Mis libros están prohibidos en Cuba. Ni siquiera se pueden tener en la casa.
Lo que siempre me ha interesado del lenguaje son las posibles combinaciones y la enorme capacidad regenerativa de las palabras. Estoy envuelto en un juego permanente con el lenguaje, eso es lo que evita que me muera de aburrimiento frente a la máquina de escribir.
Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929 – Londres, 2005)
Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe
La relación entre literatura y política fue una preocupación central para los escritores latinoamericanos durante los años 60 y 70. Para la generación del “boom” no había dudas sobre la función social del escritor, considerado como un intelectual con una responsabilidad social que le exigía tener siempre una posición política frente a la realidad latinoamericana. Por ello, el escritor latinoamericano se convirtió en una figura pública que tenía siempre “algo que decir”, y el lector en una audiencia cautiva, pendiente de lo que dirían los intelectuales, ya sea a nivel mediático o a través de sus obras. Hechos como la Revolución Cubana, la propagación del socialismo, las guerrillas y las dictaduras militares de derecha, pusieron en vitrina a América Latina ante los ojos de Europa con lo cual el escenario cultural quedó listo para que la literatura y la política, el arte y la revolución marcharan juntos.
Sartre definió el tipo de intelectual contemporáneo que dominaría la escena literaria al menos durante tres décadas: el escritor comprometido. Los escritores latinoamericanos de la época hicieron suya esta propuesta de distintas maneras. Algunos dejaron sucumbir su arte ante la presión ideológica de los regímenes a los cuales servían como defensores; otros mantuvieron la distancia necesaria para no utilizar la literatura como un panfleto. Conocido es ya el caso de Vargas Llosa que rompió con la revolución cubana, en un primer momento, mas no con las ideas socialistas, —lo cual fue una lenta evolución hacia el liberalismo que duró cerca de diez años—; Julio Cortázar, apolítico en un principio, defendió la causa de la revolución hasta sus últimos días, pero no convirtió sus relatos en ecos amplificadores del socialismo; Guillermo Cabrera Infante fue un disidente total, enérgico y contundente: cuando en 1961 el gobierno de Castro prohibió la emisión de un cortometraje sobre la vida nocturna de La Habana dirigido por su hermano, comenzaron las desavenencias con el régimen y Cabrera Infante luego de marcharse de Cuba no volvió más.
Hoy, la discusión sobre el compromiso social del escritor parece un anacronismo, algo así como discutir sobre el control de precios o los subsidios en la economía. En diversas oportunidades, escuché a Oswaldo Reynoso mencionar este tema con acalorado apasionamiento ante un auditorio que lo aclamaba efusivamente. Esto ocurrió en Puno el 2003 y en Chimbote el año pasado en el marco del encuentro nacional de escritores. No hace falta un estudio exhaustivo para darnos cuenta de que el compromiso del escritor a la manera de los años 60 no está en la agenda de los noveles escritores contemporáneos, al menos no entre el circuito comercial. Y es que la exigencia del lector de hoy ha cambiado, así como el escenario cultural y político. País de Jauja (1993), de Edgardo Rivera Martínez, fue elegida por la crítica nacional como la mejor novela peruana publicada en los noventa; pero No se lo digas a nadie, Fue ayer y no me acuerdo y La noche es virgen están en el imaginario colectivo de gran parte del lector nacional (más allá de una buena o mala recepción de la obra, la han leído). La exigencia de un lector actual ya no pasa por escuchar una opinión del autor sobre la coyuntura política sino por obtener información que le permita sobrevivir en una sociedad que avanza a una velocidad cada vez mayor y donde la obsolescencia y la caducidad de los modelos culturales es dramática. Todo es fugaz y ello obliga a actualizar nuestra información constantemente. La novela del “boom” le era útil a un lector también comprometido con causas políticas, en contraste con un lector que hoy en día es más escéptico en estas cuestiones.
Considero que el primer compromiso del autor es con su arte y después con el resto; pero no debemos olvidar que ni el arte ni la crítica están exentas del poder y que muchas veces actúan como su soporte. Y la única forma de subvertir el poder es participando de él. Las ideologías son como el diablo: tienen más poder mientras creamos que no existen. Para Sartre un intelectual era aquel sujeto que se entrometía en asunto donde nadie lo llamaba. Un fisico nuclear no sería un intelectual si es que no tenía algo relevante que decir sobre la guerra en Irak o sobre el genocidio en Ruanda. ¿Y a dónde se fueron nuestros intelectuales? Esa pregunta, amigo lector, sigue pendiente en nuestra agenda hace muchos años, desde que nuestros intelectuales dejaron de entrometerse donde nadie los llamaba.
Reseñas
Participación ciudadana y democracia.
Perspectivas críticas y análisis de experiencias locales
Patricia Zárate Ardela (ed.)
Instituto de Estudios Peruanos
Perspectivas críticas y análisis de experiencias locales
Patricia Zárate Ardela (ed.)
Instituto de Estudios Peruanos
Este libro reúne un conjunto de artículos que son resultado de un constante intercambio entre investigadores del IEP, representantes de diversas ONG y dos oficinas defensoriales. En cuatro artículos se ofrece, por un lado, un acercamiento teórico al tema de la participación y sus relaciones con la política representativa y, por otro, una mirada sistemática de diferentes experiencias participativas donde se evalúan las razones de sus errores o de sus conquistas.
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