jueves, febrero 12, 2009

Contra el fanatismo de Amos Oz


Para decirlo de forma muy simple: yo voto por la izquierda en Israel y estoy feliz por no tener que votar en Europa. Mi modo de estar en la izquierda y mi actitud son muy diferentes: no estoy en el negocio de recogida de firmas ni en el de impresionar a la gente. Sé que en Oriente Medio los israelíes y los palestinos viven una tragedia, no una película del Oeste. Los palestinos llevan adelante una causa muy dura y lo mismo pasa con los israelíes. No es nada simple y no se puede mirar en términos de blanco y negro.

Amoz Oz (Jerusalén, 1939)


(EN RELACIÓN AL TEMA, RECOMIENDO LA LECTURA DE "BARBARIE EN LA FRANJA DE GAZA" de Gonzalo Gamio).


Nacido en el seno de una familia de judíos inmigrantes provenientes de Europa, Amos Oz (Jerusalén, 1939) es uno de los escritores israelíes contemporáneos más influyente en la vida política y cultura de su país. No en vano, Mario Vargas Llosa en su reportaje al conflicto palestino-israelí Israel, Palestina. Paz o guerra santa (2005), elogió la integridad moral de aquella izquierda israelí y de los intelectuales progresistas como Amos Oz quienes alzan su voz de protesta contra los atropellos cometidos por los gobiernos israelíes contra los derechos humanos, la libertad y contra una adecuada difusión de lo que verdaderamente acontece entre palestinos e israelíes.


Dedicado desde 1987 a la docencia universitaria como profesor de literatura hebrea en la Ben-Gurion University of the Neguev, ha sido invitado por diversas universidades de EEUU y Europa. Dentro de su producción novelística que consta de once novelas, destacan Una pantera en el sótano (1985), La tercera condición (1991), No digas noche (1994) y Una historia de amor y oscuridad (2002).



Amos Oz, a través de sus novelas y ensayos ha colaborado a la formación de una corriente de opinión crítica sobre la política exterior de los gobiernos de Israel respecto al problema palestino, además de que en numerosos artículos se ha manifestado abiertamente a favor de una coexistencia pacífica entre judíos y palestinos previa aceptación de las mutuas responsabilidades históricas que obstaculizaron la resolución del conflicto palestino-israelí. Dicha posición le ha acarreado a Amos Oz muchas críticas de los sectores conservadores de derecha y ultraderecha en Israel, que lo califican de traidor.

En Contra el fanatismo, Amos Oz reúne tres conferencias en las cuales aborda, desde una perspectiva vivencial, el tema del fanatismo. “Traidor —creo— es quien cambia a ojos de aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieran cambiarle a uno. En otras palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia (…) No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, en traidor o ojos del fanático”. El cambio es, en este sentido, una opción de vida; lo contrario sería intransigencia o fanatismo.

En “Sobre la naturaleza del fanatismo”, Amos Oz explica cual es, en su opinión la esencia del fanatismo: “Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”, por lo que muchas veces un fanático se muestra preocupado por el accionar de los que no están de acuerdo con él. A lo largo de los tres ensayos, el autor explica mediante anécdotas y reflexiones personales su evolución de fanático a defensor de la vida, la cual no debiera confundirse, insiste, con una ciega defensa de la paz o la censura absoluta de la guerra. Toda guerra es censurable en sí misma pero en determinadas circunstancias, los seres humanos nos vemos obligados a combatir para defender nuestra integridad. Amos Oz se confiesa en esta parte como un experto en fanatismo comparado ya que le tocó vivir en carne propia el drama de la formación del estado de Israel desde sus inicios cuando aquel territorio —la Palestina británica— era todavía una colonia; la inmigración de miles de judíos de Europa antes, durante y después del holocausto nazi, además de los judíos provenientes de los vecinos países árabes; y el confinamiento de los refugiados palestinos desplazados de un territorio que histórica, cultural y religiosamente consideraban suyo.

El problema, como lo plantea Amos Oz, reside en que ambas reivindicaciones, la judía y la palestina son legítimas, por lo que no queda otra vía que llegar a un acuerdo, término que para ciertos sectores radicales e idealistas significa concesión, renuncia o traición. Amos Oz no lo considera así: llegar a un acuerdo para lograr la paz es una opción de vida porque posibilita el cambio. No interpreta el conflicto palestino-israelí como una guerra religiosa, sino “fundamentalmente, como un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país (…) Simplemente una verdadera disputa estatal sobre quién es el propietario de la casa”.

¿Como curarnos del fanatismo? Imaginación, literatura y humor son la receta propuesta por el autor como antídotos efectivos contra el fanatismo, en tanto la literatura y la imaginación ayudan a visualizar a través de la ficción, los estragos del fanatismo; a pesar de que existe mucha literatura que ha alimentado odios y superioridades. El humor ayudaría a superar el fanatismo porque el fanático toma muy en serio su fanatismo, por eso es incapaz de reírse de sí mismo: “Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor, ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en fanático (…) Con frecuencia, los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. Tener humor implica la habilidad para reírse de uno mismo”.

En “Sobre la necesidad de llegar a un compromiso y su naturaleza”, Amos Oz amplia sus conceptos sobre el cambio, acuerdo, reconocimiento, paz y guerra, distanciándolos de los valores que tradicionalmente le han asignado los fanáticos y los pacifistas europeos. Critica fuertemente la posición extendida en Europa de soberbia y superioridad al abordar el problema palestino-israelí, tratando a ambas partes como salvajes o niños que no saben comportarse. “Y la expresión llegar a un acuerdo, a un compromiso tiene una reputación nefasta en la sociedad europea (…) No en mi vocabulario. Para mí la expresión ‘llegar a un acuerdo’ significa vida. Lo contrario es fanatismo y muerte”.

Acuerdos que no tienen nada que ver con reuniones protocolares ni intercambio de regalos entre diplomáticos o funcionarios de estados palestinos e israelíes. El verdadero meollo del asunto radica en estar dispuestas ambas partes a renunciar parcialmente a los reclamos o posesiones que históricamente han ganado o perdido. Solo a través de la renuncia mutua, de la aceptación mutua de responsabilidades, Amos Oz vislumbra un cambio real en las relaciones entre judíos y palestinos. “Va a doler de lo lindo. Se debería hacer extensible a ambos pacientes toda brizna de ayuda y simpatía. Ya no hay que elegir entre estar a favor de Israel o de Palestina, hay que estar a favor de la paz”.

Contra el fanatismo, es un libro que nos introduce en la comprensión no de las causas del problema palestino-israelí, sino más bien en sus posibles alternativas de solución, a través del testimonio de un escritor israelí como Amos Oz, en quien la nacionalidad y amor por su patria no ha nublado su conciencia crítica para comprender que entre judíos y árabes no hay un enfrentamiento entre buenos y malos como podría entenderse en Occidente, ni tampoco un conflicto de culturas ni de religiones, sino un enfrentamiento entre dos derechos legítimos que reclaman su realización y que sólo la lograrán por medio del acuerdo mutuo, la renuncia y, lo más importante, combatiendo el fanatismo.


domingo, febrero 08, 2009

Respuesta a Migomike: a propósito de un comentario sobre Andrés Bedoya Ugarteche

El curioso caso de un comentarista indignado

Hace un par de meses escribí un post sobre la columna de Andrés Bedoya Ugarteche en la cual manifestaba mi abierto desacuerdo con la forma en la que él y el director de Correo, Aldo Mariátegui, trataban ciertos temas de actualidad nacional. Grande fue mi sorpresa al encontrar un iracundo comentario firmado por Migomike en el que enfila toda su artillería pesada contra el creador de este blog. Debatir es un ejercicio sano al que nunca le rehúyo; es más, creo que muchos intelectuales han perdido arraigo en la opinión pública por ese extendido temor de ignorar a ciertos interlocutores que no valen la pena. No es mi caso: siempre que haya oportunidad, dejaré bien en clara mi postura porque mi proceder se basa en convicciones y en argumentos, no en cálculos ni en fugaces emociones. Ello no implica que si en algún momento cometiera un exceso, no lo rectifique en el acto, puesto que tener una convicción no es lo mismo que ser fanático o dogmático: estos últimos son incapaces de cuestionar sus propias creencias, difícilmente podrían admitir una postura adversa como válida o conceder una posibilidad de verdad en la otra orilla. No les interesa debatir, sino polemizar, en el sentido del griego pólemos, es decir, no llegar a acuerdo alguno sino en reducir al adversario hasta lograr su destrucción. Este es el caso de Migomike y su furibundo comentario a quien le respondo con cierta preocupación puesto que si él no entendió el propósito de aquel post, posiblemente en el futuro persista el malentendido.

En primer lugar, el referido comentarista menciona "Me parece aberrante la forma como el dueño de este blog o quien demonios haya escribido el comentario acerca de Andres Bedoya y Aldo Mariategui, escribe acerca de estos dos personajes sin siquiera haberle ganado a nadie. Si bien Andres Bedoya no es tan conocido, y es un personaje que escribe con "espuma en la boca" sus palabras no dejan de tener razon. Tu, si, tu el imbecil que escribio este blog no dejas de disparar comentarios a diestra y siniestra igualandote con estos dos personajes y criticando sin ir mas a fondo. Te quejas de que Bedoya critica sin saber, tu haces lo mismo.". Debió estar tan furioso que olvidó que al igual que no se escribe rompido ni abrido ni hacido tampoco se hace lo propio con "escribido"; pero es una cuestión de orden menor en la que no me detendré. Desconozco cuál es la medida con la que Migomike establece el éxito de una persona porque, simplemente, no explica ni argumenta. Tampoco comprendo de donde parte tanta indignación en contra de este blogger, ya que en ninguna línea del mencionado post sobre Andrés Bedoya he atacado su dignidad como ciudadano ni emitido calificativos sobre su persona. Me limité sencillamente a cuestionar y criticar frontalmente un tipo de periodismo que me parece deleznable. Si ud. amigo lector desea comprobar ello, basta con que lea la columna La Ortiga y saque sus propias conclusiones. ¿Podemos darle la razón a alguien que no pretender dialogar y hace de su posición de columnista una coartada para lanzar agravios de grueso calibre contra quienes no concuerdan con él. La diferencia entre la actitud de Andrés Bedoya y Aldo Mariátegui, y la mía es que yo no me regodeo en el placer de insultar a los demás ni en enorgullecerme en citar Wikipedia como argumento de autoridad -en el caso de Aldo-. Siempre me esfuerzo en apoyar mis ideas con argumentos, no con insultos o pinceladas efectistas. Basta leer el post para comprobar esto. Por el contrario, Migomike insulta sin ningún reparo tal vez confiando en que eliminaría su comentario. Por ello, rechazó su afirmación en la que me iguala con el director y el columnista de Correo. Más bien, su estilo se presta al del autor de La Ortiga.

Seguidamente, señala que critico sin saber, lo cual no entiendo. En el post sobre Andrés Bedoya cité fragmentos de su columna que por sí mismos evidencian la pobreza de información y conocimiento sobre los temas que intenta abordar. Nuevamente, los invito a revisar el post y la columna de Bedoya para que verifiquen esto. En todo caso, tampoco indica donde radica mi desconocimiento o algún aspecto puntual. En cambio, en varios pasajes del mi artículo, indiqué claramente cuales eran las falencias en los textos de Bedoya contrastando sus opiniones con las fuentes con la finalidad de esclarecer los malentendidos que existen sobre el liberalismo. Migomike interpretó esto de la peor manera: Y no pidas que la gente lea libros en los cuales tu te basas, porque lo unico que haces es demostrar tu falta de conocimiento en los temas ya mencionados y tu falta de "huevos" para debatir acerca de un tema pues te apoyas en autores que, ni creas Bedoya, yo y otros vamos a tomarnos la molestia de leer. Por lo menos a mi no me sirve y me importa un comino.

Esto sí que es para el recuerdo. Se me exige estar informado sobre un tema para tratarlo con propiedad pero a la vez manifiesta que por citar a otros autores carezco de valor para debatir. Es decir, apoyarse en una fuente autorizada es para Migomike una señal de debilidad en el debate. El comentarista confunde la rigurosidad en el debate con la falta de ideas propias para discutir. Cree que porque yo cito autores o textos pierdo originalidad y carezco de ideas propias. Siguiendo su lógica, cualquier ensayista solo se ampararía en sus propias creencias y exigiría credibilidad basado solamente en sus intuiciones o en su apreciación personal. La rigurosidad en la defensa de una postura no se limita solo al ámbito académico, ya que se trata de una necesidad mínima que se puede y debe exigir a dos sujetos que debaten. Que actualmente los gacetilleros tengan enormes lectorías y que los críticos especializados no, no implica necesariamente una mejoría. ¿Desde cuando la cantidad es criterio de verdad? Con el mismo argumento podríamos afirmar que Magaly la revista por el tiraje que vende es una mejor revista que Le Monde Diplomatique, Quehacer, Caretas o Semana Económica. Si Migomike no desea saber con exactitud las deficiencias en el pensamiento de Aldo y Andrés Bedoya respecto a ciertos temas, nada puedo hacer, pero al menos debería aceptar que si alguien trata sobre algún tema debe consultar la fuente y no repetirla erradamente. Él comete el error que me atribuye.

Observen a continuación lo que menciona Migomike: Por eso Aldo Mariategui critica tales actos y Bedoya lo hace pero a su estilo, el cual a ti no te gustara y en algunos casos a mi tampoco, pero le encanta a personas que simplemente YA ESTAN HARTAS DE TANTA IGNORANCIA Y TANTA CONCHUDEZ y te aseguro que esas personas que leen a Bedoya, a diferencia tuya blogcista mediocre, son personas de exito. Otra vez apela al reconocimiento que estos periodistas tienen en cierto sector de la opinión pública como criterio de validez. Lamentable razonamiento que también fue esgrimido por aquellos que justificaron los excesos de Laura Bozzo, Magaly, Jaime Bayly y los cómicos ambulantes. El éxito puede ser medido de muchas formas, pero personalmente no me preocupa que Letras del Sur tenga una avalancha de comentarios sino que quien lo lea, comentando o no, se lleve una imagen de claridad de mi parte. Siempre acepté la discrepancia enmarcada en un diálogo alturado, a lo que en ningún momento Migomike apela.

Para no aburrirlos más con el tema, agregó esto: No se si tratas de defender a la idea izquierda comunista en general, o solo a la de este pais. No me consta pues no me tome la molestia de leer toda tu palabreria y critica inutil que a ningun lado va a llegar. Si te he leido y encontrado en la web es porque trate de buscar informacion de Bedoya Ugarteche y saber mas de el. Es todo. SIgue haciendote higado con tus ideas equivocadas y mediocres y antes de decir algo, piensalo. Si alguien tiene que informarse primero es Migomike; nos va quedando más claro. Nunca hice espíritu de cuerpo con toda la izquierda. Eso lo mencioné en varias oportunidades, pero Migomike no lo leyó: ¿y así me exige que opine con conocimiento de causa cuando él no verifica la certeza de sus afirmaciones? Es legítimo el derecho de cualquier ciudadano el leer lo que le plazca, eso no se discute. No obstante, hay que ser coherentes y no endilgar a otros las deficiencias propias. En consecuencia, quien debe meditar con tranquilidad sus opiniones es Migomike quien insulta y pide a la vez que respete opiniones adversas; niega la validez de una fuente si leerla; y me atribuye falta de conocimiento sin demostrar su dominio sobre el tema.

El resto les pido que si tienen tiempo y desean leerlo lo revisen para que saquen sus propias conclusiones. Más allá de este infeliz comentario, quiero decir que nunca evadiré un debate en el que se contrasten ideas y argumentos. No puedo dejar de mencionar, seguramente para sorpresa de Migomike, que el artículo que lo indignó fue enviado a Andrés Bedoya, quien de vez en cuando visita Náufrago digital, un blog sobre cultura y política en el que el columnista de La Ortiga suele participar en buenos términos. Lo más paradójico se encuentra al final del comentario; al parecer en el paroxismo de su furia, Migomike no pensó bien lo que escribía: No critiques por criticar, pues estas quedando demasiado mal. Por mi parte, solo espero, estimados lectores, quedar bien con ustedes. Finalmente, más allá del contenido de este infeliz comentario, estoy convencido de que no se puede ser tolerante con los intolerantes.




viernes, diciembre 05, 2008

El goce del consumo ¿o el consumo del goce?



A Giuliano Terrones, por la charla y las ideas


Hace un año, la preocupación económica mundial giraba en torno al incremento del precio del petróleo, los alimentos y a la caída progresiva del dólar y del precio de los metales en el mercado internacional. A nivel nacional, a principios de este año recién se sintieron los efectos de estas alzas y bajas. En consecuencia, los estimados mensuales y anuales para la inflación y el crecimiento económico tuvieron que ser reajustados.

A unas cuantas semanas de terminar el 2008, el panorama mundial ha cambiado notablemente: George W. Bush no será más presidente de los EEUU y Barack Obama intentará lavarle el rostro a su país para devolverle no solo la estabilidad económica, sino también, la estatura moral tan venida a menos a nivel internacional durante la última gestión republicana; el barril de petróleo está a casi la mitad de su precio hace un año; el dólar se ha fortalecido en nuestro país; y algunos alimentos, como el trigo y el maíz, ya comenzaron la tendencia a la baja.

Desde que estalló la crisis financiera en los EEUU, diversos analistas han explicado este problema sobre todo, como era de esperarse, desde la economía. En este sentido, los enfoques políticos y sociales han complementando, en un grado menor, estas afirmaciones. Sin embargo, las interpretaciones culturales —me refiero a aquellas que tienen que ver con las ciencias humanas— han preferido, al parecer, observar de soslayo la crisis económica que, definitivamente, dejó de ser estadounidense en la medida que ya alcanzó dimensiones planetarias. Estos apuntes que ofrezco a continuación, tienen por objetivo proponer una interpretación psicoanalítica de la actual crisis económica en los Estados Unidos y, en consecuencia, del capitalismo tardío. Sin mayor pretensión de totalidad, estos apuntes aspiran a iniciar un diálogo con y desde aquella comunidad académica humanística que hasta ahora, a mi parecer al menos en nuestro país, se ha mantenido en un lugar expectante, mas no deliberante, en lo que respecta a la interpretación de la actual crisis económica mundial.

Una primera explicación, desde la perspectiva psicoanalítica, la encuentro en la utopía capitalista del american way of life. Dicha utopía sostiene la fantasía de que el éxito es posible de alcanzar por cualquier individuo. Es decir que, sin importar la posición social u otro tipo de determinismo, todos podemos aspirar dentro del capitalismo a realizar nuestros deseos. Esto, cierto en apariencia, entraña algunas dificultades para su verdadera realización porque el capitalismo no está diseñado para que todos los individuos alcancen el éxito, dicho de otra manera, para que materialicen sus deseos. La desigualdad y la diferencia son connaturales al capitalismo y, de por sí, no son necesariamente negativas o indeseables, sino que constituyen hechos innegables que, en determinadas circunstancias, podrían adquirir un matiz perjudicial. No obstante, si bien las diferencias son cuestiones de hecho, las desigualdades son producto del otorgamiento o la negación de derechos a ciertos individuos, o sea que se trata de una situación que no depende de un determinismo natural, sino de una acción deliberada por parte de quienes ejercen el poder. Entonces, ¿por qué no todos podemos ser Jefferson Farfán, Dina Páucar o Juan Diego Flórez? No porque se trate de una empresa imposible, sino porque el capitalismo permite que las diferencias —que son naturales y de hecho— se conviertan en desigualdades, es decir situaciones intencionalmente provocadas (sugiero leer El discurso de la igualdad de Ángel Puyol para ampliar este punto). Si el capitalismo contemplara la posibilidad de que todos los individuos pudieran realizar sus deseos, ello implicaría desaparecer todas las desigualdades de carácter artificial para que cada uno tome el control y ejercite directamente su voluntad. Sucedería algo similar a la escena de la cinta Todopoderoso, en la cual Jim Carrey interpreta a un relator de noticias a quien Dios en persona le concede todo su poder durante unos días. Este personaje atiende las súplicas y peticiones de todos los seres humanos quienes claman por su realización. En un momento de desesperación y para deshacerse de la molestia de oír a todo el mundo, decide complacer los deseos en su totalidad: el resultado fue el contrario al esperado, ya que todos los ciudadanos que compraron un boleto de lotería ganaron por igual, lo cual generó violencia, vandalismo y reclamos airados de todos los ganadores; en conclusión, el sistema colapsó porque todas las demandas fueron satisfechas por igual. Situación análoga ocurrió con los créditos inmobiliarios ofrecidos por los bancos y financieras en los Estados Unidos: tal como lo dijo un funcionario ante una comisión del Senado estadounidense, la intención que los guio fue cumplir el sueño americano de la casa propia a la mayor parte de ciudadanos. El resultado lo estamos apreciando: no es posible satisfacer a todos por igual, pero cuando se trata de compensar las pérdidas, nada más “democrático” que el capitalismo que nos demuestra que la satisfacción es elitista, mientras que la insatisfacción es generalizada.



Una segunda explicación, como consecuencia de la anterior, tiene que ver con el consumismo. La fase superior del capitalismo, avanzado o tardío como lo llaman Fredric Jameson y Slavoj Zizek, se caracteriza, entre otros aspectos, por lo efímero de los productos de consumo que forman parte de la cultura de masas. La característica más apreciable de un producto ya no es su durabilidad, sino la posibilidad de un constante reemplazo. Zygmunt Bauman, en Vida de consumo, afirma algo semejante: “el consumo es una condición permanente e inamovible de la vida y un aspecto inalienable de ésta, y no está atado ni a la época ni a la historia” (2007: 43). Agrega que “el consumismo es un atributo de la sociedad. Para que una sociedad sea merecedora de ese tributo, la capacidad esencialmente individual de querer, desear y anhelar debe ser separada (“alienada”) de los individuos (…) y debe ser reciclada/deificada como fuerza externa capaz de poner en movimiento a la ‘sociedad de consumidores’ y mantener su rumbo en tanto forma específica de la comunidad humana” (47). De lo expuesto hasta aquí, concluimos que el consumismo es lo efímero. El goce del consumo es una de las demandas, sino la más importante, que el capitalismo exige del individuo. A diferencia de la ética moderna de la cultura de masas de fines del XIX hasta mediados del siglo XX que alentaba el ahorro (“ahorro es progreso”) y valoraba los productos según su durabilidad, la ética posmoderna capitalista “libera” el deseo del sujeto (que paradójica esta palabra: es un término que señala la idea de sujeción) mediante el imperativo del goce, como diría Slavoj Zizek, “goza tu síntoma”; consume y paga después, este mes no pagues, atrévete a cambiar, lo quiero todo, tres por el precio de dos, no te conformes… Todas estas sentencias tienen en común que demandan al individuo a consumir y si no puede, el sistema le otorga una tarjetita de plástico que le asegura el ingreso al paraíso del consumo.
Aquí resultan también útiles las apreciaciones de Gilles Lipovestky. En La era del vacío, menciona que uno de los resortes que activa el consumismo en la posmodernidad es el hedonismo, ya que una de las demandas más extendidas en la cultura de masas actual es el culto al cuerpo, a la belleza física. La cultura spa, el marketing testimonial y en vivo tipo “llame ahora y obtenga un descuento”, son subproductos de cierta cultura de masas que apuntalan a la industria de la belleza corporal.

En consecuencia, lo que viene sucediendo en los EEUU y en todo mundo es que el capitalismo tardío, es decir, la fase superior del capitalismo globalizado y neoliberal, se está consumiendo a sí mismo como un agujero negro en expansión. La metáfora de un agujero negro es muy ilustrativa para este caso, ya que estos cuerpos estelares no son visibles directamente, sino a través de lo que sucede a alrededor, es decir, se le conoce por sus resultados, pero no sabemos desde dónde actúa. El actual capitalismo transnacional no es ubicuo, sino omnipresente: está en todos lados y en ninguno a la vez. Es como un agujero negro que consume todo cuanto está a su alrededor y, cuando ya se agotaron todas las fuentes, no le queda más que autofagocitarse, mecanismo similar al de los organismos vivientes que entran en una fase de descompensación: obtienen recursos de su propio cuerpo.

La crisis económica mundial nos está demostrando que “los ricos también lloran” y que ellos son tanto o más vulnerables que aquellos que no tienen nada que perder porque ya lo perdieron todo, debido a lo cual estos tienen más posibilidades de acomodarse a las restricciones, puesto que les son más familiares. ¿Es este el inicio del fin del capitalismo? ¿Se trata de una situación parecida a la caída del Muro de Berlín y al derrumbe del socialismo? De ninguna manera. Los paradigmas políticos, sociales, económicos y culturales no desaparecen, sino que se reciclan, se amoldan, se transforman o se acoplan a otros, pero, en todo caso, subsisten de manera distinta. El capitalismo, así como el socialismo, no han muerto; se trata de un punto de inflexión previo a un ajuste que no sabemos si terminó o si durará más tiempo. Tal vez, se avecina el momento en que estos dos grandes paradigmas tengan que llegar a una síntesis armónica. De lo contrario, ¿qué haremos cuando no haya más que consumir? porque el deseo, como lo explicó Lacan, es un imperativo inaplazable que nunca encuentra satisfacción.

El paso del goce del consumo hacia el consumo del goce acaba de comenzar.

lunes, diciembre 01, 2008

Los intelectuales y el compromiso social




En la cinta Sartre: años de pasión, se narra parte de la vida de Jean Paul Sartre y de Simone de Beauvoir, precisamente, sus años intelectualmente más fecundos. Una de las escenas más entrañables fue cuando Sartre y Beauvoir visitan Cuba y el propio Fidel Castro funge de guía en la isla. Cuando de pronto de topan con un ama de casa quien airadamente reclama al comandante por la refrigeradora malograda que hace semana nadie repara, el mismo Fidel en persona decide solucionar el problema ante la mirada escéptica de Simone de Beauvoir y el éxtasis revolucionario de Sartre. Luego de infructuosos intentos, el comandante indicó a la señora que ordenaría a uno de sus ministros para que en persona resuelva el desperfecto de su refrigeradora. Sartre no cabía en sí mismo de la emoción por el accionar del comandante Castro a quién le preguntó “¿y cómo le llama ud. a esto?”, a lo que Castro respondió “se trata de la democracia directa, todo lo que nos piden, se los damos”. Simone de Beauvoir preguntó de inmediato, “pero dígame comandante, ¿y si le piden la luna?”. Castro se detuvo, dio una intensa pitada a su habano y contestó muy orondo, “bueno, si me piden la luna es porque la necesitan”. Ni hablar, ¡al diablo el existencialismo!

Ahora bien, ¿qué hacer cuando la sociedad les pide la luna a los intelectuales? Creo tener algunas certezas al respecto, más concretamente, en lo que la sociedad debiera esperar de sus intelectuales. Si bien no estamos viviendo la euforia de mayo del 68 ni las marchas en protesta contra la guerra de Vietnam y tampoco disponemos de referentes en la cultura de masas como los íconos musicales que se reunieron en las colinas de Woodstock, existe una variedad de acontecimientos que merecen la atención de los intelectuales, aquella especie aparentemente en extinción a partir de 1980 —hecho coincidente con la consolidación del neoliberalismo a lo Reagan y Thatcher, como política económica en el Primer Mundo— . Dejaré pendiente la pregunta inicial para dar paso a otra no menos importante: ¿Qué debemos esperar de un intelectual en una era post muro de Berlín, post Torres Gemelas y, en general, post ideológica?

Si bien los pronunciamientos de un intelectual, o sus ideas, pueden generar acciones concretas, sus intervenciones poseen un carácter eminentemente simbólico (simbólico aquí no significa inocuo, sino referencial, es decir un conjunto de ideas-modelo a seguir). Es por ello que el resultado del accionar intelectual no debe ser evaluado necesariamente en términos prácticos, como el sastre que mide la talla de una prenda o como el despensero que despacha un kilo de arroz, sino mediante la actitud que el pensador asume, la cual puede oscilar entre la acción directa o la manifestación simbólica de sus ideas. Recordemos a Sartre y a Marlon Brando. Muchos de los más notables intelectuales franceses y europeos criticaron denodadamente a Sartre cuando este rechazó el Premio Nobel de Literatura. Estemos o no de acuerdo con esa decisión, lo cierto es que el autor de La náusea actuó por convicción y en estricta correspondencia y, en primer lugar, con sus ideas entre las que destacaba el compromiso del escritor con su sociedad. El caso de Brando fue similar: a pesar del reconocimiento de la crítica especializada, durante un buen tiempo se convirtió en un paria, ya que ninguna productora de Hollywood quería contar con sus servicios debido a sus actitudes díscolas e impredecibles. Rechazó el Oscar en protesta por el acoso que el gobierno norteamericano aplicaba contra los indígenas en sus propias reservas. Brando desafío las barreras que restringían el protagonismo de un actor más allá del estudio de grabación y decidió hacer manifiesta su protesta. En ambos casos, la frontera entre la manifestación simbólica y la acción concreta de un intelectual o de cualquier figura pública puede parecer difusa, ya que, siempre que estos actúen por convicción, el resultado será el mismo: mostrar y demostrar que el cambio comienza con las ideas.

No obstante, el intelectual, el artista, el académico, el político, el comunicador, el ciudadano común, entre otros, poseen distintas formas de manifestar su disconformidad con lo establecido. Un intelectual, a diferencia de un académico, tiene un compromiso moral con su sociedad y con su época, el cual va más allá de los límites de su especialidad profesional. Sin embargo, no se le puede exigir a un intelectual que resuelva todos los problemas sociales al estilo de la democracia directa de Fidel Castro. Para ello existen instancias competentes, las cuales no deberían evadir su responsabilidad en el cambio social: el Estado y las instituciones sociales, aquellas que nacen de iniciativas privadas como las ONG’s, asociaciones civiles sin fines de lucro, partidos políticos, medios de comunicación, frentes regionales, etc. ejercen todos juntos una influencia determinante en la vida nacional. Entonces, ¿el intelectual debe convertirse en un mero espectador de la miseria humana y contemplarla desde su torre de cristal? No. Lo que sucede es que su participación en dicho cambio tiene varias aristas, las cuales no se reducen exclusivamente a la acción o a la militancia partidaria. Gandhi, la madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King y muchos otros sin ser intelectuales o ideólogos en estricto sentido contribuyeron al cambio social desde el lugar donde mejor lo hacían. ¿Deberíamos recriminarles por no haber formulado un cuerpo sólido de ideas? Análogamente, ¿Sería sensato fustigar a Mariátegui como un intelectual incompleto porque no pasó a la acción? ¿Restaremos valor a las ideas de González Prada porque se refugió en su hogar durante la ocupación chilena? A propósito, es pertinente releer “El intelectual y el obrero”, texto en el cual el autor de Horas de Lucha no encuentra conflicto entre la labor de ambos, sino que las entiende como complementarias: cada uno desde su lugar puede aportar al cambio social.

En este sentido, la exigencia de la acción directa a un intelectual o a un artista, a manera de un imperativo impostergable, podría desnaturalizar sus roles y, lo que es peor, quitarles independencia política e ideológica. En todo caso, se trata de una decisión individual, en la que las convicciones personales deben encontrarse por encima de cualquier coacción social, ideológica o política. De ninguna manera estaré de acuerdo con que la agenda individual de un intelectual esté conducida por otra motivación que no sea el convencimiento interior de creer en lo que piensa para luego hacer lo que piensa por una sencilla razón: no creo en los intelectuales ni en los revolucionarios que actúan por reflejo. La solución de los problemas sociales demanda la movilización de una logística que muchas veces excede las facultades de cualquier iniciativa individual por muy bienintencionada o altruista que esta sea. Siempre que un intelectual, un ideólogo o un revolucionario pretendieron llevar a la acción sus ideas, tuvieron que ampararse en el espíritu corporativo de alguna organización lideraba por ellos o que los apoyara.

Entonces ¿qué debemos exigirle a un intelectual? 1) que sea consecuente con sus ideas, es decir que predique con el ejemplo, 2) tomar postura y pronunciarse frente a hechos concretos, 3) colocar la ética por encima de la ideología y de la política (lo cual sea, tal vez, la demanda más difícil de cumplir: no separar la política de la moral). 4) Proponer iniciativas de cambio y convertirse en un formador de opinión, en un referente para su sociedad y su época. Todo ello, a mi modo de ver, es lo que deberíamos esperar de un intelectual. Pero exigirle la solución de la triste realidad de los más necesitados es un propósito que, como indiqué antes, puede exceder sus facultades, aunque indirectamente contribuya con aquello. En consecuencia, no les pidamos la luna, exijámosles, más bien, que tengan bien puestos los pies en la tierra.

domingo, noviembre 23, 2008

Réquiem por la libertad de expresión en el Perú



Augusto Álvarez Rodrich despedido de Peru21

Arturo Caballero Medina

El encarcelamiento de Magaly Medina y los petroaudios y correos electrónicos de Rómulo León son los temas que continúan acaparando los principales titulares en los medios de comunicación nacionales. Atrás quedaron la inflación, los conflictos sociales en el interior del país, los esporádicos ataques del narcoterrorismo, la crisis económica mundial y ni qué decir del juicio a Fujimori. La mayor parte de la opinión pública está interesada en saber si Magaly saldrá o no de la cárcel, en las amantes de Rómulo León y los secretos que guarda, y en quiénes serán las próximos héroes y soñadores en Bailando por un sueño. Sin embargo, en comparación con estos sucesos, muy pocos están realmente preocupados por la salida de Augusto Álvarez Rodrich de la dirección de Perú 21 y de los principales columnistas de ese diario. (Y creo que mucho menos por la reunión de APEC, más bien noto a la población algo dividida: bien por el feriado largo, pero fastidiada por el cierre de calles y avenidas).

Es que existen ciertos temas talismán que provocan en la población una gran fascinación. Esto lo saben muy bien los expertos en marketing y publicidad: el asunto consiste en crear necesidades en el consumidor y convencerlo de que realmente requiere de aquello que, usualmente, prefería prescindir. En el caso de los medios de comunicación social, no es muy distinto, como podemos apreciarlo diariamente, ya que la agenda política nacional no la establecen los partidos políticos ni los intelectuales ni siquiera el gobierno: son los medios de comunicación quienes discuten sobre las cuestiones de interés nacional, son los periodistas de opinión quienes han reemplazado a los intelectuales en el cuestionamiento del poder, a veces acertadamente, y otras, de manera vergonzosa. A los políticos solo les toca la risible tarea de alimentar este circo, sin embargo, también generan pasiones encontradas en la opinión pública.

En este contexto nada promisorio ¿qué hacer con la libertad de expresión? ¿qué tan reales son las libertades cuando se constituyen solo como una arenga y no como una costumbre cotidiana y responsable? Personalmente, considero que la libertad de expresión en el Perú es un tema utilizado de manera oportunista por parte de sus eventuales defensores. A continuación, expongo las razones que sustentan mi postura.

En primer lugar, cuando un gobierno socialista o dictatorial aplica censuras a la información, todos los medios de comunicación, con sus figuras más emblemáticas a la cabeza, cierran filas en defensa de la libertad de expresión. Así ocurrió, recordarán, cuando los periodistas más connotados del país (¿digo bien o debería decir más bien de Lima?) protestaron airadamente frente a la embajada de Venezuela debido al cierre de un canal de televisión en ese país; pero luego de enterarnos de la salida de Álvarez Rodrich de Perú 21, la indignación de la mayoría de esos periodistas brilla por su ausencia: se la guardaron de la misma forma que Federico Salazar, Mónica Delta y Nicolás Lúcar durante el fujimorato. A pesar de que lo de Perú 21 nos toca directamente, salvo algunas voces como Rosa María Palacios, un poco menos Beto Ortiz y, esto hay que reconocerlo, los bloggers y cientos de comentaristas que los frecuentan, en la prensa, radio y televisión ha rebotado muy débilmente esta noticia.



En contraste con lo anterior, cuando se trata de un gobierno liberal, apoyado por cifras macroeconómicas favorables, la indignación de algunos de aquellos periodistas antichavistas es mucho menos intensa. Me viene a la mente el caso de Frecuencia Latina cuando Montesinos favoreció a los hermanos Winter para quitarle el canal a Baruch Ivcher. Contrariamente a lo que sucede hoy, muchos periodistas protestaron abiertamente contra esta decisión. (Aunque también tuvo sus bemoles —Fernando Viaña defendió ardorosamente el canal contra la intervención de los Winter, pero, años después, integró una lista al congreso por el fujimorismo— dicha reacción decía mucho de lo que vendrían los años siguientes).

No sucedería igual con la salida de Fernando Ampuero de la unidad de investigación de El Comercio ni con la de Álvarez Rodrich de Perú 21. Al respecto, Cecilia Valenzuela lamentó la salida de ambos periodistas, pero atribuye la causa a una manipulación deliberada de los petroaudios y petromails que tuvo en ciertos periodistas, como Fernando Rospigliosi, a tontos útiles que le hicieron el juego a los que quieren desestabilizar la democracia. No sé si Cecilia les hace un favor o los recrimina. Como lo dije antes, existen temas más atractivos para la opinión pública y mientras los propietarios de los medios de comunicación estén más pendientes de la rentabilidad que de los principios que conducen la labor periodística, le darán al consumidor lo que le gusta, ya que así aseguran su cuota de participación en el poder entendido como capacidad de influencia.



Siguiendo esta línea, en el caso de Magaly, muchos periodistas de opinión sostuvieron que la sentencia era desmesurada y algunos alegaron que constituía un mal precedente para la libertad de expresión. Paradójicamente, esos mismos no emitieron opiniones tan vehementes respecto al caso Álvarez Rodrich, cuyas reacciones, como dije antes, fueron más bien aisladas, tímidas. Todos se hacían el muertito porque nadie quería comprarse el pleito. La moral de la responsabilidad se impuso a la moral de la convicción: actuaron por cálculo, evaluando reacciones, daños y perjuicios, costo y beneficio; y no por salvaguardar su propia integridad moral que, a la postre, es lo único que sostiene la credibilidad de un periodista. Sino que nos lo recuerde Nicolás Lúcar luego de protagonizar en vivo y en cadena nacional aquel vergonzoso infundio contra Valentín Paniagua.

Jorge Del Castillo explica la salida del director de Perú 21 como una decisión empresarial de los propietarios de El Comercio. Por lo tanto, no es que el Ejecutivo haya tenido algo que ver, sino, por el contrario, se trataría de una decisión autónoma en la que el gobierno no tiene ingerencia alguna. Flaco favor el que le hace Del Castillo a la nueva dirección de El Comercio porque, así como lo plantea, se trata de una decisión empresarial, utilitarista, calculadora, donde la ley de la oferta y la demanda, del costo-beneficio se impusieron a la autonomía que debe garantizar un medio a sus periodistas tanto para asumir el éxito como los perjuicios de su actividad. Asimismo, el mercado también nos explica el porqué del silencio cómplice de los periodistas estilo “protesta frente a la embajada de Venezuela en defensa de la libertad de expresión”. La oferta y la demanda nos dicen que la salida de Álvarez Rodrich no es rentable ¿quién lo conoce? ¿lo leerá el chofer de combi, el datero o el cobrador? No. Todos quieren conocer los faenones de Rómulo o si Lucianita era el cerebro de la operación. Como vemos, la calidad de las exigencias periodísticas de gran parte de la opinión pública son muy pobres, sino pensemos porque Laura Bozzo, Jaime Bayly y Magaly tuvieron tanto éxito.

A gran parte de la opinión pública poco le importa que un medio como Perú 21 haya sido silenciado tan sutilmente. El pretexto de la decisión empresarial es el velo que intenta cubrir el hecho de que existen métodos más refinados para coactar la libertad de expresión. El APRA ha perfeccionado la técnica fujimontesinista, ya que comprar líneas editoriales es muy riesgoso; tal vez los accesos al poder o compartir parte de este es más atractivo para aquellos propietarios de medios y para ciertos periodistas que alimentan la imagen del oficialismo en perjuicio de su propia credibilidad. Entonces, ¿Cómo puede sentir el ciudadano de a pie amenazada su libertad de expresión si no sabe como fortalecerla y mucho menos ponerla en práctica? ¿Cómo hacerlo si quienes deberían cuestionar el poder carecen de espíritu crítico? Tarea difícil. Traslado la pregunta a Cecilia Valenzuela.

¿Dónde están aquellos que se rasgaron las vestiduras por el cierre de un canal de televisión en Venezuela? Hoy callaron en todos los idiomas. Es así como defienden la libertad de expresión en el Perú y así como contribuyen a su desaparición. Muere aplastada por el silencio cómplice de los que no se atreven a decir que condicionaron su indignación a la rentabilidad del mercado. Desde aquí, mi solidaridad con Augusto Álvarez Rodrich, con todos los ex columnistas de Perú 21 y un especial reconocimiento a los que desde adentro, como Eduardo, Giacosa y al entrañable “Otorongo” (quien protesta sin cabeza), entre otros tantos quienes no esconden su rechazo contra una medida tan arbitraria y que no se tragan el cuento de la decisión empresarial autónoma sin ingerencia del gobierno.

jueves, noviembre 20, 2008

300: la ideología detrás de la pantalla




Si usted mira los grandes filmes de Hollywood, en un principio parecerían ser absolutamente apolíticos, pero en la trilogía Matrix está absolutamente claro que bajo la excusa de un entretenimiento se apunta a los más profundos temas políticos. Matrix es una especie de metáfora gigante de cómo estamos controlados por un anónimo poder (...) la ideología funciona precisamente cuando es invisible, cuando uno no está atento.

Slavoj Zizek





Arturo Caballero Medina

Durante el 2007, George W. Bush solicitó al Congreso de los EEUU una ampliación en el presupuesto para solventar la guerra en Irak. Este objetivo era muy importante con vista a las elecciones de 2008, lo cual evidenciaba la premura por obtener resultados positivos y concretos que convencieran a la opinión pública norteamericana de que la "guerra contra el terror" la ganaría EEUU, por lo que, era vital no capitular en ese momento decisivo. En este contexto, se estrenó 300, a nivel mundial, a mediados del año pasado.



Frente a la afirmación de que los medios de comunicación no poseen mayor influencia en la difusión de una ideología dominante y que, en consecuencia, sus productos resultan inocuos o inofensivos, que, a lo sumo, inducen u orientan al consumidor, me adhiero a la postura que sostiene lo contrario, es decir que los mass media, efectivamente, son los vehículos que transmiten y amplifican una determinada ideología. En este sentido ¿cuál es la ideología detrás de la película 300?

Existen antecedentes acerca de producciones mediáticas creadas especialmente con una finalidad más allá que la comercial: el cómic Capitán América fue muy popular durante la Guerra Fría y sirvió para levantar el animo de los soldados estadounidenses destacados en plena guerra de Corea. Durante los años de la gran depresión del 29, Walt Disney diseñó al famoso ratón Mickey Mouse que, deliberadamente o no, contribuyó a disipar las preocupaciones de los norteamericanos acerca de la crisis económica. 300 cumple un papel similar. Cabe resaltar que estas repercusiones no siempre están contempladas por quienes crean el producto.

El filme, dirigido por Zack Snyder, es una adaptación del cómic de Frank Miller basado a su vez en la batalla de las Termópilas. Según la trama, Leónidas, rey de Esparta, enfrenta el dilema de acatar las leyes religiosas que impiden combatir durante determinada época y defender a su pueblo contra la amenaza persa. Leónidas no había obtenido de los éforos, especie de consejeros cuya ascendencia sobre los reyes era notable, concesión alguna: debía renunciar a combatir durante las celebraciones religiosas. En el diálogo que sostiene Leónidas con su esposa Gorgo, ella lo emplaza a que siga sus propias convicciones, ya que la lucha por la libertad es una razón suficiente por la cual combatir. Situación análoga a la que el presidente de los EEUU enfrentó, salvando las distancias históricas y éticas, luego del 11 de septiembre: acatar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo veto a la intervención era inminente, o actuar de manera arbitraria, como finalmente lo hizo la coalición EEUU-Reino Unido-España.

Por otro lado, la petición de la reina Gorgo ante el senado espartano bien podría evocar las que el Ejecutivo de los EEUU demandaba de su Congreso. La paráfrasis del discurso de Gorgo es más o menos así: nuestros soldados se encuentran combatiendo lejos de la patria, en inferioridad de condiciones, por nuestra libertad y nosotros tenemos el deber moral de apoyarlos. ¿Vamos a abandonarlos ahora cuando más nos necesitan? Está en juego no solo el bienestar de Esparta, sino de todo el mundo libre. Basta de discusiones inútiles, es hora de pasar a la acción. De esta manera, las instituciones que se encargan de velar porque las leyes no se transgredan quedan reducidas a un obstáculo burocrático e impráctico que no hace más que dilatar la victoria final.



Otro aspecto que merece ser analizado es el estereotipo reforzado en la trama de la cinta. Los persas son retratados como la encarnación misma del mal, de la barbarie y de todas las tragedias que asolarán al mundo libre. Se trata de una perspectiva dicotomista que no admite matices intermedios: espartanos-occidente-civilización-libertad-sacrificio; persas-oriente-barbarie-mercenarismo. Mientras los espartanos son presentados con unos cuerpos apolíneos, perfectamente cultivados para la guerra, los persas conforman un ejército multiétnico que no lucha por convicción, sino por temor al tirano Jerjes. Estos últimos carecen de estrategias, son cobardes, estéticamente desagradables -los inmortales cubren un rostro deforme con una máscara; los generales de Jerjes son gordos e ineptos para la guerra- y parte de una cultura degradada (los gigantes deformes, las mujeres mutiladas que participan de la fiesta orgiástica de Jerjes, lesbianismo, brujería entre otros dan cuenta de esto). Esta visión maniquea sobre las culturas tiene su principal ejemplo en el contraste entre Leónidas y Jerjes. Aquel es un hijo de Esparta criado para luchar hasta morir por sus ideales, es valiente y físicamente esbelto, lo cual resalta su masculinidad; en cambio, el androginismo de Jerjes lo expone como un ser totalmente opuesto a los valores que encarna el rey de Esparta: no lucha, es delgado y enclenque, y parece más un estilista amanerado que un estratega militar.



Todo esto calza en el discurso que George W. Bush enarbolaba en su lucha contra el terrorismo mundial. EEUU, a la cabeza del mundo libre, tenía el deber moral de combatir a aquellos que quieren imponer el terror y acabar con la cultura de la libertad -a la cual asume como propiedad exclusiva de occidente-. Si 300 hubiera sido estrenada entre 2002 y 2004 (la filmación se inició el 2005) de seguro que habría sido de mayor utilidad para el gobierno estadounidense, aunque, en aquellas circunstancias, lo "políticamente correcto" era apoyar la guerra en Afganistán e Irak. Osama Bin Laden y Sadam Hussein reunían el perfil del tirano que los EEUU necesitaban para justificar su intervención en nombre de la libertad, la democracia y la seguridad mundial. En alguno de los alucinados discursos de Bush, estoy seguro que lo oí decir que esta era una lucha entre el "bien y el mal" y, por supuesto, occidente, en su conjunto, el modo de vida que habían construido, dependía de lo que los EEUU hicieran o dejaran de hacer en ese instante.


La escena final es también muy sugestiva: la batalla de Salamina congregó a todo el mundo griego en una especie de cruzada en defensa de la libertad y contra la barbarie que viene del oriente. En las palabras del soldado que combatió con Leónidas, los espartanos lideraron ese variopinto ejército multinacional cuyos gobernantes comprendieron al fin que el sacrificio de los 300 espartanos en las Termópilas no debía ser en vano.

Entonces, ¿cuál es la ideología subyacente al discurso de 300 en el contexto en el que aparece? Que ciertas culturas son propietarias de valores universalizables y, por consiguiente, tienen la potestad de defenderlas a toda costa, aun si para ello hay que quebrantar la institucionalidad jurídica. Estar convencido de que la libertad y la democracia son consustanciales solo a occidente es una idea muy peligrosa porque implica no solo defensa de estos valores, sino, eventualmente, hacerlos extensivos a otras civilizaciones "por el bien de ellas mismas". Sin embargo, aunque ello sea justo, racional y correcto, no se justifica la imposición de sistemas por la fuerza.

Antes de que los 300 espartanos fueran aniquilados por los persas, un niño le preguntó a su papá en el cine "si los buenos iban a morir". No oí la respuesta del padre. En vez de eso, vimos cómo los 300 espartanos fueron traicionados por Efialtes y que entregaron sus vidas por un ideal del cual estaban plenamente convencidos. Por su parte, los soldados norteamericanos seguramente pronto caerán en la cuenta de que ellos también creyeron en Efialtes-Bush: el traidor que nunca les dijo la verdad. Afortunadamente, al menos en esto, acertó Snyder "sin querer queriendo".



TRAILER DE 300

martes, noviembre 18, 2008

HERBERT MOROTE: enemigo Nº 1 de Bolívar



por Víctor Condori
Historiador

Para juzgar a las revoluciones y a sus jefes, debemos observarlas desde cerca y juzgarlos desde muy lejos.

Simón Bolívar

Bolívar fue un hombre excepcionalmente complejo, un libertador que desdeñaba el liberalismo, un soldado que menospreciaba el militarismo, un republicano que admiraba la monarquía. Estudiar a Bolívar es estudiar a un personaje extraño y muy particular, cuyo pensamiento y voluntad fueron factores no menos clave en el cambio histórico que las fuerzas sociales de la época.

John Lynch

No hay aspecto de la vida de Bolívar, desde su cuna (¿era del todo blanco?) hasta su muerte (¿murió como cristiano?), que no provoque acalorados debates en los que no siempre se lucha por la gloria del héroe con un sentido realista del valor de las municiones que se manejan, ni aún de la posición que se defiende.

Salvador de Madariaga


Los libros de historia tienen como principal función informarnos sobre los personajes, instituciones, acontecimientos y sociedades pasadas, luego de haber sido rigurosa y profesionalmente investigadas y analizadas por los historiadores.


No es labor del profesional de la historia juzgar o condenar una época, un pueblo o un personaje, sino más bien, tratar de entender los motivos o razones que llevan a adoptar un comportamiento, defender una aposición o realizar una acción.

Finalmente serán los lectores, aficionados y tal vez profesionales, quienes sacarán sus conclusiones, aceptarán o rechazarán, absolverán o condenarán; en otras palabras, tomarán partido o posición. Ello no significa que los historiadores no deban tener una posición política o ideológica, simpatías o preferencias, amores u odios, ¡claro que sí!, más ellas no deben influir en el trabajo de investigación, donde reina el valor del documento; más este reinado tampoco es absoluto sino relativo, por que varía según el tipo de documento y las circunstancias en que fue escrito.

Puede parecer un tanto simplista e incluso idílica esta introducción sobre la historia y los historiadores, pero es la forma como hemos entendido la historia algunos de nosotros que hacemos algo de investigación. Por ello, luego de leer el libro “Bolívar, libertador y enemigo Nº 1 del Perú” de Herbert Morote, me sentí entre confundido y decepcionado. No por que se muestre una imagen negativa de la figura “deificada” del libertador Simón Bolívar, sino más bien, por que no sabía si había leído un libro de historia o literatura. En el sentido que el texto carecía del rigor histórico y de la imaginación y encanto literario.

Pero si hay algo de lo que estoy seguro, es de la intención del autor. Que no es precisamente recordarnos quién fue Bolívar, para ello tendríamos que conocer no su vida, sino su evolución política, desde aquel jovenzuelo aristócrata con aires de Casanova que paseaba su curiosidad por Europa, pasando por el conspirador y revolucionario, hasta llegar al libertador y estadista. Esta evolución la encontramos en los sobresalientes estudios de Gerhard Masur (1987), Salvador de Madariaga (1985) y John Lynch (2006). Tampoco busca analizar el nacimiento, desarrollo y consolidación del autoritarismo bolivariano, su legitimación y justificación contemporánea por un tropel heterogéneo de mandones, caudillos, dictadores y dictadorzuelos latinoamericanos; no, este tema ha sido estudiado para el caso venezolano, desde hace 40 años, por Germán Carrera Damas (1969).



El libro de Herbert Morote pretende circunscribirse a la etapa de Bolívar en el Perú, entendiendo claro esta, el Perú por Lima. Sin embargo, si alguien cree que la etapa de Bolívar en el Perú debe comprender el estado político, social y económico en el que se encontraba nuestro país antes de su llegada; las causas del fracaso de San Martín y los primeros intentos de gobierno autónomo; las razones de la llegada de Bolívar y su retiro al norte para organizar allí el ejército libertador. Así como un estudio sobre los planes políticos federativos, sus relaciones con otras regiones del Perú y los objetivos de un gobierno vitalicio. Se equivoca, eso no va encontrar en el texto. Pues este se halla preñado de infundíos, contradicciones, malas interpretaciones, errores y hasta horrores, con los que se busca demostrar de la manera más pedestre hasta la indigestión, todo el daño que Bolívar nos ha hecho a los peruanos, pues a decir de Morote “ninguna otra nación latinoamericana llegó a pagar por su independencia lo que el Perú pagó por su ayuda” (p 17).
El tenor sobre el cual se mueve todo el argumento del libro es: la represión brutal que sufrimos los peruanos y la nefasta amputación territorial. Para demostrarlo recurre a algunas monografías, cuyos contenidos son citados sin ningún rigor, y sobre todo a las numerosas cartas del libertador. No obstante existir miles de ellas, Morote no logra entender que las cartas son ante todo documentos privados, que tienen diversos fines: llamar la atención, seducir, amenazar, comunicar y hasta engañar. Nos sirven muchas veces para conocer el estado de ánimo, la impresión que nos dejan las personas o lugares, dentro de un contexto específico; pero no, para calificar moralmente a alguien.

Así, en la página 53 de su libro, Morote cita una carta de Bolívar al vicepresidente de Colombia Francisco de Paula Santander, en la que dentro de muchos asuntos le manifiesta, “los quiteños y los peruanos son la misma cosa: viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios y son todos truchimanes, todos ladrones, todos falsos, sin ningún principio moral que los guíe”. Y en base a este párrafo, afirma: “Creer, como Bolívar, que todos los indios son unos ladrones, embusteros, falsos y sin ningún principio moral es, aparte de ignorancia, un testimonio de racismo y de la peor clase y especie...Bolívar, con estos prejuicios, demostró que no poseía las condiciones morales ni intelectuales para gobernar un país, menos un país como el Perú donde el respeto y aceptación de la diversidad debiera ser la base de cualquier política” (p 55).

En primer lugar, debemos de precisar que dicha carta no fue enviada desde el Ecuador, como lo señala el libro (p 75), sino más bien desde Pativilca el 7 de enero de 1824. [1] Y ésta, no solo es un pedido urgente de necesarias tropas colombianas (p 53), sino un balance decepcionado de la situación vivida en el Perú cuatro meses después de su arribo, en medio de la incertidumbre por el futuro y la enfermedad presente, que lo ha tenido al borde de la muerte durante siete días, “de resultas de una larga y prolongada marcha que he hecho en la sierra del Perú, he llegado hasta aquí (Pativilca)) y caído gravemente enfermo”. Por ello se explica el tono pesimista y decepcionado.

En esta misma carta se queja de las deserciones en el ejército del sur, “Si hay 400 granadinos o venezolanos es lo que tenemos, y los suranos son tan desertores como no hay ejemplo: tanto es que hemos perdido ya 3,000 en el ejército del Perú”. Asimismo, manifiesta al vicepresidente Santander su negativa a encargarse de la defensa del sur, por que siente que en ella “voy a perder la poca reputación que me resta con hombres tan malvados”. Por ello se despide con su antiguo adagio, “vengan tropas y habrá libertad”.

En esta carta no se refiere específicamente a los indios ni a los peruanos, sino a los quiteños, colombianos, venezolanos, peruanos y guayaquileños, “los quiteños son los peores colombianos. Los venezolanos son todos santos en comparación con esos malvados. Los quiteños y los peruanos son la misma cosa: viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo...Los guayaquileños mil veces mejores”. Si bien, llama a los indios truchimanes, ladrones, embusteros y falsos, es por que los está comparando con los blancos peruanos y quiteños que ha conocido: “los blancos tienen el carácter de los indios”, manifiesta.

Si uno atiende al contexto en que fue escrita dicha carta (enero 1824), encuentra varios elementos determinantes: a) La necesidad urgente de tropas colombianas y venezolanas para acabar con la guerra, por que las existentes desde su punto de vista son inútiles; b) la decepción generada por la rebelión de tropas argentinas acantonadas en la fortaleza del Callao (5 enero) ; c) las continuas deserciones de tropas peruanas, “toda la tropa del Perú que no se emplee encerrada en una plaza fuerte se deserta sin remedio y se pierde el gasto y el trabajo...Así es que todos los días se renuevan los batallones, y ya solo quedan reclutas”, le escribía al presidente Torre Tagle (7 de enero); y finalmente, d) su lamentable enfermedad, que lo tiene sumido en la impotencia, “es una complicación de irritación interna y de reumatismo, de calentura y de un poco de mal de orina, de vómitos y dolor cólico. Todo esto hace un conjunto que me ha tenido desesperado y me aflige todavía mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin padecer infinito”.

[1] Sobre esta carta del libertador, consultar Simón Bolívar. Obras Completas. Volumen I, pp. 864-866.

lunes, noviembre 10, 2008

Respuesta a Andrés Bedoya Ugarteche

Andrés Bedoya Ugarteche o el cacógrafo embotellado


Arturo Caballero

El entrañable don Timoteo


Los recuerdos que tengo de Andrés Bedoya se remontan a 1986 cuando el autor de esta nota cursaba sexto grado de primaria en Arequipa. El canal 9 de Lima tenía la señal del 8. De lunes a viernes entre las 7.45 a 8 de la noche, un muñeco llamado don Timoteo, vestido como loncco arequipeño, con sombrero y acento característicos, comentaba los acontecimientos de la semana con humor y picardía, dándole un toque local a las noticias. Era "La pedrada de Andrés". Su creador acompañaba a don Timoteo, pues era aquel quien daba vida a la voz de pintoresco characato loncco. El guión del microprograma consistía en que don Timoteo se indignaba con las autoridades y/o políticos por su incapacidad o su tendencia a"meter la mano" en el fisco al enterarse por Andrés de los entretelones de tales fechorías. Los televidentes enviaban sus cartas al programa en las cuales felicitaban a don Timoteo por su coraje en denunciar a las autoridades que se aprovechan o que no cumplían con su labor. En aquellos años, Andrés Bedoya utilizaba su facilidad de palabra para ridiculizar a los políticos locales con mucho ingenio. El programa duró algunos años, con ciertas intermitencias, pero a medida que pasaban el tiempo, cada retorno de don Timoteo estaba impregnado de más agresiones verbales, invectivas y constantes alusiones al color de la piel o al origen o procedencia de la persona que era criticada. El ex alcalde de Arequipa, Luis Cáceres Velásquez fue uno de sus favoritos a la hora de criticarlo. Ambos se vieron enfrascados en una querella judicial, debido a un conato de pelea en una céntrica fuente de soda, "Manolo", donde Lucho Cáceres encontró a Andrés Bedoya y le propinó un puñetazo. Aquella vez, el creador de don Timoteo recibió una pedrada que nunca olvidaría en su vida. Personalmente, le tenía afecto al personajillo hasta que a su creador no se le ocurrió mejor idea que transmitirle su propio resentimiento y desdoblarse en su criatura, convirtiéndolo en un viejo amargado, racista e intolerante.

Los tiempos presentes son absolutamente distintos: don Timoteo no existe, Andrés Bedoya ya no sale en televisión, sino que es columnista de Correo, y sus actuales pedradas son, precisamente eso: "rocas" verbales.

El cacógrafo embotellado



Cada vez tengo más claro el porqué Aldo Mariátegui, a pesar de las reiteradas quejas de muchos lectores, sigue permitiendo la publicación de los artículos de Andrés Bedoya. No lo hace por su atildada prosa o por la profundidad de sus análisis políticos, sino porque le sirve como chien de garde contra aquellos que discrepan abiertamente de las ideas de Aldo y de la línea editorial de Correo, que al final son lo mismo. Además de compartir una prosa digna de la envidia de los redactores de los diarios "chicha" -aquellos que florecieron cancerosamente durante el fujimorato- tanto Aldo Mariátegui como Andrés Bedoya derrochan ingentes cantidades de mediocridad periodística e incurren en gruesos errores de interpretación de la coyuntura política y social actual. En esto, exclusivamente, poseen un nivel superlativo.

De otro lado, coinciden en sus convicciones ideológicas pseudoliberales y, más bien, conservadoras -muy propias de los liberales económicos para quienes las libertades políticas y las consideraciones éticas son un estorbo-. El estilo de gacetillero atrabiliario les brota espontáneamente del mismo modo que les es natural la falta de sustento y el insulto fácil para darle contundencia a sus afirmaciones . De Aldo me ocuparé en una próxima oportunidad. Ahora, aunque no lo tenía previsto, debo responder a los comentarios que Andrés Bedoya vertidos en este blog, comentarios que, muy a mi pesar, no eliminé en su momento, pero que ahora, los dejaré impresos como testimonio de la invalidez argumentativa de su autor, a quien, aparentemente, la vejez ha acentuado los peores rasgos de su personalidad como la necedad y la estrechez de pensamiento, cuando no la pose matonesca, que, más bien, es propia del perro que ladra.

En cada línea de su columna La Ortiga, Andrés Bedoya demuestra una absoluta mediocridad que no lo avergüenza en lo absoluto, sino que, por el contrario, lo enorgullece. Desperdigar insultos a diestra y siniestra es para él un hábito que forma parte de su estilo. Desde aquí lo emplacé a debatir y en ninguna oportunidad manifestó siquiera un ápice de fundamento ni un asomo de réplica: es que no los tiene o, simplemente, es algo que sobrepasa sus capacidades. Lo que hace bien es trazar débiles líneas alrededor de una idea general y abundar en lugares comunes, a lo cual le agrega insultos, burlas, tergiversaciones... en fin, parafraseando al poeta Alberto Hidalgo: "pobre paisano mío, parece que cuando hablara, cientos de burros estuvieran rebuznando..."

La cacografía, en el caso de Andrés Bedoya, ha alcanzado niveles dantescos. Se trata de un cacógrafo consumado a quien la validez de sus argumentos le importa un comino. Es un convencido de que mediante el insulto le imprime mayor contundencia a sus afirmaciones. Nunca argumenta ni prueba ni exhibe razones para sostener todas las sandeces que el diario Correo se empecina en publicarle. Algunas veces ha escrito algunos comentarios en este blog, los cuales accedí a publicar con la finalidad de probar hasta donde alcanzaba su moderación. Claro, algunos dirán que si acepto sus comentarios debo atenerme a las consecuencias: de la misma manera replico, que se atenga él a las suyas. En su última intervención aquí, escribió que habría que ser un cojudo para creer que existe en el Perú una izquierda democrática. Para sostener tal afirmación indicó que las protestas en el sur son una evidencia de que la izquierda no puede ser democrática. Andrés, lo cierto es que tu cultura política y social es tan vasta como tus recursos estilísticos y tu abreviada prosa: solo fuegos fatuos, resentimiento ideológico, falsedades acumuladas. Conozco intelectuales de derechas y liberales con los cuales resulta constructivo conversar porque son mentes lúcidas con posturas distintas, pero abiertos a la discrepancia. En cambio tú, Andrés, escribes siempre el mismo discurso, pero usando distintos insultos. No tienes idea de lo que es el marxismo ni la socialdemocracia ni siquiera has entendido de Wikipedia lo que es el liberalismo ni el libre mercado. Para ello, te sugiero que leas La riqueza de las naciones ¿de quién? adivina pues... de Adam Smith; y también Sobre la libertad de John Stuart Mill. Estos dos filósofos políticos te darán algunas luces para que te redefinas como un conservador de derechas (pero no de la derecha pensante porque eso es demasiado complejo para ti), bueno tal vez si llegas a Carl Schmidt comulgues cien por ciento con él. Te adelanto algo: ¿sabes lo que dicen Smith y Mill acerca del liberalismo? que debe existir equilibrio entre las libertades políticas y las económicas, y que todos los grupos sociales deben partir de una misma base y, en función de sus capacidades individuales, lograr sus objetivos para conseguir la realización personal. Para ello, el Estado no debe desaparecer, sino asegurar una calidad de vida a los ciudadanos que lo integran, de lo contrario, un Estado que es incapaz de esto contribuye a la desigualdad social. ¿Te quedó claro Andresito? En consecuencia, no andes vociferando por ahí que eres liberal.

Si quieres debatir aporta razones, no repartas coces por doquier. Hilvana mejor tus ideas y no seas tan oportunista, al menos infórmate medianamente sobre el tema que escribes. Magaly recibió una sentencia por algo que considero menos grave de lo que tú haces: agredir impunemente la dignidad de mucha gente respaldado tras la libertad de expresión que todos los gacetilleros hepáticos y nostálgicos por la mano dura del fujimorato elevaron a la categoría de dogma. Típico ejemplo de la razón cínica, cuando te conviene la defiendes y cuando no la atropellas de un solo porrazo.

De otra parte, un flaco favor le haces a los arequipeños que difícilmente creo que se sientan representados en tu intolerancia racista y en aquel mal entendido orgullo regional:"¿quiénes coño han sido los subvertebrados que han actuado como la basura que son? Sí lo adivinaron: puneños arreados por la cabronería comunista en un noventinueve por ciento. Y que no se me diga racista: puneño es gentilicio y geográfico."

Además, opinas de marxismo con la sapiencia de un primate. ¿Alguna vez te tomaste el tiempo suficiente para revisar lo que escribes? Tendría que hacer una larga digresión para explicarte qué es realmente el marxismo, tanto los desaciertos como la vigencia de algunos de sus postulados, pero estoy seguro que sería inútil. Mejor que eso, te sugiero que leas La teoría de los sentimientos morales de Adam Smith, libro en el cual el padre del liberalismo económico matiza todas sus apreciaciones vertidas en La riqueza de las naciones, recalcando que el liberalismo no puede sustraerse del dolor ajeno, que identificarse con el sufrimiento del otro no es incompatible con la defensa de mi libertad individual. Espero que no te dé un "soroche intelectual" por escalar cumbres tan empinadas para ti a una edad en la que más fácil es hurgar en la frustración y el resentimiento que esforzarse por cuestionar sus propias creencias.

¿Ha caído todo esto en saco roto? No lo sé, Andrés, pero no será la última vez que me refiera a ti y a tus exabruptos, lo haré cada vez que la situación lo amerite. Aquellos que recordamos al entrañable don Timoteo no terminamos por comprender qué fue lo que te convirtió en un gacetillero mediocre.













Los intelectuales de izquierda frente al poder mediático




La izquierda en la era del karaoke

Norberto Bobbio / Giancarlo Bossetti / Gianni Vattimo
Fondo de Cultura Económica, 1997

¿Tiene todavía la izquierda algo que decir y/o hacer frente al poder de los mass media? ¿Debe mantenerse la izquierda expectante y actuar por reflejo o tomar la iniciativa frente a una derecha que viene ganando más simpatía en la opinión pública? ¿Por qué la mayoría de medios se alinean a la derecha? Norberto Bobbio, Giancarlo Bossetti y Gianni Vattimo ensayan algunas respuestas en La izquierda en la era del karaoke, publicación que contiene el conversatorio que estos tres intelectuales de izquierda sostuvieron en 1994, a propósito de la elección de Silvio Berlusconi, magnate de las comunicaciones, como primer ministro italiano.

En la introducción, Bossetti comenta algunas ideas de Umberto Eco respecto a los medios de comunicación. Según el semiólogo italiano, una política cultural prudente sería aquella que encuentre un equilibrio entre la información visual y escrita. La televisión debería enseñar al televidente a que no sea dependiente de ella, a que esté alerta, a que ponga en práctica su juicio crítico y a formarse una opinión sobre la base de información diversa (y no monocorde como parece que es la tendencia mundial de las megacorporaciones de telecomunicaciones, las cuales adquieren varios tipos de medios, pero que mantienen una misma línea, lo que perjudica la variedad informativa).



Que los medios de comunicación, y en especial la televisión, asuman una función didáctica en determinados temas, podría sonar para algunos ciegos defensores de la libertad de mercado y de expresión (derechos que no siempre van de la mano como apreciamos en el caso Álvarez Rodrich y Peru 21) como desfasada o intervencionista. Sin embargo, no lo es tanto si nos damos cuenta de que la televisión no es verdaderamente democrática en una sociedad cuyos ciudadanos no pueden acceder a información de calidad para formarse un criterio y así evaluar la vida política nacional y mucho más grave si para remediar esto hay que pagar cuando se trata de un servicio público al que todo ciudadano tiene derecho a acceder. En este sentido, la propuesta de Eco permite apreciar cómo la televisión se vuelve basura y cómo también se basuriza la discusión política. Sino recordemos la campaña que la izquierda y el APRA emprendieron contra Vargas Llosa previo a las elecciones de 1990; la actuación de Carlos Álvarez como comediante oficial del fujimorato en canal 7; los titulares de los diarios chicha contra los opositores al fujimorismo; los comentarios racistas de Cecilia Valenzuela acerca de Alejandro Toledo y su campaña contra Ollanta Humala —quien encontró en la conductora de La ventana indiscreta a su mejor propagandista: a ella y a muchos otros periodistas que lo atacaron al unísono, les debe Humala el haber llegado a la segunda vuelta y casi lograr la presidencia—; y los infundios levantados por La Razón, Correo y Expreso contra el Informe Final de la Comisión de la Verdad y los comisionados.

En consecuencia, aquel que considere que lo que sucede en la televisión es un mal necesario o que apele a la libre elección del consumidor, a la libertad de empresa o a la variedad de alternativas que ofrece la televisión, es decir, que sostenga que no existe un problema, carece de todo sentido de responsabilidad social. Bossetti señala que los medios de comunicación, así como cualquier empresa que ofrece un servicio público, está obligada a mantener niveles de calidad que impidan que “los televisores se conviertan en vehículos de contaminación y confusión general”. La defensa de la libertad de expresión y de empresa no debe socapar, de ninguna manera, la irresponsabilidad social.



El diálogo entre estos tres intelectuales también está motivado por una profundización sobre el libro de Bobbio: Derecha e izquierda. Dos elementos fundamentales que el lector no debe perder de vista en este diálogo son que, en primer lugar, la izquierda deje de ser conservadora (en el peor sentido, es decir, estática) frente a una derecha activa, frontal y “vanguardista” que viene ganando simpatía popular, aunque nos parezca mentira. Al respecto, durante el tiempo que estuvo en el aire, Cecilia Valenzuela —quien se convirtió en una de las voceras mediáticas de la derecha liberal— le daba a machamartillo a la izquierda sindicándola como la principal responsable de los conflictos sociales en el interior del país y de que la crisis de la educación peruana era única y exclusiva responsabilidad del SUTEP. Estaba convencida de que los pobladores que tomaron el puente Montalvo en Moquegua eran disciplinados militantes de izquierda. Asimismo, la ley que otorga impunidad a las fuerzas policiales que causen muertes en el ejercicio de sus funciones; la pretendida amnistía contra los militares que participaron de las masacres en la guerra contra el terrorismo; la gran acogida que tuvo la iniciativa presidencial de instaurar la pena de muerte; y la creencia de que todas las ONG’s son el brazo legal del terrorismo o que se oponen al progreso económico son algunos ejemplos de cómo en la sociedad peruana, ciertas ideas de carácter autoritario que son defendidas por personajes como Rafael Rey, Edwin Donayre, Lourdes Alcorta, Ántero Flórez-Aráoz, Luis Giampietri y otros, tienen eco en un vasto sector de la opinión pública. El otro aspecto que se debe tener en cuenta son los efectos de la televisión en la discusión política.

La primera cuestión que discuten tiene que ver, precisamente, con la actitud de la izquierda contemporánea y de la derecha frente a la sociedad. Como dije líneas arriba, la izquierda perdió iniciativa frente a una derecha más dinámica y activa que pareciera lleva la batuta de la renovación constante. El nuevo orden político, económico y social exige la verificación material de cualquier proyecto de cambio; de lo contrario, se le descarta por inaplicable o utópico. De ahí que el camino más corto, el de la ejecución sea el preferible antes que la discusión razonada de otras posibles alternativas. Esto en nuestro país lo hemos apreciado con creces: es más fácil esterilizar a pobladores analfabetos que instruirlos sobre métodos anticonceptivos; reprimir y dar de baja a generales que prevenir los conflictos sociales; amnistiar a criminales que juzgarlos; denostar a la CVR y a sus integrantes que leer el Informe Final o aprobar una ley que limita la propiedad comunal antes de dialogar con los directamente afectados.



La izquierda se presenta como el camino difícil que requiere sortear muchos obstáculos y e invertir tiempo valioso en discusiones seguramente infructuosas, desfasadas o antimodernas, si es que a sus adeptos no se les tilda de perdedores históricos, terroristas o agitadores sociales. Del lado de los intelectuales tampoco las cosas están mejor porque estos, si bien dialogan con su comunidad académica, hace tiempo que están desconectados de la gente de a pie. Paradójicamente, la izquierda, o mejor dicho cierta izquierda, viene defendiendo valores tradicionales y anticuados para el gusto de las masas (estatismo, nacionalismo, regionalismo y, en los casos más patéticos, la lucha armada y de clases), lo cual hace que se la perciba como conservadora y reaccionaria. Tal percepción es reforzada por la televisión. ¿Acaso les interesa a los propietarios la formación del televidente? Queda claro que las metas de Delgado Parker, Schutz, los Croussillat y demás eran más empresariales que ético-sociales. A ello se agrega el pasivo con el cual carga la izquierda. Las dictaduras totalitarias, el terrorismo y el fracaso de los socialismos reales del siglo XX todavía son acontecimientos difíciles de remover de la historia reciente al punto que, luego de la caída del Muro de Berlín, era común oír “¿yo de izquierda? No, soy de centro”. En pocas palabras, la izquierda más ruborizada (y más roja que nunca), por su vergonzoso pasado, se volvió conservadora y asumió el rol tradicionalista que antes le era endilgado a la derecha. Por todo esto, la derecha viene ganando terreno en la opinión pública.

En segundo lugar, una de las consecuencias más nefastas que estos tres intelectuales hallan en la televisión se relaciona con la escasa participación ciudadana en la vida política y en los asuntos que más le atañen. En los 60’s y 70’s, la gente buscaba respuestas en los intelectuales; hoy las encuentra en los periodistas de espectáculos, en los políticos y en Osho, Deepak Chopra o Paulo Coelho. Vattimo apunta que ser de izquierda puede acarrear impopularidad, pero ello no significa que, necesariamente, haya que renunciar a la participación activa en la política. Y esto es lo que, personalmente, reclamo a los intelectuales peruanos de izquierda: mayor deliberación con el ciudadano común y corriente; pero, al parecer, no están dispuestos a “ensuciarse un poco las manos”.

Algo que quiero destacar en esta parte es la intervención de Bobbio en torno a por qué no hay una izquierda fuerte en los Estados Unidos. Explica que ello ocurre debido a la influencia de la televisión. La sociedad norteamericana está grandemente influida por los medios de comunicación que son quienes dictan la pauta política o de lo políticamente correcto. La cultura CNN es el portavoz oficial de la Casa Blanca a nivel mundial. Hay una izquierda en EEUU, pero es de élite y escasamente influyente en la política pública. Por ello, que la mayoría de medios de comunicación estén alineados con la Casa Blanca y que la izquierda no tenga muchas tribunas no es un hecho fortuito.

Un punto aparte ocupa el debate Bobbio-Vattimo. Que ambos compartan posturas progresistas no los obliga a estar de acuerdo. El conservadurismo de la izquierda es analizado por ambos de distinta manera. Para Vattimo, sin llegar a estar de acuerdo con tal conservadurismo, esto se explica porque la izquierda, en el pasado, no creía en la democracia; defenderla hoy contra toda amenaza totalitaria (libremercadista, nacionalista o populista) a costa de parecer reaccionaria o conservadora, no le parece tan negativo, ya que defender el orden constitucional obedece a una actitud principista, lo cual es indicio de que la izquierda aprendió la lección. Y tiene razón en la medida que luce así frente a una derecha modernizada y más en sintonía con el pragmatismo de la época. ¿Acaso no somos algo reaccionarios y conservadores si se trata de combatir la pena de muerte, la esclavitud o la pornografía infantil? El conservadurismo de izquierda tiene lugar en momentos en que a un sector creciente de la opinión pública parece no importarle mucho los derechos humanos, la igualdad o la solidaridad con los más desposeídos. Es decir, justo en el momento en que la izquierda tomó conciencia de sus errores históricos y quiere enmendarlos, la opinión pública cambia sus intereses políticos y tiende a sintonizar con la derecha. De esta manera, la izquierda luce como reaccionaria, a pesar de que la animen ideales progresistas.

Para Bobbio, en cambio, la izquierda debe recuperar la iniciativa y un lugar expectante en la discusión con la sociedad. El dedicarse solamente a tratar en exclusiva ciertos temas (ecologismo, derechos humanos, crítica cultural, etc.) que no necesariamente interesan a la opinión pública pese a su importancia, puede convertirla en una opción perdedora. En pocas palabras, Bobbio exige una izquierda más pragmática, deliberativa en otros ámbitos de la realidad social y mucho más frontal. Para este filósofo italiano, este punto es crucial. Le exige resultados concretos a la izquierda: hay que ganar votos de lo contrario seguirá postergada y el camino estará más allanado para la derecha. Para ello hay que dialogar con el ciudadano común y renovarse en el juego político. Como podemos apreciar, Bobbio se halla en las antípodas de Vattimo para quien la competencia para ganar votos contra la derecha a costa de renunciar a ciertos fundamentos, no es la solución.

Aunque discrepan, coinciden en que los medios de comunicación orientan la discusión política en un contexto en que la izquierda ha perdido conexión con las masas y espacios donde exhibir sus propuestas. Ello sucede porque, en la medida en que los medios de comunicación son empresas, comulgan mucho más con los planes de la derecha liberal que con los ideales de la izquierda. Por ello, no es casual que algunos temas no se debatan con total amplitud, que el conservadurismo haya calado en sectores populares y que la izquierda tenga que bregar más para estar en los medios. A ello se agrega la influencia que ejercen el poder económico y político sobre los medios de comunicación. Es posible que se desmarque un poco del político, pero muy difícil que lo hagan del económico.

Que exista cada vez mayor afinidad popular con la derecha se explica en este diálogo porque los medios de comunicación conducen la discusión política en esa dirección, debido a que la derecha liberal comparte objetivos con el empresariado mediático. Al respecto, observo que la derecha ha evolucionado más rápido que la izquierda, a pesar de que ambas poseen antepasados impresentables: fascismo y comunismo. La derecha, oportunamente, ha hecho suyos los postulados de la democracia liberal, en lo referente al libre mercado, inversión privada y libertad individual, lo cual le ha significado notables réditos políticos en las clases medias altas y ascendentes. Por el contrario, a la izquierda le cuesta mucho desprenderse de los fantasmas stalinista, maoísta y senderista que, cada vez que puede, le son recordados por la derecha. Curiosa situación en la cual un ciego pretende hacerle ver la luz a otro ciego.

Visto así, el panorama para la izquierda hoy no luce tan prometedor. Salir del ghetto de la teoría cultural, los estudios culturales, la crítica literaria, el ecologismo y los derechos humanos, por un instante, para enfrentar a los mass media la volverá más impopular de lo que es actualmente. Pero, definitivamente, es un riesgo que debemos correr quienes hoy nos consideramos de izquierda.


sábado, noviembre 08, 2008

Las guerras de este mundo




Arturo Caballero

Los científicos sociales, como era de esperarse, brindan un panorama más amplio y explican más minuciosamente la obra de Vargas Llosa. La segunda y tercera parte tienen como ejes temáticos las ciencias sociales y la historia respectivamente. Esta es la sección que, particularmente, me fue más reveladora, ya que, en la anterior, salvo Kristal y Armas, el resto abundan en digresiones excesivas y erráticas. El antropólogo Juan Ossio analiza la perspectiva dicotomista de Vargas Llosa en torno a la cultura. Civilización y barbarie constituye la oposición más reiterada tanto en la producción ensayística como en la ficcional, además de otras como moderno/arcaica, progreso/atraso, etc. Estas dicotomías, según Ossio, fueron reforzadas por la lectura de La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper. Ossio procura no contrariar en demasía la perspectiva cultural de Vargas Llosa —dicho sea de paso muy polémica— y con mucha cautela evade la confrontación abierta: cuestiona levemente la calificación de las culturas primitivas como irracionales, pero matiza esta afirmación precisando que Vargas Llosa no la plantea peyorativamente. A mi modo de ver, sí lo es porque el Otro (bárbaro, arcaico, atrasado) en la mirada de nuestro novelista posee un vacío que solo podría ser compensado con su ingreso en la civilización, lo cual implica, de primera mano, que no posee cultura, o en el mejor de los casos, que el Otro posee una cultura incipiente (véase Desafíos a la libertad). Por todo esto, me parece que Ossio hace una concesión demasiado gentil a la tesis dicotomista de Vargas Llosa, aunque, en algunos pasajes, las rebate pero a la vez le reconoce algunos aciertos. Respecto a Arguedas deja mejor sentada sus posición: “En sus manos, la defensa de la identidad cultural, más que un instrumento para propiciar nacionalismos, fue una reivindicación al derecho de ser diferente” (144).

Por su parte, Carmen María Pinilla revisa los planteamientos de Vargas Llosa respecto a la relación entre la literatura y las ciencias sociales. Según lo expuesto por el novelista en algunos encuentros literarios, entre ellos aquel que reunió a escritores, críticos literarios y científicos sociales en 1965 en torno a una mesa redonda sobre literatura y sociología. En aquella oportunidad, Vargas Llosa manifestó su discrepancia frente al estudio compartido entre sociólogos y literatos acerca de la realidad social: si bien cada uno por su lado puede obtener conclusiones importantes, un diálogo entre ambos resulta improductivo porque la literatura es asumida, en cada caso, de manera distinta. El sociólogo percibe en la literatura un documento que da cuenta de las estructuras sociales, mientras que el escritor la utiliza como un insumo para crear ficciones.

Gonzalo Portocarrero ofrece una interesante lectura psicoanalítica de La fiesta del chivo: sostiene, mediante la figura del dictador Trujillo, “que el amo se destruye desde dentro”. El cinismo de Trujillo es, a la vez, una demostración de poder y un camino hacia su perdición. Su fantasía se sostiene en la devoción de sus incondicionales, pero, poco a poco, se va desmoronando porque es incapaz de ejecutar sus propias pasiones. El encuentro sexual frustrado con Urania y la incontinencia urinaria le enrostran la verdadera realidad: la descomposición progresiva del régimen trujillista.

Juan Luis Orrego contextualiza el momento histórico en que se ambienta La guerra del fin del mundo en torno a los levantamientos populares contra la naciente república del Brasil a fines del siglo XIX. Orrego destaca la figura de otros líderes religiosos de la época, además del Consejero, quienes también participaron liderando sendos movimientos contrarios a los ideales republicanos. Resalto la observación de Orrego acerca del mesianismo positivista: el pensamiento único, el fanatismo, el dogmatismo y otras doctrinas similares no son exclusividad de las sociedades ancestrales, sino que la modernidad también ha encumbrado sus propios dogmas, tales como el orden y el progreso, lemas constitutivos de la república brasileña, en perjuicio del reconocimiento de la otredad. Augusto Comte, de manera análoga al Consejero, fue elevado a la categoría de líder mesiánico durante parte del siglo XIX con la idea de progreso como emblema.

El texto más endeble es el de Manuel Burga —el historiador, no el presidente de la FPF—. Este es, sin temor a equivocarme, el ensayo más breve y con menor desarrollo de ideas de todo el libro. Las ideas que Burga quiso explicar a través de las novelas de Vargas Llosa no quedan plenamente desarrolladas, sino más bien, inconexas. Trazos muy débiles e insustanciales. Su postura no es suficientemente explicada: que Conversación en La Catedral y Lituma en los andes aparecen como el esfuerzo de mostrar una comunidad imaginada nacional, parafraseando a Benedict Anderson.

La última parte está dedicada al teatro y al cine. Luis Peirano ofrece una semblanza de su relación con la obra teatral de Mario Vargas Llosa a la vez que relata algunas anécdotas y experiencia como director de algunas de esas piezas teatrales. Alonso Alegría “analiza cuan adaptables al género dramático son algunas obras narrativas de Vargas Llosa y también cuan dramáticas son sus obras escritas para el teatro”. Alegría considera, acertadamente, que son adaptables al teatro, con mayor éxito, aquellas obras narrativas que contienen acción dramática —es decir, la voluntad de lograr algo por parte de los personajes— o que se les pueda insertar una forzando un poco las cosas.

El texto de Francisco Lombardi es claro y va directo al asunto que le compete: ¿qué es lo que buscan los cineastas en un relato literario? ¿Son adaptables al cine todas las novelas por igual? Para Lombardi, un buen director deberá ingeniárselas para lograr adaptar una novela al cine aun cuando esta no le facilite la visualización de las escenas. En consecuencia, considera pertinente que el cineasta se tome algunas licencias para acercarse o apartarse del texto. Pero la sección más interesante es donde cuenta el proceso de adaptación de La ciudad y los perros, la cual es, hasta ahora, la mejor adaptación cinematográfica de una novela de Vargas Llosa, y Pantaleón a las visitadoras.


El libro culmina con el diálogo entre Vargas Llosa y el crítico literario —además de amigo personal — José Miguel Oviedo. Los años del colegio, las primeras lecturas, el proceso de creación, los temas recurrentes en su obra, la política y la cultura entre otros son los hilos que conducen esta conversación.

Dos meses antes del evento, ocurrió el atentado a las Torres Gemelas. Ello dio una particular atracción al tema del fanatismo religioso, que, a decir de Vargas Llosa, junto con el terrorismo y el nacionalismo, son los nuevos enemigos de la cultura de la libertad luego del derrumbe del socialismo y el desprestigio del fascismo.

Los ensayos se dejan leer con mucha facilidad, ya que fueron elaborados para ser leídos ante un auditorio no académico necesariamente, sino sobre todo, admirador de la obra de Vargas Llosa. Mi único cuestionamiento es que hubiera preferido que el tono de los ensayos y la conformación de los integrantes haya sido más variada porque al final nos queda claro que el evento fue diseñado para homenajear a nuestro más importante escritor contemporáneo, sin embargo, esto no debe ser obstáculo para que quienes difieren de su postura, y tal vez con un panorama más amplio, ofrezcan a los seguidores vargallosianos una perspectiva diferente.