viene de Náufrago digital
Arturo Caballero
Los científicos sociales, como era de esperarse, brindan un panorama más amplio y explican más minuciosamente la obra de Vargas Llosa. La segunda y tercera parte tienen como ejes temáticos las ciencias sociales y la historia respectivamente. Esta es la sección que, particularmente, me fue más reveladora, ya que, en la anterior, salvo Kristal y Armas, el resto abundan en digresiones excesivas y erráticas. El antropólogo Juan Ossio analiza la perspectiva dicotomista de Vargas Llosa en torno a la cultura. Civilización y barbarie constituye la oposición más reiterada tanto en la producción ensayística como en la ficcional, además de otras como moderno/arcaica, progreso/atraso, etc. Estas dicotomías, según Ossio, fueron reforzadas por la lectura de La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper. Ossio procura no contrariar en demasía la perspectiva cultural de Vargas Llosa —dicho sea de paso muy polémica— y con mucha cautela evade la confrontación abierta: cuestiona levemente la calificación de las culturas primitivas como irracionales, pero matiza esta afirmación precisando que Vargas Llosa no la plantea peyorativamente. A mi modo de ver, sí lo es porque el Otro (bárbaro, arcaico, atrasado) en la mirada de nuestro novelista posee un vacío que solo podría ser compensado con su ingreso en la civilización, lo cual implica, de primera mano, que no posee cultura, o en el mejor de los casos, que el Otro posee una cultura incipiente (véase Desafíos a la libertad). Por todo esto, me parece que Ossio hace una concesión demasiado gentil a la tesis dicotomista de Vargas Llosa, aunque, en algunos pasajes, las rebate pero a la vez le reconoce algunos aciertos. Respecto a Arguedas deja mejor sentada sus posición: “En sus manos, la defensa de la identidad cultural, más que un instrumento para propiciar nacionalismos, fue una reivindicación al derecho de ser diferente” (144).
Por su parte, Carmen María Pinilla revisa los planteamientos de Vargas Llosa respecto a la relación entre la literatura y las ciencias sociales. Según lo expuesto por el novelista en algunos encuentros literarios, entre ellos aquel que reunió a escritores, críticos literarios y científicos sociales en 1965 en torno a una mesa redonda sobre literatura y sociología. En aquella oportunidad, Vargas Llosa manifestó su discrepancia frente al estudio compartido entre sociólogos y literatos acerca de la realidad social: si bien cada uno por su lado puede obtener conclusiones importantes, un diálogo entre ambos resulta improductivo porque la literatura es asumida, en cada caso, de manera distinta. El sociólogo percibe en la literatura un documento que da cuenta de las estructuras sociales, mientras que el escritor la utiliza como un insumo para crear ficciones.
Gonzalo Portocarrero ofrece una interesante lectura psicoanalítica de La fiesta del chivo: sostiene, mediante la figura del dictador Trujillo, “que el amo se destruye desde dentro”. El cinismo de Trujillo es, a la vez, una demostración de poder y un camino hacia su perdición. Su fantasía se sostiene en la devoción de sus incondicionales, pero, poco a poco, se va desmoronando porque es incapaz de ejecutar sus propias pasiones. El encuentro sexual frustrado con Urania y la incontinencia urinaria le enrostran la verdadera realidad: la descomposición progresiva del régimen trujillista.
Juan Luis Orrego contextualiza el momento histórico en que se ambienta La guerra del fin del mundo en torno a los levantamientos populares contra la naciente república del Brasil a fines del siglo XIX. Orrego destaca la figura de otros líderes religiosos de la época, además del Consejero, quienes también participaron liderando sendos movimientos contrarios a los ideales republicanos. Resalto la observación de Orrego acerca del mesianismo positivista: el pensamiento único, el fanatismo, el dogmatismo y otras doctrinas similares no son exclusividad de las sociedades ancestrales, sino que la modernidad también ha encumbrado sus propios dogmas, tales como el orden y el progreso, lemas constitutivos de la república brasileña, en perjuicio del reconocimiento de la otredad. Augusto Comte, de manera análoga al Consejero, fue elevado a la categoría de líder mesiánico durante parte del siglo XIX con la idea de progreso como emblema.
El texto más endeble es el de Manuel Burga —el historiador, no el presidente de la FPF—. Este es, sin temor a equivocarme, el ensayo más breve y con menor desarrollo de ideas de todo el libro. Las ideas que Burga quiso explicar a través de las novelas de Vargas Llosa no quedan plenamente desarrolladas, sino más bien, inconexas. Trazos muy débiles e insustanciales. Su postura no es suficientemente explicada: que Conversación en La Catedral y Lituma en los andes aparecen como el esfuerzo de mostrar una comunidad imaginada nacional, parafraseando a Benedict Anderson.
La última parte está dedicada al teatro y al cine. Luis Peirano ofrece una semblanza de su relación con la obra teatral de Mario Vargas Llosa a la vez que relata algunas anécdotas y experiencia como director de algunas de esas piezas teatrales. Alonso Alegría “analiza cuan adaptables al género dramático son algunas obras narrativas de Vargas Llosa y también cuan dramáticas son sus obras escritas para el teatro”. Alegría considera, acertadamente, que son adaptables al teatro, con mayor éxito, aquellas obras narrativas que contienen acción dramática —es decir, la voluntad de lograr algo por parte de los personajes— o que se les pueda insertar una forzando un poco las cosas.
El texto de Francisco Lombardi es claro y va directo al asunto que le compete: ¿qué es lo que buscan los cineastas en un relato literario? ¿Son adaptables al cine todas las novelas por igual? Para Lombardi, un buen director deberá ingeniárselas para lograr adaptar una novela al cine aun cuando esta no le facilite la visualización de las escenas. En consecuencia, considera pertinente que el cineasta se tome algunas licencias para acercarse o apartarse del texto. Pero la sección más interesante es donde cuenta el proceso de adaptación de La ciudad y los perros, la cual es, hasta ahora, la mejor adaptación cinematográfica de una novela de Vargas Llosa, y Pantaleón a las visitadoras.
El libro culmina con el diálogo entre Vargas Llosa y el crítico literario —además de amigo personal — José Miguel Oviedo. Los años del colegio, las primeras lecturas, el proceso de creación, los temas recurrentes en su obra, la política y la cultura entre otros son los hilos que conducen esta conversación.
Dos meses antes del evento, ocurrió el atentado a las Torres Gemelas. Ello dio una particular atracción al tema del fanatismo religioso, que, a decir de Vargas Llosa, junto con el terrorismo y el nacionalismo, son los nuevos enemigos de la cultura de la libertad luego del derrumbe del socialismo y el desprestigio del fascismo.
Los ensayos se dejan leer con mucha facilidad, ya que fueron elaborados para ser leídos ante un auditorio no académico necesariamente, sino sobre todo, admirador de la obra de Vargas Llosa. Mi único cuestionamiento es que hubiera preferido que el tono de los ensayos y la conformación de los integrantes haya sido más variada porque al final nos queda claro que el evento fue diseñado para homenajear a nuestro más importante escritor contemporáneo, sin embargo, esto no debe ser obstáculo para que quienes difieren de su postura, y tal vez con un panorama más amplio, ofrezcan a los seguidores vargallosianos una perspectiva diferente.
Por su parte, Carmen María Pinilla revisa los planteamientos de Vargas Llosa respecto a la relación entre la literatura y las ciencias sociales. Según lo expuesto por el novelista en algunos encuentros literarios, entre ellos aquel que reunió a escritores, críticos literarios y científicos sociales en 1965 en torno a una mesa redonda sobre literatura y sociología. En aquella oportunidad, Vargas Llosa manifestó su discrepancia frente al estudio compartido entre sociólogos y literatos acerca de la realidad social: si bien cada uno por su lado puede obtener conclusiones importantes, un diálogo entre ambos resulta improductivo porque la literatura es asumida, en cada caso, de manera distinta. El sociólogo percibe en la literatura un documento que da cuenta de las estructuras sociales, mientras que el escritor la utiliza como un insumo para crear ficciones.
Gonzalo Portocarrero ofrece una interesante lectura psicoanalítica de La fiesta del chivo: sostiene, mediante la figura del dictador Trujillo, “que el amo se destruye desde dentro”. El cinismo de Trujillo es, a la vez, una demostración de poder y un camino hacia su perdición. Su fantasía se sostiene en la devoción de sus incondicionales, pero, poco a poco, se va desmoronando porque es incapaz de ejecutar sus propias pasiones. El encuentro sexual frustrado con Urania y la incontinencia urinaria le enrostran la verdadera realidad: la descomposición progresiva del régimen trujillista.
Juan Luis Orrego contextualiza el momento histórico en que se ambienta La guerra del fin del mundo en torno a los levantamientos populares contra la naciente república del Brasil a fines del siglo XIX. Orrego destaca la figura de otros líderes religiosos de la época, además del Consejero, quienes también participaron liderando sendos movimientos contrarios a los ideales republicanos. Resalto la observación de Orrego acerca del mesianismo positivista: el pensamiento único, el fanatismo, el dogmatismo y otras doctrinas similares no son exclusividad de las sociedades ancestrales, sino que la modernidad también ha encumbrado sus propios dogmas, tales como el orden y el progreso, lemas constitutivos de la república brasileña, en perjuicio del reconocimiento de la otredad. Augusto Comte, de manera análoga al Consejero, fue elevado a la categoría de líder mesiánico durante parte del siglo XIX con la idea de progreso como emblema.
El texto más endeble es el de Manuel Burga —el historiador, no el presidente de la FPF—. Este es, sin temor a equivocarme, el ensayo más breve y con menor desarrollo de ideas de todo el libro. Las ideas que Burga quiso explicar a través de las novelas de Vargas Llosa no quedan plenamente desarrolladas, sino más bien, inconexas. Trazos muy débiles e insustanciales. Su postura no es suficientemente explicada: que Conversación en La Catedral y Lituma en los andes aparecen como el esfuerzo de mostrar una comunidad imaginada nacional, parafraseando a Benedict Anderson.
La última parte está dedicada al teatro y al cine. Luis Peirano ofrece una semblanza de su relación con la obra teatral de Mario Vargas Llosa a la vez que relata algunas anécdotas y experiencia como director de algunas de esas piezas teatrales. Alonso Alegría “analiza cuan adaptables al género dramático son algunas obras narrativas de Vargas Llosa y también cuan dramáticas son sus obras escritas para el teatro”. Alegría considera, acertadamente, que son adaptables al teatro, con mayor éxito, aquellas obras narrativas que contienen acción dramática —es decir, la voluntad de lograr algo por parte de los personajes— o que se les pueda insertar una forzando un poco las cosas.
El texto de Francisco Lombardi es claro y va directo al asunto que le compete: ¿qué es lo que buscan los cineastas en un relato literario? ¿Son adaptables al cine todas las novelas por igual? Para Lombardi, un buen director deberá ingeniárselas para lograr adaptar una novela al cine aun cuando esta no le facilite la visualización de las escenas. En consecuencia, considera pertinente que el cineasta se tome algunas licencias para acercarse o apartarse del texto. Pero la sección más interesante es donde cuenta el proceso de adaptación de La ciudad y los perros, la cual es, hasta ahora, la mejor adaptación cinematográfica de una novela de Vargas Llosa, y Pantaleón a las visitadoras.
El libro culmina con el diálogo entre Vargas Llosa y el crítico literario —además de amigo personal — José Miguel Oviedo. Los años del colegio, las primeras lecturas, el proceso de creación, los temas recurrentes en su obra, la política y la cultura entre otros son los hilos que conducen esta conversación.
Dos meses antes del evento, ocurrió el atentado a las Torres Gemelas. Ello dio una particular atracción al tema del fanatismo religioso, que, a decir de Vargas Llosa, junto con el terrorismo y el nacionalismo, son los nuevos enemigos de la cultura de la libertad luego del derrumbe del socialismo y el desprestigio del fascismo.
Los ensayos se dejan leer con mucha facilidad, ya que fueron elaborados para ser leídos ante un auditorio no académico necesariamente, sino sobre todo, admirador de la obra de Vargas Llosa. Mi único cuestionamiento es que hubiera preferido que el tono de los ensayos y la conformación de los integrantes haya sido más variada porque al final nos queda claro que el evento fue diseñado para homenajear a nuestro más importante escritor contemporáneo, sin embargo, esto no debe ser obstáculo para que quienes difieren de su postura, y tal vez con un panorama más amplio, ofrezcan a los seguidores vargallosianos una perspectiva diferente.
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