sábado, abril 25, 2009

El ciudadano fujimorista

Arturo Caballero Medina

El los últimos días, Gonzalo Gamio y Carlos Meléndez sostuvieron un debate acerca de la ciudadanía fujimorista, debate no pactado y al que el blogger de Bosquejos Postliberales fue introducido in media res, ya que Meléndez, a mi parecer, interpretó antojadizamente un fragmento del post de Gamio en el cual este señala que la ciudadanía debe prepararse ante la conformación de un nuevo escenario político post sentencia a Fujimori en un contexto donde los fujimoristas sacarán a relucir sus mejores y peores recursos.

Ha sido siempre un hábito de Carlos Meléndez no mantener el debate en el campo de las ideas, sino arremeter con mala voluntad repartiendo calificativos sobre su eventual interlocutor. Me parece que es un investigador lo suficientemente documentado y que posee los méritos académicos como para sostener un debate alturado en el que los argumentos fluyan y los lectores se enriquezcan e intervengan defendiendo sus posturas. Por esta razón no entiendo por qué persiste en indisponer con frases que nada se avienen con el debate del momento, lo cual resta contundencia a su postura. Cierta vez, le sugerí que decidiera entre el análisis serio y las bromas. Ganas lectores en un blog no es difícil si aplicamos la doctrina Ferrando-Magaly: "esto es lo que le gusta a la gente". En lo que a mí se refiere, opto por la responsabilidad y la claridad en la exposición de las ideas.

Los bloggers debemos dar el ejemplo de moderación no solo al momento de filtrar los comentarios, sino al momento de debatir. No siempre recibiremos halagos de los comentaristas, pero si establecemos bien las reglas de juego, los visitantes insolentes se eliminarán por selección natural. Particularmente, soy partidario de seleccionar los comentarios en función de su pertinencia con el post, pero hay veces en que la polémica se torna animada y el tema da un giro radical para abordar otros asuntos. Finalizado este breve comentario, paso a exponer mis ideas al respecto de la ciudadanía y de la razón fujimoristas.

Cada sujeto tiene su propia escala de valores y los fujimoristas, me atrevo a generalizar, suelen ser pragmáticos. El gran discurso que el fujimorismo instaló en el Perú es el de la eficacia, la acción, los resultados. No importa cómo conseguirlos: el impacto generará por sí solo los réditos que el movimiento necesita capitalizar. "A la universidad se va a estudiar, no a hacer política"; "cualquier privado puede invertir en educación: enseñemos aquello que sirva"; "si los transportistas hacen huelga, liberalicemos el transporte"; "si los maestros hacen huelga, que dicten los profesionales de especialidad"; "si los medios de comunicacion no son propicios, comprémoslos".

El problema con el pragmatismo exacerbado es que el individuo no cuestiona los medios que utiliza para lograr los fines. Solo cuestionará su proceder en función de los resultados. Por ello es que el fujimorista promedio se fija solo en los resultados empíricos: descenso de la inflación y repliegue del terrorismo, captura de Guzman, Feliciano, paz con el Ecuador, etc., pero no reflexionan sobre las cuestiones éticas que atañen a cualquier individuo que se precie de su humanidad: condolerse con el dolor ajeno. No obstante, este no es un problema generado por el fujimorismo, sino presente en nuestra sociedad hace mucho tiempo. Lo que el fujimorismo ha hecho es fortalecerlo patológicamente.

Los fujimoristas no actúan de esta manera porque sean malas personas o mentes perversas, necesariamente, (no todos son Carlos Raffo, Martha Chávez o Carmen Lozada) sino que el fujimorismo ha tocado una fibra muy sensible del ser humano que puede ser resumida en: "no te metas si no es tu problema, más bien aprovecha a ver si te ganas algo". Indiferencia a la enésima potencia, algo que ya teníamos en nuestra sociedad, pero que el fujimorismo, a mi parecer, repotenció de manera mórbida como lo señalé antes.

Durante el fujimorato, nos dimos cuenta que muchos políticos, periodistas e intelectuales tenían un precio y hoy lo estamos corroborando solo que ya no los compran si no que ellos mismos se venden. La condición de ciudadano no nos la quita nadie, así como la condición de ser humano. Pero ostentar tal condición no garantiza que todas nuestras acciones sean virtuosas. Y cuando esto sucede no dejamos de ser ciudadanos o seres humanos, sino que no nos comportamos a la altura de las circunstancias. Es como un padre de familia que recurre al maltrato físico para corregir la inconducta de sus hijos: nunca dejará de ser su padre, pero con su accionar denigra su condición paternal.

De lo anterior se sigue que aquellos que protestan contra la sentencia a Fujimori argumentando que se sentenció a alguien que hizo mucho por el Perú, ya sea por desconocimiento, oportunismo u otro motivo, no dejan de ser ciudadanos, pero exhiben tal indiferencia por el otro que indigna, lo cual al menos es más sano que la neutralidad cómplice.

Los principios deberían regir la conducta de un ser humano, es lo deseable. Que alguien no se conduela por el dolor ajeno siendo tan evidente lo sucedido (me refiero al padecimiento de los familiares de las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos) o al escarnio al que Aldo Mariátegui expuso a la congresista Hilaria Supa, demuestra que semejante individuo pisotea su propia condición de ser humano. Espero que en el futuro, Carlos Meléndez tome distancia de la línea editorial de Correo y del estilo de su director y de Andrés Bedoya porque parece que las páginas impresas y la cantidad de lectores lo seducen mucho.

miércoles, abril 22, 2009

Frecuencia Naranja: Baruch Ivcher coquetea con el fujimorismo


No creo que sea nada casual que en sus últimos programas, Jaime Bayly haya entrevistado a Keiko Fujimori, María Luisa Cuculiza y Rafael Rey; además de contratar al sicario mediático de los 90 llamado Nicolás Lúcar quien pretende reciclarse por enésima vez. A medida que se calienta la pantalla electoral y los políticos van acomodando sus piezas, Frecuencia Latina se coloca a la vanguardia tomando postura por la candidata favorita según las encuestas de CPI: Keiko Fujimori (a pesar que Apoyo lanzó otra encuesta con resultados totalmente diferentes).

Tal cual parece que Ivcher viene calculando lo que se viene en adelante y no duda en disponer de su entrevistador estrella para colocarlo al servicio de la causa fujimorista. Y eligió bien: Jaime Bayly cumple acertadamente su labor de vocero mediático dominical del fujimorismo post sentencia condenatoria a Fujimori. Cada domingo luce más y más disforzado al punto que pareciera que entre corte y corte lo azuzaran para que exagere su histrionismo y complacencia con los invitados fujimoristas. No debería sorprendernos que en adelante invite a Andrés Bedoya, Uri Ben Schmuel, Jaime de Althaus, Lourdes Alcorta, Edgar Núñez o Aldo Mariátegui. ¿Se viene Carlos Raffo en los próximos programas?

Es que Jaime Bayly ha demostrado que hacer periodismo dominical en el Perú es un acto de hechicería como lo es también el hacer política. El otrora niño terrible que se fajó públicamente por el FREDEMO de Vargas Llosa hoy no duda en apoyar al rival de su candidato en el 90 quien recurriera a malas artes en el debate presidencial para indisponer a líder del movimiento Libertad. Eso a Bayly hoy no le importa en absoluto, como tampoco le importa que todas las familias de las víctimas de Barrios Altos y La Cantuta sientan indignación al escuchar que él indultaría a Fujimori si fuera presidente.

La ola naranja que viene invadiendo el canal de Jesús María va a generar que los programas de periodismo de investigación, los noticieros y los programas de reportajes se alinien con el nuevo color. Me atrevo a anticipar que los primeros en pagar el precio serán los Enemigos Íntimos. Miyashiro y Beto no son precisamente la conciencia política moral del país, pero tampoco son tontos y espero no equivocarme. Beto Ortiz dio cobertura durante los años del fujimorismo a aquellos que nadie quiso entrevistar. Esperemos que cuando las papas quemen, no ceda ante la tentación naranja.

Con Nicolás Lúcar también acertó Ivcher. La experiencia del yerno de Croussillat padre en los menesteres mediáticos cuando de demolición se trata de seguro que será puesta al servicio de la causa naranja. Su última célebre intentona con la que se consagró fue la difamación que propaló contra el ex presidente Valentín Paniagua cuando este se encargaba de la transición democrática luego de que supiéramos de los vladivideos y de toda la podredumbre de los propietarios de América TV, Red Global, Panamericana, ATV y Frecuencia Latina con los Winter a la cabeza. Pensó este individuo y aquellos que los dirigían que enlodando el proceso todos quedarían manchados y así nadie distinguiría la basura porque todos, en su razonamiento, serían basura.

Estas son las dos perlitas periodísticas que Frecuencia Latina nos presenta en la previa a la campaña electoral que ya calienta motores. ¿Se vestirán otros canales de naranja también? Al menos en Jesús María, la ola naranja está mojando fuerte.

PARA NO OLVIDAR QUIÉN ES NICOLÁS LÚCAR


sábado, abril 11, 2009

La reserva (in)moral del periodismo fujimorista


Desde que Augusto Álvarez Rodrich dejó dirigir Perú 21 y que se marcharon sus principales y mejores columnistas, ya no me motiva leer ese diario, mucho menos ahora que Fritz Du Bois asumió la dirección y trajo con él a periodistas como Víctor Andrés Ponce que no hacen más que alentar la idea de que las libertades políticas se pueden sacrificar en beneficios del bienestar económico y, recientemente, atenuar la responsabilidad de Fujimori y recalcar los logros de su gobierno.

Sin embargo, suelo leer El Otorongo que, a mi juicio, es lo mejor que tiene el diario porque es un espacio de abierta discrepancia con el oficialismo, entre broma y broma, y también con la línea que ha asumido la nueva dirección. La última portada del Otorongo es genial, verdaderamente mordaz e irónica. Mírenla ustedes mismos.



Esta caricatura me dio la idea de elaborar un mural con los personajes que representan la reserva inmoral del periodismo fujimorista quienes en un acto de inevitable revelación vienen mostrando su verdadero rostro. La periodistas fujimoristas intentan movilizar a la opinión pública distorsionando la información acerca de la sentencia condenatoria contra Fujimori, de la misma manera que lo hicieron durante el fujimorato solo que ahora en vez de ser comprados, se venden por sí mismos. Aquí los dejó con una propuesta ¿Creen que falta alguno?



Jaime Bayly: “Si yo gano las elecciones, yo indulto a tu padre. Sería un gesto de clemencia y gratitud a un peruano que, aunque cometió muchos errores, ya pagó por ellos y derrotó al terrorismo”. Creo que el tribunal (que juzga al ex presidente) va a encontrar culpable a Fujimori y lo va a sentenciar. Sé que muchos se molestarán conmigo, pero no me importa. No sé si perderé adeptos o me convendrá políticamente, pero lo voy a decir por convicción: si yo ganara las elecciones presidenciales, yo indultaría a (Alberto) Fujimori el primer día de mi gobierno”.

Jaime de Althaus: "Pero en el tema de los derechos humanos, Fujimori humanizó la lucha contra el terrorismo. Lo derrotó con una estrategia basada precisamente en el respeto a los derechos humanos. En lugar de balas, las comunidades campesinas empezaron a recibir alimentos, tractores e incluso armas. Cesaron los arrasamientos, las matanzas indiscriminadas. Y las propias comunidades se encargaron entonces de delatar, capturar y perseguir a los senderistas. Así se ganó la guerra, con un acto de empoderamiento social inédito en un país que siempre despreció a la población indígena. El propio traslado de los juicios a los tribunales militares fue un avance humanitario en ese momento puesto que los senderistas capturados dejaron de ser ejecutados extrajudicialmente".

Aldo Mariátegui: El jurado presidido por César San Martín debió por lo menos leer Muerte en el Pentagonito de Ricardo Uceda y El Crimen de La Cantuta de Efraín Rúa antes de declarar tan, tan, tan tajantemente que los abatidos por el grupo Colina de esa universidad no eran senderistas (algo que además no venía a cuento jurídicamente en la sentencia a Fujimori, por lo que sonó a frase politiquera) (...) Nada justifica ese horrendo crimen, pero tampoco San Martín puede aseverar eso con tanta seguridad y sin temer faltar a la verdad.

No le tenemos la menor simpatía a Fujimori, al cual se le debe condenar -absolutamente- por promover la corrupción. Pero, ¡carajo!, tenemos todo el derecho, y eso no respetan estos caviares y rojos, de discrepar de esta ahora sacrosanta sentencia y no hacer una superestrella de rock del juez San Martín. Esa legítima duda -o que la encuesta no les guste- no nos vuelve fujimoristas, no sean tan estúpidos. Tenemos todo el derecho de no creer que se haya determinado que Fujimori se merece 25 años por asesinato y secuestro cuando el único delito con pruebas aquí era el encubrimiento. Tampoco creemos que venía a cuento declarar que los asesinados no eran senderistas, que eso fue pura demagogia para la platea caviar.

Fritz Du Bois Aunque me llamó la atención en la lectura del fallo la aseveración de la sala, en más de una ocasión, respecto de que se había confirmado que las víctimas no eran miembros de Sendero Luminoso. Me pregunto, ¿cómo pueden asegurarlo? Más aún, ¿de haber sido miembros, se hubiera justificado el asesinato? Evidentemente, ambas respuestas son negativas, así que no queda claro por qué realizaron esa continua mención que no venía al caso, lo cual aparecería como una pequeña grieta en el blindaje del tribunal.

Un día después: La pequeña grieta en el blindaje de imparcialidad del tribunal que mencionara en mi anterior columna se ha agrandado de manera significativa. Incluso, son contados los abogados consultados que entienden la motivación –y aún menos los que encuentran justificación– de la aseveración en la sentencia, de que estaba confirmado que las víctimas no eran senderistas.

Andrés Bedoya No estoy acusando de nada a los tres magistrados que han tenido a su cargo la redacción de la sentencia. La tengo aquí a mi lado en el escritorio y la he leído varias veces. Gústeles o no, el estilo es inconfundible. Es una sentencia con adjetivos, con pasión, con ira, y hasta con odio. Pareciera más bien pensada por un dirigente de la CGTP. No lo entiendo. ¿Que no se supone que un juez debe ser más frío que un pescado muerto en el Mar del Norte? También he oído que uno de los magistrados del caso Fujimori fue echado a patadas del Poder Judicial cuando el ingeniero gobernaba el país y que posteriormente fue readmitido ¿Es cierto esto? Y de serlo, ¿no tendría este juez siquiera un poquititititititito de pica al reo, un infinitesimal deseo de joderlo?

Y tiene un detallito muy grave. Los jueces mencionan varias veces que "está probado" que las "víctimas" de La Cantuta "no estaban relacionadas con el terrorismo". ¿Cómo es esto? Las pruebas negativas no existen. Yo no puedo probar que Dios NO existe, como tampoco puedo probar que una taza de capuchino con crema NO está en órbita alrededor de Júpiter, o que soy soltero (puedo probar que soy casado, presentando mi partida de matrimonio). Además, ¿eso qué tiene que ver? ¿De haber sido terrucos habrían estado muy bien sus asesinatos? No, señores vocales. Esa afirmación es falsa y los reto a que la demuestren. Y si esa "prueba" es falsa... ¿cómo confiar en la veracidad de las demás? No cabe duda. El estilacho de la sentencia es caviarismo puro, mondo y lirondo.

Saquen uds., estimados lectores, sus propias conclusiones.

Ecos del juicio a Fujimori

La integridad moral del fujimorismo


Arturo Caballero Medina

Si María Elena Moyano fuera testigo del accionar de su hermana Marta, estoy convencido de que deslindaría todo vínculo con el fujimorismo además de sentirse plenamente decepcionada. Si hubiera presenciado la exhumación de las fosas de los estudiantes de La Cantuta, Putis, Huancasancos, Los Cabitos, la amnistía al Grupo Colina, la difusión de los vladivideos, la campaña por la re reelección, la indemnización millonaria a Montesinos autorizada por Fujimori, su renuncia vía fax y las declaraciones de su hermana a los medios después de la sentencia a Fujimori, estoy seguro de que la embargaría una profunda vergüenza por tal actitud. Porque una mujer que demostró el coraje de enfrentar a Sendero Luminoso abiertamente con la acción transparente y su compromiso como únicas armas no podría jamás avalar la gestión de un gobernante como Fujimori por más colegios, carreteras o donaciones que la hayan beneficiado. Una mujer que murió sin doblegarse ante las amenazas de Sendero nunca se hubiera coludido con el fujimorismo para obtener alguna ventaja personal. Sin embargo, no la tenemos presente y solo podemos proyectar lo que nos dejó su ejemplo de vida.

Marta Moyano se encuentra en la otra orilla del pensamiento y de la acción de su fallecida hermana, pues la integridad moral de la congresista se ha diluido dentro del discurso fujimorista. Entendamos por ello la capacidad que tiende un ser humano para actuar de acuerdo a principios y convicciones, y no por mero cálculo o estrategia. Integridad porque, sin importar las circunstancias, los principios ético-morales se encuentran por encima de cualquier otro tipo de valores sean económicos, ideológicos o políticos. Tal vez a Marta Moyano la muerte de su hermana a manos del senderismo y los resultados obtenidos por el gobierno de Fujimori influyeron para que se adhiera a la causa naranja, lo cual se puede entender, ya que muchos, incluido el autor de esta nota, votamos por Fujimori en 1995 porque creíamos que debía concluirse el proceso iniciado. No obstante, transcurridos más de diez años de su huida y conocidos los pasajes más oscuros de su gobierno, resulta necio continuar justificando a un régimen que envileció a la sociedad peruana al convencer a parte de ella de que el fin justifica los medios, que los estudiantes de La Cantuta y los asistentes a la pollada en Barrios Altos eran terroristas, que no sabía del Grupo Colina ni de las actividades de Montesinos y, en fin, que si no es mi problema y tengo dinero mejor no preguntar ni interesarme por aquellas víctimas porque de hecho que son terroristas, total, gracias al Chino conseguí un empleo, terminé de construir mi casa y de vez en cuando me caía una donación de alimentos.

La integridad moral del fujimorismo es tan endeble como el plan de gobierno de su líder al momento de asumir la presidencia en 1990 o como las disforzadas arengas de Keiko frente a las enardecidas multitudes color naranja que claman la libertad del ex dictador. Por supuesto que no es patrimonio exclusivo del fujimorismo defender causas éticamente censurables: ello es propio de todas las mentalidades fanáticas que depositan su fe en los dones con los que la providencia —según ellos— haya beneficiado a su líder a quien consideran el único capaz de salvar a la comunidad frente a los peligros que la amenazan. En consecuencia, no es casual que gran parte de movimientos ideológicos y/o políticos tengan como etiqueta una extensión del nombre de su fundador: odriísmo, velasquismo, alanismo, humalismo (que cada vez opaca más al nacionalismo), chavismo, castrismo, etc. Lo que demuestra la historia respecto a estos ismos personalizados por el culto mesiánico es que ascienden rápidamente al poder, se instalan por un tiempo y desaparecen progresivamente porque una vez desaparecido el líder el culto ya no es el mismo, ya que suele suceder que el sucesor no se encuentra a la altura de las circunstancias. A lo sumo pueden perpetuar la devoción por el movimiento mediante el traslado de las capacidades del líder hacia sus descendientes, es decir por herencia dinástica, pero finalmente la euforia de los años iniciales de disuelve en el olvido. Por ello, es importante para los fanáticos mantener vivo al líder, a pesar que la vida lo abandone o la salud le exija retirarse a sus cuarteles de invierno.



El fanatismo fujimorista ha nublado el razonamiento de sus seguidores al grado que la incoherencia entre la palabra y la acción es más que evidente. En un principio, la defensa de Fujimori no impugnó a los jueces que emitieron la sentencia condenatoria; de otro lado, en la previa a la sentencia, la bancada fujimorista con Keiko a la cabeza aseguró que, cualquiera fuera el resultado, respetaría el fallo. Pero, al día siguiente, ella misma vociferaba que el Poder Judicial no servía para nada y que, con esta sentencia, ganaba el terrorismo; Luis Aguinaga y Santiago Fujimori cuestionaban la probidad del juez San Martín a quien descalificaban porque fue destituido durante los primeros días del autogolpe. Es el mismo argumento que Alberto Fujimori utilizó para justificar el autogolpe del 5 de abril: desprestigiar a las instituciones democráticas, movimientos sociales, partidos políticos, intelectuales y a cuanto rival surgiera en el camino. Miente, miente que algo queda. (Expreso y La Razón manejan muy bien este recurso). La democracia no sirve para nada, es sinónimo de caos; los senadores y diputados viven a espaldas de la realidad nacional, ellos son los culpables de que no avancen las reformas; las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos eran terroristas; Leonor La Rosa nunca fue torturada y se autoinfirió los maltratos físicos; Montesinos es un funcionario público honorable; el Informe Final de la CVR limpia a los terroristas y maltrata a las Fuerzas Armadas, la PUCP es un reducto de marxistas, etc. La lista es amplia.

Los fujimoristas están moralmente desintegrados. Los guía el pragmatismo, el inmediatismo, la finalidad de los medios, el oportunismo. Lo perverso de una mentalidad pragmática y fanática a la vez es que no autocuestiona sus creencias y solo evalúa su conducta en función de los resultados obtenidos y nunca de las premisas que los originaron. Para ellos, la cifra es más importante que los principios. Menos mal que el ocaso del fujimorismo está en ciernes, sus incondicionales defensoras cuidando nietos, la marea naranja a la expectativa de otro outsider y el destino de todas las facciones fujimoristas en manos de Keiko, Kenyi y Santiago Fujimori: ellos ocuparán el primer lugar en los funerales del fujimorismo y de su fundador.

El doble filo político de Jaime Bayly



FELICITACIONES, JAIME, TE ACABAS DE UNIR A LA "RESERVA MORAL" DEL FUJIMORISMO




Lamentable, vergonzosa e indignante fue la entrevista que Jaime Bayly realizó a Keiko Fujimori el pasado domingo en la víspera de la sentencia a su padre. En varias oportunidades, Bayly ha enfilado sus críticas contra el régimen de Hugo Chávez y Fidel Castro a quienes califica como dictadores. Aparentemente, Bayly es un demócrata que se rasga las vestiduras ante cualquier amenaza totalitaria venga de donde venga, pero este domingo comprobamos que, políticamente, no es más que un provocador oportunista que no tiene reparos en brindar su apoyo al fujimorismo y de congraciarse con la futura candidata de este movimiento en aras de mayor sintonía, a pesar de todas las implicancias que este hecho acarrea.

Tal vez, viniendo de él no debería sorprendernos porque durante la última campaña presidencial aprovechó la sintonía de su programa dominical para agraviar a los seguidores de Ollanta Humala a los que calificó como retardados mentales, ya que, a su modo de ver, vivían en alturas donde el enrarecimiento del aire afectaba su raciocinio. Estas declaraciones en países como España, Inglaterra o, aunque parezca increíble, en Estados Unidos habrían generado una corriente de opinión adversa tan fuerte que no solo se habría cancelado su programa, sino que el canal hubiera tenido que ofrecer las disculpas del caso a la teleaudiencia aparte de las querellas legales que el conductor enfrentaría, al menos en el fuero civil. Ello no ocurre en el Perú porque las instituciones de la sociedad civil no ejercen una influencia decisiva en la población y ello, a su vez, porque dicha población siempre mira hacia otro lado cuando los problemas no le tocan directamente; en pocas palabras, vivimos en una sociedad muy poco o casi nada solidaria con los desposeídos. Todo esto explica por qué las declaraciones racistas de Jaime Bayly, del padre de Lourdes Flores o de Ántero Flórez-Araoz no despiertan mayor indignación en la opinión pública y también explican cómo, a pesar del autogolpe del 5 de abril, La Cantuta, Barrios Altos, felicitación e indulto al Grupo Colina, indemnización millonaria Montesinos y renuncia vía fax existen personas que consideran a Fujimori el mejor presidente de la historia del Perú.


Ahora, el autor de No se lo digas a nadie no duda en brindar públicamente su apoyo a un posible indulto a Fujimori sin tomar en cuenta todo el esfuerzo desplegado por la parte civil, los familiares de las víctimas, el Ministerio Público y la procuraduría anticorrupción en extraditar y llevar a juicio a un ex presidente acusado de violación de derechos humanos entre otros cargos. Tal actitud solo demuestra la pobreza moral de un individuo para quien Alberto Fujimori, en el balance, fue un buen presidente porque arregló la economía, realizó obras y fue el artífice de la derrota del terrorismo. Estas afirmaciones bien las podría sustentar el abogado defensor de un padre de familia acusado de asesinar a su esposa o violar a su hija: trabajador, responsable, brindó una buena educación a sus hijos, cubrió todas las necesidades materiales de su familia, en suma, un padre ejemplar que, en un momento de debilidad, cometió un exceso que no debería hacernos olvidar todo aquello que obtuvo por y para su familia ¿Qué haríamos al saber que la esposa, a sabiendas del abuso del cual era víctima su hija, no hizo algo por remediarlo? ¿Qué deberíamos pensar de ella si tenemos la evidencia de frecuentes abusos a lo largo de los años? ¿Necesitaríamos que alguien nos compruebe de hecho que no tiene culpa alguna? ¿Y qué si la esposa se rinde en elogios públicos ante su marido destacando su entrega por la causa familiar? Estoy seguro que la gran mayoría cerraríamos filas a favor de una pena severa tanto para el autor como para el cómplice y que solo una mente perversa o absolutamente pragmática intentaría ensayar alguna defensa de lo indefendible. No obstante, a Jaime Bayly —y a Ximena Ruiz Rosas, hay que decirlo— no les importa los sacrificios ni el sufrimiento de los familiares de las víctimas de Barrios Altos ni de La Cantuta: a Bayly, en particular, solo le interesa el escándalo inútil y, a fin de cuentas, obtener sintonía a toda costa.

Bayly no es un demócrata ni tampoco es un liberal íntegro ni consecuente. Si lo fuera, criticaría, como lo dijo, a cualquier gobernante que usurpara el poder y atropellara el Estado de Derecho sin importar cuan efectivas hayan resultado las medidas económicas porque ser consecuente se trata de una cuestión de principios, no de fines ni de metas ni de cifras. Y de ninguna manera podría aceptarse como atenuante que la línea de su programa no es seria, que quienes lo ven no lo toman en serio, que sus opiniones son intrascendentes o que no se le puede pedir más a un entrevistador que carece de pretensiones de analista político. Aceptar esto significaría considerar que lo vertido en cualquier medio de comunicación no genera efectos inmediatos en la audiencia sobre todo cuando esta es elevada.

A aquellos que recibimos con beneplácito la sentencia contra Fujimori nos consuela que Bayly haya fracasado en todas las campañas políticas que emprendió: a favor del FREDEMO en 1990, el voto en blanco en 2001, los ataques a Humala y su adhesión a Lourdes Flores en 2006, lo cual demuestra que su apoyo, no siempre solicitado, más que sumar, resta. Además, en lo particular, estoy convencido de que al primer signo de agitación social, Bayly no dudaría en abordar el primer avión a Miami o Madrid.

Desde esta tribuna, solo espero que, en el futuro, Bayly sea menos errático y que se defina claramente porque el doble filo en la política es signo de inmoralidad y oportunismo, del más burdo y cobarde oportunismo.

Enlaces relacionados
CARTA A JAIME BAYLY - Desde el tercer piso

lunes, abril 06, 2009

Rafael Romero y Víctor Robles: más allá de la noticia (y de la verdad)


Javier Torres. Coordinadora Nacional de DDHH



Víctor Robles. IPADES


Carlos Arturo Caballero

Hace tiempo escuché decir a Marco Aurelio Denegri que hablar al "caballazo" y atropelladamente sobre algún tema con total desconocimiento sobre el mismo, pero, a la vez, con postura de especialista, es una costumbre muy arraigada en el Perú. Todos tienen el derecho a opinar, por supuesto; sin embargo, muy pocos sienten el deber de manifestarse con relativa propiedad y/o cautela sobre determinados temas. Ello ocurre a menudo dentro del periodismo, ya que, desde hace un par de décadas tanto en el Perú como en el mundo, los intelectuales han cedido su protagonismo frente a la opinión pública a los periodistas y a los políticos de turno.

La semana pasada sintonicé Más allá de la noticia programa conducido por Rafael Romero en canal 11 RBC. Como seguramente saben, Romero es jefe de la página editorial del diario Expreso. Recientemente, hace un par de meses, se encuentra nuevamente en RBC luego de una breve ausencia en la que Luis Alfonso Morey condujo el programa. La noche que vi el programa, Romero moderó un debate entre Javier Torres, miembro de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, que agrupa a las ONG´s peruanas pro derechos humanos, y Víctor Robles, jefe de IPADES (Instituto Paz y Desarrollo). El debate giró en torno al Museo de la Memoria y a la idoneidad de los integrantes de la comisión de alto nivel que tiene a su cargo dicha implementación.

Durante gran parte del debate, Torres tuvo que refutar todas las imprecisiones y deliberadas distorsiones en las que incurrió Víctor Robles cuando este se refería al Informe Final de la CVR. Robles afirmaba que la CVR estaba ideológicamente sesgada y que si el Museo de la Memoria tomaba como referencia el Informe Final, correría el mismo destino. Para demostrarlo, señaló que en el informe se indica que los movimientos terroristas iniciaron la guerra contra el Estado burgués (?). Robles no tiene la menor idea de lo que dice. En ningún momento, el informe se refiere al Estado Peruano en esos términos. Lo que me queda claro es que Robles al igual que toda la plana periodística de La Razón, Expreso y gran parte de Correo, miente deliberadamente y con el objetivo de confundir a la opinión pública acerca de la CVR, las ONG´s y la responsabilidad de Fujimori en la violación de Derechos Humanos (de quien se cuidan minuciosamente de cuestionar o elevar la más mínima crítica en torno a este tema).

Seguramente, Víctor Robles, Uri Ben Schmmuel, Aldo Mariátegui, Edgar Núñez, Andrés Bedoya Ugarteche y Edwin Donayre se hubieran sentido más agusto si la Comisión de la Verdad hubiera estado integrada por Cipriani, Rafael Rey, Luis Giampietri y Martha Chávez. Tal vez dirían que eran los más idóneos porque estuvieron en el Perú y algunos de ellos tuvieron contacto directo con los terroristas o apelarían a la experiencia de un gobierno que aplacó a la subversión. Sin embargo, ¿admitirían remotamente la posibilidad de algún sesgo ideológico en su perspectiva del conflicto? Por supuesto que no. Los detractores de la CVR parten de la premisa de que la filiación política de los miembros de la comisión es una tacha que invalida el informe. De manera similar, recuerdo, en el canal 7 durante la campaña de 1990 se discutía la integridad moral de Mario Vargas Llosa según los contenidos de Elogio de la madrastra.

Si alguna importancia tiene el informe de la CVR esta no pasa por su objetividad al cien por ciento o porque pretenda abrir y cerrar la discusión sobre el conflicto armado interno: se trata de la posibilidad que hoy, más de 20 años después de su inicio, recién estemos comprendiendo la dimensión de lo sucedido, que se discuta la posibilidad de judicializar a los responsables de crímenes de lesa humanidad, que, en fin, aquella parte de la sociedad que fue indiferente hasta que perdió a un familiar o cuando la violencia terrorista tocó a su puerta, pueda reflexionar para que esto no se repita. Sin el informe de la CVR, simplemente, estos asuntos no se discutirían.

Es lamentable que un sector importante del periodismo nacional -al menos en cantidad de lectores y no necesariamente en calidad- esté tan interesado en obstaculizar el conocimiento de la verdad y la comprensión del fenómeno social que asoló el país que aún no termina de desaparecer. La divergencia es saludable siempre y cuando el intercambio de posturas y argumentos no descienda a niveles lumpenescos. Pero si analizamos con detenimiento las críticas que Giampietri, Cipriani, Rey, Núñez, Flórez-Aráoz, Lourdes Alcorta, entre otros, alzan contra la CVR nos damos cuenta de que no leyeron el informe, lo leyeron y no lo comprendieron o que, habiéndolo comprendido, no lo aceptan y consideran que se debe hacer todo lo posible para detener la ejecución de sus recomendaciones, aunque ello signifique mentir o hacer el ridículo. En todas estas críticas sostenidas por la peor derecha peruana, no encontramos propuestas sino diatribas, ataques, epítetos y mentiras. Todo ello me confirma la pobreza de cuadros intelectuales dentro de la derecha, al menos de aquella que delibera a nivel mediático. La derecha periodística carece de cuadros intelectuales.

Y sobre el particular, la actitud de Rafael Romero no hace más que acentuar esta tendencia. Antes de la designación de Vargas Llosa como presidente de la comisión encargada del Museo de la Memoria, muy pocos de los columnistas de opinión de La Razón, Correo o Expreso discrepaban del liberalismo vargallosiano, claro que solo en lo económico. Pero cuando el intelectual peruano más influyente (tanto que convenció a Alan García de su error) apoya el informe de la CVR son capaces de llamarlo "caviar". Rafael Romero dijo que la comisión estaba integrada por "señoritos" y que Vargas Llosa jalaba siempre a su gente. Olvida Romero que fue el presidente quien le encargó esta responsabilidad y que es legítima potestad del designado sugerir a quienes lo acompañarán en su labor.

El asunto, tal como lo veo, es mucho más grave. La falta de capacidad de gran parte de los periodistas políticos para analizar el acontecer nacional no se puede entender sin la falta de interés de la opinión pública por los temas que más le competen. Que el fujimorismo tenga 10 a 15% de seguidores no es cualquier cosa; así como tampoco lo es que Keiko vaya incrementando su aceptación. Mientras los medios de comunicación continúen banalizando la discusión política, la revista Magaly venderá más que Caretas o Le Monde Diplomatique; mientras periodistas desinformados o deliberadamente digitados coloquen por encima el protagonismo que les brinda un medio, la polémica insustancial o las prebendas que obtienen del poder, más importante será para el televidente saber acerca del Puma Carranza y su esposa o cuánta aceptación tiene Jaime Bayly en su carrera a la presidencia.

De continuar esto, nunca estaremos más allá de la noticia.

jueves, marzo 26, 2009

La izquierda (no) tuvo (toda) la culpa

A propósito de un artículo de Carlos Meléndez

Hace unos días, Carlos Meléndez publicó en Correo un artículo titulado "Crecimiento sin izquierda". Allí sostiene la hipótesis de que existe una correlación entre el actual crecimiento económico y la crisis de la izquierda peruana. Si bien una hipótesis no es de carácter concluyente, es una muestra de lo que el autor sostiene, frente a lo cual considero que la impresión de Meléndez es demasiado simplificadora y aventurada por las siguientes razones.

El primer punto que encuentro criticable en el mencionado artículo es que el autor transita entre la certeza y la vacilación. Al inicio consigna datos que son acertados (inflación galopante, terrorismo e inestabilidad social), es decir, hechos cuya veracidad es irrefutable. La presentación de estos datos apocalípticos (en verdad así fue aquella época) en contraste con la actual situación del país, da la impresión, por un momento, que Meléndez posee la convicción de que, efectivamente, la crisis de la izquierda peruana, o sea, su incapacidad para elaborar una propuesta concreta y la pérdida de arraigo popular permitió que en nuestro país pudieran implementarse reformas económicas que, finalmente, están dando frutos. Sin embargo, hacia el final, vemos que tal convicción adopta un tono relativo al señalar una serie de interrogantes cuya respuesta queda suspendida. Al parecer, la contundencia de las evidencias anteriormente presentadas deberían darle el respaldo suficiente a su postura, pero el columnista prefiere, estratégicamente, exponer su postura como una mera hipótesis. Personalmente, hubiera preferido que continuara en la línea inicial porque es muy sencillo lanzar una idea con apariencia de seguridad y luego matizarla: lo más probable es que sus lectores tengan la idea que la izquierda fue la única responsable de la debacle política, social y económica de los 80´s y a pesar de que se trata "solo de una hipótesis" esta última mención se queda en el olvido.

En relación con esto, y en contraposición a lo manifestado por Carlos Meléndez, considero que la izquierda no tuvo toda la culpa. Es cierto que muchos no deslindaron filiaciones de manera tajante con Sendero Luminoso (al respecto, sí me gustaría oír un mea culpa mucho más explícito de aquellos políticos que consideraron a Sendero como una fuerza política deliberante) pero también lo es que muchos líderes de izquierda estuvieron en la mira de Abimael Guzmán y sus huestes. A propósito, el pedagogo Juan Borea nos comentó a un grupo de amigos en una reunión que hubo oportunidades en que miembros de Izquierda Unida eran sindicados como parte del aparato estatal burgués y que cuando visitaba el interior del país iban premunidos de un arma. Es más, las amenazas eran constantes y muy difícilmente se podía realizar alguna concentración en poblados de la selva no solo por el narcotráfico sino porque Sendero debía autorizarlo. Y ser integrante de Izquierda Unida no significaba ninguna garantía de supervivencia. Asimismo, en Puno, existen registros acerca de la participación de Izquierda Unida contra Sendero Luminoso. Entonces, es mejor enfocar el tema con luces más claras y mucho más amplias.

Otra razón por la cual considero que la izquierda no tuvo toda la culpa es porque tanto AP como el PPC, el APRA y el fujimorismo agudizaron la crisis. El gobierno de Belaúnde fue incapaz de combatir el terrorismo (claudicó el poder civil ante el militar en las zonas de emergencia) y la crisis económica al igual que el primer gobierno de García. Fujimori lo hizo a su manera (Cantuta, Barrios Altos, Putis, Los Cabitos, etc.) y hoy asistimos al descubrimiento de más fosas comunes.

Por otro lado, el crecimiento al que Meléndez hace referencia hay que analizarlo con mucho cuidado. Cuando se dice que el Perú ha crecido en los últimos años, ¿significa todo el Perú por igual? ¿Creció Trujillo lo mismo que Arequipa? ¿Lima lo mismo que Huancavelica? De ninguna manera. Así como sucedió en el sudeste asiático entre los 70 - 90´s, y como sucede en China, el crecimiento económico, en estos últimos años, se ha sectorizado geográfica y socialmente. Por ello, los "logros" a los que Meléndez atribuye como resultado de las políticas económicas de mercado hay que medirlos en el sentido de ¿a quién y en dónde? ¿por qué si todo está también yo estoy tan mal? ¿Estamos mejor que antes, pero en qué sentido?

Cabe resaltar que crecimos a costa de un plan de recuperación económica neoliberal que no tuvo parangón alguno en Latinoamérica: nos allanamos en todo y no pusimos resistencia alguna porque, simplemente, no la había. Hacia 1900, todos los partidos políticos, y no solo la izquierda, estaban desacreditados; los sindicatos y los movimientos estudiantiles ya no tenían eco en la opinión pública que los consideraba como posibles extensiones de la subversión. La inflación desbordante y la violencia terrorista debían convencer a la población de la necesidad de medidas radicales, pero no votamos por Vargas Llosa ni su plan liberal, sino por Fujimori quien ofreció un plan progresivo y menos doloroso: ya conocemos la historia. En fin, votamos por la opción moderada y nos retribuyeron la receta neoliberal más extrema.

En suma, la izquierda no fue la única responsable de la crisis aunque tuvo una participación gravitante. Me inclino a afirmar que también hay que analizar el papel de aquella derecha complaciente y hipócritamente liberal que se rindió ante Fujimori, que consintió el autogolpe del 5 de abril, que calló en todos los idiomas cuando se supo de las masacres de La Cantuta y Barrios Altos, que oficia de traductora de los exabruptos de Alan García y que, de vez en cuando, siente la tentación de tocar las puertas de los cuarteles para poner orden cuando las masas se les van de las manos. En lo personal, confío en que el centro, hasta ahora vacío, pueda aglutinar a aquellas fuerzas políticas que contengan una propuesta alternativa y viable a la actual, lo cual no significa un viraje drástico, sino un esfuerzo por no dejar la economía en piloto automático.
P.D.
A PESAR DE QUE EN SU BLOG ACTUALIZÓ Y PRECISÓ LOS ALCANCES DE SU HIPÓTESIS QUE ME PARECEN ATENDIBLES, SIGUE EXISTIENDO EN CARLOS MELÉNDEZ UN CONFLICTO DE PROPÓSITOS: NO SE PUEDE HACER ANÁLISIS SERIO Y A LA VEZ "CHACOTA" PORQUE EL PERSONAJE GRACIOSO OPACA AL POLITÓLOGO QUE CREO ASPIRA A SER. LO OTRO ES QUE, QUERIÉNDOLO O NO, SE CONVIERTE EN UN RETRANSMISOR E INDIRECTAMENTE, AVAL DEL DIARIO DE ALDO MARIÁTEGUI.

miércoles, marzo 18, 2009

Alan García y La teta asustada



Arturo Caballero Medina

"Cuando yo, o las mujeres lo escuchan hablar les hierve la sangre, es como que piensan 'si te viera, te mato, por tu culpa he perdido a mi hijo, por tu culpa pasó esto. Yo lo veo como el presidente del Perú, no le tomo importancia a lo que dice o habla. Hay gente que se muere por conocer al presidente, tocarlo. Yo no siento eso”



“No se puede pasar la página sobre las víctimas del terror, los muertos no pueden esconderse bajo una sábana blanca”.

Arturo Caballero Medina

El estreno de La teta asustada pone sobre el tapete el tema del conflicto armado interno en un momento no muy oportuno para el actual gobierno, es decir justo cuando este rechaza una donación del gobierno alemán que tenía por finalidad implementar el Museo de la Memoria. Tal decisión ha sido, a todas luces, desacertada y, al igual que la estratégica abstención de nuestro presidente por manifestar un abierto reconocimiento a esta cinta, evidencia los temores del actual gobierno por divulgar lo ocurrido durante las dos décadas de violencia terrorista.

Por otro lado, la cinta de Claudia Llosa recibió una andanada de críticas basadas en prejuicios de quienes emitieron opinión, sobre todo de corte ideológico-político, antes de ver la película o que rebotaron impresiones similares sin formarse una propia de primera mano, a diferencia de los críticos y actores nacionales quienes, en su mayoría, reconocieron el trabajo de la producción, la dirección de Claudia Llosa y la interpretación de Magaly Solier. Asimismo, en una semana en la que el Congreso por intermedio de la congresista Beteta condecoró a Magaly Medina y en Palacio de Gobierno se homenajeó a la boxeadora Kina Malpartida, sorprende (¿debería?) que nuestro presidente no haya tenido la misma deferencia en reconocer el premio que la academia berlinesa otorgó a La teta asustada.

¿Curioso, verdad? Fue el gobierno alemán el que ofreció una donación para implementar el Museo de la Memoria, la cual fue luego rechazada por el gobierno peruano, y fue también en Alemania donde se premió a una cinta dirigida por una peruana ante lo cual el Ejecutivo prefirió aplaudir con una sola mano.



Es comprensible el porqué Alan García se abstuvo estratégicamente de aparecer con Claudia Llosa y Magaly Solier de la misma manera que con Kina Malpartida, Sofía Mulanovich, Juan Diego Flórez, los Jotitas o con los artistas que apoyaron la última Teletón. Y no creo que fuera porque a nuestro presidente le desagrade el protagonismo mediático (recordemos el baile del teteo, la patadita al orate que se interpuso en su camino o el baile con Gisela). Brindar un abierto espaldarazo a La teta asustada hubiera significado una flagrante incoherencia, ya que se expondría aún más a los cuestionamientos sobre la responsabilidad política de su primer gobierno respecto a la violación de derechos humanos en las zonas de emergencia.

El rechazo a la donación alemana, el tibio reconocimiento a La teta asustada y las prejuiciosas críticas a esta película son síntomas de una sociedad cuya clase política, líderes de opinión y parte de la opinión pública en general se muestran reticentes, en el mejor de los casos, si es que no deliberadamente indiferentes frente a todo aquello que esté relacionado con revelar la verdad de lo sucedido durante los años del conflicto armado interno. Sin embargo, el efecto más importante que puede generar esta película en los meses que vienen es precisamente despertar nuestro interés por conocer la verdad. En este sentido, La teta asustada es un excelente motivo para volver a reflexionar acerca de lo que como sociedad podemos hacer no solo con los responsables (Fuerzas Armadas, Sendero o MRTA), sino, particularmente, con las víctimas.

El segundo gobierno de Alan García pasará a la historia, entre otras cosas, porque en esta gestión se detuvieron o dilataron todos los procesos de reparaciones a las víctimas de la violencia armada —militar o terrorista—; y por la escasa o casi nula voluntad del Ejecutivo por esclarecer la identidad de los mandos militares sindicados como presuntos violadores de derechos humanos, esto con el objetivo de judicializar tales casos para hacer justicia. El énfasis que la película coloca en la tragedia de aquellos que, a pesar de que no experimentaron directamente la violencia la heredaron del vientre materno, provoca, inevitablemente, una aguda reflexión sobre el papel que le corresponde al Estado y a la sociedad en la recuperación de su estatura moral, muy venida a menos por acción u omisión frente al drama de las víctimas.

No faltaran quienes califiquen a Claudia Llosa como parte de la maquinaria caviar que aprovecha la premiación en Berlín para defender el Informe Final de la CVR, las reparaciones a los terroristas, el Museo de la Memoria y el juicio contra los militares que combatieron contra el terrorismo o que utiliza a Magaly Solier de una manera pintoresca y oportunista. Lo cierto es que quienes sostienen todo eso suelen ser los mismos que defienden la impunidad de los crímenes de lesa humanidad calificándolos de costos de guerra, que distorsionan intencionalmente los contenidos del Informe, que alegremente afirman que “tu memoria no es la mía”, que celebran la recuperación económica del Fujimorato, pero que nada tienen que decir frente al autogolpe, La Cantuta y Barrios Altos, o que consideran, como Ántero Flórez-Araóz, que el Perú no necesita museos.

Al parecer, a Alan García lo asusta recordar y enfrentar la verdad. En cambio, las víctimas la conocen, pero como a Fausta, les asusta no poder olvidarla.

lunes, marzo 16, 2009

EN DEFENSA DE WILLIAMSON



Gabriel Icochea Rodríguez

El caso ya es conocido por todos, el Monseñor Richard Williamson fue entrevistado en un programa de la televisión sueca y desconoció el genocidio nazi contra los judíos. Enunció cifras lejanas a las que nos tienen acostumbrados los historiadores, 300 000 o 400 000 víctimas, y no los seis millones que difunde incluso la cultura mediática.

La reacción del Vaticano fue inmediata: lo destituyeron del puesto que ejercía como director de un seminario a las afueras de Buenos Aires y días después, argumentando un problema burocrático fue conminado a salir de Argentina por iniciativa del ministerio del interior. El argumento de la burocracia es casi una nimiedad: Williamson declaraba trabajar para una ONG y no como sacerdote.

El personaje tiene una historia controversial, había sido excomulgado años atrás por sus posiciones ultra conservadoras al interior de la iglesia (más específicamente lefebrevistas) y hacía poco tiempo fue rehabilitado por el mismo Benedicto XVI.

Difícil coincidir con Williamson. Su postura arriesga una hipótesis casi improbable: nadie habría muerto en cámaras de gas durante la segunda guerra mundial. Claro, apela a historiadores revisionistas y a una investigación prolija que él mismo, supuestamente, habría realizado durante mucho tiempo. Pero la demostración de tales hipótesis es más difícil de probar que su contraria. Es decir, aún existen sobrevivientes de dichos campos y todos ellos han brindado testimonios aterradores de estos.

Sin embargo, se viola su derecho a opinar libremente. Más aún, se le desconoce dicho derecho en una democracia, lo cual ya es un atentado serio contra un derecho fundamental y antiguo. La tolerancia en su versión prístina es la aceptación de la diferencia, de lo distinto. Una herencia lejana de las guerras de religión que hicieron posible la paz en Europa: Más aún, la tolerancia reflejaba la separación de Iglesia y Estado: una cosa eran las cuestiones de fe y otra eran las cuestiones civiles.

En su condición de clérigo su opinión tiene autoridad cuando abarca tanto asuntos de moral como de teología. Todo lo demás es opinable. Williamson emitía un juicio sobre un asunto histórico en lo cual podía ser totalmente falible, su estatuto era el de un ciudadano más. Sin duda, está recibiendo un castigo inmerecido.

Su caso es un proceso que ha funcionado así: primero el Vaticano da un paso al costado y acepta la destitución de su cargo como jefe del seminario y luego el gobierno argentino lo expulsa arguyendo una irregularidad burocrática.

¿Dónde están los defensores de las libertades y de los derechos? ¿Dónde están los intelectuales que defienden el pensamiento débil o la verdad dialógica? ¿Dónde están los defensores de la idea de una verdad construida a través del diálogo que daría por superada la verdad positivista que cree ser única? ¿Dónde están quiénes se oponen al peligro de dicha verdad por considerarla potencialmente autoritaria?

A nadie gusta demasiado el personaje: un ultraconservador enemigo de las libertades y amante de la tradición, pero del mismo modo se comete una injusticia contra él. El clérigo en una de sus opiniones cree que debe librarse una lucha contra la izquierda en el mundo presumiendo que existe sólo una derecha en el mundo. Hay una derecha que cree en el holocausto y es firme aliada de los Estados Unidos. Y hay varias izquierdas también.

Me imagino que los acontecimientos fortalecen a la derecha que Williamson suscribe. Su principal argumento será que no existe una verdadera democracia, ya que no se respeta el derecho a opinar libremente. Que la democracia es una farsa manejada por un celoso poder de un grupo. Estas posturas son muy semejantes a las que levanta la ultraizquierda contra el mismo sistema político.

Los derechos son universales incluso para aquellos cuyas opiniones pueden herir nuestra sensibilidad. Pero el caso es más grave cuando comprobamos que Williamson no opina al interior del Estado de Israel sino de un país lejano, Argentina.

Aquí en el Perú una corriente fuerte de los historiadores de la Universidad Católica ha insistido que en el siglo XVI, el período de la conquista, el monstruoso descenso demográfico de 11 millones a menos de un millón luego de 30 años fue producto de epidemias y no de los maltratos que trajo la encomienda y la mita. En un país en el que la mayoría son indígenas o mestizos descendientes de tales. Un Estado que dice representar a todos no los castiga ni a nadie se le ocurriría razonable. Es paradójico y contradictorio. Porque una lectura que sí cabe en ese caso es que la diferencia que hay entre los judíos victimados en cámaras de gas y los indios o los descendientes de ellos que habitan el Perú, es que los primeros tienen el poder financiero y son una raza vencedora y los segundos siguen siendo mayoritariamente pobres e históricamente vencidos.

Nadie debe ser castigado por sus ideas a menos que defienda la destrucción de la propia democracia. Ni Williamson ni los indigenistas ultrarradicales, todos pueden opinar y tener un lugar y un estado que garantice por igual sus derechos inalienables.

martes, febrero 24, 2009

La violencia institucional de la sociedad peruana


La tradición autoritaria.
Violencia y autoritarismo en el Perú


APRODEH / SUR. Lima, 1999
Alberto Flores Galindo

Por Arturo Caballero Medina

La tradición autoritaria es un ensayo de interpretación que propone un diálogo y, a la vez, una discusión basada en una visión particular del autor sobre las relaciones entre Estado y sociedad, entre la política y la vida cotidiana; es decir, busca establecer a decir del autor, “conexiones de sentido” entre estos aspectos. El ensayo le permite al autor desplegar su postura mediante un vuelo mucho más libre de lo que podría ocurrir con un texto académico producto de una investigación, lo cual no le resta rigurosidad y, más bien, resalta el espíritu crítico de un científico social que no tiene reparos en exponer su punto de vista en un contexto académico donde abundan las aproximaciones tangenciales o los oscuros trabajos comprensibles solo para entendidos y donde la convicción se suele confundir con dogmatismo. En este sentido, el ensayo de Flores Galindo cumple con ser claro y directo.

Democracia y militarismo

Su propósito es explicar el origen del autoritarismo en el Perú. Para ello, apela a una revisión histórica de ciertos momentos claves en los que se gestó el autoritarismo. El texto inicia con un recuento de los acontecimientos de nuestra vida republicana que oscilaron entre la democracia y el autoritarismo. El balance de esta etapa muestra que la naciente República se encontró con una sociedad fragmentada en la que, a pesar de que sus individuos gozaban de una libertad nominal, esta no tenía un equivalente en la vida cotidiana. En consecuencia, el nuevo Estado peruano se instaló sobre una sociedad sin ciudadanos, en el sentido de individuos organizados y con capacidad de representación política e igualdad de derechos. La nueva República no superó la estructura de una sociedad estamental colonial, sino que la reacondicionó a los nuevos tiempos.

La disyuntiva, entonces, era elegir entre el orden y la anarquía. La aristocracia aceptaba el nuevo orden republicano si es que el Estado utilizaba la fuerza para evitar el desborde popular y, a lo sumo, implementar los cambios sociales de la manera menos traumática. De todos modos, les atraía la idea de mantener el statuo quo. La solución intermedia de una monarquía constitucional no tuvo éxito y los primeros gobernantes prosiguieron con el proyecto republicano. En este contexto, el ideal de una república democrática fue alimentado por algunos intelectuales peruanos con el objetivo de cortar vínculos con la colonia, pero no se constituyó en un proyecto sostenido en la cotidianeidad de la sociedad peruana post Independencia ni de la clase política que tuvo a su cargo el gobierno. Si bien la Independencia significó la caída de la aristocracia colonial, también sucedió que esta recuperó protagonismo posteriormente.

En las primeras décadas de la República, el vacío dejado por la clase colonial fue ocupado por el ejército quienes ofrecieron orden y defensa de la República. De esta manera, es que resultaba difícil conciliar autoritarismo y democracia porque los militares peruanos no estuvieron a la altura de la conducción política del país. Ante la primera oportunidad de poder, se convirtieron en caudillos. La inestabilidad política y social fue el signo de las primeras décadas de la República: el pueblo enfrentado al gobierno de turno y los caudillos militares entre sí.

Al respecto, considero que una de las afirmaciones más importantes de Flores Galindo en este ensayo se refiere a la participación de la sociedad en el sostenimiento de regímenes autoritarios. Debido a ello, la oposición entre democracia y autoritarismo se desdibuja si tomamos en cuenta que el autoritarismo no fue exclusividad de los militares, sino que también existieron democracias autoritarias como en el caso de Leguía y, recientemente, el de Fujimori. El autor sostiene que la culpa de la interrupción de la democracia no es solo de los militares porque la sociedad apoyo el ascenso y apuntaló, durante largos periodos, a gobernantes autoritarios tanto militares como civiles.

Ese sector mayoritario de la sociedad tuvo gran responsabilidad al apoyar los cuartelazos. Prácticamente, no hubo dictador que no gozara, al inicio de su mandato, del apoyo popular (lo cual ocurre también con los dictadores contemporáneos). Ya sea mediante las masas o las clases altas, los gobiernos autoritarios se sostuvieron gracias a ellos. A la lista de Flores Galindo conformada por Odría, Óscar R. Benavides y Velasco podemos añadir a Fujimori. “Las intervenciones del ejército han contado, siempre que han conseguido ser exitosas, con el respaldo de un sector civil” (29). En consecuencia, no debemos perder de vista que la democracia en el Perú no ha sido sinónimo de gobierno civil. Resulta sorprendente darnos cuenta de que los gobiernos autoritarios civiles (Leguía y Fujimori) duraron más tiempo en el poder que los militares (Odría, Velasco y otros).

Esto último suscita una reflexión sobre el Fujimorato. Además de juzgar la responsabilidad de la clase política que gobernó en ese periodo, no debe soslayarse el hecho que gran parte de la ciudadanía recibió con beneplácito el autogolpe y el consecuente cierre del Congreso, la defenestración del Tribunal Constitucional, la masacre de Barrios Altos y la desaparición de los estudiantes de La Cantuta, y que entre 1980 y 2000 miró de costado el terrorismo: solo tenían importancia los atentados en Lima; el resto eran noticias lejanas. Tarata, análogamente al 11 de septiembre a nivel mundial, remeció a la sociedad peruana oficial porque tuvo lugar en Lima, pero ¿no eran igualmente execrables las ejecuciones extrajudiciales en Ayacucho?

Flores Galindo apunta que los militares también marcaron la pauta para iniciar procesos democratizadores como las reformas agraria e industrial de Velasco y la Asamblea Constituyente de 1978 convocada por Morales Bermúdez. En conclusión, afirma que dictadura y democracia no son necesariamente sinónimos de militares y civiles respectivamente. Prueba de ello es que los procesos electorales no fueron democráticos en sus inicios sino que, paulatinamente, fueron extendiendo su convocatoria: en 1956, recién se permitió el voto femenino y en 1980, el de los analfabetos.

Otra característica del péndulo militarismo-democracia es la confianza del colectivo en un individuo más que en la ideología. Se vota por hombres, no por ideas. Se espera al hombre providencial, al caudillo mesiánico que salvará a la sociedad. “Apuesta ciega en un individuo y en sus designios” (33). De ahí que la personalización de los proyectos partidarios dependa, en sumo grado, de la seducción que ejerza determinado líder política sobre la sociedad. No es casual que sus nombres se conviertan en la etiqueta de la ideología: hayismo, odriísmo, velasquismo, alanismo, fujimorismo y humanismo por mencionar solo algunos ejemplos.

Los militares

Seguidamente, indaga más en el rol que los gobiernos han otorgado a los militares. Según Flores Galindo, ni la izquierda ni la derecha han discutido el rol que le asiste a las Fuerzas Armadas. Para la clase política gobernante siempre ha sido difícil cuestionarlas abiertamente: asignación de presupuesto sin dilación, disposición de un fuero judicial particular, ser considerados como garantes de la Constitución, pero a la vez no votar, búsqueda de adhesión por parte de los políticos y actualmente dificultad para procesar a los militares implicados en violación de derechos humanos. Todo esto rebate la idea de que las Fuerzas Armadas no son deliberantes porque en los hechos sí lo han sido.

Para el autor, el argumento de las Fuerzas Armadas para refrendar su rol es considerarse los defensores de la nación frente a cualquier agresión. Sin embargo ¿ello justifica que se acepten sus tropelías, o sea, esto es el costo que debe pagar la sociedad civil por ser protegida? Si este es el caso, ¿quién nos protege del protector? Durante mucho tiempo, aparte de los ejércitos enemigos un objetivo de los militares peruanos ha sido Palacio de Gobierno. A ello se agrega el incremento de los efectivos militares, la asistencia e instrucción estadounidense y las partidas presupuestales. Al respecto, Flores Galindo señala que Velasco no pudo reformar el ejército, ya que las Fuerzas Armadas se convirtieron en una élite aristocrática.

En su lucha contra Sendero Luminoso, las Fuerzas Armadas desplegaron un aparato de violencia sistematizada en lugar de buscar la comprensión de este fenómeno. Se trataba solo de eliminar al enemigo a cualquier costo. Luego de que Belaúnde convocara a las Fuerzas Armadas para combatir el terrorismo (1983), se incrementó el número de muertes, desapariciones, fosas comunes y botaderos de cadáveres. El campo y la ciudad se militarizaron. El poder político y la sociedad civil claudicaron ante el poder militar a quien se encargó la tarea de combatir el terrorismo sin un marco de restricción, lo que derivó en un gran perjuicio para la sociedad civil que perdió capacidad de control, las víctimas de la violencia y para los propios militares que combatieron en desigualdad de condiciones contra un enemigo desconocido.

La ausencia del Estado de derecho en las zonas de emergencia permitió que las Fuerzas Armadas actuaran, en ciertos momentos y en ciertos lugares, con total impunidad. Sobre el particular, la opinión pública no se conmovió en el grado esperado. Así lo demuestra el impacto de la masacre de los penales, Putis, Huancasanccos, Accomarca, Cayara, etc. En todo caso, la indignación por el atropello a los derechos humanos fue de las víctimas y familiares, ONG´s, intelectuales, algunas universidades y otros grupos, pero no fue una tendencia en la sociedad el exhibir sensibilidad por este tema que a todos nos tocó en mayor o menor grado.

Violencia y racismo


En relación con lo anterior. ¿Por qué no se respetan los derechos humanos en el Perú? Flores Galindo considero que esto ocurre por los siguientes motivos: a) la sociedad peruana no está conformada por ciudadanos, sino por individuos social, cultural y económicamente; b) la República no extendió los derechos civiles a todos los individuos; es decir que la sociedad colonial se reencauchó en la República, ya que subsistía aquella sociedad estamental; c) por la minusvaloración racial que hizo imposible incorporar a la sociedad civil real a aquellos discriminados. En consecuencia, la República creció a espaldas de las mayorías excluidas. ¿Cómo pedirles que respetaran el orden democrático si este no los respeta a ellos y además los excluye? Vemos que la exclusión y la desigualdad social enraizadas en la República fueron causales de la violencia que entre 1980-2000 asoló el país. La cita de Clemente Palma, al respecto, es muy ilustrativa: “Tiene todos los caracteres de la decrepitud y la inepcia para la vida civilizada. Sin carácter, de una vida mental casi nula, apática, sin aspiraciones, es inadaptable a la educación” (41).

De esta manera, Flores Galindo rastrea los vínculos entre racismo y autoritarismo. Hoy, ello quedó demostrado por la composición sociocultural de las víctimas durante el conflicto armado interno: ser campesino-indígena-analfabeto equivalía a ser una víctima potencial de dicha violencia. El autor explica que esta pulsión agresiva mediante data desde la Colonia donde la violencia racista era cotidiana —y que lo es hoy de manera distinta—. En la Colonia, se azotaba a un negro en público; hoy no se permite bañar en las playas de Asia a las trabajadoras del hogar; o se asume que ciertos rasgos físicos y vestimentas convierten a unos jóvenes en “Los malditos de Larcomar”; o que el Grupo 5 cultiva un género musical no intelectual y que por ello son indignos de vestir un terno Armani o Ermenegildo Zegna; o que alegremente un conductor de televisión diga que a los seguidores de Humala les cuesta discernir sobre política debido a la escasez de oxígeno en las alturas. En suma, la respuesta de Flores Galindo a la interrogante sobre los derechos humanos es que, en el Perú, desde la Colonia hasta hoy se ha institucionalizado la violencia, en particular la de tipo racial. No se respeta los derechos humanos porque nuestra sociedad ha practicado históricamente la violencia contra los excluidos. Esta cotidianeidad de la violencia ha insensibilizado a la sociedad civil, lo que condujo a un desinterés generalizado por los derechos humanos.

Ascenso de las clases populares

La violencia también provino de las masas. Esta tuvo su origen en las desigualdades sociales heredadas de la Colonia que la República no logró reducir. La organización social administrativa colonial fue reemplazada por la republicana, pero se mantuvieron intactas las jerarquías y la inmovilidad social. El Estado oligárquico tenía en la aristocracia limeña y en los terratenientes de la sierra a sus mejores aliados. Ambos tenían acceso al poder político: movilizaban a los indios organizándolos en huestes alrededor de un caudillo amparado en la aristocracia citadina que gustaba de tocar la puerta de los cuarteles cada vez que se asomaba un desborde popular. Con Velasco, señala Flores Galindo, ambos grupos perdieron protagonismo, pero no desaparecieron por completo. “El velasquismo fue (…) una revolución política: una revolución desde los aparatos del Estado sin la intervención directa de las clases populares y con el propósito más de reformar que de transformar una sociedad” (49).

En este panorama, las comunidades indígenas protagonizaron violentos levantamientos contra el orden imperante durante el siglo XX. Contra la percepción generalizada de que se trataba de movimientos caóticos, Flores Galindo sostiene que su supervivencia aun al margen del desarrollo y la modernidad es prueba de que las comunidades y sus equivalentes urbanos (clubes de migrantes, asociaciones regionales, etc.) son movimientos organizados. Paralelamente a ello, crecieron los sindicatos, clubes de madres, agrupaciones culturales y comedores populares. El autor concluye en esta parte que existe mayor posibilidad de organización en una sociedad de clases que en una estamental tipo colonial.

El clasismo

El clasismo canalizó la violencia social proveniente de las masas. En una sociedad donde la modernidad convivía con la desigualdad social, los sindicatos cobraron fuerza al cuestionar esta situación. El empresariado consideró ello como una amenaza y no dudaron en apoyar la represión para instaurar el orden. El camino que los sindicatos encontraron para enfrentar esta resistencia contra sus reivindicaciones fue la violencia: huelgas, marchas y toma de empresas.

Fenómeno similar ocurrió con los universitarios, sobre todo en universidades públicas y actualmente en los frentes regionales. Lo común entre ellos es que ingresaron o pretendieron deliberar en política, si es que no sirvieron como apoyo a determinados partidos políticos. De esta manera, los sindicatos cuestionaron las relaciones de poder existentes en las fábricas e industrias. Sus dirigentes poseían instrucción, la cual fue posible gracias a la masificación de la educación. Sin embargo, las expectativas levantadas por la educación se toparon con la escasez de oportunidades de trabajo.

En este clasismo —que también se extendió a otros sectores— se formó una generación de obreros pensantes que no solo se consideraban como fuerza de choque, sino que además estuvieron preocupados por su formación ideológica. Sin embargo, no se pudo evitar la violencia derivada del clasismo. El problema, como lo señala Flores Galindo, fue que no produjeron alternativas de solución efectivas a lo que enfrentaban. Lo que sí se logró fue articular las reivindicaciones sindicales con las demandas del interior del país. Por ello es que después las huelgas y paros nacionales adquirieron importancia como plataforma para concretar los objetivos previstos. Sobre el particular, la actual violencia de los conflictos sociales en las regiones sigue un patrón: destrucción de todo tipo de autoridad estatal.

Flores Galindo destaca que no se produjeron alternativas viables al sistema excluyente, sino que cambió el lugar desde donde se proyectaba la violencia. Lo popular también es susceptible de encarnar el autoritarismo: “Lo más terrible que le puede suceder a un proyecto alternativo es que, al realizarse, termine reproduciendo con otros personajes, las relaciones sociales que ha pretendido abolir” (60). “Las imposiciones violentas y el empleo del temor por parte de Sendero Luminoso tienen un sustento en esta sociedad y su historia. Admitirlo no equivale a justificar sus acciones, de la misma manera que señalar las raíces históricas del caudillismo no es avalarlo” (61).

La democratización de los microgrupos sociales antes mencionados (sindicatos, universitarios, migrantes, etc.) no tuvo un correlato en el Estado y la sociedad. Estuvo de espaldas al autoritarismo estatal y al despotismo de la clase política dirigente. Esto se explica por la desconexión entre sociedad y partidos políticos y por la carencia de representación política oficial de los movimientos sociales. Todo esto dificulta la comprensión del malestar social. Durante el gobierno de Toledo un amplio sector del periodismo calificó de bárbaros, ignorantes y salvajes a los manifestantes que se levantaron en el Arequipazo. El problema no fue la validez o racionalidad de la crítica contra la violencia generalizada, sino la valoración que desde la metrópoli limeña se tiene sobre lo que ocurre en las provincias. Lo mismo ocurrió durante el Moqueguazo, el Andahuaylazo, Ilave y las protestas contra la Ley de la Selva. En este último caso, se trató a los manifestantes como “indígenas” o “comuneros”, pero no como ciudadanos protestando contra una norma abusiva.

La ruptura entre el Estado y la sociedad es la expresión de la falta de un proyecto colectivo común, lo cual se evidencia, según lo señala Flores Galindo, en la falta de espacios comunes de interacción social. En su lugar, existen enclaves comerciales que a la vez son socioculturales. Tuvieron que pasar varios años para que los grandes almacenes y centros comerciales vieran a los habitantes de los conos como potenciales clientes. Aun así, la estratificación no desaparece: se ofrece un producto ad hoc a determinado consumidor, pero subsisten la zonas exclusivas en las que los burgueses contemporáneos pueden evitarse la molestia de ver la miseria. Esa invisibilización, a mi modo de ver, tiene en Asia a su máximo exponente: un anillo de pobreza que rodea el balneario más suntuoso del país. “Lima es una ciudad que ha crecido rodeada siempre por el temor. Sus dueños temieron antes que sus casas fueran arrasadas por los indios (…) por esa especie de aluvión humano que desciende de los andes”.

La profundización de la desigualdad social ha generado que nuestra sociedad recurra a la violencia y que esta forme parte de su estructura. Según José Matos Mar la legitimidad del Estado se constituirá sobre la base de un diálogo condicionado por el desborde popular, en el sentido de que el Perú oficial no podrá imponer más sus condiciones. Por ello, el Estado debe reconocer la ciudadanía real de las masas populares y no solo la legítima legal. No obstante, susbiste el dilema: ceder a la tentación autoritaria militarista-civil o pensar en la posibilidad de un proyecto socialista democrático basado en la refundación del Estado. El desafío es, entonces, cambiar la tradición autoritaria enraizada en nuestra nación. “Hay que repensar la democracia en el Perú” para que sea no solo formal, sino participativa a fin de establecer otro tipo de relaciones sociales más inclusivas, justas, equitativas y solidarias.

jueves, febrero 12, 2009

Contra el fanatismo de Amos Oz


Para decirlo de forma muy simple: yo voto por la izquierda en Israel y estoy feliz por no tener que votar en Europa. Mi modo de estar en la izquierda y mi actitud son muy diferentes: no estoy en el negocio de recogida de firmas ni en el de impresionar a la gente. Sé que en Oriente Medio los israelíes y los palestinos viven una tragedia, no una película del Oeste. Los palestinos llevan adelante una causa muy dura y lo mismo pasa con los israelíes. No es nada simple y no se puede mirar en términos de blanco y negro.

Amoz Oz (Jerusalén, 1939)


(EN RELACIÓN AL TEMA, RECOMIENDO LA LECTURA DE "BARBARIE EN LA FRANJA DE GAZA" de Gonzalo Gamio).


Nacido en el seno de una familia de judíos inmigrantes provenientes de Europa, Amos Oz (Jerusalén, 1939) es uno de los escritores israelíes contemporáneos más influyente en la vida política y cultura de su país. No en vano, Mario Vargas Llosa en su reportaje al conflicto palestino-israelí Israel, Palestina. Paz o guerra santa (2005), elogió la integridad moral de aquella izquierda israelí y de los intelectuales progresistas como Amos Oz quienes alzan su voz de protesta contra los atropellos cometidos por los gobiernos israelíes contra los derechos humanos, la libertad y contra una adecuada difusión de lo que verdaderamente acontece entre palestinos e israelíes.


Dedicado desde 1987 a la docencia universitaria como profesor de literatura hebrea en la Ben-Gurion University of the Neguev, ha sido invitado por diversas universidades de EEUU y Europa. Dentro de su producción novelística que consta de once novelas, destacan Una pantera en el sótano (1985), La tercera condición (1991), No digas noche (1994) y Una historia de amor y oscuridad (2002).



Amos Oz, a través de sus novelas y ensayos ha colaborado a la formación de una corriente de opinión crítica sobre la política exterior de los gobiernos de Israel respecto al problema palestino, además de que en numerosos artículos se ha manifestado abiertamente a favor de una coexistencia pacífica entre judíos y palestinos previa aceptación de las mutuas responsabilidades históricas que obstaculizaron la resolución del conflicto palestino-israelí. Dicha posición le ha acarreado a Amos Oz muchas críticas de los sectores conservadores de derecha y ultraderecha en Israel, que lo califican de traidor.

En Contra el fanatismo, Amos Oz reúne tres conferencias en las cuales aborda, desde una perspectiva vivencial, el tema del fanatismo. “Traidor —creo— es quien cambia a ojos de aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieran cambiarle a uno. En otras palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia (…) No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, en traidor o ojos del fanático”. El cambio es, en este sentido, una opción de vida; lo contrario sería intransigencia o fanatismo.

En “Sobre la naturaleza del fanatismo”, Amos Oz explica cual es, en su opinión la esencia del fanatismo: “Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”, por lo que muchas veces un fanático se muestra preocupado por el accionar de los que no están de acuerdo con él. A lo largo de los tres ensayos, el autor explica mediante anécdotas y reflexiones personales su evolución de fanático a defensor de la vida, la cual no debiera confundirse, insiste, con una ciega defensa de la paz o la censura absoluta de la guerra. Toda guerra es censurable en sí misma pero en determinadas circunstancias, los seres humanos nos vemos obligados a combatir para defender nuestra integridad. Amos Oz se confiesa en esta parte como un experto en fanatismo comparado ya que le tocó vivir en carne propia el drama de la formación del estado de Israel desde sus inicios cuando aquel territorio —la Palestina británica— era todavía una colonia; la inmigración de miles de judíos de Europa antes, durante y después del holocausto nazi, además de los judíos provenientes de los vecinos países árabes; y el confinamiento de los refugiados palestinos desplazados de un territorio que histórica, cultural y religiosamente consideraban suyo.

El problema, como lo plantea Amos Oz, reside en que ambas reivindicaciones, la judía y la palestina son legítimas, por lo que no queda otra vía que llegar a un acuerdo, término que para ciertos sectores radicales e idealistas significa concesión, renuncia o traición. Amos Oz no lo considera así: llegar a un acuerdo para lograr la paz es una opción de vida porque posibilita el cambio. No interpreta el conflicto palestino-israelí como una guerra religiosa, sino “fundamentalmente, como un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país (…) Simplemente una verdadera disputa estatal sobre quién es el propietario de la casa”.

¿Como curarnos del fanatismo? Imaginación, literatura y humor son la receta propuesta por el autor como antídotos efectivos contra el fanatismo, en tanto la literatura y la imaginación ayudan a visualizar a través de la ficción, los estragos del fanatismo; a pesar de que existe mucha literatura que ha alimentado odios y superioridades. El humor ayudaría a superar el fanatismo porque el fanático toma muy en serio su fanatismo, por eso es incapaz de reírse de sí mismo: “Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor, ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en fanático (…) Con frecuencia, los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. Tener humor implica la habilidad para reírse de uno mismo”.

En “Sobre la necesidad de llegar a un compromiso y su naturaleza”, Amos Oz amplia sus conceptos sobre el cambio, acuerdo, reconocimiento, paz y guerra, distanciándolos de los valores que tradicionalmente le han asignado los fanáticos y los pacifistas europeos. Critica fuertemente la posición extendida en Europa de soberbia y superioridad al abordar el problema palestino-israelí, tratando a ambas partes como salvajes o niños que no saben comportarse. “Y la expresión llegar a un acuerdo, a un compromiso tiene una reputación nefasta en la sociedad europea (…) No en mi vocabulario. Para mí la expresión ‘llegar a un acuerdo’ significa vida. Lo contrario es fanatismo y muerte”.

Acuerdos que no tienen nada que ver con reuniones protocolares ni intercambio de regalos entre diplomáticos o funcionarios de estados palestinos e israelíes. El verdadero meollo del asunto radica en estar dispuestas ambas partes a renunciar parcialmente a los reclamos o posesiones que históricamente han ganado o perdido. Solo a través de la renuncia mutua, de la aceptación mutua de responsabilidades, Amos Oz vislumbra un cambio real en las relaciones entre judíos y palestinos. “Va a doler de lo lindo. Se debería hacer extensible a ambos pacientes toda brizna de ayuda y simpatía. Ya no hay que elegir entre estar a favor de Israel o de Palestina, hay que estar a favor de la paz”.

Contra el fanatismo, es un libro que nos introduce en la comprensión no de las causas del problema palestino-israelí, sino más bien en sus posibles alternativas de solución, a través del testimonio de un escritor israelí como Amos Oz, en quien la nacionalidad y amor por su patria no ha nublado su conciencia crítica para comprender que entre judíos y árabes no hay un enfrentamiento entre buenos y malos como podría entenderse en Occidente, ni tampoco un conflicto de culturas ni de religiones, sino un enfrentamiento entre dos derechos legítimos que reclaman su realización y que sólo la lograrán por medio del acuerdo mutuo, la renuncia y, lo más importante, combatiendo el fanatismo.


domingo, febrero 08, 2009

Respuesta a Migomike: a propósito de un comentario sobre Andrés Bedoya Ugarteche

El curioso caso de un comentarista indignado

Hace un par de meses escribí un post sobre la columna de Andrés Bedoya Ugarteche en la cual manifestaba mi abierto desacuerdo con la forma en la que él y el director de Correo, Aldo Mariátegui, trataban ciertos temas de actualidad nacional. Grande fue mi sorpresa al encontrar un iracundo comentario firmado por Migomike en el que enfila toda su artillería pesada contra el creador de este blog. Debatir es un ejercicio sano al que nunca le rehúyo; es más, creo que muchos intelectuales han perdido arraigo en la opinión pública por ese extendido temor de ignorar a ciertos interlocutores que no valen la pena. No es mi caso: siempre que haya oportunidad, dejaré bien en clara mi postura porque mi proceder se basa en convicciones y en argumentos, no en cálculos ni en fugaces emociones. Ello no implica que si en algún momento cometiera un exceso, no lo rectifique en el acto, puesto que tener una convicción no es lo mismo que ser fanático o dogmático: estos últimos son incapaces de cuestionar sus propias creencias, difícilmente podrían admitir una postura adversa como válida o conceder una posibilidad de verdad en la otra orilla. No les interesa debatir, sino polemizar, en el sentido del griego pólemos, es decir, no llegar a acuerdo alguno sino en reducir al adversario hasta lograr su destrucción. Este es el caso de Migomike y su furibundo comentario a quien le respondo con cierta preocupación puesto que si él no entendió el propósito de aquel post, posiblemente en el futuro persista el malentendido.

En primer lugar, el referido comentarista menciona "Me parece aberrante la forma como el dueño de este blog o quien demonios haya escribido el comentario acerca de Andres Bedoya y Aldo Mariategui, escribe acerca de estos dos personajes sin siquiera haberle ganado a nadie. Si bien Andres Bedoya no es tan conocido, y es un personaje que escribe con "espuma en la boca" sus palabras no dejan de tener razon. Tu, si, tu el imbecil que escribio este blog no dejas de disparar comentarios a diestra y siniestra igualandote con estos dos personajes y criticando sin ir mas a fondo. Te quejas de que Bedoya critica sin saber, tu haces lo mismo.". Debió estar tan furioso que olvidó que al igual que no se escribe rompido ni abrido ni hacido tampoco se hace lo propio con "escribido"; pero es una cuestión de orden menor en la que no me detendré. Desconozco cuál es la medida con la que Migomike establece el éxito de una persona porque, simplemente, no explica ni argumenta. Tampoco comprendo de donde parte tanta indignación en contra de este blogger, ya que en ninguna línea del mencionado post sobre Andrés Bedoya he atacado su dignidad como ciudadano ni emitido calificativos sobre su persona. Me limité sencillamente a cuestionar y criticar frontalmente un tipo de periodismo que me parece deleznable. Si ud. amigo lector desea comprobar ello, basta con que lea la columna La Ortiga y saque sus propias conclusiones. ¿Podemos darle la razón a alguien que no pretender dialogar y hace de su posición de columnista una coartada para lanzar agravios de grueso calibre contra quienes no concuerdan con él. La diferencia entre la actitud de Andrés Bedoya y Aldo Mariátegui, y la mía es que yo no me regodeo en el placer de insultar a los demás ni en enorgullecerme en citar Wikipedia como argumento de autoridad -en el caso de Aldo-. Siempre me esfuerzo en apoyar mis ideas con argumentos, no con insultos o pinceladas efectistas. Basta leer el post para comprobar esto. Por el contrario, Migomike insulta sin ningún reparo tal vez confiando en que eliminaría su comentario. Por ello, rechazó su afirmación en la que me iguala con el director y el columnista de Correo. Más bien, su estilo se presta al del autor de La Ortiga.

Seguidamente, señala que critico sin saber, lo cual no entiendo. En el post sobre Andrés Bedoya cité fragmentos de su columna que por sí mismos evidencian la pobreza de información y conocimiento sobre los temas que intenta abordar. Nuevamente, los invito a revisar el post y la columna de Bedoya para que verifiquen esto. En todo caso, tampoco indica donde radica mi desconocimiento o algún aspecto puntual. En cambio, en varios pasajes del mi artículo, indiqué claramente cuales eran las falencias en los textos de Bedoya contrastando sus opiniones con las fuentes con la finalidad de esclarecer los malentendidos que existen sobre el liberalismo. Migomike interpretó esto de la peor manera: Y no pidas que la gente lea libros en los cuales tu te basas, porque lo unico que haces es demostrar tu falta de conocimiento en los temas ya mencionados y tu falta de "huevos" para debatir acerca de un tema pues te apoyas en autores que, ni creas Bedoya, yo y otros vamos a tomarnos la molestia de leer. Por lo menos a mi no me sirve y me importa un comino.

Esto sí que es para el recuerdo. Se me exige estar informado sobre un tema para tratarlo con propiedad pero a la vez manifiesta que por citar a otros autores carezco de valor para debatir. Es decir, apoyarse en una fuente autorizada es para Migomike una señal de debilidad en el debate. El comentarista confunde la rigurosidad en el debate con la falta de ideas propias para discutir. Cree que porque yo cito autores o textos pierdo originalidad y carezco de ideas propias. Siguiendo su lógica, cualquier ensayista solo se ampararía en sus propias creencias y exigiría credibilidad basado solamente en sus intuiciones o en su apreciación personal. La rigurosidad en la defensa de una postura no se limita solo al ámbito académico, ya que se trata de una necesidad mínima que se puede y debe exigir a dos sujetos que debaten. Que actualmente los gacetilleros tengan enormes lectorías y que los críticos especializados no, no implica necesariamente una mejoría. ¿Desde cuando la cantidad es criterio de verdad? Con el mismo argumento podríamos afirmar que Magaly la revista por el tiraje que vende es una mejor revista que Le Monde Diplomatique, Quehacer, Caretas o Semana Económica. Si Migomike no desea saber con exactitud las deficiencias en el pensamiento de Aldo y Andrés Bedoya respecto a ciertos temas, nada puedo hacer, pero al menos debería aceptar que si alguien trata sobre algún tema debe consultar la fuente y no repetirla erradamente. Él comete el error que me atribuye.

Observen a continuación lo que menciona Migomike: Por eso Aldo Mariategui critica tales actos y Bedoya lo hace pero a su estilo, el cual a ti no te gustara y en algunos casos a mi tampoco, pero le encanta a personas que simplemente YA ESTAN HARTAS DE TANTA IGNORANCIA Y TANTA CONCHUDEZ y te aseguro que esas personas que leen a Bedoya, a diferencia tuya blogcista mediocre, son personas de exito. Otra vez apela al reconocimiento que estos periodistas tienen en cierto sector de la opinión pública como criterio de validez. Lamentable razonamiento que también fue esgrimido por aquellos que justificaron los excesos de Laura Bozzo, Magaly, Jaime Bayly y los cómicos ambulantes. El éxito puede ser medido de muchas formas, pero personalmente no me preocupa que Letras del Sur tenga una avalancha de comentarios sino que quien lo lea, comentando o no, se lleve una imagen de claridad de mi parte. Siempre acepté la discrepancia enmarcada en un diálogo alturado, a lo que en ningún momento Migomike apela.

Para no aburrirlos más con el tema, agregó esto: No se si tratas de defender a la idea izquierda comunista en general, o solo a la de este pais. No me consta pues no me tome la molestia de leer toda tu palabreria y critica inutil que a ningun lado va a llegar. Si te he leido y encontrado en la web es porque trate de buscar informacion de Bedoya Ugarteche y saber mas de el. Es todo. SIgue haciendote higado con tus ideas equivocadas y mediocres y antes de decir algo, piensalo. Si alguien tiene que informarse primero es Migomike; nos va quedando más claro. Nunca hice espíritu de cuerpo con toda la izquierda. Eso lo mencioné en varias oportunidades, pero Migomike no lo leyó: ¿y así me exige que opine con conocimiento de causa cuando él no verifica la certeza de sus afirmaciones? Es legítimo el derecho de cualquier ciudadano el leer lo que le plazca, eso no se discute. No obstante, hay que ser coherentes y no endilgar a otros las deficiencias propias. En consecuencia, quien debe meditar con tranquilidad sus opiniones es Migomike quien insulta y pide a la vez que respete opiniones adversas; niega la validez de una fuente si leerla; y me atribuye falta de conocimiento sin demostrar su dominio sobre el tema.

El resto les pido que si tienen tiempo y desean leerlo lo revisen para que saquen sus propias conclusiones. Más allá de este infeliz comentario, quiero decir que nunca evadiré un debate en el que se contrasten ideas y argumentos. No puedo dejar de mencionar, seguramente para sorpresa de Migomike, que el artículo que lo indignó fue enviado a Andrés Bedoya, quien de vez en cuando visita Náufrago digital, un blog sobre cultura y política en el que el columnista de La Ortiga suele participar en buenos términos. Lo más paradójico se encuentra al final del comentario; al parecer en el paroxismo de su furia, Migomike no pensó bien lo que escribía: No critiques por criticar, pues estas quedando demasiado mal. Por mi parte, solo espero, estimados lectores, quedar bien con ustedes. Finalmente, más allá del contenido de este infeliz comentario, estoy convencido de que no se puede ser tolerante con los intolerantes.