jueves, febrero 28, 2008

Arequipa y la independencia del Perú: 1821-1824

Por Víctor Condori
Universidad Nacional de San Agustín


Introducción

La Independencia del Perú, pertenece a aquellos hechos singulares de nuestra historia, en que a pesar del tiempo transcurrido siguen generando décadas de polémicas, diatribas, revisiones y frecuentes replanteamientos; y quizá ello se deba, a que durante muchos años fue observada tan solo a través del empañado lente geocentrista limeño y con una miopía histórica que no fue capaz de identificar las diversidades, intereses y necesidades regionales muy diferentes a las suyas; trayendo como lógica consecuencia, juicios y conclusiones de poco alcance y claridad.

La independencia en nuestro país fue jurada en julio de 1821, y consolidada en diciembre de 1824; tres años después que México y casi a una década de distancia respecto al Río de la Plata. Curiosamente, el comportamiento de las diversas ciudades y pueblos del Perú, frente a este trascendental acontecimiento resultó tan disímil como nuestra propia geografía. Así, mientras algunas regiones como el norte se alinearon con la independencia a la llegada de San Martín; los vecinos de Lima, invitaron al generalísimo argentino a ocupar la capital y proclamarla luego del retiro de las fuerzas realistas en julio de 1821; en tanto la región sur, asumió la independencia como un hecho consumado después de las capitulaciones de Ayacucho, en diciembre de 1824.

A primera vista parecería una historia un tanto singular, poco menos que excepcional, sino reparásemos en la cuestión que, en el Perú la independencia no fue precisamente un movimiento integrador, cohesionador de intereses y necesidades, sino todo lo contrario. Separó regiones, pueblos y hasta familias; de tal forma que para poderla entender tenemos que estudiarla al interior de sus complejas dinámicas regionales y coyunturales.

No obstante la importancia que Arequipa tuvo en la historia política del Perú decimonónico, la historiografía nacional y local le ha asignado al tema de su independencia escasa atención. Los estudios regionales sobre el período de 1820-1824, en los que prácticamente se definió nuestro futuro político, son casi inexistentes. Como es el caso de la voluminosa “Historia General de Arequipa”, para quien este tema solo le ha merecido seis reglones, y en los escasísimos artículos escritos sobre la materia, no se tiene una idea muy clara de lo que implicó la independencia ni de cuales fueron sus reales alcances. Incluyéndose dentro del mencionado movimiento emancipador, la rebelión de los Pasquines, el Seminario de San Jerónimo y al poeta Mariano Melgar.

Por medio de este breve ensayo, buscamos en primer lugar, revisar algunos conceptos que tradicionalmente se han hecho sobre la actitud política de la Ciudad Blanca durante los años de la independencia; en segundo lugar, a través de documentos de archivo, memorias y cartas de la época, acercarnos con una mayor certeza al singular comportamiento de Arequipa y sus habitantes en relación a las dos fuerzas que en aquellos momentos decidían el futuro del Perú.

Arequipa: ¿Realista o Patriota?

El ser realista o patriota pudo haber sido la cuestión para los diferentes pueblos del Perú, que después del 9 de diciembre de 1824, vieron el surgimiento de un nuevo estado, de una nueva realidad que reemplazaba al entonces “injusto y opresivo” régimen español. Ahora, la novedad consistía en haber sido patriotas y revolucionarios, desde la llegada de San Martín e incluso desde antes; los títulos y reconocimientos ya nada valían, salvo para remarcar el estigma de haber sido tan realistas como la propia dinastía Borbónica.

La Independencia en Arequipa fue jurada de la forma más entusiasta[1], el 6 de Febrero de 1825, tres años y medio después del ingreso de San Martín a Lima y a más de un mes de su reconocimiento en la imperial ciudad del Cuzco. Una realidad tan incuestionable como esta ha servido de argumento a ciertos historiadores y durante muchos años, para producir ligeras reflexiones relacionadas con el carácter político de la ciudad y su actitud frente al proceso emancipador; reflexiones que han concluido en una implacable sentencia al calificarla de ciudad “goda”, “realista”, “fidelista” y defensora de la “sagrada” institución colonial.

Quizá ello se deba a la obsesión que aún existe entre algunos investigadores, siempre atentos a membretar con cierta ligereza las actitudes y comportamientos de los pueblos a través del maniqueísmo político en “realistas” o “patriotas”. Sin tomar en cuenta los diferentes matices o posturas intermedias existentes entre tales posiciones extremas. Tal obsesión maniquea, como puede esperarse lleva a considerar a aquellos que no lucharon por la patria como realistas; y a decir de Charles F. Walker, este es uno de los mayores problemas que tiene la interpretación nacionalista de la independencia.[2] En la misma línea de análisis, Brian R. Hamnett señala que el historiador nacionalista busca los orígenes de la independencia y describe su desenvolvimiento como si fuera un problema ineludible:

En realidad, este proceso no era de ninguna manera claro y la gente que vivía en esta época estaba llena de dudas y temores, tenía perspectivas e intereses particulares y cambiaba de mente y de bando.[3]

Vale la pena recordar que, la independencia no fue un movimiento cohesionador o integrador, todo lo contrario, dividió las regiones, las clases sociales y grupos étnicos dentro de un mismo territorio.[4] Por esta razón creemos que, sin un estudio minucioso de las condiciones sociales, políticas y económicas imperantes en ese corto pero decisivo periodo (1820-1824), es muy arriesgado imprimir algún juicio o conclusión definitiva. Sin embargo y muy a pesar nuestro, la etiqueta de “realista” para la ciudad de Arequipa fue reiteradamente rotulada y no solo por historiadores foráneos, sino también locales. A continuación presentamos algunos ilustrativos ejemplos.

Alejandro Málaga Medina, en la Historia General de Arequipa afirmó que el fidelismo de la ciudad “goda” de Arequipa se debió a la fuerte influencia del intendente Juan Bautista de Lavalle y del obispo José Sebastián de Goyeneche, a los que denominó las “dos fuertes columnas del realismo español”.[5]

Para Heraclio Bonilla y Karen Spalding, en su ya famoso artículo sobre la independencia, Arequipa sólo participó en el movimiento emancipador en el último momento, cuando un grupo de poderosos de la ciudad, sin ninguna participación popular “juró la independencia, pasando así la región a la etapa republicana sin mucha pena”.[6]

Eusebio Quiroz Paz-Soldán, en su tesis sobre la economía de Arequipa durante la Independencia, considera que este fidelismo se manifestó a través de “donativos patrióticos y empréstitos para apoyar la causa realista”.[7]

Sarah Chambers, en un reciente trabajo sobre el honor, el género y la política arequipeña, clasifica el comportamiento político de la ciudad frente a la independencia según las clases sociales existentes. Así descubre un “fuerte realismo” en la élite, un “espíritu revolucionario” en el sector medio y una “cuidadosa neutralidad” en el resto de la población.[8]

Carlos Malamud, autor de una tesis y algunos artículos sobre una prominente familia arequipeña, señala que la defensa de los intereses de la corona durante las guerras de independencia, solo estuvo en manos de miembros de “la oligarquía arequipeña, como los Tristán y los Goyeneche”.[9]
John F. Wibel, en un notable pero hasta ahora, inexplicablemente inédito trabajo de investigación sobre la evolución de la comunidad arequipeña, sostiene que las contribuciones de la oligarquía local al gobierno colonial “no necesariamente deben ser consideradas como un respaldo a la causa realista”.[10] Aunque afirmaba que ésta ciudad se hizo conocida como un “centro de sentimientos realistas”; llamaba su atención que tal fidelidad contrastase con la oposición a las tempranas reformas fiscales.[11]

En resumen, mientras Málaga, Bonilla y Quiroz señalan tácitamente la existencia de un fidelismo arequipeño; Chambers y Malamud consideran que tal actitud solo estuvo presente en los miembros de las clases altas; sin embargo, únicamente Wibel pudo percatarse que el comportamiento político arequipeño no podía deberse a un simple fidelismo, sino más bien, este encubría cierta ambigüedad que no llegó a comprender claramente, afirmando que se trataba de “sentimientos realistas contrastantes”.

Un pragmatismo muy oportunista

Este es precisamente el punto de vista que nosotros tenemos, al considerar el comportamiento de la ciudad de Arequipa durante las guerras de independencia como pragmático y oportunista (ni realista ni patriota). Tal actitud llevó a sus habitantes a reconocer claramente cuáles eran sus intereses y necesidades y la manera de preservarlos por encima de cualquier ideología política en pugna. De este modo, la aceptación del régimen español no tiene que ser vista como una identificación plena con el sistema colonial, sino más bien, como una necesidad para la conservación de dichos intereses. Si este interés los impelía a defender el sistema español, lo hacían, pero dentro de las limitaciones que establecía su propia capacidad de sobrevivencia; y cuando las autoridades intenten sobrepasarla, sus habitantes responderán con dilaciones o negativas. Por todo ello, fue bastante frecuente encontrar en los documentos de la época, de un lado elogios excesivos de las autoridades al espíritu cívico de la población mistiana y por el otro, reproches y hasta condenas a la exigua colaboración o “egoísmo criminal” de esta misma población. Si para Wibel fueron sentimientos contrastantes, para las autoridades de la época (no solo realistas sino también patriotas) fueron experiencias amargamente desconcertantes y así lo podemos comprobar en los siguientes testimonios.
En abril de 1823, el general Jerónimo Valdez dirigió una carta de agradecimiento y despedida al cabildo de la ciudad de Arequipa, luego de haber permanecido cerca de dos años (1821-1823), en el cargo de comandante de los ejércitos reales de esta provincia. En dicha carta, Valdez se esforzaba por elogiar a la Ciudad Blanca, manifestándole:

“Su eterno respeto y gratitud por haberlo auxiliado eficazmente, desde que tomó el mando militar de las tropas de esta provincia... proporcionándole cuanto necesito en todos los ramos...”[12]

Sin embargo, cuatro años después (1827), en su conocida Exposición al rey Fernando VII “Sobre las causas que motivaron la pérdida del Perú”, el general Valdez se refería a esta ciudad como “voluptuosa y corrompida” en la que no se podía tener “moral” y “disciplina”, para justificar las razones por las que su colega el brigadier Mariano Ricafort, perdió toda una división de soldados cuando los conducía en julio de 1821 desde Arequipa a Lima. En dicha exposición señalaba:

La división de Ricafort no se quedó en esqueleto en aquella marcha por su incomodidad, privaciones y trabajos, puesto que casi su total pérdida la sufrió los cinco o seis primeros días, después de la salida de Arequipa en que de nada carecía; así que no fue esta la causa, sino la falta de previsión en haberla formado en una ciudad voluptuosa y corrompida, en que era imposible tener moral y disciplina, ni apenas salud ni robustez...[13].

Los elogios y denuestos del general Valdez contra esta ciudad, podrían ser dos caras de la misma moneda, ambiguas y contrastantes, determinadas por un comportamiento pragmático y oportunista de sus pobladores, que trató de ser entendida por Wibel y que estaría definiendo a una ciudad con un extendido sentimiento regionalista. Cuyos efectos, también lo sufriría el brigadier José Carratalá, quien en mayo de 1823 reemplazó al general Valdez en la comandancia general de los ejércitos de esta provincia. Dicha autoridad a los dos meses de asumir el mando, ya se encontraba amenazando al cabildo arequipeño por su indolencia y nula cooperación:

Que de no hacerlos efectivos los pedidos de caudal y carnes necesarios a la subsistencia de las tropas de su mando, se verá precisado a abandonar esta capital, contra todos los sentimientos de su interés a defenderla...[14].

Mucho más desconcertante y conmovedora fue la experiencia vivida por el general patriota Antonio José de Sucre. Quien ocupó la ciudad del Misti el 31 de agosto de 1823 por espacio de 39 días. En este breve tiempo, el joven militar venezolano “disfrutó” de todas las bondades que el oportunismo arequipeño pudo ofrecer; determinando que su apacible ánimo fuera progresivamente desplazándose desde la algarabía de los primeros días hasta la turbación más absoluta, un mes después. Como lo podemos reconstruir a través de sus cartas al cabildo arequipeño y al propio libertador Simón Bolívar.

El día de su ingreso a la ciudad, Sucre agradecía complacido a la población por el “entusiasmo que ha manifestado este benemérito vecindario, a la llegada del ejército libertador”.[15] Una semana después, ese tono jubiloso se fue progresivamente convirtiendo en reclamo:

Después de agotados los medios de suavidad para excitar el patriotismo de este vecindario, a socorrer las tropas libertadoras, apenas se ha producido un miserable donativo que a nada alcanza, me veo colocado en el terrible conflicto de ocurrir a otras medidas.[16]

¿Qué había sucedido? Erróneamente, Sucre había considerado que su recibimiento casi apoteósico se traduciría en generosos donativos, y al no llegar estos con la prontitud y cantidad esperada, la frustración y la rabia pronto hicieron su aparición; por ello se entiende sus reclamos al ayuntamiento arequipeño. Estos primeros sinsabores fueron inmediatamente comunicados al Libertador, en carta del 7 de setiembre de 1823:
Aquí he podido conseguir muy pocos reemplazos, apenas tengo 100 hombres de alta, en los siete días que estamos en Arequipa, apenas he conseguido 12,000 pesos de donativo y he tenido por tanto que exigir un empréstito de 100,000 pesos a la provincia…[17]

Quince días después la situación del jefe patriota en la ciudad, no había progresado sustantivamente, por ello sus reclamos empezaron a sonar amenazantes:

Han pasado tres días de los señalados, para que exhibiese en la comandancia del ejército 25,000 pesos a cuenta de los 100,000 pesos de empréstito que se ha pedido. En este concepto diré por última vez que a las nueve del día de mañana iré yo mismo al cabildo a presenciar la entrega al comisario del ejército de los 25,000 pesos que han de reunirse por el pronto.[18]

Al cumplirse un mes del ingreso de las fuerzas patriotas en Arequipa, la turbación de Sucre fue agravándose por las prolongadas esperas de contribuciones que no llegaban, empujándolo a radicalizar sus amenazas:

La contribución impuesta sobre el vecindario y particularmente sobre los españoles y desafectos, deben entregarse hoy y mañana. Si a las doce del día primero (octubre) no hubiesen exhibido…se le hará arrestar en la prevención de los dragones de Chile y darme parte de ello para tomar las últimas providencias.[19]

El 7 de octubre, las fuerzas patriotas tuvieron que abandonar la ciudad seguido muy de cerca por el fortalecido ejército virreinal. Como coronando sus frustraciones, ahora Sucre tuvo que contemplar perplejo el cambio de los sentimientos de la población en su contra, en comparación a su ingreso un mes antes. Esta metamorfosis política, la evidenció un testigo de excepción, que participó en estos acontecimientos, el coronel inglés Guillermo Miller. El inglés había acompañado a Sucre en Arequipa y en sus memorias relata un tanto sorprendido estos últimos instantes:

Antes de que Sucre saliese de la Plaza algunos individuos del clero y otros de la Municipalidad que habían hecho grandes protestas de patriotismo, hicieron replicar las campanas en celebridad por la entrada de los realistas y al mismo momento sacaron desde un balcón el retrato del rey Fernando. [20]

Las mismas personas que habían dado muestras de un “espontáneo” patriotismo al ingreso de las fuerzas colombianas de Sucre, un mes después exhibían sus mejores sentimientos monárquicos en frente de los ejércitos del rey que recuperaban la ciudad. Todo un ejemplo de oportunismo político mostrado por la población arequipeña durante este episodio de la independencia; que sin embargo, no pasó inadvertido para la célebre pluma del mayor de todos nuestros tradicionalistas, don Ricardo Palma. Siendo registradas en su monumental obra con los títulos “Un general de antaño” y “La maldición de Miller”.[21]
Equivocadamente podría pensarse, que un espíritu de colaboración tan exiguo, como el mostrado por los arequipeños durante la ocupación colombiana, estuvo reservado solo para las fuerzas patriotas, que al fin y al cabo se presentaban como intrusas al mundo local. Pero no fue así, el propio virrey La Serna, en comunicaciones enérgicas dirigidas al intendente de Arequipa, coronel Juan Bautista de Lavalle (1816-1824), le expresaba su profundo malestar para con los habitantes de la ciudad:

Quienes miran con indiferencia las disposiciones de este gobierno para reunir fondos ... quienes con llorar pobrezas, falta de numerario, obstrucción del comercio ... unos a otros se han retraído de dar los auxilios que se les ha exigido[22].

Sin embargo, al no presentarse variación alguna en aquellas poco colaboradoras actitudes, un año después (1824), las reiteradas protestas del virrey se hicieron cada vez mas graves:
Cuando considero que este miserable comercio (Cuzco) ha contribuido en tres ocasiones con más de 50,000 pesos, me asombra y admira que ése de Arequipa, que por título alguno puede compararse con el de Cuzco tenga tantas dificultades para dar 30,000 pesos y esto a la verdad no puede proceder de otra causa que de un egoísmo criminal.[23]

Y siguiendo la misma línea del general Sucre, el virrey pasó de las protestas más encendidas a las amenazas intimidatorias:

Todos los que al recibo de esta, no hubiesen entregado a esta cajas reales la cantidad que se les designó, se les notifique que si en el término de 24 horas, de hecha la notificación se les embarguen los efectos a cubrir la cantidad, mas un tercio; y el que ocultase los efectos y se resistiese al pago dispondrá VS que en calidad de preso pase a la isla de Chuchito.[24]

Cristina Mazzeo (comunicación personal) llamó nuestra atención al respecto, afirmando que la gente siempre fue reticente a la entrega de contribuciones forzadas, por ello se hizo necesaria la presión de las autoridades para conseguirlas en medio de la guerra. Además, el aporte económico de Arequipa durante la independencia al parecer fue significativo, aunque a decir de las autoridades virreinales insuficiente. Mazzeo señala que la insuficiencia arequipeña se debió a que se les pedía:

un patriotismo prácticamente impensable ya que de ellos dependía la financiación de la guerra como así también la manutención del ejército de reserva. [25]

Estamos parcialmente de acuerdo con estas afirmaciones. Debido a que en una guerra, las contribuciones son exigidas a la población de una manera más frecuente. Así sucedió durante este periodo en Lima y Cuzco, Arequipa no fue la excepción. De la misma forma se comprende que existiesen algunas personas resistentes a la entrega de las contribuciones señaladas y, como sucedió en 1824, luego de las amenazas del virrey La Serna, los comerciantes que no pudieron cubrir el monto exigido, sufrieron el embargo de sus bienes.[26]
Quisiéramos, no obstante, considerar algunas situaciones específicas en el caso de Arequipa. En primer lugar, mientras las economías de Lima y el Cuzco agonizaban con la guerra, Arequipa se convirtió en el centro económico y comercial más importante del virreinato y en el único nexo entre la metrópoli española y el último bastión realista de América del Sur. Por ello, esta ciudad entre 1821-1824 recibió las más importantes migraciones de comerciantes limeños, peninsulares y extranjeros. Además del arribo de numerosísimos barcos ingleses, franceses y norteamericanos, cargados de los llamados “efectos de Europa”. Todo ello contribuyó al crecimiento notable de la actividad comercial, la misma que se convirtió, al menos por estos años, en el eje de la creciente economía local.[27] En segundo lugar, los empréstitos forzados establecidos por las autoridades a los miembros del comercio local y regional, no fueron señalados de forma arbitraria, sino en función a la capacidad económica de cada uno de ellos. Así por ejemplo de los 28.269 pesos exigidos a la Intendencia en 1824, 5.500 pesos le correspondieron al rico comerciante español Lucas de la Cotera; 3.000, a todo el comercio de Arica; 2.000, al comercio de Moquegua; 1.600, al segundo comerciante más poderoso de la ciudad Ambrosio Ibáñez y compañía; 700, a Mariano Miguel Ugarte; 500, a Juan Bautista Arróspide; 300, a la compañía de Ramón Font; 200 al hacendado y minero Mariano Basilio de la Fuente, entre otros.[28] Finalmente, señalaremos que antes del inicio de las guerras de independencia y del gobierno de La Serna, el virrey Joaquín de la Pezuela (1816-1821) arribó a la misma conclusión sobre el compromiso de la población arequipeña. En una carta remitida en 1817 al recién nombrado Intendente Lavalle, le prevenía sobre los hombres de la ciudad:

Siempre repugnaron a los hombres el servicio al Rey y no usan salir de sus hogares por lo que... habrá alguna dificultad en el envío de los 100 hombres a Tacna[29].

Cinco meses después, volvía a prevenir al Intendente sobre este mismo asunto:

Pero debe tenerse presente que esa provincia hasta ponerse VS a la cabeza no ha dado gente para el servicio de las armas, o en un número tan corto que no merece la memoria...[30].

En junio de 1820 el virrey Pezuela ordenó que el Batallón Victoria, compuesto de 700 plazas acantonado en la ciudad de Arequipa, se dirigiese al puerto de Quilca con el objetivo de embarcarse rumbo al Callao. Las razones que tuvo el virrey para este traslado, las explica en su memoria de gobierno:

Por la dificultad de reunir los batallones de Arequipa y Número, que ambos se componen de menestrales de todas las castas de esta ciudad, casados, cargados de hijos, de vicios y de oposición a tomar las armas, siendo así todos los sastres, zapateros y demás oficios, absolutamente necesarios y por último una gente sin vergüenza, estímulo y honor, a quien a pesar de esto es preciso tener contenta en las presentes circunstancias de ser más temible esta chusma que los hombres buenos[31].

Como gente “sinvergüenza, estímulo y honor” calificó Pezuela a los soldados arequipeños que se negaban tomar las armas en los ejércitos reales. Pero, aunque suene paradójico, reconocía que dichos soldados “eran los mejores para la guerra”; y así se lo hizo saber al intendente de la ciudad, en otra carta que le envió en octubre de 1817:

En las otras provincias no son sus naturales tan a propósito como los de esta provincia para servir en dicha arma; por lo tanto sería conveniente y aún necesario el que proporcione los que sea posible.[32]

En la misma carta, el virrey continúa destacando las cualidades militares de los soldados arequipeños:

Rodil tiene en el día 660 arequipeños que han agradado aquí extraordinariamente, y me prometo mucho de ellos. Dicho su comandante me ha manifestado muchas veces que ni los cambiaría por las mejores tropas de las que van a la expedición.[33]

Como en situaciones anteriores los elogios y denuestos vuelven a estar presentes, en relación esta vez, a los soldados arequipeños. Lo que pone de manifiesto que la actitud pragmática y oportunista no fue un patrimonio de las clases altas de la ciudad (hacendados y comerciantes), como podría pensarse, sino también de “sastres, zapateros y demás oficios” que constituían los sectores populares arequipeños.

Un sentimiento regionalista

Podemos a estas alturas del trabajo confirmar que tan peculiar comportamiento en los arequipeños, estuvo extendido en todas las clases que comprendía la sociedad local. Porque, a fin de cuentas, todo ello no fue más que el efecto de un ferviente sentimiento regionalista o como lo llamaría el doctor Carlos Garaycochea un “localismo acendrado”; que diferenció a los arequipeños de otros pueblos y le dio a la ciudad y sus habitantes una condición “especial”, que lentamente se fue consolidando hasta alcanzar durante las guerras de independencia su forma más definida. Y cuando tuvieron que elegir entre la corona, la patria y su propia seguridad, inteligentemente (o interesadamente) se decidieron por esta última.
Dicho sentimiento regionalista, preocupado más del resguardo de la ciudad y la defensa de sus propios intereses indujo a aquel pragmatismo tan oportunista de sus habitantes durante esta época; sin embargo, ya se venía manifestando desde las campañas realistas contra los patriotas argentinos en el Alto Perú hacia 1809 (sino desde antes). En dichas campañas participaron importantes fuerzas militares arequipeñas, al mando de oficiales también arequipeños como el general José Manuel de Goyeneche o los coroneles Domingo y Pío Tristán.[34]

De este modo, en noviembre de 1810, el Cabildo de Arequipa rechazó un pedido de armas para auxiliar a la Intendencia de La Paz, que se encontraba convulsionada por una revolución popular. La razón, dichas armas eran necesarias para la defensa de la ciudad;[35] y a pesar del peligro que pudo significar el levantamiento de la Paz para la región, las autoridades locales consideraron que “de los 200 fusiles que quedan no son suficientes a mantener el buen orden, atentas a las actuales circunstancias.”[36]
En medio de esta guerra, fueron bien conocidas las diferencias políticas existentes entre el virrey Abascal y el general arequipeño Goyeneche; no obstante, a este último se le mantuvo en el puesto de comandante del ejército realista en el alto Perú, debido a sus talentos y sobre todo al ascendiente que mantenía entre sus tropas, integradas en gran número por soldados arequipeños. Abascal no se equivocó. Después del relevo de Goyeneche por el brigadier Joaquín de la Pezuela en 1813, se produjeron numerosas deserciones de estos soldados en el ejército del Desaguadero.[37]
Soldados reclutados posiblemente a la fuerza, se mantuvieron en servicio mientras el mando estuvo en manos de un jefe arequipeño de tanto prestigio como Goyeneche. Todo un orgullo de la Ciudad Blanca y vencedor de los patriotas argentinos en Guaqui (1811). Pero, al ser reemplazado por otro oficial no arequipeño, el vínculo que los mantenía en el ejército se rompió y decidieron regresar a sus entrañables hogares. Posteriormente, en 1815, otro militar mistiano aunque de un menor talento que Goyeneche, Juan Pío Tristán y Moscoso, con el fin de levantar la moral de los soldados arequipeños estacionados en Puno y deseosos de ser enviados de vuelta a casa, les tuvo que asegurar “estar cuidando de sus familias.”[38]
Confirmando este regionalismo tan evidente, Sarah Chambers señala que los arequipeños mostraron en esta época mayor disposición a “derramar su última gota de sangre” cuando les parecía que su propia ciudad estaba directamente amenazada.[39] Efectivamente la Ciudad Blanca representaba para muchos arequipeños el centro en torno al cual giraba toda su vida económica y social; y ello se puso en evidencia no solo en la actitud de las tropas locales enviadas al Alto Perú, sino también en las mismas donaciones pecuniarias que realizaron, por que según Wibel:

muchas donaciones para la Corona, fueron pensadas para la defensa de Arequipa, antes que del gobierno español en general. [40]

Finalmente, si los supuestos sentimientos “realistas” de los arequipeños tuvieron más de interés y defensa propia que una convicción fuerte, como concluye Chambers, entonces ese mismo interés pudo haber estado presente en el comportamiento de muchos connotados personajes arequipeños, tildados injustamente como “defensores del poder real”. Como fue el caso de José Sebastián de Goyeneche y Barreda, excelentísimo Obispo de Arequipa entre 1817-1859. A quien Alejandro Málaga Medina señaló como una de las “columnas” del realismo español en la ciudad. Sin embargo, creemos que su comportamiento en líneas generales, sin llegar a ser la de un ferviente patriota, distaba mucho de aquella apreciación. En principio, su actitud no fue distinta a la mantenida por la mayor parte de los obispos americanos.[41] Como máxima autoridad religiosa de la ciudad, apenas iniciado su ejercicio episcopal señaló la prohibición de denunciar a los insurgentes hasta no tener “la suficiente claridad para ello”[42]. Además, la opinión que tenía de las autoridades virreinales, tampoco sonaba demasiado fidelista. Así, frente a las continuas exacciones monetarias exigidas por el virrey La Serna a su institución y patrimonio familiar, escribía a su hermano el conde de Guaqui (José Manuel) en 1822:

La Serna y sus adláteres pierden el Perú, son unos ladrones, todos ladrones ...[43]

Luego de la derrota definitiva del ejército realista en los campos de Ayacucho, el 7 de febrero de 1825, hizo sin ninguna resistencia jurar la independencia a los curas y eclesiásticos de las provincias de su jurisdicción.[44] Y algo que merece destacarse, a diferencia de otros prelados, se quedó en el Perú y en Arequipa a fin de no desamparar a su rebaño ni a sus enormes propiedades.

Reflexiones finales

Durante mucho tiempo algunos historiadores se refirieron a la Ciudad Blanca en relación a sus títulos coloniales de “muy noble y muy leal” y “fidelísima”, sin tratar de excavar qué había debajo de esos reconocimientos. Más aún, como durante el proceso de independencia no se produjo ninguna manifestación patriótica a favor de la emancipación, entonces concluyeron que se trataba de una ciudad “realista”. Que solo participó en dicho proceso en el último momento (1825) cuando ya el régimen colonial había fenecido. ¿Qué hizo entonces durante los años de guerra? Había sostenido mediante donativos, empréstitos y soldados la “sagrada” causa realista, respondieron.
Como lo hemos señalado a lo largo de estas breves pero significativas páginas, todas ellas no fueron más que conclusiones ligeras, sin demasiada relación con una realidad local mucho más compleja y singular. Si existió alguna forma de fidelismo entre los arequipeños, fue con sus propios intereses y necesidades, los mismos que buscaron resguardar por encima de las efímeras fuerzas en pugna (realistas o patriotas). Si apoyaron al bando real, no fue por convicción sino por que aquel garantizaba la conservación y reproducción de los mismos. Pero cuando el sistema exigió más allá de sus límites poniendo en riesgo la existencia de tales intereses, la población se replegaba, dilatando o abiertamente rechazando aquellas exigencias. Como ya había anteriormente sucedido en plena “Era Borbónica”, cuando toda la población local rechazó violentamente la aplicación de los nuevos impuestos reales y el establecimiento de una aduana, en la ya mítica “Rebelión de los Pasquines” (1780).
Entonces, fue un emergente sentimiento de identidad regional lo que llevó a la mayor parte de arequipeños (de diferente condición social) a identificarse con estos intereses, en cuyo centro se encontraba la propia Ciudad Blanca. Ciudad que se había desarrollado durante muchos siglos distante de la capital del virreinato, engendrando como consecuencia una gran autonomía económica y cultural; sus principales mercados estuvieron en el Alto Perú y su aristocracia dependía mucho menos de los favores reales y más de los esfuerzos personales y relaciones sociales. Por todo ello, la proclamación de la independencia y el establecimiento de un nuevo régimen, después de 1824, no representó el trauma de otras regiones. Su élite había consolidado durante la guerra una importante base económica que le permitió fácilmente adaptarse al nuevo orden, al menos políticamente, y a través de sus fuertes lazos familiares y sociales, seguir monopolizando el gobierno de la ciudad.

Este trabajo fue posible gracias al valioso apoyo de la historiadora Cristina Mazzeo y del Dr. Eusebio Quiroz, para ellos mi enorme agradecimiento.

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1975 The Evolution of a Local Community within Spanish Empire and Peruvian Nation. Arequipa 1780-1845. Tesis doctoral. Universidad de Stanford.

ZEGARRA MENESES, Guillermo
1971 Arequipa en el paso de la colonia a la república. Visita de Bolívar. Arequipa.

Notas

[1] Chambers, Sarah. De súbditos a ciudadanos... p. 46.
[2] Walker, Charles. De Túpac Amaru a Agustín Gamarra.... p. 114.
[3] Hamnett, Brian R. La política contrarrevolucionaria del virrey Abascal, 1806-1816. p 14.
[4] Walker, Charles. De Túpac Amaru a Agustín Gamarra..., p. 114.
[5] Varios autores. Historia General de Arequipa. p 414.
[6] Bonilla, Heraclio y Spalding Karen. La Independencia en el Perú, p. 105.
[7] Quiroz Paz-Soldán, Eusebio. Aspectos económicos de la Independencia en Arequipa, p. 38.
[8] Chambers, Sarah. Op. Cit., p. 46.
[9] Malamut, Carlos. Consolidación de una familia de la oligarquía arequipeña, p.86.
[10] Wibel, John. The Evolution of a local Community within Spanish Empire and Peruvian Nation. Arequipa 1780-1845, pp. 282 – 284.
[11] Wibel, John. Op. cit. , p. 9.


[12] AMA. Libro de Actas de Cabildo (en adelante LAC) Nº 29: 25 de abril de 1823
[13] Valdez, Jerónimo. “Exposición del General Valdez...” En: CDIP. XXII, pp. 315 – 384.
[14] AMA. LAC. Nº 29. 18 de julio de 1823.
[15] Carta de Sucre al Excelentísimo Ayuntamiento de Arequipa. 31 de agosto de 1823. En Vargas Ugarte, Rubén. Documentos inéditos sobre la campaña de la Independencia del Perú (1810-1824) . p. 80.
[16] Ibidem. 5 de setiembre de 1823, p. 85.
[17] Carta de Sucre al Libertador Simón Bolívar. 7 de setiembre de 1823. En Zegarra Meneses, Guillermo. “Arequipa en el paso de la colonia a la República”...
[18] Carta de Sucre al Excelentísimo Ayuntamiento de Arequipa. 12 de setiembre de 1823. En: Vargas Ugarte…p 87.
[19] Ibidem. 30 de setiembre de 1823, p. 90.
[20] Miller, Guillermo. Memorias T. II, p. 62.
[21] Palma, Ricardo. Tradiciones Peruanas. T IV: “Un general de antaño” y “La maldición de Miller”. Espasa-Calpe Madrid 1945., pp. 334-400.
[22] Mazzeo, Cristina. Vicisitudes de la Independencia del Perú... pp. 65 – 66.
[23] ARAR. Intendencia Administrativos 108: 8 junio 1824.
[24] Ibídem.
[25] Mazzeo, Cristina. Op. cit., p .45
[26] ARAR. Intendencia Administrativos. 108. 31 de julio de 1824. Ejecución y embargo por no cumplir con las asignaciones ...
[27] En un trabajo anteriormente realizado, sobre la economía de Arequipa durante la Guerra de la independencia señalamos el impacto positivo y negativo que dicha guerra tuvo en las actividades económicas más importantes de la región. Condori, Víctor. “La Independencia y la Economía Arequipeña 1820-1825” (inéd.). Arequipa, 2005.
[28] ARAR. Caja Nacional de Hacienda. Libro Mayor 1824: Préstamo Patriótico Voluntario
[29] Mazzeo, Cristina. Las Vicisitudes de la Independencia del Perú... p. 14.
[30] Ibídem. p.16.
[31] Pezuela, Joaquín. Memorias de Gobierno, p. 735.
[32] Mazzeo, Cristina. Op. cit. , p. 16.
[33] Ibídem.
[34] Fisher, John. Relación del gobierno del Intendente Salamanca. 1796 – 1811 pp. 102 – 103.
[35] Chambers, Sarah. Op. cit. p. 44
[36] AMA. LAC. Nº 26. 29 de setiembre de 1810.
[37] Malamud, Carlos. Op. cit. pp. 92 – 93.
[38] Chambers, Sarah. Op. cit. pp. 44 – 45.
[39] Chambers, Sarah. Op. cit., p.44.
[40] Wibel, John. Op. cit. ,p. 283.
[41] Malamud, Carlos. “Consolidación de una familia…” p 112.
[42] Ibídem , p. 110.
[43] Ibídem , p . 104.
[44] Ibídem , p. 114.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

AREQUIPA...COMO SIEMPRE REVOLUCIONARIA

Anónimo dijo...

Muy interesante el articulo. Me da una nueva vision de mi ciudad.

Anónimo dijo...

Grande mi profesor Victor Condori

Anónimo dijo...

jajajajaj revolucionario, cuando se quedaron en mano de los españoles por mas de 4 años jajajajajajap