miércoles, junio 13, 2012

EL PERÚ NO NECESITA DE FÚTBOL



Recuerdo que en la secundaria, el hermano Gabriel se encargaba de reclutar a los alumnos que integrarían la banda de música. Durante las primeras semanas, visitaba las aulas del primer y segundo grado de secundaria y luego de preguntarnos quienes queríamos entrar a la banda, de inmediato nos evaluaba en el solfeo. Las ganas eran grandes, pero no siempre acompañaba el talento, por lo cual algunos no muy afinados se quedaban al margen o se consolaban con la banda de guerra (tambores, tarolas) o la escolta. Y aunque tuve la suerte de integrar la banda de música del Colegio La Salle, me quedé con la desazón de no haber podido dominar el saxo barítono. Veinticinco años después, el colegio ya no cuenta con banda de música, pues hace algunos años atrás se deshizo de ella. La razón de fuerza, me dijeron, fue lo costoso de la renovación de los instrumentos, muchos de los cuales habían pasado por varias generaciones de estudiantes, y otra que cada vez había menos interés en los alumnos.

En cierta ocasión, en una breve charla con Daniel Salas, discutíamos acerca de la importancia de las tesis de licenciatura. Para Daniel, esa tesis no tenía razón de ser porque se convertía más en una traba para ejercer la profesión que en una acreditación real de conocimiento, ya que no se le puede exigir a un egresado del pregrado un trabajo de investigación sólido habida cuenta de lo precaria que es la formación de investigadores en las universidades públicas. En su opinión, era preferible eliminar la tesis de licenciatura, como se hizo con el bachillerato, y convertirla en un trámite administrativo como lo es aquel. De este modo, si el egresado se sintiera atraído por la investigación, aguardaría un trabajo más sólido para la maestría o el doctorado, espacios según Daniel, más idóneos para elaborar una buena tesis.

De otro lado, recuerdo un programa de Andrés Oppenheimer al cual convocó a humanistas y técnicos para debatir sobre el retraso tecnológico en América Latina. En todo momento, situó el debate en una falsa contradicción: que la sobreabundancia de letrados y humanistas en nuestro continental es la razón por la que la ciencia y la tecnología están atrasadas, por lo cual habría que revertir esa polaridad.

Contrariamente a lo que se piensa, no todos los argentinos viven por y para el fútbol (conozco a muchos que detestan a Maradona y que no siguen a su selección sino recién en las instancias finales y a otros tantos que sienten vergüenza ajena por la celebridad en que se ha convertido el Tano Pasman, el enfebrecido hincha de River Plate que sufrió el descenso de su equipo a la B de una manera insólita). En cuanto a deportes, Argentina no ha obtenido exclusivamente logros futbolísticos. La selección de básquet fue campeona olímpica en Atenas 2004 venciendo nada menos que a EEUU en semifinales y a Italia en la final. Los Pumas, el equipo argentino de rugby, no ha campeonado en certámenes de gran envergadura (lo mejor ha sido el 3° en el mundial de 2007). El rugby en Argentina es amateur, no profesional como en Inglaterra, Sudáfrica, Francia o Nueva Zelanda, lo que significa que muchos de los jugadores que no tienen la suerte de alternar en un equipo profesional de Europa u Oceanía, deban dedicarse a otras actividades para suplir la falta de presupuesto, situación que ha cambiado desde que la empresa privada junto con el Estado los apoyan, pese a que no tienen grandes lauros que exhibir como sus pares anglosajones. La Leonas, nombre con el que se conoce al equipo argentino de hockey sobre césped, tienen un palmarés más notable: siete medallas en la Copa Mundial de Hockey sobre Césped (dos de oro), tres medallas olímpicas, nueve medallas del Trofeo de Campeones (cinco de oro), y siete medallas en los Juegos Panamericanos (seis de oro y una de plata). Ambos deportes no son de lejos nada comparables en audiencia con el fútbol en Argentina, pero ni los modestos resultados ni la escasa acogida de estos deportes (hoy en franco crecimiento) podría esgrimirse como razón para decidir quitarles presupuesto para favorecer, por ejemplo, el teatro o el cine.

En Argentina, la pasión por el fútbol transita en paralelo con el cultivo de las artes y las letras. El cine argentino tiene una reputación merecidamente ganada a nivel mundial. Recuerdo la gran expectativa que levantó la nominación de La teta asustada a la mejor película extranjera, galardón otorgado a El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. El bien ganado prestigio del cine argentino en América Latina y Europa a merced de producciones como Kamchatka, Iluminados por el fuego, Carancho, Nueve reinas, Viudas, El hombre de al lado, entre tantas otras, no se explica por la reducción de presupuesto a deportes que no brindan satisfacciones o lo que es lo mismo, que no cosechan triunfos. Lo mismo es extensivo a las letras. La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires figura entre las más importantes del mundo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría disminuir el presupuesto del hockey o el rugby para endosarlo a la feria del libro o para refaccionar el Gran Rex.

Nelson Mandela recibió enormes presiones para desmantelar a los Springboks, el equipo sudafricano de rubgy, cuyos colores representaban la oficialización del racismo en el deporte. Ni los deficientes resultados en campeonatos internacionales apenas asumida la presidencia ni las enardecidas pero muy comprensibles demandas de la comunidad negra y de su entorno de asesores determinaron la desaparición de los Springboks. En un país donde la población negra prefería el fútbol, vitoreaba al rival y esperaba con ansias la aplicación del «ojo por ojo», Mandela no solo no cedió sino que personalmente pidió al capitán del equipo de rugby François Piernaar ganar el campeonato mundial que tendría como sede a Sudáfrica, lo cual lograron en el último minuto frente a los favoritos All Blacks de Nueva Zelanda, victoria que a la postre alivió las tensiones evitando una inminente guerra civil. ¿Qué hubiera sucedido si el mandatario sudafricano actuaba de acuerdo a la lógica del resultado? Definitivamente, nada de lo que John Carlin testimonia en El factor humano: sellar la paz y cambiar el curso de la Historia.

Y es que la razón por la que la cultura en el Perú no está en la agenda de la mayoría de los ciudadanos no debemos buscarla en la desproporción existente entre el financiamiento que recibe el fútbol y otros deportes o entre aquel y el teatro, el cine, la ópera, etc., sino en los protagonistas del problema que se intenta resolver, los cuales no se hallan precisamente en el Estadio Nacional ni en la Videna.

Las implicancias de lo dicho por Marco Zunino son muy graves por lo pragmatista y simplificadora de su propuesta (tan persuasiva y efectista en momentos de desencanto por la selección) y porque, aunque no lo sostuvo, muchos de quienes apoyan su declaración plantean la discusión del apoyo a un deporte (y por qué no extrapolarlo a la cultura, digo) en términos de mayoría/minoría: o sea condicionamos el financiamiento económico a un deporte en función de los triunfos que este deporte obtiene y de la aceptación o rechazo público. Interesante. Entonces de lo que dice Zunino y quienes lo apoyan se sigue que si la selección nos diera triunfos y alegrías estaría justificado el enorme presupuesto que actualmente recibe, que se corresponde con el desnivel de financiamiento a otros deportes (?), así, el asunto de fondo permanece igual: que otros deportes sigan postergados porque no dan triunfos, ni alegrías, ni placer, ni satisfacción. Esta lógica resultadista nos diría también que si la gente no fuera al teatro (en provincias por ejemplo no es como Lima), que si las facultades de humanidades disminuyen su población o que como en muchas ciudades de interior no hay demanda por el cine, entonces que Abancay, Cuzco, Moquegua y Puno por poner algunos ejemplos permanezcan sin cine y teatro, o que se cierren las carreras de humanidades porque no son útiles. El trasfondo de ese razonamiento (no hay buenos resultados, no dan satisfacciones sino desencanto, ergo, adiós financiamiento) es del más rabioso pragmatismo oferta-demanda, cuya gravedad la apreciamos mejor cuando la trasladamos a las actividades de nuestro interés, las que nos dan placer. Pero ¡no, esas son intocables, pues! Ya que es más sencillo aprobar el desfinanciamiento de una actividad (o su eventual reducción cuando no desaparición) que nos desinteresa y decepciona, y promover otras más gratificantes. Quienes de entrada secundan la lógica pragmática de Zunino están muy cerca del ex ministro de Defensa, Ántero Flórez-Araoz cuando declaró que el Perú no necesita museos, pues urgen más clínicas y escuelas.

Lo otro es que detrás de la opinión de Zunino se desliza la seductora idea de que la cultura en nuestro país carece de apoyo porque el fútbol recibe mayor financiamiento (o peor que castigando al fútbol por los malos resultados llegó el momento para incrementar el presupuesto en cultura). Flaco favor el que le hace Zunino a las expectativas de quienes mucho antes de que la selección acumulara fracasos exigen que el Estado les preste mayor atención. Entonces, esperemos a ver qué otra actividad no es tan útil para pensar a cual revitalizamos, o sea, Zunino propone actuar reactivamente, por condicionamiento a las deficiencias de una actividad para potenciar otra, y no a partir de un análisis de las políticas culturales en el Perú. De acuerdo a lo declarado por Zunino “ya basta de fútbol, no vamos a campeonar”, la viabilidad de un deporte está supeditada al triunfo. Bien espartana su declaración. Vencer o ¿desaparecer? Entre esto y la competitividad empresarial que percibe toda confrontación como una lucha de supervivencia entre fuertes y débiles no hay mucha diferencia solo que Zunino, y quienes eventualmente lo apoyan, invierten el razonamiento, pero no así la gravedad de sus alcances: debilitemos al más «fuerte», fortalezcamos al más «débil», pues el origen de nuestras carencias están en los privilegios de aquellos. Visto así los «débiles» no son absoluto para nada responsables de su situación, pues esos están en otro lugar (en el desmedido financiamento al fútbol en el cual “no vamos a campeonar”) los culpables de que, por ejemplo, los teatros no cuenten con infraestructura adecuada. En suma, Zunino no ve en los propios actores de la cultura siquiera una cuota de responsabilidad en lo que a muchos nos incomoda: la desatención a espectáculos culturales.

En vez de disolver la banda de música, los hermanos del colegio La Salle habrían hecho mejor en reacondicionarla o crear nuevos canales de expresión artística acordes a los intereses de los alumnos, cuyos cambios son producto de la sensibilidad de una época. Pero de ninguna forma deshacerse de la banda. En cuanto a la postura de Daniel Salas, considero que la solución no está en eliminar la tesis de licenciatura, sino en elevar la exigencia durante el pregrado. Muchas tesis de licenciatura, al menos de las que conozco en el área de letras y humanidades, son superiores y más ambiciosas que otras de posgrado. La solución tampoco está en reducir la cantidad de páginas para que todos puedan saltar la valla como sucede con las tesis de grado en Humanidades de la PUCP en un afán por reducir la cantidad de egresados que no se gradúan. No es que el atraso técnico-científico se explique por la abundancia de abogados, sociólogos, antropólogos o humanistas. Aquí la clave tampoco es cerrar las facultades de ciencias sociales o humanidades y en su lugar abrir más de ingenierías. Ni aun en el fútbol por alinear a tres delanteros se es más ofensivo. Del mismo modo, los padecimientos de quienes promueven la cultura en el Perú no se solucionarán extirpando los recursos del fútbol. Si queremos que la selección nos depare triunfos y alegrías, la respuesta no está en desintegrarla, sino preguntémonos por qué Paolo Guerrero no da una jugada por perdida y por qué uno solo hace la diferencia. No solo nos molesta perder sino la manera como perdemos.

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