toda clase de enunciado que transmita sentido. Así, luego de atravesar un vasto corpus de discursos, es frecuente que el crítico adquiera algunas convicciones sobre el modo de abordar la literatura, el cine, el teatro, la pintura, la música, etc.

Jonathan Culler señala que la teoría se define por su impacto en otras áreas de conocimiento más allá de la matriz donde tuvo su origen. En este sentido, el psicoanálisis influyó en la sociología y la crítica literaria; lingüística y antropología sentaron las bases del estructuralismo que a su vez influyó también en la crítica literaria. La crítica marxista de la sociedad y de la historia brindó a la crítica literaria un marco teórico que luego fue reelaborado por la Escuela de Frankfurt y los Cultural Studies para aplicar el marxismo al análisis de la cultura de masas. Estos saberes además del feminismo, la deconstrucción, la teoría de la recepción y tantos otros sistemas de ideas conforman lo que a menudo se denomina teoría literaria, que no se trata exclusivamente de la reflexión sobre asuntos literarios, sino la mayor de las veces, sobre cuestiones que, en principio, no tienen relación directa con la literatura. De allí que un reclamo constante entre quienes siguen apostando por una crítica inmanentista, es decir, basada en la autonomía del hecho literario, lo cual exigiría aproximarnos a él partiendo de su condición esencial, su literariedad. Aquellos consideran que la teoría lejos de esclarecer, oscurece la comprensión de la obra literaria y que desplaza al crítico hacia saberes distantes de su especialidad como filosofía, historia, psicoanálisis, sociología, antropología, ciencias políticas, etc. 

Quien se dedique con empeño a los estudios literarios podrá tener tus filiaciones y animadversiones por ciertos autores y tendencias, pero indefectiblemente no podrá ignorarlos. “Nadie que estudie literatura puede permitirse el lujo de no estudiar teoría deteniéndose en sus problemas y en sus eventuales soluciones”, advierte Murray Krieger. Esa demanda constante podría desalentar al más entusiasta investigador. Ni bien se instala un paradigma, aparece otro que lo rebate y así sucesivamente. Es así que emprender la tarea de dominar la teoría puede ser tan frustrante como negarse a atravesarla. 

No obstante, por más sistemática, reveladora, funcional o seductora que pueda parecer una teoría, no garantiza éxito alguno al crítico. Del dominio de la teoría no se sigue la obtención de un sentido incontrastable; por el contrario, si el quehacer teórico estuviera dominado por la fijación de conceptos, habría que sospechar de esa teoría, pues nada más antiteórico que la devoción acrítica por una teoría. 

Me interesa enfatizar en este punto los riesgos que supone la seducción de la teoría. Ciertos usos rudimentarios de la teoría revisten de glamour y poder a quienes la instrumentalizan mecánicamente. Un ejemplo es la violencia epistémica ejercida por quienes apelan a la teoría sobre una audiencia que no puede replicar sus afirmaciones. Argumentos del tipo “para reclamar reformas en las relaciones de poder primero hay que poseer solvencia académica”, es decir, condicionando la participación política a la excelencia académica, colocan una barrera allí donde habría que reteorizar la política y repolitizar la teoría. 

El antídoto frente a esta tentación es el desprendimiento, el abandono y la travesía, metáforas más que categorías mediante las cuales Roland Barthes resolvió atravesar el marxismo, la semiótica, el estructuralismo y el postestructuralismo, abandonando, retornando, partiendo nuevamente, pero sin adhesiones infinitas ni rechazos a destiempo.

El gran peligro, la primera tentación de la teoría es la seducción. Porque una vez seducido, el crítico reducirá sus análisis a los dictámenes de la teoría y, lo que es más grave, hará tabula rasa de la especificidad de su objeto de estudio. La teoría seduce, entre otras razones, porque quienes la invocan con fines instrumentales están convencidos de que les garantiza un lugar seguro. Y si logramos advertir esta seducción habría que recusar inmediatamente esa teoría porque la teoría es la práctica de una actividad contraria al establecimiento de lo definitivo.

La multiplicidad de experiencias, valores y sentidos de la literatura descoloca cualquier propósito reductivo de la teoría. Es por eso que atender a la especificidad del hecho literario será menester a fin de evitar que la teoría allane sus peculiaridades y se sirva de la literatura solo para comprobar sus hipótesis. Esta actitud “normalizadora” es muy extendida en los estudios literarios contemporáneos. Tiene estrecha relación con la divulgación acrítica, cuando no devocional, de categorías, métodos, obras, corrientes y autores.

El abuso de la teoría se observa en la reducción de la literatura efectuada desde la teoría, cuando se hace un uso circular, redundante, tautológico, en otras palabras, cuando la teoría se lee a sí misma. La teoría no precisa de la literatura para nombrarse, hacerlo implica un uso rudimentario de la teoría. Lo que esta debiera alentar es su permeabilidad ante la especificidad de la literatura, pues, en tanto objeto de estudio, esta también es susceptible de generar desplazamientos en la teoría. Una teoría que no está dispuesta a descolocarse, solo verá en la literatura un insumo del cual obtener provecho para su propia sostenibilidad.

Un indicio favorable del aprovechamiento de la teoría es el cultivo de un estado de alerta perpetuo ante la obviedad y el sentido común. De lo contrario, la teoría nos encapsulará en una perspectiva excluyente. Por ello atravesar la teoría es la experiencia más aconsejable, no abrazarla ni rechazarla fervientemente sino listos para abandonarla o volver. 

Todo lector posee una “teoría literaria” producto de sus lecturas. Esta experiencia acumulada sirve de marco interpretativo para otros textos. Son preconcepciones que aprueban o descalifican lo que leemos o que podrían modificarse al encontrarnos con textos que descoloquen tales preconceptos. La evidencia más sencilla de que la literatura motiva cambios en nuestra “teoría” la hallamos en los giros de interpretación de una obra a la cual volvemos luego de explorar otras.

Alentar el olvido de la teoría, despreciar el valor de la crítica a favor de un contacto puro con la obra literaria o denostar la crítica con el argumento del escritor frustrado fomenta una lectura irresponsable e ingenua. No dejarse seducir por la teoría y no emplearla como garantía de sentido son dos precauciones que por el momento me interesar destacar. La teoría no garantiza una crítica inexpugnable ni su dominio hará del especialista un gran crítico. A lo sumo podrá convertirlo en un diligente divulgador si es que no cultiva un estado de alerta perpetua ante el abuso de la teoría. Ejercer el desacuerdo y la disidencia, con esa contundencia con la que Foucault insistió en no ser gobernado “de esa forma y a ese precio” es el actual desafío de la crítica.

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