Según Freud, la creatividad
artística era un misterio. Y si bien estimó que la esencia de la función artística
era psicológicamente inaccesible, sostuvo que el psicoanálisis podría explicar
el proceso creativo indagando en los condicionamientos y propósitos que
subyacen al trabajo del artista. Freud dedicó varios ensayos a la obra de
escritores, pintores y escultores, en los cuales expuso sus aproximaciones
psicoanalíticas al estudio del arte. «La interpretación de los sueños» (1900), «La
creación literaria y el sueño diurno» (1906), «El delirio y los sueños en la “Gradiva”
de W. Jensen» (1907), «Un recuerdo de infancia de Leonardo de Vinci» (1910), «El
Moisés de Miguel Ángel» (1914), «Un recuerdo de infancia en “Ficción y verdad”
de Goethe» (1917) y «Dostoievski y el parricidio» (1928) reúnen las principales
reflexiones freudianas sobre la creación artística.
«Un recuerdo de infancia de
Leonardo de Vinci» expone, luego de explorar los primeros años de vida del genial
artista y científico florentino, las claves de su enigmática personalidad. Una
anécdota de la infancia de Goethe permite a Freud delimitar algunos rasgos
fundamentales de la personalidad del autor de Fausto. El análisis de los personajes de Los hermanos Karamazov y de la biografía de Dostoeivski apuntan a sustentar la existencia de rasgos neuróticos
y sadomaquistas en el novelista ruso. «El delirio y los sueños en la Gradiva de
Jensen» nos ofrece una metodología para el psicoanálisis de la literatura. En
este ensayo, Freud analiza clínicamente al personaje descrito por el escritor
Jensen en una novela titulada Gradiva, que narra la aventura de un joven
arqueólogo alemán, Norbert Hanold, quien fascinado por un bajo relieve romano
que representa a una joven andando,
llama a esta joven «Gradiva», la que avanza. Hanold construye sin cesar
hipótesis sobre esta joven y se interesa principalmente en su modo de andar; luego
bruscamente siente deseos de ir a Pompeya y cede a este impulso.
De los ensayos dedicados por
Freud al proceso de creación artística, me interesa destacar algunas
conclusiones. En primer lugar, la obra literaria surge en el inconsciente y
casi siempre posee un origen sexual, pues Freud asumía que todo deseo obedecía a
una pulsión sexual alojada en el inconsciente. Para el psicoanálisis freudiano la
inspiración artística se origina en el inconsciente del artista. Freud ubicó al
inconsciente en el «lado oscuro» de la mente humana, y lo representó como el
depósito de nuestras pulsiones, deseos y
temores más secretos. El inconsciente, objeto de estudio del psicoanálisis,
es aquel lugar del psiquismo humano que contiene las pulsiones innatas y los
contenidos reprimidos por el individuo, a los que no tiene acceso su consciente.
Se trata de un concepto descriptivo, estático, y a su vez, dinámico, que refiere
a la existencia de fuerzas ocultas que tienen la aspiración de hacerse
conscientes. Esto implica la existencia de una fuerza antagónica: la represión.
Este mecanismo de defensa del
yo actúa sobre el deseo y se produce porque la satisfacción del deseo entra en
conflicto con la censura social. Los contenidos reprimidos solo pueden acceder
a la conciencia después de haber sufrido la deformación de la censura. Los
elementos que han sido reprimidos pero nunca anulados por la censura tienden a
reaparecer de manera disfrazada. A esta tendencia de las manifestaciones
inconscientes de salir a la superficie se denomina «retorno de lo reprimido».
El producto de esa deformación que adopta lo reprimido para hacerse presente —síntoma,
sueño, símbolo, lapsus, chiste y en general cualquier producto del inconsciente—
se le conoce como «formación de compromiso».
La obra literaria es una
formación de compromiso situada entre dos tendencias contrapuestas: por un lado,
necesidad de expresión del «ello» del escritor y el control de su «yo» y «superyó». Freud
señala que para que sea posible el retorno de lo reprimido tienen que debilitarse
las defensas del inconsciente y, paralelamente, acontecer un refuerzo de la
tensión pulsional. En este sentido, la literatura vendría a ser una
satisfacción perversa de los deseos
inconscientes. Perversa pues no se trata de una satisfacción directa sino
indirecta. Entiéndase por «perversos» aquellos elementos que no van encaminados
directamente a su finalidad genital-sexual, sino que buscan placer por otros medios.
Por lo tanto, están desviados de su finalidad originariamente sexual. La
literatura —el arte en general— ofrece, según el modelo freudiano, una válvula
de escape para estos deseos conflictivos.
En segundo lugar, Freud advirtió
que la sublimación —otro de los mecanismos de defensa del yo— actúa sobre el
material reprimido convirtiéndolo en cultura, es decir, en un material simbólico
socialmente aceptable, donde el arte y
la ciencia son las principales manifestaciones sublimadas. La sublimación es un
proceso por el cual el «yo» —regido por el «principio de realidad»— negocia los
impulsos del «ello» —dominado por el «principio de placer»— que entran en
conflicto con el «superyó» —que contiene las normas morales impuestas por la
sociedad con el objetivo de asegurar un comportamiento correcto— transformándolos en material inofensivo,
complaciendo así a las fuerzas en conflicto. En Nuevas aportaciones al psicoanálisis, Freud definió la sublimación
como «una cierta modificación de finalidad y de cambio de objeto en la cual
entra en consideración nuestra evaluación social». De este modo, la sublimación
ofrece una salida al dilema en que se ve envuelto el yo, agobiado entre las
demandas del ello y el superyó.
Finalmente, y en relación con
el punto anterior, Freud anota que los contenidos del ello se proyectan hacia
el yo a través de la libido (energía de la pulsión sexual), lo cual hace
posible su desexualización, es decir, que la libido se reoriente hacia
actividades no sexuales. A este proceso lo denomina «narcisismo secundario», que consiste en proyectar la libido hacia
objetos exteriores de naturaleza no sexual. Este repliegue de la libido sobre
el creador le parece a Freud imprescindible para la realización de toda
actividad artística.
El origen sexual de la
creatividad artística es el punto más controversial del psicoanálisis freudiano.
Freud estableció que la energía necesaria para la creación es de naturaleza
erótica y que el escritor sublima sus impulsos eróticos en la escritura porque
en la realidad hay algo que le impide descargar directamente esos impulsos. En
resumen la frustración sexual (entiéndase la frustración por realizar cualquier
deseo proveniente del inconsciente, incluso los no sexuales) conduce al artista
hacia la creación. Es así que el Eros —el instinto de vida, la pulsión que
conduce al sujeto de manera positiva hacia el objeto— es el tipo de energía más
flexible y expansiva; por lo tanto es lógico que sea la energía erótica y no la
agresiva —Tánatos, el instinto de muerte— quien proporcione el material para la
creatividad en el arte.
El psicoanálisis halló en la
creación literaria un espacio donde investigar porque la ficción es un producto
de la conciencia del autor y de los personajes que lo habitan. De allí que Freud
planteara relaciones entre la creación onírica y la creación literaria. Según el
psiquiatra y escritor español Carlos Castilla del Pino, a pesar que centremos
nuestra atención exclusivamente en el texto, sin tomar en cuenta el
inconsciente del autor, su biografía o su comportamiento social, el sujeto sigue
siendo necesariamente el «objeto» de todo psicoanálisis, aunque el texto sea el
conjunto de «síndromes» que nos permite interpretar su conducta. La crítica
psicoanalítica es siempre un psicoanálisis del autor. La única diferencia entre
la clínica psicoanalítica y el psicoanálisis crítico de la literatura es que
esta última no puede tener como objetivo el alivio del sufrimiento del sujeto.
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