domingo, julio 21, 2013

LO CULTURAL ES LO POLÍTICO

Publicado en diario Noticias de Arequipa, Perú. Lunes 22 de julio de 2013



La afirmación de la autonomía de la intención creadora lleva a una moral de la convicción que inclina a juzgar las obras con base en la pureza de la intención del artista, y que puede culminar en una especie de terrorismo del gusto cuando el artista, en nombre de su convicción, exige un reconocimiento incondicional de su obra. Así, la ambición de la autonomía aparece, desde entonces, como la tendencia específica del cuerpo intelectual.


Pierre Bourdieu. «Campo intelectual y proyecto creador», 1967





La formación de élites intelectuales, las modalidades de consumo artístico, el campo académico y el campo político fueron objeto de interés para el sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien desarrolló la categoría «campo intelectual» como resultado de un vasto programa de investigación acerca de la sociología de la creación intelectual que examinaba las relaciones entre sociedad, creadores y obras de arte. En «Campo intelectual y proyecto creador» (1967) Bourdieu sostiene que la relación creador-obra y la obra misma están afectadas por la posición del creador dentro del campo intelectual, es cual está conformado por la confrontación de fuerzas entre sistemas de agentes, es decir, de los actores organizados en torno a un campo intelectual especializado (cultural, científico, artístico, etc.). Señala además que la formación de un campo intelectual fue resultado de la progresiva liberación de instancias legitimadoras exteriores que dejaron de condicionarlo ética y estéticamente y de la emergencia de nuevas instancias de consagración intelectual. 



La confrontación mediática que sostuvieron escritores y críticos luego del Encuentro de Narradores Peruanos en Madrid consistió en un intercambio de estimaciones y desestimaciones, donde la condición de escritor funcionó como garantía de autoridad para pronunciarse sobre el tema en cuestión. Ser «andino» o «criollo» suponía hablar desde un lugar de enunciación que situaba a un grupo de escritores en una posición de poder frente a otros no solo excluidos sino perjudicados por ese poder. Los términos en juego «andino» y «criollo» se emplearon como sustancia y atributo, es decir, como una esencia dada, definitiva, y como una cualidad que se traducía en un recurso para denunciar o defenderse. 

Cuando Melissa Patiño fue detenida al regresar del Ecuador —bajo la presunción que estaba comprometida en actividades terroristas por haber asistido a un encuentro político donde uno de los oradores fue el número dos de las FARC, Raúl Reyes— un nutrido grupo de escritores se pronunció contra la arbitraria detención. Las declaraciones más frecuentes de los escritores y amigos allegados a Melissa Patiño subrayaban, además de que no tenía vínculos con el MRTA ni las FARC, que ella era poeta. 

Gustavo Faverón sostuvo que Gastón Acurio carecía de competencia para integrar el jurado calificador del concurso de las mil palabras organizado por la revista Caretas. Aquí el no poseer la condición de escritor o la idoneidad académica fue argumento del blogger para desestimar la participación de Acurio en el conocido certamen literario. 

Estos episodios exhiben las tensiones del campo intelectual en el Perú y evidencian un uso estratégico de la condición de escritor para atenuar valoraciones negativas o para destacar cualidades positivas sobre la actuación de un individuo, para enaltecerlo o para desmerecer la actuación de un eventual adversario si es que no posee la condición de escritor o si, al poseerla de facto, no se la considera legítima. Es decir, se trata de casos representativos de una ardua disputa por la condición de escritor en el campo intelectual y cultural en el Perú, donde el modo de concesión u obtención de reconocimiento son fundamentales para la legitimación de lo culturalmente correcto.

El reciente reconocimiento a Martha Meier Miró Quesada en el marco de la FIL Lima 2013 ha generado el rechazo unánime de varios escritores nacionales donde destaca una carta que congrega adherentes contrarios al referido reconocimiento. Aquella carta, que circuló en las redes sociales y logró reunir cerca de doscientas firmas, es reveladora de un discurso acerca de la condición de escritor, la idea de cultura y los vínculos entre cultura y política. Es una consideración manifiesta de y por intelectuales y escritores (IE), identidad colectiva asumida para mostrar su desacuerdo. El sujeto colectivo que enuncia la carta rechaza el reconocimiento a MMMQ por dos razones: su falta de idoneidad profesional y cercanía al fujimorismo. Son objeciones de carácter profesional, cultural y política. La disputa por la idea de cultura se aprecia en varios pasajes de la carta. El enunciador de la carta establece una distinción inicial: «intelectuales y escritores» suscribientes supone un cuerpo diferencial de otro, los IE que no la firmen u ocasionales lectores adversos o indiferentes a su postura.

En el contexto del caso MMMQ, la discusión se ha concentrado en la incapacidad de la resistida directora de «El Dominical» como gestora cultural y su filiación fujimorista, y en lo nefasto que significaría que la FIL Lima lo ignore. Pero hay otras implicancias más importantes que atender, pese a que la tacha contra el reconocimiento a MMMQ tiene fundamento. Este caso prosigue la discusión sobre qué significa ser escritor en el Perú (condición de escritor), quiénes sienten que lo son (espíritu de cuerpo) y la selectividad de los asuntos que consideran válidos para intervenir públicamente como escritores e intelectuales (deliberación pública organizada). En suma, es una manifestación bastante significativa de una batalla ideológica por la legitimidad cultural y política, o dicho de otra manera, un hecho donde se verifica que lo cultural es un asunto político.

Los poetas Marco Martos y Antonio Cisneros recibirán homenajes en esta edición de la FIL Lima 2013. Los detractores de Martos recusan el homenaje recordando que fue decano de la Facultad de Letras durante la intervención de la Universidad de San Marcos por una comisión designada desde el gobierno de Alberto Fujimori. Antonio Cisneros condujo un programa literario en un canal de cable que a la postre se supo recibió dinero de Vladimiro Montesinos para apoyar la rereelección de Fujimori. Ciertamente, ambas participaciones no los convierte en fujimoristas, pero fijémonos cómo en un caso la proximidad fujimorista es empleada como agravante y cómo en otro es sencillamente soslayada, creo yo, porque la condición de escritores reconocidos por un sector influyente de escritores, críticos y lectores funciona como atenuante, es decir, lo artístico blanqueando lo político. 

¿Por qué sí se evalúa integralmente a MMMQ, en lo profesional y lo político —lo cual arroja un irrefutable saldo negativo— y por qué se evalúa exclusivamente a Martos y Cisneros en tanto poetas? ¿qué determina que se evalúe integral o selectivamente a un intelectual? Ello depende de las fuerzas que constituyen el campo intelectual. El grupo que disponga de los recursos simbólicos suficientes para instalar su discurso logrará alterar el equilibrio de fuerzas, conquistando o recuperando espacios o dando señales de actividad que alerten a sus adversarios.

Para los emisores de la carta «cultura» es algo diferente de lo que es para sus otros. La idea de cultura expuesta en la carta es sinónimo de labor promotora eficiente, producción artística de calidad y corrección política, condiciones que MMMQ no reúne y que la convierten en un sujeto vulnerable por las deficiencias que la señalan. Una de las afirmaciones más sugerentes de la carta de los intelectuales y escritores contra el reconocimiento a MMMQ es que la cultura proteja de las dictaduras. Primero, porque supone la cultura como un espacio diferenciado de los usos autoritarios de la política, segundo que habría algo constitutivo o esencial en la cultura (elevado, puro, enaltecedor) que repele el ejercicio autoritario de la política (perversa, degradante, baja), y tercero, la apelación a la cultura para salvarnos de la política autoritaria, o sea, superioridad moral de la cultura. ¿Y si el autoritarismo fuera una práctica, un «habitus» configurado con arreglo a nuestras formas de vivenciar la política o si la cultura fuera una traducción de nuestros hábitos políticos? (me viene a la mente el filme Das Weisse Band [La cinta blanca], de Michael Haneke). Pensada así, la cultura no protege de las dictaduras sino que las constituye. El asunto es que una reducción de la cultura a bellas letras, bellas artes, excelencia artística, etc., impide apreciar que la cultura es susceptible es engendrar todas aquellas tropelías que se le atribuyen a la política.

El camino para confrontar al fujimorismo no es excluirlo de la política, sino conminarlo a aceptar valores democráticos para lo cual es necesario que deliberen en política. Y el camino para fomentar la cultura en una feria del libro no pasa por invitar a escritores mundialmente consagrados, no solamente, ni en denostar la participación de cantantes pop o escritores que no sean del gusto del cuerpo intelectual hegemónico, sino en abrir ese espacio a las experiencias cotidianas de la población. 

Identificar cultura con arte de calidad es una de las más nefastas reducciones de la idea de cultura. Si la cultura es monopolio de los artistas de la alta cultura, lo único que se logra es que la cultura sea lo que hacen estos artistas. Cultura es un modo de habitar el mundo. Entonces el desafío no debe ir solo por reconocer lo que hacen los artistas, sino haciendo algo efectivo por la cultura atendiendo a lo que la gente siente, expresa y aprecia. Si nuestro modo de experimentar la cultura en una feria internacional del libro no se ajusta a la de Frankfurt o Londres, no es esto lo preocupante sino que los organizadores de estos eventos no asuman como prioridades la inclusión y la pluralidad. No me incomoda que la cultura de masas ocupe el pedestal de los gustos refinados. Me preocupa que la noción de cultura sea secuestrada por un cuerpo intelectual.




lunes, julio 08, 2013

DISCURSO, CONTEXTO Y SOCIEDAD


Sociedad y discurso
Teun Van Dijk
Gedisa
Barcelona, 2012



Teun Van Dijk es uno de los investigadores más destacados en el ámbito del Análisis Crítico del Discurso (ACD), del cual es considerado uno de los principales fundadores. Sus áreas de investigación son la textolingüística, la pragmática, la psicología social, la ideología, el racismo, los medios de comunicación, el poder y el contexto. Actualmente, sus estudios se fundamentan en una aproximación interdisciplinaria que integra aportes de las ciencias sociales y las humanidades, especialmente, psicología, sociología, antropología, lingüística y literatura. Van Dijk propone un análisis sociocognitivo del discurso, en el cual contexto, cognición y texto son dimensiones que se deben analizar conjuntamente para comprender en profundidad los alcances del sentido de un discurso.

En Sociedad y discurso (2012), amplía su teoría del contexto expuesta anteriormente en Discurso y contexto (2012). Mientras en este estudio focalizó los aspectos lingüísticos, sociolingüísticos y cognitivos de su teoría del contexto, en Sociedad y discurso se concentra en los aportes de la psicología, sociología y antropología a esta teoría. Para comprender bien la teoría del contexto de Van Dijk es necesario revisar ambos trabajos monográficos, pues en ellos sostiene, contrario al sentido imperante, que el contexto no influye directamente en el discurso, sino que son los usuarios del lenguaje quienes construyen representaciones mentales del contexto, las cuales definen la situación comunicativa. Van Dijk aclara que la influencia del contexto es indirecta, ya que está intermediada por las representaciones mentales de los usuarios del lenguaje. 

El punto de partida es la noción de contexto empleada por Van Dijk, quien lo define como aquellas propiedades de la situación comunicativa, configuradas por los usuarios del lenguaje, relevantes para la producción y comprensión del discurso. De este modo, toma partido a favor de una comprensión cognitiva del discurso que otorga fundamental importancia al modo cómo los sujetos procesan la información, pero sin caer en un reduccionismo mentalista que deje de lado la dimensión social. Por ello es que constantemente recalca que su enfoque es sociocognitivo. De acuerdo a la definición anterior, los contextos no son cualidades objetivas sino más bien subjetivas en tanto representaciones mentales o, como lo expresa Van Dijk, modelos de contexto. 

Si bien considera que no hay una influencia directa y determinista entre contexto y discurso, advierte que la dificultad radica en seleccionar cuáles son las propiedades del contexto más relevantes para la producción del sentido, pues «un contexto es lo que los propios participantes de una situación social definen como relevante» (20). Para ello realiza una exhaustiva revisión de diversas propuestas teóricas que sistematizan algunas categorías útiles para este propósito. Van Dijk las sintetiza en categorías y subcategorías como situación, escenario, tiempo, lugar, circunstancias, suceso o acontecimiento, actores y actividad. Subraya que es indispensable diferenciar entre las influencias físicas del entorno, que determinan respuestas fisiológicas que podrían influir en el sentido del discurso, y los modelos mentales que sirven de interfaz para comprender dicho discurso. Por consiguiente, la descripción del contexto exige determinar la relevancia de los elementos que influye en el significado del discurso.

Luego pasa revista a algunas de las teorías sociológicas más influyentes en el estudio del contexto que incorporaron enfoques cognitivos, con el propósito de demostrar que la tradición sociológica sí había tomado muy en cuenta los aportes de la psicología social, interés que después fue progresivamente abandonado. 

Posteriormente, dedica un capítulo a la relación entre contexto y cultura, donde los aportes de la antropología al estudio del contexto son fundamentales. Y es que la antropología fue una disciplina que desde sus inicios puso mucha atención a la situación que rodeaba su objeto de estudio. Igualmente, revisa las principales contribuciones de diferentes especialistas provenientes de la etnografía y antropología lingüística. Como estudio de caso presenta sus conclusiones sobre el análisis del discurso racista en los medios de comunicación, resultados publicados en Racismo y discurso de las élites (1993), Racismo y discurso en América Latina (2003) y Dominación étnica y racismo discursivo en España y América Latina (2003).

El siguiente capítulo analiza el debate sobre Irak en el parlamento británico a partir de la intervención del primer ministro Tony Blair. Aquí Van Dijk aplica su teoría multidisciplinaria del contexto a través de las categorías de análisis descritas en los capítulos anteriores. 

Estructuralmente, es una monografía que proporciona una idea clara acerca de cómo organizar el marco teórico de una investigación, ya que contiene tanto la revisión teórica precedente como las objeciones y las propuestas propias. A lo largo de todo el texto, el autor mantiene un didáctico contrapunto entre la exposición de la teoría y el análisis de casos, en general, en torno al debate sobre Irak en el parlamente británico. Sociedad y discurso profundiza en una innovadora teoría del contexto que podría aplicarse para el análisis de una amplia variedad de discursos.

UNA TEORÍA SOCIOCOGNITIVA DEL CONTEXTO

Discurso y contexto
Teun Van Dijk
Gedisa
Barcelona, 2012



Discurso y contexto (2012) inicia con un estado de la cuestión acerca de la noción de contexto desde la perspectiva de las ciencias sociales y las humanidades. Concluye que salvo la antropología, el resto de disciplinas no atendió al contexto o lo hicieron con posterioridad, como en el caso de la semiótica, hacia fines de los noventa, y en la lingüística con los estudios de pragmática y sociolingüística, hacia los años sesenta. Seguidamente, esboza los principales intereses que una teoría multidisciplinaria del contexto —basada en la psicología cognitiva y la sociolingüística— tendría por desarrollar. 

Van Dijk sostiene que los contextos no están definidos por cualidades objetivas sino por las representaciones subjetivas de los usuarios del lenguaje sobre la base de la información que estos consideran relevantes, es decir, que los contextos son modelos mentales. De este modo, los contextos o modelos contextuales constituyen un tipo específico de modelo mental que el autor emplea para explicar cómo el contexto controla la producción y comprensión del discurso no directamente sino mediado por la representación subjetiva que realizan los participantes. 

En «Discurso y contexto», sección medular de este libro, se explica cómo los contextos controlan la producción y comprensión del discurso, además de analizar conceptos fundamentales como registro, estilo, género discursivo y variación.

Van Dijk reconoce que su teoría del contexto se encuentra en formación, por lo cual advierte que solo a través de posteriores aplicaciones se ratificará, enmendará o rebatirá su tesis sobre la relación entre el contexto, la sociedad y el discurso. No obstante, se trata de una exhaustiva investigación monográfica, al igual que Sociedad y discurso, que recorre una vasta bibliografía sobre la noción de contexto. Ambas monografías están dirigidas a especialistas en análisis del discurso, sociolingüística, lingüística, pragmática o enfoques semióticos con orientación sociológica, puesto que los contenidos expuestos por el autor requieren conocimientos previos de estas disciplinas.

sábado, junio 29, 2013

ESTUDIOS CULTURALES: UN CONTEXTUALISMO RADICAL

Publicado en Revista Latinoamericana de Ensayo.19-06-2013


Desde su irrupción en el ámbito académico, los estudios culturales han suscitado intensos debates y combates en el ámbito académico, especialmente entre los sectores más convencionales de las ciencias sociales y humanidades. Falta rigurosidad metodológica, banalización de la investigación, moda intelectual importada y pasajera figuran entre las más frecuentes objeciones. En esta controversia, la antropología ocupa un lugar expectante, como lo muestra Carlos Reynoso en Apogeo y decadencia de los estudios culturales (2000), un libro que puede leerse como una síntesis de las reticencias de la antropología frente a los estudios culturales.

La expansión de los Cultural Studies en América Latina tuvo lugar durante los años noventa, periodo caracterizado por la proliferación de programas de grado, diplomados, maestrías y doctorados, eventos académicos y publicaciones, a tal punto que el término «Estudios culturales latinoamericanos», que reivindica una tradición en estudios culturales independiente de la anglosajona, ha adquirido notoriedad dentro de la comunidad académica norteamericana y regional. Todo parece indicar que los estudios culturales llegaron para quedarse, afirma el antropólogo Eduardo Restrepo, en su libro Antropología y estudios culturales. Disputas y confluencias desde la periferia (2012).

Eduardo Restrepo posee una amplia trayectoria académica vinculada a la antropología y los estudios culturales. Es autor de Tumaco: Haciendo ciudad (en coautoría con Michel Agier, Manuela Álvarez y Odile Hoffmann) (1999), Políticas del conocimiento y alteridad étnica (2003), Teorías de la etnicidad. Stuart Hall y Michel Foucault (2004), Políticas de la teoría y dilemas de los estudios de las colombias negras (2005), Inflexión decolonial: fuentes, categorías y cuestionamientos (coautoría con Axel Rojas) (2010), Intervenciones en teoría cultural (2012), además de múltiples artículos sobre teoría social contemporánea, políticas de la representación, articulaciones entre etnia y raza, y colombianidad y afrodescendencia.

En Antropología y estudios culturales, Restrepo sintetiza los encuentros y desencuentros que dividen y aproximan a estos saberes sobre la cultura, trazando previamente sus especificidades, divergencias internas y la posición de los establecimientos académicos latinoamericanos dentro de la geopolítica global del conocimiento. La estructura tripartita del libro facilita la identificación de estos aspectos: la primera y segunda parte dedicadas a la antropología y estudios culturales, respectivamente, así como un recuento final a modo de epílogo donde se contrastan sus disputas y confluencias. Además de exponer, dialogar y contrastar posturas, Restrepo discute los presupuestos que giran en torno a la práctica de la antropología y los estudios culturales, enfatizando en todo momento el lugar que ocupan dentro de la comunidad académica latinoamericana.

La primera parte examina el lugar de enunciación del discurso antropológico hegemónico y periférico dentro de la geopolítica global del conocimiento. Restrepo realiza un ejercicio de antropología crítica de la antropología, puesto que no ha sido frecuente que los antropólogos examinen sus prácticas intelectuales a la luz de las teorías que emplean en sus investigaciones. Los contextos administrativos, laborales, profesionales y académicos en torno al ejercicio de la antropología a menudo se mantuvieron distantes de las discusiones teóricas.

El panorama descrito por Restrepo da cuenta de antropologías varias tanto en los establecimientos académicos hegemónicos como en los periféricos. Y que si bien desde Europa y los Estados Unidos se ejerce hegemonía epistemológica, también en esos espacios existen disputas entre perspectivas dominantes y subalternas, lo mismo que en los establecimientos académicos latinoamericanos. De otro lado, analiza las desigualdades en el campo antropológico transnacional entre antropologías hegemónicas y antropologías subalternizadas. Observa que la asimetría entre las antropologías no obedece exclusivamente a la acción manifiesta de un establecimiento por dominar a otro sino en la recepción acrítica del saber que facilita la subalternización. Entre los procedimientos que subalternizan una antropología a favor de otra, la escritura destaca como un recurso utilizado para controlar la producción disciplinaria: artículos, monografías, ponencias, tesis, informes, documentos de trabajo, etc., poseen formatos, registros textuales, estrategias argumentativas, sistemas de cita, propiedad intelectual y modos de distribución que garantizan accesos privilegiados a información no disponible para quienes no estén insertos en el sistema de divulgación académico. 

Esta situación motivó el surgimiento de la Red de Antropologías del Mundo (RAM-WAN), a modo de respuesta ante la falta de compromiso por examinar el lugar de enunciación de la epistemología antropológica. El proyecto RAM-WAN no apunta a esencializar las antropologías periféricas ni las considera más auténticas porque se enuncien desde el margen. Por el contrario, busca abandonar una lectura esencialista de la «antropología» para dirigirse hacia las «antropologías» y discutir las condiciones de posibilidad de la teoría antes que aplicarla y divulgarla de manera eficiente. Interpelar políticamente el ejercicio de la antropología mediante la intervención en el saber más que su instrumentalización fue unos de los objetivos centrales de este proyecto.

¿Es posible definir los estudios culturales? ¿Acaso una definición no corre el riesgo de excluir una amplia diversidad de perspectivas que no siempre reconocen confluencias entre sí? La segunda parte aborda las particularidades de los estudios culturales. En un sentido contrario al de sus detractores, quienes afirman que carecen de especificidad, Restrepo considera que es necesario aclarar qué son los estudios culturales a fin de evitar confusiones que deriven en una disolución de su singularidad y, en consecuencia, en una pérdida de su vocación política, lo que Stuart Hall y Lawrence Grossberg convendrían llamar el corazón de los estudios culturales. Sin embargo, plantea una definición no tan teórica como empírica, es decir, más fundamentada en las prácticas intelectuales de quienes identifican su trabajo con los estudios culturales.

Luego de esclarecer que no basta con citar a Stuart Hall, Raymond Williams, E.P. Thompson o Richard Hoggart; ni adoptar cultura, ideología o poder como objetos de estudio; manifestar amplitud interdisciplinaria o cuestionar el establishment académico dominante, Restrepo ensaya una definición de estudios culturales sobre la base de las características más notables de esta práctica intelectual: «los estudios culturales remiten a ese campo transdisciplinario que busca comprender e intervenir, desde un enfoque contextual, sobre cierto tipo de articulaciones concretas entre lo cultural y lo político» (p.157). Primero, significa entender lo transdisciplinario no como la superposición de metodologías varias, sino criticar el parcelamiento disciplinario que impide reformular los métodos para adecuarlos a nuevas circunstancias. Esto supone, en segundo lugar, una actitud antirreduccionista que abre la posibilidad de lecturas, pues el estudio de la cultura no es exclusivamente un asunto cultural; es también político, económico, social, jurídico, etc. Asimismo, exige al investigador una explícita voluntad política, pues los estudios culturales tienen como finalidad intervenir para transformar, es decir, utilizar la teoría para provocar cambios en las relaciones de poder y no solo la elaboración de complejos aparatos conceptuales. En otras palabras, teorizar lo político y politizar lo teórico. Finalmente, ello explica por qué contextualizar la teoría es primordial en los estudios culturales: la teoría no debería ignorar las condiciones de posibilidad que determinan a sus objetos de estudios ni su propio lugar de enunciación dentro de una geopolítica del conocimiento. El abordaje de los objetos de estudio en sus manifestaciones concretas pone límites a una hiperteorización que tiende a nivelar todos los contextos, lo que constituye un ejercicio de violencia epistémica, acentuando el colonialismo intelectual. 

Restrepo no soslaya las duras críticas a los estudios culturales, pero al mismo tiempo, subraya que en la mayoría de ocasiones son producto de prejuicios y desinformación; e incluso observa que la recepción irreflexiva de los estudios culturales provocó tergiversaciones que a la postre contribuyeron a su desprestigio; por ejemplo, la convicción de que los métodos y teorías de las antiguas disciplinas eran obsoletos; confundir estudios culturales con estudios sobre la cultura; creer que su institucionalización fortalecería la intervención de la intelectualidad en los asuntos sociales; o que podría homologarse sin más a los estudios culturales con la teoría poscolonial, los estudios subalternos, la teoría posmoderna o el posestructuralismo. De algún modo, la imagen distorsionada de los estudios culturales es resultado de sus seguidores acríticos como de sus detractores desinformados. 

Stuart Hall es muy consciente de que el trabajo realizado por los investigadores del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham no representa el único modo de hacer estudios culturales. Asumir el contextualismo radical exige que esta práctica intelectual sea resultado de las demandas y adaptaciones surgidas en diferentes establecimientos académicos. En tal sentido, ¿existen los estudios culturales latinoamericanos? Raúl Bueno Chávez considera que América Latina posee una tradición propia que precede a la escuela de Birmingham considerada habitualmente lugar de origen de los estudios culturales. Jesús Martín-Barbero también declaró que en América Latina se hacía estudios culturales mucho antes que apareciera la etiqueta. Del mismo modo, García-Canclini y Beatriz Sarlo se adhieren a esta postura.

Sin embargo, Restrepo discute esta idea sobre los estudios culturales latinoamericanos sostenida por un amplio sector de la crítica cultural latinoamericana. Señala que calificar como estudios culturales la producción ensayística de fines del siglo XIX y durante el siglo XX en América Latina es confundir estudios culturales con estudios sobre la cultura. Definitivamente, Sarmiento, Alberdi, Bello, Rodó, Mariátegui, Fernando Ortiz, Antonio Cornejo Polar, Ángel Rama, Roberto Fernández Retamar, etc., se interesaron por la idea de cultura pero ello no significa que estuvieran realizando estudios culturales. Asimismo, anota que la necesidad de delimitar la especificidad de un proyecto regional de estudios culturales corre el riesgo de obliterar la heterogeneidad de las investigaciones desarrolladas en América Latina esencializando su práctica. Y porque la cualidad «latinoamericanos» es problemática porque remite a un doble lugar de enunciación: ¿son latinoamericanos los estudios culturales pensados desde o sobre América Latina? ¿lo son por la procedencia del investigador o por sus intereses académicos? Aparte de esto, Restrepo nos recuerda que el origen de la etiqueta está relacionado a los area studies de la academia estadounidense, donde Latin American Cultural Studies involucra una vasta combinación de intereses sobre los países de América Latina. Se trata, como podemos apreciar, de una adjetivación que no oculta sino que pone en evidencia la geopolítica del conocimiento.

La recepción de un libro sobre estudios culturales enfrenta el desafío de aportar algo nuevo a la monumental cantidad de trabajos disponibles en la actualidad, sobre todo los que provienen de la academia estadounidense y británica. Al respecto, el valor de Antropología y estudios culturales no radica en la sustentación de una primicia teórica ni en la exposición de los resultados de una investigación, sino en la selección y síntesis de las disputas en y entre ambos saberes, lo cual trasciende la simple comparación, puesto que apunta al reconocimiento de vínculos silenciados y a tomar distancia de la «política de la ignorancia», causante del desconocimiento y descalificación de los avances en ambas formaciones.

domingo, junio 23, 2013

LAS HUMANIDADES EN LA ENCRUCIJADA



Publicado en el diario Noticias de Arequipa, 24-06-2013

En 1959 el físico y novelista inglés Charles Percy Snow dictó una conferencia en la Universidad de Cambridge bajo el título «The Two Cultures» —editado después como The Two Cultures and the Scientific Revolution— en la cual hizo referencia a los ámbitos que distinguen las ciencias y las humanidades hasta constituir dos saberes cada vez más separados, situación que impediría la mutua comprensión. Luego de criticar la incultura de los científicos en asuntos literarios y el desprecio de los hombres de letras hacia la cultura científica, Snow se decantó por una renovada confianza en el saber científico y una sostenida crítica contra el esnobismo de los intelectuales literarios. Medio siglo después, en  The Three Cultures, el psicólogo estadounidense Jerome Kagan agregó la cultura de las ciencias sociales al binomio propuesto por el profesor Snow, aparte de concluir que las humanidades se hallaban en franco declive. Lo central en las reflexiones de Snow y Kagan es que la crisis de las humanidades es evaluada en función de los resultados y avances obtenidos por las ciencias naturales y sociales. Es decir, que las ars liberalis —las artes liberales, como se nombraba en la antigüedad a las profesiones, disciplinas y oficios cultivados por hombres libres— al contrario de las ciencias, aportan muy poco a la solución de problemas concretos. En otras palabras, que las humanidades tienen poco qué decir a la humanidad. 

Tal parece ser la consigna detrás de los cambios que la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa ha implementado en su examen de admisión a partir de este año, reduciendo la cantidad de preguntas para los cursos de humanidades y ciencias sociales no solo en el área de biomédicas e ingenierías, donde podría justificarse una mayor tendencia hacia las ciencias naturales y exactas, sino también en el área de ciencias sociales. Materias como Literatura y Filosofía prácticamente no aportan un puntaje significativo para los postulantes a Derecho, Sociología, Antropología, Educación, Literatura y Lingüística, y Filosofía, carreras cuya formación básica requiere del conocimiento general que ofrecen las humanidades.

Esta reducción ha sido progresiva durante los últimos 10 años. Entre 2001 y 2003, Literatura aportaba 8 preguntas, Lenguaje 12, y Filosofía y Psicología, 5. Desde 2005 se redujo la cantidad de preguntas de estos cursos casi a la mitad, y un poco más después de cada proceso de admisión. Actualmente, los postulantes a cualquier carrera del área de ciencias sociales podrían prescindir sin reparos de los contenidos que el prospecto asigna a Literatura, Filosofía y Psicología, pues salvo la primera que solo exige una pregunta, las dos siguientes contribuyen solo con dos. En contraste, Razonamiento verbal, lógico y matemático mantienen en las tres áreas la misma cantidad de preguntas que conjuntamente suman 24. Por lo que se advierte en la nueva matriz de evaluación, las humanidades no revisten de mayor importancia para los responsables de la Oficina de Admisión de la primera casa de estudios de Arequipa ni siquiera en lo que concierne al área de ciencias sociales. Igualmente significativo es que un blog administrado por los estudiantes de la universidad no contemple en su información a los postulantes que en la UNSA existen las escuelas de Arte, Filosofía, y Literatura y Lingüística.

Las consecuencias de estos cambios se aprecian no solo en la cantidad de horas dictadas por un profesor de Comunicación, en el caso de colegios, o de Literatura y Filosofía, en el de academias preuniversitarias, y sino especialmente, en la percepción sobre las humanidades que la universidad ofrece a la ciudadanía. En su ensayo Sin fines de lucro (2010), Martha Nussbaum llamó la atención sobre las nefastas consecuencias del recorte de las artes y letras en los planes de estudio escolares y universitarios a nivel mundial y de lo fundamentales que son las humanidades para la formación de ciudadanos con valores democráticos. Y no es que esta facultad sea exclusiva de la literatura, la música, las artes plásticas, la filosofía o la psicología, ya que cualquier profesor lo suficientemente comprometido con su materia podría emplearla para cultivar la tolerancia, el disenso, la reciprocidad, la aceptación, el diálogo y la crítica, valores indispensables en el día a día de esa microestructura que es el aula, una muestra representativa de lo que acontece en la sociedad.

La progresiva disminución de las humanidades en los planes de estudio de colegios, universidades y prospectos de admisión suele estar motivada por la creencia que la literatura y la filosofía no son saberes prácticos, que bastaría con leerlos o acceder a sucintos resúmenes elaborados por los profesores del curso para facilitar la comprensión de los alumnos a fin que dispongan de tiempo para estudiar «materias importantes». El argumento de la falta de trabajo o los bajos salarios en las carreras de humanidades ha sido uno de los más efectivos recursos para intimidar las pretensiones de quienes desean estudiar literatura, filosofía, antropología, historia entre otras carreras. Recuerdo que algunos profesores del área de Lingüística nos advertían a los estudiantes de primer año sobre el reducido campo laboral para los egresados que eligieran la especialidad de Literatura (la Escuela de Literatura y Lingüística de la UNSA es la única en el Perú que otorga esta doble y extraña mención que de facto no se cumple, pues desde el segundo año los estudiantes se orientan hacia una especialidad u otra); y en contraste, de mayores oportunidades si nos orientábamos hacia Lingüística, toda vez que al egresar podríamos acceder a un curso de titulación para aspirar a una plaza como maestros. No solo los animaba el noble propósito de «ponernos los pies sobre la tierra» («¿creen realmente que hay trabajo en Literatura?») sino que desconfiaban absolutamente en que alguno de sus alumnos se interesara seriamente por la investigación literaria o lingüística más allá de la inevitable experiencia de dictar clases o en que ellos mismos, en tanto catedráticos de la especialidad ,pudieran incentivarlos a persistir pese a las dificultades. El premio consuelo que prometían era trabajar como profesores de Lenguaje.

Otros prejuicios muy arraigados atribuyen a quienes estudian artes, literatura o filosofía ser individuos idealistas, disipados, sin aspiraciones serias en la vida, políticamente reprobables por sus filiaciones izquierdistas o simplemente excéntricos. Sobre las disciplinas humanísticas, abundan comentarios de todo calibre, en particular de quienes provienen de carreras consideradas más útiles, rentables, socialmente prestigiosas y necesarias para el desarrollo del país. Ingenieros, médicos, administradores, economistas y abogados estiman sus profesiones (más bien las desestiman diría yo) en la medida que están convencidos de que el saber que las rige es superior al de las artes liberales porque no admite especulaciones, divagaciones ni reflexiones inútiles sino que brinda un método eficaz para aplicarlo a la resolución de problemas. De este modo, excluirían a un filósofo de los debates en torno al aborto, la pobreza, el libre mercado o el matrimonio homosexual, pues son asuntos, en su opinión, que competen exclusivamente al especialista. Y, finalmente, desde los sectores más rabiosamente empresariales enquistados en la educación, se sostiene que las humanidades contribuyen muy poco a la economía de un país, por lo cual se descarta invertir en becas de posgrado en Literatura Comparada, Estudios Culturales o Bioética porque no son rentables como un MBA cursado en Lima a precio de Nueva York.

Me ocuparían varias semanas rebatir estos prejuicios. Solamente quiero advertir las dimensiones que viene adquiriendo la avanzada neoliberal en la educación tanto en las universidades-negocio o universidades-empresa como en las universidades públicas. Las humanidades son totalmente írritas al neoliberalismo porque nada más incómodo para este proyecto que la crítica contra la ejecución de mandatos irreflexivos, esa disidencia a la cual Michel Foucault llamó «el arte de no ser gobernado de esa forma y a ese precio». No estoy a favor de una defensa corporativa de las humanidades solo porque yo me dedique a los estudios literarios. Semejante actitud es la que C.P. Snow fustigó con severidad en los intelectuales. No se trata solo de la reducción de un par de preguntas de Literatura y Filosofía en el examen de admisión de la UNSA sino lo que esto implica y cómo viene reaccionando la comunidad agustina de humanidades y ciencias sociales. Me preocupa sobremanera que ante la posibilidad que se imponga un modelo de universidad al estilo del Nuevo Vocacionalismo, que alienta la sustitución y progresivo abandono de los valores humanísticos, los directamente involucrados no se pronuncien.

domingo, junio 02, 2013

FOUCAULT, EL PODER, EL ARTE


El análisis del poder es uno de los ejes fundamentales en la obra de Michel Foucault. En sentido contrario a la ciencia y la filosofía políticas, Foucault entendió el poder no como una esencia, atributo o propiedad susceptible de ser poseída por alguien, sino como relación. La consecuencia inmediata de afirmar que el poder no es algo que se tenga es el desplazamiento de la hipótesis represiva del poder, la cual fue discutida por Foucault, pues desde su perspectiva el poder no se puede reducir a su efecto meramente represivo. Si desde Platón gran parte de la tradición filosófica occidental no podía concebir que la verdad estuviera contaminada por el poder —¿cómo podría estarlo un saber en su estado puro?— el filósofo francés sostuvo que donde hay verdad, hay poder. El poder para Foucault no es ubicuo en un lugar, institución o individuo. Para él hablar de poder es en realidad hablar sobre relaciones de poder, puesto que el poder está distribuido en toda una red de relaciones. Sin embargo, esto no implica negar que haya quienes ostenten un ejercicio del poder que somete a otros. 



El poder se manifiesta cuando el sujeto es reducido a una cosa, pero su análisis debe trascender las manifestaciones factuales para indagar en las condiciones de posibilidad del tal o cual poder, es decir, preguntarse «cómo» (modos) en lugar de «qué» (definiciones, esencias). Por esta razón, Foucault no se interesó por la verdad o falsedad de los discursos sino por los efectos de verdad de los mismos; de aquí que fuera más relevante para su trabajo el estudio de los procesos de objetivación y subjetivación: ¿cómo es que un objeto o un sujeto llegan a convertirse en un asunto digno de ser estudiado por un saber científico? ¿Las verdades científicas están realmente exentas de un poder empleado para excluir y someter a otros en beneficio de quienes apelan al saber científico? En tal sentido, Foucault nos cuenta cómo hemos objetivado y subjetivado la cultura occidental a tal punto de naturalizar un saber/verdad perdiendo de vista que ha sido construido deliberadamente con arreglo a cierto poder: sexualidad, locura, castigo, historia, hombre, modernidad son algunas categorías donde el autor de La arqueología del saber halla evidencias de un accionar del poder a través de la verdad, de modo que se pregunta ¿cómo es que la sexualidad de pronto fue importante para el Estado y la sociedad? ¿cómo y por qué se recluyó a los locos y enfermos en recintos especiales? ¿cómo y cuándo el Hombre deviene objeto de conocimiento? En un sentido más general, ¿cuál es el estatuto que configura la verdad de un saber? ¿cómo un saber se objetiva? ¿quién realmente habla cuando «nosotros» hablamos, o es que somos hablados por el lenguaje? ¿quién está autorizado o no a opinar sobre ciertas materias? ¿por qué? 

Foucault adquiere la convicción de que el hombre es objetivado a través de un saber que se naturaliza. De qué manera se objetivó/subjetivó al hombre como un modo de saber posible lo podemos apreciar en la sentencia “la esencia del hombre es el trabajo” o “el trabajo dignifica al hombre” por el efecto de verdad que ambas sostienen dentro de una estructura de relaciones de poder que privilegia la maximización de recursos y ganancias, y la reducción de costos. Los actos de habla de la crítica cultural han servido para legitimar valoraciones sobre literatura, cine, pintura, etc., fundamentadas en el prestigio o microprestigio local de los críticos y artistas o en una supuesta cualidad superlativa de sus obras, soslayando el análisis de las condiciones que posicionan a tal o cual en un lugar expectante. En este punto, lo primordial no es evaluar, por ejemplo, la calidad de una obra literaria o cinematográfica en lo que concierne a su grandeza o liviandad, sino preguntarse cómo y por qué ciertas expresiones artísticas se convierten en mercancías y los lectores y espectadores, en consumidores; cómo y por qué ciertas formas artísticas emergen en algunas circunstancias y en otras no. En esto consistiría el análisis del proceso de objetivación y subjetivación del arte según Foucault. 

Kant y Nietzsche influyeron a Foucault en el cuestionamiento de toda ursprung (fundamento, origen). Para este último, los fundamentos no existen como esencias naturalmente invariables, sino como invenciones, como construcciones discursivas. Así, todo enunciado del lenguaje es de factura humana; la verdad, una posibilidad de enunciación desde el lenguaje, la cual ocupa un lugar preferencial no en mérito al contenido de su discurso sino al poder que la sostiene. Entonces, diría Foucault, ¿por qué tanta preocupación por decir la verdad y desechar la falsedad? ¿por qué no atender a los efectos de afirmar que algo es verdadero o falso en la vida de las personas y en la prolongación de situaciones de dominio y sujeción? Por ello le interesa sobremanera el régimen político de la verdad. 

A través de su aparato metodológico, Foucault lanzó un decidido ataque a la concepción de naturaleza. (Si algo es natural, entonces es indiscutible, esta es la fuerza impositiva de la naturaleza). Foucault advirtió que la disciplina normaliza prácticas permitiéndolas o prohibiéndolas, las cuales progresivamente devienen naturales. De modo que el análisis del estatuto de los discursos y prácticas que se defienden fervorosamente revelaría la existencia de una estructura de poder. El resultado final es que la norma termina colonizando las leyes científicas y estas, validando como normales las prácticas de los grupos de poder. Para naturalizarse la norma se ampara en la tradición, la historia y la razón marcando la pauta actuar a seguir por un individuo «normal». ¿Por qué buscar fundamentos invariables si la teoría es una práctica social? Ello explica por qué el trabajo de Foucault no es epistemológico sino arqueológico, ya que su objetivo consistía en desencializar categorías naturalizadas en lugar de fijar sentidos.

Foucault invirtió la lógica del trabajo analítico. En lugar se asumir que los objetos de estudio se justifican en virtud de su naturaleza, consideró que las prácticas discursivas inventan sus propios objetos de estudio. En ese proceso de objetivación/subjetivación es que Foucault encuentra el vínculo entre conocimiento verdadero y poder, el cual establece la perspectiva legítima para el sujeto de conocimiento, el lugar correcto desde donde valorar un objeto.




Del mismo modo que Foucault utilizó Las meninas de Velásquez en el primer capítulo de Las palabras y las cosas para explicar los límites de la representación del lenguaje, acudió luego al Quijote de Cervantes para explicar cómo en un momento de la historia, la literatura potenció la facultad subversiva del lenguaje en lo que se refiere a la representación de la realidad. El Quijote es un personaje que trastoca los valores tradicionales de la representación, pues interpreta la realidad de manera distinta e inversa a lo que todos interpretan. Sin embargo, él piensa que está en lo cierto y actúa de acuerdo al orden establecido por su interpretación de la realidad.

Vinculó esta idea con la sensación que invadió el saber intelectual a principios del siglo XVII. Ya no pensar en términos de semejanzas, porque estas inducirían al error, sino en términos de discernimiento. Foucault atribuye este giro a la influencia de Descartes: «se trata del pensamiento clásico que excluye la semejanza como experiencia fundamental y forma primera del saber, denunciando en ella una mixtura confusa que es necesario analizar en términos de identidad y de diferencias, de medida y de orden». En esta época, la similitud es reemplazada por la búsqueda de identidades y de diferencias. Es decir, la semejanza será evaluada mediante la comparación y esta será una nueva forma de obtener conocimiento. Foucault trata de explicar este giro en la representación desde la similitud hacia la comparación mediante la aparición de una tendencia hacia el orden y la organización del saber que se presentó en las ciencias de la época. 

Esta tendencia al orden se manifestó a través de la matematización del saber que colocó al análisis como el método científico más prestigioso. De esta manera, los signos fueron utilizados no solo para interpretar sino también para ordenar la realidad. En la historia natural encontramos que Linneo se empeñó por elaborar una taxonomía universal de las especies vivientes; en la economía, aparece una teoría del valor del capital; y en la lingüística, la gramática cobró una gran importancia al resaltar la importancia de las relaciones entre los elementos de la estructura de una lengua. En esta actitud, Foucault señala que existió una orientación hacia la conformación de una ciencia general del orden, de una teoría de los signos que analizaría la interpretación.

Que un escritor, una obra literaria, un filme, una tendencia artística sean duramente cuestionados por la crítica académica y aclamados por los medios y el público consumidor evidencia la pugna entre modos contrapuestos de objetivar el arte, donde se ponen en juego hegemonías y contrahegemonías. Lo que habría que interpelar, en esto convendría Foucault, son los procedimientos que le confieren a un producto cultural el estatuto de obra de arte (o los que se lo retiran o niegan). Problematizar, por ejemplo, la exitosa irrupción de la cultura popular a través del mercado debería conducirnos, primero, a problematizar nuestro interés en lo popular, o sea a pensar desde cuándo y por qué lo popular representa un asunto atendible como objeto de crítica; cómo y por qué la potencia transgresora de la cultura de masas se convierte en un cuerpo dócil cuando la disciplina el mercado; o cómo diferentes interlocutores se apropian del discurso popular para refrendar su posición en el campo intelectual. 

Y aquí problematizar significa formular preguntas incómodas al sentido común, esa forma de saber que basa la contundencia de su verdad en lo que sería evidente por sí mismo sin requerir mayor dilucidación, sentido común que habita sentencias del tipo «el arte nos libera», «se está perdiendo la identidad cultural», «los valores culturales están en crisis», «los jóvenes ya no leen como antes». Por el contrario, Foucault nos alienta a ejercer una crítica perpetua de lo convencional, a efectuar lo que él denomina el arte de la indocilidad reflexiva, a rebelarnos contra las fuerzas de la normalización.

domingo, mayo 26, 2013

MARXISMOS LITERARIOS



Publicado en Critica.cl. Revista Latinoamericana de Ensayo. 20-05-2013 

Aunque Marx y Engels son más conocidos por sus obras políticas y económicas —ya que ambos estaban más ocupados en asuntos de política y economía, que en formular una teoría estética— sus escritos contienen abundantes referencias literarias. En la introducción a los Grundisse, Marx recurre al arte para ejemplificar la compleja relación entre base y superestructura, la cual no es simétrica ni unívoca, pues no siempre el arte está determinado por la lucha de clases o la economía sino que posee sus propias reglas de evolución. Por el contrario, la literatura podría dar cuenta de procesos revolucionarios contrarios a los modos de producción económica dominantes, inclusive de la mano es escritores cuya posición de clase no sea proletaria. Que Marx acudiera con frecuencia a la literatura para ejemplificar sus categorías de análisis se explica porque era un denodado lector de Goethe, Shakespeare y Balzac, el teatro griego y la novela folletinesca inglesa, además de ser muy exigente con su propio estilo de escritura. En Marxismo y crítica literaria, Terry Eagleton (Salford, Inglaterra, 1943) explora las principales cuestiones del pensamiento marxista acerca de la literatura en relación a la historia, la forma y el contenido, el compromiso del escritor y el autor como productor, para lo cual revisa no solo a Marx sino a los más destacados teóricos marxistas que hayan reflexionado sobre la creación literaria.

Desde la primera edición inglesa de 1976, dos acontecimientos han marcado un giro en el desarrollo del marxismo dentro de las ciencias sociales y las humanidades. Por un lado, el ascenso del neoliberalismo durante los ochenta y noventa, liderado por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher; y por otro, el desmoronamiento de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín. En este contexto, el marxismo fue desestimado como teoría para interpretar o cambiar la realidad, pues sus detractores concluyeron que la realidad misma había demostrado su fracaso. Sin embargo, si partimos de que cuando menos se discute una ideología es cuando está más activa, entonces la globalización de la crisis financiera evidencia que el capitalismo neoliberal está en crisis. En el ámbito de la crítica literaria, el marxismo sobrevivió, aunque no sin dificultades ni desplazamientos, en los Cultural Studies, pero entre 1980 y el presente, una amplia variedad de enfoques teóricos alineados dentro del giro posmoderno, prescindieron de categorías de análisis marxista como base, superestructura, lucha de clases, ideología por considerarlas obsoletas, concentrando sus esfuerzos en las reivindicaciones de las minorías culturales (género, etnia, nacionalidad, religión, lengua, etc.). Como afirmara Frederic Jameson, el multiculturalismo terminó haciéndole el juego al capitalismo avanzado fragmentando la lucha política en lugar de fortalecer un frente en el que, pese a las diferencias particulares de cada lucha, sea la lucha contra el capital lo que articule las diversas luchas a nivel global.

Recientemente, editorial Paidos Argentina ha lanzado una nueva edición de este clásico de Eagleton, que surgió a partir de las notas elaboradas para un curso introductorio sobre teoría literaria marxista. Su interés por el marxismo tuvo lugar bajo el magisterio de Raymond Williams, quien llevó adelante una relectura crítica de la obra de Marx a fin de enriquecerlo con el aporte de otras teorías, apartándolo del determinismo económico y aplicándolo al estudio de la cultura de masas. La literatura inglesa, los estudios culturales y el psicoanálisis constituyen los principales intereses académicos de Terry Eagleton como crítico literario y de la cultura. 

La crítica literaria marxista está muy distante de constituir un cuerpo homogéneo de fundamentos y pensadores. Posteriores reflexiones a las de Marx y Engels añaden, modifican o radicalizan algunas de sus afirmaciones. No obstante, la crítica marxista de la literatura tiene por finalidad explicar la obra literaria (forma, estilo y significados) y las determinaciones históricas que actúan sobre estos recursos, y explicar los aspectos formales de una obra literaria comprendiéndolos como resultados de un proceso histórico. Supone un análisis histórico, pero no se limita a ello ni a una sociología de la literatura. En última instancia, entender la literatura es para la crítica marxista entender el proceso total del cual forma parte.

Contra el sentido común que atribuye al marxismo una interpretación determinista del arte por efecto de la economía y la historia, Eagleton aclara que Marx y Engels no sostenían tal cosa, sino que entre base (modos de producción material) y superestructura (diversas formas de conciencia social) existía una relación dialéctica, donde eventualmente era posible que la superestructura determinara la base. Lo que no habría que perder de vista es que la ideología dominante en una sociedad es la de la clase dominante y que el arte no es un territorio libre de ideología. Siguiendo a Louis Althusser, Eagleton matiza la relación entre literatura e ideología: la literatura no se reduce a ser simple ideología, sino que mantiene con esta una relación compleja; por un lado, la literatura podría reflejar la ideología dominante, pero por otro podría alejarse de ella hasta el punto de hacer visible la ideología de donde proviene.

Asimismo, Eagleton halla en la crítica marxista argumentos a favor de un estudio de los aspectos formales del lenguaje literario, pero de un modo distinto al que proponían los formalistas rusos, la New Criticism o el estructuralismo. El par binario forma/contenido es tratado por la crítica marxista como una unidad más que como una dicotomía compuesta por elementos inconciliables. No es que la forma sea una dimensión menor respecto al contenido, sino que la forma literaria es ideológica. Por consiguiente, hay que prestar atención a las expresiones, formas y retórica del lenguaje no para reforzar un análisis inmanentista desde el texto (close reading), sino para examinar la forma que la ideología ha adquirido en el discurso. Para Lukács la novela como forma literaria surge en un momento histórico donde la ideología burguesa requería de una expresión literaria acorde a su visión del mundo. Sin embargo, ello no impidió que dentro del realismo aparecieran novelas que subvirtieran la ideología hegemónica mediante representaciones del decadentismo burgués, como La guerra y la paz, de Tolstoi, el ciclo de la Comedia humana de Balzac. El estructuralismo genético de otro crítico marxista como Lucien Goldmann se fija en la relación dialéctica entre el texto, la visión del mundo y la historia, es decir en explicar las condiciones históricas en las que surge una ideología y la forma que adquieren en el texto literario. 

La parte medular y más extensa es la que correspondiente al compromiso del escritor, Eagleton acude nuevamente a Marx y Engels para rebatir varios presupuestos erróneamente atribuidos a la crítica marxista del arte. Si el marxismo no conforma un todo estable y unificado de fundamentos es justamente porque no todos los pensadores marxistas consideraron idóneo que el escritor exhibiera explícitamente en su obra una militancia política revolucionaria. Es decir, que ni Marx ni Engels apoyaron el uso de la literatura, o del arte en general, como un panfleto. Eagleton anota que el propio Lenin se opuso a que la literatura proletaria sea cultivada con arreglo a un mandato político, pues lo rechazaba por artificial. Más bien, Lenin invitaba a conservar lo más valioso del artes burgués que pudiera ser empleado en nombre de la revolución. Un gran escritor reaccionario podría escribir una gran obra revolucionaria, como el caso de Tolstoi, ya que las creaciones artísticas no están plenamente determinadas por la ideología de sus autores. Trotsky también insiste en que la cultura socialista incorpore lo mejor del arte burgués. Eagleton destaca las apreciaciones de Marx y Engels en torno a la función del arte dentro de la revolución. Ambos sostenían que el arte no era de ningún modo un medio sino un fin en sí mismo, por lo cual se ubican en las antípodas de evaluar la literatura bajo prescripción política. Sin embargo, Plejánov era un convencido de que la literatura refleja la realidad y que la tarea del crítico es analizar ese reflejo. Contra la teoría del reflejo, además de Marx y Engels, también se suma Trostky, para quien la literatura en realidad deforma o refracta la realidad. De otro lado, Lukács declaraba que los escritores debían hacer algo más que reflejar la realidad y eso significaba criticar la sociedad burguesa. El realismo crítico de Lukács, que suponía un compromiso político explícito del escritor a través de su obra, fue duramente criticado por Bertolt Brecht, quien realizaba un arte teatral crítico de la sociedad burguesa, pero no empleando recursos que la reflejaran simétricamente sino reflexionado sobre la realidad misma, buscando crear un efecto de distanciamiento en el espectador, no una identificación como se desprende de la teoría del reflejo. 

La última sección del libro trata sobre la consideración de la literatura no solo como un producto estético sino también como una mercancía producida por la industria editorial, y al autor como un obrero productivo, además de artista, y del lector o espectador como consumidor. Eagleton parte el ensayo de Walter Benjamin, «El autor como productor» (1934). Para Benjamin el arte, como cualquier otra forma de reproducción, depende de ciertas técnicas de reproducción, las cuales forman parte de las fuerzas productivas disponibles y que consisten en un conjunto de relaciones sociales entre el autor y el público. Benjamin señala que el artista revolucionario es aquel que se rebela contra la hegemonía de los modos de producción desarrollando formas estéticas novedosas que obliguen a la necesaria renovación de las fuerzas de producción. Como consecuencia, se producirá un cambio en las relaciones entre artista y el público. No se trata tanto de imponer un modelo artístico revolucionario a través de los medios existentes como de revolucionar los medios mismos.

Para Brecht y Benjamin, acota Eagleton, el autor es en esencia un producto. Así, se distancian de la idea romántica de autor como creador, esa figura cuasidivina que construye su obra a partir de la nada. Esta concepción individualista de la creación basada en la inspiración dificulta comprender el influjo de la historia y los modos de producción. Igualmente, Brecht y Benjamin critican duramente la postura idealista que define la obra de arte como resultado de una armonía perdida o como prefiguración de una perfección estética porvenir. La forma artística fue el terreno más celosamente guardado por los defensores de la estética. El análisis de la forma es importante para la crítica marxista pero por motivos distintos: lo es porque es en la forma literaria donde se cristaliza la ideología. 

Además de introducirnos en la perspectiva marxista sobre la literatura, en Marxismo y crítica literaria se desmitifica varios presupuestos equivocados sobre la crítica marxista de la literatura: el determinismo histórico-económico, la subestimación del análisis formal del lenguaje, el arte como vehículo de propaganda política y la literatura como simple expresión del genio creador. Un libro que a casi cuarenta años de su primera edición nos brinda claves teóricas de gran actualidad.

domingo, abril 21, 2013

¿DEMOCRATIZACIÓN DE LA JUSTICIA?

Cristina Fernández de Kirchner ha dado un paso más, en el camino hacia el control de los poderes del Estado en la Argentina. Una semana después de la catástrofe por las inundaciones en La Plata y en diversos sectores de Buenos Aires ciudad y provincia, anunció un paquete de reformas del Poder Judicial bajo la consigna “democratización de la justicia”. Se trata de seis proyectos de ley: reforma del Consejo de la Magistratura, ingreso democrático a la carrera judicial, publicidad de las actas del Poder Judicial, creación de tres nuevas Cámaras de Casación, publicidad y acceso directo a declaraciones juradas de los funcionarios de los tres poderes del Estado, y regulación de medidas cautelares contra el Estado Nacional y sus Entes Descentralizados. 

No todas las reformas son recusables por igual. Efectivamente, la publicación de sentencias y declaraciones juradas de los funcionarios del Estado ha sido bienvenida por la oposición. Pero el resto de proyectos constituyen en conjunto un peligro para la independencia del Poder Judicial en la Argentina. Porque no es cierto que estas reformas apunten a democratizar la justicia —salvo en el sentido retorcido que el kirchnerismo quiere impregnar a la idea de democracia, es decir, como imposición de la mayoría sobre la minoría— sino a controlar un poder del Estado que hasta este momento no se ha comportado como un cuerpo dócil, al menos no completamente. Como tampoco es cierto que así mejorará la penosa situación de los ciudadanos que a diario tienen lidiar con procesos engorrosos. Por el contrario, la agravará. ¿Qué se puede esperar de jueces que expresamente manifiesten durante su campaña su militancia partidaria oficialista al momento de evaluar un juicio que afecte al gobierno de turno? La justicia no puede depender del voto popular, de lo que democráticamente decida la mayoría, porque en ese momento, la justicia dejará de ser imparcial. ¿Acaso el kirchnerismo pretende que la justicia se aplique en función de lo que los ciudadanos afines a un partido político exijan a los jueces elegidos por voto y no con arreglo a la constitución y demás leyes? 

Del mismo modo que el peronismo kirchnerista aprovechó la coyuntura de la crisis del 2001-2002 para actualizar demandas sociales largamente exigidas por la izquierda (matrimonio igualitario, reapertura de juicios contra los militares amnistiados durante los noventa, memoria y derechos humanos como política de Estado, autonomía económica frente a los organismos financieros internacionales, recuperación del Estado de Bienestar, entre otros), actualmente, desea sacar ventaja del desprestigio del Poder Judicial ante la opinión pública a fin de, bajo el argumento de que es ineficiente, corporativo, elitista, corrupto y en consecuencia antidemocrático, ponerlo al servicio del pueblo. El kirchnerismo fiel a sus raíces peronista constantemente invoca las palabras “nacional”, “pueblo”, y “popular”. Pero existen cientos de sentencias favorables a jubilados para que cobren pensiones que están suspendidas por medidas cautelares a favor del Estado. El proyecto del Ejecutivo recientemente aprobado propone que las cautelares contra el Estado duren máximo 6 meses. ¿Y las cautelares que favorecen al Estado contra particulares, qué? ¿Seguirán eternamente? 

Sorprende cada vez menos la reacción de los sectores que apoyan al kirchnerismo cada vez que surgen críticas fundadas contra su gestión. Los medios de comunicación próximos al oficialismo reproducen las mismas estrategias que denuncian en los medios opositores: divulgación de medias verdades, silenciamiento o minimización de los éxitos del otro, demolición mediática encarnizada contra las voces que apoyan al rival o que critican sus posturas. Pensamiento binario en otras palabras: “estás con nosotros o contra nosotros”. La capacidad de autocrítica en los programas de análisis político pro K. es nula. Que el INDEC no publique el índice inflacionario real (uno de los más elevados en el país junto a Venezuela), que el dólar se dispare casi 40% más que el oficial, que la población salga masivamente a las calles en todo el país en 3 oportunidades en menos de un año, que un informe periodístico revele las conexiones del fallecido ex presidente Néstor Kirchner con una mafia de lavado de dinero o que el gobierno proponga elegir a los miembros del Consejo de la Magistratura, organismo encargado de nombrar y destituir jueces, mediante voto popular, no despierta en ellos la menor suspicacia. Y como ellos no se sorprenden, nada de lo hagan es igualmente sorprendente. 

No se plantean, por ejemplo, que si una autoridad judicial es elegida por voto popular, como se elige a un diputado, senador o presidente de la nación, se distorsiona la legitimidad del voto y la independencia del juez. La democratización de la justicia, tal como lo anunció Cristina Fernández, parte de una seductora premisa: el pueblo tiene derecho a elegir a sus autoridades, con mucha mayor razón si es que estas han actuado en muchas ocasiones a espaldas de los intereses del Estado. Se refería a la medida cautelar que favoreció al Grupo Clarín y que impide se adecue a la Ley de Medios, el verdadero disparador de la reforma judicial kirchnerista. Dicha cautelar arruinó el fin de año al gobierno, empecinado en doblegar a un medio que no le es nada grato, ni tendría por qué serlo. El gobierno quedó muy mal parado luego de venir anunciando un conteo regresivo para que el 7 de diciembre se aplique la Ley de Medios, situación que finalmente no ocurrió, porque a Clarín lo favorece una medida cautelar. 

La presidenta mencionó durante su presentación una peligrosa asociación que pasó inadvertida para los medios y analistas políticos: que los intereses del Estado son los intereses de la nación, por lo cual toda sentencia judicial contra el Estado perjudica directamente a la población. Esta identidad entre Estado y nación es lo más cercano al estalinismo que he oído de parte de un mandatario latinoamericano en los últimos años. Precisamente porque los intereses del Estado no siempre son los de sus ciudadanos, y para no dejar en desamparo al individuo frente a algún eventual abuso, es que existen las medidas cautelares. Al gobierno no le gustará la sentencia, pero de ningún modo puede afirmar que el recurso de amparo que favorece a Clarín es inconstitucional. 

La democratización de la justicia es una consigna demagógica: la justicia no puede ser democrática en el sentido que no debe estar condicionada a las exigencias de la mayoría que votó por un magistrado; un juez debe actuar en función a la ley, no en retribución a un voto. Un congresista o un presidente no son elegidos bajo los mismos criterios que se elige al presidente de Banco Central de Reserva, al jefe de la ANSES o al de la AFIP. Mientras en los primeros la trayectoria académica y la experiencia en gestión pública no son requisitos excluyentes, sí son primordiales en los segundos. Ello no impide que estos funcionarios se comprometan ideológicamente con el gobierno de turno, pero un contexto en el que expresamente exhiban su militancia o la legitimidad de su gestión amparada en el voto popular como criterio para administrar esas instituciones es mucho más grave. Es comprensible que un diputado o un senador cierre filas ante su líder y que actúe den acuerdo a los intereses de sus electores a quienes representa. Sin embargo, ¿se imaginan que el presidente del BCRA conduzca la política monetaria en consonancia a las demandas de sus electores? ¿Es inimaginable pensar qué sucedería si el Consejo de la Magistratura en la Argentina fuera elegido por voto popular? Yo creo que no; y no es solo un reparo ante el kirchnerismo sino ante cualquier otro gobierno. 

Defender desaciertos de un gobierno exhibiendo solo sus aciertos o criticar una buena gestión exclusivamente listando sus deficiencias no es la mejor forma de hacer un balance. Hay que reconocer ambas cosas por separado sino todo está muy bien o todo está muy mal. ¿Hay avances en políticas sociales en Argentina? sí los hay. A diferencia de la Cámara Peruana del Libro, institución privada que organiza la Feria Internacional del Libro en Lima, la de Buenos Aires recibe financiamiento y apoyo institucional del Estado lo cual garantiza la visita de escritores de renombre mundial y el éxito de una de las ferias más visitadas en todo el continente. En educación, pese a la crisis económica, Argentina mantiene estándares altos en América Latina. Estudiantes de centro, Sudamérica y España y Francia últimamente llegan cada año para estudiar, pues la universidad pública y gratuita es un derecho constitucional. Varios familiares de la generación de mis padres vinieron a la Argentina para estudiar agronomía, odontología y medicina en La Plata, Buenos Aires, Tucumán y Mendoza. Yo mismo puedo dar testimonio como estudiante extranjero. De no ser por una beca otorgada por la Universidad Nacional de Córdoba, en el Perú me habría sido prácticamente imposible iniciar un doctorado por los elevados aranceles. 

No obstante, lo anterior no me impide aceptar que hay crisis económica y muy grave. Criticar lo que anda mal no equivale a negar lo que marcha bien. Las opiniones que defienden de manera cerrada y acrítica al gobierno de Cristina Fernández son semejantes a la defensa cerrada que hace el fujimorismo de la lucha contra el terrorismo, y reducción de la inflación. Hasta el 2008 estuvo bien aplicar una economía proteccionista, basada en subsidios y congelamiento de tarifas de servicios públicos, porque había que ayudar a la población más afectada. Pero ello debía ser momentáneo. Mantenerla durante mucho tiempo genera una dependencia morbosa de la población y crea en el gobierno la sensación de que puede condicionar apoyo mediante redes de clientelismo, lo cual en números le sale muy caro al gobierno, en realidad, a todos los argentinos. 

domingo, marzo 31, 2013

MEMORIAS EN CONFLICTO


El pasado 24 de marzo se cumplieron 37 años del golpe militar en la Argentina. Desde hace once años ha sido declarado Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, una ocasión para condenar masivamente el terrorismo de Estado responsable de miles de muertes y desapariciones producidas durante el gobierno de la Junta Militar (1976-1983). Sin embargo, otra de las consignas más aclamadas fue condenar la persecución política y las desapariciones en democracia. Y es que el núcleo fuerte del discurso por la memoria en la Argentina gira en torno a los sucesos ocurridos durante la dictadura militar, la cual merece una condena sin ambages, pero el kirchnerismo no es igualmente explícito para reprobar la violencia perpetrada por la Triple A de López Rega —gestada durante el segundo mandato de Juan Domingo Perón— Montoneros, ERP o el genocidio indígena de fines del siglo XIX e inicios del XX conducida por el Estado argentino, conocido como la «Campaña del Desierto». 

Las multitudinarias marchas a lo largo del país en un día como este dan la impresión de una opinión pública que cierra filas contra el autoritarismo. No obstante, observar a cientos de manifestantes, la gran mayoría jóvenes universitarios, marchando por las calles de la ciudad lanzando cánticos y enarbolando banderas representativas de sus agrupaciones no tiene correspondencia con que en Córdoba, por ejemplo, la provincia esté gobernada sucesivamente por el peronismo conservador que hace un años aprobó el polémico código de faltas, cuyos acápites se parecen mucho a las leyes vigentes en el estado de Arizona en lo que concierne a detención arbitraria sobre la base de la simple sospecha. 

Las diversas organizaciones que marcharon en Córdoba agregaron a la marcha un reclamo por los derechos de las minorías étnicas y sexuales, y contra el código de faltas aprobado por el gobierno provincial exigiendo la derogación de la norma que ordena el cierre de prostíbulos, pues la Provincia los considera causa fundamental de la trata de mujeres. De este modo, año a año el Día de la Memoria va incorporando nuevas demandas de acuerdo al contexto inmediato, lo cual la convierte progresivamente en una plataforma para lanzar reivindicaciones que trascienden el recuerdo del dolor remoto añadiendo una mirada alerta ante nuevas formas de represión aún activas en democracia. Sin embargo, muchas de estas organizaciones y partidos no participan en otras manifestaciones que tienen que ver también con la memoria, en otro sentido más amplio, como las luchas docentes, los derechos de mujeres o grupos heterodisidentes, comunidades indígenas, áreas y barrios afectados por los cultivos de soya y el crecimiento inmobiliario. Sería un equívoco interpretar que el sentir de esta manifestación en Córdoba se extiende por igual en todo el país.

Esto cambia la idea tradicional que existe acerca de la memoria, ya que permite su actualización constante. Evita que esta conmemoración se reduzca a una pasiva evocación dolorosa o a la agenda interna de un gobierno que, si bien posee una política de Estado sobre derechos humanos y memoria, se concentra sobre todo en los crímenes de lesa humanidad perpetrados por las fuerzas del Estado durante la dictadura militar, lo cual ha sido aprovechado eficazmente por la gestión K. Exigir derechos para las trabajadoras sexuales, derechos reproductivos para las mujeres, condenar el genocidio cometido por el Estado argentino contra la población indígena y la desaparición en democracia amplía el marco del discurso sobre derechos humanos y memoria que actualmente sostiene el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Lo reacomoda para que tome en cuenta la violencia de ayer y de hoy. 

Organizaciones indígenas reclaman porque los espacios de memoria incluyan el genocidio indígena y lo reconozcan como el primer antecedente de terrorismo de Estado. El Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) fue creado como homenaje a las víctimas de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar en un momento en altamente sensible para la población que padeció la violencia, pero no se percibe la intención de extender el horizonte de la memoria al sufrimiento de las comunidades indígenas. Luego de que el gobierno de Néstor Kirchner anulara las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que amnistiaban a los militares involucrados en violación de derechos humanos para posteriormente llevarlos a juicio, no hubo intención política de hacer algo similar hacia los crímenes de lesa humanidad cometidos contra los pueblos indígenas. Según el historiador Walter Delrío, autor de Memorias de expropiación, sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia (1872-1943), subsiste una continuidad en las políticas de Estado que sostuvieron el genocidio indígena y las que actualmente lo ignoran. 

La Ley 24.411, aprobada en 1994, obliga al Estado a indemnizar a los familiares de los asesinados y desaparecidos a causa del terrorismo de Estado. Ninguna reparación económica se debatió jamás a nivel del gobierno para las víctimas del genocidio indígena. Tampoco se cuenta con cifras oficiales sobre los asesinados y desaparecidos durante la Campaña del Desierto, pero algunas investigaciones como la de Diana Lenton —doctora en antropología y especialista en temas de política indígena— señala que en 1883, 20.000 prisioneros fueron trasladados a Buenos Aires y después, asesinados, desaparecidos o esclavizados. 

El antropólogo Marcelino Fontán afirma que la desaparición ideológica de Manuel Belgrano y Bernardo Monteagudo, revolucionarios de 1810 quienes promovieron la igualdad entre indígenas y criollos, facilitó la negación del exterminio indígena concebido y ejecutado por la generación del ochenta, conformada por gobernantes, intelectuales, científicos y escritores seguidores del ideal positivista de «orden y progreso» y conductores ideológicos del liberalismo conservador. Fontán sostiene que la generación del ochenta hizo posible que el grueso de la sociedad argentina asimilara, sin cuestionamientos, el exterminio físico y cultural de los habitantes ancestrales de estas tierras. Coincide con Delrío en que se mantiene un programa político y económico bajo nuevas formas de avance sobre territorios indígenas. 

¿El conflicto entre la memoria sobre la dictadura militar y la memoria sobre el genocidio indígena tiene un trasfondo étnico? Es un hecho que las víctimas del genocidio indígenas no fueron sectores urbanos, ni clase media como lo fue el grueso de las víctimas de la dictadura. Desde esta postura, la negación o reconocimiento de una memoria tendría raíces étnicas y de clase social. Otra lectura diría que la asociación entre memoria y violencia política es casi reciente, desatada a partir del Holocausto y generalmente vinculada a procesos de justicia transicional. Sin embargo, ello no debería ser dificultad para repensar el nexo entre memoria, historia y violencia. En todo caso, el debate debe situarse primero en qué tan amplia o restringida será la noción de memoria o violencia política empleada para evaluar los sucesos en cuestión. 

¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que en el Perú se instaure una fecha similar? Mucho tiempo, pues mientras en la Argentina la percepción de la opinión pública es casi unánime respecto a lo execrable del terrorismo de Estado, en el Perú la percepción mayoritaria es que las Fuerzas Armadas tuvieron que emplear necesariamente la violencia sobre un sector de la población civil, especialmente en los andes, para combatir a Sendero Luminoso y al MRTA. En Argentina, grosso modo, la clase media fue la directamente afectada por el terrorismo de Estado, en el Perú, como señala la Comisión de la Verdad (CVR) lo fue el sector más vulnerable de la nación: quechuahablante, campesino, analfabeto, andino, y dentro de ellos una gran parte, mujeres. Si gran parte de la opinión pública en el país justifica que las Fuerzas Armadas recurrieran al terror durante el conflicto armado interno en cumplimiento de un deber, tal vez sea porque sienten que ese conflicto surgió muy lejos de su realidad, que fue ocasionado por sujetos ajenos a su estilo de vida, que si los perjudicó bien merecido tendrían un escarmiento. En suma, mientras en la Argentina la memoria se organiza en torno a la experiencia de un vasto sector de la clase media, en el Perú la memoria de la violencia política está fragmentada entre una representación de la clase media, media alta y alta pro Fujimori y un resto muy diverso. Difícilmente en el Perú podría organizarse la memoria en función de un discurso que condene tanto la violencia de SL, MRTA y de las Fuerzas Armadas. 

En Argentina y Perú urge descentralizar y abrir el discurso oficial sobre la memoria de la violencia política. Más que un relato integral se requiere de un relato plural, de modo que la tensión entre versiones diferentes siga multiplicando los discursos sobre la memoria.

martes, marzo 26, 2013

ANTROPOLOGÍA DE LA VIOLENCIA POLÍTICA



Carlos Iván Degregori (1945-2011) dedicó gran parte de sus investigaciones al estudio del conflicto armado interno. Antropólogo de profesión, estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Fue miembros de la Comisión la Verdad y Reconciliación dirigida por Salomón Lerner. Fue editor de No hay país más diverso. Compendio de Antropología peruana (2000), Jamás tan cerca arremetió lo lejos. Memoria y violencia política (2003). Entre sus principales libros destacan El surgimiento de Sendero Luminoso. Ayacucho 1969-1979 (1990), La década de la antipolítica, auge y huida de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos (2000) y Qué difícil es ser Dios. El Partido Comunista el Perú – Sendero Luminoso y el conflicto armado interno en el Perú: 1980-1999 (2011), que reúne los resultados de su tesis doctoral y de diversos artículos publicados anteriormente. Se trata de su trabajo más ambicioso, extenso y completo acerca de Sendero Luminoso, su génesis, impacto y decadencia en las comunidades altoandinas donde tuvo una presencia gravitante. 

La primera parte sintetiza el contexto histórico-social del conflicto armado interno (1980-1999) desde la primera acción senderista el 17 de mayo de 1980 en el poblado ayacuchano de Chuschi, la víspera de las elecciones generales, hasta la asunción de Alberto Ramírez Durand, « Feliciano», quien asumiera parte del liderazgo sobre los remanentes de Sendero Luminoso luego de la captura de Abimael Guzmán en setiembre de 1992. Degregori señala que el culto a la personalidad alimentado por Guzmán fue a la postre una de las causas de la debacle de Sendero Luminoso. Tan grande fue la devoción hacia su figura que a los militantes senderistas les fue muy difícil asimilar la capitulación de su líder y su conminación al término de la lucha armada y a la suscripción de un acuerdo de paz. Luego contextualiza a Sendero Luminoso en el panorama de los movimientos armados latinoamericanos. La particularidad de Sendero fue que privilegió lo ideológico antes que lo militar. Ello se observa en el afán intelectualista de Guzmán y en la formación de los principales cuadros integrantes del Comité Central, la mayoría abogados y maestros, y en la condición burocrática de su organización. Por esta razón, Degregori considera que Sendero Luminoso representa una ruptura ante los movimiento armados en América Latina como el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el M19, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), los distintos MIR, a los que podríamos agregar Montoneros y Tupamaros. En consecuencia, el mayor capital de Sendero Luminoso fue el discurso ideológico, un discurso que asumió sobre todo el maoísmo, a diferencia del resto de movimientos revolucionarios de izquierda en América Latina, y que marcó profundas distancias con la Revolución Cubana y la guerrilla del Che Guevara. 

La segunda parte describe el contexto nacional, regional, institucional y político. A nivel nacional, la penetración del capitalismo profundizó las desigualdades socioeconómicas en las provincias del interior, sobre todo andinas, impidiendo la expansión de reformas democráticas reales. Esto aunando a la ausencia de una alternativa política que recogiera las expectativas de los movimientos sociales que se organizaron desde los sesenta, setenta y ochenta fue aprovechado por Sendero Luminoso. En la región ayacuchana, la violencia estructural producto de la pobreza y el atraso generó estancamiento económico, fragmentación social y dependencia económica de Ayacucho, ubicada históricamente como la región más empobrecida del país. Institucionalmente, la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga (UNSCH) fue el dinamizador económico, social e ideológico de la ciudad de Ayacucho, que al final, convirtió esa ventaja en una poderosa fuerza política. Esta universidad se constituyó en el foco de discusión de ideas progresistas que concitó la atención de la juventud del campo y la ciudad. Ello brindó a Sendero Luminoso la plataforma ideológica idónea para afianzar su proyecto. Primero, tomó el control de los centros federados y luego de la universidad, circunstancia que aprovechó para formar grupos de estudios que adoctrinaban a los estudiantes, en particular, a los que provenían de familias campesinas. 

Seguidamente, explica las acciones armadas de Sendero Luminoso entre 1980 y 1984. El desgaste de las Fuerzas Armadas ante la ciudadanía, luego de doce años de dictadura militar, fue una de las razones por las que el presidente Belaúnde, depuesto por un golpe militar en 1968, fue muy reticente en convocarlos para combatir la subversión. El temor de Belaúnde era que los militares intentaran retomar el poder luego si derrotaban a los subversivos tal como ocurrió cuando combatieron al MIR en los sesenta. En contraste con la pobreza en la región, la población campesina defendió ardorosamente la educación pública. Había muchas escuelas rurales olvidadas por el Estado, muchas de ellas solventadas por las comunidades, donde Sendero aplicó exitosamente su estrategia de adoctrinamiento. Se trataba de comunidades muy cerradas sobre sí mismas, antiestatales con una larga tradición autoritaria. Degregori sitúa la caída de Sendero, el inicio de su fin, cuando reemplazó la organización comunal por estructuras partidarias urbanas, como la imposición de cuadros partidarios sobre las autoridades comunales; el aislamiento económico exigido por Sendero que agravó más pobreza de las comunidades; la suspensión de celebraciones tradicionales; y el ingreso de las Fuerzas Armadas que replegó a los senderistas de varias comunidades donde mantuvieron el control y la inicial adhesión de la población campesina, lo cual fue interpretado como una señal de debilidad, un abandono, y la llegada de un nuevo señor más poderoso. Los conflictos inter e intracomunales también aportaron su cuota de violencia. Fueron aprovechados por Sendero y las Fuerzas Armadas, de modo que algunas comunidades prestaron su apoyo a uno u otro bando a fin de lograr imponerse sobre sus ancestrales rivales. A esto se refiere Degregori cuando afirma que Sendero Luminoso destapó una «caja de Pandora» en los andes. 

En la tercera sección, Degregori explica la función que tuvieron los manuales introductorios al pensamiento marxista en la universidad pública peruana. Ello ocurrió en un contexto de masificación de la universidad peruana durante los sesenta y setenta, y del incremento de las facultades, estudios e investigaciones en ciencias sociales. La reforma universitaria del gobierno militar radicalizó más a los grupos de izquierda que controlaban las federaciones de estudiantes. La baja calidad de sus demandas, su ánimo confrontacional y la falta de alternativas sólidas terminó en el colapso de la universidad pública en el Perú. En este marco, los jóvenes universitarios provincianos escogieron las ciencias sociales para analizar su propia situación y buscar respuestas a sus interrogantes. De algún modo, vieron en el estudio de las ciencias sociales un instrumento para la revolución. 

«La rebelión del coro» contiene el apartado más importante para comprender el protagonismo de los jóvenes en el ascenso de Sendero Luminoso. Tensionados entre sus tradiciones y las demandas de un cambio radical, muchos jóvenes campesinos plegaron a la lucha armada. Sendero Luminoso les ofreció una explicación cerrada y dogmática acerca de su situación, por la cual la única opción era destruir ese modelo de sociedad que solo perpetuaba su condición excluyente. En un horizonte donde triunfara la revolución, ellos se veían como protagonistas, como agentes del cambio. Sin embargo, al romper las estructuras sociales de las comunidades, Sendero alteró las jerarquías colocando a jóvenes cuadros al mando en lugar de las autoridades tradicionales. De otro lado, las ejecuciones extremas de campesinos conflictuaron a muchos jóvenes que se vieron obligados a denunciar a sus propios familiar o asesinar a sus compoblanos. Los jóvenes rurales con educación secundaria fueron el sector más activo de Sendero, educados dentro de una visión crítica pero autoritaria del Perú. Sendero les ofreció movilidad social. El poder los sedujo. Sometieron a los adultos cuya resistencia fue ambigua debido a los lazos familiares y culturales que los unían. 

Una creencia muy difundida entre la opinión pública es que las comunidades altoandinas apoyaron masivamente a Sendero Luminoso. Degregori rebate tales afirmaciones aclarando que las comunidades oscilaron entre la aceptación, la adaptación en resistencia y la rebeldía abierta (189-190). Si la lucha contrasubversiva hubiera contemplado una estrategia ideológica paralela a la militar, se habría evitado la «cuota de sangre», prevista por Abimael Guzmán. Ello influyó en que la intervención de las Fuerzas Armadas agravara el panorama de la violencia en los andes. La represión brutal de las fuerzas del Estado contra la población campesina se debió a una interpretación errónea sobre el apoyo de las comunidades a Sendero Luminoso. Al asesinar campesinos y al suprimir las fiestas tradicionales, Sendero fue generando un progresivo rechazo de las comunidades que luego del ingreso de las Fuerzas Armadas dio lugar a la conformación de rondas campesinas, cuya participación en la derrota de Sendero fue decisiva. 

Los resultados de la rigurosa investigación de Degregori también discuten otra idea frecuentemente invocada por quienes asumen la «memoria de la salvación», la cual sostiene que las Fuerzas Armadas no tuvieron más remedio que combatir la subversión a un costo humano muy alto que implicaba la inevitable violación de derechos humanos. Afirmar que la naturaleza de las Fuerzas Armadas es «salir a matar» los equipara con la maquinaria de matar que fue Sendero Luminoso, y jurídica y moralmente los invalida como fuerzas del orden: se podía esperar que Sendero cometiera los crímenes más execrables, pero al final asistimos a un escenario en el que las fuerzas del Estado le disputan la mayor cantidad de víctimas fatales de acuerdo a lo establecido por la Comisión de la Verdad. La memoria de la salvación no resiste el mayor análisis, pues solventa la impunidad, descontextualiza el escenario del conflicto y coloca a las Fuerzas Armadas a la altura de los agresores. Este discurso sobre la memoria es favorable a una amnistía para los efectivos militares sentenciados y, paradójicamente, coincide en parte con las demandas del MOVADEF. 

Degregori considera que el milenarismo no ofrece una explicación satisfactoria sobre la adhesión parcial del campesinado a Sendero Luminoso, ya que tal hipótesis carece de fundamento empírico, sino que se trata de especulaciones sobredimensionadas que pretenden justificar un vínculo entre lo mágico-mítico-religioso recogido por la utopía andina y la guerra maoísta iniciada por Sendero. Degregori anota que esta perspectiva tiene más de fascinación culturalista que de evidencias sólidas, pues el apoyo inicial del campesinado a Sendero no se debió al rechazo a la modernidad, ni por cuestiones míticas sino por razones mucho más pragmáticas como reconocimiento de derechos, salud, vivienda, educación y servicios, es decir, por formar parte de una modernidad de la cual la metrópoli los excluía. Otro argumento que rebate la hipótesis milenarista, asumida por Alberto Flores Galindo en Buscando un inca, es que el campesino no fue el agente protagonista de la revolución organizada por Sendero, sino que este le exigía su total sumisión a la guerra. Por el contrario, la cosmovisión andina fue un obstáculo para la ideología senderista. Degregori precisa que los contendiente ideológicos enfrentados durante el conflicto armado interno (capitalismo liberal vs. marxismo- leninismo-maoísmo) provenían geoculturalmente de occidente y que ambos arremetieron, en la lucha por imponerse el uno al otro, contra la cosmovisión andina. 

Qué difícil es ser Dios nos permite repensar esa etapa oscura de nuestra historia reciente. Una publicación imprescindible para comprender desde una mirada antropológica lo que significó Sendero Luminoso, su historia, ideología y accionar antes y durante el conflicto armado interno en el Perú, así como el perfil sociocultural de sus integrantes y el análisis del discurso de su máximo líder Abimael Guzmán.