domingo, junio 23, 2013

LAS HUMANIDADES EN LA ENCRUCIJADA



Publicado en el diario Noticias de Arequipa, 24-06-2013

En 1959 el físico y novelista inglés Charles Percy Snow dictó una conferencia en la Universidad de Cambridge bajo el título «The Two Cultures» —editado después como The Two Cultures and the Scientific Revolution— en la cual hizo referencia a los ámbitos que distinguen las ciencias y las humanidades hasta constituir dos saberes cada vez más separados, situación que impediría la mutua comprensión. Luego de criticar la incultura de los científicos en asuntos literarios y el desprecio de los hombres de letras hacia la cultura científica, Snow se decantó por una renovada confianza en el saber científico y una sostenida crítica contra el esnobismo de los intelectuales literarios. Medio siglo después, en  The Three Cultures, el psicólogo estadounidense Jerome Kagan agregó la cultura de las ciencias sociales al binomio propuesto por el profesor Snow, aparte de concluir que las humanidades se hallaban en franco declive. Lo central en las reflexiones de Snow y Kagan es que la crisis de las humanidades es evaluada en función de los resultados y avances obtenidos por las ciencias naturales y sociales. Es decir, que las ars liberalis —las artes liberales, como se nombraba en la antigüedad a las profesiones, disciplinas y oficios cultivados por hombres libres— al contrario de las ciencias, aportan muy poco a la solución de problemas concretos. En otras palabras, que las humanidades tienen poco qué decir a la humanidad. 

Tal parece ser la consigna detrás de los cambios que la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa ha implementado en su examen de admisión a partir de este año, reduciendo la cantidad de preguntas para los cursos de humanidades y ciencias sociales no solo en el área de biomédicas e ingenierías, donde podría justificarse una mayor tendencia hacia las ciencias naturales y exactas, sino también en el área de ciencias sociales. Materias como Literatura y Filosofía prácticamente no aportan un puntaje significativo para los postulantes a Derecho, Sociología, Antropología, Educación, Literatura y Lingüística, y Filosofía, carreras cuya formación básica requiere del conocimiento general que ofrecen las humanidades.

Esta reducción ha sido progresiva durante los últimos 10 años. Entre 2001 y 2003, Literatura aportaba 8 preguntas, Lenguaje 12, y Filosofía y Psicología, 5. Desde 2005 se redujo la cantidad de preguntas de estos cursos casi a la mitad, y un poco más después de cada proceso de admisión. Actualmente, los postulantes a cualquier carrera del área de ciencias sociales podrían prescindir sin reparos de los contenidos que el prospecto asigna a Literatura, Filosofía y Psicología, pues salvo la primera que solo exige una pregunta, las dos siguientes contribuyen solo con dos. En contraste, Razonamiento verbal, lógico y matemático mantienen en las tres áreas la misma cantidad de preguntas que conjuntamente suman 24. Por lo que se advierte en la nueva matriz de evaluación, las humanidades no revisten de mayor importancia para los responsables de la Oficina de Admisión de la primera casa de estudios de Arequipa ni siquiera en lo que concierne al área de ciencias sociales. Igualmente significativo es que un blog administrado por los estudiantes de la universidad no contemple en su información a los postulantes que en la UNSA existen las escuelas de Arte, Filosofía, y Literatura y Lingüística.

Las consecuencias de estos cambios se aprecian no solo en la cantidad de horas dictadas por un profesor de Comunicación, en el caso de colegios, o de Literatura y Filosofía, en el de academias preuniversitarias, y sino especialmente, en la percepción sobre las humanidades que la universidad ofrece a la ciudadanía. En su ensayo Sin fines de lucro (2010), Martha Nussbaum llamó la atención sobre las nefastas consecuencias del recorte de las artes y letras en los planes de estudio escolares y universitarios a nivel mundial y de lo fundamentales que son las humanidades para la formación de ciudadanos con valores democráticos. Y no es que esta facultad sea exclusiva de la literatura, la música, las artes plásticas, la filosofía o la psicología, ya que cualquier profesor lo suficientemente comprometido con su materia podría emplearla para cultivar la tolerancia, el disenso, la reciprocidad, la aceptación, el diálogo y la crítica, valores indispensables en el día a día de esa microestructura que es el aula, una muestra representativa de lo que acontece en la sociedad.

La progresiva disminución de las humanidades en los planes de estudio de colegios, universidades y prospectos de admisión suele estar motivada por la creencia que la literatura y la filosofía no son saberes prácticos, que bastaría con leerlos o acceder a sucintos resúmenes elaborados por los profesores del curso para facilitar la comprensión de los alumnos a fin que dispongan de tiempo para estudiar «materias importantes». El argumento de la falta de trabajo o los bajos salarios en las carreras de humanidades ha sido uno de los más efectivos recursos para intimidar las pretensiones de quienes desean estudiar literatura, filosofía, antropología, historia entre otras carreras. Recuerdo que algunos profesores del área de Lingüística nos advertían a los estudiantes de primer año sobre el reducido campo laboral para los egresados que eligieran la especialidad de Literatura (la Escuela de Literatura y Lingüística de la UNSA es la única en el Perú que otorga esta doble y extraña mención que de facto no se cumple, pues desde el segundo año los estudiantes se orientan hacia una especialidad u otra); y en contraste, de mayores oportunidades si nos orientábamos hacia Lingüística, toda vez que al egresar podríamos acceder a un curso de titulación para aspirar a una plaza como maestros. No solo los animaba el noble propósito de «ponernos los pies sobre la tierra» («¿creen realmente que hay trabajo en Literatura?») sino que desconfiaban absolutamente en que alguno de sus alumnos se interesara seriamente por la investigación literaria o lingüística más allá de la inevitable experiencia de dictar clases o en que ellos mismos, en tanto catedráticos de la especialidad ,pudieran incentivarlos a persistir pese a las dificultades. El premio consuelo que prometían era trabajar como profesores de Lenguaje.

Otros prejuicios muy arraigados atribuyen a quienes estudian artes, literatura o filosofía ser individuos idealistas, disipados, sin aspiraciones serias en la vida, políticamente reprobables por sus filiaciones izquierdistas o simplemente excéntricos. Sobre las disciplinas humanísticas, abundan comentarios de todo calibre, en particular de quienes provienen de carreras consideradas más útiles, rentables, socialmente prestigiosas y necesarias para el desarrollo del país. Ingenieros, médicos, administradores, economistas y abogados estiman sus profesiones (más bien las desestiman diría yo) en la medida que están convencidos de que el saber que las rige es superior al de las artes liberales porque no admite especulaciones, divagaciones ni reflexiones inútiles sino que brinda un método eficaz para aplicarlo a la resolución de problemas. De este modo, excluirían a un filósofo de los debates en torno al aborto, la pobreza, el libre mercado o el matrimonio homosexual, pues son asuntos, en su opinión, que competen exclusivamente al especialista. Y, finalmente, desde los sectores más rabiosamente empresariales enquistados en la educación, se sostiene que las humanidades contribuyen muy poco a la economía de un país, por lo cual se descarta invertir en becas de posgrado en Literatura Comparada, Estudios Culturales o Bioética porque no son rentables como un MBA cursado en Lima a precio de Nueva York.

Me ocuparían varias semanas rebatir estos prejuicios. Solamente quiero advertir las dimensiones que viene adquiriendo la avanzada neoliberal en la educación tanto en las universidades-negocio o universidades-empresa como en las universidades públicas. Las humanidades son totalmente írritas al neoliberalismo porque nada más incómodo para este proyecto que la crítica contra la ejecución de mandatos irreflexivos, esa disidencia a la cual Michel Foucault llamó «el arte de no ser gobernado de esa forma y a ese precio». No estoy a favor de una defensa corporativa de las humanidades solo porque yo me dedique a los estudios literarios. Semejante actitud es la que C.P. Snow fustigó con severidad en los intelectuales. No se trata solo de la reducción de un par de preguntas de Literatura y Filosofía en el examen de admisión de la UNSA sino lo que esto implica y cómo viene reaccionando la comunidad agustina de humanidades y ciencias sociales. Me preocupa sobremanera que ante la posibilidad que se imponga un modelo de universidad al estilo del Nuevo Vocacionalismo, que alienta la sustitución y progresivo abandono de los valores humanísticos, los directamente involucrados no se pronuncien.

No hay comentarios.: