sábado, diciembre 26, 2009

Una sociedad con licencia para matar

La Policía Nacional y los escuadrones de la muerte en Trujillo




Juan Luis Cebrián en El fundamentalismo democrático advirtió el peligro que representa el surgimiento del totalitarismo en sociedades democráticas. Aunque parezca contradictorio, algunos gobiernos que afirman ser democráticos suelen recurrir a prácticas que distan mucho de serlo como la represión abierta o sutil del cualquier discurso que contradiga al discurso oficial. La opinión pública también es susceptible de adherirse a esta forma totalitarismo. Alberto Flores Galindo ensayó una explicación al respecto en La tradición autoritaria: el autoritarismo, esa tendencia a ejercer el poder a través de la fuerza, ha estado arraigado en nuestra sociedad desde la Colonia y ha subsistido en la República a tal nivel que se ha naturalizado en el día a día, ya que cada vez nos causa menos sorpresa, debido a su constante exposición. Así parece confirmarlo la significativa aceptación que tiene en un sector de la población la posible existencia de un escuadrón de la muerte, grupo conformado por policías en actividad y en retiro, quienes ajustician a delincuentes en Trujillo.

No es necesario elaborar una acuciosa investigación para explicar esta actitud. La delincuencia y el crimen organizado aumentan en la misma proporción que el crecimiento económico; es más, en las localidades más económicamente prósperas se suelen concentrar las actividades del crimen organizado. De seguir esta tendencia, Trujillo va camino a convertirse en el Medellín de los 90, ciudad Juárez o Tijuana por citar algunos ejemplos. Comerciantes y empresarios son extorsionados por mafias que cobran cupos a cambio de protección; tremendos jueces en fallos totalmente descabellados dejan libres a delincuentes que la policía logró capturar tras largos periodos de seguimiento. Si a ello le agregamos que desde el Legislativo y el Ejecutivo se exige sancionar drásticamente a los miembros de las Fuerzas Armadas y Policiales involucrados en delitos de función, pero, contrariamente, solo se castiga a los oficiales de menor rango, mientras que los superiores disfrutan de la cobija del gobierno y que no se mide con la misma vara los delitos de los funcionarios públicos vinculados al gobierno aprista, la indignación del cuerpo policial, lógicamente, es comprensible. En los hechos mencionados, podemos hallar explicaciones acerca de la frustración que invade a la Policía Nacional sobre todo al personal subalterno y a los mandos medios, quienes son los que ejecutan las operaciones contra la delincuencia y el crimen organizado.

Sin embargo, ¿qué otras razones llevan a la población a aprobar un escuadrón de la muerte y a un grupo de policías a constituirlo? Una de ellas es la ineficacia de los planes diseñados para combatir el crimen. La ciudadanía no percibe los resultados y, por ello, demanda una acción efectiva y ejemplar contra la delincuencia. Asimismo, tampoco deposita enteramente su confianza en la policía nacional, debido al descrédito social que esta institución tiene en el imaginario social de la población. La imagen de la policía está muy venida a menos por la coima que habitualmente un conductor entrega a un policía de tránsito y la facilidad con que este la acepta; la falta de seguridad en zonas donde se los necesita y no llegan con prontitud por negligencia o por falta de soporte logístico; escándalos protagonizados por policías ebrios que maltratan a sus cónyuges o parejas, o que abusan de su autoridad e incluso provocan víctimas fatales y luego reciben el apoyo de sus compañeros quienes obstaculizan las investigaciones; o casos de policías en actividad o retiro que integran bandas de secuestradores o que colaboran con ellas. Todo esto explica en parte por qué la población enardecida, cuando se alza violentamente en el interior del país, ataca de primera intención la comisaría o los puestos policiales.

No obstante, no todas las manzanas están podridas porque también contamos con valiosos ejemplos de sacrificio, valentía e integridad moral. Incontables héroes anónimos que diariamente exponen sus vidas, frustrando secuestros o capturando a avezados delincuentes, y que en sus días de franco continúan haciéndolo cuidando establecimientos privados u ofreciendo seguridad particular. Una breve noticia periodística da cuenta de estos actos, pero nada más. Otros, pensando más en las fatales consecuencias de una decisión precipitada, prefieren rendirse ante la muchedumbre enardecida, acatar sus exigencias tales como humillarse pidiéndoles perdón, antes que exponer su vida y la de sus hombres. ¿Y cómo califica el Presidente a este oficial? Lo tilda de de cobarde y débil, además de pasarlo inmediatamente al retiro. En cambio, Mercedes Cabanillas, luego del Baguazo, fue condecorada por los altos mandos de la Policía Nacional. Sin embargo, el general Alberto Jordán puede dormir con la conciencia tranquila.

En este punto, debemos darnos cuenta de que la policía no solo tiene que enfrentar a delincuentes comunes, criminales, narcotraficantes o terroristas, sino que también tiene en contra a algunos superiores sumisos e incompetentes que no velan por sus derechos y contra los poderes del Estado que les colocan zancadillas, por ejemplo, cuando el Ejecutivo no contempla incrementos salariales para la Policía o cuando el Poder Judicial no depura a los jueces inmorales que liberan a delincuentes, a pesar de las pesquisas y pruebas, lo cual mina la moral de las fuerzas policiales y deteriora su imagen ante quienes hacen del delito un estilo de vida.

El escenario que tuvo lugar en los ochentas y noventas durante la lucha contra el terrorismo es similar al que se vive actualmente, salvando las distancias, contra el crimen organizado en algunas partes del país: el último fin de semana, el director del penal Castro Castro Manuel Vásquez Coronado, fue brutalmente acribillado por tres delincuentes cuando salía de su domicilio con dirección a su centro de trabajo; en Trujillo, delincuentes cobran cupos a empresarios y transportistas; a menudo nos enteramos de asesinatos cometidos por sicarios; el crimen organizado ha elegido la construcción civil como espacio para consolidarse; las guerras entre pandillas en el Callao, donde "gobiernan" amplias zonas liberadas, cobran víctimas frecuentemente; los "marcas" acechan en cualquier parte de la ciudad para secuestrar o asaltar a quienes retiran dinero de los bancos. Y la tendencia es creciente.

Ante un panorama tan poco auspicioso, ¿debemos, entonces, justificar la existencia de un escuadrón de la muerte? De ninguna manera. Si el Estado y la sociedad civil actúan de la misma forma que en aquellas décadas, es decir, minimizando o ignorando la gravedad del problema -mirar hacia otro lado cuando el terror no tocaba nuestras puertas fue una actitud muy usual-; o si se acuerda combatir el terror con terror, las Fuerzas Policiales perderán por completo la endeble superioridad moral que conservan, gracias al invalorable esfuerzo de muchos buenos policías quienes, posiblemente, en un arrebato de indignación, decidieron tomar la justicia por sus propias manos y aplicar la Ley del Talión.

La escalada de violencia no se detendrá, porque los deudos de los asesinados extrajudicialmente se sentirán con la suficiente autoridad y respaldo legal y, cuando no, mediático, para exigir justicia y jaquear a la Policía. No por mucho tiempo podrá el Gobierno ocultar la verdad y a los mandos implicados en los escuadrones de la muerte, porque, como nos ha enseñado la historia reciente del Grupo Colina, estos destacamentos no actúan por iniciativa de un grupo de espontáneos efectivos que, de un día para otro, libremente decidieron ajusticiar delincuentes: actúan con la venia de los mandos superiores, seguramente, no comprometiendo a las esferas castrense más altas, pero sí a algunos mandos con poder de decisión. De esta manera, a la larga, la delincuencia y el crimen organizado tendrán más posibilidades de ganar que de perder, sin contar con que los cabecillas más "rankeados" tiendan a convertirse en ídolos populares, en víctimas o mártires heroicos y no ser reconocidos como que son: criminales. La impronta de un héroe es más influyente cuando está muerto porque genera una secuela de culto que elimina cualquier defecto moral elevándolo a la categoría de mártir o santo (si no recordemos cómo una multitud acudió al entierro de la senderista Edith Lagos en Huamanga, cómo mucha gente peregrinaba a la tumba del narco colombiano Pablo Escobar, y sin ir muy lejos, en los barrios más peligrosos del Callao, las paredes de las calles lucen pinturas y graffitis dedicados a los delincuentes más famosos del momento, conocidos cabecillas de bandas y pandillas; algunos de ellos muertos en enfrentamientos con la policía se convierten en ídolos para los adolescentes que se inician tempranamente en el delito y quienes tratan de emularlos.

La sociedad que encuentra en el ojo por ojo la solución contra la delincuencia está destinada a que la violencia le estalle en el rostro. La solución no pasa solo por el accionar de las fuerzas del orden, sino por una participación activa de las instituciones de la sociedad civil. Si las actividades del crimen organizado y el narcotráfico no se detienen, lo más probable es que sus tentáculos lleguen hasta las esferas más altas del poder como ha sucedido en México(*) y, en ese momento, cualquier acción por erradicarlos será fácilmente neutralizada.

Una sociedad con licencia para matar es una sociedad suicida.

(*) Este país es el espejo en donde debemos vernos hacia el futuro en lo que respecta a la violencia producto del crimen organizado y el narcotráfico.

Enlaces relacionados

El misterio del escuadrón de la muerte - Revista Poder

Trujillo: Redada Mortal - Caretas

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