jueves, marzo 26, 2009

La izquierda (no) tuvo (toda) la culpa

A propósito de un artículo de Carlos Meléndez

Hace unos días, Carlos Meléndez publicó en Correo un artículo titulado "Crecimiento sin izquierda". Allí sostiene la hipótesis de que existe una correlación entre el actual crecimiento económico y la crisis de la izquierda peruana. Si bien una hipótesis no es de carácter concluyente, es una muestra de lo que el autor sostiene, frente a lo cual considero que la impresión de Meléndez es demasiado simplificadora y aventurada por las siguientes razones.

El primer punto que encuentro criticable en el mencionado artículo es que el autor transita entre la certeza y la vacilación. Al inicio consigna datos que son acertados (inflación galopante, terrorismo e inestabilidad social), es decir, hechos cuya veracidad es irrefutable. La presentación de estos datos apocalípticos (en verdad así fue aquella época) en contraste con la actual situación del país, da la impresión, por un momento, que Meléndez posee la convicción de que, efectivamente, la crisis de la izquierda peruana, o sea, su incapacidad para elaborar una propuesta concreta y la pérdida de arraigo popular permitió que en nuestro país pudieran implementarse reformas económicas que, finalmente, están dando frutos. Sin embargo, hacia el final, vemos que tal convicción adopta un tono relativo al señalar una serie de interrogantes cuya respuesta queda suspendida. Al parecer, la contundencia de las evidencias anteriormente presentadas deberían darle el respaldo suficiente a su postura, pero el columnista prefiere, estratégicamente, exponer su postura como una mera hipótesis. Personalmente, hubiera preferido que continuara en la línea inicial porque es muy sencillo lanzar una idea con apariencia de seguridad y luego matizarla: lo más probable es que sus lectores tengan la idea que la izquierda fue la única responsable de la debacle política, social y económica de los 80´s y a pesar de que se trata "solo de una hipótesis" esta última mención se queda en el olvido.

En relación con esto, y en contraposición a lo manifestado por Carlos Meléndez, considero que la izquierda no tuvo toda la culpa. Es cierto que muchos no deslindaron filiaciones de manera tajante con Sendero Luminoso (al respecto, sí me gustaría oír un mea culpa mucho más explícito de aquellos políticos que consideraron a Sendero como una fuerza política deliberante) pero también lo es que muchos líderes de izquierda estuvieron en la mira de Abimael Guzmán y sus huestes. A propósito, el pedagogo Juan Borea nos comentó a un grupo de amigos en una reunión que hubo oportunidades en que miembros de Izquierda Unida eran sindicados como parte del aparato estatal burgués y que cuando visitaba el interior del país iban premunidos de un arma. Es más, las amenazas eran constantes y muy difícilmente se podía realizar alguna concentración en poblados de la selva no solo por el narcotráfico sino porque Sendero debía autorizarlo. Y ser integrante de Izquierda Unida no significaba ninguna garantía de supervivencia. Asimismo, en Puno, existen registros acerca de la participación de Izquierda Unida contra Sendero Luminoso. Entonces, es mejor enfocar el tema con luces más claras y mucho más amplias.

Otra razón por la cual considero que la izquierda no tuvo toda la culpa es porque tanto AP como el PPC, el APRA y el fujimorismo agudizaron la crisis. El gobierno de Belaúnde fue incapaz de combatir el terrorismo (claudicó el poder civil ante el militar en las zonas de emergencia) y la crisis económica al igual que el primer gobierno de García. Fujimori lo hizo a su manera (Cantuta, Barrios Altos, Putis, Los Cabitos, etc.) y hoy asistimos al descubrimiento de más fosas comunes.

Por otro lado, el crecimiento al que Meléndez hace referencia hay que analizarlo con mucho cuidado. Cuando se dice que el Perú ha crecido en los últimos años, ¿significa todo el Perú por igual? ¿Creció Trujillo lo mismo que Arequipa? ¿Lima lo mismo que Huancavelica? De ninguna manera. Así como sucedió en el sudeste asiático entre los 70 - 90´s, y como sucede en China, el crecimiento económico, en estos últimos años, se ha sectorizado geográfica y socialmente. Por ello, los "logros" a los que Meléndez atribuye como resultado de las políticas económicas de mercado hay que medirlos en el sentido de ¿a quién y en dónde? ¿por qué si todo está también yo estoy tan mal? ¿Estamos mejor que antes, pero en qué sentido?

Cabe resaltar que crecimos a costa de un plan de recuperación económica neoliberal que no tuvo parangón alguno en Latinoamérica: nos allanamos en todo y no pusimos resistencia alguna porque, simplemente, no la había. Hacia 1900, todos los partidos políticos, y no solo la izquierda, estaban desacreditados; los sindicatos y los movimientos estudiantiles ya no tenían eco en la opinión pública que los consideraba como posibles extensiones de la subversión. La inflación desbordante y la violencia terrorista debían convencer a la población de la necesidad de medidas radicales, pero no votamos por Vargas Llosa ni su plan liberal, sino por Fujimori quien ofreció un plan progresivo y menos doloroso: ya conocemos la historia. En fin, votamos por la opción moderada y nos retribuyeron la receta neoliberal más extrema.

En suma, la izquierda no fue la única responsable de la crisis aunque tuvo una participación gravitante. Me inclino a afirmar que también hay que analizar el papel de aquella derecha complaciente y hipócritamente liberal que se rindió ante Fujimori, que consintió el autogolpe del 5 de abril, que calló en todos los idiomas cuando se supo de las masacres de La Cantuta y Barrios Altos, que oficia de traductora de los exabruptos de Alan García y que, de vez en cuando, siente la tentación de tocar las puertas de los cuarteles para poner orden cuando las masas se les van de las manos. En lo personal, confío en que el centro, hasta ahora vacío, pueda aglutinar a aquellas fuerzas políticas que contengan una propuesta alternativa y viable a la actual, lo cual no significa un viraje drástico, sino un esfuerzo por no dejar la economía en piloto automático.
P.D.
A PESAR DE QUE EN SU BLOG ACTUALIZÓ Y PRECISÓ LOS ALCANCES DE SU HIPÓTESIS QUE ME PARECEN ATENDIBLES, SIGUE EXISTIENDO EN CARLOS MELÉNDEZ UN CONFLICTO DE PROPÓSITOS: NO SE PUEDE HACER ANÁLISIS SERIO Y A LA VEZ "CHACOTA" PORQUE EL PERSONAJE GRACIOSO OPACA AL POLITÓLOGO QUE CREO ASPIRA A SER. LO OTRO ES QUE, QUERIÉNDOLO O NO, SE CONVIERTE EN UN RETRANSMISOR E INDIRECTAMENTE, AVAL DEL DIARIO DE ALDO MARIÁTEGUI.

miércoles, marzo 18, 2009

Alan García y La teta asustada



Arturo Caballero Medina

"Cuando yo, o las mujeres lo escuchan hablar les hierve la sangre, es como que piensan 'si te viera, te mato, por tu culpa he perdido a mi hijo, por tu culpa pasó esto. Yo lo veo como el presidente del Perú, no le tomo importancia a lo que dice o habla. Hay gente que se muere por conocer al presidente, tocarlo. Yo no siento eso”



“No se puede pasar la página sobre las víctimas del terror, los muertos no pueden esconderse bajo una sábana blanca”.

Arturo Caballero Medina

El estreno de La teta asustada pone sobre el tapete el tema del conflicto armado interno en un momento no muy oportuno para el actual gobierno, es decir justo cuando este rechaza una donación del gobierno alemán que tenía por finalidad implementar el Museo de la Memoria. Tal decisión ha sido, a todas luces, desacertada y, al igual que la estratégica abstención de nuestro presidente por manifestar un abierto reconocimiento a esta cinta, evidencia los temores del actual gobierno por divulgar lo ocurrido durante las dos décadas de violencia terrorista.

Por otro lado, la cinta de Claudia Llosa recibió una andanada de críticas basadas en prejuicios de quienes emitieron opinión, sobre todo de corte ideológico-político, antes de ver la película o que rebotaron impresiones similares sin formarse una propia de primera mano, a diferencia de los críticos y actores nacionales quienes, en su mayoría, reconocieron el trabajo de la producción, la dirección de Claudia Llosa y la interpretación de Magaly Solier. Asimismo, en una semana en la que el Congreso por intermedio de la congresista Beteta condecoró a Magaly Medina y en Palacio de Gobierno se homenajeó a la boxeadora Kina Malpartida, sorprende (¿debería?) que nuestro presidente no haya tenido la misma deferencia en reconocer el premio que la academia berlinesa otorgó a La teta asustada.

¿Curioso, verdad? Fue el gobierno alemán el que ofreció una donación para implementar el Museo de la Memoria, la cual fue luego rechazada por el gobierno peruano, y fue también en Alemania donde se premió a una cinta dirigida por una peruana ante lo cual el Ejecutivo prefirió aplaudir con una sola mano.



Es comprensible el porqué Alan García se abstuvo estratégicamente de aparecer con Claudia Llosa y Magaly Solier de la misma manera que con Kina Malpartida, Sofía Mulanovich, Juan Diego Flórez, los Jotitas o con los artistas que apoyaron la última Teletón. Y no creo que fuera porque a nuestro presidente le desagrade el protagonismo mediático (recordemos el baile del teteo, la patadita al orate que se interpuso en su camino o el baile con Gisela). Brindar un abierto espaldarazo a La teta asustada hubiera significado una flagrante incoherencia, ya que se expondría aún más a los cuestionamientos sobre la responsabilidad política de su primer gobierno respecto a la violación de derechos humanos en las zonas de emergencia.

El rechazo a la donación alemana, el tibio reconocimiento a La teta asustada y las prejuiciosas críticas a esta película son síntomas de una sociedad cuya clase política, líderes de opinión y parte de la opinión pública en general se muestran reticentes, en el mejor de los casos, si es que no deliberadamente indiferentes frente a todo aquello que esté relacionado con revelar la verdad de lo sucedido durante los años del conflicto armado interno. Sin embargo, el efecto más importante que puede generar esta película en los meses que vienen es precisamente despertar nuestro interés por conocer la verdad. En este sentido, La teta asustada es un excelente motivo para volver a reflexionar acerca de lo que como sociedad podemos hacer no solo con los responsables (Fuerzas Armadas, Sendero o MRTA), sino, particularmente, con las víctimas.

El segundo gobierno de Alan García pasará a la historia, entre otras cosas, porque en esta gestión se detuvieron o dilataron todos los procesos de reparaciones a las víctimas de la violencia armada —militar o terrorista—; y por la escasa o casi nula voluntad del Ejecutivo por esclarecer la identidad de los mandos militares sindicados como presuntos violadores de derechos humanos, esto con el objetivo de judicializar tales casos para hacer justicia. El énfasis que la película coloca en la tragedia de aquellos que, a pesar de que no experimentaron directamente la violencia la heredaron del vientre materno, provoca, inevitablemente, una aguda reflexión sobre el papel que le corresponde al Estado y a la sociedad en la recuperación de su estatura moral, muy venida a menos por acción u omisión frente al drama de las víctimas.

No faltaran quienes califiquen a Claudia Llosa como parte de la maquinaria caviar que aprovecha la premiación en Berlín para defender el Informe Final de la CVR, las reparaciones a los terroristas, el Museo de la Memoria y el juicio contra los militares que combatieron contra el terrorismo o que utiliza a Magaly Solier de una manera pintoresca y oportunista. Lo cierto es que quienes sostienen todo eso suelen ser los mismos que defienden la impunidad de los crímenes de lesa humanidad calificándolos de costos de guerra, que distorsionan intencionalmente los contenidos del Informe, que alegremente afirman que “tu memoria no es la mía”, que celebran la recuperación económica del Fujimorato, pero que nada tienen que decir frente al autogolpe, La Cantuta y Barrios Altos, o que consideran, como Ántero Flórez-Araóz, que el Perú no necesita museos.

Al parecer, a Alan García lo asusta recordar y enfrentar la verdad. En cambio, las víctimas la conocen, pero como a Fausta, les asusta no poder olvidarla.

lunes, marzo 16, 2009

EN DEFENSA DE WILLIAMSON



Gabriel Icochea Rodríguez

El caso ya es conocido por todos, el Monseñor Richard Williamson fue entrevistado en un programa de la televisión sueca y desconoció el genocidio nazi contra los judíos. Enunció cifras lejanas a las que nos tienen acostumbrados los historiadores, 300 000 o 400 000 víctimas, y no los seis millones que difunde incluso la cultura mediática.

La reacción del Vaticano fue inmediata: lo destituyeron del puesto que ejercía como director de un seminario a las afueras de Buenos Aires y días después, argumentando un problema burocrático fue conminado a salir de Argentina por iniciativa del ministerio del interior. El argumento de la burocracia es casi una nimiedad: Williamson declaraba trabajar para una ONG y no como sacerdote.

El personaje tiene una historia controversial, había sido excomulgado años atrás por sus posiciones ultra conservadoras al interior de la iglesia (más específicamente lefebrevistas) y hacía poco tiempo fue rehabilitado por el mismo Benedicto XVI.

Difícil coincidir con Williamson. Su postura arriesga una hipótesis casi improbable: nadie habría muerto en cámaras de gas durante la segunda guerra mundial. Claro, apela a historiadores revisionistas y a una investigación prolija que él mismo, supuestamente, habría realizado durante mucho tiempo. Pero la demostración de tales hipótesis es más difícil de probar que su contraria. Es decir, aún existen sobrevivientes de dichos campos y todos ellos han brindado testimonios aterradores de estos.

Sin embargo, se viola su derecho a opinar libremente. Más aún, se le desconoce dicho derecho en una democracia, lo cual ya es un atentado serio contra un derecho fundamental y antiguo. La tolerancia en su versión prístina es la aceptación de la diferencia, de lo distinto. Una herencia lejana de las guerras de religión que hicieron posible la paz en Europa: Más aún, la tolerancia reflejaba la separación de Iglesia y Estado: una cosa eran las cuestiones de fe y otra eran las cuestiones civiles.

En su condición de clérigo su opinión tiene autoridad cuando abarca tanto asuntos de moral como de teología. Todo lo demás es opinable. Williamson emitía un juicio sobre un asunto histórico en lo cual podía ser totalmente falible, su estatuto era el de un ciudadano más. Sin duda, está recibiendo un castigo inmerecido.

Su caso es un proceso que ha funcionado así: primero el Vaticano da un paso al costado y acepta la destitución de su cargo como jefe del seminario y luego el gobierno argentino lo expulsa arguyendo una irregularidad burocrática.

¿Dónde están los defensores de las libertades y de los derechos? ¿Dónde están los intelectuales que defienden el pensamiento débil o la verdad dialógica? ¿Dónde están los defensores de la idea de una verdad construida a través del diálogo que daría por superada la verdad positivista que cree ser única? ¿Dónde están quiénes se oponen al peligro de dicha verdad por considerarla potencialmente autoritaria?

A nadie gusta demasiado el personaje: un ultraconservador enemigo de las libertades y amante de la tradición, pero del mismo modo se comete una injusticia contra él. El clérigo en una de sus opiniones cree que debe librarse una lucha contra la izquierda en el mundo presumiendo que existe sólo una derecha en el mundo. Hay una derecha que cree en el holocausto y es firme aliada de los Estados Unidos. Y hay varias izquierdas también.

Me imagino que los acontecimientos fortalecen a la derecha que Williamson suscribe. Su principal argumento será que no existe una verdadera democracia, ya que no se respeta el derecho a opinar libremente. Que la democracia es una farsa manejada por un celoso poder de un grupo. Estas posturas son muy semejantes a las que levanta la ultraizquierda contra el mismo sistema político.

Los derechos son universales incluso para aquellos cuyas opiniones pueden herir nuestra sensibilidad. Pero el caso es más grave cuando comprobamos que Williamson no opina al interior del Estado de Israel sino de un país lejano, Argentina.

Aquí en el Perú una corriente fuerte de los historiadores de la Universidad Católica ha insistido que en el siglo XVI, el período de la conquista, el monstruoso descenso demográfico de 11 millones a menos de un millón luego de 30 años fue producto de epidemias y no de los maltratos que trajo la encomienda y la mita. En un país en el que la mayoría son indígenas o mestizos descendientes de tales. Un Estado que dice representar a todos no los castiga ni a nadie se le ocurriría razonable. Es paradójico y contradictorio. Porque una lectura que sí cabe en ese caso es que la diferencia que hay entre los judíos victimados en cámaras de gas y los indios o los descendientes de ellos que habitan el Perú, es que los primeros tienen el poder financiero y son una raza vencedora y los segundos siguen siendo mayoritariamente pobres e históricamente vencidos.

Nadie debe ser castigado por sus ideas a menos que defienda la destrucción de la propia democracia. Ni Williamson ni los indigenistas ultrarradicales, todos pueden opinar y tener un lugar y un estado que garantice por igual sus derechos inalienables.

martes, febrero 24, 2009

La violencia institucional de la sociedad peruana


La tradición autoritaria.
Violencia y autoritarismo en el Perú


APRODEH / SUR. Lima, 1999
Alberto Flores Galindo

Por Arturo Caballero Medina

La tradición autoritaria es un ensayo de interpretación que propone un diálogo y, a la vez, una discusión basada en una visión particular del autor sobre las relaciones entre Estado y sociedad, entre la política y la vida cotidiana; es decir, busca establecer a decir del autor, “conexiones de sentido” entre estos aspectos. El ensayo le permite al autor desplegar su postura mediante un vuelo mucho más libre de lo que podría ocurrir con un texto académico producto de una investigación, lo cual no le resta rigurosidad y, más bien, resalta el espíritu crítico de un científico social que no tiene reparos en exponer su punto de vista en un contexto académico donde abundan las aproximaciones tangenciales o los oscuros trabajos comprensibles solo para entendidos y donde la convicción se suele confundir con dogmatismo. En este sentido, el ensayo de Flores Galindo cumple con ser claro y directo.

Democracia y militarismo

Su propósito es explicar el origen del autoritarismo en el Perú. Para ello, apela a una revisión histórica de ciertos momentos claves en los que se gestó el autoritarismo. El texto inicia con un recuento de los acontecimientos de nuestra vida republicana que oscilaron entre la democracia y el autoritarismo. El balance de esta etapa muestra que la naciente República se encontró con una sociedad fragmentada en la que, a pesar de que sus individuos gozaban de una libertad nominal, esta no tenía un equivalente en la vida cotidiana. En consecuencia, el nuevo Estado peruano se instaló sobre una sociedad sin ciudadanos, en el sentido de individuos organizados y con capacidad de representación política e igualdad de derechos. La nueva República no superó la estructura de una sociedad estamental colonial, sino que la reacondicionó a los nuevos tiempos.

La disyuntiva, entonces, era elegir entre el orden y la anarquía. La aristocracia aceptaba el nuevo orden republicano si es que el Estado utilizaba la fuerza para evitar el desborde popular y, a lo sumo, implementar los cambios sociales de la manera menos traumática. De todos modos, les atraía la idea de mantener el statuo quo. La solución intermedia de una monarquía constitucional no tuvo éxito y los primeros gobernantes prosiguieron con el proyecto republicano. En este contexto, el ideal de una república democrática fue alimentado por algunos intelectuales peruanos con el objetivo de cortar vínculos con la colonia, pero no se constituyó en un proyecto sostenido en la cotidianeidad de la sociedad peruana post Independencia ni de la clase política que tuvo a su cargo el gobierno. Si bien la Independencia significó la caída de la aristocracia colonial, también sucedió que esta recuperó protagonismo posteriormente.

En las primeras décadas de la República, el vacío dejado por la clase colonial fue ocupado por el ejército quienes ofrecieron orden y defensa de la República. De esta manera, es que resultaba difícil conciliar autoritarismo y democracia porque los militares peruanos no estuvieron a la altura de la conducción política del país. Ante la primera oportunidad de poder, se convirtieron en caudillos. La inestabilidad política y social fue el signo de las primeras décadas de la República: el pueblo enfrentado al gobierno de turno y los caudillos militares entre sí.

Al respecto, considero que una de las afirmaciones más importantes de Flores Galindo en este ensayo se refiere a la participación de la sociedad en el sostenimiento de regímenes autoritarios. Debido a ello, la oposición entre democracia y autoritarismo se desdibuja si tomamos en cuenta que el autoritarismo no fue exclusividad de los militares, sino que también existieron democracias autoritarias como en el caso de Leguía y, recientemente, el de Fujimori. El autor sostiene que la culpa de la interrupción de la democracia no es solo de los militares porque la sociedad apoyo el ascenso y apuntaló, durante largos periodos, a gobernantes autoritarios tanto militares como civiles.

Ese sector mayoritario de la sociedad tuvo gran responsabilidad al apoyar los cuartelazos. Prácticamente, no hubo dictador que no gozara, al inicio de su mandato, del apoyo popular (lo cual ocurre también con los dictadores contemporáneos). Ya sea mediante las masas o las clases altas, los gobiernos autoritarios se sostuvieron gracias a ellos. A la lista de Flores Galindo conformada por Odría, Óscar R. Benavides y Velasco podemos añadir a Fujimori. “Las intervenciones del ejército han contado, siempre que han conseguido ser exitosas, con el respaldo de un sector civil” (29). En consecuencia, no debemos perder de vista que la democracia en el Perú no ha sido sinónimo de gobierno civil. Resulta sorprendente darnos cuenta de que los gobiernos autoritarios civiles (Leguía y Fujimori) duraron más tiempo en el poder que los militares (Odría, Velasco y otros).

Esto último suscita una reflexión sobre el Fujimorato. Además de juzgar la responsabilidad de la clase política que gobernó en ese periodo, no debe soslayarse el hecho que gran parte de la ciudadanía recibió con beneplácito el autogolpe y el consecuente cierre del Congreso, la defenestración del Tribunal Constitucional, la masacre de Barrios Altos y la desaparición de los estudiantes de La Cantuta, y que entre 1980 y 2000 miró de costado el terrorismo: solo tenían importancia los atentados en Lima; el resto eran noticias lejanas. Tarata, análogamente al 11 de septiembre a nivel mundial, remeció a la sociedad peruana oficial porque tuvo lugar en Lima, pero ¿no eran igualmente execrables las ejecuciones extrajudiciales en Ayacucho?

Flores Galindo apunta que los militares también marcaron la pauta para iniciar procesos democratizadores como las reformas agraria e industrial de Velasco y la Asamblea Constituyente de 1978 convocada por Morales Bermúdez. En conclusión, afirma que dictadura y democracia no son necesariamente sinónimos de militares y civiles respectivamente. Prueba de ello es que los procesos electorales no fueron democráticos en sus inicios sino que, paulatinamente, fueron extendiendo su convocatoria: en 1956, recién se permitió el voto femenino y en 1980, el de los analfabetos.

Otra característica del péndulo militarismo-democracia es la confianza del colectivo en un individuo más que en la ideología. Se vota por hombres, no por ideas. Se espera al hombre providencial, al caudillo mesiánico que salvará a la sociedad. “Apuesta ciega en un individuo y en sus designios” (33). De ahí que la personalización de los proyectos partidarios dependa, en sumo grado, de la seducción que ejerza determinado líder política sobre la sociedad. No es casual que sus nombres se conviertan en la etiqueta de la ideología: hayismo, odriísmo, velasquismo, alanismo, fujimorismo y humanismo por mencionar solo algunos ejemplos.

Los militares

Seguidamente, indaga más en el rol que los gobiernos han otorgado a los militares. Según Flores Galindo, ni la izquierda ni la derecha han discutido el rol que le asiste a las Fuerzas Armadas. Para la clase política gobernante siempre ha sido difícil cuestionarlas abiertamente: asignación de presupuesto sin dilación, disposición de un fuero judicial particular, ser considerados como garantes de la Constitución, pero a la vez no votar, búsqueda de adhesión por parte de los políticos y actualmente dificultad para procesar a los militares implicados en violación de derechos humanos. Todo esto rebate la idea de que las Fuerzas Armadas no son deliberantes porque en los hechos sí lo han sido.

Para el autor, el argumento de las Fuerzas Armadas para refrendar su rol es considerarse los defensores de la nación frente a cualquier agresión. Sin embargo ¿ello justifica que se acepten sus tropelías, o sea, esto es el costo que debe pagar la sociedad civil por ser protegida? Si este es el caso, ¿quién nos protege del protector? Durante mucho tiempo, aparte de los ejércitos enemigos un objetivo de los militares peruanos ha sido Palacio de Gobierno. A ello se agrega el incremento de los efectivos militares, la asistencia e instrucción estadounidense y las partidas presupuestales. Al respecto, Flores Galindo señala que Velasco no pudo reformar el ejército, ya que las Fuerzas Armadas se convirtieron en una élite aristocrática.

En su lucha contra Sendero Luminoso, las Fuerzas Armadas desplegaron un aparato de violencia sistematizada en lugar de buscar la comprensión de este fenómeno. Se trataba solo de eliminar al enemigo a cualquier costo. Luego de que Belaúnde convocara a las Fuerzas Armadas para combatir el terrorismo (1983), se incrementó el número de muertes, desapariciones, fosas comunes y botaderos de cadáveres. El campo y la ciudad se militarizaron. El poder político y la sociedad civil claudicaron ante el poder militar a quien se encargó la tarea de combatir el terrorismo sin un marco de restricción, lo que derivó en un gran perjuicio para la sociedad civil que perdió capacidad de control, las víctimas de la violencia y para los propios militares que combatieron en desigualdad de condiciones contra un enemigo desconocido.

La ausencia del Estado de derecho en las zonas de emergencia permitió que las Fuerzas Armadas actuaran, en ciertos momentos y en ciertos lugares, con total impunidad. Sobre el particular, la opinión pública no se conmovió en el grado esperado. Así lo demuestra el impacto de la masacre de los penales, Putis, Huancasanccos, Accomarca, Cayara, etc. En todo caso, la indignación por el atropello a los derechos humanos fue de las víctimas y familiares, ONG´s, intelectuales, algunas universidades y otros grupos, pero no fue una tendencia en la sociedad el exhibir sensibilidad por este tema que a todos nos tocó en mayor o menor grado.

Violencia y racismo


En relación con lo anterior. ¿Por qué no se respetan los derechos humanos en el Perú? Flores Galindo considero que esto ocurre por los siguientes motivos: a) la sociedad peruana no está conformada por ciudadanos, sino por individuos social, cultural y económicamente; b) la República no extendió los derechos civiles a todos los individuos; es decir que la sociedad colonial se reencauchó en la República, ya que subsistía aquella sociedad estamental; c) por la minusvaloración racial que hizo imposible incorporar a la sociedad civil real a aquellos discriminados. En consecuencia, la República creció a espaldas de las mayorías excluidas. ¿Cómo pedirles que respetaran el orden democrático si este no los respeta a ellos y además los excluye? Vemos que la exclusión y la desigualdad social enraizadas en la República fueron causales de la violencia que entre 1980-2000 asoló el país. La cita de Clemente Palma, al respecto, es muy ilustrativa: “Tiene todos los caracteres de la decrepitud y la inepcia para la vida civilizada. Sin carácter, de una vida mental casi nula, apática, sin aspiraciones, es inadaptable a la educación” (41).

De esta manera, Flores Galindo rastrea los vínculos entre racismo y autoritarismo. Hoy, ello quedó demostrado por la composición sociocultural de las víctimas durante el conflicto armado interno: ser campesino-indígena-analfabeto equivalía a ser una víctima potencial de dicha violencia. El autor explica que esta pulsión agresiva mediante data desde la Colonia donde la violencia racista era cotidiana —y que lo es hoy de manera distinta—. En la Colonia, se azotaba a un negro en público; hoy no se permite bañar en las playas de Asia a las trabajadoras del hogar; o se asume que ciertos rasgos físicos y vestimentas convierten a unos jóvenes en “Los malditos de Larcomar”; o que el Grupo 5 cultiva un género musical no intelectual y que por ello son indignos de vestir un terno Armani o Ermenegildo Zegna; o que alegremente un conductor de televisión diga que a los seguidores de Humala les cuesta discernir sobre política debido a la escasez de oxígeno en las alturas. En suma, la respuesta de Flores Galindo a la interrogante sobre los derechos humanos es que, en el Perú, desde la Colonia hasta hoy se ha institucionalizado la violencia, en particular la de tipo racial. No se respeta los derechos humanos porque nuestra sociedad ha practicado históricamente la violencia contra los excluidos. Esta cotidianeidad de la violencia ha insensibilizado a la sociedad civil, lo que condujo a un desinterés generalizado por los derechos humanos.

Ascenso de las clases populares

La violencia también provino de las masas. Esta tuvo su origen en las desigualdades sociales heredadas de la Colonia que la República no logró reducir. La organización social administrativa colonial fue reemplazada por la republicana, pero se mantuvieron intactas las jerarquías y la inmovilidad social. El Estado oligárquico tenía en la aristocracia limeña y en los terratenientes de la sierra a sus mejores aliados. Ambos tenían acceso al poder político: movilizaban a los indios organizándolos en huestes alrededor de un caudillo amparado en la aristocracia citadina que gustaba de tocar la puerta de los cuarteles cada vez que se asomaba un desborde popular. Con Velasco, señala Flores Galindo, ambos grupos perdieron protagonismo, pero no desaparecieron por completo. “El velasquismo fue (…) una revolución política: una revolución desde los aparatos del Estado sin la intervención directa de las clases populares y con el propósito más de reformar que de transformar una sociedad” (49).

En este panorama, las comunidades indígenas protagonizaron violentos levantamientos contra el orden imperante durante el siglo XX. Contra la percepción generalizada de que se trataba de movimientos caóticos, Flores Galindo sostiene que su supervivencia aun al margen del desarrollo y la modernidad es prueba de que las comunidades y sus equivalentes urbanos (clubes de migrantes, asociaciones regionales, etc.) son movimientos organizados. Paralelamente a ello, crecieron los sindicatos, clubes de madres, agrupaciones culturales y comedores populares. El autor concluye en esta parte que existe mayor posibilidad de organización en una sociedad de clases que en una estamental tipo colonial.

El clasismo

El clasismo canalizó la violencia social proveniente de las masas. En una sociedad donde la modernidad convivía con la desigualdad social, los sindicatos cobraron fuerza al cuestionar esta situación. El empresariado consideró ello como una amenaza y no dudaron en apoyar la represión para instaurar el orden. El camino que los sindicatos encontraron para enfrentar esta resistencia contra sus reivindicaciones fue la violencia: huelgas, marchas y toma de empresas.

Fenómeno similar ocurrió con los universitarios, sobre todo en universidades públicas y actualmente en los frentes regionales. Lo común entre ellos es que ingresaron o pretendieron deliberar en política, si es que no sirvieron como apoyo a determinados partidos políticos. De esta manera, los sindicatos cuestionaron las relaciones de poder existentes en las fábricas e industrias. Sus dirigentes poseían instrucción, la cual fue posible gracias a la masificación de la educación. Sin embargo, las expectativas levantadas por la educación se toparon con la escasez de oportunidades de trabajo.

En este clasismo —que también se extendió a otros sectores— se formó una generación de obreros pensantes que no solo se consideraban como fuerza de choque, sino que además estuvieron preocupados por su formación ideológica. Sin embargo, no se pudo evitar la violencia derivada del clasismo. El problema, como lo señala Flores Galindo, fue que no produjeron alternativas de solución efectivas a lo que enfrentaban. Lo que sí se logró fue articular las reivindicaciones sindicales con las demandas del interior del país. Por ello es que después las huelgas y paros nacionales adquirieron importancia como plataforma para concretar los objetivos previstos. Sobre el particular, la actual violencia de los conflictos sociales en las regiones sigue un patrón: destrucción de todo tipo de autoridad estatal.

Flores Galindo destaca que no se produjeron alternativas viables al sistema excluyente, sino que cambió el lugar desde donde se proyectaba la violencia. Lo popular también es susceptible de encarnar el autoritarismo: “Lo más terrible que le puede suceder a un proyecto alternativo es que, al realizarse, termine reproduciendo con otros personajes, las relaciones sociales que ha pretendido abolir” (60). “Las imposiciones violentas y el empleo del temor por parte de Sendero Luminoso tienen un sustento en esta sociedad y su historia. Admitirlo no equivale a justificar sus acciones, de la misma manera que señalar las raíces históricas del caudillismo no es avalarlo” (61).

La democratización de los microgrupos sociales antes mencionados (sindicatos, universitarios, migrantes, etc.) no tuvo un correlato en el Estado y la sociedad. Estuvo de espaldas al autoritarismo estatal y al despotismo de la clase política dirigente. Esto se explica por la desconexión entre sociedad y partidos políticos y por la carencia de representación política oficial de los movimientos sociales. Todo esto dificulta la comprensión del malestar social. Durante el gobierno de Toledo un amplio sector del periodismo calificó de bárbaros, ignorantes y salvajes a los manifestantes que se levantaron en el Arequipazo. El problema no fue la validez o racionalidad de la crítica contra la violencia generalizada, sino la valoración que desde la metrópoli limeña se tiene sobre lo que ocurre en las provincias. Lo mismo ocurrió durante el Moqueguazo, el Andahuaylazo, Ilave y las protestas contra la Ley de la Selva. En este último caso, se trató a los manifestantes como “indígenas” o “comuneros”, pero no como ciudadanos protestando contra una norma abusiva.

La ruptura entre el Estado y la sociedad es la expresión de la falta de un proyecto colectivo común, lo cual se evidencia, según lo señala Flores Galindo, en la falta de espacios comunes de interacción social. En su lugar, existen enclaves comerciales que a la vez son socioculturales. Tuvieron que pasar varios años para que los grandes almacenes y centros comerciales vieran a los habitantes de los conos como potenciales clientes. Aun así, la estratificación no desaparece: se ofrece un producto ad hoc a determinado consumidor, pero subsisten la zonas exclusivas en las que los burgueses contemporáneos pueden evitarse la molestia de ver la miseria. Esa invisibilización, a mi modo de ver, tiene en Asia a su máximo exponente: un anillo de pobreza que rodea el balneario más suntuoso del país. “Lima es una ciudad que ha crecido rodeada siempre por el temor. Sus dueños temieron antes que sus casas fueran arrasadas por los indios (…) por esa especie de aluvión humano que desciende de los andes”.

La profundización de la desigualdad social ha generado que nuestra sociedad recurra a la violencia y que esta forme parte de su estructura. Según José Matos Mar la legitimidad del Estado se constituirá sobre la base de un diálogo condicionado por el desborde popular, en el sentido de que el Perú oficial no podrá imponer más sus condiciones. Por ello, el Estado debe reconocer la ciudadanía real de las masas populares y no solo la legítima legal. No obstante, susbiste el dilema: ceder a la tentación autoritaria militarista-civil o pensar en la posibilidad de un proyecto socialista democrático basado en la refundación del Estado. El desafío es, entonces, cambiar la tradición autoritaria enraizada en nuestra nación. “Hay que repensar la democracia en el Perú” para que sea no solo formal, sino participativa a fin de establecer otro tipo de relaciones sociales más inclusivas, justas, equitativas y solidarias.

jueves, febrero 12, 2009

Contra el fanatismo de Amos Oz


Para decirlo de forma muy simple: yo voto por la izquierda en Israel y estoy feliz por no tener que votar en Europa. Mi modo de estar en la izquierda y mi actitud son muy diferentes: no estoy en el negocio de recogida de firmas ni en el de impresionar a la gente. Sé que en Oriente Medio los israelíes y los palestinos viven una tragedia, no una película del Oeste. Los palestinos llevan adelante una causa muy dura y lo mismo pasa con los israelíes. No es nada simple y no se puede mirar en términos de blanco y negro.

Amoz Oz (Jerusalén, 1939)


(EN RELACIÓN AL TEMA, RECOMIENDO LA LECTURA DE "BARBARIE EN LA FRANJA DE GAZA" de Gonzalo Gamio).


Nacido en el seno de una familia de judíos inmigrantes provenientes de Europa, Amos Oz (Jerusalén, 1939) es uno de los escritores israelíes contemporáneos más influyente en la vida política y cultura de su país. No en vano, Mario Vargas Llosa en su reportaje al conflicto palestino-israelí Israel, Palestina. Paz o guerra santa (2005), elogió la integridad moral de aquella izquierda israelí y de los intelectuales progresistas como Amos Oz quienes alzan su voz de protesta contra los atropellos cometidos por los gobiernos israelíes contra los derechos humanos, la libertad y contra una adecuada difusión de lo que verdaderamente acontece entre palestinos e israelíes.


Dedicado desde 1987 a la docencia universitaria como profesor de literatura hebrea en la Ben-Gurion University of the Neguev, ha sido invitado por diversas universidades de EEUU y Europa. Dentro de su producción novelística que consta de once novelas, destacan Una pantera en el sótano (1985), La tercera condición (1991), No digas noche (1994) y Una historia de amor y oscuridad (2002).



Amos Oz, a través de sus novelas y ensayos ha colaborado a la formación de una corriente de opinión crítica sobre la política exterior de los gobiernos de Israel respecto al problema palestino, además de que en numerosos artículos se ha manifestado abiertamente a favor de una coexistencia pacífica entre judíos y palestinos previa aceptación de las mutuas responsabilidades históricas que obstaculizaron la resolución del conflicto palestino-israelí. Dicha posición le ha acarreado a Amos Oz muchas críticas de los sectores conservadores de derecha y ultraderecha en Israel, que lo califican de traidor.

En Contra el fanatismo, Amos Oz reúne tres conferencias en las cuales aborda, desde una perspectiva vivencial, el tema del fanatismo. “Traidor —creo— es quien cambia a ojos de aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieran cambiarle a uno. En otras palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia (…) No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, en traidor o ojos del fanático”. El cambio es, en este sentido, una opción de vida; lo contrario sería intransigencia o fanatismo.

En “Sobre la naturaleza del fanatismo”, Amos Oz explica cual es, en su opinión la esencia del fanatismo: “Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”, por lo que muchas veces un fanático se muestra preocupado por el accionar de los que no están de acuerdo con él. A lo largo de los tres ensayos, el autor explica mediante anécdotas y reflexiones personales su evolución de fanático a defensor de la vida, la cual no debiera confundirse, insiste, con una ciega defensa de la paz o la censura absoluta de la guerra. Toda guerra es censurable en sí misma pero en determinadas circunstancias, los seres humanos nos vemos obligados a combatir para defender nuestra integridad. Amos Oz se confiesa en esta parte como un experto en fanatismo comparado ya que le tocó vivir en carne propia el drama de la formación del estado de Israel desde sus inicios cuando aquel territorio —la Palestina británica— era todavía una colonia; la inmigración de miles de judíos de Europa antes, durante y después del holocausto nazi, además de los judíos provenientes de los vecinos países árabes; y el confinamiento de los refugiados palestinos desplazados de un territorio que histórica, cultural y religiosamente consideraban suyo.

El problema, como lo plantea Amos Oz, reside en que ambas reivindicaciones, la judía y la palestina son legítimas, por lo que no queda otra vía que llegar a un acuerdo, término que para ciertos sectores radicales e idealistas significa concesión, renuncia o traición. Amos Oz no lo considera así: llegar a un acuerdo para lograr la paz es una opción de vida porque posibilita el cambio. No interpreta el conflicto palestino-israelí como una guerra religiosa, sino “fundamentalmente, como un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país (…) Simplemente una verdadera disputa estatal sobre quién es el propietario de la casa”.

¿Como curarnos del fanatismo? Imaginación, literatura y humor son la receta propuesta por el autor como antídotos efectivos contra el fanatismo, en tanto la literatura y la imaginación ayudan a visualizar a través de la ficción, los estragos del fanatismo; a pesar de que existe mucha literatura que ha alimentado odios y superioridades. El humor ayudaría a superar el fanatismo porque el fanático toma muy en serio su fanatismo, por eso es incapaz de reírse de sí mismo: “Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor, ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en fanático (…) Con frecuencia, los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. Tener humor implica la habilidad para reírse de uno mismo”.

En “Sobre la necesidad de llegar a un compromiso y su naturaleza”, Amos Oz amplia sus conceptos sobre el cambio, acuerdo, reconocimiento, paz y guerra, distanciándolos de los valores que tradicionalmente le han asignado los fanáticos y los pacifistas europeos. Critica fuertemente la posición extendida en Europa de soberbia y superioridad al abordar el problema palestino-israelí, tratando a ambas partes como salvajes o niños que no saben comportarse. “Y la expresión llegar a un acuerdo, a un compromiso tiene una reputación nefasta en la sociedad europea (…) No en mi vocabulario. Para mí la expresión ‘llegar a un acuerdo’ significa vida. Lo contrario es fanatismo y muerte”.

Acuerdos que no tienen nada que ver con reuniones protocolares ni intercambio de regalos entre diplomáticos o funcionarios de estados palestinos e israelíes. El verdadero meollo del asunto radica en estar dispuestas ambas partes a renunciar parcialmente a los reclamos o posesiones que históricamente han ganado o perdido. Solo a través de la renuncia mutua, de la aceptación mutua de responsabilidades, Amos Oz vislumbra un cambio real en las relaciones entre judíos y palestinos. “Va a doler de lo lindo. Se debería hacer extensible a ambos pacientes toda brizna de ayuda y simpatía. Ya no hay que elegir entre estar a favor de Israel o de Palestina, hay que estar a favor de la paz”.

Contra el fanatismo, es un libro que nos introduce en la comprensión no de las causas del problema palestino-israelí, sino más bien en sus posibles alternativas de solución, a través del testimonio de un escritor israelí como Amos Oz, en quien la nacionalidad y amor por su patria no ha nublado su conciencia crítica para comprender que entre judíos y árabes no hay un enfrentamiento entre buenos y malos como podría entenderse en Occidente, ni tampoco un conflicto de culturas ni de religiones, sino un enfrentamiento entre dos derechos legítimos que reclaman su realización y que sólo la lograrán por medio del acuerdo mutuo, la renuncia y, lo más importante, combatiendo el fanatismo.


domingo, febrero 08, 2009

Respuesta a Migomike: a propósito de un comentario sobre Andrés Bedoya Ugarteche

El curioso caso de un comentarista indignado

Hace un par de meses escribí un post sobre la columna de Andrés Bedoya Ugarteche en la cual manifestaba mi abierto desacuerdo con la forma en la que él y el director de Correo, Aldo Mariátegui, trataban ciertos temas de actualidad nacional. Grande fue mi sorpresa al encontrar un iracundo comentario firmado por Migomike en el que enfila toda su artillería pesada contra el creador de este blog. Debatir es un ejercicio sano al que nunca le rehúyo; es más, creo que muchos intelectuales han perdido arraigo en la opinión pública por ese extendido temor de ignorar a ciertos interlocutores que no valen la pena. No es mi caso: siempre que haya oportunidad, dejaré bien en clara mi postura porque mi proceder se basa en convicciones y en argumentos, no en cálculos ni en fugaces emociones. Ello no implica que si en algún momento cometiera un exceso, no lo rectifique en el acto, puesto que tener una convicción no es lo mismo que ser fanático o dogmático: estos últimos son incapaces de cuestionar sus propias creencias, difícilmente podrían admitir una postura adversa como válida o conceder una posibilidad de verdad en la otra orilla. No les interesa debatir, sino polemizar, en el sentido del griego pólemos, es decir, no llegar a acuerdo alguno sino en reducir al adversario hasta lograr su destrucción. Este es el caso de Migomike y su furibundo comentario a quien le respondo con cierta preocupación puesto que si él no entendió el propósito de aquel post, posiblemente en el futuro persista el malentendido.

En primer lugar, el referido comentarista menciona "Me parece aberrante la forma como el dueño de este blog o quien demonios haya escribido el comentario acerca de Andres Bedoya y Aldo Mariategui, escribe acerca de estos dos personajes sin siquiera haberle ganado a nadie. Si bien Andres Bedoya no es tan conocido, y es un personaje que escribe con "espuma en la boca" sus palabras no dejan de tener razon. Tu, si, tu el imbecil que escribio este blog no dejas de disparar comentarios a diestra y siniestra igualandote con estos dos personajes y criticando sin ir mas a fondo. Te quejas de que Bedoya critica sin saber, tu haces lo mismo.". Debió estar tan furioso que olvidó que al igual que no se escribe rompido ni abrido ni hacido tampoco se hace lo propio con "escribido"; pero es una cuestión de orden menor en la que no me detendré. Desconozco cuál es la medida con la que Migomike establece el éxito de una persona porque, simplemente, no explica ni argumenta. Tampoco comprendo de donde parte tanta indignación en contra de este blogger, ya que en ninguna línea del mencionado post sobre Andrés Bedoya he atacado su dignidad como ciudadano ni emitido calificativos sobre su persona. Me limité sencillamente a cuestionar y criticar frontalmente un tipo de periodismo que me parece deleznable. Si ud. amigo lector desea comprobar ello, basta con que lea la columna La Ortiga y saque sus propias conclusiones. ¿Podemos darle la razón a alguien que no pretender dialogar y hace de su posición de columnista una coartada para lanzar agravios de grueso calibre contra quienes no concuerdan con él. La diferencia entre la actitud de Andrés Bedoya y Aldo Mariátegui, y la mía es que yo no me regodeo en el placer de insultar a los demás ni en enorgullecerme en citar Wikipedia como argumento de autoridad -en el caso de Aldo-. Siempre me esfuerzo en apoyar mis ideas con argumentos, no con insultos o pinceladas efectistas. Basta leer el post para comprobar esto. Por el contrario, Migomike insulta sin ningún reparo tal vez confiando en que eliminaría su comentario. Por ello, rechazó su afirmación en la que me iguala con el director y el columnista de Correo. Más bien, su estilo se presta al del autor de La Ortiga.

Seguidamente, señala que critico sin saber, lo cual no entiendo. En el post sobre Andrés Bedoya cité fragmentos de su columna que por sí mismos evidencian la pobreza de información y conocimiento sobre los temas que intenta abordar. Nuevamente, los invito a revisar el post y la columna de Bedoya para que verifiquen esto. En todo caso, tampoco indica donde radica mi desconocimiento o algún aspecto puntual. En cambio, en varios pasajes del mi artículo, indiqué claramente cuales eran las falencias en los textos de Bedoya contrastando sus opiniones con las fuentes con la finalidad de esclarecer los malentendidos que existen sobre el liberalismo. Migomike interpretó esto de la peor manera: Y no pidas que la gente lea libros en los cuales tu te basas, porque lo unico que haces es demostrar tu falta de conocimiento en los temas ya mencionados y tu falta de "huevos" para debatir acerca de un tema pues te apoyas en autores que, ni creas Bedoya, yo y otros vamos a tomarnos la molestia de leer. Por lo menos a mi no me sirve y me importa un comino.

Esto sí que es para el recuerdo. Se me exige estar informado sobre un tema para tratarlo con propiedad pero a la vez manifiesta que por citar a otros autores carezco de valor para debatir. Es decir, apoyarse en una fuente autorizada es para Migomike una señal de debilidad en el debate. El comentarista confunde la rigurosidad en el debate con la falta de ideas propias para discutir. Cree que porque yo cito autores o textos pierdo originalidad y carezco de ideas propias. Siguiendo su lógica, cualquier ensayista solo se ampararía en sus propias creencias y exigiría credibilidad basado solamente en sus intuiciones o en su apreciación personal. La rigurosidad en la defensa de una postura no se limita solo al ámbito académico, ya que se trata de una necesidad mínima que se puede y debe exigir a dos sujetos que debaten. Que actualmente los gacetilleros tengan enormes lectorías y que los críticos especializados no, no implica necesariamente una mejoría. ¿Desde cuando la cantidad es criterio de verdad? Con el mismo argumento podríamos afirmar que Magaly la revista por el tiraje que vende es una mejor revista que Le Monde Diplomatique, Quehacer, Caretas o Semana Económica. Si Migomike no desea saber con exactitud las deficiencias en el pensamiento de Aldo y Andrés Bedoya respecto a ciertos temas, nada puedo hacer, pero al menos debería aceptar que si alguien trata sobre algún tema debe consultar la fuente y no repetirla erradamente. Él comete el error que me atribuye.

Observen a continuación lo que menciona Migomike: Por eso Aldo Mariategui critica tales actos y Bedoya lo hace pero a su estilo, el cual a ti no te gustara y en algunos casos a mi tampoco, pero le encanta a personas que simplemente YA ESTAN HARTAS DE TANTA IGNORANCIA Y TANTA CONCHUDEZ y te aseguro que esas personas que leen a Bedoya, a diferencia tuya blogcista mediocre, son personas de exito. Otra vez apela al reconocimiento que estos periodistas tienen en cierto sector de la opinión pública como criterio de validez. Lamentable razonamiento que también fue esgrimido por aquellos que justificaron los excesos de Laura Bozzo, Magaly, Jaime Bayly y los cómicos ambulantes. El éxito puede ser medido de muchas formas, pero personalmente no me preocupa que Letras del Sur tenga una avalancha de comentarios sino que quien lo lea, comentando o no, se lleve una imagen de claridad de mi parte. Siempre acepté la discrepancia enmarcada en un diálogo alturado, a lo que en ningún momento Migomike apela.

Para no aburrirlos más con el tema, agregó esto: No se si tratas de defender a la idea izquierda comunista en general, o solo a la de este pais. No me consta pues no me tome la molestia de leer toda tu palabreria y critica inutil que a ningun lado va a llegar. Si te he leido y encontrado en la web es porque trate de buscar informacion de Bedoya Ugarteche y saber mas de el. Es todo. SIgue haciendote higado con tus ideas equivocadas y mediocres y antes de decir algo, piensalo. Si alguien tiene que informarse primero es Migomike; nos va quedando más claro. Nunca hice espíritu de cuerpo con toda la izquierda. Eso lo mencioné en varias oportunidades, pero Migomike no lo leyó: ¿y así me exige que opine con conocimiento de causa cuando él no verifica la certeza de sus afirmaciones? Es legítimo el derecho de cualquier ciudadano el leer lo que le plazca, eso no se discute. No obstante, hay que ser coherentes y no endilgar a otros las deficiencias propias. En consecuencia, quien debe meditar con tranquilidad sus opiniones es Migomike quien insulta y pide a la vez que respete opiniones adversas; niega la validez de una fuente si leerla; y me atribuye falta de conocimiento sin demostrar su dominio sobre el tema.

El resto les pido que si tienen tiempo y desean leerlo lo revisen para que saquen sus propias conclusiones. Más allá de este infeliz comentario, quiero decir que nunca evadiré un debate en el que se contrasten ideas y argumentos. No puedo dejar de mencionar, seguramente para sorpresa de Migomike, que el artículo que lo indignó fue enviado a Andrés Bedoya, quien de vez en cuando visita Náufrago digital, un blog sobre cultura y política en el que el columnista de La Ortiga suele participar en buenos términos. Lo más paradójico se encuentra al final del comentario; al parecer en el paroxismo de su furia, Migomike no pensó bien lo que escribía: No critiques por criticar, pues estas quedando demasiado mal. Por mi parte, solo espero, estimados lectores, quedar bien con ustedes. Finalmente, más allá del contenido de este infeliz comentario, estoy convencido de que no se puede ser tolerante con los intolerantes.




viernes, diciembre 05, 2008

El goce del consumo ¿o el consumo del goce?



A Giuliano Terrones, por la charla y las ideas


Hace un año, la preocupación económica mundial giraba en torno al incremento del precio del petróleo, los alimentos y a la caída progresiva del dólar y del precio de los metales en el mercado internacional. A nivel nacional, a principios de este año recién se sintieron los efectos de estas alzas y bajas. En consecuencia, los estimados mensuales y anuales para la inflación y el crecimiento económico tuvieron que ser reajustados.

A unas cuantas semanas de terminar el 2008, el panorama mundial ha cambiado notablemente: George W. Bush no será más presidente de los EEUU y Barack Obama intentará lavarle el rostro a su país para devolverle no solo la estabilidad económica, sino también, la estatura moral tan venida a menos a nivel internacional durante la última gestión republicana; el barril de petróleo está a casi la mitad de su precio hace un año; el dólar se ha fortalecido en nuestro país; y algunos alimentos, como el trigo y el maíz, ya comenzaron la tendencia a la baja.

Desde que estalló la crisis financiera en los EEUU, diversos analistas han explicado este problema sobre todo, como era de esperarse, desde la economía. En este sentido, los enfoques políticos y sociales han complementando, en un grado menor, estas afirmaciones. Sin embargo, las interpretaciones culturales —me refiero a aquellas que tienen que ver con las ciencias humanas— han preferido, al parecer, observar de soslayo la crisis económica que, definitivamente, dejó de ser estadounidense en la medida que ya alcanzó dimensiones planetarias. Estos apuntes que ofrezco a continuación, tienen por objetivo proponer una interpretación psicoanalítica de la actual crisis económica en los Estados Unidos y, en consecuencia, del capitalismo tardío. Sin mayor pretensión de totalidad, estos apuntes aspiran a iniciar un diálogo con y desde aquella comunidad académica humanística que hasta ahora, a mi parecer al menos en nuestro país, se ha mantenido en un lugar expectante, mas no deliberante, en lo que respecta a la interpretación de la actual crisis económica mundial.

Una primera explicación, desde la perspectiva psicoanalítica, la encuentro en la utopía capitalista del american way of life. Dicha utopía sostiene la fantasía de que el éxito es posible de alcanzar por cualquier individuo. Es decir que, sin importar la posición social u otro tipo de determinismo, todos podemos aspirar dentro del capitalismo a realizar nuestros deseos. Esto, cierto en apariencia, entraña algunas dificultades para su verdadera realización porque el capitalismo no está diseñado para que todos los individuos alcancen el éxito, dicho de otra manera, para que materialicen sus deseos. La desigualdad y la diferencia son connaturales al capitalismo y, de por sí, no son necesariamente negativas o indeseables, sino que constituyen hechos innegables que, en determinadas circunstancias, podrían adquirir un matiz perjudicial. No obstante, si bien las diferencias son cuestiones de hecho, las desigualdades son producto del otorgamiento o la negación de derechos a ciertos individuos, o sea que se trata de una situación que no depende de un determinismo natural, sino de una acción deliberada por parte de quienes ejercen el poder. Entonces, ¿por qué no todos podemos ser Jefferson Farfán, Dina Páucar o Juan Diego Flórez? No porque se trate de una empresa imposible, sino porque el capitalismo permite que las diferencias —que son naturales y de hecho— se conviertan en desigualdades, es decir situaciones intencionalmente provocadas (sugiero leer El discurso de la igualdad de Ángel Puyol para ampliar este punto). Si el capitalismo contemplara la posibilidad de que todos los individuos pudieran realizar sus deseos, ello implicaría desaparecer todas las desigualdades de carácter artificial para que cada uno tome el control y ejercite directamente su voluntad. Sucedería algo similar a la escena de la cinta Todopoderoso, en la cual Jim Carrey interpreta a un relator de noticias a quien Dios en persona le concede todo su poder durante unos días. Este personaje atiende las súplicas y peticiones de todos los seres humanos quienes claman por su realización. En un momento de desesperación y para deshacerse de la molestia de oír a todo el mundo, decide complacer los deseos en su totalidad: el resultado fue el contrario al esperado, ya que todos los ciudadanos que compraron un boleto de lotería ganaron por igual, lo cual generó violencia, vandalismo y reclamos airados de todos los ganadores; en conclusión, el sistema colapsó porque todas las demandas fueron satisfechas por igual. Situación análoga ocurrió con los créditos inmobiliarios ofrecidos por los bancos y financieras en los Estados Unidos: tal como lo dijo un funcionario ante una comisión del Senado estadounidense, la intención que los guio fue cumplir el sueño americano de la casa propia a la mayor parte de ciudadanos. El resultado lo estamos apreciando: no es posible satisfacer a todos por igual, pero cuando se trata de compensar las pérdidas, nada más “democrático” que el capitalismo que nos demuestra que la satisfacción es elitista, mientras que la insatisfacción es generalizada.



Una segunda explicación, como consecuencia de la anterior, tiene que ver con el consumismo. La fase superior del capitalismo, avanzado o tardío como lo llaman Fredric Jameson y Slavoj Zizek, se caracteriza, entre otros aspectos, por lo efímero de los productos de consumo que forman parte de la cultura de masas. La característica más apreciable de un producto ya no es su durabilidad, sino la posibilidad de un constante reemplazo. Zygmunt Bauman, en Vida de consumo, afirma algo semejante: “el consumo es una condición permanente e inamovible de la vida y un aspecto inalienable de ésta, y no está atado ni a la época ni a la historia” (2007: 43). Agrega que “el consumismo es un atributo de la sociedad. Para que una sociedad sea merecedora de ese tributo, la capacidad esencialmente individual de querer, desear y anhelar debe ser separada (“alienada”) de los individuos (…) y debe ser reciclada/deificada como fuerza externa capaz de poner en movimiento a la ‘sociedad de consumidores’ y mantener su rumbo en tanto forma específica de la comunidad humana” (47). De lo expuesto hasta aquí, concluimos que el consumismo es lo efímero. El goce del consumo es una de las demandas, sino la más importante, que el capitalismo exige del individuo. A diferencia de la ética moderna de la cultura de masas de fines del XIX hasta mediados del siglo XX que alentaba el ahorro (“ahorro es progreso”) y valoraba los productos según su durabilidad, la ética posmoderna capitalista “libera” el deseo del sujeto (que paradójica esta palabra: es un término que señala la idea de sujeción) mediante el imperativo del goce, como diría Slavoj Zizek, “goza tu síntoma”; consume y paga después, este mes no pagues, atrévete a cambiar, lo quiero todo, tres por el precio de dos, no te conformes… Todas estas sentencias tienen en común que demandan al individuo a consumir y si no puede, el sistema le otorga una tarjetita de plástico que le asegura el ingreso al paraíso del consumo.
Aquí resultan también útiles las apreciaciones de Gilles Lipovestky. En La era del vacío, menciona que uno de los resortes que activa el consumismo en la posmodernidad es el hedonismo, ya que una de las demandas más extendidas en la cultura de masas actual es el culto al cuerpo, a la belleza física. La cultura spa, el marketing testimonial y en vivo tipo “llame ahora y obtenga un descuento”, son subproductos de cierta cultura de masas que apuntalan a la industria de la belleza corporal.

En consecuencia, lo que viene sucediendo en los EEUU y en todo mundo es que el capitalismo tardío, es decir, la fase superior del capitalismo globalizado y neoliberal, se está consumiendo a sí mismo como un agujero negro en expansión. La metáfora de un agujero negro es muy ilustrativa para este caso, ya que estos cuerpos estelares no son visibles directamente, sino a través de lo que sucede a alrededor, es decir, se le conoce por sus resultados, pero no sabemos desde dónde actúa. El actual capitalismo transnacional no es ubicuo, sino omnipresente: está en todos lados y en ninguno a la vez. Es como un agujero negro que consume todo cuanto está a su alrededor y, cuando ya se agotaron todas las fuentes, no le queda más que autofagocitarse, mecanismo similar al de los organismos vivientes que entran en una fase de descompensación: obtienen recursos de su propio cuerpo.

La crisis económica mundial nos está demostrando que “los ricos también lloran” y que ellos son tanto o más vulnerables que aquellos que no tienen nada que perder porque ya lo perdieron todo, debido a lo cual estos tienen más posibilidades de acomodarse a las restricciones, puesto que les son más familiares. ¿Es este el inicio del fin del capitalismo? ¿Se trata de una situación parecida a la caída del Muro de Berlín y al derrumbe del socialismo? De ninguna manera. Los paradigmas políticos, sociales, económicos y culturales no desaparecen, sino que se reciclan, se amoldan, se transforman o se acoplan a otros, pero, en todo caso, subsisten de manera distinta. El capitalismo, así como el socialismo, no han muerto; se trata de un punto de inflexión previo a un ajuste que no sabemos si terminó o si durará más tiempo. Tal vez, se avecina el momento en que estos dos grandes paradigmas tengan que llegar a una síntesis armónica. De lo contrario, ¿qué haremos cuando no haya más que consumir? porque el deseo, como lo explicó Lacan, es un imperativo inaplazable que nunca encuentra satisfacción.

El paso del goce del consumo hacia el consumo del goce acaba de comenzar.

lunes, diciembre 01, 2008

Los intelectuales y el compromiso social




En la cinta Sartre: años de pasión, se narra parte de la vida de Jean Paul Sartre y de Simone de Beauvoir, precisamente, sus años intelectualmente más fecundos. Una de las escenas más entrañables fue cuando Sartre y Beauvoir visitan Cuba y el propio Fidel Castro funge de guía en la isla. Cuando de pronto de topan con un ama de casa quien airadamente reclama al comandante por la refrigeradora malograda que hace semana nadie repara, el mismo Fidel en persona decide solucionar el problema ante la mirada escéptica de Simone de Beauvoir y el éxtasis revolucionario de Sartre. Luego de infructuosos intentos, el comandante indicó a la señora que ordenaría a uno de sus ministros para que en persona resuelva el desperfecto de su refrigeradora. Sartre no cabía en sí mismo de la emoción por el accionar del comandante Castro a quién le preguntó “¿y cómo le llama ud. a esto?”, a lo que Castro respondió “se trata de la democracia directa, todo lo que nos piden, se los damos”. Simone de Beauvoir preguntó de inmediato, “pero dígame comandante, ¿y si le piden la luna?”. Castro se detuvo, dio una intensa pitada a su habano y contestó muy orondo, “bueno, si me piden la luna es porque la necesitan”. Ni hablar, ¡al diablo el existencialismo!

Ahora bien, ¿qué hacer cuando la sociedad les pide la luna a los intelectuales? Creo tener algunas certezas al respecto, más concretamente, en lo que la sociedad debiera esperar de sus intelectuales. Si bien no estamos viviendo la euforia de mayo del 68 ni las marchas en protesta contra la guerra de Vietnam y tampoco disponemos de referentes en la cultura de masas como los íconos musicales que se reunieron en las colinas de Woodstock, existe una variedad de acontecimientos que merecen la atención de los intelectuales, aquella especie aparentemente en extinción a partir de 1980 —hecho coincidente con la consolidación del neoliberalismo a lo Reagan y Thatcher, como política económica en el Primer Mundo— . Dejaré pendiente la pregunta inicial para dar paso a otra no menos importante: ¿Qué debemos esperar de un intelectual en una era post muro de Berlín, post Torres Gemelas y, en general, post ideológica?

Si bien los pronunciamientos de un intelectual, o sus ideas, pueden generar acciones concretas, sus intervenciones poseen un carácter eminentemente simbólico (simbólico aquí no significa inocuo, sino referencial, es decir un conjunto de ideas-modelo a seguir). Es por ello que el resultado del accionar intelectual no debe ser evaluado necesariamente en términos prácticos, como el sastre que mide la talla de una prenda o como el despensero que despacha un kilo de arroz, sino mediante la actitud que el pensador asume, la cual puede oscilar entre la acción directa o la manifestación simbólica de sus ideas. Recordemos a Sartre y a Marlon Brando. Muchos de los más notables intelectuales franceses y europeos criticaron denodadamente a Sartre cuando este rechazó el Premio Nobel de Literatura. Estemos o no de acuerdo con esa decisión, lo cierto es que el autor de La náusea actuó por convicción y en estricta correspondencia y, en primer lugar, con sus ideas entre las que destacaba el compromiso del escritor con su sociedad. El caso de Brando fue similar: a pesar del reconocimiento de la crítica especializada, durante un buen tiempo se convirtió en un paria, ya que ninguna productora de Hollywood quería contar con sus servicios debido a sus actitudes díscolas e impredecibles. Rechazó el Oscar en protesta por el acoso que el gobierno norteamericano aplicaba contra los indígenas en sus propias reservas. Brando desafío las barreras que restringían el protagonismo de un actor más allá del estudio de grabación y decidió hacer manifiesta su protesta. En ambos casos, la frontera entre la manifestación simbólica y la acción concreta de un intelectual o de cualquier figura pública puede parecer difusa, ya que, siempre que estos actúen por convicción, el resultado será el mismo: mostrar y demostrar que el cambio comienza con las ideas.

No obstante, el intelectual, el artista, el académico, el político, el comunicador, el ciudadano común, entre otros, poseen distintas formas de manifestar su disconformidad con lo establecido. Un intelectual, a diferencia de un académico, tiene un compromiso moral con su sociedad y con su época, el cual va más allá de los límites de su especialidad profesional. Sin embargo, no se le puede exigir a un intelectual que resuelva todos los problemas sociales al estilo de la democracia directa de Fidel Castro. Para ello existen instancias competentes, las cuales no deberían evadir su responsabilidad en el cambio social: el Estado y las instituciones sociales, aquellas que nacen de iniciativas privadas como las ONG’s, asociaciones civiles sin fines de lucro, partidos políticos, medios de comunicación, frentes regionales, etc. ejercen todos juntos una influencia determinante en la vida nacional. Entonces, ¿el intelectual debe convertirse en un mero espectador de la miseria humana y contemplarla desde su torre de cristal? No. Lo que sucede es que su participación en dicho cambio tiene varias aristas, las cuales no se reducen exclusivamente a la acción o a la militancia partidaria. Gandhi, la madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King y muchos otros sin ser intelectuales o ideólogos en estricto sentido contribuyeron al cambio social desde el lugar donde mejor lo hacían. ¿Deberíamos recriminarles por no haber formulado un cuerpo sólido de ideas? Análogamente, ¿Sería sensato fustigar a Mariátegui como un intelectual incompleto porque no pasó a la acción? ¿Restaremos valor a las ideas de González Prada porque se refugió en su hogar durante la ocupación chilena? A propósito, es pertinente releer “El intelectual y el obrero”, texto en el cual el autor de Horas de Lucha no encuentra conflicto entre la labor de ambos, sino que las entiende como complementarias: cada uno desde su lugar puede aportar al cambio social.

En este sentido, la exigencia de la acción directa a un intelectual o a un artista, a manera de un imperativo impostergable, podría desnaturalizar sus roles y, lo que es peor, quitarles independencia política e ideológica. En todo caso, se trata de una decisión individual, en la que las convicciones personales deben encontrarse por encima de cualquier coacción social, ideológica o política. De ninguna manera estaré de acuerdo con que la agenda individual de un intelectual esté conducida por otra motivación que no sea el convencimiento interior de creer en lo que piensa para luego hacer lo que piensa por una sencilla razón: no creo en los intelectuales ni en los revolucionarios que actúan por reflejo. La solución de los problemas sociales demanda la movilización de una logística que muchas veces excede las facultades de cualquier iniciativa individual por muy bienintencionada o altruista que esta sea. Siempre que un intelectual, un ideólogo o un revolucionario pretendieron llevar a la acción sus ideas, tuvieron que ampararse en el espíritu corporativo de alguna organización lideraba por ellos o que los apoyara.

Entonces ¿qué debemos exigirle a un intelectual? 1) que sea consecuente con sus ideas, es decir que predique con el ejemplo, 2) tomar postura y pronunciarse frente a hechos concretos, 3) colocar la ética por encima de la ideología y de la política (lo cual sea, tal vez, la demanda más difícil de cumplir: no separar la política de la moral). 4) Proponer iniciativas de cambio y convertirse en un formador de opinión, en un referente para su sociedad y su época. Todo ello, a mi modo de ver, es lo que deberíamos esperar de un intelectual. Pero exigirle la solución de la triste realidad de los más necesitados es un propósito que, como indiqué antes, puede exceder sus facultades, aunque indirectamente contribuya con aquello. En consecuencia, no les pidamos la luna, exijámosles, más bien, que tengan bien puestos los pies en la tierra.

domingo, noviembre 23, 2008

Réquiem por la libertad de expresión en el Perú



Augusto Álvarez Rodrich despedido de Peru21

Arturo Caballero Medina

El encarcelamiento de Magaly Medina y los petroaudios y correos electrónicos de Rómulo León son los temas que continúan acaparando los principales titulares en los medios de comunicación nacionales. Atrás quedaron la inflación, los conflictos sociales en el interior del país, los esporádicos ataques del narcoterrorismo, la crisis económica mundial y ni qué decir del juicio a Fujimori. La mayor parte de la opinión pública está interesada en saber si Magaly saldrá o no de la cárcel, en las amantes de Rómulo León y los secretos que guarda, y en quiénes serán las próximos héroes y soñadores en Bailando por un sueño. Sin embargo, en comparación con estos sucesos, muy pocos están realmente preocupados por la salida de Augusto Álvarez Rodrich de la dirección de Perú 21 y de los principales columnistas de ese diario. (Y creo que mucho menos por la reunión de APEC, más bien noto a la población algo dividida: bien por el feriado largo, pero fastidiada por el cierre de calles y avenidas).

Es que existen ciertos temas talismán que provocan en la población una gran fascinación. Esto lo saben muy bien los expertos en marketing y publicidad: el asunto consiste en crear necesidades en el consumidor y convencerlo de que realmente requiere de aquello que, usualmente, prefería prescindir. En el caso de los medios de comunicación social, no es muy distinto, como podemos apreciarlo diariamente, ya que la agenda política nacional no la establecen los partidos políticos ni los intelectuales ni siquiera el gobierno: son los medios de comunicación quienes discuten sobre las cuestiones de interés nacional, son los periodistas de opinión quienes han reemplazado a los intelectuales en el cuestionamiento del poder, a veces acertadamente, y otras, de manera vergonzosa. A los políticos solo les toca la risible tarea de alimentar este circo, sin embargo, también generan pasiones encontradas en la opinión pública.

En este contexto nada promisorio ¿qué hacer con la libertad de expresión? ¿qué tan reales son las libertades cuando se constituyen solo como una arenga y no como una costumbre cotidiana y responsable? Personalmente, considero que la libertad de expresión en el Perú es un tema utilizado de manera oportunista por parte de sus eventuales defensores. A continuación, expongo las razones que sustentan mi postura.

En primer lugar, cuando un gobierno socialista o dictatorial aplica censuras a la información, todos los medios de comunicación, con sus figuras más emblemáticas a la cabeza, cierran filas en defensa de la libertad de expresión. Así ocurrió, recordarán, cuando los periodistas más connotados del país (¿digo bien o debería decir más bien de Lima?) protestaron airadamente frente a la embajada de Venezuela debido al cierre de un canal de televisión en ese país; pero luego de enterarnos de la salida de Álvarez Rodrich de Perú 21, la indignación de la mayoría de esos periodistas brilla por su ausencia: se la guardaron de la misma forma que Federico Salazar, Mónica Delta y Nicolás Lúcar durante el fujimorato. A pesar de que lo de Perú 21 nos toca directamente, salvo algunas voces como Rosa María Palacios, un poco menos Beto Ortiz y, esto hay que reconocerlo, los bloggers y cientos de comentaristas que los frecuentan, en la prensa, radio y televisión ha rebotado muy débilmente esta noticia.



En contraste con lo anterior, cuando se trata de un gobierno liberal, apoyado por cifras macroeconómicas favorables, la indignación de algunos de aquellos periodistas antichavistas es mucho menos intensa. Me viene a la mente el caso de Frecuencia Latina cuando Montesinos favoreció a los hermanos Winter para quitarle el canal a Baruch Ivcher. Contrariamente a lo que sucede hoy, muchos periodistas protestaron abiertamente contra esta decisión. (Aunque también tuvo sus bemoles —Fernando Viaña defendió ardorosamente el canal contra la intervención de los Winter, pero, años después, integró una lista al congreso por el fujimorismo— dicha reacción decía mucho de lo que vendrían los años siguientes).

No sucedería igual con la salida de Fernando Ampuero de la unidad de investigación de El Comercio ni con la de Álvarez Rodrich de Perú 21. Al respecto, Cecilia Valenzuela lamentó la salida de ambos periodistas, pero atribuye la causa a una manipulación deliberada de los petroaudios y petromails que tuvo en ciertos periodistas, como Fernando Rospigliosi, a tontos útiles que le hicieron el juego a los que quieren desestabilizar la democracia. No sé si Cecilia les hace un favor o los recrimina. Como lo dije antes, existen temas más atractivos para la opinión pública y mientras los propietarios de los medios de comunicación estén más pendientes de la rentabilidad que de los principios que conducen la labor periodística, le darán al consumidor lo que le gusta, ya que así aseguran su cuota de participación en el poder entendido como capacidad de influencia.



Siguiendo esta línea, en el caso de Magaly, muchos periodistas de opinión sostuvieron que la sentencia era desmesurada y algunos alegaron que constituía un mal precedente para la libertad de expresión. Paradójicamente, esos mismos no emitieron opiniones tan vehementes respecto al caso Álvarez Rodrich, cuyas reacciones, como dije antes, fueron más bien aisladas, tímidas. Todos se hacían el muertito porque nadie quería comprarse el pleito. La moral de la responsabilidad se impuso a la moral de la convicción: actuaron por cálculo, evaluando reacciones, daños y perjuicios, costo y beneficio; y no por salvaguardar su propia integridad moral que, a la postre, es lo único que sostiene la credibilidad de un periodista. Sino que nos lo recuerde Nicolás Lúcar luego de protagonizar en vivo y en cadena nacional aquel vergonzoso infundio contra Valentín Paniagua.

Jorge Del Castillo explica la salida del director de Perú 21 como una decisión empresarial de los propietarios de El Comercio. Por lo tanto, no es que el Ejecutivo haya tenido algo que ver, sino, por el contrario, se trataría de una decisión autónoma en la que el gobierno no tiene ingerencia alguna. Flaco favor el que le hace Del Castillo a la nueva dirección de El Comercio porque, así como lo plantea, se trata de una decisión empresarial, utilitarista, calculadora, donde la ley de la oferta y la demanda, del costo-beneficio se impusieron a la autonomía que debe garantizar un medio a sus periodistas tanto para asumir el éxito como los perjuicios de su actividad. Asimismo, el mercado también nos explica el porqué del silencio cómplice de los periodistas estilo “protesta frente a la embajada de Venezuela en defensa de la libertad de expresión”. La oferta y la demanda nos dicen que la salida de Álvarez Rodrich no es rentable ¿quién lo conoce? ¿lo leerá el chofer de combi, el datero o el cobrador? No. Todos quieren conocer los faenones de Rómulo o si Lucianita era el cerebro de la operación. Como vemos, la calidad de las exigencias periodísticas de gran parte de la opinión pública son muy pobres, sino pensemos porque Laura Bozzo, Jaime Bayly y Magaly tuvieron tanto éxito.

A gran parte de la opinión pública poco le importa que un medio como Perú 21 haya sido silenciado tan sutilmente. El pretexto de la decisión empresarial es el velo que intenta cubrir el hecho de que existen métodos más refinados para coactar la libertad de expresión. El APRA ha perfeccionado la técnica fujimontesinista, ya que comprar líneas editoriales es muy riesgoso; tal vez los accesos al poder o compartir parte de este es más atractivo para aquellos propietarios de medios y para ciertos periodistas que alimentan la imagen del oficialismo en perjuicio de su propia credibilidad. Entonces, ¿Cómo puede sentir el ciudadano de a pie amenazada su libertad de expresión si no sabe como fortalecerla y mucho menos ponerla en práctica? ¿Cómo hacerlo si quienes deberían cuestionar el poder carecen de espíritu crítico? Tarea difícil. Traslado la pregunta a Cecilia Valenzuela.

¿Dónde están aquellos que se rasgaron las vestiduras por el cierre de un canal de televisión en Venezuela? Hoy callaron en todos los idiomas. Es así como defienden la libertad de expresión en el Perú y así como contribuyen a su desaparición. Muere aplastada por el silencio cómplice de los que no se atreven a decir que condicionaron su indignación a la rentabilidad del mercado. Desde aquí, mi solidaridad con Augusto Álvarez Rodrich, con todos los ex columnistas de Perú 21 y un especial reconocimiento a los que desde adentro, como Eduardo, Giacosa y al entrañable “Otorongo” (quien protesta sin cabeza), entre otros tantos quienes no esconden su rechazo contra una medida tan arbitraria y que no se tragan el cuento de la decisión empresarial autónoma sin ingerencia del gobierno.

jueves, noviembre 20, 2008

300: la ideología detrás de la pantalla




Si usted mira los grandes filmes de Hollywood, en un principio parecerían ser absolutamente apolíticos, pero en la trilogía Matrix está absolutamente claro que bajo la excusa de un entretenimiento se apunta a los más profundos temas políticos. Matrix es una especie de metáfora gigante de cómo estamos controlados por un anónimo poder (...) la ideología funciona precisamente cuando es invisible, cuando uno no está atento.

Slavoj Zizek





Arturo Caballero Medina

Durante el 2007, George W. Bush solicitó al Congreso de los EEUU una ampliación en el presupuesto para solventar la guerra en Irak. Este objetivo era muy importante con vista a las elecciones de 2008, lo cual evidenciaba la premura por obtener resultados positivos y concretos que convencieran a la opinión pública norteamericana de que la "guerra contra el terror" la ganaría EEUU, por lo que, era vital no capitular en ese momento decisivo. En este contexto, se estrenó 300, a nivel mundial, a mediados del año pasado.



Frente a la afirmación de que los medios de comunicación no poseen mayor influencia en la difusión de una ideología dominante y que, en consecuencia, sus productos resultan inocuos o inofensivos, que, a lo sumo, inducen u orientan al consumidor, me adhiero a la postura que sostiene lo contrario, es decir que los mass media, efectivamente, son los vehículos que transmiten y amplifican una determinada ideología. En este sentido ¿cuál es la ideología detrás de la película 300?

Existen antecedentes acerca de producciones mediáticas creadas especialmente con una finalidad más allá que la comercial: el cómic Capitán América fue muy popular durante la Guerra Fría y sirvió para levantar el animo de los soldados estadounidenses destacados en plena guerra de Corea. Durante los años de la gran depresión del 29, Walt Disney diseñó al famoso ratón Mickey Mouse que, deliberadamente o no, contribuyó a disipar las preocupaciones de los norteamericanos acerca de la crisis económica. 300 cumple un papel similar. Cabe resaltar que estas repercusiones no siempre están contempladas por quienes crean el producto.

El filme, dirigido por Zack Snyder, es una adaptación del cómic de Frank Miller basado a su vez en la batalla de las Termópilas. Según la trama, Leónidas, rey de Esparta, enfrenta el dilema de acatar las leyes religiosas que impiden combatir durante determinada época y defender a su pueblo contra la amenaza persa. Leónidas no había obtenido de los éforos, especie de consejeros cuya ascendencia sobre los reyes era notable, concesión alguna: debía renunciar a combatir durante las celebraciones religiosas. En el diálogo que sostiene Leónidas con su esposa Gorgo, ella lo emplaza a que siga sus propias convicciones, ya que la lucha por la libertad es una razón suficiente por la cual combatir. Situación análoga a la que el presidente de los EEUU enfrentó, salvando las distancias históricas y éticas, luego del 11 de septiembre: acatar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo veto a la intervención era inminente, o actuar de manera arbitraria, como finalmente lo hizo la coalición EEUU-Reino Unido-España.

Por otro lado, la petición de la reina Gorgo ante el senado espartano bien podría evocar las que el Ejecutivo de los EEUU demandaba de su Congreso. La paráfrasis del discurso de Gorgo es más o menos así: nuestros soldados se encuentran combatiendo lejos de la patria, en inferioridad de condiciones, por nuestra libertad y nosotros tenemos el deber moral de apoyarlos. ¿Vamos a abandonarlos ahora cuando más nos necesitan? Está en juego no solo el bienestar de Esparta, sino de todo el mundo libre. Basta de discusiones inútiles, es hora de pasar a la acción. De esta manera, las instituciones que se encargan de velar porque las leyes no se transgredan quedan reducidas a un obstáculo burocrático e impráctico que no hace más que dilatar la victoria final.



Otro aspecto que merece ser analizado es el estereotipo reforzado en la trama de la cinta. Los persas son retratados como la encarnación misma del mal, de la barbarie y de todas las tragedias que asolarán al mundo libre. Se trata de una perspectiva dicotomista que no admite matices intermedios: espartanos-occidente-civilización-libertad-sacrificio; persas-oriente-barbarie-mercenarismo. Mientras los espartanos son presentados con unos cuerpos apolíneos, perfectamente cultivados para la guerra, los persas conforman un ejército multiétnico que no lucha por convicción, sino por temor al tirano Jerjes. Estos últimos carecen de estrategias, son cobardes, estéticamente desagradables -los inmortales cubren un rostro deforme con una máscara; los generales de Jerjes son gordos e ineptos para la guerra- y parte de una cultura degradada (los gigantes deformes, las mujeres mutiladas que participan de la fiesta orgiástica de Jerjes, lesbianismo, brujería entre otros dan cuenta de esto). Esta visión maniquea sobre las culturas tiene su principal ejemplo en el contraste entre Leónidas y Jerjes. Aquel es un hijo de Esparta criado para luchar hasta morir por sus ideales, es valiente y físicamente esbelto, lo cual resalta su masculinidad; en cambio, el androginismo de Jerjes lo expone como un ser totalmente opuesto a los valores que encarna el rey de Esparta: no lucha, es delgado y enclenque, y parece más un estilista amanerado que un estratega militar.



Todo esto calza en el discurso que George W. Bush enarbolaba en su lucha contra el terrorismo mundial. EEUU, a la cabeza del mundo libre, tenía el deber moral de combatir a aquellos que quieren imponer el terror y acabar con la cultura de la libertad -a la cual asume como propiedad exclusiva de occidente-. Si 300 hubiera sido estrenada entre 2002 y 2004 (la filmación se inició el 2005) de seguro que habría sido de mayor utilidad para el gobierno estadounidense, aunque, en aquellas circunstancias, lo "políticamente correcto" era apoyar la guerra en Afganistán e Irak. Osama Bin Laden y Sadam Hussein reunían el perfil del tirano que los EEUU necesitaban para justificar su intervención en nombre de la libertad, la democracia y la seguridad mundial. En alguno de los alucinados discursos de Bush, estoy seguro que lo oí decir que esta era una lucha entre el "bien y el mal" y, por supuesto, occidente, en su conjunto, el modo de vida que habían construido, dependía de lo que los EEUU hicieran o dejaran de hacer en ese instante.


La escena final es también muy sugestiva: la batalla de Salamina congregó a todo el mundo griego en una especie de cruzada en defensa de la libertad y contra la barbarie que viene del oriente. En las palabras del soldado que combatió con Leónidas, los espartanos lideraron ese variopinto ejército multinacional cuyos gobernantes comprendieron al fin que el sacrificio de los 300 espartanos en las Termópilas no debía ser en vano.

Entonces, ¿cuál es la ideología subyacente al discurso de 300 en el contexto en el que aparece? Que ciertas culturas son propietarias de valores universalizables y, por consiguiente, tienen la potestad de defenderlas a toda costa, aun si para ello hay que quebrantar la institucionalidad jurídica. Estar convencido de que la libertad y la democracia son consustanciales solo a occidente es una idea muy peligrosa porque implica no solo defensa de estos valores, sino, eventualmente, hacerlos extensivos a otras civilizaciones "por el bien de ellas mismas". Sin embargo, aunque ello sea justo, racional y correcto, no se justifica la imposición de sistemas por la fuerza.

Antes de que los 300 espartanos fueran aniquilados por los persas, un niño le preguntó a su papá en el cine "si los buenos iban a morir". No oí la respuesta del padre. En vez de eso, vimos cómo los 300 espartanos fueron traicionados por Efialtes y que entregaron sus vidas por un ideal del cual estaban plenamente convencidos. Por su parte, los soldados norteamericanos seguramente pronto caerán en la cuenta de que ellos también creyeron en Efialtes-Bush: el traidor que nunca les dijo la verdad. Afortunadamente, al menos en esto, acertó Snyder "sin querer queriendo".



TRAILER DE 300