martes, septiembre 02, 2008

Patricia Vásquez dixit :"Pasaba por ahí con mi cartel del Chino"




Para los fujimoristas barra brava perturbar una reunión no es un acto violento

Patricia Vásquez sindicada por Carlos Raffo como integrante de las bases barra brava del fujimorismo declaró en Prensa Libre que pasaba cerca al lugar donde se conmemoraban cinco años de la entrega del Informe Final de la CVR y, según ella, que hizo legítimo uso de su derecho a manifestarse. Esta señorita pretende hacer creer a la opinión pública que una gavilla de espontáneos de pronto irrumpieron en la ceremonia para protestar contra la CVR. Es decir, que no hubo una acción deliberada para perturbar la ceremonia.

La verdad es que no deben extrañarnos la desfachatez y la insolencia con la cual los fujimoristas barra brava o moderados (¿los hay?) sostienen lo insostenible: cuando todas las evidencias apuntaban a que Montesinos poseía millonarias cuentas en el exterior, los fujimoristas cerraron filas por el ex asesor del SIN y desvirtuaron toda posible iniciativa para investigarlo; luego diseñaron la ley de amnistía para exculpar al Grupo Colina; después justificaron la huida de su líder porque su vida corría peligro; posteriormente, interpretaron la ley sobre la reelección de manera que la primera reelección en realidad no lo era y que esta comenzaba el 2000. En fin, siempre intentan dar la vuelta a la torta, pero esta vez no cuentan con todo el aparato estatal y mediático para estupidizar a la opinión pública como lo hicieron en los 90´s.

Fanatismo fujimorista

Patricia Vásquez dejó testimonio de su fe ciega en Fujimori, de su adhesión al radicalismo, de su mentalidad fanática y de su cercanía al entorno dirigencial del fujimorismo en el video que La República exhibió hace poco. También lo hizo, y ello nos complace, anoche en Prensa Libre donde mostró al desnudo el procedimiento al que recurren los que no tienen argumentos para refutar lo irrefutable: la violencia, el ataque artero, el insulto, la patraña y la victimización. Los fanáticos se caracterizan porque no conciben que en sus creencias pueda haber algún error, ni siquiera admiten la posibilidad de cuestionar sus ideas, es más, están preocupados por ganar adherentes y demostrar en cualquier circunstancia que poseen la verdad. La capacidad de autocrítica está ausente en ellos. De esto adolescen gran parte de los fujimoristas: el culto al líder, ese mesianismo tan extendido en los partidos que adoptan el nombre del líder como emblema de su ideología y que depositan en un sujeto la responsabilidad de guiarlos hacia la luz o la oscuridad. Entre esta devoción y la que sienten las sociedades tribales por sus guías espirituales no hay mayor diferencia: en ambos casos, los seguidores se sienten desposeídos, sus vidas carecen de sentido, fuera del líder nada existe. Suicidios, inmolaciones, autosacrificios bien valen la pena en tanto el líder se salve.

Lo sentimos, pero ahora no es tan fácil

Esta vez el plan les salió tan chueco que estoy seguro que Carlos Raffo y la cúpula fujimorista reconvinieron a la Vásquez para que se inmole en nombre del Chino: esta señorita asumió individualmente su accionar de la noche del 28 de agosto y se encargó de desvincular a Keiko y compañía de sus actos. De seguro los fujimoristas pensaron que podrían generar algún divisionismo en la opinión pública o cierto grado de adhesión a su causa (resaltar que el Chino derrotó al terrorismo y que la CVR miente). Sin embargo, nada de eso sucedió porque la polarización de la hablan los detractores de la CVR (Cipriani, Rafael Rey, Giampietri, Donayre, Antero Flórez-Aráoz y Carlos Raffo entre otros) es sobre todo mediática. La ciudadanía no está dividida en torno a la CVR simplemente porque la gran mayoría no lo ha leído. Salvo en ciertos ambientes académicos, la discusión no ha trascendido en la opinión pública en la dimensión que corresponde. Ese un problema a remediar en el mediano plazo.

No poseo elementos de juicios para invalidar las amenazas de muerte que dice estar recibiendo Patricia Vásquez, pero dado el contexto y la escasa o casi nula capacidad de autocrítica de esta señorita, dudo mucho que sean ciertas. Más parece una estrategia distractora para "ganar aire" mientras la dirigencia fujimorista evalúa como salir indemne de este vergonzoso ataque. Mención aparte merece su abogado; si en algo puedo darle la razón a Aldo Mariátegui es que ciertos abogados son capaces de diseñar un terno a un jorobado.

Lo sentimos señores fujimoristas barra brava o no, pero esta vez no es tan fácil intimidar o persuardir con medias verdades a la población. Piensen en otra estrategia más adecuada, o mejor, sigan en esta ruta porque así revelan la inepcia de sus propuestas y la miseria de lo que son capaces.

lunes, septiembre 01, 2008

CVR for dummies para Giampietri, Donayre y Ántero








Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

Diversos medios han cubierto esta última semana el quinto aniversario del Informe Final de la CVR, lo cual ha motivado sendas reacciones—que no deben sorprender— de parte de algunos políticos del oficialismo a través de los tres jinetes del Apocalipsis periodístico de la derecha más recalcitrante como son Correo, La Razón y Expreso. Y es que de los reiterados ataques a la CVR y a sus comisionados podemos concluir que sus más denodados críticos no han leído ni siquiera la versión abreviada, Hatun Willakuy, o la conocen de oídas y se cuelgan de los prejuicios ajenos o, definitivamente, no la entendieron. Digo esto porque nada nuevo agregan a sus críticas: que los comisionados son antiguos militantes de izquierda y que por ello no fueron imparciales para juzgar a SL ni al MRTA; que la CVR ha polarizado a la opinión pública; que no hubo violaciones a los derechos humanos de parte de las Fuerzas Armadas, sino excesos y casos aislados; que al otorgar categoría de partido político a SL le facilitan un reconocimiento excesivo; y que las reparaciones a las víctimas del conflicto armado interno sugeridas por la CVR constituyen una ofensa a la memoria de nuestros combatientes y de los ciudadanos asesinados (según esta lógica perversa, las reparaciones u homenajes solo se dirigen a los terroristas). Estas aparecen entre las imputaciones más comunes. Comentemos, a continuación, algunas de estas críticas para que comprendamos la dimensión del error y la necesidad del “trío guayabera” por un manual for dummies acerca de las conclusiones de la CVR.

Efectivamente, algunos de los miembros de la CVR fueron militantes de partidos socialistas o asumen una postura de izquierda o socialdemócrata desde sus estudios académicos. Tal es el caso de Enrique Bernales, ex senador por IU; Carlos Tapia, actual vocero del Partido Nacionalista de Ollanta Humala o Salomón Lerner Febres, más bien dedicado a la investigación filosófica (no necesariamente de izquierda) y a la docencia universitaria. El cuestionamiento a los comisionados de la CVR, tal como lo podemos verificar en los contenidos de los tres diarios mencionados (más adelante comentaré las opiniones de Rafael Romero, director de la página editorial de Expreso), es que su ideología marxista-leninista los descalifica, ya que impide total imparcialidad para analizar el desempeño de las Fuerzas Armadas y el accionar de SL y el MRTA. Esgrimen como argumento que el número de víctimas asignadas a las Fuerzas Armadas (46%) es exagerado, lo cual daría la impresión de que se encuentran casi al mismo nivel de SL y el MRTA. Este cuestionamiento carece de validez habida cuenta que en varios pasajes del Informe Final se recalca que “La causa inmediata y fundamental del desencadenamiento del conflicto armado interno fue la decisión del Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso (PCP-SL) de iniciar una ‘guerra popular’ contra el Estado peruano” (Hatun Willakuy, p.18). Y más adelante agregan que “A diferencia de otros conflictos armados internos en América Latina donde los agentes estatales resultaron ser los principales responsables de la pérdida de vidas humanas […] en el caso peruano fue el principal grupo subversivo, el PCP-SL, quien provocó el mayor número de víctimas fatales, sobre todo entre la población civil” (p.18). Y si no son suficientes, sugiero que revisen las conclusiones 12 a la 35 referidas a la responsabilidad de SL y el MRTA.

Asimismo, el análisis de la CVR consistió en separar responsabilidades: la de SL no precisa ahondarse tanto, es evidente, pero denunciar los abusos de las Fuerzas Armadas en aquellos lugares donde, ahora no nos cabe duda, sí se cometieron no implica estar a favor de los terroristas y aquí radica una de las más frecuentes tergiversaciones en las que se enfrascan los detractores del Informe Final para quienes las discusiones de dirimen en blanco y negro sin matices. Es decir, denunciar y exigir justicia por los delitos cometidos por las FFAA equivale a ser antipatriota, caviar o comunista y no valorar el esfuerzo desplegado por ellos contra el terrorismo. ¿Dónde está el sesgo ideológico marxista-leninista? ¿Acaso frente las evidencias de Putis, Los Cabitos, Accomarca, Barrios Altos y La Cantuta la opinión pública debe callar o ser indiferente como muchos actuamos durante los años del terrorismo? Los deudos de las víctimas asesinadas por las FFAA merecen la misma justicia que las de los militares caídos en combate. Un flaco favor les hacen a estos últimos el “trío guayabera” cuando en aras de un malentendido espíritu de cuerpo, lanzan diatribas contra la CVR y sus comisionados acusándolos de antipatriotas porque dan a entender que es admisible la impunidad para los asesinatos de las FFAA. Estoy seguro que ningún deudo desea que a sus familiares los recuerden como asesinos. La verdad acerca de quiénes, dónde y cómo procedieron en las zonas de emergencia es necesaria para separar a los héroes que nos defendieron de los asesinos que no estuvieron a la altura del uniforme. Su memoria también exige justicia.

Otro cuestionamiento sostenido por el inefable “trío guayabera” es que el Informe Final empaña la labor que cumplieron nuestros soldados en las zonas de emergencia mientras combatían contra los terroristas al afirmar que hubo violaciones sistemáticas de los derechos humanos cuando lo más acertado sería hablar de hechos aislados o de malos elementos que actuaron por voluntad propia, pero de ninguna manera, de un accionar organizado y planificado. Respecto a esto la CVR es muy clara: “El término sistemático, de acuerdo con la jurisprudencia internacional y la Corte de Derecho Internacional, se define como ‘un plan o política’ del cual ‘podría resultar la comisión repetida o continua de actos inhumanos. El calificativo de ‘generalizada’ califica a la conducta y no al agente; es decir, la comisión generalizada de un conducta de ninguna manera implica que todos los agentes individuales están implicados en ella”. (p.33). Esto significa que cuando se afirma que hubo una práctica sistemática y generalizada de las FFAA en la comisión de delitos de lesa humanidad, ello no involucra a todos los miembros de la institución, sino a las acciones contra las víctimas que fueron múltiples; en esta multiplicidad radica lo generalizado. De otra parte, tampoco es cierto que la imagen de las FFAA como institución haya sido desvirtuada por la CVR: “La CVR reconoce la esforzada y sacrificada labor que los miembros de las Fuerzas Armadas realizaron durante los años de violencia y rinde su más sentido homenaje a los más de un millar de valerosos agentes militares que perdieron la vida o quedaron discapacitados en cumplimiento de su deber” (p. 442). Después, basta leer con atención que la CVR en ningún momento compromete a las FFAA como institución en la ejecución de delitos contra los derechos humanos (sistemático y generalizado adquieren un sentido dentro del marco jurídico internacional explicado líneas arriba). “La CVR afirma que en ciertos lugares y momentos del conflicto la actuación de miembros de las Fuerzas Armadas no solo involucró algunos excesos individuales de oficiales […], sino también prácticas generalizadas y/o sistemáticas de violaciones de los derechos humanos…” (p. 422). De otra parte, hasta este momento ni siquiera podemos conocer a los buenos o malos elementos, puesto que, a pesar que el registro de víctimas asciende a 9 000, el Ministerio de Defensa no ofrece las facilidades para identificar a los presuntos malos elementos (además de regatear las reparaciones individuales a las víctimas) lo que contribuye a alimentar razonables suspicacias: ¿por qué no brindan esta información? ¿Acaso alguien teme que les apliquen la teoría del dominio del hecho tan mencionada durante el juicio a Fujimori y que por ello caigan más implicados de lo esperado, o la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad?

En un próximo post comentaré las declaraciones de Rafael Rey, Cipriani y de algunos comentaristas conocidos en la blogosfera.

miércoles, agosto 27, 2008

"Ud. no sabe nada de liberalismo señor Humala"

Arturo Caballero

La semana pasada sintonizaba el programa de Rosa María Palacios en el que entrevistó a Ollanta Humala. Como siempre que lo invita, Rosa María se las ingenia para provocarlo o hacerlo caer en contradicciones. La parte que más llamó mi atención y la que tomo como pretexto para este post es cuando Humala mencionó que los neoliberales piensan que todo se soluciona con el mercado. Al parecer, la Palacios se sintió aludida, ya que de inmediato quiso descalificar a su entrevistado con un contundente "Ud. no sabe nada de liberalismo señor Humala".

Es conocido para la mayoría de televidentes que Rosa María es una liberal, pero, a diferencia de Aldo Mariátegui o Jaime de Althaus, es más consecuente con un liberalismo que integra lo político y económico, mientras que los anteriormente mencionados consideran, como bien lo dijo Humala, que el libre mercado es el remedio para todos los conflictos sociales. La Palacios en varias ocasiones ha hecho referencia a la importancia de la defensa de los derechos humanos, del estado de derecho y el informe de la CVR por mencionar algunos casos. Estos temas están ausentes en la agenda de muchos que se reclaman liberales pero que en realidad son ultraconservadores políticos y acérrimos defensores del libre mercado; que consideran prescindibles ciertos derechos y que abogan más bien por la "mano dura", el orden y la represión.

Algunas reflexiones. Humala ha ido moderando poco a poco su discurso para zafarse de la etiqueta de candidato antisistema y de opción de "salto al vacío". Esto que resulta evidente, se nota al momento en que lo entrevista la Palacios u otros periodistas políticos. Aparentemente, sus asesores lo estan orientando en cuestiones básicas de políticas, economía y sociedad. La distinción sutil que hizo entre crecimiento y desarrollo fue comentada en extenso por varios analistas quienes confirmaron que, efectivamente, se trata de nociones distintas y no necesariamente correlativas en sus resultados. Otra muestra la dio el ex candidato del Partido Nacionalista al distinguir liberalismo de neoliberalismo y ¡oh, sorpresa! referirse a La riqueza de las naciones y a Adam Smith como un liberal en contraposición a los neoliberales. "El liberalismo tiene sus valores, eso lo saben aquellos que han leído a Adam Smith".

Desde aquí no podemos verificar si Humala leyó ese libro fundamental de Smith o La teoría de los sentimientos morales del mismo autor. Sin embargo, la alusión a un liberalismo con valores no dista de lo que el liberalismo clásico postula: las libertades económicas son inseparables de las libertades políticas. De alguna manera, Humala soltó una distinción que merece ser discutida ampliamente en este momento de "perros del hortelano" y "reformas del alma": que NEOLIBERALISMO Y LIBERALISMO SON NOCIONES TOTALMENTE CONTRAPUESTAS. Gonzalo Gamio lo sintetizó mediante la fórmula NEOLIBERALISMO = LIBERTADES ECONÓMICAS - LIBERTADES POLÍTICAS. Queriendo o sin querer, Humala puede estar iniciando un debate que es necesario para que no ocurra esto de que "todos los gatos son pardos", o sea, que neoliberales pasen por liberales.

Lo curioso es que Humala lo haya mencionado frente a la Palacios, quien no debió "picarse" sino más bien ilustrar (como suele hacerlo cada vez que se deleita con entrevistados poco preparados) las diferencias entre ser neoliberal y liberal. Al espetarle que no sabía nada de liberalismo, Rosa María mostró cierta intolerancia y perdió la oportunidad de aclarar el malentendido.

¿Qué tienen que decir los entendidos en el tema? Espero que los bloggers (liberales, neos, conservas, zurdos y demás) se animen a participar.

martes, agosto 26, 2008

Cecilia Valenzuela y la izquierda peruana

La obsesión de Cecilia Valenzuela


Arturo Caballero

Cecilia Valenzuela acostumbra agotar ciertos temas hasta el hartazgo. Durante el gobierno de Toledo trató tan extensamente cualquier exabrupto presidencial que más bien parecía algo personal entre ella y el matrimonio Toledo que una fiscalización periodística seria. Después durante la última campaña presidencial, lo mismo que la gran mayoría de medios de comunicación, se encargó de brindarle cobertura gratuita a Ollanta Humala, al punto que mientras más lo atacaba, más airoso salía el candidato del nacionalismo; y si llegó a la segunda vuelta, en buena cuenta fue por el efecto victimizador, responsabilidad de los principales periodistas que lo criticaban.

Anoche, la Valenzuela se extendió en una reflexión acerca de la crisis en la selva por motivo de la ley que modificaba el sistema de decisión entre las comunidades indígenas para la cesión de sus tierras a posibles inversionistas. Como suele hacerlo, tanto en el Arequipazo, como en el Moqueguazo y en cualquier protesta, la conductora de La Ventana Indiscreta ve comunistas organizados detrás de las marchas. La izquierda es para ella, la responsable del proyecto desestabilizador de la democracia y de las peores desgracias ocurridas en nuestro país. Llegó a afirmar que las comunidades indígenas son artificiales, puesto que se crearon por decreto durante la dictadura del general Velazco Alvarado. Es decir, para Valenzuela el carácter comunitario, el trabajo solidario y de mutua asistencia que caracteriza a las comunidades indígenas solo existe en nuestro país desde que Velazco lo dispuso. Ignora que el colectivismo es un rasgo característico de tales comunidades frente al cual no se tiene que oponer directamente el modelo liberal (individualista definición) en su versión más extrema (la neoliberal) sino que se debe entender que un modelo que superponga al individuo por sobre la colectividad corre el riesgo de atomizar a la sociedad al desintegrar, precisamente, la libre asociación de sus miembros que comparten iniciativas grupales. Aquellos que critican el colectivismo indígena como un rezago de arcaísmo ignoran que las sociedades modernas más desarrolladas defienden no sólo la libertad individual, sino también la participación organizada de la sociedad civil, lo que a final de cuentas es un colectivo. ¿Qué son entonces sino los colectivos de género, raza, religión o política?


De otro lado, agregó que los intelectuales socialistas que asesoraron a Velazco (antropólogos, sociólogos, etc.) fueron los responsables del problema que ahora el Ejecutivo intenta resolver: la consideración de los nativos como buenos salvajes que deben permanecer así sin contacto con la civilización. El error en el que incurre CV es que siempre en sus comentarios es la izquierda un bloque homogéneo, bien organizado y con propuestas capaces de desestabilizar la democracia. Se fija solo en la izquierda cavernaria, retrógrada y para nada autocrítica con el terrorismo, pero no toma en cuenta a la otra izquierda moderada, intelectual, ética y comprometida con los derechos humanos y con la discusión de lo que significó el conflicto armado interno y la dictadura de Fujimori y Montesinos. No, para ella todos están en el mismo saco, sin matices ni diferencias; es decir, a su modo de ver pareciera que Susana Villarán, Ollanta Humala y Ricardo Letts están en la misma orilla política. Cuando preguntó a Vargas Llosa acerca de la izquierda recibió una respuesta inesperada: el autor de La ciudad y los perros dijo que admira a aquella izquierda ética y progresista que en el primer mundo se acerca al libre mercado y ya no enarbola la violencia como un medio para tomar el poder. Tal respuesta dejó tan descolocada a CV que no atinó a indagar más en ello para no contrariar a su invitado.


Y es que parece que para CV la izquierda que tanto teme, aquella de Patria Roja, el FOCEP, MNI y sus eventuales aliados etnocaceristas, representan una amenaza inminente para la democracia. En esto también se equivoca. Detrás de las protestas del Arequipazo, el Moqueguazo, el Andahuaylazo y de la Amazonas, no existe un aparato partidario de aquella izquierda que tanto teme CV. Esa izquierda hace tiempo que feneció en sus propios errores. Esta en otra parte pero menos allí donde dicen que amenaza al sistema. ¿Eran los miles de pobladores de Moquegua activistas organizados y/o adoctrinados de la vieja guardia comunista? De ninguna manera debemos confundir protestas sociales con proyectos de revolucionarios de izquierda como tampoco pensar que toda propuesta de izquierda se concreta a través de la violencia. Así como muchos intelectuales de izquierda no deslindaron postura frente a Sendero Luminoso, también hubieron otros que abiertamente zanjaron distancia de ellos tales como Salomón Lerner, Henry Pease y Enrique Bernales.

CV debe renovar sus lecturas políticas y de realidad nacional para brindarnos análisis menos superficiales y más sustanciosos en ciertas materias y ya no recaer en los mismos tópicos antiizquierdistas a los que nos tiene acostumbrados diarios como Expreso, La Razón y Correo.

viernes, agosto 22, 2008

VII Encuentro Nacional de Escritores "Manuel Jesús Baquerizo"

Centro Cultural de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga
CCUNSHC- Ayacucho
Gremio de Escritores del Perú - GEP

VII ENCUENTRO NACIONAL DE ESCRITORES
“MANUEL JESÚS BAQUERIZO"
Ayacucho, 5 – 8 de noviembre de 2008.

SEDE:
Ciudad de Ayacucho - Centro Cultural de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga – Portal Unión Nº 37- Plaza Mayor de Huamanga

TEMARIO:
Literatura peruana en el contexto de la globalización
Literaturas regionales
Poesía, narrativa y teatro peruanos
Literatura andina
El rol del escritor en el contexto de la realidad nacional

ACTIVIDADES:
Conferencias en instituciones educativas
Conferencias magistrales
Ponencias
Talleres
Presentaciones de libros
Recitales
Feria del libro
Noches culturales
Tour turístico
Distinciones y certificación
Clausura

INSCRIPCIONES:
ccunsch@gmail.com
Centro Cultural de la UNSCH - Ayacucho

gremio_de_escritores@yahoo.es
Gremio de Escritores del Perú

Jalla Santiago 2008




Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

La presente edición de Jalla 2008 ha congregado a diversos especialistas en los estudios literarios latinoamericanos de todo el mundo. Desde Perú llegaron Daniel Matthews (San Marcos),Carlos García Bedoya (San Marcos), Enrique Rosas Paravicino (UNSAAC) y Eduardo Huarag (PUCP). No llegaron Dorián Espezua, Yasmín Lopez Lenci, Marcel Velásquez (San Marcos) y Nécker Salazar (Villarreal). Sin embargo, llegaron ponentes peruanos provenientes de Canadá y EEUU, tales como Ricardo Montoya (Western Ontario), Augusto Voysest (Beloit College, EEUU) y quien escribe esta nota por la PUCP. La organización del evento recayó en el connotado crítico chileno Grinor Rojo quien asumió el reto de reivindicar a la ciudad anfitriona luego de que la edición anterior en Santiago no tuviera la acogida esperada.

Mi ponencia titulada "La democracia liberal, el Arequipazo y el rol de los intelectuales en el Perú" fue programada para el lunes 11 en la segunda mesa que trataría sobre "La democracia en América Latina". La ponencia tuvo una buena recepción de parte del auditorio a pesar de que los sucesos del Arequipazo fueran totalmente desconocidos para los asistentes chilenos, venezolanos, argentinos y brasileños (estos últimos conformaron la delegación más numerosa). Esta distancia acerca del tema me obligó a contrastar los conflictos sociales peruanos con lo de Bolivia, Ecuador y Venezuela, lo cual surtió efecto ya que aproximó a los asistentes a un realidad compartida por todos los latinoamericanos: por qué en momentos de aparente auge económico en algunos países latinoamericanos susbsite la desigualdad y la pobreza y son más frecuentes los conflictos sociales. La ponencia que más que agradó sobre todo por su didactismo y amenidad fue "Poder político y saber académico" de Bernardo Subercasseaux (Universidad de Chile) que giró en torno a los contenidos de los seminarios sobre política y sociedad realizados en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet. Aquella dictadura no solo estuvo avalada por la fuerza sino por cierto discurso investido de academicismo que intentaba justificar la restricción de las libertades individuales, políticas y sociales, en aras del orden interno y la seguridad nacional. Subercasseaux explicó muy bien cómo ciertas nociones como la libertad de prensa y derechos humanos son desestimadas por los regímenes autoritarios al amparo de determinado saber académico que lo refrenda.

Luego de mi intervención y debido a una breve alusión que hice sobre los medios de comunicación en Venezuela, fue que la profesora Gabriela Iturriza (venezolana que cursa estudios de doctorado en Canadá) me preguntó acerca de la correlación de aquellos hechos con la realidad peruana. Acoté que los dictadores de hoy no son como los de antaño: ya no pretenden tomar el poder mediante un golpe de estado sino que llegan a él por las urnas. Y ya aprendieron también que tomando el control de los medios aseguran su influencia en la opinión pública. Solo que mientras algunos lo hicieron muy hábilmente como Fujimori y Montesinos, Chávez puso en movimiento todo un aparato estatal y mediático que internacionalmente lo desprestigió mucho y que, no obstante, generó toda una corriente de respaldo en los países cuyos gobernantes son próximos a Chávez como Ecuador, Bolivia y Nicaragua.

Devolviendo la atención prestada por la profesora Iturriza, asistí a su mesa al día siguiente cuya ponencia "Discurso presidencial, prensa caraqueña y reformas constitucionales" trató sobre el rol de los medios de comunicación en Venezuela en los momentos actuales de evidente intervención y presión del régimen chavista. Igualmente interesante estuvo la ponencia "El femicidio según los medios de comunicación chilenos: otra forma de violencia contra la mujer" de Claudia Lagos quien a través del análisis del discurso y de los estudios de género nos brindó un análisis de las noticias periodísticas vinculadas a crímenes contra mujeres. Claudia mostró cómo la gravedad del crimen se atenúa mediante determinados calificativos y cómo también se invisibiliza a la víctima, lo cual consiste en otra forma de violencia contra la mujer en la medida que no solo se desvirtúa la agresión contra ella, sino que se le imprime una mirada que imposibilita reconocer que existe dicha agresión.

Al iniciarse la ronda de preguntas, Gabriela Iturriza cedió la palabra a la profesora Daniuska González para que respondiera la inquietud que yo plantee acerca de si existía en Venezuela una resistencia intelectual o artística contra el poder chavista. La respuesta de Claudia fue contundente: no la hay, ni siquiera en los espacios que tradicionalmente mantuvieron una postura crítica frente a otros gobiernos, como es el caso de la UCV (Universidad Central de Venezuela). Agregó que el caso venezolano es muy peculiar ya que no puede ser catalogado como “dictadura” o “democracia”: ¿puede ser lo un gobierno que llegó al poder mediante las urnas y que goza de respaldo popular? Sin ánimo de avalar a Chávez, lo cierto es que desde afuera parece más sencillo etiquetar la realidad venezolana; sin embargo, Daniuska nos explicó detenidamente las razones por las que en Venezuela las cosas aun no están tan claras: no existe una teorización sobre el “socialismo del siglo XXI”, frecuentemente mencionado por Hugo Chávez para referirse al proceso revolucionario en su país. Esto pareciera ser más un esfuerzo gaseoso por darle forma o nombre a un proceso que nada tiene que ver con el nuevo socialismo del siglo XXI (socialdemócrata, moderadamente liberal y respetuoso de los derechos humanos e individuales).

Otra ponencia que me agradó fue la del profesor sanmarquino Carlos García-Bedoya titulada “Hacia un nuevo humanismo. Por una epistemología dialógica intercultural” en la que se cuestiona el frecuente ninguneo de parte de la academia norteamericana y europea por los estudios en ciencias sociales realizados en América Latina. A ello contribuyen, en parte, la gran cantidad de información disponible en inglés, lo que obliga a muchos investigadores europeos, asiáticos y latinoamericanos a escribir en la lengua de Shakespeare para asegurar mayor difusión a sus trabajos. Esto redunda en la progresiva marginación de los trabajos publicados en español y portugués que siendo igualmente valiosos, no llegan a ser integrados a las comunidades académicas con la misma velocidad de las publicaciones en inglés. Otro motivo consiste en la masiva cantidad de investigadores que consolidan sus trabajos en las universidades más prestigiosas de EEUU y Europa, pero que pierden distancia de la agenda de investigación de su localidad al insertarse en los planes establecidos por los departamentos académicos del primer mundo. Al preguntarle sobre la necesidad de una teoría literaria latinoamericana, el profesor García Bedoya se inclinó más por la constitución de un diálogo equilibrado entre lo que hacemos aquí y lo que se hace allá, puesto que mientras subsista el ninguneo, todo aquello que se produce en nuestras comunidades no circulará más allá de nuestras fronteras. No se trata entonces de buscar una esencia epistemológica latinoamericana, sino de enriquecernos con los aportes que provengan de afuera, pero sin perder de vista nuestra propia agenda de investigación.

En fin, dar cuenta de todas las ponencias a las que asistí no cabría en este espacio. Simplemente, debo resaltar que la organización del evento estuvo a la altura de las circunstancias y que la mejor de las mesas de Jalla, además de las mencionadas, estuvo en los intermedios, en el café y en el almuerzo, donde se puede compartir, sin el apretado protocolo de una disertación, experiencias, conocimientos e impresiones de realidades latinoamericanas distantes y distintas, pero, a la vez, unidas por la inquietud de querer saber quiénes somos y adónde vamos.

miércoles, julio 30, 2008

EL VINO Y AREQUIPA: Siglos XIX



SIGLO XIX

La llegada del siglo XIX no detuvo a la ascendente industria regional, contrariamente, en las primeras dos décadas previas a la independencia, esta alcanzó superar todos los registros anteriores. En 1810, la producción total en los tres valles llegó a las 600,000 botijas y en 1816, el mayor volumen en toda la historia regional, 643,715 botijas de vino. Este record se obtuvo de manera simultánea en los tres valles (Vítor 120,000; Majes 184,00 y Moquegua 340,000 botijas) y estuvo relacionado directamente con la reapertura de los mercados sur peruanos, luego de la violenta rebelión cuzqueña de 1814-1815.

a. La guerra de Independencia y el inicio de una nueva crisis

El inicio de la guerra de Independencia, significó también el comienzo de una crisis irreversible en la pujante economía vinatera regional. La ocupación de haciendas, el saqueo de propiedades, la confiscación de mulas, vinos y aguardientes y el reclutamiento forzoso de trabajadores, se hicieron más frecuentes a partir de 1821, coincidiendo con el inicio de las incursiones militares del general patriota Guillermo Miller; las mismas que concluyeron con la ocupación de la ciudad de Arequipa por las fuerzas colombianas del general Antonio José de Sucre entre agosto y octubre de 1823.

Tan lamentables acontecimientos provocaron una brusca caída en la producción, la misma que pasó de 420,000 botijas en 1820 a solo 296,000 en 1821. Aunque hubo una breve recuperación durante los años de guerra (316,00 botijas en 1824), las cifras no volverían a ser las mismas. Siendo los valles más comprometidos Majes y Moquegua. El primero de ellos registraba en 1820 unas 120,000 botijas, cayendo a la mitad (61,000) en 1822. Muy por debajo de Vítor, que en 1825 tenía 73,000.

b. La república y el fin de la industria vinatera

Los primeros años republicanos no significaron ninguna recuperación importante, contrariamente, seguirá acentuándose la crisis vinatera hasta su colapso total. Como por efecto de la gravedad, la principal víctima será el mayor valle de la región, Moquegua. Dicho valle en 1820 alcanzó 219,000 botijas; en 1823 tenía 194,000; en 1825 menos de 175,000; en 1828 solo 161,000 y para 1829, las insignificantes 124,000 botijas de vino. Muchas fueron las razones para este lamentable desenlace:

- La destrucción ocasionada por las guerras de la independencia en los principales centros mineros del sur del Perú y Bolivia, en vista que ellos constituían los principales mercados de los vinos y aguardientes arequipeños.

- La escasez crónica de trabajadores, motivada por las continuas guerras civiles de principios de la era republicana. La agricultura arequipeña dependía de trabajadores asalariados, los mismos que frecuentemente eran víctimas de los reclutamientos militares a fin de engrosar los diversos bandos caudillistas. En consecuencia, ante una escasez de fuerza de trabajo, se elevó enormemente el nivel de los salarios, contribuyendo al aumento del costo de los vinos y aguardientes.

- La falta de mulas y el alto costo del transporte. Las requisas constantes de mulas desde la independencia y que se agravó durante la república, provocaron una disminución dramática en este vital medio de transporte. A fines del periodo colonial se estimó unas 8,000 mulas en Tacna y Moquegua y 6,000 en Condesuyos; sin embargo, para mediados del siglo XIX, estas se habían reducido a un tercio del total. Y al igual que la mano de obra, la escasez de mulas elevó considerablemente el costo del transporte, en consecuencia, los precios también se elevaron, aunque disminuyó la ganancia de los vinateros y por ende las ventas en el mercado.

- La creación de Bolivia. El Alto Perú constituyó durante siglos el mayor mercado para Arequipa; con la creación del estado boliviano en 1825, los productores arequipeños pasaron a depender de un estado foráneo y autónomo. Este nuevo gobierno, a fin de proteger su propia industria de licores y aumentar sus magros ingresos, creó elevados impuestos para toda bebida extranjera. Al respecto, un hacendado moqueguano, afirmaba desencantado en 1835: “la estúpida y mal considerada creación del Alto Perú en una república independiente ha sido la ruina de la agricultura moqueguana”.

- La competencia de nuevos licores. Después de la independencia los aguardientes arequipeños tuvieron que hacer frente a una doble competencia, derivada de licores finos provenientes de Europa y los de menor calidad, aguardientes de caña, producidos en Bolivia y Perú. Otro conocedor de la economía y sociedad arequipeña de estos años, John F.Wibel, señala que la competencia del alcohol de caña, producido masivamente en los valles de la costa peruana central y norte, fueron la principal causa en el siglo XIX del declive y posterior destrucción de la viticultura arequipeña, “los licores de caña de azúcar fueron más baratos que aquellos de uvas, por que la caña de azúcar no requería de la constante atención demandada por los vinateros”.

- El conservadurismo de los vinateros locales. Debido a que durante más de un siglo los productores locales se habían acostumbrado a destilar aguardientes y transportarlos al altiplano, tuvieron muy poca inclinación a cambiar de cultivos o a mejorar la misma producción y hacerla más competitiva. Pese a las magníficas condiciones climáticas y edafológicas de la región, que permitían la producción de hasta 18 variedades de uva.

Finalmente, mientras los viñedos del sur desaparecían gradualmente después de la independencia, en algunos valles que no habían destacado por sus viñas como Tambo y Camaná, empezaron a experimentar con el cultivo del arroz y especialmente de algodón. Mientras la economía regional, impulsada por los comerciantes extranjeros, se reorientaba en dirección a las necesidades del nuevo orden económico mundial: las lanas.

Referencias Bibliográficas

BARRIGA, Víctor M. Los Terremotos en Arequipa, 1582-1868. Arequipa 1951.
BROWN, Kendall W. Bourbons and Brandy. Imperial Reform in Eighteenth-Century Arequipa.
University of New Mexico 1986.
BULLER, Carlos E. El surgimiento de una élite comercial importadora en Arequipa durante el
tardío siglo XVIII. Lima: PUCP 1988.
CONDORI, Víctor “Efectos económicos de la independencia en Arequipa: 1820-1824”. (s/f)
DAVIES, Keith A. Landowners in Colonial Peru. University of Texas 1984.
The Rural Domain of the City of Arequipa, 1540-1665. University of Connecticut 1974.
HUERTAS, Lorenzo “Historia de la producción de vinos y piscos en el Perú”. Revista Universum Nº 19. Talca 2004.
WIBEL, John F. The Evolution of a Regional Community within Spanish Empire and Peruvian Nation: Arequipa 1780-1845. Stanford University 1975.

EL VINO Y AREQUIPA: Siglos XVII-XVIII




SIGLO XVII

Víctor Condori
Historiador

Como no hay mal que dure cien años, en las primeras décadas del siglo XVII se percibirá una recuperación progresiva de la industria regional; lo que demostraría que los terremotos y desastres no tuvieron un efecto de larga duración en la economía arequipeña. En este sentido, entre los años 1626-1631, el valle de Vítor alcanzó una producción de 80,000 botijas, y si a ello le sumamos las cosechas de Siguas y del lejano valle de Moquegua, estas llegaron a sobrepasar nuevamente las 200,000 botijas anuales.

No obstante tan alentadoras cifras y la cada vez mayor importancia del valle de Moquegua, dos serán las principales dificultades con las que tendrán que convivir los vinateros locales durante todo el siglo XVII: la escasez de mano de obra y el descenso en los precios.

a. La escasez de mano de obra

En un principio, para el laboreo en las haciendas de viña básicamente se aprovechó la fuerza de trabajo indígena proveniente de las comunidades y encomiendas de la región. Lamentablemente, en poco tiempo las enfermedades traídas por los españoles (viruela y el sarampión), así como las frecuentes fugas masivas relacionadas a los continuos terremotos, provocaron una brusca caída demográfica dentro de la región; la misma que descendió de 201,830 en la década de 1550 a solo 35,500 indígenas en 1620. Todo ello obligó a los propietarios de viñedos a depender cada vez más de los costosos esclavos africanos.

Contrariamente a lo que podría pensarse, no se trató de un simple cambio de fuerza laboral, debido a que, al utilizar trabajadores esclavos los vinateros debieron de invertir un mayor capital para la compra y manutención de los mismos. En relación a la compra, a lo largo del siglo XVII los precios de los esclavos de 18 a 30 años se movieron entre los 500 y 600 pesos y se elevaban aún más en caso de poseer este una profesión u oficio. Como sucedió en abril de 1604, cuando en la ciudad de Arequipa se vendió un esclavo “Oficial de botijero” en la astronómica suma de 1,500 pesos “de a ocho”. En definitiva, con tamaños desembolsos, quedaba muy poco para invertir en modernos sistemas de riego o para realizar “otras medidas de capital”.

b. El descenso de los precios

El descenso en los precios estuvo directamente relacionado a la pérdida de los mercados de Lima y el norte, así como al aumento progresivo en el volumen de producción después de los terremotos de 1600 y 1604. Dicho incremento productivo determinó que la oferta sobrepasara largamente a la demanda y como consecuencia directa, en un mercado más restringido, los precios tendieron a bajar. Antes de los citados terremotos, se pagaba cuatro pesos por botija de vino, pero a mediados del siglo, este había disminuido tanto, que esa misma botija se vendía en tan solo un peso.

En resumidas cuentas, durante el siglo XVII, con un vino que valía solo una cuarta parte de su valor, con una escasez crónica de costosa mano de obra y demasiado vino para su mercado, los viñedos arequipeños “entraron en una amplia depresión”, señala un conocedor de la economía regional como Kendall W. Brown.

SIGLO XVIII

Este nuevo siglo será el de mayor importancia para la industria vinatera en particular y la economía arequipeña en general, gracias al crecimiento extraordinario en su producción, convirtiendo en tan solo un mal recuerdo, la crisis vivida en el siglo anterior. Siendo tres los factores que influyeron en este extraordinario auge: la revitalización del centro minero de Potosí, la aparición del aguardiente arequipeño y el abandono de la costosa fuerza de trabajo esclava.

a. La revitalización de Potosí

A principios de 1700, la producción de plata en Potosí, el principal mercado de los vinos arequipeños, apenas alcanzaba el millón de pesos anuales frente a los seis millones de principios del siglo XVII. A fin de remediar esta lamentable crisis, en 1736 la corona española disminuyó el principal impuesto minero (Quinto Real) de 20% a solo la décima parte de lo producido (10%). Esto provocó un incremento notable en la producción argentífera, alcanzando los dos millones de pesos en 1750; 2.5 millones en 1770 y 3.5 millones entre los años 1780-1800. En términos comerciales ello significaba que, al aumentar la productividad los centros mineros contaron con más dinero para adquirir los vinos y aguardientes arequipeños.

b. El aguardiente arequipeño

Aunque el aguardiente de uva ya se producía en los valles de Ica desde finales del siglo XVI y se embarcaba para su comercialización por el puerto de Pisco, hasta 1698 los vinateros arequipeños solo exportaban vino a sus mercados altoperuanos. Sin embargo, a principios del siglo XVIII se inicia el proceso de destilación del vino para convertirlo en aguardiente, en todos los valles de la región. Llegando en pocas décadas a destilarse casi el 90% de los vinos arequipeños.

Este proceso químico comprometía una gran pérdida de volumen, en un promedio de uno a seis y a menudo tanto como de uno a nueve; es decir, para elaborar una botija de aguardiente se empleaban entre seis a nueve botijas de vino. Pese a ello, el inferior costo del transporte y el superior precio de los aguardientes, compensaban en gran medida la pérdida de volumen en su fabricación. Con respecto al precio, a finales del siglo XVIII los vinos se vendían de tres a cuatro pesos la botija, mientras los aguardientes costaban 10 pesos en la ciudad, 15 pesos en Lima y 19 a 22 pesos en el Alto Perú.

Cabría mencionar que, en tanto el vino fue preferido entre los grupos de españoles y mestizos, los aguardientes fueron consumidos por la numerosa población indígena y esclava; y precisamente, durante este siglo se evidenció un importante crecimiento demográfico en dicha población, frente al colapso de los siglos anteriores.

c. El abandono de la fuerza de trabajo esclava

Durante el siglo anterior los propietarios de haciendas arequipeñas, por fuerza o necesidad, se habían visto obligados a recurrir a la costosa mano de obra esclava. Pero, en el presente siglo, el incremento en las poblaciones indígena y de castas, hizo más atractiva la contratación de estos trabajadores en reemplazo de los caros y problemáticos esclavos. Y si a ello le sumamos que el trabajo en los viñedos no era estable, pues habían prolongados periodos de inactividad, con el trabajo pagado solo se invertía en los peones cuando estos trabajaban.

En la segunda mitad del siglo XVIII, un peón que no era indígena ganaba cuatro reales al día por una jornada de trabajo, mientras los indígenas ganaban solo dos. La inclinación por esta última es comprensible, siendo por lo demás bastante asequible. Gracias al tributo y los repartos del corregidor, la necesidad de dinero para pagar deudas e impuestos aumentó, permitiendo que la oferta de mano de obra indígena se mantuviera siempre en aumento.

d. Un nuevo crecimiento en la producción

A fines del siglo XVIII, la producción en los tres valles más importantes de la región sobrepasó las 500,000 botijas de vino anuales. Siendo Moquegua la de mayor productividad, alcanzando entre 250,000 a 300,000 botijas. En este valle, el 90% de los vinos se destilaban en aguardiente y eran llevados en recuas de mulas hacia los mercados de La Paz, Oruro, La Plata y especialmente Potosí, donde se vendían vinos y aguardientes moqueguanos por cerca de 262,900 pesos en 1791.

El transporte se realizaba principalmente en mulas, provenientes del norte argentino (Córdoba y Tucumán) y conducidas por experimentados arrieros, quienes usaban odres de piel de cabra por ser más adecuadas para el lomo de las mulas que los antiguos cántaros de cerámica. Dicho transporte tenía un elevado costo, pues por carga se cobraba desde Arequipa a Lima 16 pesos, al Cuzco 12 pesos, a Oruro 16 pesos y a Potosí 20 pesos.

Después de Moquegua, los más importantes viñedos de la región estuvieron localizados en el valle de Majes. Estas tierras producían un promedio anual de 100,000 a 140,000 botijas. La mayor parte de este vino era reducido a aguardiente y vendido en las provincias de la sierra como Lampa, Azángaro y Cuzco. Este último mercado, hacía 1787 recibió 86,416 pesos en mercancías de los cuales 61,873 fueron vinos y aguardientes.

El valle de Vítor, cercano a la ciudad de Arequipa fue la tercera área más importante de toda la Intendencia. Su producción de vinos oscilaba entre los 80,000 y 100,000 botijas, de las cuales ¾ partes se reducían en aguardiente y eran enviados a la ciudad de Arequipa, para posteriormente ser reexportados a la sierra, especialmente a Puno y la Paz. El mercado paceño compraba en 1791 cerca de 275,000 pesos en vinos y aguardientes arequipeños de los cuales 60,000 provenían del valle de Vítor.



Tan antiguo valle, pese a ser el más pequeño y tener el menor número de haciendas de viña (107, frente a las 480 de Majes y 240 de Moquegua) fue el más prolífico de los tres. La mitad de sus heredades producían entre 1,000 y 5,000 botijas de vino y una tercera parte, de 500 a 1,000. Asimismo, por su cercanía a la Ciudad Blanca, en él se hallaban las propiedades de las familias más importantes de la región: Goyeneche, Cossío, Gamio, de la Fuente, Masías, Bustamante, Barreda, Benavides, entre otras; y que por tradición dominaban la política de la ciudad. En 1773, todos los regidores del cabildo de Arequipa poseían viñedos en el valle de Vítor.

e. Las reformas borbónicas y la rebelión de 1780

Tal prosperidad económica permitió a las familias más importantes de la región invertir sus enormes ganancias en el comercio y la minería, logrando de este modo dinamizar la economía regional a partir de la segunda mitad de este siglo.

Lamentablemente, dicha prosperidad llamó la atención de las autoridades peninsulares, y en 1777 se creó un impuesto de 12.5 % sobre la producción de aguardiente, al año siguiente se elevó el impuesto a la compra y venta de mercancías (alcabala) de 4 a 6%. En 1779 se ordenó una nueva medición de las haciendas en la región, ante la sospecha de que muchos propietarios venían declarando menos de lo que poseían y como colofón, a principios de 1780 se estableció una aduana en la ciudad, a fin de hacer cumplir rigurosamente todas estas innovaciones fiscales.

Para desgracia de los arequipeños, tales medidas coincidieron con un breve periodo de crisis en la agricultura regional, a partir de 1775. Según Kendall Brown “hacia 1775 la agricultura arequipeña finalizó un ciclo de expansión. Particularmente la vitalidad de los mercados del aguardiente empezaron a declinar. Los precios de mercado cayeron y la producción de vinos se estancó”.

No obstante lo breve de la crisis agrícola, la concomitancia con las reformas fiscales introducidas por la corona española, provocaron un general rechazo de la población. Tal oposición se expresó inicialmente en numerosos pasquines amenazantes colocados en diferentes edificios de la ciudad y concluyó, en los violentos disturbios los días 13,14, 15 y 16 de enero de 1780. Tales sucesos, conocidos como la “Rebelión de los Pasquines”, fueron los primeros en el virreinato peruano contra la introducción de las reformas borbónicas fiscales en el siglo XVIII, y precedieron en diez meses al mayor levantamiento indígena de la colonia: la rebelión de Túpac Amaru.

Al finalizar el siglo, la producción vinatera regional recuperó nuevamente su vitalidad; el valle de Vítor pasó de las 67,000 botijas en 1784 a las 110,000 en 1796. El valor de la agricultura de Arequipa fue estimada por la Guía de Forasteros de 1796 en casi dos millones de pesos.

martes, julio 22, 2008

EL VINO Y AREQUIPA: Siglos XVI


Víctor Condori
Historiador

El vino es tan abundante que después de dar copiosísimo abasto a todo el Obispado (de Arequipa) provee con abundancia al Arzobispado de la Plata, al Obispado del Cuzco, al de la Paz, algunas provincias de Huamanga y han llevado a Lima embarcaciones de este género.

Ventura Travada y Córdova. El suelo de Arequipa convertido en cielo (1752).



La importancia económica de la ciudad y región se iniciaron con la fundación española de la “muy noble y muy leal” ciudad de Arequipa, ocurrida un 15 de agosto, día de la Asunción de la virgen María, de 1540. A partir de ese momento, la futura Ciudad Blanca, comenzó a existir para la historia del Perú.

En los primeros años posteriores a su fundación, la ciudad de Arequipa tuvo una existencia marginal como muchas otras ciudades, frente a los principales centros urbanos: Lima, sede del gobierno virreinal y Cuzco, la antigua capital del Imperio de los Incas. Así, ante la ausencia de grandes minas, abundantes tesoros y numerosas poblaciones indígenas que repartir y aprovechar, la principal fuente de riqueza radicó en la tierra y en los beneficios que de ella se podían extraer.

La explotación del suelo no fue una tarea difícil, pese a la aparente aridez de la región. Con algo de riego y un poco de paciencia los cultivos habrían de surgir prodigiosamente para proporcionar al labriego el producto de su esfuerzo.

Como era de esperarse, la nueva población española de gustos mediterráneos, prescindió de los cultivos autóctonos, es decir el maíz y la papa, a fin de favorecer a aquellos provenientes de la península como el trigo y la vid. De igual modo sucedió con la chicha, ancestral bebida americana, quedando limitada a los sectores indígenas y populares, mientras el vino se hacía imprescindible en las mesas de los vecinos y familias principales de la ciudad.

SIGLO XVI

a. Los inicios de la viticultura

En los primeros años de la ciudad, el abastecimiento de tan apreciado néctar se realizaba desde la península, importándose de la región española de Andalucía. Sin embargo, la irregularidad de los envíos y el alto costo de los mismos, impulsó a ciertos vecinos a experimentar con algunas parras en sus tierras solariegas y así, producir vino de manera domestica que, aunque en pequeñas cantidades, les permitió compensar su frecuente escasez en el mercado local.

Por los años de 1550, ya se podían hallar algunos viñedos plantados en los valles de Socabaya y Tiabaya, cuya producción progresivamente fue desplazando al irregular y costoso vino andaluz. No obstante ello, la producción vinatera debió haber sido todavía muy modesta, no solo por el carácter de su producción, sino, por lo reducido del mercado arequipeño. Así se infiere también de la crónica del observador y prolijo Pedro Cieza de León (1553), quien al referirse a Arequipa no hace ninguna mención al cultivo de la vid, sino más bien al trigo de quien dice “Dase en ella muy excellente trigo, del cual hacen pan bueno y sabroso”.

El descubrimiento del rico yacimiento de Potosí, en 1545 y la consecuente formación de un vasto circuito comercial en torno a este centro minero ubicado en el corazón de la actual Bolivia, generó grandes posibilidades de negocios para los encomenderos y vecinos arequipeños, sobre todo en la exportación de vinos. En este sentido, hacía 1557 el cabildo de Arequipa comisionó a Hernando Álvarez Carmona para investigar la Factibilidad de otorgar tierras en el cercano valle de Vítor, ubicado a un centenar de kilómetros de la ciudad; y en julio de ese año, se midieron numerosos terrenos los mismos que fueron rápidamente repartidos entre los principales vecinos de la ciudad. Aunque se trató de pequeñas propiedades, la tierra era muy buena y el clima, mejor.

A mediados de 1570, una gran parte de los terrenos en el valle de Vítor se hallaban sembrados con viñas y en creciente producción. Muy a pesar de los Edictos Reales que intentaban prohibir la fabricación de vinos en las colonias, para de este modo proteger a los vinateros peninsulares. Pero, como los comerciantes españoles nunca pudieron satisfacer completamente la demanda colonial, ni en cantidad ni en precio, la industria vinatera local siguió creciendo hasta convertirse en la base de la economía regional.

Para el año de 1580, el cultivo de la vid y por ende la elaboración de vinos se habían rápidamente extendido desde Vítor hacia los vecinos valles de Siguas, Majes y Tambo. Consecuentemente, la producción regional que hasta esos años no había pasado de unas cuantas botijas de vino al año, se elevó considerablemente hasta alcanzar las 100,000 botijas. Tan enormes volúmenes se obtuvieron muy a pesar del terremoto del 22 de enero de 1582 (X grados de intensidad), el primero en la historia de la ciudad y que según el padre Víctor M. Barriga “todos los vinos de los valles se perdieron con las vasijas y bodegas”.



Un verdadero boom de la economía regional se experimentó en la última década del siglo XVI, cuando la producción vinatera largamente sobrepasó las 200,000 botijas, alcanzando un valor aproximado de un millón y medio de pesos corrientes por año. Asimismo, las valiosas exportaciones arequipeñas no solo tuvieron como destino los conocidos mercados serranos de Cuzco y Potosí, sino también, estas incursionaron en los mercados de Lima y aún a mayor distancia como los de Trujillo. A decir de un gran conocedor de la economía arequipeña colonial, Keith A. Davies, “a finales del siglo XVI, los arequipeños disfrutaron de uno de sus más prósperos periodos”.

b. La primera crisis

Sin embargo, como tantas otras veces en la historia del Perú, tal prosperidad también fue falaz y solo duró algunos años. La naturaleza sísmica y volcánica de la región se encargaría de frenar tan notable crecimiento. El 19 de febrero del año 1600, una gran catástrofe asoló la región. Se trató de un nuevo terremoto, cuya intensidad alcanzó el grado IX y fue originado por la violenta erupción del volcán Huaynaputina o Quinistaquillas, ubicado a unos 80 kilómetros al este de la ciudad de Arequipa. Tremendo cataclismo no solo destruyó los edificios más importantes de la ciudad, sino también, paralizó la pujante economía local. Cosechas enteras se perdieron, desde frutas y olivos hasta los apreciados viñedos Vítor Siguas y Majes estuvieron entre los valles más afectados. Una densa nube de ceniza volcánica cubrió durante algunos meses el “eterno cielo azul” arequipeño; y una verdadera lluvia de arena y ceniza continuó cayendo por más de año y medio. Consecuentemente, la destacada producción de vinos, que en años anteriores había sobrepasado las 200,000 botijas, dramáticamente se contrajo hasta alcanzar las insignificantes 10,000 botijas, siendo la mayoría de ellas “de pobre calidad”.

Sobre cuernos, palos. Cuando la maltratada economía local intentaba renacer como un ave fénix de las cenizas del Huaynaputina, un nuevo terremoto, aún más violento que el anterior, volvió a castigar la región y a sus afligidos habitantes. Ocurrió el 24 de noviembre de 1604 y fue de grado XI. Como era de esperarse, dejó otra vez en escombros a la ya castigada Ciudad Blanca; asimismo, causó severos daños en los viñedos de los principales valles, aunque en menor proporción que cuatro años antes, por la evidente ausencia de ceniza y arena volcánica.

Observados desde el punto de vista comercial, tamaños desastres de la naturaleza fueron doblemente perjudiciales, por que a raíz de la depresión productiva y la interrupción del abastecimiento de vinos en los mercados de Lima y Trujillo, tales mercados comenzaron a ser progresivamente proveídos con vinos y aguardientes procedentes de los valles de Ica y Pisco, mucho más cercanos a la capital. De este modo, al cabo de unos pocos años, mientras la viticultura local se intentaba recuperar, Ica y Pisco terminaron por desplazar la competencia arequipeña del norte y centro del Perú. (I Parte)

martes, julio 15, 2008

Europa y la amenaza de las minorías culturales





Una recusación a La sociedad multiétnica de Giovanni Sartori


Arturo Caballero

La fragmentación de los estados-nación

Cuando Hernán Fuentes declaró, sin ningún empacho, que la región Puno debía constituirse en una nación independiente, Santa Cruz y otros departamentos del oriente boliviano decretaron unilateralmente su autonomía frente al centralismo paceño, hecho que reforzó la postura separatista del referido presidente regional. Amparado en la existencia de una nación aymara —discurso apoyado por el partido nacionalista de Ollanta Humala y seguramente, con fines más estratégicos que ideológicos, por el bolivarianismo chavista—, además de la postergación histórica en la que el Estado ha mantenido a las zonas altoandinas y en los recursos logísticos que le permiten su calidad de presidente regional, Fuentes pretendió sacar provecho de la crisis boliviana.

Lo primero sobre lo que debemos reflexionar es el matiz ideológico detrás del discurso separatista; segundo, lo referente a los límites del pluralismo y la tolerancia; y en tercer lugar, la interpretación de los medios. Toda reivindicación por la identidad lleva implícita una lucha por el equilibrio del poder, es decir, busca contrarrestar a la hegemonía que la oprime. El problema surge cuando en aras del pluralismo y la tolerancia se distorsiona el sentido de la convivencia multicultural, lo cual da pie a que las minorías recurran a la intolerancia y a la negación del pluralismo para aquellos que no comparten sus valores culturales. Visto así, un proyecto confrontacional de las minorías es tan perjudicial como la aplastante hegemonía cultural que las sojuzga, pues solo traslada el conflicto hacia el otro lado, si es que no lo multiplica en todas direcciones: la aspiración de reconocimiento, el pluralismo y la tolerancia no deben entrar en conflicto con el respeto mutuo que cada cultura requiere para que la convivencia intercultural no derive en enfrentamiento multicultural. En otras palabras, nadie desea una balcanización de los andes.

Para ciertos periodistas políticos, si la desintegración del estado-nación está teñida de un tinte neoliberal, como efectivamente ocurre en Santa Cruz, es positiva; pero si aquella posee un tufillo "izquierdista" —al menos en apariencia porque la izquierda está en otro lado menos donde debe estar—, debe combatírsele sin cuartel. La efervescencia mediática y el beneplácito con que fue recibida la noticia del referéndum por las autonomías en Bolivia en determinados sectores del periodismo político ultraneoliberal y, por otro lado, la andanada de críticas a la propuesta de Fuentes, merecen un análisis detenido para otro momento, ya que tal optimismo y censura, respectivamente, no son casuales ni espontáneos; obedecen a un reflejo sintomático de los medios de comunicación que cierran filas en defensa de la ideología dominante: medir el progreso de una nación por el grado de apertura económica de sus mercados, la inversión privada y la cantidad, mas no calidad, de trabajo. Por supuesto, ningún analista político quiere que el presidente lo llame "perro del hortelano".

Lo acontecido en Bolivia y las alucinadas pretensiones de Hernán Fuentes podrían ser el preámbulo de un proceso de desintegración de los estados-nación latinoamericanos. En Europa, dicho proceso se ha ido acentuando progresivamente en los últimos 20 años; luego de la caída del muro de Berlín y del colapso de las repúblicas socialistas de Europa Oriental, el mapa del viejo continente ha cambiado mucho: nuevas repúblicas se erigen allí donde antes existía una confederación o una nación aparentemente integrada. La naciente república de Kosovo, escenario de una cruenta guerra de carácter étnico-religioso, ha tenido que enfrentar el rechazo de cierto sector de la población serbia que no admite su soberanía.

¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración?

En este sentido, cabe preguntarnos ¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración? Giovanni Sartori elabora una respuesta en La sociedad multiétnica (2001). Sartori es reconocido internacionalmente como un experto en los problemas de la democracia occidental. Entre sus trabajos más importantes se encuentran Ingeniería constitucional comparada (1994), ¿Qué es la democracia? (1997), Homo videns: La sociedad teledirigida (1998) y Política: lógica y método en las ciencias sociales (2007).

De otra parte, alterna la investigación política con la docencia universitaria. Actualmente, es profesor emérito de la Columbia University de Nueva York, donde ha enseñado durante los últimos veinte años.

En La sociedad multiétnica, Sartori aborda el tema del pluralismo y el multiculturalismo, partiendo de que la comprensión de ambos términos está sumergida en un profundo malentendido cuyo desenlace deriva en la acentuación de los conflictos culturales. El objetivo del ensayo consiste en definir y a la vez, diferenciar ambos conceptos para que quede claro el riesgo que implica, en primer lugar, confundirlos, y en segundo lugar, exaltar el multiculturalismo. La primera parte, "Pluralismo y sociedad libre" trata sobre los límites que debe establecer una sociedad abierta para no verse socavada a sí misma por las excesivas concesiones otorgadas a las minorías en favor de un pluralismo ilimitado. La segunda parte, "Multiculturalismo y sociedad desmembrada" desarrolla el concepto de multiculturalidad en directa oposición al de pluralismo con el objeto de diferenciarlos para luego destacar los peligros que entraña una sociedad multicultural: su desintegración.

Si bien la noción de pluralismo es difícil de precisar, ya que, a través del tiempo ha adquirido diversos significados, ello no debe ser pretexto para evadir su explicación. Es por ello, que Sartori pretende reconstruir el justo valor de este concepto. Considera que el pluralismo no es simplemente la existencia de variedad o diversidad, sino, además, de reconocimiento de los derechos propios como extensivos a los otros. También implica interacción entre los elementos diversos mediante la discrepancia. En relación con esto último, destaca que la democracia liberal se ha construido sobre la base del reconocimiento de la diversidad, en la cual se practica el disenso en oposición a las ideologías del pensamiento único.



A través del rastreo histórico que hace del término pluralismo, el autor resalta que este concepto perdió su sentido original cuando se lo redujo a una teoría de la sociedad multigrupo y a una teoría política de los grupos de interés. En ambos casos, subsiste la idea de que la sola existencia de la variedad asegura el pluralismo, lo cual es errado porque pluralismo no es sinónimo de plural. Sartori entiende el pluralismo como una cualidad de las sociedades en las que la diversidad de sus miembros no es obstáculo para la interrelación, el consenso ni las concesiones recíprocas. Lo plural (pluralidad) enfatiza la multiplicidad de lo diverso, mas no la interrelación de los elementos constituyentes de la diversidad.

Tal precisión es requisito para explicar el multiculturalismo, debido a que este, según Sartori, distorsiona el recto sentido del pluralismo al convertirlo en pluralidad. Y es que el multiculturalismo equivale a una fragmentación en cadena en la que cada grupo enarbola la bandera de su propia identidad confrontándola con las que la rodean. Al inicio de la segunda parte, aclara que pluralismo y multiculturalismo no son en sí mismas nociones opuestas. Si el multiculturalismo se entendiera como multiplicidad de culturas, no representa problema alguno para una sociedad pluralista; pero si se considera como un valor prioritario surge el problema, ya que entran en pugna pluralismo y multiculturalismo cuando se fuerza lo multicultural allí donde una sociedad es heterogénea.

La diferencia radica en la espontaneidad presente en aquel y ausente en este. El pluralismo no se siente obligado a diversificar la pluralidad si esta no es espontánea y si es que no se desenvuelve mediante asociaciones voluntarias. El primer problema con el multiculturalismo, en la acepción de Sartori, es que divide a una sociedad más allá de los límites razonables (tolerancia y reciprocidad) porque cada grupo buscaría afianzarse al margen de los otros, sin establecer vínculos solidarios con los demás. Según Sartori, esta autoreivindicación tiene su origen en el marxismo (que reemplazó la lucha de clases por la lucha cultural), en Foucault (las redes de poder a nivel de microgrupos) y en los estudios culturales (hegemonía, dominación, subalternidad). Estas tres tendencias son los pilares del multiculturalismo estadounidense de sesgo antipluralista. El segundo problema para el autor es que la noción de multiculturalismo lleva una carga ideológica, algo así como el caballito de batalla de las minorías raciales, sexuales, religiosas, etc., y aquí es donde surgen mis discrepancias con las ideas de Sartori. ¿Acaso no es inevitable que todo discurso esté impregnado de ideología? ¿Es por ello descalificable todo proyecto reivindicatorio por la identidad? En lo que Sartori no indaga es que las identidades, contrariamente a lo que piensa, no son esencias fijas, sino relaciones que se definen mutuamente mediante entramados de poder. Es el otro quien afianza la identidad del sujeto, debido a que lo individual no puede existir sin lo colectivo. Cada identidad particular adquiere sentido dentro de un sistema de diferencias. Se es peruano en tanto existen diferencias respecto a los mexicanos, ecuatorianos, chilenos y demás. Sin la presencia del otro, es decir, sin un elemento diferenciador, es inviable definir la identidad.

Por ello, la aspiración al reconocimiento, si bien como lo explica Sartori puede derivar en la confrontación multicultural, debe canalizarse por otros medios, pero, de ninguna manera, debe renunciar a su realización. Es necesaria porque el solo hecho de buscar ser reconocido significa que la relación identidad/diferencia no está funcionando en la medida que alguno de los componentes ignora al otro y lo anula. Siempre existirán diferencias culturales, sin embargo, la distancia entre la convivencia armónica y la confrontación cultural pasa por comprender que mi identidad existe a la vez que reconozco y respeto la diferencia. Las consecuencias de negar estas condiciones las podemos apreciar en África, en los Balcanes y cada vez más notoriamente en Latinoamérica.

De otra parte, Sartori sostiene que el reconocimiento no debe entenderse como respeto por igual a todas las culturas y es en este punto que critica a Charles Taylor."Atribuir a todas las culturas ‘igual valor’ equivale a adoptar un relativismo absoluto que destruye la noción misma de valor" (79-80). También lo critica en lo referente a la noción de reconocimiento. Sartori está convencido de que la falta de reconocimiento o el desconocimiento hacia las identidades culturales minoritarias no genera daño ni puede ser una forma de opresión. Es decir, a su entender, la indiferencia del Estado y de cierto sector de la población peruana hacia las víctimas del conflicto armado interno en el Perú no sería un factor determinante para comprender por qué durante veinte años dimos la espalda a nuestros connacionales y permitimos que se vulneren los derechos humanos de los más desprotegidos. Por otro lado, afirma que no todas las culturas merecen el mismo respeto porque si partimos de la premisa de que toda civilización atraviesa periodos de decadencia, es lícito afirmar que en algún momento existirán culturas superiores a otras, por lo tanto, no podrían ser valoradas ni respetadas por igual. Sartori apoya estas ideas mediante la distinción que Michael Walzer hace entre un liberalismo neutral ante la diversidad cultural y un liberalismo comprometido con los derechos particulares de todas las culturas. La segunda versión de liberalismo es deleznable para él porque favorece a ciertos grupos que antes no recibieron un trato preferencial.

Para demostrar los efectos devastadores de esta última versión de liberalismo, elabora una distinción entre trato preferencial (affirmative action) y política de reconocimiento. El trato preferencial brinda igualdad de oportunidades a través de la eliminación de las diferencias y su objetivo es obtener un ciudadano indiferenciado, o sea, asegurar un mejor trato para los desiguales con el fin de que no se le diferencie del resto que antes le llevaban cierta ventaja. En cambio, la política de reconocimiento considera que las diferencias no se deben eliminar, sino resaltar y valorar. El objeto es lograr un ciudadano diferenciado y un Estado sensible a las diferencias, es decir, que no solo asegure preferencias para nivelar a los desiguales con los demás, sino que facilite mayores ventajas por encima de los demás. En ambos casos se discrimina, sin embargo, en el trato preferencial, se discrimina para borrar las discriminaciones, mientras en la política de reconocimiento se discrimina para diferenciar/acentuar diferencias. Sartori evalúa que las consecuencias de ambas políticas son graves, ya que los discriminados reclamarán por las ventajas concedidas a los otros o que los favorecidos exijan más privilegios en perjuicio de los no favorecidos. Por lo tanto, la identidad atacada se resiente y reafirma su identidad. La responsabilidad de esto la atribuye a los multiculturalistas porque fomentan las diferencias culturales allí donde no había conflicto, lo cual, si bien es cierto, no es exclusividad de ellos, sino, también, de los nacionalistas y de buena parte de ciertos liberales recalcitrantes partidarios de un liberalismo avasallador más que integrador.

Otro defecto que Sartori halla en el multiculturalismo, y que se desprende de lo anterior, es que distorsiona la noción de ciudadanía al negar los tres principios básicos del constitucionalismo liberal. Los multiculturalistas no respetan la neutralidad de la ley, ya que exigen la protección del Estado para determinados grupos minoritarios. Esto, a su modo de ver, atenta contra la noción de igualdad ante la ley que deben tener los ciudadanos, debido a que se crean privilegios para unos en perjuicio de otros. Añade que tanto el trato preferencial como la política de reconocimiento provocan esta distorsión. Sin embargo, admite que solo se puede establecer un trato desigual dentro de ciertos límite, pero no explica exactamente en qué circunstancias podría ocurrir esto.

Asimismo, el autor plantea la siguiente cuestión: ¿si todos somos diferentes por qué la diferencia se torna un problema? Concluye que algunas diferencias adquieren mayor importancia que otras y ello, a su vez, ocurre porque ciertos grupos reclaman por sus derechos de identidad hasta lograr que su reconocimiento se imponga. Sartori considera que ciertas diferencias no fueron siempre importantes, sino que adquieren relevancia en ciertas circunstancias, reforzada por cuestiones ideológicas. "Estas consideraciones nos hacen redescubrir la ya conocida verdad de que las diferencias son opiniones que están en nuestra mente, y que de vez en cuando se perciben como ‘diferencias importantes’ porque así se nos dice y nos lo meten en la cabeza" (87). En su perspectiva, el trasfondo ideológico del multiculturalismo radica en que convence a los miembros de un grupo de que sus diferencias con los otros son más reales que virtuales, cuando, según el autor, es todo lo contrario.

¿Con ello Sartori pretende desbaratar la legitimidad de los movimientos por el reconocimiento de las minorías? Sí, ya que afirma que la lucha por el reconocimiento es producto de una elaboración mental, ideológica y, por consiguiente, que no tiene vínculo con la realidad, o al menos no un correlato que la justifique. O sea, lo que nos quiere decir es algo así como que la lucha de los mártires de Chicago por la jornada laboral de las ocho horas (reclamo de un sector social) era más ideológica, o solo ideológica, que real: la denuncia de una situación injusta de explotación laboral. Sartori, a mi modo de ver, falla al entender las reivindicaciones de la identidad solo como productos ideológicos porque a nadie en sus cabales se le ocurriría afirmar que alrededor de las luchas por los derechos civiles de la población negra en Sudáfrica no existía un contexto real de opresión y que tan solo reclamaban por combatir o defender una ideología segregacionista o de reconocimiento respectivamente.

Migrantes, extraños y desintegrados

Pero el punto más cuestionable de la tesis de Sartori tiene que ver con los inmigrantes a los que califica como "extraños": "El inmigrante es, pues, distinto respecto a los distintos de casa, a los distintos a los que estamos acostumbrados, porque es un extraño distinto (…) En resumen, que el inmigrado posee (…) un plus de diversidad, un extra o un exceso de alteridad" (107). De entrada, sitúa a los inmigrantes en una posición de amenaza potencial per se contra la sociedad que los acoge. Tal extrañeza la atribuye a determinadas diferencias radicales (religión y etnia) respecto a otras superables (lengua y costumbres). Entonces, habría algunos más y otros menos distintos. Curiosa distinción la de Sartori: "una política de inmigración (…) que no sabe o que no quiere distinguir entre las distintas extrañezas es una política equivocada destinada al fracaso". Pero ¿acaso no existe extrañeza entre europeos y, sin ir muy lejos, al interior de sus naciones? El ex candidato a la presidencia en Francia, Jean Marie Le Pen, manifestó no sentirse representado por su selección de fútbol en alusión a la cantidad de jugadores de raza negra. Antes del partido por la final de la Eurocopa 2008, catalanes y vascos hinchaban por el equipo rival de España. Los migrantes de Europa Oriental son un poco más reconocidos que los africanos, árabes o latinoamericanos, pero solo un poco porque también representan una buena parte de la mano de obra barata que realiza los trabajos que la mayoría de europeos occidentales no quiere realizar. Antes del milagro económico español, era común el adagio "África comienza al otro lado de los Pirineos", lo cual evidencia que la aceptación de que España y Portugal son tan europeas como el resto de naciones es reciente.

Cuando evalúa las causas de la migración europea hacia América, las justifica en tanto Europa exportaba migrantes hacia tierras despobladas y acogedoras en momentos que la explosión demográfica generaba una gran crisis. A ello cabría agregar las oleadas de refugiados por las guerras mundiales y la persecución a los judíos. Pero al analizar la migración hacia Europa concluye que las causas principales radican en la riqueza de las naciones europeas —es decir, los migrantes del Tercer Mundo llegan a Europa "como moscas a la miel" seducidos por la bonanza económica— y por la desidia de los europeos ante trabajos de menor jerarquía, los cuales son asumidos en gran parte por los migrantes. De esto se desprende que los europeos llegaron a un continente americano pobre, pero abundante en oportunidades, mientras que los migrantes actuales llegan a un continente rico pero escaso de oportunidades. Lo que olvida mencionar es el estado de devastación en que las antiguas potencias dejaron a sus colonias. Salvo las naciones integrantes de la Commonwealth, después de obtener la independencia, las naciones descolonizadas se debatieron en luchas intestinas por el poder entre caudillos que eran alentados según los intereses de la antigua metrópoli colonialista. Tampoco dice que las empresas transnacionales instaladas en los países subdesarrollados difícilmente aseguran el bienestar económico de la población local. (Las empresas europeas que extraen pescado del lago Victoria en África centroriental proveen ingentes cantidades de este alimento a los mercados europeos; sin embargo, el panorama alrededor de ellas es desolador: miseria, hambre y explotación). Ni de los regímenes totalitarios apoyados por gobiernos que perpetúan su influencia mediante el dictador de turno.

Dentro de este panorama nada auspicioso, es lógico que la migración no solo sea una vía para lograr una calidad de vida mejor, sino, sobre todo, una lucha por la supervivencia; en este caso, el término "migración" es un eufemismo de "huida" o "salvación". En resumidas cuentas, tanto los europeos como los africanos y latinoamericanos migraron porque en sus tierras de origen no existían posibilidades de desarrollo: muy aparte de que el lugar de destino fuera próspero o miserable, la invasión del paraíso ajeno resultaba mejor que la conservación del infierno propio.

Respecto a la cesión de ciudadanía a los inmigrantes, opina que no garantiza en absoluto su integración a la sociedad que los acoge. Y en vista que los conflictos culturales tienden a agravarse en Europa debido a que los inmigrantes insisten en conservar sus costumbres, muchas de las cuales entran en conflicto con la sociedad occidental, propone que se restrinja la ciudadanía europea a los inmigrantes a condición de que se integren. Aunque no lo dice abiertamente, de este planteamiento se deduce que la integración de los inmigrantes pasa por renunciar a manifestaciones culturales consideradas conflictivas: "… el hecho es que la integración se produce sólo a condición de que los que se integran la acepten y la consideren deseable. Si no, no. La verdad banal es, entonces, que la integración se produce entre integrables y, por consiguiente, que la ciudadanía concedida a inmigrantes inintegrables no lleva a integración sino a desintegración" (114). El temor de Sartori es que los inmigrantes se conviertan en ciudadanos diferenciados debido a que no se sienten obligados a integrarse pese a que fueron beneficiados por la ciudadanía. Cita como ejemplo a los latinos que prefieren votar por sus similares durante las elecciones e interpreta esto como una señal de resistencia a la integración, en contraste a los italianos que "se integraron a la perfección" (115).

A continuación, mis observaciones. En primer lugar, define la integrabilidad según el grado de retribución del inmigrado para con la sociedad que le otorga ciudadanía; de ello se implica que esta es para Sartori una especie de bendición para el inmigrante o letra en blanco mediante la cual empeña su identidad a cambio de determinadas ventajas administrativas, civiles, políticas pero no culturales. Con ello, contradice su argumentación a favor de los derechos del ciudadano frente a la sujeción de los súbditos y los privilegios de las élites. Tal como lo expone en sus ejemplos, la ciudadanía no aparece como un derecho consustancial al ser humano, sino como un favor que determinados estados-nación otorgan a los migrantes, a los "extraños" para que sean menos raros a los ojos de los locales. Los migrantes deberían entonces sentirse agradecidos y no pecar de ingratos, puesto que adquirieron el privilegio de "ser europeos". El error en su razonamiento es que, paradójicamente, convierte a la ciudadanía en un privilegio que los europeos otorgan a los migrantes, deslegitimando su propia argumentación de la ciudadanía como derecho.

Sin embargo, en segundo lugar, lo más grave es que siendo un intelectual de la izquierda liberal no contemple en absoluto la noción de ciudadanía universal, un proyecto que la izquierda democrática contemporánea no debe soslayar y que, de hecho, diversos académicos, intelectuales y activistas sociales están esforzándose por consolidar para sacar del marasmo a aquella izquierda anquilosada en el nacionalismo confrontacional, en la teoría cultural o en las excesivas concesiones a la globalización de tinte neoliberal.

En tercer lugar, los ejemplos que utiliza para fustigar la resistencia a la integración son bastante cuestionables. Si bien la adquisición de la ciudadanía no garantiza la integración del migrante, tampoco garantiza su reconocimiento de parte de la sociedad muy aparte de formalidades administrativas como poseer una cédula de identidad o un pasaporte. ¿Acaso la libre asociación por afinidades espontáneas no es un postulado del liberalismo político? A gran parte de los inmigrantes latinos, africanos o árabes no les queda otra opción que asociarse entre sus similares al interior de una sociedad que los discrimina con o sin ciudadanía y frente a un gobierno como el actual en los Estados Unidos que pretende solucionar la inmigración ilegal con un muro de contención. El error consecuente de la apreciación que expone sobre los latinos es la generalización con la que los trata, es decir, como un bloque que rechaza la integración a la sociedad norteamericana y no como la estrategia de un sector de los inmigrantes que no ha obtenido la ciudadanía cultural a pesar que sus documentos digan que es estadounidense o ciudadano comunitario. Por otro lado, Sartori pierde de vista la responsabilidad de las erradas políticas gubernamentales para enfrentar el problema migratorio. El gobierno de los Estados Unidos bajo la administración Bush ha promovido la paranoia entre los ciudadanos por el tema de la seguridad nacional después del 11 de septiembre, a tal punto que los extranjeros más "extraños" por la raza, lengua, costumbres y religión son considerados una potencial amenaza. Esta situación diluye la dicotomía entre extrañezas superables y radicales expuestas por el autor: al final el extraño será siempre una amenaza si se lo aprecia con los ojos de quien ve a un alien. ¿Cómo espera entonces Sartori que reaccione un latinoamericano si en Estados Unidos o en Europa lo tratan como ciudadano de segunda clase?

El cuarto error, en relación con lo anterior, es que el connotado politólogo italiano confunde ciudadanía con nacionalidad. Por ello, no me extrañaría que los parlamentarios europeos hayan leído a Sartori antes de aprobar la criminalización de la inmigración, ya que plantear que Europa cierre la inmigración y exija a los inmigrantes que se integren sí o sí —sin tomar en cuenta los obstáculos existentes desde la sociedad occidental que se ve a sí misma como el único centro— es una medida tan arbitraria como la resolución del parlamento europeo. Esta propuesta que salvaguarda los intereses europeos sí es realmente arbitraria porque exige como condición para otorgar ciudadanía la renuncia a la identidad cultural propia sí esta es conflictiva (¿podemos meter en un mismo saco el velo islámico y la muerte por apedreamiento a las adúlteras?). Lo otorgado en el análisis de Sartori no es la ciudadanía, sino la nacionalidad, es decir, la documentación necesaria que sustenta la pertenencia a determinado estado-nación con los consecuentes deberes y derechos contemplados para tales ciudadanos. En cambio, la ciudadanía es una categoría mucho más amplia que la nacionalidad, sobre todo en un contexto de globalización como el actual en el que los estados-nación se encuentran en crisis y las fronteras económicas y culturales se derrumban. Tal amplitud provee al ser humano de una ciudadanía global cuyos antecedentes más importantes son la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789 en el marco de la Revolución Francesa y la Declaración universal de los derechos humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948. Por lo tanto, la ciudadanía no se puede otorgar como quien emite un pasaporte porque ya es un derecho humano universal. No obstante, sorprende que un liberal de izquierda como dice ser Sartori desconozca que la universalidad de los derechos humanos fue una reivindicación liberal.

Si su análisis sobre el problema migratorio en Europa era en mucho censurable, su explicación sobre las causales del racismo se llevan el premio mayor. Luego de concluir que de la ciudadanía no se deriva la integración, afirma que si se concede el derecho de voto a los más extraños "este servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras, para imponer sus fiestas religiosas (el viernes) e, incluso (son problemas en ebullición en Francia), el chador a las mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris" (118). Sartori teme que los inmigrantes islámicos adquieran las libertades políticas y civiles que les permitan amurallarse contra cualquier acción en contra de sus costumbres a pesar de que estas sean conflictivas para los europeos. Tiene la certeza de que los problemas sociales generados por los inmigrantes vienen de los ilegales y de los legalmente instalados, pero no dice un ápice sobre los skin heads neonazis y los partidos de ultraderecha que alientan una confrontación directa contra los inmigrantes. ¿Acaso los cientos de casos de ataques contra inmigrantes fueron precedidos por la pregunta acerca de la situación legal de la víctima? Los racistas y xenófobos no distinguen documentos, sino colores de piel y afinidades culturales (lengua, religión, costumbres, etc.) Gozar de la ciudadanía francesa o comunitaria no le garantiza inmunidad a un africano, latinoamericano o árabe contra agresiones vedadas o directas. De esta manera, pierde de vista la agresión proveniente desde los sectores más radicales de la sociedad europea, pero a la vez, resalta solo los perjuicios —justificados muchos de ellos— generados por los inmigrantes ilegales, lo cual es muestra de un pensamiento jerárquico imperante que se autoconsidera central sin contemplar la posibilidad de que en otros contextos es periférico.

De las afirmaciones de Sartori, se infiere que las causas del racismo ¡la tienen las víctimas! porque habrían excedido los límites cuantitativos requeridos para una convivencia armónica.

"Una población foránea del 10 por ciento resulta una cantidad que se puede acoger; del 20 por ciento, probablemente no; y si fuera del 30 por ciento es casi seguro que habría una fuerte resistencia frente a ella. ¿Resistirla sería "racismo"? Admitido (pero no concedido) que lo sea, pero entonces la culpa de este racismo es del que lo ha creado" (121).

Y más adelante agrega: "el verdadero racismo es el de quien provoca el racismo" (122).
Nuevamente, Sartori deja algunos vacíos sin explicar. ¿Qué se entiende por resistencia? ¿Cómo resistir? ¿Contra quién? Indignarse por la delincuencia generada por los inmigrantes ilegales y por lo tanto resistirse a su permanencia no es el mismo tipo de resistencia que oponen ciertas discotecas limeñas para evitar el ingreso de algunas personas o la de aquel desadaptado que golpeó a patadas a una inmigrante ecuatoriana en el metro de Madrid o la de pandillas de skin heads contra estudiantes turcos en Alemania. Existen, pues resistencias y resistencias. Y aunque expresa que se refiere a la inmigración ilegal, su argumentación falla en el sentido de que en la práctica —como lo señalé líneas arriba— los discriminadores actúan sin tomar en cuenta la documentación del migrante. El rechazo hacia la delincuencia sectorizada en los inmigrantes ilegales tiene como agravante el que sean "extraños" racial o culturalmente. Lo que Sartori no analiza es que el desprecio racial o cultural hacia los inmigrantes legales se extiende en España, Francia, Alemania y Rusia. Entonces, siguiendo su razonamiento ¿Estos inmigrantes formales también tienen la culpa del racismo?

El resto es silencio…

A lo largo de todo el ensayo, no hay alusión alguna la interculturalidad como posible vía de solución a los conflictos derivados del multiculturalismo. Sartori entiende la integración como absorción y abandono, mas no como mutuo enriquecimiento entre las partes antagónicas. El autor de La sociedad multiétnica se encuentra en las antípodas del multiculturalismo, pero sus planteamientos no resuelven el problema, ya que sataniza a todas las reivindicaciones culturales por igual y agrupa a todos los inmigrantes en una misma categoría: los "extraños".

Cuando el Parlamento Europeo (y Sartori) acepten que la ciudadanía no es (o no debería ser) un privilegio otorgado mediante un pasaporte, sino un derecho humano global, cambiará su perspectiva respecto a los "extraños" que llegan al Viejo Mundo. La libre circulación no debe restringirse solo al comercio de productos, sino, también, a los seres humanos, por supuesto, respetando las normas internacionales vigentes. En este punto, Evo Morales estuvo muy acertado al declarar, en la reciente cumbre ALC-UE, que la prioridad era discutir el libre tránsito de seres humanos por el mundo antes que la premura por firmar tratados de libre comercio. Y el tiempo le dio la razón: Europa propinó un cachetazo a Latinoamérica al criminalizar la inmigración ilegal con la "directiva de retorno", es decir, convertir una infracción administrativa en un delito penal.

Finalmente, con este ensayo, Sartori nos deja un análisis bien sustentado de los perjuicios del multiculturalismo fragmentario, pero muchas ideas sueltas y cuestionables en torno a la inmigración y el racismo. Por mi parte, encuentro mayores respuestas a estas interrogantes en los planteamientos de la ética intercultural, la cual puede servir de mucho al liberalismo para establecer nexos con aquellas culturas que poseen una visión distinta de la libertad y del progreso, pero sin verse a sí mismo como la ideología del saber superior y reconociendo que cada cultura tiene el derecho de construir su propio liberalismo.

viernes, julio 11, 2008

Ser gay o lesbiana no tiene nada de malo



Iván Bruno Bartolo

Ha transcurrido mucho tiempo desde que la gente pensaba que los homosexuales eran una minoría insignificante en el mundo, pero en el tiempo en que vivimos es una realidad que se ve en todos lados. No hay una cifra exacta que nos indique a cuánto asciende la población homosexual en nuestro país; sin embargo, lo cuerto que existen y exstirán pese a quien le pese.

Hace poco se realizí el corso gay en Lima, donde se apreció a todo tipo de personas, no solo gays, sino también, heterosexuales que apoyaron espontáneamente esta marcha.

Era la tarde del 28 de junio del 2008, con plumas, lentejuelas y mucha música se celebraba el "Día del orgullo gay", con símbolos, banderolas en mano que enarbolaban los colores propios del arcoris y carteles que decían "somos iguales a todos", "viva el mundo homosexual", "no a la discriminación".

Los símbolos utilizados por el movimiento homosexual son diversos, pero el más popular es el de la bandera que se aprecia en el corso cuyos colores poseen un significado individual: el rojo representa la vida; el anaranjado, la salud; el amarillo, el sol; el verde la naturaleza; el azul, el arte; el lila, el espíritu; el rosado, la sexualidad y el índigo para la armonía.

Durante este desfile no solo se podía observar estos emblemas, sino también a personas disfrazadas, en su mayoría travestis, que, colocándose peluca multicolores, con extremo maquillaje en sus rostros, cejas postizas y lentes de contacto, formaban parte del show que nos ofrecía la marcha.

No todos eran gays en la marcha, también estaba presente un gran grupo de lesbianas, las que me acompañaron durante el recorrido. Debora, de 22 años, una joven estudiante de la Universidad de Lima con la que pude hablar, me contó que en otras oportunidades había asistido a esta clase de eventos. Ella siente que la sociedad limeña los discrimina mucho, le han arrojado cosas por andar con su enamorada de la mano, no depende del lugar, esto puede ocurrir en el más "ficho" de Lima como en el más marginal. La reacción de los homofóbicos es impredecible.

Según la psicóloga Ana María Castañeda, muchos homofóbicos han sufrido abuso sexual en la infancia o intento de abuso y por ello, una forma de descargar su resentimiento es maltratando al homosexual. Otra razón es por una cuestión de rechazo al padre o a la madre dependiendo de cuál sea el conflicto. Este rechazo suele ocurrir por el autoritarismo del padre, lo cual genera violencia y a la vez resistencia contra todo lo establecido o contra aquello que represente la autoridad.

Sin embargo, el homosexual ¿nace o se hace? Esta es una pregunta típica que se suele hacer y las respuestas son variadas, pero Ana María Castañeda comenta que hay dos posturas fundamentalmente: una es la biológica que consiste en determinadas alteraciones hormonales en el feto durante la gestación las cuales presdisponerían al sujeto hacia una orientación sexual distinta al sexo biológico. De otra parte se encuentra el factor cultural, donde es la soceidad misma y las vivencias las que influyen en la adopción de determinada orientación sexual.

Rodrigo de 18 años también era parte de la marcha. Él siente la discriminación de la sociedad limeña, comenta que espera que algún día Lima y varios países de Latinoamérica cambien su manera de pensar respecto a los homosexuales y que la opinión pública adquiera una mentalidad más abierta para que ellos puedan sentirse como personas normales.

Todos los seres humanos vamos en búsqueda de la felicidad, y por ser "diferentes" esa búsqueda no quiere decir que sea incorrecta, la iglesia no aprueba este tipo de relaciones tampoco algunos estados. El haber conocido a Rodrigo y Debora me lleva a pensar que el ser homosexual no equivale a ser "raro", físicamente son jóvenes como cualquier otro y solo tienen una opción distinta al común denominador de la población. Sin embargo, la decisión está en todos nosotros, la eliminación del rechazo es urgente, nuestros propios familiares y amigos más cercanos pueden serlo. Por ello, debemos tomar conciencia de nuestros actos.