Qué le paso a Cenaida Uribe
Arturo Caballero
En esta semana, los medios de comunicación informaron de un incidente protagonizado por la congresista y ex voleibolista de la selección Cenaida Uribe. Las fuentes indican que agredió verbalmente a una policía que estaba desviando el tránsito en el centro durante el paso de la procesión del Señor de los Milagros.
Ante el requerimiento de los medios, la congresista decidió no tocar el tema y hasta el momento no ha esclarecido lo que sucedió. Bajo ningún concepto, es justificable que un funcionario público utilice su investidura para no respetar las leyes. Es verdaderamente fatigante enterarse cada semana de los exabruptos de congresistas, jueces y diversas autoridades quienes no están a la altura de las circunstancias. Un vocal en Puno se resiste a ser intervenido y desafía a la policía a liarse golpes; una abogada de la procuraduría nada menos, es intervenida, en completo estado etílico, por la policía y protagoniza un bochornoso incidente en la comisaría; lo del Congreso es pan de cada día.
La constante en todos estos casos, además del abuso del cargo para burlar la ley o una sanción, es la ausencia total de autocrítica. La incapacidad para reconocer un error, por el motivo que sea, imposibilita cualquier propósito de enmienda. Estos individuos, seguramente piensan que reconocer un error es signo de debilidad o pérdida de autoridad cuando realmente enaltecería su imagen en un contexto en el que es poco frecuente que una autoridad pida disculpas por sus errores.
Algo que me sorprende y creo merece analizarse es la cuestión de género. Es una observación empírica, pero he sido testigo, en diversas circunstancias, de cierta agresividad intensificada cuando la protagonizan mujeres. Cuando era profesor secundario y comunicaba al salón que en mi reemplazo llegaría una profesora, la reacción inmediata de la mayoría de las alumnas era adversa: preferían que venga un profesor; a menudo en los hospitales, he sido testigo a través de familiares o de pacientes, que ante la posibidad de que una doctora atienda u opere a su familiar, agoten la probabilidad de hallar a un doctor; incluso cuando ha ocurrido algún incidente de tránsito, no solo los choferes hombres hacen gala de su malacrianza al lanzar agravios de corte sexista contra conductoras, sino que también otras mujeres lo hacen: "mujer tenías que ser". (Una colega en mi trabajo nos contaba furiosa que "una mujer" la había chocado por detrás destacando sobre todo la condición de género de la misma).
Lo anterior tiene relación con una idea de Marco Aurelio Denegri: el feminismo, entendido como una propuesta revisionista y crítica de las relaciones intergenéricas, no ha calado en la mayoría de mujeres en el mundo. Prueba de ello es que muchas veces son las mismas mujeres quienes fomentan, avalan o difunden prácticas machistas. De manera similar sucede con otros tipos de discriminación (el cholo que cholea, el negro que discrimina con mayor ferocidad a sus similares). Recordemos que los agentes de represión durante la Colonia no solo fueron las autoridades españolas, sino que había indígenas a su cargo que ejecutan órdenes represivas contra sus congéneres. Sucede algo similar con los miembros de seguridad de algunas discotecas: en vez de indignarse por un maltrato contra un ciudadano debido a sus rasgos físicos, la emprenden con violencia contra los mismos acatando una orden superior; cuando diversas instituciones protestaban contra el personaje de la Paisana Jacinta de Jorge Benavides, podíamos apreciar que la sintonía era enorme en los sectores que supuestamente eran agraviados con ese personaje.
Sin embargo, estos casos no deberían servir para concluir que algunas situaciones injustas deben permanecer en aras de lo acostumbrado. Por el contrario, deben incentivarnos a buscar mejoras y tratos igualitarios. El problema es que quienes tienen la responsabilidad y la posibilidad de implementar cambios tienen actitudes éticamente reprobables. Además, quienes los eligen para que cumplan con su deber, no suelen estar interesados en fiscalizar o no tienen acceso a los mecanismos fiscalizadores para revertir tal situación o, mucho peor, estos no existen. A ello se agrega que la calidad de la demanda de gran parte de la ciudadanía en temas de corrupción es muy pobre: se aprecia más al vivo que al honesto, al cual se califica de ingenuo.
Hechos como el de la congresista Uribe solo cambiarán cuando la ciudadanía eleve las exigencias que plantea a sus representantes políticos.
Arturo Caballero
En esta semana, los medios de comunicación informaron de un incidente protagonizado por la congresista y ex voleibolista de la selección Cenaida Uribe. Las fuentes indican que agredió verbalmente a una policía que estaba desviando el tránsito en el centro durante el paso de la procesión del Señor de los Milagros.
Ante el requerimiento de los medios, la congresista decidió no tocar el tema y hasta el momento no ha esclarecido lo que sucedió. Bajo ningún concepto, es justificable que un funcionario público utilice su investidura para no respetar las leyes. Es verdaderamente fatigante enterarse cada semana de los exabruptos de congresistas, jueces y diversas autoridades quienes no están a la altura de las circunstancias. Un vocal en Puno se resiste a ser intervenido y desafía a la policía a liarse golpes; una abogada de la procuraduría nada menos, es intervenida, en completo estado etílico, por la policía y protagoniza un bochornoso incidente en la comisaría; lo del Congreso es pan de cada día.
La constante en todos estos casos, además del abuso del cargo para burlar la ley o una sanción, es la ausencia total de autocrítica. La incapacidad para reconocer un error, por el motivo que sea, imposibilita cualquier propósito de enmienda. Estos individuos, seguramente piensan que reconocer un error es signo de debilidad o pérdida de autoridad cuando realmente enaltecería su imagen en un contexto en el que es poco frecuente que una autoridad pida disculpas por sus errores.
Algo que me sorprende y creo merece analizarse es la cuestión de género. Es una observación empírica, pero he sido testigo, en diversas circunstancias, de cierta agresividad intensificada cuando la protagonizan mujeres. Cuando era profesor secundario y comunicaba al salón que en mi reemplazo llegaría una profesora, la reacción inmediata de la mayoría de las alumnas era adversa: preferían que venga un profesor; a menudo en los hospitales, he sido testigo a través de familiares o de pacientes, que ante la posibidad de que una doctora atienda u opere a su familiar, agoten la probabilidad de hallar a un doctor; incluso cuando ha ocurrido algún incidente de tránsito, no solo los choferes hombres hacen gala de su malacrianza al lanzar agravios de corte sexista contra conductoras, sino que también otras mujeres lo hacen: "mujer tenías que ser". (Una colega en mi trabajo nos contaba furiosa que "una mujer" la había chocado por detrás destacando sobre todo la condición de género de la misma).
Lo anterior tiene relación con una idea de Marco Aurelio Denegri: el feminismo, entendido como una propuesta revisionista y crítica de las relaciones intergenéricas, no ha calado en la mayoría de mujeres en el mundo. Prueba de ello es que muchas veces son las mismas mujeres quienes fomentan, avalan o difunden prácticas machistas. De manera similar sucede con otros tipos de discriminación (el cholo que cholea, el negro que discrimina con mayor ferocidad a sus similares). Recordemos que los agentes de represión durante la Colonia no solo fueron las autoridades españolas, sino que había indígenas a su cargo que ejecutan órdenes represivas contra sus congéneres. Sucede algo similar con los miembros de seguridad de algunas discotecas: en vez de indignarse por un maltrato contra un ciudadano debido a sus rasgos físicos, la emprenden con violencia contra los mismos acatando una orden superior; cuando diversas instituciones protestaban contra el personaje de la Paisana Jacinta de Jorge Benavides, podíamos apreciar que la sintonía era enorme en los sectores que supuestamente eran agraviados con ese personaje.
Sin embargo, estos casos no deberían servir para concluir que algunas situaciones injustas deben permanecer en aras de lo acostumbrado. Por el contrario, deben incentivarnos a buscar mejoras y tratos igualitarios. El problema es que quienes tienen la responsabilidad y la posibilidad de implementar cambios tienen actitudes éticamente reprobables. Además, quienes los eligen para que cumplan con su deber, no suelen estar interesados en fiscalizar o no tienen acceso a los mecanismos fiscalizadores para revertir tal situación o, mucho peor, estos no existen. A ello se agrega que la calidad de la demanda de gran parte de la ciudadanía en temas de corrupción es muy pobre: se aprecia más al vivo que al honesto, al cual se califica de ingenuo.
Hechos como el de la congresista Uribe solo cambiarán cuando la ciudadanía eleve las exigencias que plantea a sus representantes políticos.
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