lunes, septiembre 03, 2007

Sobre la ingenuidad de la crítica intuitiva y el otro Williams



La administración Bush es ahora objeto del repudio de la opinión pública de Estados Unidos, y el desastre de Iraq hará que los futuros gobiernos europeos duden en seguir el liderazgo estadounidense. Pero sigo pensando que el fin de la democracia probablemente sería consecuencia de un terrorismo nuclear, y simplemente no sé cómo guardarnos de este peligro. Tarde o temprano, algunos grupos terroristas repetirán el once de septiembre y en mayor escala. Dudo que las instituciones democráticas tengan suficiente capacidad de recuperarse como para soportar tal tensión.

Richard Rorty (Nueva York,1931- Palo Alto, 2007)


Filósofo de orientación pragmatista, en reciente entrevista concedida poco antes de su muerte.


Por Arturo Caballero Medina


Revisando el Dossier Vargas Llosa (2007) de José Miguel Oviedo y Otra historia de un deicidio (2000) de Raymond L. Williams, (no confundirlo con el teórico cultural inglés Raymond Williams) debo decir que mis expectativas fueron demasiado altas para lo que realmente ofrecen estos dos textos a aquellos que estamos interesados en profundizar nuestro conocimiento sobre la obra de Mario Vargas Llosa. José Miguel Oviedo es el tipo de crítico que, prescindiendo de todo marco teórico, aborda la obra de Vargas Llosa desde una perspectiva intuitiva, por no decir basado en sus “corazonadas”. A excepción de Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad (1970), gran parte de lo que ha producido Oviedo sobre Vargas Llosa gira en torno a lugares comunes y a tópicos discutidos hasta la saciedad y su Dossier no escapa a esto. Solo puedo entender la publicación de este texto como una estrategia para mantener su vigencia en la comunidad académica y para asegurarse el espaldarazo de rigor de su gran amigo de los años escolares (el propio Vargas Llosa sorpresivamente asistió a la presentación del libro). Y no es que recién con esta lectura me haya dado cuenta de que Oviedo sea un crítico intuitivo, ateórico y muy subjetivo, sino que esperaba encontrar lo que los medios anunciaban sobre este libro: un recuento actualizado de lo que Oviedo había escrito sobre Vargas Llosa desde su Invención de una realidad, trabajo en el cual se nota que las intuiciones de Oviedo son más ilustrativas y no tan trasnochadas o vacías como en el Dossier.

De Raymond L. Williams había leído antes un texto publicado por el Instituto Tecnológico de Monterrey y el Fondo de Cultura Económica donde el crítico norteamericano iniciaba con una revisión histórico-biográfica sobre Vargas Llosa y luego continuaba con una entrevista al novelista peruano. Otra historia de un deicidio de Williams es un fallido intento, a mi modo de ver, de emular lo que Vargas Llosa hizo con García Márquez en Historia de un deicidio (1971). Apela al mismo esquema, parafrasea los títulos y las categorías que Vargas Llosa aplicó a García Márquez e insiste en lo que cualquier lector de El pez en el agua ya conoce de sobra. Lo único que me pareció rescatable son sus reflexiones en torno a la idea de los “demonios” (pero hay momentos en que demoniza todo y obtiene interpretaciones forzadas). Tuve que leer toda la parte previa para convencerme de que realmente no había nada innovador en esta publicación y sí mucho de repetición. Por ello no me sorprendió que Williams siguiera con tanto ahínco las interpretaciones de Oviedo con quien no discrepa en absoluto.

En el congreso sobre literatura peruana realizado en la Universidad de Laval en Québec, Canadá, me pasó algo similar pero no a nivel de textos, sino con los críticos. Supuse que en la comunidad académica norteamericana los investigadores producían trabajos sesudos y originales sobre sus materias de interés. Y fue cuando comprobé lo que Eduardo Hopkins nos hubo comentado en una charla: que desde Latinoamérica idealizamos demasiado a los críticos norteamericanos. Buena parte de los investigadores que desde México, Perú, Chile, Argentina, Brasil, etc., van a Estados Unidos y destacan porque en sus lugares de origen no cuentan con la infraestructura indispensable para investigar: falta de bibliografía actualizada, acceso restringido a bibliotecas y profesores de pregrado y postgrado que no han renovado su discurso desde que comenzaron a dictar clases. En Estados Unidos cuentan con la infraestructura y los medios, por ello no es casual que los investigadores “latinos” destaquen cuando encontraron lo que buscaban. En Laval me hallé entre críticos que al estilo de Williams y Oviedo repetían o adulaban a Vargas Llosa pero no brindaban nuevas luces acerca de sus textos. Y de esto Roland Forgues se percató de inmediato; en un intermedio me comentó que “estos hablan como hinchas y no como críticos”.

Lo mismo podría decirse de Oviedo y Williams. Lo que Miguel Ángel Huamán comentó en la Escuela de Literatura hace casi un mes es cierto. Los estudios literarios se han vuelto acríticos en su mayoría simplemente porque los críticos se han preocupado más en asegurar sus espacios mediáticos y corporativos. Si Oviedo consideró que su Dossier actualizaría los estudios sobre Vargas Llosa se equivocó rotundamente. Si fuera así entonces Javier Ágreda (La República) y Víctor Coral (Somos), ya deberían estar preparando la publicación de sus reseñas periodísticas.

Deseo que se entienda que la crítica no será buena o mala según el crítico se alinea con tal o cual corriente teórica. Igualmente deleznable me parece la actitud de varios críticos que en vez de dedicarse a explicar el texto, presumen de la teoría; es decir, produzco un ensayo psicoanalítico sobre El último cartucho en Chorrillos de César Augusto Álvarez Téllez, más para demostrar mi conocimiento del psicoanálisis que para brindar una interpretación sobre el texto. Así, la teoría deja de ser un medio y se convierte en un fin, tanto que algunos críticos llegan a imponer lecturas y no a desprenderlas del texto. Mi postura es que no debemos perder la vista de que la crítica reproduce un discurso sustentado en el poder de ejercer influencia sobre una determinada comunidad. Pensar que se puede exponer una perspectiva desideologizada, imparcial o ateórica es ilusorio y este el error en que cae Oviedo, un crítico según él mismo, “que prefiere proponer una perspectiva, no dictámenes basados en una doctrina preestablecida, para compartirla con el lector si es que mis argumentos lo convencen”. Sostener la posibilidad de un discurso desideologizado entraña el peligro de considerar que exista un sujeto que podría enunciar su discurso desde un lugar superior ya que se encontraría por encima o lejos de toda contaminación ideológica, lo cual es falso porque el poder, la ideología y el lenguaje preexisten al sujeto.

Para que ud., amigo lector, pueda ampliar más estas nociones sobre la ideología y el poder, le recomiendo el libro de Terry Eagleton, Después de la teoría (2005), brillante ensayo sobre la actualidad de los estudios literarios contemporáneos; y para que contraste lo vertido por Oviedo y Williams sobre Vargas Llosa, le sugiero La narración como exorcismo (2004) de Birger Angvik. Hasta pronto.

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