viernes, marzo 30, 2012

LOS ASESINOS DE LA MEMORIA

Museo de Sitio y Archivo Provincial de la Memoria – Córdoba, Argentina




Arturo Caballero

Este artículo inicia un proyecto que pretende dar a conocer los lugares de la memoria del Cono Sur de América Latina -Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Perú-, desde una perspectiva vivencial a partir del contacto con las ciudades, sus habitantes y las narrativas que sobre la memoria prevalecen en el imaginario colectivo, o las que luchan contra las narrativas del olvido que defienden los «asesinos de la memoria». El trabajo académico no estará de todo ausente; sin embargo, pues uno de los objetivos finales del proyecto es que cualquier persona interesada en el tema lo explore sin dificultades. Por ello el registro de los artículos estará a medio camino entre la crónica de viajes, el artículo de opinión y el ensayo académico.


En diciembre del año pasado, poco antes de regresar al Perú, visité el «D2», un centro clandestino de detención donde se torturaba y encerraba a sospechosos de terrorismo; en realidad, a cualquier ciudadano que tuviera la desdicha de ser secuestrado por agentes militares y policiales sin mediar explicación o derecho a ejercer la legítima defensa. Durante la década del 70 funcionó como Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTE). Lo sorprendente es que este centro de detención haya operado sin mayores dificultades en el pasaje Santa Catalina, entre la Catedral y el Cabildo, y a 50 metros de la Plaza San Martín, es decir, en pleno corazón de la ciudad. Hoy es un Museo de Sitio y Archivo Provincial de la Memoria, uno de los lugares de la memoria más emblemáticos de Córdoba, cuyo gobierno provincial se encarga desde 2006 del mantenimiento de las instalaciones que albergan una muestra permanente de documentos, imágenes y ambientes que evocan el horror infligido a las víctimas sobre todo en la etapa más oscura de esta dependencia durante el gobierno de la Junta Militar en la Argentina (1976-1983). El análisis de los documentos de las fuerzas de seguridad indica que por aquí pasaron aproximadamente 20.000 personas entre 1971 y 1982.

El D2 ocupó un lugar especial dentro de la estructura de la Policía Provincial. Fue creado para combatir un tipo de delito difusamente tipificado como «subversión», ya que toda manifestación social, política o cultural interpretada como peligrosa por los agentes de seguridad del Estado podía ser calificada como subversiva a tal punto que varios libros de literatura infantil, entre ellos algunos de la escritora María Elena Walsh fueron censurados y sacados de circulación por considerar que inculcaban ideas radicales a los niños. Los militares se sentían en la obligación moral de preservar a la niñez de aquellos libros que —a su entender— ponían en cuestión valores sagrados como la familia, la religión o la patria. La Torre de Cubos, de la escritora cordobesa Laura Devetach, y un Elefante ocupa demasiado espacio, de Elsa Bornemann integran la extensa lista de libros infantiles censurados por la dictadura. Ni siquiera los adolescentes estuvieron libres del acoso de los agentes de seguridad destacados en el D2. En una de las salas del museo hay una muestra permanente con fotografías de los estudiantes desaparecidos de la Escuela Alejandro Carbó. Un episodio similar ocurrió en la ciudad de La Plata cuando un grupo de estudiantes secundarios que luchaban por la reincorporación del boleto escolar gratuito fueron brutalmente secuestrados y torturados durante meses en un centro clandestino de detención. La edad de estos jóvenes oscilaba entre los 14 y 18 años.

La persecución ideológica organizada desde el Estado tiene una larga tradición en la Argentina. A principios del siglo XX, la «Ley de residencia» fue aplicada contra inmigrantes anarquistas, socialistas y cualquier grupo político considerado peligroso. La policía fue la cara visible de la represión a huelgas dirigidas por movimientos obreros y estudiantiles; sin embargo, también existieron divisiones parapoliciales que actuaban en la clandestinidad y gozaban de impunidad y de la complacencia del poder político que eventualmente recurría a ellos para combatir la subversión de manera «más efectiva y silenciosa».

La Junta Militar utilizó los recursos del Estado para sostener su persecución ideológico-política a estudiantes, activistas sociales, sindicalistas, militantes de partidos de izquierda, miembros de grupos armados y a todo aquel sospechoso de participar en actividades subversivas. El secuestro, la tortura, el encierro, la desaparición y el asesinato fueron los principales métodos utilizados por los agentes asignados al D2, quienes en diferentes ocasiones actuaron conjuntamente con las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares como el Comando Libertadores de América (CLA) y la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A).

En 1972 el Departamento de Informaciones de Córdoba recibió mayor presupuesto y personal con la finalidad de incrementar las tareas espionaje, organización de la información obtenida, detenciones, secuestros, interrogatorios y torturas de personas consideradas como una amenaza para el orden social. Los periodos de mayor represión y crímenes ocurrieron entre 1974 y 1979 cuando el D2 estuvo a cargo de ese departamento policial. Durante esos años, estuvieron al mando el Insp. Mayor Ernesto Julio Ledesma (1974-1975), el Crio. Insp. Pedro Raúl Telleldín (1975-1977) y el Crio. Juan Fernando Esteban (1977-1979). Los vínculos de la Policía Provincial con la política eran de tal dimensión que en febrero del 74 el Tte. Cnel. Domingo Navarro, jefe de la Policía de Córdoba, lideró un alzamiento conocido como el «Navarrazo» cuyo desenlace fue la destitución del gobernador electo y la intervención federal en el gobierno provincial.

En marzo de 2006, en el contexto de los 30 años del golpe de Estado que llevó a los militares al poder, los legisladores provinciales de Córdoba aprobaron unánimemente la ley 9286, conocida como «Ley de la Memoria», la cual dispone la implementación de la Comisión Provincial de la Memoria, la creación del Archivo Provincial de la Memoria y la ubicación de ambas instituciones en las antiguas instalaciones del Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba, más conocido como «D2». La cesión de este lugar a la Comisión Provincial de la Memoria fue un hecho histórico dentro del proceso de lucha de los organismos de Derechos Humanos por la construcción de Memoria, Verdad Histórica, Justicia y Reparación Social frente a las graves violaciones a los Derechos Humanos.

Un elemento que le brinda representatividad a la Comisión son las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones estatales que la conforman como la filial de Abuelas de Plaza de Mayo, la Universidad Nacional de Córdoba, la Asociación de Ex Presos Políticos, H.I.J.O.S. y Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, además de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la provincia. De este modo, el Museo de Sitio, ex D2, se integra más eficientemente a la vida de la comunidad que lo rodea superando la idea tradicional que se tiene acerca de los lugares de la memoria como simples espacios monumentales, exhibición descarnada del horror o recuerdo sin reflexión.

Al respecto, la gestión Kirchner asumió una postura totalmente opuesta a la política del olvido de sus predecesores, derogando la ley de punto final promulgada durante el gobierno de Carlos Menem, a través de la cual se amnistió a los militares que unos años antes fueron sentenciados culpables por los crímenes cometidos durante la dictadura lo que permitió que se les juzgue en la Argentina y no en España como lo había solicitado el juez Baltazar Garzón por los delitos cometidos contra ciudadanos españoles. El gobierno de Néstor Kirchner derogó la amnistía, rechazó la extradición, pero reabrió los juicios que culminaron en la encarcelación de los artífices de la violencia de Estado. Asimismo, cada 24 de marzo desde 2006 se celebra en toda la nación el Día de la Memoria, como recuerdo de la fecha en que se produjo el golpe de Estado que inició la dictadura militar más sangrienta de la historia argentina. En Córdoba, todos los jueves, a lo largo del pasaje de Santa Catalina, se muestran las fotografías de los desaparecidos en el D2. Las imágenes van acompañadas de sus datos personales, la fecha de su desaparición y su profesión u oficio.

Un lugar de la memoria no se reduce a una edificación o monumento que periódicamente se convierta en un espacio de conmemoración o una mera exposición de testimonios e imágenes. La exhibición del horror en sí mismo no es suficiente para reflexionar acerca de lo que allí vivieron las víctimas. Los lugares de la memoria tienen una labor más activa: la capacidad de integrar las memorias personales dentro de un gran relato que trascienda la suma de las partes mediante el contraste de versiones particulares, de lo público y lo privado. Por ello la construcción de un gran relato sobre la memoria basado en la pluralidad es el mejor antídoto contra el olvido y el mejor recurso para mantener a raya a los asesinos de la memoria.

jueves, marzo 29, 2012

CRIOLLOS ILUSTRADOS O LA RACIALIZACIÓN DEL SABER




Uno de los ensayos que más me cautivó el año pasado por su profundidad analítica y claridad metodológica es La hybris del punto de cero (2005) en el cual Santiago Castro-Gómez sostiene que la ciencia ilustrada del siglo XVIII fue un instrumento para el control político de las poblaciones subalternas en la América colonial —concretamente en el virreinato de la Nueva Granada donde sitúa su análisis— es decir, que constituyó un elemento fundamental para la colonialidad del poder, lo que implica que la modernidad no fue una superación del colonialismo, ni su antítesis, sino su otra cara. Ello se explica por la convicción ampliamente generalizada entre los pensadores ilustrados europeos y americanos de que la ciencia podía explicar objetivamente los fenómenos de la realidad, entre ellos a las culturas periféricas. Este modo de observar la realidad es lo que el autor denomina punto cero, «una plataforma neutra de observación que, a su vez, no puede ser observada desde ningún punto». Situado en este lugar privilegiado, el observador tampoco puede ser cuestionado.

En consecuencia, el científico o filósofo ilustrado criollo forjó una superioridad avalada por un saber que se define como superior y objetivo, y por su articulación con un proyecto imperial de dominación política y cultural basado en una aparente superioridad étnica. La limpieza de sangre, fervientemente defendida por las élites criollas latinoamericanas, funcionó como un filtro sociocultural que impidió, no sin algunos tropiezos, la movilidad social en una sociedad de castas como fue la América española colonial. Así fue como el poder imperial, apuntalado por el discurso científico ilustrado, ejerció un control biopolítico sobre la vida social durante la Colonia.

Las implicancias políticas, culturales y sociales de esta postura científica son analizadas utilizando como marco teórico los estudios culturales, la teoría poscolonial y el análisis del discurso, además de algunas categorías de pensadores latinoamericanos como la colonialidad del poder, desarrollada por Aníbal Quijano, Walter Mignolo y Enrique Dussel; y europeos como la biopolítica de Michel Foucault, habitus y capital cultural de Pierre Bourdieu, y las reflexiones de Edward Said sobre Oriente y Occidente.

El primer capítulo desarrolla conceptos que posteriormente serán aplicados al estudio de casos en la sociedad de la Nueva Granada. Aquí se establecen las relaciones entre el proyecto colonial y el proyecto de la Ilustración con el fin de desarrollar la idea de que la Ilustración fue un proceso resultado de una doble construcción desde el centro europeo y de la periferia americana. Siguiendo esta hipótesis, la Ilustración no posee solo uno sino diversos lugares de enunciación. Sin embargo, se interesa más en la dinámica de la Ilustración en la Colombia virreinal, en analizar cómo se leyó e interpretó la Ilustración en este lugar, más que si fue bien o mal entendida por la intelectualidad local. Por ello concentra su análisis en la manera cómo la intelectualidad criolla tradujo el ideal de la ilustración y lo reacomodó para la consecución de sus propios fines: mantener un status quo de dominación legitimado científicamente.

El giro epistemológico que operó en Europa a partir del siglo XVII sustituyó el estudio de la experiencia vital y la observación de la realidad —una concepción práctica del conocimiento— por otra más racionalista y escolástica que apuntaba a la formalización del lenguaje científico tomando como modelo a la lógica y la matemática para universalizar una gramática científica susceptible de ser comprendida en cualquier circunstancia y por consiguiente descontextualizando su objeto de estudio. Las ciencias exactas y las formales emergieron con mayor protagonismo que las antiguas disciplinas organizadas sobre la base del lenguaje oral.

La Ilustración, anota el autor, consideraba que una gramática universal de las lenguas se sustentaba en una racionalidad también universal accesible a todo el género humano más allá de sus particularidades culturales. Para ello era necesario desarrollar un lenguaje científico que uniformizara criterios y sirviera para analizar e interpretar el lenguaje cotidiano. De este modo, el discurso científico se erigió como un lenguaje superior a otras formas de conocer el mundo, pues se autoubicaba en una perspectiva aparentemente neutral y objetiva, (punto cero de observación). Aquel lenguaje científico se preciaba de reflejar «de forma más pura la estructura universal de la razón».

De otro lado, los imperios coloniales impusieron una política colonial del lenguaje a través de la cual el saber se registraba y reproducía a través de la escritura y en la lengua dominante. Sostener actualmente que la lengua castellana fue un instrumento de dominación colonial no es ninguna revelación, pero sí lo es afirmar que Europa recién ingresó a la modernidad con el descubrimiento de América y no antes, y que para efectos de expansión y dominio coloniales esta política imperial del lenguaje fue apoyada por una política imperial de la ciencia, es decir, que el discurso científico de la Ilustración fue también un discurso colonialista, pues sirvió para controlar territorios y las poblaciones sobre las cuales se extendió bajo la dirección de las mentalidades locales influidas por una Ilustración ya consolidada en la Europa del siglo XVIII.



La inquietud por la organización de la vida social y por el dominio de un conocimiento que garantice el control de la realidad se origina en el proyecto de Cosmópolis el cual articula la ciencia con la política para controlar la producción y expansión de conocimientos convenientes a los Estados que asumen la Ilustración como modelo de progreso. A partir del siglo XVIII, los estados imperiales buscaron situarse en un punto cero para asegurar que la sociedad sea «observada desde un lugar neutro de observación, no contaminado por las contingencias relativas al espacio y el tiempo». Entonces, se esperaba que las estructuras sociales funcionaran de acuerdo a las leyes que regían el cosmos, para lo cual hubo que echar mano de un conocimiento ya no empírico y diverso sino racional, universal y escolástico. El Estado se encargaría de organizar racionalmente la vida social de manera análoga al orden natural del cosmos.

Asimismo, la Ilustración alentó la negación de simultaneidad, o sea, considerar que solo algunas sociedades avanzan mientras que otras se estancan rechazando la posibilidad de que cada cultura se desarrolla paralelamente a otras pero de acuerdo a sus propios condicionamientos espacio-temporales. Ciencia, técnica y economía fueron los criterios mediante los cuales se evaluó el grado de progreso/atraso de las sociedades periféricas a Europa en el siglo XVIII y que justificaron científicamente el confinarlas en la escala más baja de desarrollo.

Otra de las afirmaciones más reveladoras en esta sección es la que parte de las observaciones formuladas por Enrique Dussel a Inmanuel Wallerstein acerca de la estructuración del sistema-mundo que dio lugar a la expansión de la modernidad y de su otra cara, el colonialismo. De acuerdo a Dussel, el primer discurso universalista no fue el liberalismo sino el discurso de la limpieza de sangre. Por consiguiente, la modernidad no se gestó en el siglo XVIII (segunda modernidad) sino en el XVI (primera modernidad) sobre la base de distinciones geográficas y geoculturales establecidas por el cristianismo, el que a su vez, echó mano de las concepciones de los filósofos de la antigüedad. Lo central aquí es que la diferenciación étnica fue el criterio por el cual se determinó la jerarquía cultural entre las poblaciones que conformaban el orbis terrarum de los filósofos medievales cristianos: «los asiáticos y los africanos, descendientes de aquellos hijos que según el relato bíblico cayeron en desgracia frente a su padre, eran tenidos como racial y culturalmente inferiores a los europeos, descendientes directos de Jafet, el hijo amado de Noé»; por este motivo, «Europa ocupaba el lugar más eminente, ya que sus habitantes eran considerados más civilizados y cultos que los de Asia y África, tenidos por griegos y romanos como “bárbaros”».

Siglos después, la Ilustración no modificó estas jerarquías sino que, como resultado del descubrimiento de América, amplió el mapeo del sistema-mundo para ubicar a las poblaciones descubiertas en un orden conveniente al imperante. Tampoco significó una real confrontación con el oscurantismo religioso de la Edad Media sino que en lo concerniente a la supremacía cultural de Europa contribuyó a configurar un sistema-mundo en el que la limpieza de sangre fue su fundamento, y para fortalecerlo se hallaron explicaciones en un discurso científico aparentemente neutral y universal. «Es la identidad fundada en la distinción étnica frente al otro, aquello que caracteriza la primera geocultura del sistema-mundo moderno/colonial. Una distinción que no sólo planteaba la superioridad de unos hombres sobre otros, sino también la superioridad de unas formas de conocimiento sobre otras». El resultado es que Europa se posicionó como un centro productor de conocimiento y América, Asia y África como sus receptores.

Lo particular del proceso de ilustración en la América hispánica fue que la subjetividad criolla basada en la limpieza de sangre fue simultánea a la subjetividad burguesa de la modernidad europea solo que enunciada desde otro lugar y heredera de muchos aspectos de aquella, lo cual complementó la modernidad dentro de un sistema-mundo diseñado desde la localidad europea.

La colonialidad del poder de Aníbal Quijano le permite a Castro-Gómez advertir que detrás de los proyectos de dominación colonial existe un conjunto de presupuestos epistemológicos y culturales que lo solventan y que es preciso evidenciarlos para comprender integralmente lo que es la colonialidad, la cual actúa no siempre coercitivamente sino de manera más sutil, por ejemplo, bajo la forma de un discurso científico, moderno y racional que, como ya se indicó, se ubica en un punto cero de observación y cuya aceptación se expone como inminente y natural por el prestigio del enunciador del discurso y de su lugar de enunciación.

Una vez esclarecida la relación entre modernidad y colonialidad del poder, el siguiente capítulo analiza la importancia de la limpieza de sangre en la configuración de las relaciones entre las castas de la sociedad colonial neogranadina. Las dificultades para el ascenso social de los sujetos étnicamente más alejados del ideal de blancura defendido por las élites criollas ilustradas fueron eventualmente vulneradas por los sujetos de las castas inferiores a través de su capital intelectual o económico. La universidad y el matrimonio fueron los escenarios donde se libraron los conflictos por la superación de las vallas impuestas por la jerarquización social de la limpieza de sangre. Sin embargo, las restricciones académicas fueron endureciéndose progresivamente con el fin de mantener un saber étnicamente inmaculado y a una elite criolla hegemónicamente blanca, ya que la ciencia por parte de la intelectualidad criolla en la Nueva Granada y por extensión en la América española fue utilizada como un mecanismo de control social sobre la población más desposeída. Aquella acentuó la distancia social entre las clases sociales: las que administraban el saber ilustrado y las que eran objeto de su estudio y por tanto incapaces de enunciarlo.

Las reformas borbónicas inspiradas en la Ilustración fueron percibidas por un sector de la elite criolla como una amenaza contra su hegemonía basada en la blancura, pese a que la intención de la Corona nunca fue deshacer las jerarquías sociales. Los conflictos entre las castas se acentuaron como resultado de dichas reformas en particular por la resistencia de la élite criolla y eclesiástica a perder sus privilegios basados en la limpieza de sangre.

Pero la consecuencia más importante y posiblemente no prevista fue la flexibilización de la movilidad social. El homo academicus colonial se vio amenazado por la emergencia de estudiantes notables provenientes de castas inferiores beneficiados por las reformas borbónicas que les permitieron acceder a la educación universitaria. Uno de los propósitos era potenciar las capacidades de la mayor cantidad de población posible mediante la educación a través de conocimientos útiles, prácticos e indispensables para las circunstancias del momento. En este sentido, las especulaciones metafísicas de los eruditos coloniales, ortodoxos y tradicionalistas, resultaban irrelevantes para el proyecto ilustrado de los borbones. Y donde primero se manifestó esta necesidad de procurar saberes prácticos fue en la medicina.

En «Biopolíticas imperiales», Castro-Gómez profundiza en los efectos de las reformas borbónicas en el habitus neogranadino. Contrarios a la reacción de los eruditos ortodoxos, los criollos ilustrados recibieron con beneplácito las reformas, a las que consideraron como un complemento del discurso colonial de la limpieza de sangre. En el fondo, la disputa entre ortodoxos e ilustrados fue una contienda por la dominación del saber resuelta más como complemento y continuidad que como total ruptura. En suma, el discurso colonial de los antiguos criollos se recicló a través del discurso científico de los criollos ilustrados; ello los situó como observadores imparciales de la realidad (en un punto o grado cero de observación) con lo cual igualarían el status del homo academicus europeo.

La nueva política hospitalaria determinó que los profesionales médicos reemplacen a las órdenes religiosas en la administración de los hospitales y en el consecuente cuidado y tratamiento de los enfermos. La ciencia médica proporcionaría los saberes necesarios para curar las enfermedades, reducir la tasa de mortalidad, mejorar la salud de la población y mantenerla en óptimas condiciones para el trabajo y así incrementar la riqueza del imperio.

Por otro lado, la pobreza pasó a ser una prioridad de urgente solución para el Estado borbón. Los hospitales y los hospicios comenzaron a separar a los menesterosos y enfermos de quienes vivían a expensas de la caridad pública. En consecuencia, si la salud no se los impedía, todos debían trabajar para su propio sostenimiento: siendo el propósito de las reformas borbónicas insertar a España dentro de la modernidad segunda que recorría toda Europa, no extraña la lucha contra la ociosidad, catalogada de antinatural. Para el pensamiento ilustrado lo natural era abundancia, salud y riquezas; lo antinatural era la escasez.

La matemática también fue una disciplina que apoyó el proyecto ilustrado en la América hispánica: censos poblacionales, inventarios de bienes y recursos, registro de incidencias, etc., todo ello con el objetivo de domesticar el azar obteniendo certezas a partir de la información y los cálculos matemáticos. Así, se establecieron proyecciones y variables de control sobre la pobreza y la enfermedad para encauzarlas e integrarlas dentro de un proyecto de gobernabilidad diseñado por el Estado y sus tecnócratas ilustrados.

A pesar de lo progresistas que lucen estas reformas, Castro-Gómez enfatiza que el discurso de la limpieza de sangre, en aparente contradicción con el espíritu de la modernidad, logró conciliarse con la Ilustración en una dinámica de concesiones y continuidades. Los médicos que obtenían un grado académico debían, además, estar acreditados étnicamente para ejercer la profesión, en otras palabras, demostrar su pureza de sangre. Esta situación impedía que estudiantes muy capaces lograran graduarse. A esto se agrega que para los criollos ilustrados era más significativo el conocimiento práctico que la obtención de títulos o el conocimiento de la obra de sus pares europeos. Por razones prácticas, fue necesario flexibilizar las leyes que separaba a los blancos de las castas, debido a que la población mestiza, hacia finales del siglo XVIII, era ya la principal fuerza de trabajo en la Nueva Granada, pues lo que importaba al Estado tecnocrático no era quien trabajaba sino con cuanta eficacia lo hacía para cumplir las metas diseñadas por el gobierno central.

En «Conocimientos ilegítimos», vincula las conclusiones de los dos capítulos precedentes para explicar que el discurso de la hybris del punto cero y el discurso de la limpieza de sangre no fueron antagónicos, sino complementarios, pues el discurso ilustrado criollo que asumió ese punto cero se observación articuló la limpieza de sangre y el control biopolítico de la vida social implementado por las reformas borbónicas. Castro-Gómez afirma que la barrera que separaba la ciencia ilustrada del saber popular equivalía, en realidad, a la frontera étnica que dividía a los criollos de las castas, lo que podríamos denominar racialización del conocimiento. Esta frontera fue resultado de una expropiación epistémica, por la cual todo saber autóctono, periférico, tradicional o indígena fue reemplazado, aprovechado o combatido por la ciencia ilustrada, de modo que si antes de las reformas borbónicas las superioridad de los criollos y europeos sobre los indígenas, negros y mestizos se justificó por la limpieza de sangre, luego se añadió la posesión de una forma superior de conocimiento, la ciencia moderna. Esto último demuestra que el discurso científico ilustrado fue un instrumento de dominación colonial. En resumidas cuentas, la superioridad del discurso científico se fundamentó en el discurso de la limpieza de sangre.

El último capítulo explora desde otro punto la coincidencia en el discurso criollo entre la hybris del punto cero y la limpieza de sangre: la geografía como una ciencia que proporcionó un saber que permitió controlar el territorio, sus recursos y el nomadismo de las castas para someterlas a la superioridad étnica de la élite criolla. La corona española tenía la necesidad de delimitar exactamente sus territorios y obtener información sobre recursos naturales y humanos para una administración más eficiente del imperio. Se abandonan las representaciones artísticas para dar lugar a representaciones racionales y cuantitativas del espacio.

En la geografía también se buscaron explicaciones para conducta humana. Luego de mapear el territorio e identificar la ubicación de las poblaciones, la geografía indagó en sus modos de vida a los que hizo corresponder con determinados espacios físicos. De este manera, apareció una geografía de las razas basada en un determinismo de la naturaleza sobre la población que la ciencia geográfica se encargó de justificar. Concebida así, la geografía apoyó el discurso de la limpieza de sangre y fue un instrumento de la colonialidad del poder, porque justificó la incapacidad física y moral de los indios y negros en función del clima del cual provenían, la necesidad de explotar territorios ricos en recursos debido a que sus naturales pobladores no estaban en condición de hacerlo y disponer de un inventario de recursos naturales y humanos ubicados con exactitud. «De modo que lo que explica la falta de civilización en América no es tanto la inferioridad técnica de los indios frente a los europeos, ni tampoco el atraso económico del Imperio español frente a otras potencias europeas, sino la degeneración natural que produce el clima de América».

Esta conclusión ampliamente extendida entre los académicos europeos dejaba muy mal parados a los criollos americanos quienes se esforzaban por distinguirse de las castas y exhibir su pureza de sangre. El efecto fue que los criollos ilustrados pusieron en entredicho a las autoridades académicas europeas y defendieron su derecho a pensar desde su lugar de enunciación. La réplica criolla argumentó que América era un continente joven y que los criollos también eran una raza joven ocupada en someter el lugar. A largo plazo, desarrollarían su genio y podrían gobernar autónomamente estos territorios. Esta réplica contiene el germen de la independencia de la América hispánica y confirma que dicha gesta fue una iniciativa de las élites criollas influidas por la Ilustración pero aún dominadas por el discurso de la limpieza de sangre que subsistió en las nacientes repúblicas y hasta la actualidad.

La hybris del punto cero es un muy buen referente para la estructuración de una investigación académica por la claridad procedimental y la profundidad analítica que posee. El autor no se detiene en malabarismos teóricos ni abruma al lector con digresiones innecesarias. Las categorías utilizadas son funcionales a los propósitos de su investigación. Por ello guarda armonía entre la rigurosidad y la precisión. El objeto de estudio, el marco teórico y el desarrollo de los contenidos están nítidamente evidenciados a lo largo de toda la investigación. Al final y al inicio de cada capítulo, el autor va evocando las hipótesis de cada sección, relacionándolas con el propósito del capítulo en curso. Esta circularidad ayuda a mantener la perspectiva general de la investigación y vincular las categorías con los aspectos particulares de cada apartado.

Aparte de ello, pone de relieve una cuestión de actualidad en el debate sobre la colonialidad del saber en las sociedades poscoloniales: la inserción de las agendas académicas periféricas a las exigencias de una comunidad académica local con alcance global. ¿El prestigio de la academia norteamericana o europea descansa exclusivamente en lo académico o acaso variables de corte étnico determinan una relación de subordinación del «lado de aquí» hacia el «lado de allá»? La presencia de un gran contingente de investigadores latinoamericanos que integran los departamentos de literatura en los Estados Unidos no ha generado un debate fluido entre lo que se hace en Lima con lo que se discute en Boston, New York, Princeton o Yale, por citar solo algunos ejemplos; por el contrario, la comunidad académica nacional no se ha beneficiado en la misma proporción que la norteamericana o europea, simplemente porque los posgraduados la mayoría de las veces, tienden a reproducir los esquemas de subordinación cuando desarrollan sus investigaciones. Rara vez subvierten tales esquemas.


En el Perú urge una investigación semejante orientada a desentrañar el racismo supérstite en relación a la violencia política de finales del siglo XX. Posiblemente, un trabajo así confirmaría que en el Perú contemporáneo subsiste una estructura jerárquica de castas socioculturales cuyos límites están definidos por la limpieza de sangre y el acceso a conocimientos y espacios de poder.

sábado, febrero 11, 2012

CELEBRACIÓN DE LA CRÍTICA





El reciente premio otorgado por la Casa de las Américas a Raúl Bueno ofrece una excelente oportunidad para comentar Promesa y descontento de la modernidad (Lima, 2010), conjunto de ensayos en los que el crítico y escritor arequipeño reflexiona acerca de la teoría, crítica, cultura y literatura latinoamericanas.

El libro inicia con una revisión de la «ciudad letrada» de Ángel Rama. A decir de Raúl Bueno, la «ciudad» de Rama conjuga la ciudad letrada ideal y la real, entendidas tradicionalmente como opuestos irreconciliables y más bien antagónicos. El aporte de Rama habría consistido en advertir lo contrario, es decir, la interdependencia entre la ciudad letrada y sus extramuros, pues esta ciudad se construyó sobre la base de todo aquello que confinaba hacia sus márgenes. De este modo, la ciudad letrada apunta hacia un ideal (utopía) contrario a la ciudad real que se resiste al influjo de aquella que la excluye: «detrás de la ciudad real existe otra ciudad significada, cuya polaridad es justamente la del signo opuesto al de la ciudad letrada. Es otra más bien oral, hecha de pactos, de implícitos acuerdos, de normas ahora llamadas “de la informalidad”, de tradiciones a veces milenarias, de signos que rehúyen la escritura y que afloran el sentido de una utopía distinta, a menudo cooperativa y comunal» (pp.18-19). Se trata de una ciudad cuyos actores quedaron desde el principio en la periferia, «fuera de las grandes agencias previstas por la ciudad ideal: todos aquellos naturales que ayudaron a fundar y sostener la ciudades hispanoamericanas (albañiles, carpinteros, alarifes, obreros, domésticas, etcétera), sus descendientes y aquellos que a lo largo de la historia se les han sumado: los hijos de los variados cruces de razas y culturas, destinados a cumplir roles modestos en la sociedad prefigurada por el ideal y las letras» (p. 19). Una ciudad que posee una existencia de hecho pero marginal al reconocimiento y el prestigio; y que, sin embargo, suele ser evocada por las élites como depositaria de la identidad esencial de las metrópolis latinoamericanas.

Bueno señala que la categoría de «ciudad letrada» de Rama complementa la «heterogeneidad» de Antonio Cornejo Polar, pues aquella socava la idea de una ciudad culturalmente homogénea «[...] de tal modo que el poder central homogenizador ha sido dinamitado en su propio lugar, desde el inicio, hasta el momento actual en que las periferias estrangulan el centro, con su presencia masiva, y lo redefinen con los signos evidentes de la alteridad y la pluralidad». De esta manera, se reconfigura una nueva ciudad más incluyente como modelo para el futuro de América Latina, ya que los extramuros de la ciudad letrada ya no se perciben como una amenaza, sino como la expresión innegable de la diversidad cultural latinoamericana.

Luego, aborda un tema largamente discutido: la posibilidad, alcances y límites de una teoría literaria latinoamericana. Al respecto, Raúl Bueno sostiene, no obstante el pesimismo de un sector de la crítica regional, que sí existe una teoría literaria latinoamericana. Una buena razón para ello es que el objeto de estudio precede a la teoría. Esta no surge en el vacío. Prueba de ello es que en Latinoamérica poseemos un vasto corpus de investigaciones sobre nuestros propios objetos de estudio. En suma, los teóricos de la literatura diseñan abstracciones sobre la base del discurso que estudian; en consecuencia, hay una teoría literaria regional sencillamente porque existen discursos sobre los que se ha teorizado con amplitud.

Asimismo, si partimos de la premisa anterior —que en Latinoamérica existe una teoría sobre sus literaturas toda vez que existe reflexión sobre sus objetos de estudio— lo que se necesita es inducirla (abstraerla) y luego evidenciarla (hacerla explícita) mediante categorías que no aspiren a instalarse sino a renovarse continuamente. «Nuestra tarea de estudiosos de la literatura consiste en hacer visibles los sistemas teóricos del conjunto llamado literatura latinoamericana. Consiste en extraer de los fenómenos y sistemas literarios latinoamericanos los dispositivos conceptuales y modelos que mejor los representan, describen y explican. [...] Y caben no sólo los modelos de vocación netamente teórica, a los que designaríamos de teoría “pura”, sino aquellos que se orientan al servicio de la crítica o la historia literarias» (p. 25).

En tal sentido, quienes consideran que en Latinoamérica no existe una teoría literaria de raigambre regional porque no hallan corrientes, escuelas o ismos teóricos como en Europa olvidan que las teorías literarias no son cuerpos terminados ni indiscutibles: «[...] más que un sistema conceptual uniforme, totalizador y coherente es un campo de reflexiones relativamente definido, sostenido por una base epistemológica más o menos cambiante» (p. 26). Nuevamente, Raúl Bueno establece una distinción fundamental entre el deseo de conformar un cuerpo sólido de categorías fundacionales con ideólogos y seguidores que las perpetúen, y la fugacidad de los planteamientos teóricos, contraria a la solidificación de saberes.

Otra evidencia a favor de su postura es que las teorías literarias están determinadas por la extensión de su corpus y por los objetivos que las articulan. La producción teórico-crítica latinoamericana da cuenta de una apreciable variedad de intelectuales y categorías que surgieron como resultado de reflexiones acerca de nuestra cultura: ciudad letrada (Ángel Rama), hibridismo (Néstor García Canclini), heterogeneidad (Antonio Cornejo Polar), entre-lugar (Silviano Santiago), transculturación (Fernando Ortiz), colonialidad del poder (Aníbal Quijano), etc. Todos estos intelectuales latinoamericanos no solo aportaron conceptos fundamentales para la comprensión de la cultura latinoamericana sino que mantuvieron, algunos más que otros, un diálogo fluido, pues de las teorías y de los críticos hay que esperar diversidad, diálogo y cambio constante, lo cual existe en América Latina, no en el grado deseado, pero ahí está: «El carácter fragmentario o no, tentativo o no, superado o no de sus distintos dispositivos no niega la presencia de una polifonía conceptual que, por acuerdo o simple coincidencia, de pronto produce sus acordes. No se necesita, a estas alturas, documentar con nombres y proyectos que todos conocemos esa variedad presente de nuestro campo». (p. 27)

Uno de los ensayos más importantes del libro es el dedicado a los estudios literarios y culturales latinoamericanos. Raúl Bueno propone entenderlos como un cuerpo heterogéneo que demuestra las tensiones entre sus objetos de estudio, para lo cual se apoya en la noción de «colisión cultural», un encuentro violento entre culturas con cosmovisiones diferentes que aún continúa «con el mismo grado de violencia. Unos tratando de destruir, en beneficio propio, laboriosos ordenamientos ancestrales y otros intentando tenazmente defenderlos». Racismo, ecologismo, movimientos indígenas, etc. «La colisión [...] es un proceso inacabado, actuante todavía y, para mal de muchos, todavía robusto». (p. 31)

Las culturas en colisión nunca fueron homogéneas, sino previamente totalidades heterogéneas y conflictivas. Pensemos en la variedad lingüística peninsular y europea y en la amerindia, y en la estratificación sociocultural de los conquistadores y de los pueblos americanos. El resultado de la colisión cultural es la hegemonía de una de la partes, pero, al mismo tiempo, se reconfiguran materiales culturales y se potencia la diversidad precedente. Guamán Poma y José María Arguedas son símbolo «ya no sólo de resistencia y afirmación de identidades, sino de una fuerza interior que eruptivamente busca salir a la superficie, permeando los estratos culturales de la dominación y marcándolos sustancial y perdurablemente [...]» (p. 41).

Aceptar la heterogeneidad de los estudios literarios latinoamericanos en virtud de las cualidades de su objeto de estudio implica aceptar la posibilidad de su enriquecimiento con teorías foráneas. La colisión cultural también se observa notoriamente en los conflictos entre modelos locales e importados. Sobre esto, Bueno señala que no hay inconsistencia en incorporar esas reflexiones a nuestro corpus siempre que se haga de manera crítica como es de suponerse en cualquier actividad de reflexión científica. Que exista diversidad de enfoques en la teoría literaria latinoamericana y no una teoría unificada y sólida no es un defecto, es evidencia de heterogeneidad.

«Propongo entonces entender el estado actual (y los estados anteriores) de los estudios literarios latinoamericanos, como el resultado de una colisión permanente y necesaria de paradigmas científicos y culturales de distinto tipo, consecuencia del llamado encuentro de dos mundos. Y propongo asumir homológicamente esa colisión, y la diversidad conflictiva que genera, como la base epistemológica necesaria para producir [...] los discursos críticos más ajustados a la índole complejísima del proceso de nuestras literaturas y, mejor aún, para producir un cuerpo teórico que argumente y revele, como uno de los rasgos distintivos de nuestra cultura, la colisión continua de sistemas y paradigmas a todo nivel» (p. 42).

Otro ensayo fundamental es «En defensa de una tradición intelectual: los estudios culturales de América Latina». Bueno considera que los estudios culturales no deberían ser tomados como una moda (una onda pasajera) o una novedad (una súbita aparición sin tradición ni precedentes), pues en América Latina aquellas reflexiones precedieron a las que tuvieron lugar en la escuela de Birmingham, Inglaterra, donde canónicamente se considera el lugar de nacimiento de los Cultural Studies. Además, destaca su intención inter y transdisciplinar y una agenda particular de investigación: «Los estudios culturales [...] constituyen un campo no sólo de encuentro de distintas disciplinas establecidas, sino de origen de diversas aproximaciones y teorías, para las que reclamo la retroactividad del nombre; los estudios culturales latinoamericanos [...] tienen antigua data, necesidades y programas propios y un futuro que trasciende los vencimientos cortos a que nos ha acostumbrado el mercado intelectual [...]».El ensayo brindó a los pensadores latinoamericanos la libertad de desarrollar una postura propia sin el corsé de procedimientos metodológicos rígidos. Que este haya sido el género privilegiado por la reflexión sobre la cultura en América Latina —especialmente durante los siglos XIX y XX correspondientes a la constitución de los Estados nacionales y a su modernización— es un hecho que no debe perderse de vista, pues evidencia que nuestros estudios culturales ya discutían una noción positivista de ciencia a inicios del siglo XX y que conformaban un campo de estudio compartido por distintas formaciones que admiten diversos modos de interpretación. Dicho de otra manera, se trata de una heterogeneidad epistémica distante de toda pretensión homogenizadora que integra y sirve de puente entre las ciencias sociales y las humanidades.

Para buena parte de los críticos culturales latinoamericanos los estudios culturales latinoamericanos son relativamente recientes, surgieron a partir de los planteamientos de la academia anglosajona (Cultural Studies), se ejercen mayormente fuera de América Latina combinados con los estudios de área (Hispanoamérica, Brasil, Caribe, Cono Sur, área Andina, componente latino en EEUU, etc.) e introducen una agenda de investigación de otras comunidades académicas: clase, género, raza, poscolonialidad, subalternidad. Bueno crítica esta caracterización porque no «se ve un esfuerzo por desatar realmente el campo de sus agendas hegemónicas, ni por retomar una tradición de estudios culturales que ya tiene antigüedad [...]» (p. 111). Añade que los estudios culturales latinoamericanos asumen críticamente los aportes de los Cultural Studies, por lo cual reclama un reconocimiento de esta trayectoria propiamente latinoamericana. Y si bien nuestros estudios culturales preceden a los anglosajones —en América las reflexiones sobre otredad existen desde el descubrimiento en las crónicas de la conquista a través de un filtro transdisciplinario (historia, literatura, teología, etc.)— ello no niega que la escuela de Birmingham haya revitalizado los estudios culturales latinoamericanos. De igual modo, no sería posible sostener que la interdisciplinariedad nació con los estudios culturales euronorteamericanos. Freud, Lévi-Strauss y Barthes, por mencionar algunos ejemplos, demuestran que no fue así.

El antropólogo Carlos Reynoso puntualizó los mayores reparos de los científicos sociales frente a los estudios culturales de la siguiente manera: 1) falta de un objeto de estudio definido, 2) de un método científico sistemático; y 3) de un corpus teórico estable, debido a su desmesurado eclecticismo teórico-metodológico. Sobre lo anterior, habría que mencionar que los estudios culturales latinoamericanos no podrían circunscribirse a un exclusivo objeto de estudio si es que asumen como premisa una noción amplia de cultura; y mucho menos en América Latina donde la diversidad cultural obliga a replantear los modelos teóricos concebidos en Europa. Ante un objeto de estudio tan complejo y diverso, no queda más que «ensayar» múltiples aproximaciones y métodos, constantes asedios desde todas las perspectivas posibles para intentar desentrañar su naturaleza. De allí que la transdisciplinariedad de los estudios culturales no representa para Bueno una ruptura epistemológica sino una modificación del campo de estudio, un desplazamiento hacia lo cultural: «Pero sirva la metáfora de las barreras rotas para poner un énfasis en la ensayística cultura, que libera al estudioso de los cepos de la argumentación —los rigores del método y la prueba— y le permite libertades intra-trans y aun a-disciplinarias, para tender hipótesis e interpretantes de variado alcance sobre lo cultural». ¿Y es que acaso el rigor de una reflexión teórica descansa solo en la metodología y no en la consistencia de las ideas expuestas?

Para comprender el afán inter y transdisciplinario de los estudios culturales latinoamericanos, es necesario precisar que la noción de cultura en la cual se enmarcan comprende los conceptos más elementales y pragmáticos (cotidianos), así como los más intelectuales. Los Cultural Studies se concentran en lo popular; los estudios subalternos, en las jerarquías socioétnicas en relación con lo hegemónico; los estudios poscoloniales, en analizar el proceso de descolonización y el influjo colonial en las sociedades poscoloniales. Todas estas orientaciones teórico-críticas comparten una noción general de la cultura: «[...] cultura es la información necesaria para que una sociedad o asociación [...] exista como tal; es decir, como conjunto, con una identidad determinada [...] la información necesaria para que una sociedad se reproduzca a sí misma, con vistas a su permanencia en el tiempo» (p. 117). La cultura es también la información que una sociedad desarrolla para adaptarse a las circunstancias, interactuar con otras, dominarlas y resistir. Los estudios culturales latinoamericanos exploran estos cuatro puntos, lo que les da un mayor panorama que a los estudios subalternos y poscoloniales.

Los estudios culturales latinoamericanos contienen «toda nuestra producción discursiva sobre el Otro y la necesidad de colonizarlo o descolonizarlo» (p.118). Esto se rastrea en las cartas de Colón, las crónicas del Inca Garcilaso, en el testimonio de Guamán Poma de Ayala, en el llamado descolonizador de Viscardo y Guzmán, en Sarmiento, Palma, etc. Son aproximaciones a la cultura latinoamericana que encajan en lo que hoy se llama estudios culturales que han indagado en el encuentro, choque, dominación, resistencia y subversión culturales. Bueno agrega a Martí, Mariátegui, Cesaire, Fanon y Arguedas, entre otros, a la tradición de nuestros estudios culturales.

El problema es que esta tradición en conjunto no es lo suficientemente visible para todos los que de alguna manera u otra se dedican a los estudios literarios en Latinoamérica; sí lo son en tanto pequeños cuerpos de investigación pertinentes a áreas específicas de estudios: historia, literatura, sociología, etc., pero no como un cuerpo heterogéneo de pensadores abordables desde perspectivas que superen las barreras disciplinarias antes mencionadas. Bueno precisa que urge una historiografía de los estudios culturales latinoamericanos que dé cuenta de los aciertos y desaciertos de su desarrollo, y que diseñe su agenda futura, e invoca asumir la tradición de los estudios culturales latinoamericanos con «autonomía y originalidad, enfocando siempre desde acá [...] la peculiarísimas y complejas circunstancias de lo cultural en América Latina». (122)

El último ensayo lo dedica a la vigencia de Fernando Ortiz, Ángel Rama y Antonio Cornejo Polar mediante el contraste de las categorías de transculturación y heterogeneidad. La heterogeneidad de Cornejo Polar comprende la diversidad cultural y social de regiones sometidas a conflictos históricos, y los discursos surgidos allí sobre esa conflictividad. De otro lado, la transculturación de Ortiz y Rama se refieren a la plasticidad del cambio cultural en zonas de contacto, en que ciertas renuncias del paquete cultural propio (parcial desculturación) dan lugar a adopciones de elementos del paquete ajeno con vistas a una «neoculturación» mitigadora de la brecha cultural. Es una transferencia cultural en doble sentido.

La heterogeneidad pone énfasis en las diferencias; la transculturación trata de diluirlas. Aquella es resultado, esta es proceso. Sin embargo, Bueno recalca que ambas categorías son complementarias: la heterogeneidad de hecho es condición previa a la transculturación, pues de existir homogeneidad no habría necesidad de transculturar: «La transculturación [...] busca reducir los conflictos en las zonas de choque cultural, pero en el proceso termina originando complejos culturales alternativos que añaden diversidad a la heterogeneidad inicial». Ello da lugar a una heterogeneidad jerarquizante de la cual Cornejo Polar estuvo consciente y buscó desmantelar.

Rama y Cornejo Polar construyeron un sistema conceptual coherente cuyas categorías se complementan. La ciudad letrada y Escribir en el aire representan esfuerzos de mutua comprensión entre ambos críticos. La «ciudad letrada» hace referencia a un sistema jerarquizado donde la letra somete a otros sectores (ciudades). Siguiendo a Rama, Bueno apunta que la ciudad real está constituida por la ciudad letrada y la ciudad oral: «La ciudad letrada es la punta del iceberg que Rama destaca porque es la sede del poder que controla o busca controlar el resto del sistema» (p.216). La ciudad oral es el resto del sistema. De esta manera, tenemos que en la ciudad letrada de Rama confluyen transculturación y heterogeneidad porque aquella ciudad es heterogénea (de hecho, no discursiva) migrante y transcultural.

El conjunto de los ensayos posee una doble intención, divulgadora por un lado y reflexiva por otro. Bueno no se limita a sumillas, panoramas o balances, sino que valora, discute y propone ideas con claridad. Muestra una particular preocupación por reevaluar la producción teórico-crítica latinoamericana y por superar las barreras disciplinarias que encorsetan la investigación en temas de literatura y cultura latinoamericana. Promesa y descontento de la modernidad nos invita a repensar la manera cómo América Latina construyó su propia modernidad a través de una indagación en nuestra conflictiva historia de rupturas y continuidades teóricas, sociales y culturales, cuyo balance confirma que la heterogeneidad es la marca distintiva de nuestra latinoamericanidad.

jueves, enero 19, 2012

MOVADEF. LA ÚLTIMA BATALLA CONTRA EL TERROR




Charly Caballero

En su habitual Kolumna Okupa, Rocío Silva Santisteban sostuvo que el JNE no debe aceptar la inscripción del MOVADEF, pues «la democracia no puede permitir que un grupo de personas utilice los recursos de la democracia para fines antidemocráticos». Rocío fundamenta su postura invocándonos a no olvidar la violencia demencial de Sendero Luminoso, en contraste con los argumentos del MOVADEF que coloca el olvido como requisito para la reconciliación. Asimismo, advierte lo grave que sería para la democracia que los planteamientos de la agrupación liderada por Alfredo Crespo se materialicen una vez que hayan logrado obtener sus credenciales como partido político. Finalmente, señala que «convertir el Movadef en un partido legal sería simplemente convertirnos en una sociedad amnésica. Y en nuestro país olvidar el conflicto armado interno es inmoral». De ninguna manera es admisible olvidar. Hay que mantener viva la memoria de lo que sucedió para que las generaciones futuras tengan presente la historia. Pero no está en discusión el olvido de las tropelías cometidas por SL o las FFAA. La cuestión es otra: ¿se debe permitir la inscripción del MOVADEF como partido político? Al respecto, discrepo de la opinión de Rocío.

Si es que no se aplica una censura explícita contra esta agrupación en particular, no veo de qué manera se pueda justificar un impedimento para que se inscriban ante el JNE. Es decir, proceder del mismo modo que en el Fujimorato, promulgando leyes personalizadas o direccionadas abiertamente para favorecer o perjudicar a un individuo o grupo de personas. De proceder así, no habría diferencia entre la Ley MOVADEF y la Ley Colina, porque en ambos casos subsiste la idea de superar un impasse mediante una ley ad hoc. Con la misma determinación que nos opusimos contra la ley de amnistía a los integrantes del destacamento Colina, tendríamos que oponernos a una ley que impida la representación política a un colectivo civil, sea cual fuere el color de sus ideas. Si se legisla abiertamente para impedir que este grupo en particular logre su inscripción, pese a haber cumplido los requisitos que la ley le exige, estaremos sentando un precedente nefasto: el impedimento para que un grupo de ciudadanos que sostiene ideas que no compartimos (y tenemos razones de sobra para no hacerlo) logre una representación política. A igual razón, igual derecho. Con el mismo ánimo tendríamos que exigir que se retire la inscripción de los partidos fujimoristas, ya que algunos de sus líderes consideran que la política contrasubversiva aplicada durante el Fujimorato, la esterilizaciones forzadas, la amnistía del Grupo Colina, etc., fueron medidas muy acertadas y exitosas. Se requeriría no solo cambiar la legislación pertinente a la inscripción de partidos políticos sino una enmienda constitucional de mayor envergadura. Estimada Rocío, no es estúpido ni imbécil aceptar las reglas del juego democrático. Tanto a mí como a los cientos de lectores que te seguimos a través de La República o en Facebook nos indignan las demandas del MOVADEF; sin embargo, hay que confrontarlos con los recursos que nos brinda la democracia, esta endeble democracia que en los representativo cumple con la formalidad regular de elecciones periódicas, pero que en los participativo adolece de una gran desidia por parte de un sector de la población que observa con indiferencia aún nuestro pasado reciente, como los lamentables hechos que señalas en tu columna.


Si en El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Uruguay y Colombia se hubiera actuado tal como lo pide Rocío Silva Santisteban, el FMLN, el URNG, Tupamaros, FSLN, M19 y tantos otros posiblemente persistirían en la lucha armada ante del impedimento de ser admitidos como partidos políticos. El descrédito en el que cayeron estos movimientos guerrilleros los obligó a cambiar de agenda. En El Salvador el 2009, el FMLN colocó a Mauricio Funes en la presidencia, conformándose como la primera fuerza política del país. Una vez que depuso las armas y se desmovilizaron, el M19 obtuvo un notable respaldo popular en Colombia y participó de la Asamblea Constituyente de 1991. Y Mujica y Dilma Roussef jamás habrían sido elegidos presidentes si sus agrupaciones no lograban ser admitidas como partidos políticos. ¿Acaso no es mejor tenerlos a la vista y someterlos a una fiscalización constante que confinarlos al ostracismo?

La amenaza que se advierte respecto a un eventual escenario en que esta organización lograra representación política dejará de serlo en tanto como sociedad estemos alertas y dispuestos a combatir esas ideas que llevadas a la práctica nos dejaron cicatrices para toda la vida. La arremetida mediática contra el MOVADEF lo está fortaleciendo. Gracias a los dislates y a la falta de conocimiento del tema, Crespo viene saliendo victorioso y acumulando ganancias mediáticas. Por ello, es urgente que los intelectuales, la sociedad civil y la ciudadanía en general se manifieste contra las pretensiones de este grupo. Hay que hacerles saber mucho antes de que logren su objetivo, el repudio que sentimos no por su libertad ideológica, sino por el contenido de sus demandas. Si nos mantenemos como “indignados facebook” muy poco podremos hacer para asestar la derrota final de Sendero Luminoso que se librará, a mi modo de ver, en tres frentes: académico, político y mediático.



El MOVADEF no triunfará solo con obtener inscripción como partido político. Esta es una condición necesaria para sus propósitos, pero no suficiente. Requerirían de una vasta adhesión de militantes dispuestos a votar por un eventual candidato presidencial, congresista, alcalde, etc., capaz de sostener las barbaridades que su agrupación le exige: que Abimael Guzmán no fue ideólogo de un movimiento terrorista, que el PCP-SL no fue una organización terrorista, que no se puede calificar como terrorismo los atentados del PCP-SL, y la más descabellada de todas, exigir la amnistía general a los presos de SL, MRTA y FFAA. De otro lado, habría que precisar que el MOVADEF en este instante no es una organización ilegal. De lograr la inscripción, no estaría legalizándose, porque ya lo es. La batalla por la memoria no terminará ante una posible inscripción de esta agrupación. ¿Por qué tendría que ser así? Por qué tendríamos que resignarnos ante la amnesia inmoral si el MOVADEF es admitido como partido político por el JNE? ¿Es que la resistencia contra el olvido está condicionada al registro de una agrupación política? De ser así, ello no hablaría muy bien de quienes dicen defender la democracia.

Si se impide mediante una ley acorde a las circunstancias, la inscripción del MOVADEF, estaremos confinando al PCP-SL a la marginalidad política, donde siempre se sintieron muy cómodos, actuando desde la oscuridad. Allí son peligrosos. Tendrán el pretexto perfecto para despreciar nuevamente la democracia que ahora invocan como marco de referencia para defender sus demandas. Dirán que es una fachada de la burguesía, que la historia les dio la razón otra vez. Que las leyes en este país se cumplen para algunos y no para todos. Ahí sí deberíamos preocuparnos. Este es el momento de mostrarle a los resabios del terror lo que como sociedad estamos dispuestos a hacer. Hay que mostrarles el tamaño de nuestra indignación.


ENLACES DE INTERÉS

No a Sendero, no a MOVADEF - Desde el tercer piso

domingo, diciembre 11, 2011

LA GRAN TRANSFORMACIÓN: UNA VICTORIA PÍRRICA






Carlos Arturo Caballero

A la distancia, percibo un desánimo cada vez más difícil de disimular en quienes apoyamos la elección de Ollanta Humala. Es una desazón que lucha contra una esperanza que se niega, por momentos, a aceptar las señales de la política real y práctica. La advierto en las redes sociales, en los políticos, intelectuales, periodistas y en los pocos medios que confiaron en que el Partido Nacionalista ejecutaría las reformas prometidas durante la campaña electoral. Paralelamente, en los sectores antes hostiles a Ollanta Humala, observo que sus adustos y rabiosos rostros postflash de la segunda vuelta se van transformando en semblantes de aprobación y elogio refrendados por prepotentes exigencias para restablecer el orden y el principio de autoridad muy al estilo de esa derecha que acudía a tocar la puerta de los cuarteles cuando sobrevenía el desborde popular. A estas alturas, resulta vano analizar por qué Humala ganó la elección, pues, si bien los favoritos de la derecha empresarial, conservadora y confesional —PPK, Keiko o Castañeda— perdieron, las señales que va emitiendo el actual gobierno sugieren un mayor aggiornamento, un veloz y oportunista cambio de hábito acorde a los intereses de los perdedores. Todo indica que estos ya no tendrán que rumiar más su derrota.

El mayor obstáculo para la ejecución de las reformas prometidas por el nacionalismo no fueron, finalmente, los empresarios de la CONFIEP o el SNI ni los medios de comunicación y periodistas que se sumaron a la vergonzosa campaña de demolición contra Humala, sino ese 48.5% del electorado que no desea una gran transformación, es decir, que grosso modo considera que la situación debe mantenerse igual, salvo las demandas generales por mayor trabajo, incremento de salarios y reducción de la pobreza. Ollanta Humala ganó las elecciones por un margen muy ajustado, gracias a una amplia base de electores que pesó en las urnas, pero cuya lealtad política depende de la pronta satisfacción de sus demandas algunas viables, otras, descabelladas, lo cual nos coloca ante un panorama social muy agitado. Aquella mayoría en las urnas no se está traduciendo en una mayoría políticamente leal y por ello determinante para que el gobierno ejecute el mínimo de reformas a las que se comprometió durante la campaña electoral con la seguridad que le brindaría un incondicional apoyo popular. A esto agréguese la precaria representatividad política de un amplio sector de la población, excluido, utilizado e ignorado, y que posee suficientes razones y evidencias para desconfiar del Estado y más aún cuando observa que su voto ha sido defraudado. En suma, ninguna gran transformación es viable sin el apoyo de la población, lo digo con triste realismo.

Los movimientos políticos que carecen de organización partidaria son proclives a adoptar programas previos que hayan dado resultado y hacerles muy leves enmiendas. Es como ir a comprar a lo seguro una marca conocida. Terminan cediendo el poder a los tecnócratas que ofrecen sus buenos oficios al gobierno de turno para garantizarle un tránsito indoloro. Se trata de una burocracia estatal eficiente y bien entrenada que no es nueva en estas tareas sino que viene operando desde 1990 cuando Fujimori los convocó para ejecutar lo que Efraín González de Olarte llamó «neoliberalismo a la peruana». Por ello todo intento de reformar el Estado y el modelo económico fracasará si es que la agrupación política que gobierna no está organizada como un partido, lo que implica 1) una línea de pensamiento definida, 2) un equipo técnico de alto nivel comprometido con dicha línea de pensamiento, 3) «cuadros» y operadores políticos visibles y mediáticos, 4) activa militancia partidaria a nivel de bases y con buenas relaciones con los movimientos regionales. Sin estas condiciones, no existe capacidad de disuasión frente a los poderes fácticos, y si esto no es posible no queda más que negociar en desventaja, ya que quienes gobiernen no tendrán otra opción que reconvocar a los que ya conocen la maquinaria, la mayoría de veces, funcionarios de perfil muy bajo, nada mediáticos, pero que finalmente son «la mano que mece la cuna», los que «inspiran confianza a los mercados».

¡Qué equivocados estábamos los que vimos en su triunfo la recomposición de la izquierda democrática!, que honestamente alentaron Nicolás Lynch, Sinesio López, Alberto Adrianzén, Félix Jiménez y Carlos Tapia a través de «Ciudadanos por el Cambio». De haberse mantenido su participación, se hubiera compensado la carencia de organización partidaria y cohesión ideológica de Gana Perú, facilitado que los intelectuales deliberen con la ciudadanía para aportar tanto reflexiones como soluciones programáticas, y sobre todo, brindado recursos para confrontar y disuadir a los poderes fácticos adversos a las reformas. No obstante, la izquierda intelectual próxima a Humala no contó con que las circunstancias cambiarían drásticamente entre la primera y segunda vuelta, esta y la toma de mando, y entre el 28 de julio y la declaratoria de Estado de Emergencia en Cajamarca.

El aggiornamento del discurso nacionalista se puede rastrear a través de los siguientes instantes. Nótese que este proceso se intensificó conforme se acercaban la elección decisiva, la toma de mando y las primeras crisis de gobierno. 1) La andanada de críticas contra el plan de gobierno nacionalista, diseñado por un equipo técnico en su mayoría propuesto por el colectivo «Ciudadanos por el Cambio», provocó su inmediata reestructuración. Esta fue la primera gran concesión práctica a sus adversarios. 2) La inserción de un equipo técnico para la segunda vuelta (Kurt Burneo, Óscar Dancourt, Alfonso Velásquez, Daniel Schydlowski) con miras a reestructurar el plan y levantar la imagen de Humala relegó a los intelectuales de «Ciudadanos por el Cambio», lo cual se agravó con la creciente influencia del asesor Luis Favre. 3) La exigencia de los partidos perdedores, medios adversos, CONFIEP y SNI para designar al ministro de Economía y ratificar a Julio Velarde como presidente del BCR. 4) El pánico financiero producido por la caída de bolsa y la amenaza del retiro masivo de inversiones fueron una advertencia a Humala del poder de los mercados. El continuo acoso a los funcionarios del gobierno, como Omar Chehade, Aída García Naranjo y Ricardo Soberón con la finalidad de remover a los personajes más írritos para la derecha liberal-conservadora-autoritaria-resentida por la pérdida de las elecciones. 5) La renuncia de Carlos Tapia como asesor de la Presidencia del Consejo de Ministros y del primer ministro Salomón Lerner Ghitis, ambos muy cercanos colaboradores de Humala hacía años atrás.

Algún día los científicos sociales explicarán por qué en el Perú, a diferencia de Ecuador, Bolivia, Uruguay y Argentina, el neoliberalismo no nos vacunó contra la indiferencia y el egoísmo, cómo y en qué momento diluyó la solidaridad y nos volvió indolentes. Será porque hechas las sumas y restas este perverso modelo generó la emergencia de una nueva clase media desinteresada por el bienestar del otro y totalmente desideologizada y apolítica, y que sobre la base de su bienestar generaliza que no hay motivo para cambiar la fórmula que les ha permitido mejorar su situación durante la última década. Será porque la riqueza se ha concentrado en las principales ciudades del país atrayendo millonarias inversiones que generan trabajo, no hay duda, pero qué calidad de trabajo. Sin embargo, a una parte de la población este detalle no le interesa, y se puede entender de cierta manera: algo es siempre mejor que nada.

Si la calidad de nuestras demandas continúa guiándose por esta lógica pragmática, ninguna gran transformación será posible.


ENLACES DE INTERÉS

La derrota de la inteligencia - César Hildebrandt
Cambio en el gabinete - José A. Godoy
Los cuadros del presidente - La República

jueves, diciembre 01, 2011

EL PRESENTE DE LAS HUMANIDADES




Charlie Caballero

El lugar que ocupan las humanidades hoy dista mucho de lo que fue hace medio siglo. Muy pocos padres de familia animarían decididamente a sus hijos a estudiar Literatura, Filosofía, Arte o Música. El argumento sería que las humanidades ofrecen reducidas expectativas de realización profesional, en otras palabras, que no son rentables, por lo cual, en el mejor de los casos, si es que no logran que sus hijos renuncien a su vocación, la aceptan luego de haber culminado una carrera «lucrativa». Esta forma de ver las humanidades no parece tan descabellada, sino más bien muy realista. ¿Tienen algo importante qué decir la Filosofía, la Literatura y las bellas artes frente a la crisis económica mundial, el cambio climático, el terrorismo internacional, el narcotráfico, la amenaza de una guerra nuclear o la Primavera árabe? ¿Acaso la elección e implementación de una carrera profesional no debería evaluarse de acuerdo a oportunidades laborales, rentabilidad económica y la utilidad para la solución de problemas?

Al respecto, Martha Nussbaum (Nueva York, 1947) opina que la democracia y la libertad se encuentran en peligro si aceptamos que las humanidades nada tienen que decir en el mundo de hoy. Su destacada trayectoria comprende la docencia universitaria, la investigación y la representación de cargos en prestigiosas instituciones académicas como el Consejo de la Academia de Artes y Ciencias Americanas y la Junta Directiva del Consejo Americano de Sociedades Científicas. Asimismo, es profesora de derecho y ética en la Universidad de Chicago. Justicia poética (1997), Las mujeres y el desarrollo humano: el enfoque de las capacidades (2002), El ocultamiento de lo humano (2006), El cultivo de la humanidad (2005), Las fronteras de la justicia (2007) y recientemente Sin fines de lucro (2010) son algunos de sus trabajos más importantes.

Junto al Premio Nobel de Economía Amartya Sen, promovió una noción de desarrollo basada en el «enfoque de las capacidades» (capability approach), entendidas como un conjunto de libertades políticas, económicas y sociales que asumidas plenamente como derechos permiten a los individuos potenciar sus habilidades. Ello explicaría por qué en ausencia de tales libertades sobreviene la pobreza, se agudiza la desigualdad y se dificulta el desarrollo integral de la nación. En contraste con otras teorías sobre el desarrollo, Sen y Nussbaum consideran que los indicadores económicos son insuficientes porque no muestran un análisis integral de todas las variables que intervienen para calificar el grado de desarrollo en una sociedad. Desde esta perspectiva, es posible cuestionar la gestión de un gobierno que basa su éxito exclusivamente en el crecimiento económico (PBI), si paralelamente una gran porción de la población permanece muy por debajo del umbral de pobreza, no accede a niveles óptimos de educación y salud, o carece de oportunidades de participación política. Esos mismos gobiernos, paradójicamente, podrían estar enfrentado periódicas crisis que desestabilizarían su legitimidad por la constante emergencia de conflictos sociales, censura a medios de comunicación o pérdida de autonomía de los poderes del Estado. En este sentido, un país con alto PBI per cápita puede ser menos desarrollado que una nación más pobre pero con mejor distribución de oportunidades.



El enfoque de las capacidades pone en tela de juicio la idea de que las libertades económicas acarreen de por sí libertades políticas; por el contrario, lo que podría suceder con un libre mercado omnipotente es que toda iniciativa individual o social sea evaluada en términos de costo-beneficio o ganancia-pérdida, lo cual simplifica en extremo la variedad de facultades de la población. Así, los objetivos para alcanzar el bienestar de la nación se instrumentalizan bajo la lógica del mercado. En la educación, particularmente, vienen ocurriendo cambios en los planes de estudio escolares y universitarios orientados a superar la crisis económica enfatizando la formación de saberes prácticos, mensurables por su impacto y rentabilidad, en detrimento de las humanidades. Aquí radica la preocupación de Martha Nussbaum: que las nuevas políticas educativas se sostengan en la idea de educar para generar dinero y no para formar ciudadanos, ya que este es el criterio que guía a los padres de hoy al momento de elegir una escuela o universidad para educar a sus hijos. Desean una escuela que asegure su ingreso a una carrera profesional rentable. Los Estados que quieren superar el subdesarrollo y las transnacionales que buscan expandir sus mercados completan esta compleja bisagra que deja muy poco espacio de acción a las humanidades.

En Sin fines de lucro, Nussbaum sostiene que el repliegue de las humanidades —debido a las reestructuraciones curriculares implementadas por una educación para el crecimiento económico— pone en peligro la democracia. A contraluz de ese modelo, plantea una educación para el desarrollo humano, indispensable para la democracia y la ciudadanía, fundamentado en las ideas de Tagore, Dewey, Rousseau, Winnicott y Ralph Ellison, cuyos aportes utiliza también para refutar una creencia muy extendida: que la educación sea sobre todo un medio para crecer económicamente y que de ello sobrevenga una mejor calidad de vida.

La «crisis silenciosa» de la que nos habla Nussbaum consiste en que las políticas educativas de varios Estados a nivel mundial están desapareciendo las humanidades de sus planes de estudio porque las consideran inútiles para afrontar los desafíos del nuevo siglo. Universidades, institutos y escuelas preparan a los estudiantes para estudiar una carrera rentable, pues tanto los padres, los directivos de los centros de estudio y las instancias que diseñan las políticas educativas coinciden en que la educación para el crecimiento económico conduce al desarrollo de la nación. ¿Y por qué deberíamos preocuparnos? En primer lugar, porque las artes y las humanidades desarrollan el pensamiento crítico y la creatividad, facultades importantes como las que promueven la ciencia y tecnología para el desarrollo económico. La autora no apuesta por una superposición de saberes, sino por su necesaria complementariedad. Las ciencias y las humanidades no se excluyen; conjuntamente permitirían «afrontar los problemas internacionales como “ciudadanos del mundo”». (26) Si desaparecen las humanidades de los planes de estudio o se orientan sus contenidos a lo estrictamente práctico, se perjudica el pensamiento crítico y la creatividad a favor del utilitarismo y la rentabilidad, lo cual implica que la ciudadanía posea cada vez menos disposición para juzgar las ideas de su época y para proponer alternativas a pensamientos hegemónicos. Por consiguiente, el pensamiento crítico es fundamental para mantener una democracia alerta: «[…] los jóvenes de todo el mundo, de cualquier país que tenga la suerte de vivir en democracia, deben educarse para ser participantes en una forma de gobierno que requiere que las personas se informen sobre las cuestiones esenciales que deberán tratar, ya sea como votantes o como funcionarios electos o designados». (29)

En segundo lugar, siguiendo el enfoque de las capacidades de Sen y Nussbaum, el espíritu de las humanidades, que viene siendo distorsionado por le educación para la rentabilidad, es el desarrollo de facultades como la empatía y el reconocimiento de la diversidad, aparte del pensamiento crítico y la creatividad. Sin estas facultades, la comprensión del otro próximo o distante de nosotros será cada vez más difícil. Ello nos lleva a preguntarnos cuál es el tipo de educación que realmente deseamos: cuando se evalúa la educación en un país, afirma Nussbaum, hay que preguntarse cómo forma a los jóvenes para una participación sociopolítica, es decir, cuán comprometidos están con su ciudadanía.

Posteriormente, la autora contrasta la «educación para la renta» y la «educación para la democracia». Aquella se fundamenta en una idea dominante en estos tiempos: que el crecimiento económico genera progreso para una nación. El problema con esta visión es que prescinde de otros indicadores que en conjunto expresan mejor los niveles de calidad de vida, como la distribución de la riqueza, la igualdad social, o la calidad de las relaciones étnicas y de género. Esta teoría del desarrollo, de profunda raigambre neoliberal, fue planteada por los economistas de la Escuela de Chicago y sugerida por el FMI y el Banco Mundial como política económica normativa para países emergentes. Su traducción al ámbito de la educación fue el Nuevo Vocacionalismo: educar con fines utilitarios, sencillamente, neoliberalismo educativo. Esa es la educación para la renta.

Las evidencias demuestran que el crecimiento económico no arrastra necesariamente mejoras en la salud, educación, reducción de la desigualdad y la pobreza ni mayor respeto de las libertades civiles y políticas, sino que alienta la concentración de la riqueza en territorios y sectores poblacionales específicos. Para revertir esta situación habría que examinar si se está formando a los jóvenes en la escuela y la universidad para plantear alternativas a un modelo que ampara la desigualdad, el beneficio de unos pocos y la indiferencia frente a los otros; y si no se está lesionando deliberadamente su autonomía para pensar por ellos mismos debido a la preeminencia de un modelo que promueve una educación rentable y rentista para quien la ofrece como para quien se forma en ella. «La libertad de pensamiento en el estudiante resulta peligrosa si lo que se pretende es obtener es un grupo de trabajadores obedientes con capacitación técnica que lleven a la práctica los planes de las élites orientadas a las inversiones extranjeras y el desarrollo tecnológico». (43)

Nada más irritante para los rentistas de la educación que el debate ideológico, el pensamiento crítico, la abierta discrepancia y la organización política de los estudiantes. No solo ignoran o subestiman las artes y humanidades, les tienen miedo, pues el cultivo el cultivo del pensamiento crítico es un poderoso antídoto contra la resignación, la complacencia y el adiestramiento, y por el contrario, incentiva la inconformidad con los medios y los fines. Por eso quienes solventan la educación para el crecimiento económico se oponen a que las artes y las humanidades integren los planes de estudio de escuelas y universidades.

Frente a ese modelo, Nussbaum contrapone la educación para el desarrollo humano, la cual implica «un compromiso con la democracia, pues un ingrediente esencial de toda vida dotada de dignidad humana es tener voz y voto en la elección de las políticas que gobernarán la vida propia» (47). Es un tipo de formación que apoya las libertades políticas, religiosas, de expresión, derechos en salud y educación, etc. Gozar de estos derechos es signo inequívoco de prosperidad, de calidad de vida, sobre todo si cualquier ciudadano puede ejercerlos sin restricciones de corte económico. El dinero no debería ser la medida para acceder a una educación de calidad.

En «Educar ciudadanos: los sentimientos morales», profundiza sus reflexiones sobre la educación para la democracia enfatizando la empatía, o sea, imaginar o suponer cómo se sentiría el otro. Ello fortalece la solidaridad y ayuda vencer la indiferencia. La educación para la democracia necesita además que la escuela desarrolle el interés por los demás mediante la interacción con las minorías (étnicas, lingüísticas, de género, etc.), combata estereotipos y prejuicios mostrando contenidos reales y diversos sobre el otro, enseñe la importancia de la responsabilidad individual y aliente el pensamiento crítico.

«La pedagogía socrática: la importancia de la argumentación» debería ser lectura obligatoria para todo maestro que aprecie despertar de inquietudes, más que fijar saberes en sus estudiantes. Nussbaum explica la importancia de la mayéutica socrática para la educación humanística por el protagonismo que le otorga a la argumentación y a la iniciativa personal durante el aprendizaje. Las humanidades podrían ayudar a que los alumnos reflexionen y argumenten por sí mismos antes que someterse a un saber. Sin embargo, la educación para el crecimiento económico pone en riesgo el ideal socrático, ya que el debate pierde interés, los exámenes se estandarizan, los contenidos de las disciplinas se tornan rudimentarios rebajándose cada vez que se necesite obtener un mayor índice de aprobados para evitar la deserción, pero en el fondo, para no comprometer la rentabilidad. En suma, que el conocimiento no obstaculice la aprobación de un examen diseñado sobre la base de contenidos superficiales. Visto así, obviamente la reflexión, la discusión y la argumentación quedan al margen.

Argumentar es una capacidad fundamental en la vida práctica. No es una exquisitez intelectual, sino una responsabilidad, un compromiso con nuestra autonomía. A diario observamos lo inestable que es la opinión pública cuando evalúa algún hecho. La imagen que el individuo le imprime a su discurso se toma como argumento para aceptar sus planteamientos sin mediar análisis. Y tan pronto como se adhiere a una opinión, la rechazan a favor de otra simplemente por el prestigio que reviste el que lo dice. Si asumimos una postura personal, somos capaces de sostenerla mediante argumentos y contrastarla con otras distintas, eventualmente, pondremos en tela de juicios nuestras propias creencias. Por ende, el cultivo de la argumentación es fundamental para la democracia, porque nos predispone a entablar diálogo con quien piensa diferente y a estar alertas ante la emergencia de discursos totalitarios que diluyen la controversia bajo una aparente armonía.

La idea más atractiva y que pone de manifiesto la integridad de la defensa que Nussbaum hace de las humanidades está en el capítulo dedicado al tema de la educación para la ciudadanía mundial. Si examinamos detenidamente nuestro sistema educativo comprobaremos que allí se gestan las grandes transformaciones así como las grandes tragedias de la nación. El racismo, el nacionalismo xenofóbico, el etnocentrismo hostil, la discriminación lingüística, entre otras formas de exclusión, se aprenden en la escuela y se refuerzan en la familia y la sociedad, y viceversa. Cuán indispensable es que un estudiante sepa la importancia de reconocer la diversidad cultural de su nación y del mundo. Que no hay por qué jerarquizar la diferencia ni tampoco sobrealimentarla sino aceptarla. Que la diversidad no es una barrera infranqueable para dialogar con el otro sino un desafío ineludible. «Es imposible que las instituciones terciarias y universitarias transmitan el tipo de enseñanza que hace a un ciudadano del mundo si no cuentan con estructuras dedicadas a la educación humanística, es decir, con al menos un conjunto de cursos de formación general para todos los alumnos aparte de las materias obligatorias para cada carrera principal».

Sin fines de lucro me llevó a reconsiderar mi opinión sobre la educación estadounidense y la europea. Anteriormente, creía que en el Viejo Continente aún sobrevivía un sólido bastión humanista y que, en cambio, los EEUU solo se alimentaban de las modas intelectuales europeas. Nussbaum demuestra con claridad que si bien en su país la amenaza contra las humanidades es un hecho (los profesores de humanidades en los EEUU vienen observando una reducción de presupuestos asignados a sus departamentos. Las que no pueden justificar su sostenibilidad se cierran, su plana de tiempo completo se integra a otro departamento y se sujetan a las directivas de la misma; en suma, pierden autonomía) todavía subsiste una amplia base humanística y que no todas las autoridades ni docentes ni estudiantes en la unión americana estarían dispuestos a claudicar ante el neoliberalismo educativo.

Para la autora, la literatura y las artes desarrollan la imaginación y logran vencer la vergüenza y la repugnancia frente al otro. A ello agregaría que la enseñanza crítica de la literatura en la escuela forma ciudadanos democráticos a través de la tolerancia frente a la libre interpretación. Acostumbrarse a admitir de buen grado que el otro tiene derecho a decir su verdad sin reparos ni censuras ni condicionamientos predispone a un individuo al diálogo, a la apertura frente a la diferencia. Lo contrario sucede si el esfuerzo se concentra en fijar interpretaciones a toda costa.

Y aunque amenazado por la educación para la renta, me reconforta formar parte de un saber donde todavía sobrevive una voluntad de cambio.

viernes, noviembre 18, 2011

El NUEVO VOCACIONALISMO

Arturo Caballero

En su libro Homo academicus (1989), Pierre Bourdieu detalla cómo la distribución del conocimiento en facultades, escuelas y departamentos universitarios reproduce la estructura social dominante. Por un lado, se encuentran disciplinas como la medicina, el derecho y las escuelas de negocios, que basan su poder en el capital económico-académico y consecuentemente en el prestigio social. Esto significa que ser formado en alguna de ellas revestirá al sujeto de una autoridad académica (grados, títulos, cargos, becas, etc.) refrendada por la ubicación socioeconómica que tales recursos le permitan. Por otro lado, están las ciencias naturales, cuyo poder radica sobre todo en el capital intelectual otorgado por el prestigio de la comunidad científica. Para Bourdieu esta confrontación es análoga a la que existe entre la clase dominante (hombres de negocios, ejecutivos y funcionarios estatales detentadores del poder político y económico) y los científicos (artistas e intelectuales) representantes del poder simbólico y cultural. Las humanidades y las ciencias sociales son susceptibles de ubicarse entre ambos.

Al respecto, Wlad Godzich comenta el lugar en que las humanidades y las ciencias sociales vienen perdiendo terreno frente a la arremetida del «Nuevo Vocacionalismo», que motiva la sustitución y progresivo abandono de los valores humanísticos que sostienen la episteme de aquellas áreas del conocimiento. Contrastando lo señalado por Bourdieu, la tendencia es que las humanidades y las ciencias sociales se instrumentalicen, lo cual las convierte, dicho al mejor estilo de Louis Althusser, en aparatos ideológicos del poder económico-político. La cultura escrita es el lugar donde se libra la batalla entre las humanidades y el Nuevo Vocacionalismo.

Ante la crisis económica de los 60 y 70 en los EEUU, y como parte de una serie de medidas conducentes a superar la crisis, las unidades encargadas de evaluar el nivel educativo de los estudiantes estadounidenses aplicaron pruebas a lo largo y ancho de la Unión Americana. Las pruebas nacionales de competencia lingüística concluyeron que sus estudiantes no estaban en condiciones de desarrollar bien sus estudios por lo que requerían «recibir formación adicional en las universidades para poder trabajar satisfactoriamente en su campo» cualquiera fuera su especialidad. En seguida, se dispuso la reestructuración de las currículas de educación básica, secundaria y superior poniendo énfasis en las ciencias exactas y tecnología en perjuicio de las ars liberalis y las ciencias sociales. El consenso era superar la crisis mediante la formación especializada de individuos en conocimientos aplicados a la solución de problemas.

La tarea de nivelación se asignó a los departamentos universitarios de inglés, cuyos profesores adujeron que no correspondía a la universidad resolver los problemas generados por una desacertada política educativa excluyente y discriminadora que sin tomar en cuenta la gravedad de la situación extendió «la educación superior a las minorías raciales y étnicas», cuyo nivel era deficiente debido al abandono de la educación pública en comparación con la privada.

Pese a la reticencia de los humanistas, la reestructuración se ejecutó de igual modo. A partir de ese instante, ya no era tan importante la literatura inglesa o la historia del pensamiento político europeo, como la redacción de textos sobre la base de información relacionada con la profesión del estudiante. De este modo, se generó una abierta confrontación entre los profesores de literatura y los enseñantes de redacción, al punto que fue necesario «conceder autonomía presupuestaria y organizativa a la nuevas unidades académicas dedicadas a la enseñanza de la escritura». Observemos que la escritura, concebida tradicionalmente como un recurso fundamental de las artes libres (aquellas que tenían como propósito ofrecer conocimientos generales y destrezas intelectuales, antes que destrezas profesionales u ocupacionales especializadas llamadas artes manuales. Nuestras actuales humanidades) como la gramática, la dialéctica y la retórica se transformó en un recurso que por sus nuevos objetivos simplificaba todo lo que se podía y debía desarrollar en las currículas escolares y universitarias.

El significado de ars liberalis no es contingente. «La palabra ars tal como se utiliza en ars liberalis significa precisamente lo que techné significa; las artes liberales son las artes o las destrezas de las personas libres» (McIntyre 1992:92). La techné griega designaba lo mismo que la ars latina, su traducción. En algún momento de la historia ars se convirtió en el opuesto a techné. No me extenderé en ello aquí, pero es evidente que en la actualidad las secretarías, comisiones, consejos y demás similares de ciencia y tecnología no contemplan dentro de sus planes, o si lo hacen es en grado mínimo, a las artes, pues es muy extendida la idea que tecnología y artes son actividades si no diferentes, antagónicas.

Según Godzich, el verdadero trasfondo del conflicto entre humanistas y practitioners del lenguaje es la noción de cultura escrita que está en juego. Para aquellos es de suma importancia la defensa de los valores humanísticos, el pensamiento crítico y la formación general de saberes. En cambio, para los encargados de los nuevos programas de escritura lo primordial es la necesidad práctica, la utilidad del conocimiento, aprender algo que se va a utilizar, lo exigido por la realidad y las necesidades de los estudiantes.

Las facultades que formaban especialistas en profesiones vinculadas a actividades económicas recibieron más fondos y con ello adquirieron mayor autonomía para decidir el rediseño de las currículas y los procedimientos para las contrataciones de un cuerpo docente acorde a los nuevos tiempos. Las currículas de formación general incluyeron más cursos de redacción con mayor cantidad de horas, inclusive se diseñaron nuevos cursos para nivelar a los ingresantes siguiendo la recomendación de los evaluadores de competencias lingüísticas. Este giro en la política educativa se conoce como Nuevo Vocacionalismo, es decir, el redireccionamiento de los contenidos de los cursos de una carrera profesional, sean de formación básica o de especialidad, de acuerdo a necesidades específicas y orientadas a la consecución de un logro observable.

«Lo que quieren estos centros son estudiantes que sepan escribir en sus campos, y por tanto no puede sorprender que los programas de escritura hayan establecido diferentes líneas para los estudiantes sobre la base de su futura orientación vocacional: escritura para la actividad empresarial, para el derecho, para la ciencia, para la medicina, para la tecnología [...]». Esta es la noción de cultura escrita adoptaba en muchas universidades estadounidenses entre los 70s y los 80s, la cual se ha proyectado a nivela mundial y con especial énfasis en América Latina, donde viene adquiriendo, en algunos países más que en otros, una gran aceptación.

El Nuevo Vocacionalismo es resultado de un análisis interesado y oportunista que atribuye ineficiencia y extravagancia a las humanidades considerándolas saberes inútiles en la era de la información. Obedece también a los intereses empresariales de un sector ávido por superar la crisis mediante capital académico eficientemente formado en la solución de problemas más que en la especulación; en la toma de decisiones más que en la investigación (cuyos resultados se observan, en este campo, a veces a largo plazo). Cuando no pueden doblegar la resistencia del cuerpo intelectual, invierten cuantiosas sumas en centro de estudios privados si no es que ellos mismos los crean. Viéndolo en perspectiva, es un asunto que debería preocuparnos por las serias implicancias políticas que acarrea.

Es justamente lo que animó a Martha Nussbaum para indagar en el repliegue de las humanidades en los planes de estudios de las universidades del primer mundo y su impacto en la vida política. En su magnífico ensayo Sin fines de lucro (2010), Nussbaum advierte que el futuro será peligrosamente individualista si las políticas públicas en educación siguen la tendencia que llevan. Añade que hoy prima la idea de una educación rentable, capaz de dotar al estudiante de habilidades técnicas. Su postura es que sin el estudio de las humanidades, las sociedades perderán su pensamiento crítico y la capacidad para comprender la injusticia.



«En casi todas las naciones del mundo se están erradicando las materias y las carreras relacionadas con las artes y las humanidades, tanto a nivel primario y secundario como a nivel terciario y universitario. Concebidas como ornamentos inútiles por quienes definen las políticas estatales en un momento en que las naciones deben eliminar todo lo que no tenga ninguna utilidad para ser competitivas en el mercado global, estas carreras y materias pierden terreno a gran velocidad, tanto en los programas curriculares como en la mente y el corazón de padres e hijos. Es más, aquello que podríamos describir como el aspecto humanístico de las ciencias, es decir, el aspecto relacionado con la imaginación, la creatividad y la rigurosidad en el pensamiento crítico, también está perdiendo terreno en la medida en que los países optan por fomentar la rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para generar renta».

En lo concerniente a la crisis de la cultura escrita, Godzich agrega que el impacto del Nuevo Vocacionalismo en la escritura ha sido la adquisición de una variedad específica de la lengua «con escaso conocimiento, lo más rudimentario en todo caso» de los contenidos de la Lingüística, en favor de la instrumentalización del lenguaje, el progresivo abandono de los vínculos entre lengua, cultura y sociedad, y la fragmentación en lenguajes autónomos aislados donde «la competencia para adquirirlos se restringe a uno solo de ellos»(13). El objetivo de estos programas no fue solucionar la crisis de la cultura escrita que agravó la brecha cognoscitiva entre quienes podían solventar una educación de calidad y los que no, sino que mediocrizó el potencial del conocimiento impartido enseñando al estudiante «a usar el lenguaje para la recepción y transmisión de información en una sola esfera de la actividad humana: la de su futuro campo de trabajo»(14).

Las Facultades de Lenguas poco pueden hacer contra la articulación de intereses comunes entre inversionistas privados (creadores de centros de estudio ad hoc a sus necesidades), las escuelas de capacitación profesional y los partidarios del Nuevo Vocacionalismo, que viene ganando adeptos en progresión geométrica al interior de los departamentos de Letras si basan su resistencia exclusivamente en una respuesta académica, pues se trata de una lucha que se librará en la esfera de lo político. Los «indignados» de Wall Street (Occupy Wall Street), los estudiantes chilenos que exigen una educación pública gratuita y los universitarios colombianos que la defienden, y los alumnos que se retiraron voluntariamente del curso de Introducción a la Economía en Harvard vienen mostrando el camino. Así como ellos, los humanistas deben evaluar cuánto pueden influir en la opinión pública más allá de las aulas.