miércoles, julio 30, 2008

EL VINO Y AREQUIPA: Siglos XVII-XVIII




SIGLO XVII

Víctor Condori
Historiador

Como no hay mal que dure cien años, en las primeras décadas del siglo XVII se percibirá una recuperación progresiva de la industria regional; lo que demostraría que los terremotos y desastres no tuvieron un efecto de larga duración en la economía arequipeña. En este sentido, entre los años 1626-1631, el valle de Vítor alcanzó una producción de 80,000 botijas, y si a ello le sumamos las cosechas de Siguas y del lejano valle de Moquegua, estas llegaron a sobrepasar nuevamente las 200,000 botijas anuales.

No obstante tan alentadoras cifras y la cada vez mayor importancia del valle de Moquegua, dos serán las principales dificultades con las que tendrán que convivir los vinateros locales durante todo el siglo XVII: la escasez de mano de obra y el descenso en los precios.

a. La escasez de mano de obra

En un principio, para el laboreo en las haciendas de viña básicamente se aprovechó la fuerza de trabajo indígena proveniente de las comunidades y encomiendas de la región. Lamentablemente, en poco tiempo las enfermedades traídas por los españoles (viruela y el sarampión), así como las frecuentes fugas masivas relacionadas a los continuos terremotos, provocaron una brusca caída demográfica dentro de la región; la misma que descendió de 201,830 en la década de 1550 a solo 35,500 indígenas en 1620. Todo ello obligó a los propietarios de viñedos a depender cada vez más de los costosos esclavos africanos.

Contrariamente a lo que podría pensarse, no se trató de un simple cambio de fuerza laboral, debido a que, al utilizar trabajadores esclavos los vinateros debieron de invertir un mayor capital para la compra y manutención de los mismos. En relación a la compra, a lo largo del siglo XVII los precios de los esclavos de 18 a 30 años se movieron entre los 500 y 600 pesos y se elevaban aún más en caso de poseer este una profesión u oficio. Como sucedió en abril de 1604, cuando en la ciudad de Arequipa se vendió un esclavo “Oficial de botijero” en la astronómica suma de 1,500 pesos “de a ocho”. En definitiva, con tamaños desembolsos, quedaba muy poco para invertir en modernos sistemas de riego o para realizar “otras medidas de capital”.

b. El descenso de los precios

El descenso en los precios estuvo directamente relacionado a la pérdida de los mercados de Lima y el norte, así como al aumento progresivo en el volumen de producción después de los terremotos de 1600 y 1604. Dicho incremento productivo determinó que la oferta sobrepasara largamente a la demanda y como consecuencia directa, en un mercado más restringido, los precios tendieron a bajar. Antes de los citados terremotos, se pagaba cuatro pesos por botija de vino, pero a mediados del siglo, este había disminuido tanto, que esa misma botija se vendía en tan solo un peso.

En resumidas cuentas, durante el siglo XVII, con un vino que valía solo una cuarta parte de su valor, con una escasez crónica de costosa mano de obra y demasiado vino para su mercado, los viñedos arequipeños “entraron en una amplia depresión”, señala un conocedor de la economía regional como Kendall W. Brown.

SIGLO XVIII

Este nuevo siglo será el de mayor importancia para la industria vinatera en particular y la economía arequipeña en general, gracias al crecimiento extraordinario en su producción, convirtiendo en tan solo un mal recuerdo, la crisis vivida en el siglo anterior. Siendo tres los factores que influyeron en este extraordinario auge: la revitalización del centro minero de Potosí, la aparición del aguardiente arequipeño y el abandono de la costosa fuerza de trabajo esclava.

a. La revitalización de Potosí

A principios de 1700, la producción de plata en Potosí, el principal mercado de los vinos arequipeños, apenas alcanzaba el millón de pesos anuales frente a los seis millones de principios del siglo XVII. A fin de remediar esta lamentable crisis, en 1736 la corona española disminuyó el principal impuesto minero (Quinto Real) de 20% a solo la décima parte de lo producido (10%). Esto provocó un incremento notable en la producción argentífera, alcanzando los dos millones de pesos en 1750; 2.5 millones en 1770 y 3.5 millones entre los años 1780-1800. En términos comerciales ello significaba que, al aumentar la productividad los centros mineros contaron con más dinero para adquirir los vinos y aguardientes arequipeños.

b. El aguardiente arequipeño

Aunque el aguardiente de uva ya se producía en los valles de Ica desde finales del siglo XVI y se embarcaba para su comercialización por el puerto de Pisco, hasta 1698 los vinateros arequipeños solo exportaban vino a sus mercados altoperuanos. Sin embargo, a principios del siglo XVIII se inicia el proceso de destilación del vino para convertirlo en aguardiente, en todos los valles de la región. Llegando en pocas décadas a destilarse casi el 90% de los vinos arequipeños.

Este proceso químico comprometía una gran pérdida de volumen, en un promedio de uno a seis y a menudo tanto como de uno a nueve; es decir, para elaborar una botija de aguardiente se empleaban entre seis a nueve botijas de vino. Pese a ello, el inferior costo del transporte y el superior precio de los aguardientes, compensaban en gran medida la pérdida de volumen en su fabricación. Con respecto al precio, a finales del siglo XVIII los vinos se vendían de tres a cuatro pesos la botija, mientras los aguardientes costaban 10 pesos en la ciudad, 15 pesos en Lima y 19 a 22 pesos en el Alto Perú.

Cabría mencionar que, en tanto el vino fue preferido entre los grupos de españoles y mestizos, los aguardientes fueron consumidos por la numerosa población indígena y esclava; y precisamente, durante este siglo se evidenció un importante crecimiento demográfico en dicha población, frente al colapso de los siglos anteriores.

c. El abandono de la fuerza de trabajo esclava

Durante el siglo anterior los propietarios de haciendas arequipeñas, por fuerza o necesidad, se habían visto obligados a recurrir a la costosa mano de obra esclava. Pero, en el presente siglo, el incremento en las poblaciones indígena y de castas, hizo más atractiva la contratación de estos trabajadores en reemplazo de los caros y problemáticos esclavos. Y si a ello le sumamos que el trabajo en los viñedos no era estable, pues habían prolongados periodos de inactividad, con el trabajo pagado solo se invertía en los peones cuando estos trabajaban.

En la segunda mitad del siglo XVIII, un peón que no era indígena ganaba cuatro reales al día por una jornada de trabajo, mientras los indígenas ganaban solo dos. La inclinación por esta última es comprensible, siendo por lo demás bastante asequible. Gracias al tributo y los repartos del corregidor, la necesidad de dinero para pagar deudas e impuestos aumentó, permitiendo que la oferta de mano de obra indígena se mantuviera siempre en aumento.

d. Un nuevo crecimiento en la producción

A fines del siglo XVIII, la producción en los tres valles más importantes de la región sobrepasó las 500,000 botijas de vino anuales. Siendo Moquegua la de mayor productividad, alcanzando entre 250,000 a 300,000 botijas. En este valle, el 90% de los vinos se destilaban en aguardiente y eran llevados en recuas de mulas hacia los mercados de La Paz, Oruro, La Plata y especialmente Potosí, donde se vendían vinos y aguardientes moqueguanos por cerca de 262,900 pesos en 1791.

El transporte se realizaba principalmente en mulas, provenientes del norte argentino (Córdoba y Tucumán) y conducidas por experimentados arrieros, quienes usaban odres de piel de cabra por ser más adecuadas para el lomo de las mulas que los antiguos cántaros de cerámica. Dicho transporte tenía un elevado costo, pues por carga se cobraba desde Arequipa a Lima 16 pesos, al Cuzco 12 pesos, a Oruro 16 pesos y a Potosí 20 pesos.

Después de Moquegua, los más importantes viñedos de la región estuvieron localizados en el valle de Majes. Estas tierras producían un promedio anual de 100,000 a 140,000 botijas. La mayor parte de este vino era reducido a aguardiente y vendido en las provincias de la sierra como Lampa, Azángaro y Cuzco. Este último mercado, hacía 1787 recibió 86,416 pesos en mercancías de los cuales 61,873 fueron vinos y aguardientes.

El valle de Vítor, cercano a la ciudad de Arequipa fue la tercera área más importante de toda la Intendencia. Su producción de vinos oscilaba entre los 80,000 y 100,000 botijas, de las cuales ¾ partes se reducían en aguardiente y eran enviados a la ciudad de Arequipa, para posteriormente ser reexportados a la sierra, especialmente a Puno y la Paz. El mercado paceño compraba en 1791 cerca de 275,000 pesos en vinos y aguardientes arequipeños de los cuales 60,000 provenían del valle de Vítor.



Tan antiguo valle, pese a ser el más pequeño y tener el menor número de haciendas de viña (107, frente a las 480 de Majes y 240 de Moquegua) fue el más prolífico de los tres. La mitad de sus heredades producían entre 1,000 y 5,000 botijas de vino y una tercera parte, de 500 a 1,000. Asimismo, por su cercanía a la Ciudad Blanca, en él se hallaban las propiedades de las familias más importantes de la región: Goyeneche, Cossío, Gamio, de la Fuente, Masías, Bustamante, Barreda, Benavides, entre otras; y que por tradición dominaban la política de la ciudad. En 1773, todos los regidores del cabildo de Arequipa poseían viñedos en el valle de Vítor.

e. Las reformas borbónicas y la rebelión de 1780

Tal prosperidad económica permitió a las familias más importantes de la región invertir sus enormes ganancias en el comercio y la minería, logrando de este modo dinamizar la economía regional a partir de la segunda mitad de este siglo.

Lamentablemente, dicha prosperidad llamó la atención de las autoridades peninsulares, y en 1777 se creó un impuesto de 12.5 % sobre la producción de aguardiente, al año siguiente se elevó el impuesto a la compra y venta de mercancías (alcabala) de 4 a 6%. En 1779 se ordenó una nueva medición de las haciendas en la región, ante la sospecha de que muchos propietarios venían declarando menos de lo que poseían y como colofón, a principios de 1780 se estableció una aduana en la ciudad, a fin de hacer cumplir rigurosamente todas estas innovaciones fiscales.

Para desgracia de los arequipeños, tales medidas coincidieron con un breve periodo de crisis en la agricultura regional, a partir de 1775. Según Kendall Brown “hacia 1775 la agricultura arequipeña finalizó un ciclo de expansión. Particularmente la vitalidad de los mercados del aguardiente empezaron a declinar. Los precios de mercado cayeron y la producción de vinos se estancó”.

No obstante lo breve de la crisis agrícola, la concomitancia con las reformas fiscales introducidas por la corona española, provocaron un general rechazo de la población. Tal oposición se expresó inicialmente en numerosos pasquines amenazantes colocados en diferentes edificios de la ciudad y concluyó, en los violentos disturbios los días 13,14, 15 y 16 de enero de 1780. Tales sucesos, conocidos como la “Rebelión de los Pasquines”, fueron los primeros en el virreinato peruano contra la introducción de las reformas borbónicas fiscales en el siglo XVIII, y precedieron en diez meses al mayor levantamiento indígena de la colonia: la rebelión de Túpac Amaru.

Al finalizar el siglo, la producción vinatera regional recuperó nuevamente su vitalidad; el valle de Vítor pasó de las 67,000 botijas en 1784 a las 110,000 en 1796. El valor de la agricultura de Arequipa fue estimada por la Guía de Forasteros de 1796 en casi dos millones de pesos.

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