lunes, noviembre 10, 2008

Los intelectuales de izquierda frente al poder mediático




La izquierda en la era del karaoke

Norberto Bobbio / Giancarlo Bossetti / Gianni Vattimo
Fondo de Cultura Económica, 1997

¿Tiene todavía la izquierda algo que decir y/o hacer frente al poder de los mass media? ¿Debe mantenerse la izquierda expectante y actuar por reflejo o tomar la iniciativa frente a una derecha que viene ganando más simpatía en la opinión pública? ¿Por qué la mayoría de medios se alinean a la derecha? Norberto Bobbio, Giancarlo Bossetti y Gianni Vattimo ensayan algunas respuestas en La izquierda en la era del karaoke, publicación que contiene el conversatorio que estos tres intelectuales de izquierda sostuvieron en 1994, a propósito de la elección de Silvio Berlusconi, magnate de las comunicaciones, como primer ministro italiano.

En la introducción, Bossetti comenta algunas ideas de Umberto Eco respecto a los medios de comunicación. Según el semiólogo italiano, una política cultural prudente sería aquella que encuentre un equilibrio entre la información visual y escrita. La televisión debería enseñar al televidente a que no sea dependiente de ella, a que esté alerta, a que ponga en práctica su juicio crítico y a formarse una opinión sobre la base de información diversa (y no monocorde como parece que es la tendencia mundial de las megacorporaciones de telecomunicaciones, las cuales adquieren varios tipos de medios, pero que mantienen una misma línea, lo que perjudica la variedad informativa).



Que los medios de comunicación, y en especial la televisión, asuman una función didáctica en determinados temas, podría sonar para algunos ciegos defensores de la libertad de mercado y de expresión (derechos que no siempre van de la mano como apreciamos en el caso Álvarez Rodrich y Peru 21) como desfasada o intervencionista. Sin embargo, no lo es tanto si nos damos cuenta de que la televisión no es verdaderamente democrática en una sociedad cuyos ciudadanos no pueden acceder a información de calidad para formarse un criterio y así evaluar la vida política nacional y mucho más grave si para remediar esto hay que pagar cuando se trata de un servicio público al que todo ciudadano tiene derecho a acceder. En este sentido, la propuesta de Eco permite apreciar cómo la televisión se vuelve basura y cómo también se basuriza la discusión política. Sino recordemos la campaña que la izquierda y el APRA emprendieron contra Vargas Llosa previo a las elecciones de 1990; la actuación de Carlos Álvarez como comediante oficial del fujimorato en canal 7; los titulares de los diarios chicha contra los opositores al fujimorismo; los comentarios racistas de Cecilia Valenzuela acerca de Alejandro Toledo y su campaña contra Ollanta Humala —quien encontró en la conductora de La ventana indiscreta a su mejor propagandista: a ella y a muchos otros periodistas que lo atacaron al unísono, les debe Humala el haber llegado a la segunda vuelta y casi lograr la presidencia—; y los infundios levantados por La Razón, Correo y Expreso contra el Informe Final de la Comisión de la Verdad y los comisionados.

En consecuencia, aquel que considere que lo que sucede en la televisión es un mal necesario o que apele a la libre elección del consumidor, a la libertad de empresa o a la variedad de alternativas que ofrece la televisión, es decir, que sostenga que no existe un problema, carece de todo sentido de responsabilidad social. Bossetti señala que los medios de comunicación, así como cualquier empresa que ofrece un servicio público, está obligada a mantener niveles de calidad que impidan que “los televisores se conviertan en vehículos de contaminación y confusión general”. La defensa de la libertad de expresión y de empresa no debe socapar, de ninguna manera, la irresponsabilidad social.



El diálogo entre estos tres intelectuales también está motivado por una profundización sobre el libro de Bobbio: Derecha e izquierda. Dos elementos fundamentales que el lector no debe perder de vista en este diálogo son que, en primer lugar, la izquierda deje de ser conservadora (en el peor sentido, es decir, estática) frente a una derecha activa, frontal y “vanguardista” que viene ganando simpatía popular, aunque nos parezca mentira. Al respecto, durante el tiempo que estuvo en el aire, Cecilia Valenzuela —quien se convirtió en una de las voceras mediáticas de la derecha liberal— le daba a machamartillo a la izquierda sindicándola como la principal responsable de los conflictos sociales en el interior del país y de que la crisis de la educación peruana era única y exclusiva responsabilidad del SUTEP. Estaba convencida de que los pobladores que tomaron el puente Montalvo en Moquegua eran disciplinados militantes de izquierda. Asimismo, la ley que otorga impunidad a las fuerzas policiales que causen muertes en el ejercicio de sus funciones; la pretendida amnistía contra los militares que participaron de las masacres en la guerra contra el terrorismo; la gran acogida que tuvo la iniciativa presidencial de instaurar la pena de muerte; y la creencia de que todas las ONG’s son el brazo legal del terrorismo o que se oponen al progreso económico son algunos ejemplos de cómo en la sociedad peruana, ciertas ideas de carácter autoritario que son defendidas por personajes como Rafael Rey, Edwin Donayre, Lourdes Alcorta, Ántero Flórez-Aráoz, Luis Giampietri y otros, tienen eco en un vasto sector de la opinión pública. El otro aspecto que se debe tener en cuenta son los efectos de la televisión en la discusión política.

La primera cuestión que discuten tiene que ver, precisamente, con la actitud de la izquierda contemporánea y de la derecha frente a la sociedad. Como dije líneas arriba, la izquierda perdió iniciativa frente a una derecha más dinámica y activa que pareciera lleva la batuta de la renovación constante. El nuevo orden político, económico y social exige la verificación material de cualquier proyecto de cambio; de lo contrario, se le descarta por inaplicable o utópico. De ahí que el camino más corto, el de la ejecución sea el preferible antes que la discusión razonada de otras posibles alternativas. Esto en nuestro país lo hemos apreciado con creces: es más fácil esterilizar a pobladores analfabetos que instruirlos sobre métodos anticonceptivos; reprimir y dar de baja a generales que prevenir los conflictos sociales; amnistiar a criminales que juzgarlos; denostar a la CVR y a sus integrantes que leer el Informe Final o aprobar una ley que limita la propiedad comunal antes de dialogar con los directamente afectados.



La izquierda se presenta como el camino difícil que requiere sortear muchos obstáculos y e invertir tiempo valioso en discusiones seguramente infructuosas, desfasadas o antimodernas, si es que a sus adeptos no se les tilda de perdedores históricos, terroristas o agitadores sociales. Del lado de los intelectuales tampoco las cosas están mejor porque estos, si bien dialogan con su comunidad académica, hace tiempo que están desconectados de la gente de a pie. Paradójicamente, la izquierda, o mejor dicho cierta izquierda, viene defendiendo valores tradicionales y anticuados para el gusto de las masas (estatismo, nacionalismo, regionalismo y, en los casos más patéticos, la lucha armada y de clases), lo cual hace que se la perciba como conservadora y reaccionaria. Tal percepción es reforzada por la televisión. ¿Acaso les interesa a los propietarios la formación del televidente? Queda claro que las metas de Delgado Parker, Schutz, los Croussillat y demás eran más empresariales que ético-sociales. A ello se agrega el pasivo con el cual carga la izquierda. Las dictaduras totalitarias, el terrorismo y el fracaso de los socialismos reales del siglo XX todavía son acontecimientos difíciles de remover de la historia reciente al punto que, luego de la caída del Muro de Berlín, era común oír “¿yo de izquierda? No, soy de centro”. En pocas palabras, la izquierda más ruborizada (y más roja que nunca), por su vergonzoso pasado, se volvió conservadora y asumió el rol tradicionalista que antes le era endilgado a la derecha. Por todo esto, la derecha viene ganando terreno en la opinión pública.

En segundo lugar, una de las consecuencias más nefastas que estos tres intelectuales hallan en la televisión se relaciona con la escasa participación ciudadana en la vida política y en los asuntos que más le atañen. En los 60’s y 70’s, la gente buscaba respuestas en los intelectuales; hoy las encuentra en los periodistas de espectáculos, en los políticos y en Osho, Deepak Chopra o Paulo Coelho. Vattimo apunta que ser de izquierda puede acarrear impopularidad, pero ello no significa que, necesariamente, haya que renunciar a la participación activa en la política. Y esto es lo que, personalmente, reclamo a los intelectuales peruanos de izquierda: mayor deliberación con el ciudadano común y corriente; pero, al parecer, no están dispuestos a “ensuciarse un poco las manos”.

Algo que quiero destacar en esta parte es la intervención de Bobbio en torno a por qué no hay una izquierda fuerte en los Estados Unidos. Explica que ello ocurre debido a la influencia de la televisión. La sociedad norteamericana está grandemente influida por los medios de comunicación que son quienes dictan la pauta política o de lo políticamente correcto. La cultura CNN es el portavoz oficial de la Casa Blanca a nivel mundial. Hay una izquierda en EEUU, pero es de élite y escasamente influyente en la política pública. Por ello, que la mayoría de medios de comunicación estén alineados con la Casa Blanca y que la izquierda no tenga muchas tribunas no es un hecho fortuito.

Un punto aparte ocupa el debate Bobbio-Vattimo. Que ambos compartan posturas progresistas no los obliga a estar de acuerdo. El conservadurismo de la izquierda es analizado por ambos de distinta manera. Para Vattimo, sin llegar a estar de acuerdo con tal conservadurismo, esto se explica porque la izquierda, en el pasado, no creía en la democracia; defenderla hoy contra toda amenaza totalitaria (libremercadista, nacionalista o populista) a costa de parecer reaccionaria o conservadora, no le parece tan negativo, ya que defender el orden constitucional obedece a una actitud principista, lo cual es indicio de que la izquierda aprendió la lección. Y tiene razón en la medida que luce así frente a una derecha modernizada y más en sintonía con el pragmatismo de la época. ¿Acaso no somos algo reaccionarios y conservadores si se trata de combatir la pena de muerte, la esclavitud o la pornografía infantil? El conservadurismo de izquierda tiene lugar en momentos en que a un sector creciente de la opinión pública parece no importarle mucho los derechos humanos, la igualdad o la solidaridad con los más desposeídos. Es decir, justo en el momento en que la izquierda tomó conciencia de sus errores históricos y quiere enmendarlos, la opinión pública cambia sus intereses políticos y tiende a sintonizar con la derecha. De esta manera, la izquierda luce como reaccionaria, a pesar de que la animen ideales progresistas.

Para Bobbio, en cambio, la izquierda debe recuperar la iniciativa y un lugar expectante en la discusión con la sociedad. El dedicarse solamente a tratar en exclusiva ciertos temas (ecologismo, derechos humanos, crítica cultural, etc.) que no necesariamente interesan a la opinión pública pese a su importancia, puede convertirla en una opción perdedora. En pocas palabras, Bobbio exige una izquierda más pragmática, deliberativa en otros ámbitos de la realidad social y mucho más frontal. Para este filósofo italiano, este punto es crucial. Le exige resultados concretos a la izquierda: hay que ganar votos de lo contrario seguirá postergada y el camino estará más allanado para la derecha. Para ello hay que dialogar con el ciudadano común y renovarse en el juego político. Como podemos apreciar, Bobbio se halla en las antípodas de Vattimo para quien la competencia para ganar votos contra la derecha a costa de renunciar a ciertos fundamentos, no es la solución.

Aunque discrepan, coinciden en que los medios de comunicación orientan la discusión política en un contexto en que la izquierda ha perdido conexión con las masas y espacios donde exhibir sus propuestas. Ello sucede porque, en la medida en que los medios de comunicación son empresas, comulgan mucho más con los planes de la derecha liberal que con los ideales de la izquierda. Por ello, no es casual que algunos temas no se debatan con total amplitud, que el conservadurismo haya calado en sectores populares y que la izquierda tenga que bregar más para estar en los medios. A ello se agrega la influencia que ejercen el poder económico y político sobre los medios de comunicación. Es posible que se desmarque un poco del político, pero muy difícil que lo hagan del económico.

Que exista cada vez mayor afinidad popular con la derecha se explica en este diálogo porque los medios de comunicación conducen la discusión política en esa dirección, debido a que la derecha liberal comparte objetivos con el empresariado mediático. Al respecto, observo que la derecha ha evolucionado más rápido que la izquierda, a pesar de que ambas poseen antepasados impresentables: fascismo y comunismo. La derecha, oportunamente, ha hecho suyos los postulados de la democracia liberal, en lo referente al libre mercado, inversión privada y libertad individual, lo cual le ha significado notables réditos políticos en las clases medias altas y ascendentes. Por el contrario, a la izquierda le cuesta mucho desprenderse de los fantasmas stalinista, maoísta y senderista que, cada vez que puede, le son recordados por la derecha. Curiosa situación en la cual un ciego pretende hacerle ver la luz a otro ciego.

Visto así, el panorama para la izquierda hoy no luce tan prometedor. Salir del ghetto de la teoría cultural, los estudios culturales, la crítica literaria, el ecologismo y los derechos humanos, por un instante, para enfrentar a los mass media la volverá más impopular de lo que es actualmente. Pero, definitivamente, es un riesgo que debemos correr quienes hoy nos consideramos de izquierda.


1 comentario:

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