domingo, junio 02, 2013

FOUCAULT, EL PODER, EL ARTE


El análisis del poder es uno de los ejes fundamentales en la obra de Michel Foucault. En sentido contrario a la ciencia y la filosofía políticas, Foucault entendió el poder no como una esencia, atributo o propiedad susceptible de ser poseída por alguien, sino como relación. La consecuencia inmediata de afirmar que el poder no es algo que se tenga es el desplazamiento de la hipótesis represiva del poder, la cual fue discutida por Foucault, pues desde su perspectiva el poder no se puede reducir a su efecto meramente represivo. Si desde Platón gran parte de la tradición filosófica occidental no podía concebir que la verdad estuviera contaminada por el poder —¿cómo podría estarlo un saber en su estado puro?— el filósofo francés sostuvo que donde hay verdad, hay poder. El poder para Foucault no es ubicuo en un lugar, institución o individuo. Para él hablar de poder es en realidad hablar sobre relaciones de poder, puesto que el poder está distribuido en toda una red de relaciones. Sin embargo, esto no implica negar que haya quienes ostenten un ejercicio del poder que somete a otros. 



El poder se manifiesta cuando el sujeto es reducido a una cosa, pero su análisis debe trascender las manifestaciones factuales para indagar en las condiciones de posibilidad del tal o cual poder, es decir, preguntarse «cómo» (modos) en lugar de «qué» (definiciones, esencias). Por esta razón, Foucault no se interesó por la verdad o falsedad de los discursos sino por los efectos de verdad de los mismos; de aquí que fuera más relevante para su trabajo el estudio de los procesos de objetivación y subjetivación: ¿cómo es que un objeto o un sujeto llegan a convertirse en un asunto digno de ser estudiado por un saber científico? ¿Las verdades científicas están realmente exentas de un poder empleado para excluir y someter a otros en beneficio de quienes apelan al saber científico? En tal sentido, Foucault nos cuenta cómo hemos objetivado y subjetivado la cultura occidental a tal punto de naturalizar un saber/verdad perdiendo de vista que ha sido construido deliberadamente con arreglo a cierto poder: sexualidad, locura, castigo, historia, hombre, modernidad son algunas categorías donde el autor de La arqueología del saber halla evidencias de un accionar del poder a través de la verdad, de modo que se pregunta ¿cómo es que la sexualidad de pronto fue importante para el Estado y la sociedad? ¿cómo y por qué se recluyó a los locos y enfermos en recintos especiales? ¿cómo y cuándo el Hombre deviene objeto de conocimiento? En un sentido más general, ¿cuál es el estatuto que configura la verdad de un saber? ¿cómo un saber se objetiva? ¿quién realmente habla cuando «nosotros» hablamos, o es que somos hablados por el lenguaje? ¿quién está autorizado o no a opinar sobre ciertas materias? ¿por qué? 

Foucault adquiere la convicción de que el hombre es objetivado a través de un saber que se naturaliza. De qué manera se objetivó/subjetivó al hombre como un modo de saber posible lo podemos apreciar en la sentencia “la esencia del hombre es el trabajo” o “el trabajo dignifica al hombre” por el efecto de verdad que ambas sostienen dentro de una estructura de relaciones de poder que privilegia la maximización de recursos y ganancias, y la reducción de costos. Los actos de habla de la crítica cultural han servido para legitimar valoraciones sobre literatura, cine, pintura, etc., fundamentadas en el prestigio o microprestigio local de los críticos y artistas o en una supuesta cualidad superlativa de sus obras, soslayando el análisis de las condiciones que posicionan a tal o cual en un lugar expectante. En este punto, lo primordial no es evaluar, por ejemplo, la calidad de una obra literaria o cinematográfica en lo que concierne a su grandeza o liviandad, sino preguntarse cómo y por qué ciertas expresiones artísticas se convierten en mercancías y los lectores y espectadores, en consumidores; cómo y por qué ciertas formas artísticas emergen en algunas circunstancias y en otras no. En esto consistiría el análisis del proceso de objetivación y subjetivación del arte según Foucault. 

Kant y Nietzsche influyeron a Foucault en el cuestionamiento de toda ursprung (fundamento, origen). Para este último, los fundamentos no existen como esencias naturalmente invariables, sino como invenciones, como construcciones discursivas. Así, todo enunciado del lenguaje es de factura humana; la verdad, una posibilidad de enunciación desde el lenguaje, la cual ocupa un lugar preferencial no en mérito al contenido de su discurso sino al poder que la sostiene. Entonces, diría Foucault, ¿por qué tanta preocupación por decir la verdad y desechar la falsedad? ¿por qué no atender a los efectos de afirmar que algo es verdadero o falso en la vida de las personas y en la prolongación de situaciones de dominio y sujeción? Por ello le interesa sobremanera el régimen político de la verdad. 

A través de su aparato metodológico, Foucault lanzó un decidido ataque a la concepción de naturaleza. (Si algo es natural, entonces es indiscutible, esta es la fuerza impositiva de la naturaleza). Foucault advirtió que la disciplina normaliza prácticas permitiéndolas o prohibiéndolas, las cuales progresivamente devienen naturales. De modo que el análisis del estatuto de los discursos y prácticas que se defienden fervorosamente revelaría la existencia de una estructura de poder. El resultado final es que la norma termina colonizando las leyes científicas y estas, validando como normales las prácticas de los grupos de poder. Para naturalizarse la norma se ampara en la tradición, la historia y la razón marcando la pauta actuar a seguir por un individuo «normal». ¿Por qué buscar fundamentos invariables si la teoría es una práctica social? Ello explica por qué el trabajo de Foucault no es epistemológico sino arqueológico, ya que su objetivo consistía en desencializar categorías naturalizadas en lugar de fijar sentidos.

Foucault invirtió la lógica del trabajo analítico. En lugar se asumir que los objetos de estudio se justifican en virtud de su naturaleza, consideró que las prácticas discursivas inventan sus propios objetos de estudio. En ese proceso de objetivación/subjetivación es que Foucault encuentra el vínculo entre conocimiento verdadero y poder, el cual establece la perspectiva legítima para el sujeto de conocimiento, el lugar correcto desde donde valorar un objeto.




Del mismo modo que Foucault utilizó Las meninas de Velásquez en el primer capítulo de Las palabras y las cosas para explicar los límites de la representación del lenguaje, acudió luego al Quijote de Cervantes para explicar cómo en un momento de la historia, la literatura potenció la facultad subversiva del lenguaje en lo que se refiere a la representación de la realidad. El Quijote es un personaje que trastoca los valores tradicionales de la representación, pues interpreta la realidad de manera distinta e inversa a lo que todos interpretan. Sin embargo, él piensa que está en lo cierto y actúa de acuerdo al orden establecido por su interpretación de la realidad.

Vinculó esta idea con la sensación que invadió el saber intelectual a principios del siglo XVII. Ya no pensar en términos de semejanzas, porque estas inducirían al error, sino en términos de discernimiento. Foucault atribuye este giro a la influencia de Descartes: «se trata del pensamiento clásico que excluye la semejanza como experiencia fundamental y forma primera del saber, denunciando en ella una mixtura confusa que es necesario analizar en términos de identidad y de diferencias, de medida y de orden». En esta época, la similitud es reemplazada por la búsqueda de identidades y de diferencias. Es decir, la semejanza será evaluada mediante la comparación y esta será una nueva forma de obtener conocimiento. Foucault trata de explicar este giro en la representación desde la similitud hacia la comparación mediante la aparición de una tendencia hacia el orden y la organización del saber que se presentó en las ciencias de la época. 

Esta tendencia al orden se manifestó a través de la matematización del saber que colocó al análisis como el método científico más prestigioso. De esta manera, los signos fueron utilizados no solo para interpretar sino también para ordenar la realidad. En la historia natural encontramos que Linneo se empeñó por elaborar una taxonomía universal de las especies vivientes; en la economía, aparece una teoría del valor del capital; y en la lingüística, la gramática cobró una gran importancia al resaltar la importancia de las relaciones entre los elementos de la estructura de una lengua. En esta actitud, Foucault señala que existió una orientación hacia la conformación de una ciencia general del orden, de una teoría de los signos que analizaría la interpretación.

Que un escritor, una obra literaria, un filme, una tendencia artística sean duramente cuestionados por la crítica académica y aclamados por los medios y el público consumidor evidencia la pugna entre modos contrapuestos de objetivar el arte, donde se ponen en juego hegemonías y contrahegemonías. Lo que habría que interpelar, en esto convendría Foucault, son los procedimientos que le confieren a un producto cultural el estatuto de obra de arte (o los que se lo retiran o niegan). Problematizar, por ejemplo, la exitosa irrupción de la cultura popular a través del mercado debería conducirnos, primero, a problematizar nuestro interés en lo popular, o sea a pensar desde cuándo y por qué lo popular representa un asunto atendible como objeto de crítica; cómo y por qué la potencia transgresora de la cultura de masas se convierte en un cuerpo dócil cuando la disciplina el mercado; o cómo diferentes interlocutores se apropian del discurso popular para refrendar su posición en el campo intelectual. 

Y aquí problematizar significa formular preguntas incómodas al sentido común, esa forma de saber que basa la contundencia de su verdad en lo que sería evidente por sí mismo sin requerir mayor dilucidación, sentido común que habita sentencias del tipo «el arte nos libera», «se está perdiendo la identidad cultural», «los valores culturales están en crisis», «los jóvenes ya no leen como antes». Por el contrario, Foucault nos alienta a ejercer una crítica perpetua de lo convencional, a efectuar lo que él denomina el arte de la indocilidad reflexiva, a rebelarnos contra las fuerzas de la normalización.

7 comentarios:

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